Unasur y el delegado del papa tendrán que ayudar a desarmar el lenguaje para que ambos lados se reconozcan y el diálogo pueda generar resultados, ojalá aceptables para todos.
En la actual confrontación que sufre Venezuela no solo están perdiendo el gobierno y la oposición. Aumentan el número de civiles armados y los enfrentamientos entre vecinos, y se alarga la lista de muertos, heridos, torturados o detenidos. La sociedad ve cómo se multiplican sus heridas mientras se pierde capacidad de tramitar en paz los conflictos. Así podría sintetizarse la caracterización de la situación, expresada, desde posiciones distintas, por participantes venezolanos en el taller de la Escuela de Paz y Convivencia Ciudadana en la frontera.
Hay desesperación y desesperanza porque no se ve salida. En el taller, un participante que vive en la zona baja de San Cristóbal, que estuvo separada de la parte alta por las barricadas, mostró cómo en ambos lados crecía el malestar, pero la desconfianza mutua les impedía acordar cómo hacerle frente. Eso mismo contó otro participante de Mérida. Los barrios de clase media, encerrados por las ‘guarimbas’, comparten con los pobres los malos servicios, el deterioro de las vías, la inseguridad, los racionamientos de comida, agua, medicamentos y electricidad, pero no se unen para protestar.
Según el Venebarómetro de marzo, algo similar ocurre a nivel nacional. El 72 por ciento de los encuestados –61 de chavistas, 92 de opositores y 81 de neutrales– temen un estallido social, aunque 76 por ciento (incluyendo a estratos pobres) descarta salir a las calles a protestar o a defender al Gobierno.
El diálogo público que se abre ahora intensificará el debate sobre los problemas que han puesto de presente las protestas. Es tanto lo que está en juego que, más que acuerdos sobre las soluciones, se profundizan las tensiones internas tanto en las filas chavistas como entre opositores.
Maduro ha tenido que hacer malabares para enfrentar lo que ha denominado golpismo con apoyo externo: ha tratado de desmontar la protesta por la fuerza y destituir alcaldes y diputados opositores vía exprés, convocar la Conferencia de Paz, aprobar –según informó el Gobierno– 56 de las 59 propuestas formuladas por los empresarios y aceptar el diálogo, así diga que este no será una negociación.
Entre los chavistas hay incertidumbre y desacuerdo sobre qué hacer ante la crisis económica, de gobernabilidad y seguridad. Como los acuerdos con los empresarios no han sido divulgados, partidos oficialistas piden que se explique su alcance. El temor sobre el diálogo que arranca ahora ha llevado a Maduro a asegurarle a su movimiento: “Sería un traidor si me pongo a negociar la revolución”.
Por su parte, la dirigencia opositora protesta unida contra el Gobierno y la represión, pero no está de acuerdo en cómo caracterizar la situación ni en qué hacer. Unos presionan por la “salida” de Maduro, a quien consideran aislado. Más que un diálogo que “estabilice la dictadura”, quieren el fin inmediato del gobierno. Otros luchan por construir una mayoría social y política que extienda la oposición a sectores bajos y gane su apoyo electoral para construir un nuevo modelo de sociedad. Estos participan en el diálogo en busca de soluciones estructurales.
El desacuerdo se refleja entre los estudiantes, que sienten amenazado su futuro. Mientras la ‘Junta patriótica estudiantil y popular’ defiende las barricadas en barrios o espacios públicos, otros rechazan los enfrentamientos con la fuerza pública y prefieren dialogar al mismo tiempo que se amplían las manifestaciones contra la inseguridad, la inflación y la escasez.
La salida del oscuro callejón no será fácil ni rápida. Por lo pronto, Unasur y el delegado del papa tendrán que ayudar a desarmar el lenguaje para que ambos lados se reconozcan y el diálogo pueda generar resultados, ojalá aceptables para todos.
Socorro Ramírez
El Tiempo.com