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Están botando el alma de Venezuela a la basura

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Están botando el alma de Venezuela a la basura

Durante los últimos 20 años un número creciente de venezolanos civiles y militares ha venido botando el alma de Venezuela a la basura. Son los integrantes de tres tribus bien diferenciadas: la tribu chavista, la tribu madurista y la tribu formada por quienes fueron alguna vez miembros de la Venezuela democrática y hoy se han transformado en parásitos de las dos primeras tribus. La acción conjunta de esos tres grupos criminales ha destruido una buena parte del alma de Venezuela y la ha enviado al tarro de la basura. No hablo de la ruina material, la cual es evidente. No me refiero a la destrucción de las instituciones, lo cual está a la vista o al espectáculo de miles de venezolanos muriendo de hambre o por falta de atención médica. Todo ello es cierto y ha sido, esencialmente, la obra maldita de las dos primeras tribus arriba mencionadas. Me refiero, esta vez,  a la traición de los principios y valores que sustentan una sociedad democrática y libre, traición llevada a cabo por los chavistas y los maduristas, sí, pero también – de manera particularmente dolorosa – por una tercera tribu de invertebrados morales que fue creciendo durante estos 20 años, integrada por venezolanos quienes pertenecieron alguna vez a la Venezuela digna y democrática y quienes hoy se han convertido en simples parásitos de los criminales en el poder.

 

La tribu chavista tuvo sus principales cabecillas en Hugo Chávez y su familia; Diosdado Cabello y su familia; Nelson Merentes, Jorge Giordani, Rafael Ramírez y el Generalato que los acompañó durante la etapa de 1999 hasta la muerte del sátrapa, además de una cohorte de contratistas, banqueros y compañeros de viaje moralmente podridos, hoy multimillonarios y sueltos por todo el planeta. La tribu madurista tiene sus principales cabecillas en Nicolás Maduro, Vladimir Padrino López, Diosdado Cabello, Tareck El Aisami, Tareck Saab, los hermanos Rodríguez (Bonnie and Clyde) y en esa vergonzosa mafia de uniforme disfrazada de Fuerza Armada Venezolana, acompañada de un nutrido lumpen de banqueros y contratistas ladrones cuyos nombres son bien conocidos y se encuentran debidamente identificados por las policías internacionales y en la documentación preparada por investigadores venezolanos y extranjeros.

 

 

La tercera tribu, quizás la más detestable, porque está formada por gente que se definió alguna vez como demócrata, ha ido creciendo en número y en notoriedad.  Sus miembros comenzaron por llamar al país a la concordia, a la reconciliación, esgrimieron la bandera de la solución pacífica, democrática y electoral y levantaron la bandera del “o dialogamos o nos matamos”. Quienes se atrevían a disentir de esta postura gelatinosa fueron llamados radicales, sedientos de sangre, se les descalificaba y se les descalifica por estar fuera del país o por ser “partidarios de la violencia”. Buena parte de la buena e ingenua Venezuela defendió (y hasta defiende todavía)  a los miembros de esta nueva tribu en nombre de la Unidad, término que se fue confundiendo en el tiempo con complicidad y acomodo.

 

 

Aparecieron en nuestra escena pública, portando diversas máscaras, los Timoteo Zambrano, los Henri Falcón, los Manuel Rosales, los Eduardo Semtei, los Carlos Raúl Hernández, los Felipe Mujica, presentándose como portaestandartes de la paz y de la reconciliación. Algunos encuestadores, a lo Schemel,  pasaron de ser “civilizados conciliadores” a ser miembros activos de la pandilla madurista, al no poder aguantar un cañonazo de un millón de dólares. Otros encuestadores, más discretos pero muy bien conocidos, han permanecido hábilmente en la frontera entre la moderación y la complicidad, pero no pierden oportunidad alguna para llamar a la calma, a la paciencia, es decir, juegan a la permanencia del régimen maldito en el poder, una postura con la cual han logrado grandes oportunidades de enriquecimiento personal. En una segunda etapa del deshonor emergieron grupos que abogaban por una aparente tercera vía, simples pantallas para la colaboración con el régimen, aparentes ni-nis que no lo eran en la realidad, liderados por gente como Enrique Ochoa Antich o surgieron, a título individual, antiguos miembros de la tribu chavista como Felipe Pérez Martí, Francisco Rodríguez o los ex-ministros chavistas Navarro, Giordani y Osorio, quienes aún pretenden tener figuración política en una futura Venezuela de medio pelo.

 

Hoy la desvergüenza, la traición y la deshonra inundan como mala yerba a Venezuela. Eduardo Fernández y su hijo Pedro Pablo, Claudio Fermín, Felipe Mujica y otros miembros de la tercera tribu que he mencionado arriba llevan a cabo un pacto con Maduro, a fin de trabajar juntos en una especie de gobierno de “transición”, de duración indefinida, respetando la permanencia de la maloliente Asamblea Nacional Constituyente y validando de manera sumisa un régimen ladrón, asesino, torturador, inepto, corrupto y mentiroso. Nadie que pacte con este régimen puede evitar ser contaminado de estas lacras arriba enumeradas. La aceptación de su validez hace cómplice, a quien lo acepta, de la mayor tragedia que ha sufrido nuestro país en toda su historia.

 

 

Esta acción descarada tiene, al menos, la ventaja de que termina con las apariencias. Ahora cada quien deberá responder por su traición o mostrar, con orgullo, su honestidad.

 

 

La ruina material del país generada por estas tribus es un crimen horroroso por el cual los chavistas y maduristas deberán pagar, pero hay algo peor. Malos venezolanos han estado botando nuestra alma, la cual, en cualquier sociedad es la depositaria de las virtudes, valores y principios que son de absoluta necesidad para sustentar una existencia armoniosa y digna.

 

En la Venezuela de hoy se ha hecho difícil saber quiénes son los ciudadanos que no han vendido su alma al diablo. Si la sociedad venezolana no es capaz de mantener una masa crítica de gente digna y honesta vamos  directo a la ruina. Ya el país ha avanzado en ese camino.

 

 

Hoy oímos hablar de objetivos como la recuperación petrolera económica y política pero poco se está hablando sobre la pérdida de nuestra alma y  su urgente recuperación. Ello es ominoso porque sugiere que hay muchos, quizás ya demasiados, venezolanos que no se dan cuenta exacta de lo que nos está ocurriendo.

 

 

Es necesaria la denuncia abierta en contra de la inmoralidad de sectores del  liderazgo político, económico y social venezolano. Será necesaria una reacción moral de gran intensidad, a fin de limpiar al país de tanta basura como la que nos inunda hoy.

 

Será necesario aplicar una dura e implacable justicia, si no deseamos promover la venganza. Será preciso arrancar de raíz la mediocridad  que nos está hundiendo en el más profundo de los abismos y que nos hace hoy un país que provoca lástima y desdén.

 

 

El infortunado Carlos Andrés Pérez nos dijo: “Hubiera preferido otra muerte”. Yo digo que Venezuela preferiría otra muerte, si es que la muerte debe llegarle. Una muerte con sus buenos ciudadanos de pie, enarbolando las banderas de la dignidad, de la honestidad, de la justicia, así las banderas estén teñidas con sangre. Lo que no es aceptable es la  muerte moral indigna, sumisa, la de la gente arrodillada frente a la mediocridad y el crimen, mostrándose inferiores a los inferiores, la de quienes se colocan al mismo nivel moral de Pedro Carreño e Iris Varela.

 

 

Es necesario y urgente repudiar la cobardía invertebrada. Se acaba el tiempo para rescatar el alma de Venezuela.

 

 

Gustavo Coronel

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