La democracia encantada

Posted on: diciembre 28th, 2014 by Laura Espinoza No Comments

El restablecimiento de relaciones entre Estados Unidos y Cuba ha puesto de manifiesto un hecho altamente preocupante para los demócratas venezolanos: Venezuela se ha convertido en objeto inerme de las negociaciones entre ambos poderes, con la aparente ausencia de los factores opositores. Todos los comentaristas internacionales insisten en subrayar que el interés de la Casa Blanca ni siquiera radica en el  restablecimiento de relaciones con Cuba, que bien pudo dejar siguiera hundiéndose en la inopia y el derrumbe inexorable al que la debacle del poder energético de nuestro país condena a la isla, sino en aislar a un gobierno al borde del abismo, sin que la oposición tenga velas en el entierro. “Para la diplomacia norteamericana la prioridad ya no es aislar a Cuba, sino cercar a Venezuela. Venezuela es la nueva Cuba”. Lo escribe el analista Carlos Pagni en un artículo aparecido en el día de hoy en El País, de España.

 

“Con el derrumbe del petróleo de 40% en un semestre, – comenta el mismo analista – , el chavismo se asoma a un precipicio. Como a las cuentas de Venezuela ingresarán 25.000 millones de dólares menos, para evitar un default de la deuda Nicolás Maduro deberá imponer un brutal ajuste económico. El recorte recaerá sobre los 14 países de Petrocaribe, que importan cada día 500.000 barriles de crudo subsidiado. Cuba recibe 90.000, que paga con servicios médicos”.  Insólito: ni una sola mención a las eventuales consecuencias de un cambio tan profundo en la vida política interna de Venezuela, como tampoco en la de Cuba. Se mencionan ambos países como si hubiera dictaduras totalitarias con la absoluta sumisión de las eventuales disidencias. En Venezuela, a juzgar por los analistas internacionales, la oposición no existe. Y si existe, deducimos nosotros, está anestesiada.

 

Gracias a esos invitados de piedra – atisbos trágicos de disidencia en la isla y una oposición cuantitativamente mayoritaria, pero parapléjica, en Venezuela –  “los astros se alinearon a favor de esos ancianos”. No vivirán el espanto del período especial sufrido por los cubanos tras el retiro del mantenimiento de la Unión Soviética y la implementación de la Ley Helms-Burton, cuando el hambre, las epidemias y la desesperación los retrotrajera a la edad de piedra, sino que se les abren dos vías para seguir sobreviviendo bajo un insólito trato de privilegio: los ingresos que se esperan de los propios Estados Unidos y Europa por concepto de remesas, turismo e inversiones y el rastrojo venezolano, que continuarán rasguñando mientras puedan. Previsiblemente, mientras la oposición venezolana continúe en la profunda fase de hibernación en que dormita.

 

Venezuela se ha convertido, pues, en un paquete inerme sobre la mesa de las negociaciones de Estados Unidos con Cuba, mera ficha de trapicheo en el tablero de ambas políticas internacionales. El gobierno no existe, pues es una simple satrapía obediente de los destinos que los ancianos dictadores le asignen. Sin la menor consideración de lo que piensen – si es que piensan – los factores marginados de dichas negociaciones. Con un insignificante premio de consuelo: la sanción de 56 funcionarios de la satrapía. Y la lejana esperanza de que, desatado el colapso definitivo, los convidados de piedra se reanimen, como el príncipe dormido del cuento de los Hermanos Grimm. ¿Habrá una princesa cuyo beso lo saque de las brumas de la catalepsia para que vuelva a darle vida al bosque encantado? Es un misterio cuyo desenlace no aparece escrito en las estrellas.

 

Antonio Sánchez García

 

No llores por mí, Hugo Chávez

Posted on: diciembre 23rd, 2014 by Laura Espinoza No Comments

“La historia de América Latina es la historia de un fracaso”

Carlos Rangel
Luego de oír la noticia y de haberla digerido en medio de mi estupor, detuve el automóvil en el que me pareció el lugar menos transitado, a la sombra de un gigantesco samán, y me senté al borde de la carretera. Recordé ese momento de desesperanza y tribulación cuando Brecht, haciendo lo mismo mientras le reparaban el neumático averiado, se preguntaba a qué tanto apuro, si ya no había adónde ir. Las tropas soviéticas estaban aplastando la insurrección de Budapest y el sueño de Lenin yacía esparcido por entre los cadáveres de los húngaros aplastados por los tanques del Pacto de Varsovia.

 

De eso hace poco más de sesenta años. Gran parte de mi vida transcurrida desde entonces, la única que me ha sido dada, se la entregué a la revolución que brotaría del último rincón imaginable del Caribe, en gran medida, si no en medida fundamental, movido por el ejemplo de Fidel Castro, del Ché Guevara y de una tropilla de zarrapastrosos que parecían animar la utopía por la que murieran millones y millones de seres humanos desde los tiempos de La Comuna de París y el asalto al Palacio de invierno. Que provocara, justo es recordarlo, la reacción en cadena del nazismo alemán y desatara la mayor conflagración conocida por la humanidad, con un saldo de más de cien millones de cadáveres, seis millones de ellos gaseados en la acción más ominosa y cobarde de que los hombres tengamos memoria. Y que si por él hubiera sido, habría desatado una conflagración atómica que pudo haber terminado con la historia humana.

 

 

Una vida interrumpida hace cuarenta y un años de manera brutal, desgajada de sus raíces y echada a la intemperie del destierro, todo por haber creído en la palabra de quien juró estar dispuesto a hundir la isla en las profundidades del Caribe antes que rendirse al enemigo del hombre, el capitalismo imperial, los Estados Unidos. A los que les había declarado la guerra a muerte. Arrastrado por ese fulgor, cientos de mis compañeros de partido perdieron sus vidas y miles de mis compatriotas fueron asesinados o lanzados al vendaval de la miseria, el exilio, la desesperanza. Como generaciones enteras de latinoamericanos que creyeron que Cuba era el primer territorio libre de la región. La Numancia de la modernidad.

Y cuando creí haberme salvado del naufragio y juraba haber descubierto por fin la felicidad arrojado a las playas de la que consideré desde entonces una tierra prometida, ya definitivamente desengañado y perfectamente en claro que esa revolución había sido algo mucho peor que una estafa, una impostura, una fabulación, para ser en verdad una lamentable y estúpida tragedia, debí asistir con estupor al deslave del más irracional, delirante y absurdo de los procesos que un historiador imaginarse pueda: la entrega, llave en mano, de esta Tierra de Gracia, rica en bienes y perfectamente capacitada para ser una suerte de paraíso real, a los estafadores, a los embaucadores, a los tiranos del Caribe. Los culpables de medio siglo perdido para millones de latinoamericanos.

 

Digamos: como muchos de los de mi quinta, sufrí un doble naufragio. Haber salvado la vida de la incomprensible tragedia chilena para venir a perderla en la estúpida tragicomedia venezolana. Autor intelectual de ambos derrapes: Fidel Castro, el comunismo y la izquierda latinoamericana. Y mundial. Que no aprendió, no aprende ni aprenderá jamás que, como decía Jorge Luis Borges, no existen más paraísos que los paraísos perdidos. Paraísos, agrego yo, que vivimos a diario donde brilla el sol de la libertad y sólo un menguado, un débil mental, un irresponsable sin remedio podría destruir para salir en busca del fuego fatuo del castrocomunismo.

 

¿Cómo no habría de anonadarme saber que horas después de que el sátrapa de los Castro en la devastada Tierra de Gracia convocara a una patética marcha antiimperialista, Barak Obama y Raúl Castro restablecían las relaciones diplomáticas, enterraban la oxidada y carcomida hacha de guerra, derrumbaban de un soplido el segundo Muro de la Vergüenza y le enseñaban al mundo que la revolución no había sido más que el insensato, el atribulado, el pesadillesco sueño de una noche de verano, que los sesenta años de antiimperialismo no habían causado más que desastres, cegueras, hambrunas y desesperados pataleos de un naufragio sin salvación y que la que un torpe, un lenguaraz, un ambicioso y estúpido militar venezolano había llamado la Isla de la Felicidad no era más que el burdel que Cuba siempre fue y que todos sus dolientes podían, por fin, tirar el Manifiesto al basurero de la historia?

 

No lloré por esos sesenta años de oscuridad y vacío, de reniegos, de sangre, de desesperación, de estupidez infinita. Miré en derredor, vi pasar los últimos mohicanos de la estulticia chavista, los muertos de Puente Llaguno, los jóvenes asesinados por la maldad infinita de la mediocridad nacional, los años y años de mis amigos podridos en las mazmorras de un régimen corrupto cuyo único sentido fue darle unos segundos más de vida a un muerto en vida. Volví a la carretera y supe que la historia volvía a traicionarnos: los tiranos, como los árboles, mueren de pie. Merecerían morir ahorcados.

 

Antono Sànchez Garcìa

@sangarccs

Gracias Obama. Bye bye, Raúl. Nos vemos en democracia

Posted on: diciembre 19th, 2014 by Laura Espinoza No Comments

El País, Madrid, 17 de diciembre, 2014

 

Pasará a la historia por haber protagonizado el capítulo más ominoso, patético y lamentable de la historia venezolana contemporánea: sirviendo servilmente a la tiranía cubana y sintiéndose guapo y apoyado en el averiado portaviones castrista creyó que el destino le enviaba un salvavidas en el último minuto a punto de naufragio para que se aferrara al tablón del antiimperialismo yanqui. Se habrá dicho: si Fidel aguantó medio siglo aferrado a la boya del antiimperialismo, yo, que estoy haciendo aguas hasta por las orejas, seguiré sus pasos. Llamaré a Raúl, le pediré algunos consejos de cómo darle en la mera madre a los yanquis, me pondré en contacto inmediato con mis colectivos, sacaré a mis huestes a la calle, pondré a bramar a Caracas y de ese segundo aire viviré hasta diciembre de 2019.

 

Mi contertulio Pedrito Lastra agarró la señal y escribió sarcástico en El Nacional: “¡Que mueran los yanquis, qué viva Fidel!”. Ya se vio agarrado del brazo de Diosdado, de Jaua y de El Aisami montado en la proa del tsunami que deslavaba el valle de Caracas de Catia a Petare ondeando la bandera cubana, mientras cientos y cientos de miles de jóvenes pioneros y millones de milicianos hacían fogatas quemando la bandera norteamericana. De esta no me bajan hasta fines de siglo.

 

Cuando el intento capotaba estrepitosamente y un puñado de funcionarios públicos iban a pasar lista a la avenida Bolívar, para irse corriendo y de inmediato a vaciar los negocios circundantes donde se rumoreaba que había leche en polvo y harina pan, el anciano más roñoso, cagalitroso y desprestigiado del país hacía acto de presencia en la desangelada tarima: José Vicente Rangel, símbolo del antiimperialismo norteamericano. Abundan los libros en donde se cuenta de sus carros de lujo, sus mansiones y sus cuentas bancarias en los Estados Unidos.

 

Pero nada de toda esa farsa de mala muerte hacía presumir que, desde hacía meses, si no años,  Obama y Raúl Castro afinaban los últimos detalles para ponerle fin a la estúpida comedia del odio recíproco alimentado por el satánico Fidel Castro para aguantarse en el macho hundiendo a la isla en la más abyecta de las cloacas de su historia. Una cloaca con pestes de ceguera, miles de balseros devorados por tiburones, hambre al por mayor, presos untados en excremento, miles de guerrilleros asesinados y ese mismo tiempo de tiranía perdido por generaciones y generaciones de latinoamericanos. Una historia de penurias, fracasos y desgracias.

 

A la vejez, viruela. Cuando Cuba colgaba de los mocos de ese par de decrépitos ancianos y necesitaba con urgencia sacar la cabeza del pestilente pantano de la miseria y el hambre en que la hundiera el cabreo de la Unión Soviética – nadie alimenta a chulos y vagos eternamente y por amor al arte – y pedirle auxilio con urgencia a los Estados Unidos, un verborreico, trasnochado, estulto y delirante llanero venezolano – de esos lenguaraces y funambulescos – vino a tirarles la soga del petróleo y a mantenerlos a flote. Hasta que, de puro bruto, terminó muerto en brazos de nadie. Que ni Fidel ni Raúl son compasivos como para calarse a un moribundo que se llevaba consigo la clave de la riqueza: su lengua.

 

Muy pocos entendieron que la muerte de Chávez anunciaba responsos para la agónica revolución cubana. Pues el sujeto que él y sus padrastros pusieron en su lugar no valía un comino. Hundiría en la ruina al país más rico de la región, dependería de las instrucciones habaneras hasta para ir a desaguarse a las letrinas de Pdvsa y muy pronto se desmoronaría como cuenta la leyenda judía que se desmoronó el Golem, un siervo hecho de barro que al volverse arena aplastó a los estúpidos que lo habían amasado.

 

Muerto Chávez, ese fantasmón torpe e inútil que duerme en Miraflores, el petróleo por los suelos y con el hambre en los talones, los Castro hicieron lo que buscaban desesperadamente: entenderse con los demócratas antes que llegaran los republicanos y arriar sus banderas. Por fin se rindieron. Y mandaron al hemipléjico de bigotes a los quintos infiernos. Más no se puede pedir. Ahora, la tarea es nuestra. Terminar de aventarlo de una buenas vez y volver a ser la República que un día fuéramos. Gracias Obama. Bye bye, Raúl. Nos vemos en democracia.

 

Antonio Sánchez García

 

 

María Coraje

Posted on: diciembre 5th, 2014 by Lina Romero No Comments

A juzgar por el amor y la pasión con que hombres y mujeres humildes de nuestro pueblo dejaban a nuestro paso por las calles del centro de Caracas sus labores y sus oficios para salir a abrazarla, gritándole desde sus balcones: “¡Valiente, valiente!”, comienza a ser, sin duda, LA IMPRESCINDIBLE.

 

“Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay quienes luchan muchos años, y son muy buenos. Pero hay los que luchan toda la vida, esos son los imprescindibles”.

Bertolt Brecht

 

“Muchos jueces son incorruptibles, nadie puede inducirlos a hacer justicia”.

Bertolt Brecht

 

“Pobre de aquella generación cuyos jueces deberán ser juzgados”.

El Talmud

 

Tuvimos con mi esposa, Soledad Bravo, la inmensa fortuna y el honor de acompañar la mañana del 3 de diciembre de 2014 a María Corina Machado a su presentación ante la Fiscalía General de la República. La misma fiscalía que se ha negado durante 14 años a hacer justicia por simple notitia criminis, como en el pasado, o a requerimiento de la población venezolana, perseguida, atropellada, escarnecida, encarcelada, desterrada e incluso asesinada por un régimen que pretende quedarse para siempre en el más puro estilo totalitario, violentando todos los preceptos constitucionales. Esa pieza esencial del aparataje seudojurídico en torno al cual se ha movido la maquinaria de la persecución del Estado chavista.

 

Una institución que cristaliza, sublima y condensa la hipocresía, la falsedad, la cobardía de una camarilla que se ha negado a reconocer el sol de la verdad, tapándolo con el sucio dedo de sus iniquidades. Solo porque, montado el tinglado por un caudillo en andas de una mayoría circunstancial y entronizado por el poder del abandono de sus obligaciones por parte de todas las instituciones violadas –particularmente de esta fiscalía, de este sistema judicial, de esta policía y de estos ejércitos– se ha hecho con el más brutal, inhumano, cruel e injusto de los poderes: el de decidir por el capricho del caudillo a quién se le persigue, encarcela y destierra. En último termino, el poder sobre la nuda vita: a quien se le despoja de todo atributo de humanidad y se le deja a la intemperie del horror, desnudo de todo derecho. Aherrojado en brazos de la muerte.

 

El solo hecho de que esta fiscal y sus predecesores fueron de izquierda revolucionaria cuando yo también lo era, justifica mi decisión espiritual de apartarme de toda complicidad con esa izquierda. Pues, si quienes siguen considerándose de tal, cometen tales iniquidades, la izquierda revolucionaria debe ser la cloaca del resentimiento, del odio y la injusticia. Y el estalinismo ningún azar de la historia, sino el atributo esencial de tal ideología, el marxismo-leninismo: mentir, robar, asesinar y culpar de mentirosos, ladrones y homicidas a sus enemigos. Todo por el ansia de saciar la sed de poder que los corrompe. Como lo señalara Hannah Arendt en su estudio sobre el totalitarismo: los totalitarios hacen de las víctimas, victimarios y ellos, los victimarios, se proclaman sus víctimas.

 

Nada más irrebatible. Quienes intentaron asesinar a un presidente de la república elegido en condiciones ejemplares, ametrallando la residencia presidencial en la que moraba su indefensa familia y montándose en las escalinatas del palacio presidencial con sus tanques artillados, librándose de una muerte segura el entonces asediado y legítimo presidente señor Carlos Andrés Pérez gracias a su sapiencia y coraje, ellos, quienes ocupan los más altos cargos de la república sin que se lo impidan sus manos manchadas de sangre y sus conciencias manchadas de estupros, usan la sórdida mano de la fiscal general para acusar de pretender asesinar a quien la manda y ordena. Sentando en el sillón de los acusados a una de las más limpias conciencias de la patria: María Corina Machado. A quien, obedeciendo la épica brechtiana bien le cabe el título de “María Coraje”. Para mantenernos en la única moral que ha logrado instituir el marxismo, “una mujer imprescindible”. A juzgar por el amor y la pasión con que hombres y mujeres humildes de nuestro pueblo dejaban a nuestro paso por las calles del centro de Caracas sus labores y sus oficios para salir a abrazarla, gritándole desde sus balcones: “¡Valiente, valiente!”, comienza a ser, sin duda, LA IMPRESCINDIBLE.

 

No estuvo la fiscal general frente al límpido rostro de la patria que ya no le pertenece, pues los suyos se la han entregado en bandeja de plata, como Salomé la cabeza de Juan el Bautista, al tirano cubano. Quien haya sido se vio enfrentada a la mujer que no solo representa el honor y la honra de Venezuela. Sino que, casi sin lugar a dudas, la combatiente que un día no muy lejano ocupará la Presidencia de la República. Ese día, los fariseos de la fiscalía y de todas las instituciones hoy pisoteadas, serán expulsados de sus templos. Ese día, los victimarios deberán enfrentarse a sus víctimas. Ese día el deshonor será limpiado del rostro de la patria “y pagarán sus culpas los traidores”.

 

Escríbalo.

 

Antonio Sánchez García

La encuesta Keller

Posted on: septiembre 21st, 2014 by Super Confirmado No Comments

El terremoto del liderazgo continúa

 

Una cosa está clara: el 12 de febrero marcó un antes y un después de los liderazgos, un antes y un después en la aceptación de la desastrosa herencia dejada por el caudillo, un antes y un después en la aprobación de la representación política opositora.

 

La evolución de las cifras no da lugar a dudas: un terremoto sigue estremeciendo las bases de los liderazgos políticos venezolanos. En año y medio Henrique Capriles ha caído 15 puntos, Leopoldo López ha subido 11 puntos y María Corina Machado se ha empinado otros 14 puntos. Ledezma, que no figuraba, ya alcanza los 37 puntos. Capriles, que ocupaba un holgado primer lugar desciende al tercero; López sube del cuarto al primero; María Corina, del sexto al segundo.

 

A pesar, o posiblemente precisamente por estar preso, Leopoldo López no solo se ha escapado en punta, sino que es el único líder político nacional con un saldo positivo en la balanza agrado/desagrado. Cuenta con 6 puntos a su favor. Capriles, aparentemente su gran antagonista, cuenta con un saldo negativo de 13 puntos. Mientras 54% de la población le expresa su desagrado, solo 41% se inclina a su favor. El saldo en rojo de María Corina Machado es, hoy por hoy, solo de 7%, mientras el de Nicolás Maduro es de 30%.

 

Quien por cierto sufre el mayor derrumbe: 22 puntos. Desciende del cómodo 55,8% con el que igualaba el primer lugar con su contendor inmediato, Henrique Capriles, al módico 33%, con el que supera solamente a Ramón Guillermo Aveledo, en retirada, y a Diosdado Cabello, el político más rechazado del país y a quien el rechazo triplica la aceptación: 68% a 27%. En la escala de los repudiables, solo puede ser comparado a su conmilitón Nicolás Maduro, a quien 63% del país no quiere ver ni en pintura, el doble de quienes no le hacen asco a sus cadenas: 33%.

 

Falcón, el honroso cuarto lugar de las preferencias, a 2 puntos de Antonio Ledezma, ha sabido conservar incólume las preferencias que tenía hace año y medio: un sólido 39%. Si bien su saldo en negativo asciende a 12%, un punto menos que su compañero de fórmula, Henrique Capriles. En el campo enemigo, Jaua se mantiene en el cuarto lugar, pero el desplazamiento de las preferencias lo ha castigado, descendiendo 12 puntos en las preferencias ciudadanas. Baja de 52,8% a un seco 40% de popularidad. Con un saldo en rojo de 15%.

 

El hecho más notorio y perfectamente explicable es el estrepitoso derrumbe de Nicolás Maduro, que se precipita del primero al octavo lugar, duplicando el porcentaje de rechazo el de su tímida aprobación. Tiene, para su fortuna, al interior de su partido, 6 puntos de ventaja sobre el décimo de la lista, el sujeto a quien la encuesta de Keller del tercer trimestre que comentamos y acaba de salir del horno declara sin medias tintas como el político más aborrecido de la pizarra de los mandamases.

 

Para la dupla más aborrecida del país –sin contar lo que las encuestas debieran informarnos de otros serios candidatos a tal designación, en uno y otro bando– esa caída espectacular en la cualificación de los venezolanos es mero aunque fiel reflejo de lo que ha sucedido con la valoración del gobierno que pergeñaran ambos conjuntamente con los hermanitos Castro. Según la misma encuesta Keller, proverbialmente respetada desde hace décadas en el universo político nacional, 73% de los venezolanos, incluidos todos los colores políticos, considera que “Maduro perdió el rumbo”. 80% da por hecho la necesidad de un cambio, 56% propicia solicitarle su renuncia –de entre ellos, 92% de los opositores más rudos y 72% de los opositores moderados– y solo 37% se muestra dispuesto a seguir calándoselo.

 

Estamos ante el clásico caso de la dilapidación de la herencia por parte de un heredero tarambana: a pesar de los inmensos pesares, la imagen de Chávez continúa contando con 62% de simpatías; Maduro baja en el mismo período de 53% al 33% del agrado. Va, dicho en el más coloquial de los lenguajes, francamente palo abajo.

 

Son expresiones de notables transformaciones en el sentir popular que muy difícilmente podrán ser respondidas favorablemente por quienes comienzan a perder el respaldo popular. No quisiéramos imaginar las respuesta imaginables a preguntas sobre el grado de aceptación de otros líderes opositores, la credibilidad del CNE, el respaldo a la MUD, la decisión de participar en el próximo proceso electoral, las opiniones sobre abastecimiento, inflación, seguridad, sanidad pública y las expectativas a mediano plazo de quienes ven con horror la devastación que pica y se extiende.

 

Una cosa está clara: el 12 de febrero marcó un antes y un después de los liderazgos, un antes y un después en la aceptación de la desastrosa herencia dejada por el caudillo, un antes y un después en la aprobación de la representación política opositora. El barco ha cambiado el rumbo. Ya no se dirige a donde iba. Tampoco sabemos aún hacia dónde se dirige. Ni quién asumirá el timón. Comienzan a hacer mutis los viejos responsables. De los nuevos, salvo la escapada ominosa de algún bucanero, todo está abierto.

 

Así son las cosas.

Antonio Sánchez García 

@sangarccs

La muerte de Salvador Allende

Posted on: septiembre 12th, 2014 by Super Confirmado No Comments

1. La historia de Chile conoce dos suicidios presidenciales: el de José Manuel Balmaceda, ocurrido el 19 de septiembre de 1891 en la legación argentina donde se hallaba asilado desde el 29 de agosto, a los 51 años de edad y tras cinco años de gobierno y el de Salvador Allende, el 11 de septiembre de 1973, a los 64 años y tras mil días de gobierno. En ambos casos, como consecuencia de profundas crisis sociales y políticas. El de Balmaceda tras una guerra civil, la de 1891, impulsada por el Congreso chileno y el respaldo de la Armada, contienda que J.M. Balmaceda perdiera y diera al traste con el régimen presidencialista característico del siglo XIX chileno. El de Allende, tras el intento de instaurar un régimen socialista y el rechazo de las instituciones y los partidos políticos del establecimiento, que le dieran legitimidad a sus fuerzas armadas para proceder contra el que calificaran como un gobierno ilegítimo.

 

A pesar de las circunstancias históricas, ambos suicidios comparten aspectos sustantivos: en lo político, el rechazo de la institucionalidad vigente a los intentos del ejecutivo por sobrepasarla estatuyendo un régimen dictatorial de gobierno. En lo personal y subjetivo: un profundo y muy arraigado sentido del honor y del patriotismo de ambos personajes. Balmaceda se dispara un tiro en la sien, cubierto con la bandera chilena luego de dos meses de asilo, a la espera del 19 de septiembre, fecha la más trascendental de la historia chilena, la de su Independencia y último día de su mandato constitucional. Allende, que rechaza la oferta de asilo y el avión que Augusto Pinochet pone a su disposición para que salga del país con su familia y quienes considere sus más allegados. Oferta que rechaza con indignación. Un presidente chileno se respeta: no se somete a la traición de sus subordinados. Ni se refugia en las sotanas después de ofenderlas.

 

Ambos suicidios están profundamente vinculados. Otro presidente chileno, Pedro Aguirre Cerda, un socialdemócrata que gobernara desde 1938 hasta el día de su muerte, en 1941, y del que Allende fuera ministro de salubridad, había recordado el precedente de Balmaceda con la intención de demostrarle al país, pero en particular a sus fuerzas armadas en respuesta al “ruido de sables” que entonces protagonizaba, no sólo el temple y la hombría del gobernante, comandante en jefe de sus tropas, sino su profundo sentido de la dignidad presidencial. Así recordaba Allende en 1963, a diez años de su propio suicidio esa premonitoria circunstancia: “En la mañana, al ser despertado, (Pedro Aguirre Cerda) fue advertido por sus edecanes en el sentido de que las tropas marchaban contra el Palacio de la Moneda…Don Pedro, serenamente manifestó a sus edecanes “Ustedes pueden y deben retirarse. Yo me quedaré aquí para que sepa Chile como muere un presidente constitucional cuando el ejército olvida el cumplimiento de las leyes”.

 

2. La idea del suicidio, o de una muerte violenta sufrida en defensa de su legitimidad presidencial como ultima ratio del desafío que enfrentaba a la cabeza del gobierno socialista de la Unidad Popular no era, pues, un capricho ni una ocurrencia de circunstancia del tribuno de la izquierda chilena. Era parte de la tácita tradición de respetabilidad institucional chilena a la que se sentía visceral, emocionalmente vinculado. Fue anticipada por Salvador Allende en su primer discurso como presidente de Chile, en el Estadio Nacional de Santiago ante 50 mil de sus seguidores y los invitados extranjeros, el día de su asunción del mando. Ya sabía el líder socialista que su apuesta era del todo o nada y de que en su esfuerzo por hacer realidad la promesa con que llegara al Poder – construir lo que él llamada “socialismo con rostro humano” – cumpliría su mandato contra viento y marea, salvo que en el cumplimiento de su deber encontrara la muerte a manos de quienes traicionaran sus obligaciones constitucionales. Lo expresaría con palabras inolvidables, desgraciadamente desconocidas por quienes, perdida ya en nuestro país la conciencia del alto sentido del honor que implica detentar la más alta magistratura de una Nación, pretenden ver en su muerte la mano negra de alguna conspiración extranjera. Y con mayor claridad ante el propio Fidel Castro, uno de cuyos esbirros ha sido acusado de haberlo asesinado por órdenes del propio Castro, en la despedida que le diera a su larga, indiscreta y abusiva permanencia en territorio chileno, el 2 de diciembre de 1971: “Yo no tengo pasta de apóstol ni tengo pasta de Mesías, no tengo condiciones de mártir, soy un luchador social que cumple una tarea, la que el pueblo me ha dado. Pero que lo entiendan aquellos que quieren retrotraer la historia y desconocer la voluntad mayoritaria de Chile: sin tener carne de mártir, no daré un paso atrás; que lo sepan: dejaré La Moneda – el palacio presidencial chileno -cuando cumpla el mandato que el pueblo me diera. No tengo otra alternativa: sólo acribillándome a balazos podrán impedir la voluntad que es hacer cumplir el programa del pueblo”. Era una admonición ante los afanes golpistas que ya se incubaban en el establecimiento civil y militar de la extrema derecha y que se expresaran en el secuestro y asesinato del General René Schneider, comandante en jefe de las fuerzas armadas chilenas, ocurridos el 25 de octubre de 1970, a poco más de un mes de celebradas las elecciones ganadas por Salvador Allende.

 

3. Esa voluntad de dar su vida antes que incumplir las obligaciones derivadas de su alta responsabilidad como presidente de Chile la reitera a pocas horas de hacerla efectiva, cuando la decisión de suicidarse parece tomada, ante un pequeño grupo de dirigentes de su Partido Socialista, que en el colmo de la inconsecuencia política vienen a ofrecerle una salida de escape al asedio en que se encuentra, horas después de negarle todo respaldo a su idea de realizar un plebiscito para superar el impasse ya insalvable con una oposición que ha desatado los demonios: “No voy a salir de la Moneda. Voy a defender mi condición de Presidente, así que ustedes no deben ni siquiera plantearme esa posibilidad. Al partido hace tiempo que no le importa mi opinión. ¿Por qué me la vienen a pedir ahora? Dígale a los compañeros que ellos deben saber lo que tienen que hacer.”

 

Sólo la ignorancia, la mala fe o una perversa combinación de ambas, pueden afirmar que la muerte de Salvador Allende fue causada por otro motivo que su personal e inquebrantable decisión de suicidarse antes que verse humillado por los asaltantes del Palacio Presidencial en su condición de Primer Magistrado de la República. En medio del drama que se desarrolla poco antes del mediodía de un nublado 11 de septiembre en el palacio presidencial de La Moneda, asediado por tanques, acribillado por artilleros y a punto de ser bombardeado por los Hawker Hunters de la Fuerza Aérea de Chile, recibe a sus tres edecanes que vienen a transmitirle la orden impartida por los jefes del golpe de rendirse y aceptar la oferta de un DC-6 para salir del país con su familia y los acompañantes que designe. El comandante de la Fuerza Aérea edecán Roberto Sánchez le reitera que el avión DC-6 está en Los Cerrillos, a pocos kilómetros de La Moneda. El comandante Sergio Badiola, su edecán del Ejército, le reitera que las Fuerzas Armadas y Carabineros están actuando con total unidad, lo que hace inviable toda resistencia. El capitán de navío Jorge Grez le explica que no podrá enfrentar el poder de fuego combinado que lo enfrenta. “Agradézcale a su institución su ofrecimiento, comandante Sánchez” – le responde Allende -. “Pero no lo voy a aceptar. No me voy a rendir. Díganles a sus comandantes en jefe que si quieren mi renuncia, me la tienen que venir a pedir aquí. Que tengan la valentía de pedírmela personalmente.” Luego muestra su fusil, el que carga en bandolera y fuera regalo de su amigo Fidel Castro, con el que se le ve en su última fotografía mirando el ataque aéreo desde la entrada principal de La Moneda, y poniendo su mano derecho bajo el mentón les explica, con toda serenidad y sin que le tiemble la voz: “Y miren: el último tiro me lo dispararé aquí”. Para pedirles luego que se retiren. Copiando al calco las palabras de aquel a quien sirviera como ministro de salubridad reitera su tradicional caballerosidad y grandeza: “Vuelvan a sus instituciones, Señores. Es una orden.” Se despide de cada uno y los acompaña hasta la puerta de su despacho. Desde el umbral advierte en voz alta a sus guardias de seguridad una orden inapelable que todos escuchan: “los señores edecanes no deben ser molestados”.

 

Esta es la verdad histórica, narrada por los propios protagonistas. Ha sido difundida en el extraordinario reportaje publicado en el periódico La Tercera, de Santiago de Chile, titulado “Las 24 horas del golpe”. Deja ver la tragedia de un hombre empeñado en llevar a cabo un proyecto histórico equivocado, la inmensa soledad con que enfrentara su desenlace y la gallardía con que asumiera su responsabilidad ante la historia. Evitando cualquier inútil derramamiento de sangre con el sacrificio de su vida. Cualquier pretensión de parangonar esa vida ejemplar con caudillos cobardes, corruptos y envilecidos o de ensuciar ese postrer momento en que enfrentara la verdad de la muerte con aviesas intenciones de baja política, debe ser respondida con el desprecio.

 

 

 

Antonio Sánchez García

@sangarccs

Comiendo perdices

Posted on: septiembre 9th, 2014 by Super Confirmado No Comments

Aun en las tinieblas de la clandestinidad y bajo el sopor de la muerte con que nos amenazaban los comandos militares del pinochetismo recién triunfante, me vi en la obligación de salir de mi concha e ir al supermercado más cercano a buscar algunos alimentos. Creí continuar la pesadilla surrealista de la que acababa de despertar para tropezar con una pesadilla mucho peor, y real: todas las estanterías estaban vacías, literalmente vacías, salvo una, a un costado de la entrada, repleta de cajas de fósforos.

 

Jamás comprenderé la razón de esa sobreabundancia de cajas de fósforos en donde no se veía un pollo, un trozo de carne o un litro de leche ni por asomo. Y en donde, para comprar una canilla, había que levantarse a las 3 de la mañana con la esperanza de que al cabo de cinco o seis horas de paciente cola no se hubieran vaciado los estantes. A pesar del golpe, Chile no salía del letargo apocalíptico en que lo sumiera la Unidad Popular y una oposición que no comía cuentos y que tenía perfecta conciencia de que si no se alzaba, perdía la república.

 

Muchos años después, ya prescrita la pena que me endilgara la justicia dictatorial por haber enseñado marxismo pero aún rigiendo la dictadura, viví el otro extremo de las carencias: saliendo de una venta de pollos a la brasa un hombre pobremente vestido –era pleno invierno y en Chile los inviernos tienen cara de muy pocos amigos– se me acercó a ofrecernos sus servicios. Llovía torrencialmente y a través de la rendija de la ventanilla nos explicó su alegato. Después de recorrer todos los oficios imaginables –de portero a jardinero, de albañil a cocinero, carpintero, chofer y me resulta un fastidio volver a hacer el recuento– me miró fijamente a los ojos por los que corría la lluvia y me dijo con una sinceridad que le brotaba del corazón: “Señor, le trabajo en lo que sea, sólo a cambio de techo y comida. Me estoy muriendo del hambre…”.

 

Luego de explicarle que yo, aunque chileno, ya era un turista de paso, que sentía en el alma no poder ayudarlo y de ponerle en sus manos el paquete con el pollo a la brasa que acabábamos de comprar, volvimos al hotel mi mujer y yo con las manos vacías y abrumados por tanto infortunio. La salida de la dictadura todavía se veía muy a la distancia, si bien los anaqueles ya rebosaban de mercadería nacional y extranjera. Los habituales productos del mar, el salmón, las ostras, los vinos y los licores del patio habían asumido prestancia, empaques dignos de la Quinta Avenida, el dólar se había paralizado en los quinientos escudos –sigue allí desde hace décadas. Y en el mismo súper mercado en donde sólo encontrara años antes miles de cajas de fósforos, se podía encontrar lo mismo que en un súper madrileño, neoyorquino o parisiense. La economía chilena rebozaba de prosperidad y el Chile del desastre no era más que un mal recuerdo.

 

Es claro: a ningún dirigente opositor, todavía peleando con la vicaría de la solidaridad por la libertad de los presos políticos y el retorno de los exiliados se le hubiera ocurrido aparecerse sonriendo y boyante en shorts, el torso desnudo y tostado por el sol, abrazado a niñas con hilo dental en Viña del Mar o Cachagua, como asegurando que más normalidad en Chile, imposible. La impudicia, en Chile, está estrictamente prohibida desde antes de los tiempos de don Andrés Bello. El Caribe es territorio de insólitos desenfados. Como acabo de ver a Henrique Capriles, a cuyos asesores no se les ha ocurrido mejor movida para convencernos de que todo marcha a la perfección y sólo cabe aguardar un año y medio para arrasar en la Asamblea Nacional, que fotografiarlo abrazando vistosas abundancias carnales y clásica felicidad caribeña: una fría, un bikini, una sonrisa de oreja a oreja y que el mundo se vaya a bolinas, como dicen los cubanos. Los presos que sigan presos: allí expían sus culpas, que los únicos culpables son ellos mismos.

 

Salgo del automercado, en donde puede que falten algunos bienes, pero veo al clásico chavismo saliendo tapado de pacas de papel tualé, bolsas de harina pan y una sonrisa de victoria como la del candidato opositor. Unos están en la playa, otros en la ciudad. Unos en el gobierno y otros en la oposición. ¿Quién le tiene miedo al lobo?

 

Antonio Sánchez García

 @sangarccs

Santos, el tartufo

Posted on: septiembre 6th, 2014 by Super Confirmado No Comments

Que era un patiquín que no saldría a la calle sin peinado y maquillaje, lo sabemos de toda la vida. Cada cual es dueño de sus ambiguas viscosidades. Que era un lameculos dispuesto a jugarse el todo por el todo para complacer a quien, en muy mala hora, lo encumbró al Poder, lo supimos cuando llevó a sus últimos extremos las órdenes que le impartiera quien manejaba la alcabala que le abriría las puertas del palacio Nariño, incluso dispuesto a invadir un territorio extranjero en donde sabía no encontraría una verdadera oposición.

 

Que fue el Libertador el primero en clasificar al Ecuador de republiqueta. Que era un siniestro tartufo de lucido aprendizaje en las mazmorras de la policía política, lo aprendimos cuando después de asesinar a Raúl Reyes secuestró las informaciones que podían alfombrarle la entrada a la presidencia, maniatar a Chávez y sobarle el lomo a Fidel Castro al que, como toda la clase política colombiana, le ha lamido las entre suelas.

 

Cuando se negó a entregarle Makled, el Kingpin, a la DEA supimos que su inescrupulosidad y su maquiavélico afán de poder iban tan lejos como para estar dispuesto a enconchavarse con el chavismo y aliarse con las FARC. Y cuando la miopía colombiana lo reeligió y perdió todo freno, llegó al extremo de acostarse con Timoschenko y Raúl Castro sin hacerle asco a los viejos compromisos con Álvaro Uribe. Finalmente, si una hechura del Islam gobierna en los Estados Unidos y antes se chorrea que enfrentarse al castrocomunismo, ¿por qué no habría el patiquín de la burguesía neogranadina abrazarse con los socios de las narcoguerrillas colombianas?

 

El colmo acaba de suceder: ansioso por granjearse las simpatías de la satrapía venezolana y darle una sobadita de lomo al tirano habanero, decide pisotear todos los compromisos internacionales y ultrajar los más elementales derechos humanos expulsando de Colombia a un joven luchador por la libertad y la democracia como Lorent Saleh. Se iguala en hombría y decencia al pedófilo nicaragüense, que impide la entrada al país a uno de los más notables diplomáticos venezolanos, Milos Alcalay.

 

Así, Daniel Ortega y Juan Manuel Santos, Fidel Castro y Timoschenko comen del mismo plato y ultrajan los mismos principios. Todo sea en bien de una dictadura de mala muerte que aún puede seguir siendo ordeñada. Una buena lección para aprender hacia el futuro. Humillaciones y traiciones de este calado no se olvidan fácilmente. Ya llegará el momento de las cuentas. Prohibido olvidarlas.

 

Antonio Sánchez García

@sangarccs

Zuluaga, un imperativo existencial

Posted on: junio 14th, 2014 by lina No Comments

Las elecciones de este próximo domingo tienen una trascendencia incalculable para el futuro de Colombia y América Latina. Si la sociedad colombiana, inconsciente del juego del que sin ni siquiera saberlo forma parte, reelige al hombre de La Habana, estará abriéndole definitivamente las puertas al castrochavismo asumido por las FARC como vía estratégica para el asalto final al poder.

 

Puede que la región se encuentre viviendo los momentos más cruciales y definitorios de su historia. Nunca antes las democracias latinoamericanas habían estado más afectadas por el virus de la disolución, de la desintegración, de la pérdida de sus valores trascendentales. Algo que la extrema habilidad con que se ha movido el castrismo desde la caída del Muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética impide ver en toda su dimensión.

 

El triunfo de Hugo Chávez, luego de un avieso golpe de Estado y la crisis que precipitara en una sociedad afectada por la desafección de las mayorías, siguió los clásicos parámetros con que el totalitarismo nazifascista asaltara el poder en Europa: fracturó el sistema de dominación venezolano, provocó una pérdida de identidad en la esencia de los factores populares y democráticos, provocó una ruptura intestina de los elementos que cohesionaban hasta entonces la democracia y preparó el terreno para cumplir el desiderátum perseguido por Hitler, como lo anunciara luego de su fallido golpe de Estado y lo anunciara su vocero oficial, Goebbels: conquistar el poder del Estado de modo absolutamente legalista y constitucional, pacífica y democráticamente. “El Estado moderno no se conquista por la fuerza desde fuera; se lo conquista desde dentro con el uso de sus propios medios”, dijo Hitler en 1926. Goebbels diría un par de años después: “Iremos al Parlamento para conquistarlo y destruirlo desde dentro”. Fue lo que hicieron sistemática, perseverante, pacientemente.

 

Castro, un fiel admirador y epígono de Hitler, diseñó esa misma vía para la conquista de la región, luego de ver fracasada la vía armada. Golpes de Estado, fracturas de los regímenes democráticos, desconfianza y desprecio de la lealtad de los sectores mayoritarios en sus instituciones y maduración de las condiciones hasta entrar e el poder por la puerta grande electoral. Ni Correa ni Evo Morales quisieron asaltar el poder mediante golpes: propiciaron la caída de los presidentes, provocaron un vacío de poder y recogieron los frutos de la inquina y la provocación castrista sin moverse de sus puestos de observación y combate. Ni un movimiento en falso, ni un tiro ni un asalto.

 

Secundado por su herramienta injerencista, el Foro de Sao Paulo, vistiendo los ropajes de la socialdemocracia de nuevo cuño o la vía directamente neofascista de acuerdo con las condiciones específicas, Castro logró, sin gastar un centavo ni sacrificar uno solo de sus hombres, conquistar América Latina, controlar la OEA, manejar Mercosur y Unasur, y se apresta a poner su lanza en territorio neogranadino, luego de un trabajo de ablandamiento de cuatro años en la figura de un fantoche de mil caras: Juan Manuel Santos.

 

Las elecciones de este próximo domingo tienen una trascendencia incalculable para el futuro de Colombia y América Latina. Si la sociedad colombiana, inconsciente del juego del que sin ni siquiera saberlo forma parte, reelige al hombre de La Habana, estará abriéndole definitivamente las puertas al castrochavismo asumido por las FARC como vía estratégica para el asalto final al poder. Ni siquiera teme hacerlo público, confiado en la anestesia inoculada al cuerpo social colombiano por Santos y sus conversaciones habanera.

 

Las declaraciones de Iván Márquez no podían ser más explícitas: entrar en el Palacio Nariño y el Parlamento colombiano de la mano de Santos para iniciar la deconstrucción de la democracia colombiana y convertirla en otra pieza del tablero del ajedrez castrista. Cuando más debilitadas estaban como para hacerlo imposible a futuro, la traición de Santos ha permitido este insólito juego del destino. Más allá de sus propias ideas, de su conciencia y de sus consideraciones de oportunismo y ambición política, es un rastrero instrumento de las perversas manipulaciones del castrocomunismo.

 

Impedirlo es, repito, un imperativo categórico moral. Para iniciar de la mano de Oscar Iván Zuluaga y Álvaro Uribe la reconstrucción del dañado tejido sociocultural y político de nuestra región. Es una apuesta de vida o muerte. Debes asumirla.

 

Antonio Sánchez García

La Venezuela desalmada

Posted on: enero 1st, 2014 by lina No Comments

La lectura de “El rostro humano de la política” y “Vivido y Contado” pueden ser dos inestimables contribuciones para recuperar la memoria de lo vivido, fortalecer nuestras esperanzas y fijar el futuro de la bitácora de nuestros derroteros. Nos dan luces de la grandeza que fuimos capaces de crear, la misma que hemos perdido y de la que hemos sido irresponsablemente inconscientes. Donde hubo fuego, dice el refranero, cenizas quedan. Las brasas de nuestra grandeza esperan, impacientes, por nosotros

 

Si necesitaba el testimonio documental que viniera a confirmar mis recuerdos de la Venezuela a la que llegue el lunes 27 de junio de 1977, un país rebosante de vitalidad, de entusiasmo, de desenfado, de generosidad, de alegría y confianza en sí mismo, y por lo mismo absolutamente cautivador, la fortuna me ha permitido el privilegio de encontrarlo en dos libros de memorias imprescindibles, cuya lectura recomiendo con el mayor entusiasmo a quienes, sin haber nacido o siendo niños por entonces, penetran ahora en el intrincado universo de la política en una Venezuela que perdió todos esos extraordinarios atributos hasta convertírsenos en este despojo carente de escrúpulos, sórdido, prostituido, torcido y saqueador en que la ha convertido el asalto de la barbarie uniformada y la dictadura militar de la satrapía que la administra desde La Habana.

 

Me refiero a los libros de memorias de dos destacados ex militantes de Acción Democrática, Héctor Alonso López – “El rostro humano de la política” [1] – y Pedro Mogna – “Vivido y contado” [2]. Merecen cada uno de ellos una detenida reseña, que me comprometo a escribir a futuro, por muchas razones: en primer lugar, por el inmenso acopio de material documental de primera mano de dos testigos de excepción de uno de los períodos más ricos y fructíferos de nuestra historia moderna.

 

Con un aporte de excepción: la vivencia personal, íntima, en primera persona de dos jóvenes de provincia que viven el furibundo despertar de la democracia venezolana desde las banderías de Acción Democrática allegados a Caracas como esos personajes novelescos de lo que la tradición literaria europea llama “la educación sentimental”: vida y milagros del despertar a la adultez en medio del fragor de la política, del afán por incorporarse al fluir vital de sus pueblos, de entregarse con generosidad y absoluto desprendimiento al esfuerzo colectivo por darle alma a un proyecto nacional que atravesara por todos los sacrificios, todas las penurias y todos los sufrimientos hasta encarnarse en una identidad de país.

 

Yo la llamaría la aventura de una vida por fundirse con el río turbulento de una sociedad para alcanzar la adultez de Nación.

 

Fue la Nación, con mayúsculas, que descubrí la misma noche de mi llegada a Caracas para participar en un congreso latinoamericano de filosofía y que en un inaudito vuelo rasante de horas vertiginosas me llevara de un amanecer desorientado en un aeropuerto desconocido, a una universidad deslumbrante para culminar rodeando con los restantes participantes de todos los países de la región a quien entonces era el presidente de esa insólita República, Carlos Andrés Pérez.

 

Muchos de nosotros veníamos del destierro, expulsados de nuestros centros de estudios, como en mi caso “por pervertir a la juventud con el ideario marxista”, perseguidos y amenazados de muerte por los tiranos uniformados que usurparan el Poder para venir a estrecharle la mano a un hombre joven, de una vitalidad exultante, figura ya de primer orden en el concierto internacional, con el que departíamos en total camaradería. ¿No era digno de un cuento de Gabriel García Márquez? Amanecer en una ejemplar democracia caribeña.

Desde luego: ninguno de nosotros sabía del odio y del rencor que anidaba en una parte esencial de la Intelligentzia venezolana que nos convocaba a ese Congreso Latinoamericano de Filosofía. Como que el convocante, Ernesto Mayz Vallenilla, rector de la recién fundada Universidad Simón Bolívar, sería tiempo después uno de los notables que llevaría a ese mismo presidente al doloroso ritual del asesinato cesariano. Y dos de sus principales promotores – Pedro Duno y José Rafael Núñez Tenorio – serían los intelectuales orgánicos de la irrupción armada de la barbarie militarista. Nada filosófica por cierto, como que la comandaba un grupo de ignaros coroneles sin otra formación intelectual que la de troperos ambiciosos y desarrapados.

Lo recuerdo a propósito de los imprescindibles testimonios de Héctor Alonso López y Pedro Mogna, porque en ellos abunda la otra Venezuela: la del despertar de sus sectores humildes y populares, la del sacrificio desinteresado de una militancia de provincias, llena de idealismo, de entusiasmo, de fervor auténticamente revolucionario. Irrumpe en ellos el respeto, el cariño, la admiración por los grandes dirigentes de Acción Democrática. Algunos de ellos miembros de sus propias familias, sin saber que estaban haciendo historia. Y trasuntan, posiblemente sin pretenderlo, la inmensa alegría, la vitalidad, el amor colectivo de un país enrumbado posiblemente por primera vez en su decurso republicano hacia el éxito de sus grandes propósitos históricos.

 

Leerlos sobre el telón de fondo de la destrucción de los partidos, de la carencia de grandes figuras de valía universal, como Rómulo Betancourt o Carlos Andrés Pérez, de la desaparición del abnegado espíritu de generaciones empeñadas en hacer de Venezuela el gran país que llegó a ser, de la desintegración de su civilidad y la odiosa hegemonía del militarismo corrupto, prepotente y descarado, a cuyas dictaduras le arrancaban entonces los futuros deslumbramientos de la Patria liberal y civilista, no puede sino conducir a la triste conclusión de que nuestro país ha perdido su singladura moral, su nervio vital, su consenso de grandezas para iniciar, desalmada, la travesía por un desierto de inmensas dificultades.

La lectura de “El rostro humano de la política” y “Vivido y Contado” pueden ser dos inestimables contribuciones para recuperar la memoria de lo vivido, fortalecer nuestras esperanzas y fijar el futuro de la bitácora de nuestros derroteros. Nos dan luces de la grandeza que fuimos capaces de crear, la misma que hemos perdido y de la que hemos sido irresponsablemente inconscientes. Donde hubo fuego, dice el refranero, cenizas quedan. Las brasas de nuestra grandeza esperan, impacientes, por nosotros.

[1] El Rostro Humano de la Política, Héctor Alonso López, Barquisimeto, 2013.

[2] Vivido y Contado, Pedro Mogna, Caracas, 2013.

 

Antonio Sánchez Garcia

@sangarccs