Segundo collage sobre Rómulo Betancourt
marzo 4, 2020 11:04 am

 

 

En el Collage de la semana pasada mencioné la militancia en el Partido Comunista de Costa Rica (PCCR), iniciada en 1931, del joven exiliado Rómulo Betancourt (tenía entonces 23 años de edad). Veinticinco años después, en su libro “Venezuela, Política y Petróleo”, publicado en 1956, hace una referencia retrospectiva de las búsquedas ideológicas que, en la lucha contra la dictadura de Juan Vicente Gómez, se plantearon él y varios compañeros suyos que, sucesivamente, fueron miembros de ARDI (Agrupación Revolucionaria de Izquierda), de ORVE (Organización Venezolana), del PDN (Partido Democrático Nacional) y de AD (Acción Democrática). Su remembranza es ésta: “Nos entregamos a la apasionada indagación de las raíces doctrinarias de las diversas tesis políticas. Devoramos, más que leímos, libros de historia, de economía, de ciencias sociales. Se operó en la mayoría de los estudiantes exilados ese fenómeno común a las juventudes americanas de los años treinta: con fervor de neófitos sorbimos cuanto escribieron los clásicos del socialismo. Por un momento, inclusive, creimos que en Rusia se estaba forjando un tipo de organización social de vigencia ecuménica. Llegamos a soñar con una revolución a la bolchevique, con nuestro zar de Maracay fusilado al amanecer”. Se estaba en la temprana hora de solicitar caminos.

 

 

Sin embargo, Rómulo Betancourt y su grupo se oponían a que la militancia partidista costarricense se subordinace a la rectoría soviética de la III Internacional, a una “suerte de beatería genuflexa ante las imperiosas consignas de los burós del Comintern”. Por eso, repudia el sometimiento a los úkases de la Internacional Comunista que se transmitían a la región a través del llamado “el buró del Caribe”. Si bien es cierto que el PCCR se identifica con el movimiento comunista internacional, estaba como desvinculado de la Internacional Comunista, a la cual, en verdad, ingresa formalmente a mediados de 1935. Otra cuestión de discrepancia importante con los comunistas, es el debate sobre la organización de un partido mono-clasista o un partido policlasista, es decir, sobre la viabilidad de un partido exclusivamente proletario en un país de incipiente desarrollo capitalista que, en el caso de Venezuela, como se señala en el Plan de Barranquilla (criticado por Gustavo Machado, Salvador de la Plaza y Miguel Otero Silva), tiene una organización político económica semi-feudal, “siendo agraria nuestra realidad, la burguesía urbana e industrial apenas comienza hoy a cobrar fuerzas”.

 

 

A este respecto, en carta del 27 de enero  de 1932, Rómulo Betancourt  le escribe a Valmore Rodríguez, Raúl Leoni y Ricardo Montilla, lo siguiente: “Piensen lo que significaría entrar al país a hacer una campaña abiertamente comunista. Dada la exigüedad de nuestro proletariado industrial es de pensarse que ese partido netamente clasista que piden los radicales, no contaría sino con unos pocos centenares de militantes, incapaces de impedir, por su debilidad numérica y clasista, que la reacción destruya o destierre o encarcele a sus dirigentes y salgan éstos de nuevo al exterior, a pendejear por las avenidas del exilio, escribiendo artículos hipotéticos sobre un hipotético partido comunista venezolano.

 

 

En cambio, una campaña como la nuestra, capaz de apasionar no solamente al proletariado strictu senso, sino también a las capas medias de la población, una campaña articulada sobre una plataforma realista, que contemple las aspiraciones de todos los sectores explotados de la población, sí será capaz de compactar alrededor de nuestras palabras de orden a grandes masas de la población, que si disciplinariamente las organizamos, nos respaldarán al punto de impedir que la reacción se afiance”. De allí que formule una crítica fuerte al comunismo venezolano y a la Internacional Comunista cuando exige “partido de obreros ciento por ciento”. Sólo añadiré a los desencuentros con los comunistas venezolanos, el reproche que Betancourt les hizo al utilizar, como ha observado José Francisco Sucre Figarella, “el término anti-imperialismo de la manera más cómoda, de acuerdo a los virajes soviéticos en sus relaciones con los llamados países capitalistas”, como se evidenció cuando éstos fueron aliados de la URSS durante la Segunda Guerra Mundial.

 

 

El historiador Ramón J. Velásquez sostiene que “la polémica suscitada entre Rómulo Betancourt y los dirigentes del comunismo venezolano alrededor de la concepción y estrategia de la revolución venezolana puede considerarse como el debate ideológico más importante de nuestro siglo XX por las consecuencias trascendentales que de allí se han derivado a lo largo de casi medio siglo…sirvió para deslindar los campos revolucionarios, antes de empezar la acción, al permitir la formación en el destierro de los núcleos iniciales de las organizaciones partidistas que, una vez desaparecido Juan Vicente Gómez, monopolizaron la voz de la oposición popular y contarían durante cuarenta años corridos con la adhesión de las masas, el alistamiento mayoritario de las juventudes estudiantiles y la adhesión de las fuerzas obreras”.

 

 

Buena parte de esa polémica se puede seguir en las páginas del llamado Libro Rojo (“La verdad de las Actividades Comunistas en Venezuela”, su título oficial), que publicó el gobierno de López Contreras en 1936, con el propósito de demostrar que Rómulo Betancourt seguía siendo comunista. Como se dice, le salió el tiro por la culata, porque, aparte de divulgar el prolífico intercambio epistolar entre Rómulo Betancourt y sus compañeros, en el Libro Rojo se constata la confrontación que mantuvieron con el comunismo venezolano.

 

 

Carlos Canache Mata