Cómo quitarme a ese abuelo de encima

Posted on: mayo 3rd, 2021 by Laura Espinoza No Comments

 

 

Pertenezco y dirijo a un grupo de artistas quienes son cocineros, músicos y cantantes. Tengo el honor de ser su jefe porque ellos me acompañan en mi show humorístico. El grupo se llama: “Los Espectaculinarios”, porque hacemos un espectáculo que se come. Allí cocinamos, cantamos, nos reímos y hacemos reír. Tenemos muchísimos años juntos y poseemos el récord por haber elaborado, en un sartén de tres metros de diámetro, el arroz más grande de Venezuela. Dicho arroz lo hemos preparado también en Acarigua, en el Parque del Este y hace como 12 años en la isla de Margarita, en donde llegaron a comer más de 1.500 personas.

 

 

Pero el cuento de hoy no es de arroz ni de música. No. Les voy a narrar algo insólito que nos ocurrió en una excursión que hicimos al Parque Nacional El Ávila cuando la afamada diva y voluptuosa cantante Violeta Alemán nos convenció de buscar un pozo de agua prístina que hay en lo alto de la montaña a la que se le atribuyen propiedades milagrosas, así que con esto de la COVID-19 decidimos ir al cerro subiendo por un camino que comienza en Terrazas del Ávila.

 

 

En lo personal, soy escéptico con eso de creer en curaciones milagrosas, rezos, meditaciones, imposiciones de manos o en aguas mágicas. Yo solo creo en la medicina de verdad, la aspirina y la penicilina. Pero, volviendo al cuento, después de una caminata intrincada y extenuante bajo una pepa e’ sol en donde cualquier tipo de insectos me picaron y fui rasguñado con cuanta mata rara inimaginable existe, me pregunté en silencio: “¿por qué subir a pie si existe el teleférico?”. Pero seguí caminando. Por fin llegamos al fulano pozo y terminó el calvario. El lugar era bonito y había una fresca cascadita de lo más lúcida.

 

 

Bayo Gabriel y Violeta, quienes tienen conocimiento profundo de brujería, nos pidieron que en silencio nos sumergiéramos en una especie de profunda meditación. Ellos, como si fueran gurúes de una extraña religión, comenzaron a dirigir las actividades sanatorias. Lo primero fue tomarnos de las manos y abrazar a los árboles para sentir la energía de la naturaleza mientras decíamos: “Te amo árbol… te amo árbol…”.

 

 

Me sentía ridículo haciéndolo, pero igual lo hice para que no me dijeran rompe grupo. Después tuvimos que despojarnos de nuestras ropas y quedarnos en traje de baño o en ropa interior. Rhode, Frederick el esqueleto, Rosa María, Milo y Andrés Barrios se quitaron toda vaina y quedaron chinos en pelota, como los del programa Supervivientes al desnudo. Nuestro director musical, el maestro Gregory Antonetti; Carlitos, Jaime y yo quedamos en ropa interior. Mariangely, mi asistente, se quitó el sostén y quedó con un hilo dental fabricado con tela de tigre. Bayo Gabriel traía puesto un bóxer escarchado y Violeta vestía una bata de lino transparente sin nada abajo.

 

 

Así, chinos y medio chinos en pelota, seguimos con el ritual.

 

 

—¡Oh, naturaleza! –Bayo Gabriel exclamó– ¡Venimos a limpiar nuestras impurezas! ¡Danos fortaleza!

 

 

Violeta, con los brazos extendidos hacia el cielo y con su potente voz lírica, dijo: “Repitan todos conmigo: naturaleza, recíbenos con amor. Salvemos a las ballenas, los pulpos y los delfines. ¡Lechuga sí, carne no!”.

 

 

Y nosotros, como unos bolsas, repetíamos todo.

 

 

—Ahora –continuó ella– uno a uno vamos a pedirle perdón al agua por entrar a sus linderos y sumergir nuestros pútridos cuerpos en su transparencia… espíritus de Carlos Fraga, Elba Escobar y Belén Marrero, ¡ilumínennos! Vamos a sentir que la purificación arropa nuestras almas… Respiren, exhalen… Lento, lento… Muy lento…

 

 

Rhode y Rosa María, con sus impúdicos pero esculturales cuerpos, fueron las primeras en entrar al agua. Lo hicieron en silencio y agarradas de las manos. En fila india, les siguieron Andrés Barrios y Milo, también en silencio y con los ojos cerrados.

 

 

Yo traté de sumergirme rápidamente en el agua porque los zancudos me estaban comiendo vivo, pero Violeta me paró en seco e imperativa, casi hipnótica, me dijo:

 

 

—¡Detente, impío!… Aún no… Deja que el agua sagrada purifique esos cuerpos incrédulos.

 

 

Carlitos, chorreado de frío y protestando, dijo:

 

 

—Pero, Violeta… ¡Yo quiero entrar!

 

 

Ella lo miró fijamente. Tajante, respondió:

 

 

—¡No! –sin apartar la vista de sus ojos, añadió– ¡Ni se te ocurra! Tú aún tienes vestimenta. ¡Tendrás que desnudarte!

 

 

No había terminado de decir eso cuando Carlitos Jorgez ya se estaba quitando su calzoncillito azul para meterse al agua. A él le daba pena su miniatura y para justificar comentó: “No… no entiendo. Él nunca está así. Fue el frío que lo puso chiquitiiicooo…”.

 

 

Cuando estábamos todos en el agua, Bayo Gabriel, con un tabaco encendido hacia adentro, nos hizo un despojo mientras nos golpeaba con unos ramos de cilantro fresco. Estábamos en eso cuando, transcurridas como dos horas, nos dimos cuenta de la presencia de un polvillo grisáceo que flotaba cerca de la cascada.

 

 

—¡Claudiooo…! –gritó Violeta– ¡Qué suerte! ¡Muchachos, este es el barrito curativo del que les hablé! Aprovechémoslo que no siempre se consigue.

 

 

Dicho eso nos zambullimos en el pozo con gran alegría. En un envase recogí todo lo que pude y froté de manera enérgica el polvo milagroso sobre mi cuerpo. Todos hicieron lo mismo con gran entusiasmo.

 

 

—¡No sean agalluuos…! –protestaba Andrés Barrios– ¡Compartan!

 

 

Fue así como nos embadurnamos y luego nos acostamos bajo el sol porque, según Violeta, cuando el polvillo se seca en la piel es cuando hace más efecto. Parecíamos estatuas de barro.

 

 

De pronto, aparecieron unas personas quienes, abatidas y sollozando, bajaban del cerro. Una señora con rostro compungido nos contó que acababan de cumplir con el último deseo de su abuelo: esparcir sus cenizas en un río del Ávila.

 

 

Miramos a Violeta y a Bayo Gabriel, primero con susto y luego con ganas de matarlos. Aterrados y dando alaridos, lo comprendimos todo. ¡Nos habíamos untado las cenizas del abuelo!

 

 

Todavía hoy, cada vez que nos bañamos, nos restregamos la piel con fuerza tratando de quitarnos a ese abuelo de encima.

 

 

 Claudio Nazoa

Twitter: @claudionazoa

Instagram:@claudionazoaoficial

Ilustración: Jeanette Ilustración: Jeanette Ortega Carvajal. Twitter: @jortegac15

 

 

Pan y alma en La Cueva de Iria

Posted on: abril 27th, 2021 by Laura Espinoza No Comments

 

 

 

Ilustración Jeanette Ortega Carvajal. Twitter @jortegac15

 

“…Acabada la cena tomó el pan, dando gracias lo bendijo, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo: tomad y comed todos de él, porque esto es mi cuerpo…”.

 

 

Hoy quiero compartir con ustedes una maravillosa experiencia culinaria que el sábado pasado tuve en un sitio de nombre misterioso: “La Cueva de Iria”. Esta no es una cueva, es una panadería que queda en Santa Eduvigis, en Caracas. La visité en compañía de mi amigo cocinero e ingeniero eléctrico, Félix el Gallego. Como verán, este artículo es cómo casero. Me siento con ustedes ¡oh, pacientes lectores!, como un pana que comparte un cuento acerca de panes. No sé si estos temas me gustan tanto porque mis tíos abuelos canarios eran panaderos en la panadería de Solís a principios del siglo XX, y yo llevo en el ADN el gen de la harina y en mi sangre la levadura.

 

 

Estimados lectores, en medio de tanta tragedia mundial y nacional a la que nos estamos acostumbrando, en donde solo se oyen cosas malas, es mi deber como comunicador hablarles sobre las cosas buenas de esta vida que continúa a pesar de las desgracias.

 

 

Siempre he estado ligado a la gastronomía y al mundo de los licores, y ya que mi amigo el Gallego y yo somos vecinos, hemos dedicado parte del tiempo de este encierro pandémico a pasar casi todo el día cocinándoles a nuestras familias y amigos, razón por la que decidimos que lo que más nos gusta es pulir nuestros humildes conocimientos de panadería.

 

 

El Gallego me presentó a un señor maestro panadero, llamado Álvaro Campolargo, dueño de la panadería de nombre misterioso, quien nos invitó a su local. Allí tiene un búnker que funciona como su laboratorio privado, el cual sirvió de escenario para darnos algo más que una clase de cómo preparar la masa del hojaldre. No había terminado de invitarnos a participar en aquel privilegio cuando ya estábamos en el sitio con delantal y todo.

 

 

La clase magistral comenzó a las 10:00 de la mañana y terminó a las 5:00 de la tarde. Los únicos alumnos éramos el Gallego y yo. El maestro Álvaro, con paciencia y pedagogía portuguesa y con la inspiración lírica del gran poeta portugués Fernando Pessoa, convirtió en poema un puñado de harina para preparar la masa de hojaldre, a objeto de que el Gallego y yo viéramos cómo era la cosa. Y les puedo jurar que la cosa era muy seria.

 

 

Preparar masa hojaldrada no es trabajo para pendejos. Tiene una técnica muy difícil, pero para los fanáticos a quienes nos gusta la panadería es lo máximo. Cuando terminó, allí mismo y como por arte de magia, construyó varias obras de arte de la masa del hojaldre rellenas con queso, jamón y hasta preparó una con guiso marino.

 

 

El Gallego y yo estábamos encantados de admirar la maestría de Don Álvaro, quien mientras iba amasando, iba explicando detalles asombrosos sobre el arte de la panadería. Cuando pensábamos que se había terminado el curso, el maestro dijo:

 

 

—Ahora, cada uno de ustedes preparará desde cero su masa y solitos armarán sus panes.

 

 

Yo, en mi inocencia, creía que sabía hacer panes porque me la paso en eso, pero sentí un gran terror de principiante al enfrentarme a la hechura de la masa del hojaldre. Igual le ocurrió al Gallego, a quien he visto pelar cables de alta tensión con los dientes y quien, al igual que yo, también tenía una cara de terror inenarrable. Aparte, es bueno resaltar que Álvaro es profesor y campeón de Kárate Okinawa 6° Dan y a uno como que le da miedo que el hombre se ponga bravo y suelte un manotazo o un zapatazo.

 

 

El sensei Campolargo, al terminar de elaborar sus panes, levantó la mano haciendo chistar los dedos y como de la nada, aparecieron varios ayudantes quienes en silencio se acercaron para introducir las obras maestras al horno. Terminada su faena, destapó una deliciosa botella de vino tinto y fue ese el empujón para que el Gallego y yo nos fajáramos con la masa hasta las 4:00 de la tarde, hora en la cual el maestro, elegante, ceremonial y con las manos atrás, inspeccionó nuestras masas. Yo saqué 20 puntos porque mi hojaldrado quedó perfecto y el Gallego eléctrico, a pesar de que lo caché copiándose de mí, en medio del terror que lo embargaba, logró a duras penas llegar a 16.

 

 

La hechura del pan siempre ha estado ligada a cosas hermosas, filosóficas y básicas del hombre: ganarse el pan, el pan de sus hijos, este es el cuerpo de Cristo, ese hombre es un pan, se vende como pan caliente… pan significa amor y es la suma de todos los alimentos del cuerpo y del alma; resume en tres letras lo más sencillo y a la vez lo más completo y grande en cuanto a alimento se refiere. Nadie o casi nadie se atreve a botar un trozo de pan, incluso los ateos lo consideran un pecado.

Muchas personas le tienen miedo a la masa y se creen incapaces de hacer un pan. Confieso que cuando se logra preparar uno y queda bueno, se siente gran satisfacción; es como si hubiéramos hecho un hijo. Nos sentimos orgullosos de él, se lo mostramos a nuestros amigos, lo tocamos y sobre todo, lo comemos con un respeto y un amor increíble. Cuando haga pan, siempre es bueno estar seguro de comprar una levadura fresca para que la masa crezca.

 

 

Recuerde, el pan está hecho con seres vivos; la levadura es un hongo maravilloso que vive y muere para usted. Póngale cariño, hágalo con amor, sonría mientras amasa y verá los resultados.

 

 

Lo interesante aquí es destacar que en medio de toda esta locura absurda que nos rodea, existen quienes protestan trabajando, quienes no se rinden y siguen adelante a pesar de las vicisitudes para hacer feliz a la gente.

 

 

Mientras hacíamos la masa hojaldrada, conversamos de las cosas más importantes de la vida y llegamos a la siguiente conclusión: todos deberíamos preparar un pan de hojaldre y besar a la persona que esté más cerca. Abrácela y dele gracias a Dios por estar vivo, pero sobre todo no se enrolle. Sea optimista que la vida es bella.

 

 

@claudionazoa

Instagram: @claudionazoaoficial

Carta a mi amigo El Nacional

Posted on: abril 20th, 2021 by Laura Espinoza No Comments

Me turban las noticias que a diario leo acerca de usted, quien es un venerable Sr. Periódico, próximo a cumplir 78 años, a quien han obligado a convertirse en una especie de fantasma solitario que deambula por las redes informáticas.

 

 

Usted, querido amigo, cuando yo era un niño, entraba a mi casa antes del amanecer por debajo de la puerta. Nunca olvidaré el ruido que a las 5:30 de la madrugada usted hacía al chocar y deslizar su cuerpo sobre el piso, en mi casa, en San Martín, en donde vivía con mis padres y mis hermanos.

 

 

—¡Llegó El Nacional! –gritaba mi mamá.

 

 

 

Ella se levantaba, se acomodaba el cabello, se ponía su bata y lo recogía a usted del suelo. Luego lo llevaba al cuarto para entregárselo a mi padre y mientras él lo leía, ella preparaba nuestro desayuno para luego llevarnos a la Escuela República del Ecuador. A veces, resignada, se le escuchaba pensar en voz alta:

 

—Hoy se me hizo tarde porque El Nacional llegó tarde.

 

 

Sr. Periódico, usted era todo un personaje en mi familia y además, convivía con nosotros. A veces papá tomaba una tijerota que tenía sobre su escritorio, recortaba cosas que a él le interesaban, las pegaba en hojas blancas y las guardaba. En mi casa materna todavía existen algunas carpetas con esos recortes.

 

 

Sr. El Nacional, usted también ayudaba a mi mamá con las labores de la limpieza.

 

 

—¡Niños, no me boten El Nacional porque voy a limpiar los vidrios!

 

 

Los sábados, usted llegaba a mi casa en compañía de una interesante revista que era muy peleada por la familia y los vecinos, y que, durante varios días, pasaba de mano en mano.

 

 

Mi hermano Mario y yo esperábamos los domingos con ansias porque usted nos traía comiquitas a color. ¡Eso nos encantaba! A veces guardábamos el suplemento y lo cambiábamos con otros muchachos del vecindario por cuatro metras.

 

 

Sr. El Nacional, usted se convirtió en un miembro más de la familia y cuando su chofer no lo traía en la madrugada, mi casa no era la misma.

 

 

—Pero… ¿qué raro que no ha llegado El Nacional? –decía inquieto mi padre mientras tomaba el café mañanero y luego, gritando, añadía- ¡Claudiooo… asómate a ver si el repartidor dejó el periódico afuera!

 

 

Sr. El Nacional, su presencia en mi hogar era importante y sus ausencias causaban molestias.

 

 

—¡Qué fastidio! Mañana es Primero de Mayo y no viene El Nacional.

 

 

Recuerdo una vez que usted no pudo o no quiso salir de su casa y su chofer, por debajo de la puerta, deslizó a un gordo desconocido al que llamaban El Universal.

 

 

—¿Pero qué locura es esta? –gritó mamá– ¡Este periódico es dificilísimo de leer! Yo no lo entiendo… ¡Aquiles!, dile al Sr. Carlos Freites que no traiga más El Universal.

 

 

 

Sr. El Nacional, el tiempo pasó y yo seguí con la costumbre de verlo a usted al alba entrando a mi casa. Me casé, tuve familia, me divorcié, me volví a casar y volví a tener familia ¡y usted allí!, contándome con detalle lo que ocurría en Venezuela y en el mundo.

 

 

Cuando usted cumplía años, además del gran bonche que se armaba, se veía gordote por las superediciones que parecían enciclopedias, llenas de trabajos temáticos buenísimos que eran redactados por los mejores periodistas y escritores venezolanos de la época y que, además, servían para ser leídos durante todo el año.

 

 

Un día, aproximadamente hace treinta años, me llamaron de su casa y me propusieron que formara parte de quienes a diario le dan vida a usted. ¡Imagínese qué inesperado honor! Ahora yo sería parte de su cuerpo, bueno, del cuerpo en donde están los columnistas, quiero decir.

 

 

Sr. El Nacional, humildemente, sin ninguna pretensión y gracias a usted, a lo largo de estos treinta años, he logrado definir mi estilo y mejorar mi escritura. Me siento un venezolano privilegiado y afortunado que tiene un huequito para decir lo que le gusta o no. Lo mejor es que, en todos estos años, jamás nadie me ha dicho qué escribir o cómo hacerlo.

 

 

He tenido el honor de trabajar con gente realmente fuera de serie que lo han hecho crecer a usted: periodistas, caricaturistas, columnistas, jefes de página, ejecutivos, publicistas, etc. y no puedo menos que sentirme orgulloso y privilegiado por haber tenido un jefe como Pedro León Zapata y compañeros de equipo como Mara Comerlati y Laureano Márquez, con quienes trabajé codo a codo.

 

 

Sr. Periódico, usted no imagina la sensación de vacío que sentí cuando se detuvieron las rotativas que le daban vida tangible. De pronto, usted se convirtió en una cosa que llaman digital y eso me entristeció. Me traumé al saber que no lo íbamos a ver más corriendo de madrugada por las carreteras de Venezuela, viajando en avión, en barco o tomando sol en los kioscos. Era como si usted, amigo, se hubiese convertido en un fantasma que informa desde una nebulosa.

 

 

Sr. El Nacional, sé que usted no hace esto por gusto. La brutalidad comunista que como una plaga le ha caído a Venezuela, lo ha ido cercando. La brutalidad comunista no gusta de la libertad de expresión ni de la felicidad de los seres humanos que viven en democracia. Es que pareciera que estos bichos malos, todos los días se levantan con una grúa gigante de la que cuelga una enorme bola de demolición, buscando que queda en pie en Venezuela y qué hace feliz a los venezolanos para destruirlo.

 

 

Su casa, ahora en peligro, Sr. El Nacional, en Los Cortijos de Lourdes, en Caracas, siempre la recuerdo tan bonita. Llena de gente joven feliz, de experimentados periodistas que entregaban lo mejor de su experiencia, de nóveles escritores, de editores y hacedores de libros que bailaban al son de las rotativas. Era impresionante ver a tanta gente sentada en las salas de redacción frente a sus computadoras haciendo lo imposible para que usted saliera todos los días bien bonito de su casa. ¿Cómo olvidar eso, Sr.  Periódico?

 

 

Poco a poco, su hermosa casa se fue quedando sola y sumergida en un aterrador silencio. Allí, ya no hay bautizos de libros ni interesantes conferencias. Ya no hay reuniones ni conciertos en el teatrico. Solo silencio. Computadoras apagadas y de vez en cuando, algún solitario trabajador de limpieza haciendo ruido con su balde lleno de detergente y su trapeador.

 

 

Es difícil escribir esto hoy, Sr. El Nacional. Muy difícil para un humorista, escritor y cocinero, fanático del optimismo, quien vive para tratar de hacer feliz a la gente.

 

 

Sé del enorme esfuerzo que a diario hacen los periodistas que aún quedan para que usted siga viajando por el mundo que ahora ya no es impreso sino digital. Para ellos, mis respetos.

 

 

En fin, la brutalidad, la ignorancia, la maldad, la venganza, el resentimiento y lo feo, quieren desaparecerlo. Pero tranquilo, Sr. El Nacional, esto no va a ser para siempre. Recuerde que la bondad se siente muy corta y la maldad muy larga.

 

 

Ya para despedirme, creo que quienes se deben preocupar son los bichos malos, porque ellos, Sr. El Nacional, saben que usted es todo un Sr. Periódico y un viejo muy arrecho.

 

 

La pelea la van a tener difícil.

 

 

 

Claudio Nazoa

Twitter: @claudionazoa

Instagram: claudionazoaoficial

 

Fui un espía boliviano

Posted on: abril 7th, 2021 by Laura Espinoza No Comments

 

Preámbulo

 

 

Años atrás, Laureano Márquez y yo fuimos invitados a La Paz, Bolivia, para realizar unas presentaciones. Ese país es muy importante para mi familia y para mí, pues cuando Marcos Pérez Jiménez expulsó de Venezuela a Aquiles Nazoa, mi padre, lo envió para allá. Allí vivimos un tiempo. Pérez Jiménez mandaba a los adecos y a los izquierdosos a Bolivia, tal como también lo hizo con Raúl Leoni.

 

 

I

 

El cuento

 

El cuento que les traigo hoy, por absurdo que parezca, es absolutamente cierto. Para ir a Bolivia había que sacar visa. Para arreglar esos menesteres, Laureano y yo nos dirigimos a la embajada que se encuentra en Caracas. Estando allí y mientras hacíamos los trámites, escuchamos: “¡Pssst… Pssst…!”, (sonido tradicional que se utiliza para llamar a alguien desde lejos).

 

 

Dada la insistencia, volteé y vi a un militar. Laureano y yo nos miramos entre sorprendidos y extrañados de que ese llamado fuera con nosotros. Laureano, vivo como es, me susurró:

 

 

—La vaina es contigo.

 

 

—¿Conmigo? –pregunté extrañado.

 

 

Y de gafo le hice señas al militar para asegurarme de que era a mí a quien llamaba. Con la cabeza, él asintió.

 

 

En realidad él llamaba al azar a uno de los dos y me sentí aludido.

 

 

Me acerco al oficial y él, muy amable como son los bolivianos, me dijo (leer con acento boliviano):

 

 

—Yo soy el coronel Fulano de Tal, ¿ustedes van a viajar a Bolivia?

 

 

—Sí –me adelanté a responder–, somos actores. Nos presentaremos en La Paz.

 

 

—¡Ah, qué bien! ¿Podrían ustedes hacerme un favor?

 

 

—¡Pero claro, coronel! Usted dirá –dije extrañado.

 

 

—Es que tengo que enviar unos papeles secretos al alto mando de la Aviación Militar Boliviana, y quería saber si ustedes podrían llevarlos.

 

 

Sin salir de mi asombro ante tan insólita petición, le respondí de lo más normal:

 

 

—Pero claro. No faltaba más.

 

 

No podía dejar de pensar que era una joda de un programa de cámara escondida en complicidad con Laureano. ¡Pero no! Era verdad.

 

 

—Entonces… ¿ustedes se van la otra semana? –dijo el coronel–Díganme una dirección y yo les hago llegar un sobre con unos papeles secretos.

 

 

—Ah… ajá… ¿pero…? ¿Qué hago con eso? ¿En dónde lo entrego? –respondí.

 

 

—No se preocupe, el Cuartel de Aviación Boliviano está en El Alto, muy cerca del aeropuerto de La Paz. Ustedes tienen que pasar obligatoriamente por ahí. Allí deben buscar al general Mengano, quien estará esperando esos papeles.

 

 

La verdad, por mi profesión de humorista y a esas alturas de mi vida, la cosa loca de llevar papeles secretos me hizo sentir como una especie de James Bond boliviano y la aventura comenzó a gustarme. Seguí conversando con el coronel y le dije:

 

 

—Mire, coronel, yo no tengo problema en llevar eso, lo que pasa es que según el boleto, con suerte, estaremos aterrizando en La Paz a eso de las 11:00 de la noche.

 

 

—¡No importa! –contestó el coronel entusiasmado– El general Mengano los estará esperando. Los papeles son muy importantes para el comando de la aviación boliviana.

 

 

Ni modo, pensé, ya me había comprometido a cumplir encargo tan extraño. Cuando le conté a Laureano lo ocurrido, el muy muérgano, en lugar de ser solidario ante compromiso de tal magnitud, comenzó a reírse.

 

 

—Claudio, tú si te metes en vainas raras.

 

 

—¿Me meto?, no. ¡Me metieron! –contesté.

 

 

Dos días después, en mi casa, suena el teléfono. Era el coronel en persona para decirme que estaba en la puerta con el sobre de los papeles secretos. El sobre sellado, tipo manila, era abultado. Afuera se podía leer: Embajada de Bolivia. Caracas. Confidencial.

 

 

—Muy agradecido, Sr. Nazoa. Cuídelos y por favor, no lo abra.

 

 

Con aquel documento secreto en mis manos, me sentí como un traidor a la patria. Corriendo, subí a mi casa. Raudo y veloz, lo primero que hice, despegando el sello con mucho cuidado, fue abrir el sobre y leerlo.

 

 

El documento en cuestión era un informe del coronel (muy bien escrito, por cierto), en donde hablaba sobre la situación político militar que en ese momento vivía Venezuela. Estábamos en la época de los militares de la plaza Altamira.

 

 

Lo siguiente que hice fue buscar a Laureano y enseñarle el informe.

 

 

Lo leyó detenidamente y comentó:

 

 

—¡Por cosas como estas es que en Latinoamérica estamos tan jodidos! ¿Tú crees que los gringos pondrían a dos cómicos a llevar al Pentágono un documento secreto?

 

 

 

II

 

 

El viaje

 

 

En Bolivia tengo una familia adoptiva que durante el exilio nos ayudó cuando más lo necesitábamos, la familia Ballón: Claudia, Camila y Mauricio; lo único que ellos me pidieron que les llevara era un refresco llamado Frescolita. Por supuesto, los complací. Compré veinte latas y las metí en la maleta. Allí coloqué también el sobre con los documentos secretos del coronel Fulano de Tal.

 

 

El avión aterrizó en Santa Cruz y después de varias horas prosiguió el viaje hasta La Paz. Como estaba previsto, llegamos a las 11:00 de la noche con un frío y una altura de 4.000 metros que te asfixia. Nos quedamos esperando que salieran las maletas. Varias personas se quejaban porque había equipaje que venía mojado con refresco. ¡Las Frescolitas estallaron!, me dije. Efectivamente, mi maleta salió chorreando. Para disimular, me hice el indignado y grité:

 

 

—¡Qué irresponsabilidad traer refrescos en una maleta!

 

 

De pronto, Laureano, alarmado, cayó en cuenta:

 

 

—¡Los papeles secretos!

 

 

A nuestros anfitriones les contamos la locura que teníamos como misión, no sin antes abrir la maleta y verificar que dos de las latas de refresco efectivamente habían estallado y aquello era un desastre. El informe secreto chorreaba Frescolita. Qué pena entregarlo así, pero ni modo.

 

 

III

 

 

La entrega

 

 

12:00 de la noche. Frente al Cuartel de la Aviación Boliviana en El Alto, La Paz, Laureano y los anfitriones, quienes aún no podían creerlo, estaban muertos de la risa.

 

 

Con el sobre chorreando refresco en la mano, a lo lejos, vi a un soldadito que hacía guardia.

 

 

—¡Alto! ¿Quién vive?

 

 

Yo, como un soberano bolsa, contesté a todo pulmón:

 

 

—¡Traigo unos papeles secretos desde Venezuela!

 

 

Me sentí ridículo haciendo aquello tan loco. Encendieron las luces y apuntándome, el soldado dijo que le explicara qué era eso de los papeles secretos. Mientras, a lo lejos, no dejaba de escuchar las carcajadas de Laureano.

 

 

Asustado, le pedí al soldado que buscara al general Mengano.

 

 

—¡Mi general está dormido! No lo puedo despertar –replicó.

 

 

Al final y luego de muchas explicaciones, por fin me dejaron pasar no sin antes comprobar mi identidad. El general llegó y le expliqué que un irresponsable transportaba refrescos en las maletas y por eso los papeles se habían mojado.

 

 

IV

 

 

Susto y recompensa

 

 

Años después, en otra ocasión, fui a la embajada americana en Venezuela y, mientras hacía una cola larguísima, escuché a un marine haciendo: “¡Pssst… Pssst…!”.

 

 

—¡No! Otra vez, no –me dije.

 

 

El marine se acercó y me preguntó:

 

 

—¿Es usted Claudio Nazoa?

 

 

—Sí –contesté aterrado.

 

 

—Venga por acá.

 

 

Y me pasaron a una taquilla en donde no había cola. Me pidieron mi pasaporte y sin preguntarme nada, ni mandar papeles secretos al Pentágono, me entregaron la visa.

 

 

Privilegio que tenemos cuando reconocen a un espía de la CIA.

 

 

 Claudio Nazoa

Twitter: @claudionazoa

Instagram: @claudionazoaoficial

La mejor comida de mi vida

Posted on: abril 1st, 2021 by Laura Espinoza No Comments

Siempre me preguntan cuál ha sido la mejor comida de mi vida, bueno, hoy les voy a responder y les voy a echar un cuento.

 

Tendría yo unos catorce años y vivíamos en Villa de Cura, estado Aragua. Fue un final de infancia y un comienzo de adolescencia muy particular. Habíamos ido a parar allá por razones económicas y vivíamos en la calle Páez N° 13, en una casa grandísima que Vinicio Jaén, amigo de mi padre, le prestó.

 

Para un niño que se hacía adolescente, la idea de irnos de Caracas a un pueblo en el interior del país no era muy buena opción que digamos, pero, ¡oh, sorpresa!, la estadía en Villa de Cura marcó, para bien, nuestra existencia. Allí, estudié parte de mi bachillerato en el Liceo Alberto Smith, en donde pasé años muy divertidos.

 

En la casa no teníamos ni televisor ni teléfono y creo que en esa época la palabra computadora todavía no existía. Pero, fíjense qué curioso, éramos inmensamente felices y nunca tuvimos tiempo de aburrirnos.

 

Mi papá trabajaba en Caracas y regresaba al pueblo los viernes. Él nos decía, con razón, que nosotros éramos millonarios, lo que no teníamos era dinero. Mi madre (excelente cocinera, aún lo es a pesar de los cien años que lleva a cuesta) estaba siempre con un presupuesto al borde de la quiebra, pero jamás dejó de consentirnos con riquísimos y creativos platos cuyos ingredientes nadie sabía de dónde salían.

 

Con papá, íbamos a pasear en la camioneta de su amigo Vinicio a los ríos cercanos y gozábamos un puyero. Lo cierto es que en casa nunca hubo bienes materiales tangibles, pero todos los días comíamos muy sabroso y nos divertíamos. Nadie se quedó sin estudiar y, sobre todo, éramos felices.

 

Un día, un grupo de muchachos del liceo (éramos cinco amigos inseparables) decidimos ir de excursión a un río que queda cerca de San Juan de los Morros. Viajamos en un autobús que iba de Villa de Cura a San Juan de los Morros y el pasaje costaba un bolívar. El sitio, bellísimo, era conocido con el nombre de Pozo Azul. Allí estuvimos como hasta las 3:00 de la tarde, por supuesto, con permiso de nuestros padres.

 

Cuando salimos a la carretera para esperar el transporte de regreso, nos quedamos maravillados. Frente a nosotros estaban los imponentes Morros de San Juan. Engañosamente los veíamos cerquita y vainas de muchachos, decidimos ir hacia ellos a pesar de la hora.

 

Nos adentramos por el monte y caminamos, caminamos y caminamos, pero nada que llegábamos a los Morros. Se hacía ya muy tarde, amenazaba con llover y nosotros, en ese monte alejados de todas partes, nos sentimos perdidos.

 

Con el último rayo de luz, comenzó un aguacero tipo tormenta. Empapados, nos guarecimos en la pata de un árbol. No quedaba más remedio que quedarnos allí, asustados toda la noche, pasando frío y hambre. Solo pensábamos en nuestros hogares y en nuestras familias que a esas alturas estarían preocupadísimas. Pasamos una noche miserable que se hizo eterna.

 

Con los primeros rayos del sol decidimos partir para regresar hacia la carretera. Teníamos mucha hambre. Como a la hora de estar caminando, nos llegó el inequívoco olor de café recién colado.

 

A lo lejos, vimos un ranchito de bahareque, de allí venía aquel exquisito olor a café y a leña. Sin pensarlo, nos dirigimos hasta allá y nos encontramos con una señora que vivía en aquel lugar. Le contamos lo que nos pasó y la buena mujer, como si fuera la mamá de todos, nos preguntó:

 

—¿Quieren desayunar?

 

—¡Siiiiii…! –respondimos desesperados.

 

—Pero, muchachos, lo único que tengo es esto.

 

Y nos enseñó unas hallaquitas que guindaban con un pabilo del techo. Arrancó varias de ellas, ralló un poquito de queso blanco y nos dio una taza de guarapo calientico a cada uno.

 

No tengo manera de describir el momento tan agradable que pasamos y lo delicioso que resultó ser el sabor de esa comida que, acompañada por el amor de aquel ángel salvador disfrazado de amable señora, parecía ser un sueño.

 

He tenido la suerte de comer en los mejores restaurantes de Venezuela y de otras partes del mundo, pero en ninguno he encontrado el sabor que esa señora le puso a sus hallaquitas con queso blanco y al café de guarapo.

 

Definitivamente, la mejor comida de mi vida.

 

 

 

 Claudio Nazoa

@claudionazoa

Rómulo me pellizcó un cachete y Chávez me dio la mano

Posted on: marzo 27th, 2021 by Laura Espinoza No Comments

Hoy quiero contarles dos historias que aparentemente no tienen conexión, pero el transcurrir del tiempo, me ha obligado a reflexionar sobre ellas, demostrando que realmente ese nexo extraño, sí existe. Veamos.

 

 

Rómulo me pellizcó un cachete

 

Durante la dictadura del general Marcos Pérez Jiménez, mi padre, el poeta Aquiles Nazoa, fue apresado y esposado por los esbirros del régimen y llevado a no sabemos dónde.

 

 

Transcurridos tres o cuatro días, llamaron a mi madre (quien por cierto, en este 2021, acaba de cumplir 100 años) y le informaron que a mi padre lo iban a expulsar del país pero no quisieron decirle a qué sitio lo enviarían.

 

 

En Maiquetía, despedimos a papá. Allí nos enteramos de que lo exiliarían en Bolivia, país adonde Pérez Jiménez enviaba a los adecos y a los izquierdistas.

 

 

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Mamá, la familia y los amigos vendieron lo que pudieron para juntar dinero y poder dárselo a él. Luego, juntamos otra cantidad, para pagar el viaje que nos permitiría reunirnos. Fíjense, qué cosas, aquella era una época (gracias a Dios que eso ahora no ocurre) en la que intelectuales y políticos enemigos de la dictadura podían ser perseguidos, hechos presos y exiliados, por escribir y pensar diferente al régimen.

 

 

A los pocos meses, nos reunimos con mi papá en Bolivia. Allí vivimos durante tres años. Aprendí a leer y a escribir y cuando cayó la dictadura, regresamos a Venezuela. A mis hermanos y a mí nos inscribieron en la escuela República del Ecuador, en San Martín.

 

 

Un día, en la escuela, los maestros dijeron que elegirían a un grupo de niños para hacer acto de presencia en la inauguración del Túnel de La Planicie. Yo estaba entre esos niños.

 

 

Emocionados y vestidos con batas blancas (uniforme escolar en la Venezuela de aquella época), nos paramos junto a niños de otras escuelas a la entrada del túnel. De pronto, se escuchó un alboroto. El presidente de la República, Don Rómulo Betancourt, había llegado.

 

 

Recuerdo que llevaba un sombrero blanco y que saludó con una gran sonrisa a todos los presentes. Nerviosos y sin que nadie nos obligara, todos los niños aplaudimos emocionados. El presidente, junto a su comitiva, se acercó a la entrada del túnel, lugar en el que debía cortar una cinta tricolor para dar el proyecto como inaugurado.

 

 

No me pregunten por qué, pero aunque no lo crean, se acercó a mí.

 

 

—¿Cómo te llamas? –preguntó.

 

 

—¡Claudio! –respondí sin ocultar mi emoción.

 

 

Rómulo sonrió, me batió el cabello con su mano y luego me pellizcó un cachete. ¡Sí! ¡Rómulo Betancourt me pellizcó un cachete!

 

 

Eso fue importantísimo en mi vida y cuando en la actualidad me piden un curriculum, lo pongo por escrito como un gran logro. Después de todo, no son muchos quienes pueden decir que un grande de la historia democrática de Venezuela, como lo fue el gigante Don Rómulo Betancourt, les ha pellizcado el cachete. ¡Qué honor!

 

 

Chávez me dio la mano

 

Tengo un amigo chavista (fíjense la vaina) llamado Omar Cruz. Él es un excelente dibujante y caricaturista. Años atrás, trabajaba en el periódico humorístico El Camaleón, en el que yo también colaboraba para mi maestro, el poeta Sapo Graterolacho. Fue allí donde lo conocí.

 

 

Omar, como muchos otros, fue y aún es admirador de Chávez, pero como personas civilizadas y democráticas que somos, siempre supimos respetar las diferencias y honrar nuestra amistad. Esa extraña admiración de Omar por Chávez jamás nos hizo enemistar.

 

 

El caso es que un día, Omar iba a bautizar un libro de caricaturas que había publicado y los invitados especiales éramos Chávez y yo. Hugo acababa de salir de la cárcel y era todo un personaje mediático. Lo cierto es que, para el bautizo del libro, se escogió la maravillosa e inolvidable librería del Ateneo de Caracas (¿se acuerdan? Qué ironía, esa librería junto con el Ateneo fueron arrasados durante el mandato de Chávez).

 

 

Hugo se presentó vestido con un liqui liqui azul. Omar lo recibió en la puerta y yo, tal como hice cuando estuve en la inauguración del Túnel de La Planicie, esperé mi turno para ser presentado. Ojo, por si acaso, aclaro que Hugo Chávez, desde el primer día que apareció, no me gustó, pero bueno, volviendo al cuento, Omar le dijo:

 

 

—Comandante, le presento a Claudio Nazoa, nuestro anfitrión.

 

 

Chávez, al igual que hizo Rómulo cuando yo era un niño, me sorprendió poniéndome una mano en la cabeza batuqueándome el poco cabello que tenía. Me trató como si él y yo hubiésemos sido amigos desde hace años. Mientras, con la otra mano, me daba un fuerte apretón.

 

 

—¡Hermano!, ¡yo sí que gozo una bola con las vainas tuyas! –dijo con entusiasmo.

 

 

—¡Mira qué casualidad! ¡Yo también con las tuyas! –le respondí.

 

 

Y aquí estoy, años después, echándome alcohol en la mano para espantar al virus… al coronavirus, quiero decir.

@claudionazoa

Mi envidiable etapa terminal

Posted on: marzo 19th, 2021 by Laura Espinoza No Comments

 

Cuando uno es un anciano en etapa terminal, sobre todo nosotros los hombres, agarramos manías casi todas muy fastidiosas. Por ejemplo, nos levantamos muy temprano, generalmente para nada a excepción de hacer mucho ruido en la cocina intentando preparar un café y despertando con el escándalo a la gente normal que se levanta en un horario decente. Incluso, existen viejos quienes como yo encendemos  la radio en busca de noticias porque a eso estábamos acostumbrados. Teníamos un país en donde los periódicos y las revistas salían impresos (¿se acuerdan?). ¡Qué tiempos aquellos! Los viejecillos nos levantábamos e íbamos al kiosco de la esquina y regresábamos con un pocotón de periódicos, revistas de crucigramas y la Gaceta Hípica para estudiar las carreras de caballos.

 

Ahora, en esta tristeza en la que se ha convertido el país, por culpa de los comunistas fastidiosos y destructores que nos gobiernan y quienes han acabado con toda vaina, a los abuelos nos toca quedarnos en casa jodiéndoles la vida a todos desde el amanecer.

 

Tengo un amigo viejito, contemporáneo conmigo, llamado Newman Viloria, quien el otro día me dijo:

 

—Claudio, ¿por qué será que a esta edad cuando uno se para o se sienta, aunque no te duela nada, tienes que decir: Ahhkkk…?

 

Me quedé pensando la profunda reflexión de mi anciano amigo y creo que eso también ocurre por el maravilloso placer de emitir ruidos inútiles que preocupan a quienes los escuchan.

 

Otra vaina, a esta longeva edad, es hacerse el sordo para hacer enojar a quienes te hablan. Además, si tienes la mala suerte de no ser viudo y seguir casado con la misma, nunca te regañarán porque creen que diciéndote algo están perdiendo el tiempo porque no vas a escuchar. Eso de hacerse el sordo tiene una ventaja adicional y es que como la gente cree que tú no escuchas, hablan confiados delante de ti y te enteras de chismes increíbles.

 

Tengo 81 años y mi esposa 80. ¡Ella sí que escucha perfectamente y habla hasta por los codos! Jura que estoy casi sordo, lo cual me permite conocer todos los vaivenes que ocurren dentro y fuera de la familia.

 

Sin embargo, lo que más me gusta es que todos piensan que mi vida sexual murió hace años y eso me da otra ventaja, pues mi esposa no tiene reparo en dejarme salir con “mis amigas”. Ella siempre dice:

 

—¡Ay, pobrecito! Después de todo a él ya le queda poco y aquel se le murió hace aaañossss…

 

¡Claro que murió! Pero solo en mi casa. Al igual que Juan Carlos I, rey emérito de España, tengo una amiga con derecho. Mi amiga tiene 50 años menos que yo, la diferencia con Juan Carlos es que yo estoy mamando y loco.

 

Mi amiga, de su difunto marido quien por cierto era muy buen amigo mío, heredó una fortuna respetable que a veces comparte conmigo comiendo y libando licor en los mejores restaurantes de la ciudad.

 

Casi siempre nos vemos al mediodía. Almorzamos y nos vamos para un hotel a pasar el resto de la tarde. Algunas horas después, ella me deja livianito a una cuadra de la casa y mi mujer, mis hijos y mis nietos, me reciben con aquel cariño.

 

—¡Mi amor, llegaste temprano! ¿Cómo te fue?… ¿Qué hiciste?…

 

Los miro con indiferencia y les digo:

 

—¿Que qué?… ¡Hablen más duro que no oigo nada!

 

A coro, todos me gritan:

 

—¿Que cómo pasaste la tarde?

 

—Ahhh… Ok. Ya oí. ¡Pero no me griten!… La pasé muy bien haciendo el amor.

 

Todos se ríen.

 

—Ja, ja, ja… pobrecito –dice mi esposa en voz baja creyendo que yo no escucho.

 

—¡De ilusiones también se vive! –grita con sorna, otro por allá.

 

Mi esposa, con lástima, haciéndoles señas a los demás de que yo estoy loco, replica:

 

—Mi amor, ¿quieres un cafecito?

 

—¿Que qué…? ¿Un pedacito de qué…?

 

—Nada, anda acuéstate que te ves cansado.

 

—Total, mis queridos lectores, que a esta respetable edad en la que me encuentro, considero que ahora es que faltan años para seguir disfrutando de mis manías de viejo en etapa terminal.

 

 

@claudionazoa

El Niño Jesús se llama Jaime Tornillo

Posted on: marzo 1st, 2021 by Laura Espinoza No Comments

 

 

Entramos en marzo y yo sigo pegado en el mes de la amistad. Este artículo lo escribí hace algunos años atrás, pero me parece pertinente revivirlo porque ahora se inicia el mes de mi cumpleaños.

 

 

La historia que leerán es auténtica. Los personajes, entre ellos yo, seguimos vivitos y coleando, además cultivamos nuestra amistad con mucho abono escocés hasta que, por alguna razón, uno de los dos muera (espero que a él le toque primero).

 

 

A las personas que leerán este artículo, les aconsejo que se dediquen a querer a sus buenos amigos. A mi longeva edad estoy autorizado para dar consejos y comenzaré con un pensamiento de Aquiles Nazoa, mi padre, quien decía: “Creo en la amistad como el invento más bello del hombre”. Yo, al igual que él, pienso que es verdad.

 

 

Como dirían los españoles, hay personas “mala leche” quienes se ufanan de tener pocos amigos; eso sería bueno si uno sale poco, está muy ocupado o vive en un país lejano. Diferente y chocante es creer que ninguna persona merece nuestra amistad.

 

 

También es sano conocer personas que nos caigan mal, entre otras cosas, porque así valoramos más a quienes queremos. El odio, al igual que el amor, une.

 

 

Afortunadamente, tengo muchos amigos que como el amor aparecieron solos. La amistad verdadera está en lugares insólitos. Mi teoría es que en todas partes tenemos al mejor amigo que aún no  hemos conocido.

 

 

Hace como 10 años desayunaba en un sitio espantoso en la ciudad de La Victoria, estado Aragua. ¡Qué desayuno tan horripilante!, aquella bazofia me puso de mal humor. En la mesa contigua, un señor calvito, bastante feíto por cierto, no dejaba de mirarme. Yo me hacía el loco y pensaba: “¡Ahora sí se puso buena la cosa!, el mazacote de desayuno y este hombrecito enamorado”.

 

 

Después de pedir la cuenta de aquel aborto de comida, el mesonero dijo que el señor de la miradera, quien ahora sonreía y me saludaba con la mano, había pagado la cuenta.

 

 

—¿Tú eres Claudio Nazoa?

 

Qué vaina –pensé– me cayó frutero…

 

Puse la voz de hombre más arrecha que tenía:

 

—¡Sí!, ¿por qué?

 

—¿No me reconoces?

 

—¡Coño, no!

 

—Tú me cargaste cuando yo era chiquito! ¡Yo era el niño Jesús!, ¿te acuerdas?

 

 

¡Ahora sí la puse! –pensé– además de raro, loco.

 

 

De pronto, aquel extraño, me recordó una historia de hace mil quinientos años cuando yo estudiaba 3er grado en la Escuela República del Ecuador en San Martín. Resulta que un día, en la clase de religión a la que casi nunca asistía porque yo dizque era comunista, la monja dijo que escenificarían un nacimiento viviente y escogió a la niña más bonita del salón como Virgen María, luego preguntó: “¿quién quiere ser San José?”. Yo, ni corto ni perezoso, levanté la mano.

 

 

Necesitábamos a un niño chiquitico y flaquito para que fuera el Niño Jesús ya que tenía que cargarlo, así que fuimos a 1er grado y escogimos al muchachito más esperrujío y flaquito que había: Jaime Pérez, el señor que ahora me miraba.

 

 

Ese día recuperé a uno de mis mejores amigos. Jaime trabaja en el mundo de las tuercas y los tornillos y hoy quiero homenajearlo con estas líneas.

 

 

Bien valió la pena aquel horroroso desayuno en La Victoria.

 

 

 Claudio Nazoa

@claudionazoa

Éxitos 99.9 FM me volvió fanático y entrépito

Posted on: febrero 26th, 2021 by Laura Espinoza No Comments

 

 

Un entrépito se caracteriza por meterse en asuntos que no le incumben. Es una extraña necesidad de, vuelvo y repito, meterse en donde no lo han invitado, impulsado por una curiosidad inútil de cosas que no le atañen. Quienes practican este género, salen con las tablas en la cabeza justamente por eso, ¡por entrépitos!

 

 

El fanático, normalmente, es una extraña especie de religioso fastidioso quien endiosa a alguien o a algo. Existen locos y fanáticos obsesivos que admiran sectas, religiones, artistas, deportistas, políticos y líderes. Es difícil mantener una comunicación coherente con los fanáticos porque su forma de ver la vida está totalmente subyugada a sus creencias acérrimas.

 

 

Bueno, les informo que tengo esos dos grandes defectos: soy entrépito y me fanatizo por aquello que me gusta y en lo cual creo.

 

 

Al grano con el tema de hoy.

 

 

Cuando ando en el carro o estoy en mi casa escribiendo, cocinando o haciendo los oficios propios de mi sexo, siempre sintonizo en la radio la emisora Éxitos 99.9 FM. Nunca cambio el dial. Es una costumbre escucharla desde tempranas horas de la mañana y lo hago hasta el anochecer, antes, durante y después de hacer el amor.

 

 

Román Lozinski

 

Hasta hace dos años mi día amanecía con la voz de César Miguel Rondón, ahora el despertador es el amigo Román Lozinski. De allí en adelante, sigo pegado a la emisora porque, según mi criterio, está llena de anclas, como llaman en el argot de la radio a los locutores estrellas.

 

 

La 99.9 FM ha logrado tener en su planta de locutores a un grupo de innegables profesionales quienes, y esto no lo dudo, son la envidia de cualquier emisora de radio en Venezuela. Son profesionales de alto calibre que se la juegan por la radio. Se les nota apasionados por su trabajo. No están “matando un tigre” para sobrevivir. La gente no lo sabe, pero para trabajar en la radio hay que tener una disciplina increíble. Es un compromiso ineludible. En el horario que te toca se abandona todo y el programa se prepara en los horarios que no te tocan. Es difícil, pero no hay de otra.

 

 

Solo la constancia, la responsabilidad, el compromiso con el oyente, el respeto y la dedicación abnegada y apasionada de un equipo, garantizan a largo plazo el éxito en la radio. Se caen de un coco aquellos locutores que entran pensando que se la saben todas y que se harán famosos y millonarios muy rápido.

 

 

Confieso que soy un fanático calladito. Sin embargo, ¡ya no aguanto más! Hoy estoy saliendo del closet de las ondas hertzianas. Soy una especie de Nikola Tesla y Guglielmo Marconi venezolano.

 

 

Mi debilidad por la 99.9 FM es porque tiene una programación adictiva para sus fanáticos. ¿Cómo no dejarnos deslumbrar por un Román Lozinski analítico que desde que sale el sol realiza certeras y valientes entrevistas? Ni hablar de la juventud eterna de Gustavo Pierral, del talento de la hermosa Gladys Rodríguez, de lo acucioso que es mi admirado Pedro Penzini, de los interesantes comentarios musicales de Polo Troconis y de la indiscutible inteligencia de Carolina Jaimes Branger.

 

 

Los dúos perfectos de Unai Amenabar con Albani Lozada y de Lila Vanorio con Adriana Núñez dan un toque de interés a la programación y no tengo palabras para describir a Marian Rieber con su extraordinario programa Beatlemanía, del cual, he de confesar, soy un apasionado.

 

 

La guitarra y los cuentos de Miguel Delgado Estévez, la voz de Flor Alicia Anzola descubriendo nuevos talentos y la nocturnidad de Jesús Leandro no podían quedar atrás, al igual que el atractivo misterio de Porfirio Torres en Nuestro Insólito Universo. Titina Penzini, lejana, calculadora, elegante y fina, en un susurro frio nos pone al tanto del último grito de la moda.

 

 

Dicen que las instalaciones de la emisora son custodiadas por un ángel cuya voz resuena eternamente por los pasillos y en los micrófonos de cada uno de los estudios. Carlos Eduardo Ball, nuestro querido Charly, se niega a abandonar a sus compañeros y a un público que lo sigue escuchando con admiración.

 

 

Sí. Lo dije. Soy un fanático y un entrépito, lo que me da carta blanca para decir algo que he callado desde hace mucho tiempo sobre mi objeto de admiración radial. He aquí la esencia de lo que hoy voy a revelar.

 

 

A excepción de programas como el de Polo Troconis, el de Gustavo Pierral, Jesús Leandro y por supuesto Beatlemanía, Éxitos 99.9 FM, tiene un grave problema con la programación musical regular. A veces, una inadecuada musicalización, opaca, por ejemplo, el excelente programa de Carolina Jaimes Branger, quien realiza extraordinarias entrevistas que son interrumpidas abruptamente y en su mejor momento por una música ajena al espíritu del programa. Es increíble, en ocasiones, lo mal escogido que está el repertorio musical. Sugiero que coordinen con Carolina o con alguien que sepa, la música apropiada para tan relevante programa.

 

 

Otro emblemático en una situación parecida es Román Lozinski, a quien conocemos como hombre de exquisitos gustos musicales. ¿Por qué no dejarlo a él que escoja totalmente su musicalización?

 

 

No puedo dejar de decir que en vacaciones y días festivos el problema de la musicalización se pone terrible y espanta oyentes, ya que repiten, repiten y repiten el mismo pendrive que al parecer dejaron enchufado en automático. La queja no es que lo que suena sea bonito o feo, es la forma desordenada, repetitiva y sin criterio para su difusión.

 

 

Quiero aclarar que esto que manifiesto no es nada personal ni en contra de nadie. No creo que lo de la inapropiada escogencia musical lo hagan para sabotear. Me imagino que hay un descuido en esta área que perjudica a la emisora, a sus anclas y, por ende, a los oyentes.

 

 

Bueno, hasta aquí. Un gran saludo a todo el personal que labora en Éxitos 99.9 FM. Gracias por la compañía diaria y porsia, para que no queden dudas, el saludo también va para el programador musical y para quien pone el pendrive.

 

 

¡Qué ganas las mías de meterme en líos!

 

 

@claudionazoa

 

 

 

 

Israel

Posted on: enero 28th, 2021 by Laura Espinoza No Comments

Este artículo, dedicado al pueblo judío,

fue publicado algunos años atrás.

Hoy me parece pertinente traerlo de nuevo

como un recordatorio de algo que nunca

debió haber pasado y que no deberá

pasar nunca más: Auschwitz

 

 

Escribir esto me ha costado ya que llegué en estado de impresión proactiva acelerada positiva, y no es para menos, porque visité un sitio muy conocido que realmente casi nadie conoce.

 

 

Beit Venezuela es una extraordinaria, pero sobre todo utilísima organización de venezolanos que existe en Israel, la cual tuvo la cortesía de invitarnos a Laureano Márquez y a mí, para presentar un show humorístico en Tel Aviv, para venezolanos y latinos que viven allá.

 

 

Quiero contarles lo que vivimos más allá del turismo y de la curiosidad normal de un viajero. No puedo nombrar a nuestros fantásticos anfitriones, pues sería injusto dejar de mencionar alguno, solo agradezco a Beit Venezuela.

 

 

Qué collage de emociones experimentamos al conocer un pequeñísimo país, que hasta hace poco era un desierto sin agua dulce natural y ahora es absolutamente verde y poseedor d

 

e una de las agriculturas más avanzadas del mundo. En Israel engañaron al mar y le robaron la sal para domar al desierto, transformándolo en un vergel.

 

 

No entiendo la actitud del señor Dios con su tierra natal:

 

 

—Ahhh… ¿ustedes quieren patria? Allí tienen ese pedacito de desierto sin agua ni petróleo, con un mar muerto y rodeado por países enemigos del pueblo judío.

 

 

Dios sabe lo que hace: en ese pedacito de tierra infértil creció un increíble pueblo que humildemente imita a Dios con milagros que asombran al mundo.

 

 

¿Cómo entender algo tan enredado? Para ponerles un ejemplo de la forma en la que conviven esos dos países en un mismo territorio, imaginemos que Chacaíto sea territorio Palestino, Sabana Grande territorio de Israel y Plaza Venezuela es Palestina otra vez, pero al al mismo tiempo, todo es Israel y Palestina.

 

 

Como todos sabemos, Jesús nació en Israel, en Belén, ciudad que en la actualidad es territorio palestino y que está dividido por un antipático y feo  muro que protege a Israel de algunos fanáticos terroristas. Allí visitamos el sitio exacto donde nació Jesús. Me dio tristeza y envidia comparar a Belén con algunas calles de Caracas: todo limpio, sin huecos, sin miedo a que te asalten; siempre hay agua, luz, harina Pan y gasolina.

 

 

Hay algo curioso que casi nadie sabe y que me gustaría comentar: los palestinos tienen representantes en la Asamblea Israelí, con voz y voto, y cuando van a hablar, son respetados por sus colegas judíos y es que en Israel todas las cosas están como pegadas, por ejemplo, El Muro de los Lamentos, ícono del pueblo judío, limita pared con pared con dos enormes mezquitas árabes donde los musulmanes hacen sus oraciones al mismo tiempo que los rabinos hacen las suyas.

 

 

El Santo Sepulcro, en Jerusalén, es una paradoja: está en territorio Israelí y adentro, los religiosos rusos y griegos pelean a diario con curas católicos hasta que llega la noche y cierran la puerta y… ¿saben quién cierra y abre la puerta? ¡Un musulmán!

 

 

 Claudio Nazoa