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El populista corrupto

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El populista corrupto

 

¿Quién ha dicho que el poder no corrompe? Difícil creer por estos tiempos de tsunamis de petróleo, oro, coltán, diamantes y demás etcéteras que el ciudadano común no alcanza a imaginar pero cuyos efectos que pudieran ser beneficiosos terminan, por arte de birlibirloque, en manos de políticos populistas que, como vulgares asaltantes de bancos, se disfrazan de gente del montón para encañonar a los cajeros y ponerle la mano al botín, valga decir, el tesoro público.

 

 

 

En Venezuela este tipo de cuento va para largo y con signos de no parar ni siquiera un momento para tomar café, aunque los que hoy les meten sus garras a la olla y se llevan hasta las raspas están calentado motores en la cabecera de la pista, o al menos eso es lo que se desprende de la desesperación mostrada por Nicolás and company.

 

 

 

Sin embargo, no hay que ser tan optimista porque desinfectar el país de la gruesa capa de corrupción que se ha depositado en los últimos años, sin olvidar los anteriores quinquenios, no es cosa fácil de llevar a cabo, y hoy menos cuando a lo largo de esta parte del continente se descubren cada día delitos contra la cosa pública que superan la imaginación del visionario Julio Verne, que ya es decir algo.

 

 

 

El novelista se quedaría verde de la envidia al enterarse de que un íntimo socio de la señora Kirchner, allá en la pampa, escondía en bolsas plásticas millones de dólares que luego, al entrarle el miedo por las pesquisas adelantadas por la policía, decidió esconder o santificar en un convento que, por más señas, había sido privatizado por generosos contribuyentes no identificados, y ni falta que hace, porque al rompe se sabe a qué pandilla política pertenecen.

 

 

 

Para la señora ex presidente de Argentina todo este escándalo no es más que un complot de los perversos medios de comunicación, a pesar de que a su hija le descubrieron en sus cajas fuertes, perfectamente alineados como soldados prusianos, millones de dólares que, desde luego, no pudo ni podrá explicar nunca cómo aterrizaron en sus manos. Pero la fértil imaginación de los periodistas es la culpable de que una ingenua jovencita (mentalmente hablando, se entiende) sea pasto de las mentiras de la prensa amarilla.

 

 

 

Sin ir muy lejos, casi al doblar de la esquina, sigue en el avasallante Brasil la telenovela del viejito borrachín y de su siniestra (valga la contradicción) mano derecha, la señora Dilma, dos víctimas más de los inclementes medios de comunicación, como si la clase media y los sectores populares configuraran una legión de millones de descerebrados a los que resulta muy fácil engañar en cosa de pocos días. Olvidan que a Lula y sus amigotes les costó muchos años montar ese tarantín de embusteros y estafadores que fue en su momento el Foro de Sao Paulo.

 

 

 

De allí salieron a la palestra, entre documentos y mítines, los seguidores de Lula que, posteriormente, entraron a saco en los ministerios y en Petrobras, acumulando fortunas de increíble cuantía. Ayer un tribunal, luego de darle largas al asunto, aceptó las denuncias contra este “traidor de la clase obrera”, como decían ante los comunistas.

 

 

Editorial de El Nacional

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