Los soldados y las armas que protegen a El Nacional

Posted on: mayo 25th, 2021 by Laura Espinoza No Comments

 

 

Y mi casa, El Nacional, sigue invadida. Donde antes había periodistas ahora hay soldados armados y uno se niega a aceptar esta realidad pasajera.

 

 

Quizás esta arbitrariedad me ha puesto nostálgico, mas no me siento derrotado porque acudo a los recuerdos de estos treinta años en los que he habitado en este periódico.

 

 

Así encontré el texto con el que un día gané el premio Otero Vizcarrondo como mejor artículo del año. Hoy lo he retocado y creo que es la mejor forma de protestar sin deprimirme. Protestaré con optimismo porque recordar a tantos hombres de bien que ha parido esta patria me hace sentir orgulloso y esperanzado, pues el talento, la creatividad y la bondad son eternos y universales, mientras que la maldad, por más fea que sea, siempre será pasajera aunque dure mucho.

 

 

Mi casa, El Nacional, en este momento ultrajada, no está derrotada porque allí han estado física y espiritualmente cientos de artistas venezolanos quienes con sus obras y su arte cuidan cada rincón de ella.

 

 

No sé disparar balas. Mis armas son la cocina, las letras, las risas, el humor y el amor. A continuación, voy a nombrar uno por uno a los soldados invencibles quienes son los únicos que podrán acabar con la barbarie que destruye lo que toca.

 

 

En estas horas confusas, difíciles y alocadas que vivimos, sólo los artistas pueden salvarnos. Los artistas están dando la cara por Venezuela.

 

 

Nunca se verá ni se escuchará que un artista vaya preso por corrupción o por hacerle daño a alguien. El artista vive para el bien, para hacer feliz a la gente que se asoma a su arte.

 

 

El artista expele libertad, creación, imaginación, amor, talento, expresividad, humor, ternura, poesía y música. En cada artista, hay un poquito de otros artistas sin importar la especialidad a la que cada uno se dedique. Así, en un hermoso cuadro de Jacobo Borges, podríamos escuchar la música de Antonio Estévez, la de Andy Durán o la de Oscar D’León.

 

En un poema de Aquiles Nazoa podríamos deleitarnos con la espléndida voz de Alfredo Sadel, quien canta junto a la intensa Violeta Alemán, o disfrutar de los colores de un cuadro de Alirio Palacios o de Mateo Manaure, mientras Belén Lobo y Eva Millán bailan en puntas El lago de los cisnes.

 

 

 

@Milleralvinom

 

Dicen que por allí andan de parranda literaria los poetas José Antonio Ramos Sucre y Rafael Cadenas, escribiendo con un palito poemas a la orilla del mar para que las olas se los lleven de viaje a recorrer el mundo. Dicen también que Cayito Aponte, quien se niega a morir, canta junto a William Alvarado el aria de una ópera para luego ir al teatro a ver actuar a Pepeto, quien está muerto pero de la risa.

 

 

Cuando Saúl Vera toca la bandola, no es raro ver a Miguel Otero Silva y a Rómulo Gallegos riendo e intercambiando textos y con suerte, escuchar cerca de ellos la voz de Julio Garmendia contando historias de su tienda de muñecos, mientras Tania Sarabia también los hace reír con sus cuentos alocados.

 

 

Los caricaturistas Edo, Pinilla y Weill están en la policía tratando de que liberen al escultor Alejando Szilágyi, a quien encontraron in fraganti intentando tallar orquídeas sobre el Samán de Güere.

 

 

Cuando Teresa Carreño toca el piano acompañada por el violín de Pedro Antonio Ríos Reyna, podemos ver de cerca a la otra Teresa, a la de la Parra, leyéndole a Ifigenia Las Memorias de Mamá Blanca, o vemos al maestro Gregory Antonetti con su piano, deleitando a Sofía Ímber con una preciosa melodía, mientras ella cuida a todos los artistas que están guindados en las paredes de su museo.

 

 

Cuando el sapo Graterolacho escribe su Camaleón desde el cielo de Acarigua, que es como Nueva York, podemos escuchar a Cheo Hurtado y a Miguel Ángel Bosh tocar el cuatro, mientras, el Juan de Pedro Emilio Coll continúa tentando sin parar su diente roto y dicen que Arturo Michelena, al parecer en las noches, visita a Miranda en La Carraca.

 

 

Cuando el Pollo Brito canta, leemos la poesía de Andrés Eloy Blanco y escuchamos al inolvidable Balbino Blanco Sánchez, recitando de Aquiles Nazoa, La Balada de Hans y Jenny.

 

 

Cuando Gustavo Dudamel dirige, vemos a Régulo Pérez, a Jesús Soto y a Carlos Cruz-Diez, llenando con trazos de luces y colores las paredes de la ciudad y el que anda arrechísimo es Alí Primera, quien desde su casa de techo de cartón, le dice a su pueblo bravo que él no tiene la culpa.

 

 

Cuando El Cuarteto toca dirigido por el alma de Raúl Delgado Estévez, podríamos fácilmente disfrutar de la poderosa voz de Fedora Alemán y escuchar a Carlos Jiménez inventar maravillas que parecen imposibles, como lo es organizar un Festival de Teatro para Dios.

 

 

Cuando canta María Teresa Chacín y María Rivas acompañada por el virtuosismo del espíritu de Aldemaro Romero, podemos ver, aún en sueños, al poeta Rosas Marcano con una pluma en la mano escribiéndole a la vida y luego, saludar a José Rafael Pocaterra, quien encerrado en La casa de los Ábila, ríe al releer sus cuentos grotescos, mientras que Enrique Bernardo Núñez regala perlas que encontró en su libro Cubagua a los transeúntes que por allí pasan.

 

 

Cuando leemos a Adriano González León, acariciamos las perfectas formas de las esculturas de Colette Delozanne, y escuchamos a Gualberto Ibarreto confesando que él es el ladrón de tu amor.

 

 

Cuando Leonardo Padrón escribe un verso o una telenovela, a su lado vemos al maestro José Ignacio Cabrujas y a Rodolfo Izaguirre, riendo con el humor de Emilio Lovera y luego, como siguiente acto, escuchamos las voces de Renny Ottolina y de Amador Bendayán anunciando la nueva composición de nuestro Simón Díaz.

 

Cuando leemos, escuchamos y vemos a Arturo Uslar Pietri dirigido por el creativo Henrique Lazo, también podemos disfrutar del extraordinario talento del comediante Laureano Márquez y del poeta Jesús Peñalver, quien siempre grita que quiere mudarse a un mejor país pero en el mismo sitio.

 

 

Cuando Zapata dibuja o pinta, nos vemos todos, porque la esencia del arte es que nos encontremos en lo hermoso de reconocernos como seres humanos.

 

 

El arte es el verdadero poder, el poder lógico del hombre.

 

 

El arte es la fe, la perseverancia, la vida feliz y poderosa.

 

El arte mata brutos y derroca tiranías y todos los nombrados, son los soldados y las armas que protegen y protegerán a El Nacional, mi casa.

 

 

Twitter: @claudionazoa

Instagram: @claudionazoaoficial

 

Andrés Eloy Blanco, el humorista prestado a la política

Posted on: mayo 21st, 2021 by Laura Espinoza No Comments

Andrés Eloy Blanco asombra no solo por ser el poeta y escritor que fue, lo hace también por su lejanía al odio y al resentimiento, sobre todo si tomamos en cuenta que fue víctima del despotismo de Juan Vicente Gómez, quien lo encarceló en el temido Castillo de Puerto Cabello, en una época que los venezolanos creíamos pasada y en la cual los hombres podían ser encarcelados, torturados y hasta muertos, por no pensar igual que el déspota de turno.

 

 

Tenía Andrés Eloy la cualidad que pocas personas poseen de ver cosas donde aparentemente no hay nada, es decir, era un humorista. Zapata aseguraba que un humorista es un ser con una enfermedad mental, quien pierde la capacidad de ver las cosas que le rodean como son. Por su parte, Aquiles Nazoa tenía su propia definición: “El humor hace que la gente piense sin que el que piensa se dé cuenta de que lo está haciendo”.

 

 

Entre el humor y el poder siempre hay una enemistad. Es el humor el que descubre la debilidad del autócrata o del mediocre. Es el humor la pequeña venganza de los débiles e increíblemente, mientras más respetuoso e inteligente sea, más efecto demoledor tiene.

 

 

Se conocen muchísimas anécdotas sobre la literatura humorística de Andrés Eloy Blanco, quien era un hombre que vivió su vida cotidiana humorísticamente. Era uno de esos seres privilegiados capaces de responder, a la velocidad de la luz, ante cualquier circunstancia que pudiera incomodar a la audiencia o a su persona.

 

 

Andrés Eloy, aparte de ser humorista innato, era buen escritor y para seguir con los apartes, un poeta como pocos.

 

 

Este poeta nunca fue odioso, porque el humor, el odio y la poesía no pueden convivir juntos. El humor es amigo del amor y cuestionador del poder cualquiera que este sea.

 

 

El humor es crítico y sarcástico, pero nunca puede ser utilizado como arma de un poderoso en contra un débil, pues se convierte en cinismo.

 

 

Andrés Eloy podía hacer chistes y parodias de sus carceleros en el Castillo de Puerto Cabello. Podía, con todo el derecho, escribir versos humorísticos a sus compañeros de penuria; sin embargo, habría sido detestable que, por ejemplo, Gómez o sus esbirros hicieran chistes o bromas de los presos.

 

 

Un ejemplo del humor como arma política contra la barbarie es la película El gran dictador de Charles Chaplin. Allí y ante el mundo, desnuda a Hitler y a Mussolini presentándolos como asesinos enloquecidos. Al mismo tiempo, logra que la gente que ve la película, ría y reflexione acerca de lo peligroso que resulta un demente histriónico con poder.

 

 

En El gran dictador, Chaplin es respetuoso con Hitler. Nunca utilizó gestos ni palabras que lo humillaran como persona. Él sustrae la esencia de lo profundamente ridículo, aparte de lo peligroso que puede ser un dictador y lo presenta tal cual es: una caricatura patética de la lógica. Por medio de la risa entendemos el peligro. Hay que recordar que cuando se hizo la película, Hitler y Mussolini eran muy poderosos y en su momento fue un acto muy valiente de Chaplin.

 

 

Alguien podría pensar que estas reflexiones sobre el humor no tienen nada que ver con Andrés Eloy Blanco, pero es importante aprovechar esta oportunidad para tratar de explicar un poco cómo funciona un humorista.

 

 

Al poeta le tocó estar en el Congreso cuando se implementó el voto femenino y para la ocasión, no se aguantó y escribió este verso que ejemplifica el talento del que hemos venido conversando:

 

 

La política se inclina

 

sin excepción de persona

 

de la fuerza masculina

 

a la fuerza más culona

 

Para que los lectores tengan una idea más clara de la capacidad de humor instantáneo y espontáneo de este hombre, se cuenta que en un viaje que hizo a Colombia, visitó en Bogotá la residencia de una familia de apellido Icasa. Dicen que allí habitaban tres lindas señoritas famosas por su elegancia y belleza. Lo cierto es que el señor Icasa, padre de las muchachas y admirador de Andrés Eloy, llama a sus hijas para que saluden al poeta.

 

 

—¡Niñas! Bajen para que conozcan al poeta venezolano.

 

 

Las señoritas Icasa, una a una, bajaron por las escaleras, y estrechando la mano de Andrés Eloy, decían su nombre.

 

 

—María Icasa.

 

—Mucho gusto, señorita…

 

—Isabel Icasa.

 

—Mucho gusto, señorita…

 

 

—Por último bajó la más bella.

 

—Cuquita Icasa –dijo.

 

—Si hay comida me quedo –respondió el poeta.

 

En otra ocasión, cuando un religioso de apellido Barnola tomó los votos de castidad, Andrés Eloy no perdió la oportunidad de escribirle estos versos:

 

Los votos de castidad

 

hizo el hermano Barnola

 

pero se dejó las bolas

 

por una eventualidad

 

Y para seguir con el anecdotario, cierto día, en el Congreso, el poeta se le acercó al Dr. Rafael Caldera después de la intervención de José Camacho, dirigente sindical y en aquel tiempo único diputado negro de Copei. Andrés Eloy, palmeando a Don Rafael, le entregó un papelito:

 

 

Hay cosas que son de ley

 

 

y que resultan un fiasco

 

 

mujer orinando en frasco

 

 

y negro inscrito en Copei

 

 

Recién ahora podemos decir que humoristas, comediantes, dibujantes, poetas y escritores, son seres respetables que pueden vivir de su talento. Esto parece una tontería, pero resulta que a pesar de que en Venezuela han existido excelentes creadores, nunca, hasta hoy, fueron reconocidos como trabajadores a los cuales incluso hay que pagarles.

 

 

Me consta, por ser su hijo, que la gente se extrañaba si humoristas de la talla de Aquiles Nazoa trataban de cobrar por su trabajo. Eso pasaba porque algunas personas asociaban el arte de hacer reír con algo muy fácil parecido a la echadera de broma y por la cual nadie paga. Estos grandes humoristas, comediantes, dibujantes, poetas y escritores que nos antecedieron, vivieron casi siempre bajo regímenes dictatoriales que como todos sabemos, tienen muy poco sentido del humor, lo que hacía que estos héroes tuvieran sus bolsillos limpios y a sus familias muertas de hambre y de risa.

 

 

¡Qué paradójica puede ser la vida! Cómo sufrieron quienes se dedicaron al humor de manera profesional. A ellos les costó años de cárcel, censura, desempleo o destierro, tal como les ocurrió a Leoncio Martínez, Andrés Eloy Blanco y a mi padre Aquiles Nazoa.

 

 

Cuando dicen que Andrés Eloy Blanco es el poeta del pueblo de Venezuela, es verdad. Pero es verdad sobre todo porque de allí venía. Andrés Eloy salió del agua de su ciudad, de la empanada de cazón, de los peñeros, de los mercados, del caracol que pensativo medita sobre una piedra frente al mar.

 

 

Él era libertad, poesía y humor, es decir, él era el pueblo.

 

 

Tenemos que comenzar a asumirlo en su fase menos conocida: la de humorista, la del hombre creativo que utilizó el humor para sobrevivir en las buenas y en las malas.

 

 

Qué bonito es descubrir en este gran venezolano a un poeta, un político, escritor y humorista, quien no tenía otra pretensión que hacer feliz a la gente y lograr realizarse como un hombre feliz que, al final, es la razón por la que deberíamos luchar los seres humanos.

 

 

A veces se puede ser únicamente político o quizás ser un poeta sin saber escribir. Otras veces se puede ser un gran escritor sin ser poeta ni político, pero Andrés Eloy Blanco era más que eso, era un humorista que la vida lo prestó a la política, a la poesía y a la escritura.

 

 

 

 Claudio Nazoa 

Twitter: @claudionazoa

Instagram: @claudionazoaoficial

Maldad

Posted on: mayo 20th, 2021 by Laura Espinoza No Comments

 

 

Ilustración Jeanette Ortega Carvajal, Twitter @jortega15c

 

 

El otro día escribí un artículo titulado “Felicidad” y descubrí que todos sabemos lo que es, pero pocos saben definirla con palabras porque el concepto es impalpable e individual. Cada persona puede concebirla diferente porque lo que me hace feliz no necesariamente hará feliz a otro. Por ejemplo, yo me la paso cocinando en mi casa y en la de mis amigos, eso me hace feliz, pero para muchos cocinar es símbolo de infelicidad. La felicidad, al igual que el amor y el humor, son difíciles de explicar pero no de sentir: se está enamorado o no se está. Igual sentimos si estamos felices o no.

 

 

Lo anterior fue un preámbulo para hablar de algo muy malo como lo es la maldad. Esta palabra no necesita ser interpretada sino ser sentida. Cuando la maldad se hace presente, la sentimos como si fuera el irritante gas de una bomba lacrimógena. No la vemos y si la detectamos tratamos de evitarla. La maldad es muy mala y tiene mañas malvadas para invadirnos y a veces, poco a poco, se va haciendo presente en nuestras vidas sin que nos demos cuenta. Esa lentitud la hace peligrosa porque de pronto trastoca nuestra existencia y podemos acostumbrarnos a padecerla y no hay nada peor que acostúmbranos a lo malo.

 

 

Quienes me conocen, saben que soy un hombre optimista y difícil de doblegar hasta en las situaciones más hostiles en donde a veces me ha colocado el destino. Sin optimismo, nuestra vida como tal, no existiría. Fuimos procreados a través de un acto en donde el optimismo, el erotismo, el amor y la casualidad se combinaron.

 

 

Pero sigamos con la maldad que parece haberse apoderado del mundo. Hay gente que erróneamente siente que hay maldad en vacunarnos contra la COVID-19 y en la obligatoriedad del uso de la mascarilla, cuando en realidad son salvavidas. La maldad se siente por no poder abrazar, dar la mano, asistir a fiestas y por no poder besar a familiares y amigos queridos. Maldad es privarnos de aquello que puede hacernos sentir felices en nuestra vida cotidiana.

 

 

Los venezolanos vivimos en un país en donde hay dos maldades que nos atormentan. Una de ellas podría terminar al vacunarnos. La otra maldad es la enorme tela de araña en donde los venezolanos tenemos más de veinte años atrapados.

 

Maldad es ver a familias enteras de un país rico hurgando en la basura para poder comer.

Maldad es cuando cientos de miles de venezolanos huyen de su país a pie, por mar o brincando el muro que separa a Estados Unidos de México.

Maldad es cuando vemos los infames productos de las humillantes cajas CLAP.

Maldad es cuando vemos lo que ocurrió en Lácteos Los Andes, mientras que el pueblo bebe una cosa desagradable y salada parecida a la leche.

Maldad es cuando la isla de Margarita, antes una perla, la vemos convertida hoy en un lugar en donde hay miles de galpones cerrados y oxidados frente a un mar Caribe precioso.

Maldad es expropiar una empresa como Conferry y en cuatro años, por desidia,  hundir todos sus barcos.

Maldad es cuando vemos las ruinas de lo que iba a ser un tren que cubriría la ruta de Maracay a Puerto Cabello.

Maldad es la destrucción del centro de Valencia para construir un Metro que nunca se hizo.

Maldad es montarnos en las ruinas del Metro de Caracas, el transporte subterráneo que llegó a ser el más bello de América Latina.

Maldad es ver los escombros de lo que iba a ser el tren de Petare hasta Guarenas.

Maldad es llevar a la ruina empresas otrora exitosas, como las de aluminio, hierro y acero.

Maldad es tener las reservas más grandes de petróleo del mundo y no tener gasolina, gas ni gasoil.

Maldad es cuando por desidia del Estado mueren niños en el Hospital J. M. de los Ríos.

Maldad es saber que cientos de trabajadores del sector salud murieron por no haber sido vacunados a tiempo.

Maldad es cuando nos damos cuenta de que Venezuela es el único país del mundo en donde no existen monedas ni billetes.

Maldad es ver cómo han destruido todas las universidades públicas de Venezuela.

Maldad es vivir en un país en donde el sueldo mínimo no llega a 10 $ mensuales.

Y, en fin, maldad fue cuando un día, al ir a mi casa El Nacional en donde he vivido durante treinta años, en lugar de encontrar a mis colegas, amigos, libros, computadoras y café, veo a unos soldados armados impidiéndome el paso a pesar de explicarles que esa es mi casa.

 

—¡Esto ya no es El Nacional! –responde el soldado.

 

—Entonces, ¿qué es? –pregunto con rabia, asombro y tristeza.

 

—No estamos autorizados para responder a esa pregunta –dice mientras con fuerza aprieta su arma.

 

Esta vez la maldad llegó a mi hogar El Nacional. Por eso, un día, escribí un artículo titulado: “Todos perderemos todo”.

 

Twitter: @claudionazoa

Instagram: @claudionazoaoficial

 

 

Su madre

Posted on: mayo 9th, 2021 by Laura Espinoza No Comments

 

 

En un día tan sagrado como el de hoy, les traigo una carta que escribió mi madre quien por cierto acaba de cumplir ¡100 años! Lo mejor es que ella cuenta con una salud física y mental mejor que la de sus hijos, nietos y bisnietos y me considero uno de los pocos seres afortunados que, siendo un anciano en etapa terminal, aún tiene a su madre viva.

 

 

A mamá no le gusta figurar y corro el riesgo que después de que ella lea esto, me hale de las orejas por andar nombrándola y me deje castigado encerrado en el cuarto sin celular. Sin embargo, no me importa, porque quiero contarles una anécdota que ocurrió en una escuela que lleva el nombre de su esposo, mi padre, Aquiles Nazoa.

 

 

Cuando mamá tenía 85 años, la invitaron a visitar la Escuela Aquiles Nazoa para conversar con sus alumnos. La acompañé y fue maravilloso ver cómo los niños estaban ansiosos por conocer a los familiares del poeta. En general, a los niños pequeños les cuesta entender eso de las fechas históricas y en sus cabecitas inocentes y alocadas, Cristóbal Colón, Simón Bolívar, Jesucristo y Aquiles Nazoa, son de la misma y “antigua” época. Les ocurre como a la mayoría de los adultos cuando nos referimos al antiguo Egipto. Muchos creen que toda la civilización egipcia se desarrolló en un mismo momento y resulta que ocurrió a lo largo de 5.000 años de historia.

 

 

Pero sigamos con la anécdota. Lo cierto es que reunieron a los niños en un salón grandísimo y nos presentaron como los familiares de Aquiles Nazoa. Los muchachitos, emocionados, comenzaron a hacernos todo tipo de preguntas. Yo era quien casi siempre las respondía.

 

 

—¡Niños! –les dije- ahora le toca a mi madre, la señora María Laprea de Nazoa, viuda del poeta, responder a sus preguntas.

 

 

Entonces, un carricito como de 8 años, levantó la mano.

 

 

—Señora –dijo el niño- ¿usted de verdad se casó con Aquiles Nazoa?

 

 

—Sí, claro, hijo –respondió ella- yo me casé en 1949 con él.

 

 

El niñito, sorprendido, moviendo nervioso los brazos como si quisiera volar, exclamó a todo pulmón.

 

 

—¡Peeerroooo…! ¡Señoraaa..! ¡Usted sí que ha durado!

 

 

Ese niño ya debe ser un hombre y me gustaría saber qué diría hoy si viera a mi mamá con más de 100 años.

 

 

Esta anécdota la conté para que conocieran un poco a mi mamá y ahora quiero compartir una carta que, en víspera del tan esperado Día de la Madre, nos hizo llegar esta semana a cada uno de sus hijos.

 

 

Caracas, 7 de mayo de 2021

 

 

Queridos hijos, Raúl, Mario y Claudio:

 

 

Ya viene de nuevo el Día de la Madre que ustedes, supuestamente y en homenaje a mí, gustan de celebrar. Quiero, amados hijos, recordarles que ya tengo más de cien años y que para este próximo domingo me gustaría organizar yo misma mi fiesta. Sí, como lo oyen. Este año no quiero que ninguno de ustedes invente mi homenaje.

 

 

No es que yo sea una vieja alzada o malagradecida. No. Lo que ocurre es que al recordar todos estos años de sufrimiento en la celebración del Día de las Madres, me provoca no parir más. Por si se les ha olvidado, les haré un breve recuento de años anteriores.

 

 

Raúl querido, comencemos contigo. Reconozco el esfuerzo que haces para preparar tu famoso sancocho cruzado del Día de la Madre. ¿Cómo olvidar la ollota tiznada y montada sobre unos ladrillos para hacer un fogón de leña en el patio de la casa? Tampoco olvido el inmenso saco de verduras, la gallina viva y el descomunal costillal de res con el que te presentabas.

 

 

Hijito, ¿cómo olvidar cuando paloteado y después de saludarme entrabas a la casa en compañía de tus primos Miguel, Raúl Delgado y familia, y mientras seguían cantando y cayéndose a palos, me dejabas soplando con fuerza para encender la leña, espescuezando a la gallina y pelando las verduras? Al final de la tarde, yo quedaba exhausta y cuando merecidamente iba a comer un dulce de Cola de Langosta que había traído mi sobrina Dacha, ya ustedes se los habían jartado. Luego, cerca de las 9:00 o 10:00 de la noche, todo el mundo se iba y me dejaban el perolero sucio para que yo lo lavara y la casa echa un desastre para que yo la ordenara.

 

 

Mario, voy contigo. ¡Ay, mi hijito consentido! A ti te da por regalarme aparatos eléctricos para la limpieza además de todo tipo de detergentes, coletos y pañitos de cocina, que al final te llevas “prestados” a tu casa y más nunca los vuelves a traer. Igual, mi consentido, me has regalado varios teléfonos iPhone que hacen de todo, pero de nada ha valido. Tu hijo Manuel, mi nieto, lo pide prestado para bajar unas cosas que llaman “aplicaciones” y luego más nunca me lo trae. Celina, tu esposa, cada año me regala una perolota grandota de arroz con coco que siempre, y al final de la fiesta, termina como cajita feliz para Miguel, Raúl y Dacha. A mí, de vainita, me dejan un repelito en la olla y si reclamo me contestas:

 

 

—¡Ay, mamá! No seas tan quejona. Comer tanto dulce no es bueno para ti.

 

 

Y tú, mi Claudito, mi cómico preferido, te agradezco los días de las madres cuando me decías: mamá, este año usted no hace sancocho ni lava los platos. ¡Nos vamos todos a un restaurante criollo de carne!

 

 

¡Ay, hijo!, nunca te dije nada, pero esa invitación era una pesadilla. Aquel gentío y nosotros sentados en una mesa al lado de la tarima en donde los imitadores de Reinaldo Armas, Luis Silva, Reina Lucero y Juan Gabriel, no dejaban de cantar. Además, nunca olvidaré al chabacano locutor diciendo lo mismo cada cinco minutos:

 

 

—Y saludandoooo… a la mamá del gran cómico Aquiles Nazoa.

 

 

—¡Aquiles, no! –gritaba yo corrigiendo al locutor que no me escuchaba- ¡Claudio!

 

 

Además, hijito, al final me volvían loca entre el ruido del joropo a todo volumen y ustedes medio borrachos riendo y gritándose entre sí. ¡Eso era un infierno! ¿Cómo olvidar aquel calorón si me ponían un asador con la carne, los chorizos, la yuca y la chinchurria al lado y al voltear la cabeza, me topaba con el calor intenso y el humo del asador de la mesa contigua? Y a la hora de pagar, a ti siempre se te “quedaba” la cartera en casa y yo tenía que hacer un cheque que jamás recuperaba. Nunca dije nada, pero yo salía de allí oliendo a parrilla, con hambre, brillante de grasa, con tremendo dolor de cabeza, sin plata y sorda e’ bola.

 

 

¡Pero ya! Este año me puse de acuerdo con la tía Rita Laprea y las dos decidimos irnos en el teleférico hasta el Hotel Humboldt. Allí van a hacer un bonche increíble para las madres en su día y como ustedes saben, el hijo de la tía Rita es uno de los gerentes y yo le pedí que la cuenta, se la mandara a ustedes.

 

 

Bueno, hijitos queridos, que Dios me los bendiga y cuídense mucho.

 

 

Su madre

 

Twitter:@claudionazoa

Instagram: @claudionazoaoficial

María Laprea de Nazoa junto a sus hijos Raúl, Claudio y Mario

Felicidad

Posted on: mayo 6th, 2021 by Laura Espinoza No Comments

 

 

Últimamente he estado escribiendo artículos de humor y es que en medio de esta locura en la que está inmersa la humanidad con esto de la pandemia, es importante tratar de hacer sonreír a la gente. Les advierto que hoy me siento como Carlos Fraga, pero sin sus sabios conocimientos ni su buenamozura. Ah, y también prepárense para leer en este texto la palabra felicidad muchas veces.

 

 

Hace unas pocas noches atrás me puse a pensar si sería posible ser feliz a pesar de las penurias. Para resolver esta duda es importante saber el significado de ser feliz. ¿Es una palabra, una actitud, una aptitud, una virtud, una forma de ser, un privilegio, un premio o una condición? Creo es una combinación de todo lo anterior, por eso ser feliz sólo puede sentirse y resulta difícil de explicar, entender o de buscar.

 

 

La felicidad, al igual que la conciencia, el amor y el sentido del humor, son inherentes al ser humano. Una planta o un animal están vivos igual que nosotros, pero no tienen conciencia del privilegio de la vida. Sólo están vivos. No saben la suerte que han tenido de ser parte de la misteriosa vida del planeta Tierra, en donde nadie comprende aún porque hay vida en él y no (hasta donde hoy sabemos) en otra parte del universo. Los animales y las plantas sólo pueden estar bien o mal, y ya.

 

 

Pero volvamos al misterio del concepto de la felicidad. Lo malo de estar feliz es que no siempre depende de quién siente tan misteriosa condición.  La felicidad no es constante. Podemos sentirnos mal en un segundo y al siguiente desbordar felicidad.

 

 

Aunque parezca esotérico y raro, la felicidad plena la reciben únicamente las almas de buen corazón. Una persona mala cree que puede ser feliz haciendo maldades, pero esa es una felicidad anorgásmica, es como hacer el amor y no sentir nada.

 

 

A Hitler, Stalin, Mao y a Kim Il-sung, por ejemplo, los vemos sonreír “felices” en las películas, pero esa es una felicidad demoníaca que hace daño a los demás y quien la siente, no logra experimentar la verdadera felicidad que produce hacer el bien a otros.

 

 

Algunos estarán diciendo: pero fíjate, Iósif Stalin, Juan Vicente Gómez y Fidel Castro murieron felices en sus camas. No. Ellos murieron sin sentir la sensación real e inexplicable de la felicidad plena. En vida fueron infelices haciendo infelices a sus pueblos y después fueron unos infelices muertos.

 

 

Un actor enamorado de su oficio, cuando se monta en un escenario, experimenta la felicidad plena y hace felices a quienes lo ven. Los chefs pasan el día llevando candela frente a los fogones, pero allí, lo sé por experiencia, es donde sienten la felicidad real. Ellos saben que están creando arte efímero para sus comensales, quienes, al degustar sus obras culinarias, van a ser muy felices. Lo mismo podríamos decir de los músicos en un concierto o de los panaderos quienes de madrugada elaboran los bollos de pan que harán felices a la gente que aún duerme y que pronto se los desayunarán. Una señora que tiende las camas de un hotel es muy feliz al pensar que alguien que esté cansado, agradecerá su cama limpia y bien arreglada. Igual siente el señor que todos los días barre la calle frente a nuestra casa, lo hace con la conciencia de que su labor nos sorprenderá y nos hará felices cuando veamos la calle limpia.

 

 

Una persona inteligente podría fingir ser bruta, pero resultaría imposible que un bruto finja ser inteligente, igual ocurre con la felicidad. Un hombre que es plenamente feliz podría fingir no serlo, hacer lo contrario le resultaría imposible. Qué fastidio conmigo. Hoy, en lugar de escribir sobre el humor, me dio por esto, pero siento alegría al pensar que habrá lectores reflexionando sobre el tema y que eso los hará felices a ellos.

 

 

Podemos ser felices aunque las circunstancias no estén a nuestro favor. Se puede ser feliz en medio de un mundo infeliz y no es egoísmo, ceguera ni inconsciencia. Hay que tratar de ser auténticamente felices para, sin querer y sin darnos cuenta, poder lograr que otros lo sean. Los detallitos, las cosas sencillas, los amigos, los buenos momentos inesperados, cada segundo de situaciones imprevistas, pueden hacernos felices.

 

 

El día que yo muera, que como para todos podría ser en cualquier momento, tendré una sonrisa en mi cara porque creo haber descubierto que la clave de la felicidad es lograr hacer que cada segundo de nuestras vidas lo pasemos intentando hacer felices a otros.

 

 

¡Feliz día para todos!

 

 

Claudio Nazoa

Twitter: @claudionazoa

Instagram: @claudionazoaoficial

 

Ilustración Jeanette Ortega Carvajal, Twitter @jortegac15

 

Cómo quitarme a ese abuelo de encima

Posted on: mayo 3rd, 2021 by Laura Espinoza No Comments

 

 

Pertenezco y dirijo a un grupo de artistas quienes son cocineros, músicos y cantantes. Tengo el honor de ser su jefe porque ellos me acompañan en mi show humorístico. El grupo se llama: “Los Espectaculinarios”, porque hacemos un espectáculo que se come. Allí cocinamos, cantamos, nos reímos y hacemos reír. Tenemos muchísimos años juntos y poseemos el récord por haber elaborado, en un sartén de tres metros de diámetro, el arroz más grande de Venezuela. Dicho arroz lo hemos preparado también en Acarigua, en el Parque del Este y hace como 12 años en la isla de Margarita, en donde llegaron a comer más de 1.500 personas.

 

 

Pero el cuento de hoy no es de arroz ni de música. No. Les voy a narrar algo insólito que nos ocurrió en una excursión que hicimos al Parque Nacional El Ávila cuando la afamada diva y voluptuosa cantante Violeta Alemán nos convenció de buscar un pozo de agua prístina que hay en lo alto de la montaña a la que se le atribuyen propiedades milagrosas, así que con esto de la COVID-19 decidimos ir al cerro subiendo por un camino que comienza en Terrazas del Ávila.

 

 

En lo personal, soy escéptico con eso de creer en curaciones milagrosas, rezos, meditaciones, imposiciones de manos o en aguas mágicas. Yo solo creo en la medicina de verdad, la aspirina y la penicilina. Pero, volviendo al cuento, después de una caminata intrincada y extenuante bajo una pepa e’ sol en donde cualquier tipo de insectos me picaron y fui rasguñado con cuanta mata rara inimaginable existe, me pregunté en silencio: “¿por qué subir a pie si existe el teleférico?”. Pero seguí caminando. Por fin llegamos al fulano pozo y terminó el calvario. El lugar era bonito y había una fresca cascadita de lo más lúcida.

 

 

Bayo Gabriel y Violeta, quienes tienen conocimiento profundo de brujería, nos pidieron que en silencio nos sumergiéramos en una especie de profunda meditación. Ellos, como si fueran gurúes de una extraña religión, comenzaron a dirigir las actividades sanatorias. Lo primero fue tomarnos de las manos y abrazar a los árboles para sentir la energía de la naturaleza mientras decíamos: “Te amo árbol… te amo árbol…”.

 

 

Me sentía ridículo haciéndolo, pero igual lo hice para que no me dijeran rompe grupo. Después tuvimos que despojarnos de nuestras ropas y quedarnos en traje de baño o en ropa interior. Rhode, Frederick el esqueleto, Rosa María, Milo y Andrés Barrios se quitaron toda vaina y quedaron chinos en pelota, como los del programa Supervivientes al desnudo. Nuestro director musical, el maestro Gregory Antonetti; Carlitos, Jaime y yo quedamos en ropa interior. Mariangely, mi asistente, se quitó el sostén y quedó con un hilo dental fabricado con tela de tigre. Bayo Gabriel traía puesto un bóxer escarchado y Violeta vestía una bata de lino transparente sin nada abajo.

 

 

Así, chinos y medio chinos en pelota, seguimos con el ritual.

 

 

—¡Oh, naturaleza! –Bayo Gabriel exclamó– ¡Venimos a limpiar nuestras impurezas! ¡Danos fortaleza!

 

 

Violeta, con los brazos extendidos hacia el cielo y con su potente voz lírica, dijo: “Repitan todos conmigo: naturaleza, recíbenos con amor. Salvemos a las ballenas, los pulpos y los delfines. ¡Lechuga sí, carne no!”.

 

 

Y nosotros, como unos bolsas, repetíamos todo.

 

 

—Ahora –continuó ella– uno a uno vamos a pedirle perdón al agua por entrar a sus linderos y sumergir nuestros pútridos cuerpos en su transparencia… espíritus de Carlos Fraga, Elba Escobar y Belén Marrero, ¡ilumínennos! Vamos a sentir que la purificación arropa nuestras almas… Respiren, exhalen… Lento, lento… Muy lento…

 

 

Rhode y Rosa María, con sus impúdicos pero esculturales cuerpos, fueron las primeras en entrar al agua. Lo hicieron en silencio y agarradas de las manos. En fila india, les siguieron Andrés Barrios y Milo, también en silencio y con los ojos cerrados.

 

 

Yo traté de sumergirme rápidamente en el agua porque los zancudos me estaban comiendo vivo, pero Violeta me paró en seco e imperativa, casi hipnótica, me dijo:

 

 

—¡Detente, impío!… Aún no… Deja que el agua sagrada purifique esos cuerpos incrédulos.

 

 

Carlitos, chorreado de frío y protestando, dijo:

 

 

—Pero, Violeta… ¡Yo quiero entrar!

 

 

Ella lo miró fijamente. Tajante, respondió:

 

 

—¡No! –sin apartar la vista de sus ojos, añadió– ¡Ni se te ocurra! Tú aún tienes vestimenta. ¡Tendrás que desnudarte!

 

 

No había terminado de decir eso cuando Carlitos Jorgez ya se estaba quitando su calzoncillito azul para meterse al agua. A él le daba pena su miniatura y para justificar comentó: “No… no entiendo. Él nunca está así. Fue el frío que lo puso chiquitiiicooo…”.

 

 

Cuando estábamos todos en el agua, Bayo Gabriel, con un tabaco encendido hacia adentro, nos hizo un despojo mientras nos golpeaba con unos ramos de cilantro fresco. Estábamos en eso cuando, transcurridas como dos horas, nos dimos cuenta de la presencia de un polvillo grisáceo que flotaba cerca de la cascada.

 

 

—¡Claudiooo…! –gritó Violeta– ¡Qué suerte! ¡Muchachos, este es el barrito curativo del que les hablé! Aprovechémoslo que no siempre se consigue.

 

 

Dicho eso nos zambullimos en el pozo con gran alegría. En un envase recogí todo lo que pude y froté de manera enérgica el polvo milagroso sobre mi cuerpo. Todos hicieron lo mismo con gran entusiasmo.

 

 

—¡No sean agalluuos…! –protestaba Andrés Barrios– ¡Compartan!

 

 

Fue así como nos embadurnamos y luego nos acostamos bajo el sol porque, según Violeta, cuando el polvillo se seca en la piel es cuando hace más efecto. Parecíamos estatuas de barro.

 

 

De pronto, aparecieron unas personas quienes, abatidas y sollozando, bajaban del cerro. Una señora con rostro compungido nos contó que acababan de cumplir con el último deseo de su abuelo: esparcir sus cenizas en un río del Ávila.

 

 

Miramos a Violeta y a Bayo Gabriel, primero con susto y luego con ganas de matarlos. Aterrados y dando alaridos, lo comprendimos todo. ¡Nos habíamos untado las cenizas del abuelo!

 

 

Todavía hoy, cada vez que nos bañamos, nos restregamos la piel con fuerza tratando de quitarnos a ese abuelo de encima.

 

 

 Claudio Nazoa

Twitter: @claudionazoa

Instagram:@claudionazoaoficial

Ilustración: Jeanette Ilustración: Jeanette Ortega Carvajal. Twitter: @jortegac15

 

 

Pan y alma en La Cueva de Iria

Posted on: abril 27th, 2021 by Laura Espinoza No Comments

 

 

 

Ilustración Jeanette Ortega Carvajal. Twitter @jortegac15

 

“…Acabada la cena tomó el pan, dando gracias lo bendijo, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo: tomad y comed todos de él, porque esto es mi cuerpo…”.

 

 

Hoy quiero compartir con ustedes una maravillosa experiencia culinaria que el sábado pasado tuve en un sitio de nombre misterioso: “La Cueva de Iria”. Esta no es una cueva, es una panadería que queda en Santa Eduvigis, en Caracas. La visité en compañía de mi amigo cocinero e ingeniero eléctrico, Félix el Gallego. Como verán, este artículo es cómo casero. Me siento con ustedes ¡oh, pacientes lectores!, como un pana que comparte un cuento acerca de panes. No sé si estos temas me gustan tanto porque mis tíos abuelos canarios eran panaderos en la panadería de Solís a principios del siglo XX, y yo llevo en el ADN el gen de la harina y en mi sangre la levadura.

 

 

Estimados lectores, en medio de tanta tragedia mundial y nacional a la que nos estamos acostumbrando, en donde solo se oyen cosas malas, es mi deber como comunicador hablarles sobre las cosas buenas de esta vida que continúa a pesar de las desgracias.

 

 

Siempre he estado ligado a la gastronomía y al mundo de los licores, y ya que mi amigo el Gallego y yo somos vecinos, hemos dedicado parte del tiempo de este encierro pandémico a pasar casi todo el día cocinándoles a nuestras familias y amigos, razón por la que decidimos que lo que más nos gusta es pulir nuestros humildes conocimientos de panadería.

 

 

El Gallego me presentó a un señor maestro panadero, llamado Álvaro Campolargo, dueño de la panadería de nombre misterioso, quien nos invitó a su local. Allí tiene un búnker que funciona como su laboratorio privado, el cual sirvió de escenario para darnos algo más que una clase de cómo preparar la masa del hojaldre. No había terminado de invitarnos a participar en aquel privilegio cuando ya estábamos en el sitio con delantal y todo.

 

 

La clase magistral comenzó a las 10:00 de la mañana y terminó a las 5:00 de la tarde. Los únicos alumnos éramos el Gallego y yo. El maestro Álvaro, con paciencia y pedagogía portuguesa y con la inspiración lírica del gran poeta portugués Fernando Pessoa, convirtió en poema un puñado de harina para preparar la masa de hojaldre, a objeto de que el Gallego y yo viéramos cómo era la cosa. Y les puedo jurar que la cosa era muy seria.

 

 

Preparar masa hojaldrada no es trabajo para pendejos. Tiene una técnica muy difícil, pero para los fanáticos a quienes nos gusta la panadería es lo máximo. Cuando terminó, allí mismo y como por arte de magia, construyó varias obras de arte de la masa del hojaldre rellenas con queso, jamón y hasta preparó una con guiso marino.

 

 

El Gallego y yo estábamos encantados de admirar la maestría de Don Álvaro, quien mientras iba amasando, iba explicando detalles asombrosos sobre el arte de la panadería. Cuando pensábamos que se había terminado el curso, el maestro dijo:

 

 

—Ahora, cada uno de ustedes preparará desde cero su masa y solitos armarán sus panes.

 

 

Yo, en mi inocencia, creía que sabía hacer panes porque me la paso en eso, pero sentí un gran terror de principiante al enfrentarme a la hechura de la masa del hojaldre. Igual le ocurrió al Gallego, a quien he visto pelar cables de alta tensión con los dientes y quien, al igual que yo, también tenía una cara de terror inenarrable. Aparte, es bueno resaltar que Álvaro es profesor y campeón de Kárate Okinawa 6° Dan y a uno como que le da miedo que el hombre se ponga bravo y suelte un manotazo o un zapatazo.

 

 

El sensei Campolargo, al terminar de elaborar sus panes, levantó la mano haciendo chistar los dedos y como de la nada, aparecieron varios ayudantes quienes en silencio se acercaron para introducir las obras maestras al horno. Terminada su faena, destapó una deliciosa botella de vino tinto y fue ese el empujón para que el Gallego y yo nos fajáramos con la masa hasta las 4:00 de la tarde, hora en la cual el maestro, elegante, ceremonial y con las manos atrás, inspeccionó nuestras masas. Yo saqué 20 puntos porque mi hojaldrado quedó perfecto y el Gallego eléctrico, a pesar de que lo caché copiándose de mí, en medio del terror que lo embargaba, logró a duras penas llegar a 16.

 

 

La hechura del pan siempre ha estado ligada a cosas hermosas, filosóficas y básicas del hombre: ganarse el pan, el pan de sus hijos, este es el cuerpo de Cristo, ese hombre es un pan, se vende como pan caliente… pan significa amor y es la suma de todos los alimentos del cuerpo y del alma; resume en tres letras lo más sencillo y a la vez lo más completo y grande en cuanto a alimento se refiere. Nadie o casi nadie se atreve a botar un trozo de pan, incluso los ateos lo consideran un pecado.

Muchas personas le tienen miedo a la masa y se creen incapaces de hacer un pan. Confieso que cuando se logra preparar uno y queda bueno, se siente gran satisfacción; es como si hubiéramos hecho un hijo. Nos sentimos orgullosos de él, se lo mostramos a nuestros amigos, lo tocamos y sobre todo, lo comemos con un respeto y un amor increíble. Cuando haga pan, siempre es bueno estar seguro de comprar una levadura fresca para que la masa crezca.

 

 

Recuerde, el pan está hecho con seres vivos; la levadura es un hongo maravilloso que vive y muere para usted. Póngale cariño, hágalo con amor, sonría mientras amasa y verá los resultados.

 

 

Lo interesante aquí es destacar que en medio de toda esta locura absurda que nos rodea, existen quienes protestan trabajando, quienes no se rinden y siguen adelante a pesar de las vicisitudes para hacer feliz a la gente.

 

 

Mientras hacíamos la masa hojaldrada, conversamos de las cosas más importantes de la vida y llegamos a la siguiente conclusión: todos deberíamos preparar un pan de hojaldre y besar a la persona que esté más cerca. Abrácela y dele gracias a Dios por estar vivo, pero sobre todo no se enrolle. Sea optimista que la vida es bella.

 

 

@claudionazoa

Instagram: @claudionazoaoficial

Carta a mi amigo El Nacional

Posted on: abril 20th, 2021 by Laura Espinoza No Comments

Me turban las noticias que a diario leo acerca de usted, quien es un venerable Sr. Periódico, próximo a cumplir 78 años, a quien han obligado a convertirse en una especie de fantasma solitario que deambula por las redes informáticas.

 

 

Usted, querido amigo, cuando yo era un niño, entraba a mi casa antes del amanecer por debajo de la puerta. Nunca olvidaré el ruido que a las 5:30 de la madrugada usted hacía al chocar y deslizar su cuerpo sobre el piso, en mi casa, en San Martín, en donde vivía con mis padres y mis hermanos.

 

 

—¡Llegó El Nacional! –gritaba mi mamá.

 

 

 

Ella se levantaba, se acomodaba el cabello, se ponía su bata y lo recogía a usted del suelo. Luego lo llevaba al cuarto para entregárselo a mi padre y mientras él lo leía, ella preparaba nuestro desayuno para luego llevarnos a la Escuela República del Ecuador. A veces, resignada, se le escuchaba pensar en voz alta:

 

—Hoy se me hizo tarde porque El Nacional llegó tarde.

 

 

Sr. Periódico, usted era todo un personaje en mi familia y además, convivía con nosotros. A veces papá tomaba una tijerota que tenía sobre su escritorio, recortaba cosas que a él le interesaban, las pegaba en hojas blancas y las guardaba. En mi casa materna todavía existen algunas carpetas con esos recortes.

 

 

Sr. El Nacional, usted también ayudaba a mi mamá con las labores de la limpieza.

 

 

—¡Niños, no me boten El Nacional porque voy a limpiar los vidrios!

 

 

Los sábados, usted llegaba a mi casa en compañía de una interesante revista que era muy peleada por la familia y los vecinos, y que, durante varios días, pasaba de mano en mano.

 

 

Mi hermano Mario y yo esperábamos los domingos con ansias porque usted nos traía comiquitas a color. ¡Eso nos encantaba! A veces guardábamos el suplemento y lo cambiábamos con otros muchachos del vecindario por cuatro metras.

 

 

Sr. El Nacional, usted se convirtió en un miembro más de la familia y cuando su chofer no lo traía en la madrugada, mi casa no era la misma.

 

 

—Pero… ¿qué raro que no ha llegado El Nacional? –decía inquieto mi padre mientras tomaba el café mañanero y luego, gritando, añadía- ¡Claudiooo… asómate a ver si el repartidor dejó el periódico afuera!

 

 

Sr. El Nacional, su presencia en mi hogar era importante y sus ausencias causaban molestias.

 

 

—¡Qué fastidio! Mañana es Primero de Mayo y no viene El Nacional.

 

 

Recuerdo una vez que usted no pudo o no quiso salir de su casa y su chofer, por debajo de la puerta, deslizó a un gordo desconocido al que llamaban El Universal.

 

 

—¿Pero qué locura es esta? –gritó mamá– ¡Este periódico es dificilísimo de leer! Yo no lo entiendo… ¡Aquiles!, dile al Sr. Carlos Freites que no traiga más El Universal.

 

 

 

Sr. El Nacional, el tiempo pasó y yo seguí con la costumbre de verlo a usted al alba entrando a mi casa. Me casé, tuve familia, me divorcié, me volví a casar y volví a tener familia ¡y usted allí!, contándome con detalle lo que ocurría en Venezuela y en el mundo.

 

 

Cuando usted cumplía años, además del gran bonche que se armaba, se veía gordote por las superediciones que parecían enciclopedias, llenas de trabajos temáticos buenísimos que eran redactados por los mejores periodistas y escritores venezolanos de la época y que, además, servían para ser leídos durante todo el año.

 

 

Un día, aproximadamente hace treinta años, me llamaron de su casa y me propusieron que formara parte de quienes a diario le dan vida a usted. ¡Imagínese qué inesperado honor! Ahora yo sería parte de su cuerpo, bueno, del cuerpo en donde están los columnistas, quiero decir.

 

 

Sr. El Nacional, humildemente, sin ninguna pretensión y gracias a usted, a lo largo de estos treinta años, he logrado definir mi estilo y mejorar mi escritura. Me siento un venezolano privilegiado y afortunado que tiene un huequito para decir lo que le gusta o no. Lo mejor es que, en todos estos años, jamás nadie me ha dicho qué escribir o cómo hacerlo.

 

 

He tenido el honor de trabajar con gente realmente fuera de serie que lo han hecho crecer a usted: periodistas, caricaturistas, columnistas, jefes de página, ejecutivos, publicistas, etc. y no puedo menos que sentirme orgulloso y privilegiado por haber tenido un jefe como Pedro León Zapata y compañeros de equipo como Mara Comerlati y Laureano Márquez, con quienes trabajé codo a codo.

 

 

Sr. Periódico, usted no imagina la sensación de vacío que sentí cuando se detuvieron las rotativas que le daban vida tangible. De pronto, usted se convirtió en una cosa que llaman digital y eso me entristeció. Me traumé al saber que no lo íbamos a ver más corriendo de madrugada por las carreteras de Venezuela, viajando en avión, en barco o tomando sol en los kioscos. Era como si usted, amigo, se hubiese convertido en un fantasma que informa desde una nebulosa.

 

 

Sr. El Nacional, sé que usted no hace esto por gusto. La brutalidad comunista que como una plaga le ha caído a Venezuela, lo ha ido cercando. La brutalidad comunista no gusta de la libertad de expresión ni de la felicidad de los seres humanos que viven en democracia. Es que pareciera que estos bichos malos, todos los días se levantan con una grúa gigante de la que cuelga una enorme bola de demolición, buscando que queda en pie en Venezuela y qué hace feliz a los venezolanos para destruirlo.

 

 

Su casa, ahora en peligro, Sr. El Nacional, en Los Cortijos de Lourdes, en Caracas, siempre la recuerdo tan bonita. Llena de gente joven feliz, de experimentados periodistas que entregaban lo mejor de su experiencia, de nóveles escritores, de editores y hacedores de libros que bailaban al son de las rotativas. Era impresionante ver a tanta gente sentada en las salas de redacción frente a sus computadoras haciendo lo imposible para que usted saliera todos los días bien bonito de su casa. ¿Cómo olvidar eso, Sr.  Periódico?

 

 

Poco a poco, su hermosa casa se fue quedando sola y sumergida en un aterrador silencio. Allí, ya no hay bautizos de libros ni interesantes conferencias. Ya no hay reuniones ni conciertos en el teatrico. Solo silencio. Computadoras apagadas y de vez en cuando, algún solitario trabajador de limpieza haciendo ruido con su balde lleno de detergente y su trapeador.

 

 

Es difícil escribir esto hoy, Sr. El Nacional. Muy difícil para un humorista, escritor y cocinero, fanático del optimismo, quien vive para tratar de hacer feliz a la gente.

 

 

Sé del enorme esfuerzo que a diario hacen los periodistas que aún quedan para que usted siga viajando por el mundo que ahora ya no es impreso sino digital. Para ellos, mis respetos.

 

 

En fin, la brutalidad, la ignorancia, la maldad, la venganza, el resentimiento y lo feo, quieren desaparecerlo. Pero tranquilo, Sr. El Nacional, esto no va a ser para siempre. Recuerde que la bondad se siente muy corta y la maldad muy larga.

 

 

Ya para despedirme, creo que quienes se deben preocupar son los bichos malos, porque ellos, Sr. El Nacional, saben que usted es todo un Sr. Periódico y un viejo muy arrecho.

 

 

La pelea la van a tener difícil.

 

 

 

Claudio Nazoa

Twitter: @claudionazoa

Instagram: claudionazoaoficial

 

Fui un espía boliviano

Posted on: abril 7th, 2021 by Laura Espinoza No Comments

 

Preámbulo

 

 

Años atrás, Laureano Márquez y yo fuimos invitados a La Paz, Bolivia, para realizar unas presentaciones. Ese país es muy importante para mi familia y para mí, pues cuando Marcos Pérez Jiménez expulsó de Venezuela a Aquiles Nazoa, mi padre, lo envió para allá. Allí vivimos un tiempo. Pérez Jiménez mandaba a los adecos y a los izquierdosos a Bolivia, tal como también lo hizo con Raúl Leoni.

 

 

I

 

El cuento

 

El cuento que les traigo hoy, por absurdo que parezca, es absolutamente cierto. Para ir a Bolivia había que sacar visa. Para arreglar esos menesteres, Laureano y yo nos dirigimos a la embajada que se encuentra en Caracas. Estando allí y mientras hacíamos los trámites, escuchamos: “¡Pssst… Pssst…!”, (sonido tradicional que se utiliza para llamar a alguien desde lejos).

 

 

Dada la insistencia, volteé y vi a un militar. Laureano y yo nos miramos entre sorprendidos y extrañados de que ese llamado fuera con nosotros. Laureano, vivo como es, me susurró:

 

 

—La vaina es contigo.

 

 

—¿Conmigo? –pregunté extrañado.

 

 

Y de gafo le hice señas al militar para asegurarme de que era a mí a quien llamaba. Con la cabeza, él asintió.

 

 

En realidad él llamaba al azar a uno de los dos y me sentí aludido.

 

 

Me acerco al oficial y él, muy amable como son los bolivianos, me dijo (leer con acento boliviano):

 

 

—Yo soy el coronel Fulano de Tal, ¿ustedes van a viajar a Bolivia?

 

 

—Sí –me adelanté a responder–, somos actores. Nos presentaremos en La Paz.

 

 

—¡Ah, qué bien! ¿Podrían ustedes hacerme un favor?

 

 

—¡Pero claro, coronel! Usted dirá –dije extrañado.

 

 

—Es que tengo que enviar unos papeles secretos al alto mando de la Aviación Militar Boliviana, y quería saber si ustedes podrían llevarlos.

 

 

Sin salir de mi asombro ante tan insólita petición, le respondí de lo más normal:

 

 

—Pero claro. No faltaba más.

 

 

No podía dejar de pensar que era una joda de un programa de cámara escondida en complicidad con Laureano. ¡Pero no! Era verdad.

 

 

—Entonces… ¿ustedes se van la otra semana? –dijo el coronel–Díganme una dirección y yo les hago llegar un sobre con unos papeles secretos.

 

 

—Ah… ajá… ¿pero…? ¿Qué hago con eso? ¿En dónde lo entrego? –respondí.

 

 

—No se preocupe, el Cuartel de Aviación Boliviano está en El Alto, muy cerca del aeropuerto de La Paz. Ustedes tienen que pasar obligatoriamente por ahí. Allí deben buscar al general Mengano, quien estará esperando esos papeles.

 

 

La verdad, por mi profesión de humorista y a esas alturas de mi vida, la cosa loca de llevar papeles secretos me hizo sentir como una especie de James Bond boliviano y la aventura comenzó a gustarme. Seguí conversando con el coronel y le dije:

 

 

—Mire, coronel, yo no tengo problema en llevar eso, lo que pasa es que según el boleto, con suerte, estaremos aterrizando en La Paz a eso de las 11:00 de la noche.

 

 

—¡No importa! –contestó el coronel entusiasmado– El general Mengano los estará esperando. Los papeles son muy importantes para el comando de la aviación boliviana.

 

 

Ni modo, pensé, ya me había comprometido a cumplir encargo tan extraño. Cuando le conté a Laureano lo ocurrido, el muy muérgano, en lugar de ser solidario ante compromiso de tal magnitud, comenzó a reírse.

 

 

—Claudio, tú si te metes en vainas raras.

 

 

—¿Me meto?, no. ¡Me metieron! –contesté.

 

 

Dos días después, en mi casa, suena el teléfono. Era el coronel en persona para decirme que estaba en la puerta con el sobre de los papeles secretos. El sobre sellado, tipo manila, era abultado. Afuera se podía leer: Embajada de Bolivia. Caracas. Confidencial.

 

 

—Muy agradecido, Sr. Nazoa. Cuídelos y por favor, no lo abra.

 

 

Con aquel documento secreto en mis manos, me sentí como un traidor a la patria. Corriendo, subí a mi casa. Raudo y veloz, lo primero que hice, despegando el sello con mucho cuidado, fue abrir el sobre y leerlo.

 

 

El documento en cuestión era un informe del coronel (muy bien escrito, por cierto), en donde hablaba sobre la situación político militar que en ese momento vivía Venezuela. Estábamos en la época de los militares de la plaza Altamira.

 

 

Lo siguiente que hice fue buscar a Laureano y enseñarle el informe.

 

 

Lo leyó detenidamente y comentó:

 

 

—¡Por cosas como estas es que en Latinoamérica estamos tan jodidos! ¿Tú crees que los gringos pondrían a dos cómicos a llevar al Pentágono un documento secreto?

 

 

 

II

 

 

El viaje

 

 

En Bolivia tengo una familia adoptiva que durante el exilio nos ayudó cuando más lo necesitábamos, la familia Ballón: Claudia, Camila y Mauricio; lo único que ellos me pidieron que les llevara era un refresco llamado Frescolita. Por supuesto, los complací. Compré veinte latas y las metí en la maleta. Allí coloqué también el sobre con los documentos secretos del coronel Fulano de Tal.

 

 

El avión aterrizó en Santa Cruz y después de varias horas prosiguió el viaje hasta La Paz. Como estaba previsto, llegamos a las 11:00 de la noche con un frío y una altura de 4.000 metros que te asfixia. Nos quedamos esperando que salieran las maletas. Varias personas se quejaban porque había equipaje que venía mojado con refresco. ¡Las Frescolitas estallaron!, me dije. Efectivamente, mi maleta salió chorreando. Para disimular, me hice el indignado y grité:

 

 

—¡Qué irresponsabilidad traer refrescos en una maleta!

 

 

De pronto, Laureano, alarmado, cayó en cuenta:

 

 

—¡Los papeles secretos!

 

 

A nuestros anfitriones les contamos la locura que teníamos como misión, no sin antes abrir la maleta y verificar que dos de las latas de refresco efectivamente habían estallado y aquello era un desastre. El informe secreto chorreaba Frescolita. Qué pena entregarlo así, pero ni modo.

 

 

III

 

 

La entrega

 

 

12:00 de la noche. Frente al Cuartel de la Aviación Boliviana en El Alto, La Paz, Laureano y los anfitriones, quienes aún no podían creerlo, estaban muertos de la risa.

 

 

Con el sobre chorreando refresco en la mano, a lo lejos, vi a un soldadito que hacía guardia.

 

 

—¡Alto! ¿Quién vive?

 

 

Yo, como un soberano bolsa, contesté a todo pulmón:

 

 

—¡Traigo unos papeles secretos desde Venezuela!

 

 

Me sentí ridículo haciendo aquello tan loco. Encendieron las luces y apuntándome, el soldado dijo que le explicara qué era eso de los papeles secretos. Mientras, a lo lejos, no dejaba de escuchar las carcajadas de Laureano.

 

 

Asustado, le pedí al soldado que buscara al general Mengano.

 

 

—¡Mi general está dormido! No lo puedo despertar –replicó.

 

 

Al final y luego de muchas explicaciones, por fin me dejaron pasar no sin antes comprobar mi identidad. El general llegó y le expliqué que un irresponsable transportaba refrescos en las maletas y por eso los papeles se habían mojado.

 

 

IV

 

 

Susto y recompensa

 

 

Años después, en otra ocasión, fui a la embajada americana en Venezuela y, mientras hacía una cola larguísima, escuché a un marine haciendo: “¡Pssst… Pssst…!”.

 

 

—¡No! Otra vez, no –me dije.

 

 

El marine se acercó y me preguntó:

 

 

—¿Es usted Claudio Nazoa?

 

 

—Sí –contesté aterrado.

 

 

—Venga por acá.

 

 

Y me pasaron a una taquilla en donde no había cola. Me pidieron mi pasaporte y sin preguntarme nada, ni mandar papeles secretos al Pentágono, me entregaron la visa.

 

 

Privilegio que tenemos cuando reconocen a un espía de la CIA.

 

 

 Claudio Nazoa

Twitter: @claudionazoa

Instagram: @claudionazoaoficial

La mejor comida de mi vida

Posted on: abril 1st, 2021 by Laura Espinoza No Comments

Siempre me preguntan cuál ha sido la mejor comida de mi vida, bueno, hoy les voy a responder y les voy a echar un cuento.

 

Tendría yo unos catorce años y vivíamos en Villa de Cura, estado Aragua. Fue un final de infancia y un comienzo de adolescencia muy particular. Habíamos ido a parar allá por razones económicas y vivíamos en la calle Páez N° 13, en una casa grandísima que Vinicio Jaén, amigo de mi padre, le prestó.

 

Para un niño que se hacía adolescente, la idea de irnos de Caracas a un pueblo en el interior del país no era muy buena opción que digamos, pero, ¡oh, sorpresa!, la estadía en Villa de Cura marcó, para bien, nuestra existencia. Allí, estudié parte de mi bachillerato en el Liceo Alberto Smith, en donde pasé años muy divertidos.

 

En la casa no teníamos ni televisor ni teléfono y creo que en esa época la palabra computadora todavía no existía. Pero, fíjense qué curioso, éramos inmensamente felices y nunca tuvimos tiempo de aburrirnos.

 

Mi papá trabajaba en Caracas y regresaba al pueblo los viernes. Él nos decía, con razón, que nosotros éramos millonarios, lo que no teníamos era dinero. Mi madre (excelente cocinera, aún lo es a pesar de los cien años que lleva a cuesta) estaba siempre con un presupuesto al borde de la quiebra, pero jamás dejó de consentirnos con riquísimos y creativos platos cuyos ingredientes nadie sabía de dónde salían.

 

Con papá, íbamos a pasear en la camioneta de su amigo Vinicio a los ríos cercanos y gozábamos un puyero. Lo cierto es que en casa nunca hubo bienes materiales tangibles, pero todos los días comíamos muy sabroso y nos divertíamos. Nadie se quedó sin estudiar y, sobre todo, éramos felices.

 

Un día, un grupo de muchachos del liceo (éramos cinco amigos inseparables) decidimos ir de excursión a un río que queda cerca de San Juan de los Morros. Viajamos en un autobús que iba de Villa de Cura a San Juan de los Morros y el pasaje costaba un bolívar. El sitio, bellísimo, era conocido con el nombre de Pozo Azul. Allí estuvimos como hasta las 3:00 de la tarde, por supuesto, con permiso de nuestros padres.

 

Cuando salimos a la carretera para esperar el transporte de regreso, nos quedamos maravillados. Frente a nosotros estaban los imponentes Morros de San Juan. Engañosamente los veíamos cerquita y vainas de muchachos, decidimos ir hacia ellos a pesar de la hora.

 

Nos adentramos por el monte y caminamos, caminamos y caminamos, pero nada que llegábamos a los Morros. Se hacía ya muy tarde, amenazaba con llover y nosotros, en ese monte alejados de todas partes, nos sentimos perdidos.

 

Con el último rayo de luz, comenzó un aguacero tipo tormenta. Empapados, nos guarecimos en la pata de un árbol. No quedaba más remedio que quedarnos allí, asustados toda la noche, pasando frío y hambre. Solo pensábamos en nuestros hogares y en nuestras familias que a esas alturas estarían preocupadísimas. Pasamos una noche miserable que se hizo eterna.

 

Con los primeros rayos del sol decidimos partir para regresar hacia la carretera. Teníamos mucha hambre. Como a la hora de estar caminando, nos llegó el inequívoco olor de café recién colado.

 

A lo lejos, vimos un ranchito de bahareque, de allí venía aquel exquisito olor a café y a leña. Sin pensarlo, nos dirigimos hasta allá y nos encontramos con una señora que vivía en aquel lugar. Le contamos lo que nos pasó y la buena mujer, como si fuera la mamá de todos, nos preguntó:

 

—¿Quieren desayunar?

 

—¡Siiiiii…! –respondimos desesperados.

 

—Pero, muchachos, lo único que tengo es esto.

 

Y nos enseñó unas hallaquitas que guindaban con un pabilo del techo. Arrancó varias de ellas, ralló un poquito de queso blanco y nos dio una taza de guarapo calientico a cada uno.

 

No tengo manera de describir el momento tan agradable que pasamos y lo delicioso que resultó ser el sabor de esa comida que, acompañada por el amor de aquel ángel salvador disfrazado de amable señora, parecía ser un sueño.

 

He tenido la suerte de comer en los mejores restaurantes de Venezuela y de otras partes del mundo, pero en ninguno he encontrado el sabor que esa señora le puso a sus hallaquitas con queso blanco y al café de guarapo.

 

Definitivamente, la mejor comida de mi vida.

 

 

 

 Claudio Nazoa

@claudionazoa