Perú y nuestra “fatal arrogancia”
junio 14, 2021 12:20 pm

 

Los recientes acontecimientos en América Latina y especialmente en el Perú nos obliga a tratar de entender nuestro presente e intentar vislumbrar cuál podría ser nuestro futuro.

 

 

Lo primero que hay que aceptar es la dimensión especial que tiene la globalización. El futuro no es algo que se gesta solitariamente. No es el tiempo de la China que en los 1500 decidió cerrar las fronteras y concentrarse en sí misma, llegando hasta a penalizar con la muerte a los osados que pretendían seguir conectados con el mundo.

 

 

O, también evaluar las circunstancias que proponen aquellos países que deciden implantar en su sociedad el modelo socialista. Casi siempre la segunda medida que deben tomar de forma drástica es cerrar las fronteras. Las personas difícilmente pueden salir al resto del mundo una vez que el socialismo toma cuerpo, para hacerlo tienen que emprender, como nuestros hermanos cubanos, grandes odiseas, tomar sendas peligrosas, surcar los mares en embarcaciones frágiles que muchas veces cuestan la vida de aquellos cuya única esperanza es huir de la concentración y asfixia del poder que sucede en estos países y ahora en Venezuela.

 

 

Es imprescindible conocer el balance histórico que muestra de manera irrefutable la caída sin atenuantes de las experiencias socialistas. El desmembramiento de la Unión Soviética o ruptura del cordón de hierro y acero que aprisionaba a los 15 países que para su desgracia habían entrado en sus dominios. El intento chino de mezclar agua y aceite cuando comienzan a experimentar y exportar lo que hoy llamamos “modelo chino”, el  cual considero como el más peligroso experimento de control social ensayado en el mundo por todo lo que significa mezclar en un tubo de ensayo  el férreo control político del Partido Comunista Chino, preponderante en ese país, con la inmersión en todas las posibilidades y oportunidades que abre la implantación de un modelo económico de mercado abierto, pleno de oportunidades de crecimiento.

 

 

El costo del modelo chino es impagable. Es la libertad de conciencia, anular la responsabilidad de los individuos y aceptar la sujeción y dominio ante ese monstruo implacable pero muy rico del Estado chino. Nuevas viviendas, comida en el plato, vestimenta y consumo de bienes occidentales, pero en silencio. No pensar y menos hablar. La pregunta sería ¿qué nos hace humanos, lo externo, lo interno o la Inter vinculación de ambos?

 

 

Hoy recibimos, llenos de asombro, por gotas, los resultados de la reciente elección peruana. Para los venezolanos y quizás para las conciencias libres que se multiplican en América Latina, en Colombia, México, Argentina, Ecuador, Costa Rica, El Salvador, Chile, Uruguay, en Centroamérica, los resultados son intragables. Vemos un país cortado en dos mitades totalmente opuestas. Nos preguntamos ¿cuál es la verdadera? Puede responderse ante el triunfo de Castillo que ganó la parte más atrasada, la más ignorante, esa respuesta nos tranquiliza o quizás debamos aceptar lo contrario: Perú nos enfrenta a nuestros grandes problemas no resueltos.

 

 

Coincido con John Manuel Silva en una serie de cuestionamientos a los cuales no podemos negarnos y lo transcribo, adobados en parte, con su permiso:

 

 

¿Nuestros pueblos ven en la alternativa de la democracia liberal una esperanza para salir de la pobreza? ¿Acaso saben de qué se trata o simplemente están aplastados y ciegos por lo que fríamente llamamos “sus necesidades básicas”? ¿Qué responsabilidad tienen los liderazgos?

 

 

Hemos aprendido que implantar una economía de mercado abierto es no solo una experiencia técnica/financiera/ sino sobre todo una opción cultural, basada en la existencia de individuos creadores de riquezas, emprendedores, en un ambiente donde la creatividad no tiene límites, en el cual predomina la ética del trabajo. En síntesis, donde los logros están conectados con los esfuerzos.  ¿Están dispuestos los sectores modernos, ganadores, a promover entre nosotros y en Perú a los emprendedores, a hacer las reformas que les permitan a todas las personas entrar al mercado y competir? Si esto es cierto, los cambios no son exclusivamente técnicos. Convierten a la educación, al aprender permanente, en un gran proyecto nacional. ¿Ha sido un reto transformar al Estado de una institución que favorece un sector en un verdadero promotor del crecimiento al servicio de todos los ciudadanos y la educación en su gran objetivo? La principal denuncia de Pedro Castillo, como maestro, es la miseria de las escuelas peruanas.

 

 

El tema vital que ocupa a Balo Farías, Colmenares Finol y un importante grupo de tachirense, luchadores por un reparto distinto del poder en nuestro país, movidos por la inquietud de descentralizar nuestro modelo político, ¿qué posibilidad de respuesta tiene entre nosotros o mejor dicho en Latam, copio a John Manuel: ¿Hay interés real en desconcentrar las capitales y llevar el desarrollo a regiones más apartadas? ¿Qué hemos visto hasta ahora o Latinoamérica es como Perú, donde el hombre que vive y trabaja en la sierra es distinto totalmente al ciudadano limeño o arequipeño?

 

 

Será verdad otra pregunta insidiosa que ronda en los medios y nos amenaza: ¿Ortega, Fernández, Castillo simbolizan un continente que parece no tener futuro? Nos conformamos con liquidar la explicación con un simple calificativo: atraso, ignorancia o nos devolvemos a pensar y a buscar con valor por qué el hombre de la sierra peruana y el limeño parecen ser tan distintos. A nuestro liderazgo le preocupa encontrar una respuesta o sibilinamente sentenciamos: la respuesta electoral del Perú corresponde a un país sin futuro.

 

 

Por favor. Veamos la oportunidad de repensarnos que plantea ese sufrido pueblo hermano, dejemos la prepotencia y salgamos de nuestra fatal arrogancia. Las salidas son posibles si las buscamos con honestidad, como ha ocurrido en muchas partes de nuestro planeta y cómo podríamos vivir en Latinoamérica. Las elecciones en Perú no resolvieron las angustias de ese gran país, pero sí abrieron las heridas, la oportunidad de mirarnos con valor y responsabilidad. Ningún país o sociedad está condenada al fracaso a menos que el liderazgo y su gente tome esa ruta mortal.

 

 

Isabel Pereira Pizani