A la espera de la inevitable ruptura

Posted on: noviembre 14th, 2020 by Laura Espinoza No Comments

 

Hace ya 38 largos y muy pesados años, el 4 de febrero de 1992, la fracción castro comunista liderada en el interior de la joven oficialidad de las fuerzas armadas por el teniente coronel Hugo Rafael Chávez Frías, respaldado por los coroneles Arias Cárdenas, Yoel Acosta Chirinos y Jesús Urdaneta Hernández dieron el primer intento golpista, por demás fallido, de una conjura de décadas que enfrentaba al mundo político militar con el mundo político civil. Una hostilidad latente y un enfrentamiento siempre velado por la hegemonía y el control del país entre el gobierno y los partidos políticos, con el conjunto de las fuerzas armadas, estaba a punto de estallar. Y sumir a Venezuela en la tragedia en que ha venido a desembocar. La peor y más grave crisis socio política y económica de su historia. Hoy vemos cumplirse el sueño de Fidel Castro: Venezuela luce desarbolada y dominada por sus hombres. La que fuera, ya dejó de serlo. Una tragedia.

 

 

Por sobre ambos establecimientos, sombreaba el influjo y la acción, llevada en la semi clandestinidad, de Fidel Castro y del gobierno revolucionario cubano. Y la influencia de larga data, latente o virtual del socialismo marxista Hoy sobre los partidos, los medios, las academias y los sindicatos venezolanos. En una imperdonable falta de perspicacia política y miopía histórica, el gobierno del presidente Carlos Andrés Pérez, que lograra derrotar la conjura prácticamente en solitario, no respondió con la contundencia y la amplitud que ese golpe de Estado merecía. Ni se aprovechó de la circunstancia para desnudar, enfrentar y castigar severamente a las distintas facciones de conjurados civiles y militares que alimentaban el golpe de Estado y el asalto al poder alimentado y preparado desde La Habana.

 

 

No cabía otra respuesta adecuada a las circunstancias que un contundente contra golpe cívico militar, liderado desde Miraflores y Fuerte Tiuna, para desnudar, enfrentar, encarcelar y castigar severa y ejemplarmente a todos los actores civiles y militares del golpe, que iban desde arzobispos hasta jueces y desde destacados políticos del establecimiento, como Rafael Caldera – preparado para asumir la jefatura del Estado de los conspiradores – hasta editores y propietarios de medios de comunicación. Hugo Chávez, Arias Cárdenas, Urdaneta Hernández y Joel Acosta no eran más que la punta del iceberg.

 

 

De la conspiración formaban parte activa y militante viejos e intocables próceres del establecimiento ideológico y cultural, como Arturo Uslar Pietri y Juan Liscano, arzobispos como Mario del Valle Moronta, periodistas y cerebros grises del golpismo, como José Vicente Rangel, dueños y editores de medios impresos, radiales y televisivos y toda la alta jefatura de las fuerzas armadas. Basta señalar que entre los conjurados estaba el prepósito de los jesuitas, hoy a la vera del papa Francisco en Roma, Arturo Sosa Abascal SJ. En otras palabras: las armas, la iglesia, las academias, los medios y la judicatura se habían finalmente confabulados para liquidar la democracia venezolana y establecer una dictadura cívico militar, de claro sesgo castro comunista en Tierra Firme.

 

 

Tan importantes eran y tan importantes son, que a pesar de haber sido sobrepasados por el sector más radical de las fuerzas armadas, y los militantes más acérrimos del castrocomunismo venezolano – Nicolás Maduro, agente del G-2, es sólo el porta estandarte de las fuerzas del Estado castro comunista cubano que se han apoderado del Estado venezolano – que cuesta nombrarlos sin hundirlos aún más en el descrédito y el desprecio, ya que habiendo pagado un muy duro precio por su falta de lealtad con la democracia y haberse prestado al golpismo militante, hoy padecen del precio del exilio y la pérdida de gran parte de sus patrimonios. Han caído en la tierra de nadie de los traidores sin compensaciones.

 

 

Hoy por hoy, nadie, ni en las filas de la traición castrocomunista ni en las de quienes le dieron la espalda a la democracia, aliándose con aquellos, tiene la menor idea de lo que le espera a Venezuela en el futuro inmediato. Guaidó y Leopoldo López, Henry Ramos Allup, Eduardo Fernández y Julio Borges, de entre todos los de su especie política, serán atropellados por el tiempo. Las pocas esperanzas aún titubean y no terminan por asumir la responsabilidad de romper con el pasado y desafiar al presente. Las puertas del futuro permanecen clausuradas y nadie parece contar con el coraje suficiente como para abrirlas y asomar el futuro que prometen. Seguimos atados a un pasado de partidos que ya ni existen. Y los nuevos partidos, como Voluntad Popular, han demostrado ser cascarones ocupados por ambiciosos y oportunistas sin la menor grandeza política.

 

 

¿No surgirán nuevas organizaciones con nuevos proyectos políticos y nuevas estrategias? ¿Terminarán las nuevas figuras por deslastrarse del peso de la noche y le darán la bienvenido al amanecer que espera por nosotros? Es la respuesta pendiente. Mientras más tarden, más pesado será el fardo y más difícil la salida. Esperamos que los elegidos den un paso al frente y rompan las ataduras. De ellos depende el futuro. Llegó la hora, Mañana es demasiado tarde. @sangarccs

 

 

Antonio Sánchez García

@sangarccs

Trump, el gran guerrero

Posted on: octubre 6th, 2020 by Laura Espinoza No Comments

 

Desde los tiempos de John F. Kennedy, Estados Unidos no se había visto conmocionado por un fenómeno político como el que ha generado Donald Trump. Con Lyndon B. Johnson, la política volvió a enclaustrarse en los despachos de los políticos de oficio. Funcionarios profesionales, altamente capacitados en el ejercicio de la cosa pública, burócratas del Estado, pero incapaces de remover los sentimientos de los norteamericanos. La dinastía de los Clinton copó el escenario y la victoria de Hillary hubiera consagrado la presencia conservadora del aparato familiar. La cocina en el Salón Oval. Fue lo que el sacudón del exitoso empresario vino a remover hasta sus cimientos.

 

 

Ese remezón, caracterizado por el reencuentro de la política con sus bases sociales, es mucho más profundo de lo que deja ver la tormenta política que sacude y atraviesa a la Unión. El enfrentamiento Trump-Biden trae al corazón de Estados Unidos el conflicto entre dictadura y democracia, marxismo y capitalismo que el fin de la guerra pusiera en el congelador y la coexistencia pacífica intentara embalsamar. Es el fin de la era Kennedy, que llevó la política a los plató hollywoodenses y pusiera los destinos de Occidente en los dormitorios de las grandes divas cinematográficas. Una época marcada por la ominosa traición de Kennedy/Marilyn Monroe con los guerreros cubanos que pretendían impedir la más grave y dolorosa tragedia sufrida por el pueblo cubano en sus quinientos años de historias: el triunfo de la tiranía castrista. La trágica renuncia de la política norteamericana a continuar su andadura por la vía de la grandeza.

 

 

Trump puso la preocupación por el destino histórico de su nación en las preocupaciones y angustias de sus electores. Y actualizó el enfrentamiento ontológico entre capitalismo y comunismo, izquierdas marxistas y derechas republicanas, en el centro del debate. Trump ha terminado con el complejo imperial y ha sabido resumir en su maravillosa consigna la esencia de sus intenciones: volver a la grandeza tradicional de Estados Unidos.

 

 

La respuesta de los demócratas no ha podido ser más cobarde y pusilánime: anteponerle al guerrero implacable un pobre y triste jubilado del apaciguamiento. Precisamente en el momento que exige de parte de Estados Unidos su mayor fiereza y sus mejores armas contra el imperialismo chino, tan desalmado que no trepida en recurrir a las peores y más inaceptables armas biológicas. Imposible no recordar el enfrentamiento de Winston Churchill con Neville Chamberlain. Como entonces, está llegando el momento de la guerra. Frente a Rusia, China y el talibanismo islámico, Occidente no cuenta con otro gran guerrero que no sea Donald Trump. Biden es el Neville Chamberlain de la circunstancia.

 

 

 Antonio Sánchez García

@sangarccs

Maduro: la caída

Posted on: septiembre 20th, 2020 by Laura Espinoza No Comments

 

Los aliados del criminal de lesa humanidad guardan el más sospechoso silencio. Ni siquiera Cuba, cuyas barbas, todas, o están muertas o están en remojo, ha dicho la menor palabra. Ser un criminal de lesa humanidad, declarado por las Naciones Unidas sin un solo voto en contra, ha convertido al dictador en un paria. Ni China, ni Rusia ni ninguno de los países islámicos ha venido en socorro del leproso. Al desprestigio sucede el desprecio.

 

 

El mundo lo quiere fuera del poder y, si fuera posible, desaparecido del mapa. Y como la pandemia ha sensibilizado a la humanidad que se ha hecho consciente de sí misma, la humanidad no quiere criminales que la degraden, la ofendan, la hieran. Maduro ha llegado así a ser el personaje más detestado del planeta. Ni el oro, ni los diamantes, ni el concho petrolero que aún le queda al país más esquilmado,  abusado, asaltado, violado y despreciado del planeta puede socorrerlo. Maduro está solo. Absolutamente solo. Aplastado por el odio y el desprecio.

 

 

Ni Estados Unidos, ni la Unión Europea, ni la OEA quieren que su salida sea acompañada de algarabías, insurrecciones y bullicio de cañoneras. Entre tanta pandemia y presagios apocalípticos, la humanidad quiere salir de sus taras y lacras sin asustar al vecindario. Quieren que imite a Fujimori y sin decir una sola palabra y ni siquiera escribir una carta de despedida, que desaparezca. Para siempre.

 

 

Debe ser el deseo de todas las jefaturas de sus ex aliados. Ni a Rusia ni a China, y muchísimo menos a Cuba, les conviene la cercanía y familiaridad de un sujeto que ha alcanzado el dudoso honor de ser el primer criminal de lesa humanidad vivo reconocido como tal por todas las naciones democráticas del orbe. Todos los otros ya están muertos, ahorcados o degollados: Hitler, Goebbels, Eichman, Gadaffi, Sadam Hussein, el Che Guevara, Mao, Fidel Castro, Hugo Chávez.

 

 

Tiene, además, a su civilizado verdugo a tiro de piedra. Donald Trump y Angela Merkel, los máximos líderes de las naciones democráticas más importantes y poderosos de Occidente, quieren que se vaya y la presidencia vacante sea ocupada de inmediato por el presidente interino que cuenta con la legitimidad que le da ser el presidente de la Asamblea Nacional, la única institución legítima con que cuenta el escarnecido país.

 

 

Y a estas alturas nadie avala su último recurso: unas elecciones pautadas para el 6 de diciembre. Es el repudiado borracho de la fiesta que al momento que quieren echarlo se saca una botella de whisky del bolsillo y la pone sobre la mesa. La Unión Europea dijo su última palabra: no vendrá a avalar unas elecciones en las condiciones impuestas por un criminal de lesa humanidad. Ni siquiera se trata de que las observe: nadie quiere ser testigo de un crimen.

 

 

El orden de los factores altera el producto: el mundo quiere que haya elecciones, pero sin el criminal de lesa humanidad, sin su parapeto electoral y sin sus maquinitas tragaperras. Esa decisión es compartida por todos los gobiernos democráticos del mundo y ni siquiera Guaidó, a quien lo empujan a la presidencia una vez desaparecido Maduro, podrá lograr que cambien de opinión.

 

 

Resultaría contradictorio y digno de la marcha de la locura, que la oposición venezolana no le hiciera caso a la comunidad internacional e insista en hacerse cómplice de un fraude cantado. El karma ha sido legitimado por la ONU, la Unión Europea y la OEA: cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones. Llegamos al fin de la ruta: el futuro luce al alcance de la mano. A Dios gracias.

 

 

Antonio Sánchez García

@sangarccs

Don Andrés Bello, el bisabuelo de piedra

Posted on: marzo 2nd, 2017 by Maria Andrea No Comments

Mientras, en Venezuela, solo el oportunismo y la capacidad de comprender cuál de las monturas sería la que terminaría por empuñar las riendas del poder –nuestro realismo trágico– le permitirá a los pocos civiles que se arrimaban a sus bastiones, como Antonio Leocadio Guzmán o Tomás Lander, mantenerse cerca de sus fogones. ¿Andrés Bello en Caracas? Se hubiera sumido en el más penoso y humillante de los olvidos. Jamás hubiera podido ser lo que estaba destinado a ser: don Andrés Bello, el bisabuelo de piedra.

 

 

 

 

A Alfredo Coronil Hartmann

 

 

 

 

¡Qué inmensa fortuna para Andrés Bello haberse quedado varado en Londres y no haber contado con el beneplácito y respaldo de su contemporáneo y discípulo Simón Bolívar para volver a Venezuela! ¡Qué feliz azar de su destino verse obligado a pasar hambre y penurias, soledad y miserias en la pérfida Albión y evitarse así, contra su propia voluntad, los espantosos desastres de la guerra y los más desastrosos primeros años de la Segunda República! ¡Qué feliz jugarreta del destino haberse visto obligado a atenuar sus penurias sirviendo de humilde y mal pagado escribano al servicio del embajador de Chile en Londres, el guatemalteco Irisarri, y haber pasado luego a servir a su sucesor en la legación, el patricio chileno don Mariano Egaña, que lo viera primero con gran desconfianza, para tomarle luego un afecto convertido en familiar cariño, hasta llevárselo finalmente consigo a Santiago de Chile, esa “fértil provincia y señalada, de la región Antártica famosa”, que cantara don Alonso de Arcilla y Zúñiga. Lo esperaba una vida inmensamente fructífera y provechosa, el encumbramiento a las más insignes alturas de las letras, las leyes y la política chilenas y echar hondas raíces en el seno del patriciado sureño, hasta convertirse en el ideólogo y jurista del emergente aparato de Estado chileno y el más insigne protector y promotor de sus artes, sus letras y su cultura. Con su discreción, su sobriedad, su disciplina, su inagotable espíritu de servicio y su portentosa cultura sería el perfecto “intelectual orgánico” del Estado nacional fundado por su compadre y estrecho amigo, Diego Portales. Y el consejero y principal asesor de todos los presidentes chilenos, hasta su muerte.

 

 

 

Ni la academia ni la juridicidad, ni sus universidades y su legalismo hubieran sido posibles sin la beneficiosa presencia del caraqueño. Ese “bisabuelo de piedra”, como lo llamara su bisnieto, el escritor chileno Joaquín Edwards Bello, tío abuelo, a su vez, de ese gran novelista latinoamericano que es Jorge Edwards, ha presenciado el paso de todas las generaciones que se educaron en la Universidad de Chile, que él fundara, y de la que en un trance insólito y por breves días ocupara el rectorado otro venezolano ilustre, Mariano Picón Salas. Corrían por entonces los años treinta del siglo XX y el monumento dedicado al ilustre venezolano llevaba otras tantas generaciones presidiendo la entrada principal a la casa central de dicha universidad, frente a la añosa y tradicional Alameda de las Delicias. A pocos pasos de los también famosos hermanos Amunátegui, grandes historiadores de esa notable aventura que es la historia del Chile civilista y republicano.

 

 

 

Cuando Bello arriba a Santiago, en 1828, se prepara a vivir años difíciles, él, que más difíciles que los que pasara con su esposa y sus hijos ingleses en Londres, imposible. Años que ha de haber imaginado austeros, ascéticos, de grandes incomodidades, penurias y estrecheces. Chile no es Venezuela, Santiago no es Caracas, el Mapocho no es el Guaire, y nada, ni la más frondosa de las quebradas que impulsan sus aguas desde las rocosas alturas andinas –frías y turbulentas– resiste la menor comparación con la dulzura y la templanza de su Catuche natal. Ciudad de estaciones, con inviernos rigurosos y costumbres espartanas, con veranos calcinantes y sedientos, parece haberle impactado más bien negativamente al recién llegado. Sus calles eran barriales y su pobreza emblemática. Todavía impactado por los dones prodigiosos de esa tierra de gracia que era la Venezuela de tiempos coloniales. Pero en la antípoda de Venezuela, la atropellada y devastada hasta sus cimientos por los sangrientos y bárbaros espantos de la guerra civil. Al extremo de que por esos mismos años en que Bello se ahorra la carnicería y la matanza tropical –300.000 muertos y el telúrico desencajamiento de la apacible y feliz provincia de tierra firme– recogido en una sombreada y silenciosa casona de la calle Catedral, desde donde inicia su vida chilena, su alumno se asoma a la muerte en San Pedro Alejandrino profundamente contrariado por haber contribuido a desbaratar una vida tan plena de satisfacción, comodidades y riquezas a la sombra del dominio colonial de la corona, a la que le ha arrebatado sus posesiones ultramarinas. Empujándolas al caos, la anarquía, la destrucción y el desorden. ¿Para qué? Para convertirla en la feria de las ambiciones y las vanidades de caudillos desalmados, zafios, incultos y bárbaros. El reino de las lanzas coloradas.

 

 

 

¿Qué futuro le hubiera esperado en Caracas al sabio desterrado si hubiera contado con la generosidad y benevolencia de Simón Bolívar, López Méndez o los otros amigos venezolanos que luchaban por la independencia de su patria? ¿Francisco de Miranda, por ejemplo, a quien conociera en Londres y en cuya hermosa casa y a la sombra de su portentosa biblioteca pasara los primeros meses de soledad londinense? ¿La triste y humillante suerte del doctor José María Vargas, el único civil elevado a la máxima magistratura entre los cascos, el sudor y los bríos de las caballerías de ese llaneraje salvaje que se había apoderado del poder enarbolando los machetes y las lanzas de José Antonio Páez, hasta ser escupido por la infamia de sus revoluciones?

 

 

 

Por esos mismos tiempos de la llamada revolución de las reformas y los sangrientos juegos de poder del caudillo llanero, Bello trabaja codo con codo junto a don Diego Portales redactando y haciendo valer la primera gran Constitución y el Código Civil de la República de Chile. El caudillaje militarista ha sido completa y absolutamente apartado del poder por Portales y sus máximos próceres, como Bernardo O’Higgins, deportados. Los generales que resisten lo hacen profundamente fieles y leales a la civilidad y toda veleidad golpista ha sido drásticamente castigada. A la benefactora y silenciosa sombra de Bello Chile sería civilista, o no hubiera sido.

 

 

 

Mientras, en Venezuela, solo el oportunismo y la capacidad de comprender cuál de las monturas sería la que terminaría por empuñar las riendas del poder le permitirá a los pocos civiles que se arrimaban a sus bastiones, como Antonio Leocadio Guzmán o Tomás Lander, mantenerse cerca de sus fogones. ¿Andrés Bello en Caracas? Se hubiera sumido en el más penoso y humillante de los olvidos. Jamás hubiera podido ser lo que estaba destinado a ser: don Andrés Bello, el bisabuelo de piedra.

 

 

Antonio Sànchez Garcìa

 

 

Por Confirmado: Francys Garcìa

Malos, muy malos tiempos

Posted on: agosto 29th, 2015 by Maria Andrea 2 Comments

Nicolás Maduro decide decretar el Estado de Excepción – la más grave decisión de un Estado asediado para verse autorizado constitucionalmente a ejercer un mando abiertamente dictatorial y policiaco – y cerrar la principal frontera que nos separa y hermana con Colombia por una situación de descontrol provocado por su mismo gobierno. Cerrar las fronteras para impedir el comercio entre un país desarbolado y aquejado de una grave crisis socioeconómica y otro sólido y estabilizado es como pretender sellar una red zurciendo sus cordajes. Si con un dólar fronterizo se pueden comprar siete mil litros de gasolina, nadie debe extrañarse que un comerciante se sienta tentado a llevárselos a Colombia y venderlos a su precio real. Mejor negocio, imposible.

 

 

 

¿Qué sucedería en nuestro país si en el intempestivo supuesto negado de una arrolladora victoria electoral, la oposición sacara del poder a la banda castrista que lo usurpa y lo pusiera en manos de las fuerzas vivas, serias y responsables que sobreviven en Venezuela? ¿Cómo haría ese supuesto e impensable nuevo gobierno de salvación nacional para recuperar las coordenadas de una sana y sincerada economía, poniendo los productos a sus justos precios de mercado como para incentivar el aparato productivo, llenar los anaqueles, ponerle fin a la barbarie de colas y bachaqueo, atraer inversiones y volvernos al redil de las naciones sensatas si, por ejemplo, para recuperar Pdvsa del burdel en que la hundiera el castrochavismo se comenzara por poner el litro de gasolina al precio del mercado mundial? ¿Es imaginable un litro de gasolina a Bs 70, sólo para volverlo al precio fijado por las propias autoridades, a saber, 10 centavos de dólar, lo que sigue siendo un regalo?

 

 

Rafael Poleo insistía en afirmarme que el paquete económico de Miguel Rodríguez – la más sensata y lúcida de las políticas económicas jamás intentadas en la Venezuela democrática para zafarla del delirio clientelar y populista de casi todos los gobiernos democráticos – sólo era posible en Venezuela bajo un gobierno pinochetista. Es decir: bajo el imperio de una dictadura militar de derechas, tan férrea, implacable y resoluta como la que sacara a Chile de un pantano mucho menos devastador que el que hoy sufrimos y la convirtiera en la primera economía suramericana.

 

 

Pues por inmensamente mayoritario que sea el rechazo, ya convertido en odio desatado, contra Maduro, Cabello y sus pandillas castrocomunistas y por evidente que sea el desastre causado a la Patria, luego de empobrecer más a los pobres y enriquecer más a los ricos, deben ser miles las bandas criminales de colectivos, psuvistas, comunistas y ultraizquierdistas de toda laya y condición dispuestos a inmolarse en un baño de sangre por impedir el regreso a la normalidad de un país que lo reclama a los gritos. Si la caída de Pérez Jiménez provocó la devoradora apetencia por golpes de Estado de extrema derecha y extrema izquierda y el despliegue de una cruenta guerra de guerrillas que lejos de aplacarse y desaparecer tras su derrota, se retiró a conspirar en sus cuarteles militares y civiles a la espera de que sucediera lo que por culpa de la gigantesca irresponsabilidad de las elites finalmente sucediera – la revolución bolivariana – ¿qué hace presumir que a la caída de la dictadura castrocomunista de Nicolás Maduro y Diosdado Cabello no se desatarán las mismas apetencias?

 

 

Los remedios, es sabido, deben estar por lo menos a la altura de las enfermedades. Seguir escondiendo la cabeza en los arenales del electoralismo sin adelantar las necesarias certidumbres de lo que se hará en caso de ver frustradas las legítimas aspiraciones de victoria tras otro fraude continuado, demuestra una dramática carencia de sentido común y sentido de responsabilidad política. No concientizar a los mayoritarios sectores democráticos acerca de las gigantescas dificultades policiales, militares, de orden público y de sacrificios materiales que enfrentaremos al asumir el control del país, da pruebas de un trágico infantilismo político. No asumir con rigor, responsabilidad, estatura y solvencia moral los desafíos que enfrentamos y deberemos enfrentar supone dar por perdida una batalla que ni siquiera comienza. Sin un fervoroso patriotismo, una sólida unidad nacional tras objetivos trascendentes y un acendrado espíritu democrático no saldremos del marasmo. Ocultarlo es un crimen.

 

 

Enfrentamos malos, muy malos tiempos. Temo que en el seno de los partidos dominantes en la MUD no se saquen las debidas conclusiones y se corra la arruga del desastre y la frustración hasta otro proceso electoral. O deberemos, como sociedad civil, asumir la responsabilidad de crear el organismo capaz de ver la tragedia cara a cara y avanzar hacia las auténticas soluciones. El resto es silencio.

 

 

@sangarccs

La Capitulación

Posted on: julio 7th, 2015 by Laura Espinoza No Comments

 

Estamos solos. Siempre lo estuvimos. Aquellos a quienes auxiliamos en nuestro inmediato pasado con desbordante generosidad cuando estuvieron solos, hoy nos vuelven la espalda. Antes que latinoamericanos, hispanoamericanos, bolivarianos, latinos o como quiera llamárseles, son marxistas, seguidores de un señor nacido en Treveris, Alemania, y de un cubano tiránico y brutal llamado Fidel, hijo del gallego Ángel Castro. Como diría Hamlet: the rest is silence.

 

 

A Carlos Alberto Montaner

 

 

Confieso haber creído, inicialmente,  en la tesis de la capitulación. El antiimperialista, cuyos últimos vestigios aún se ocultan en mis venas, se negó a aceptar un giro tan descomunal en la política internacional de Cuba, la irredenta. ¿Un Castro, hermano del más implacable, tozudo y feroz enemigo jurado de los Estados Unidos, como Fidel, que jamás le perdonó a Kruschev haberle impedido presionar el botón que dispararía un misil con una bomba nuclear a territorio estadounidense para iniciar la más devastadora guerra atómica de la historia, prestándose a reiniciar las relaciones suspendidas desde hace más de medio siglo con los Estados Unidos? ¿Sin pedir nada a cambio? ¿Fidel capitulando, a los 90 años y 56 de tiranía absoluta?

 

 
Poco a poco fui acercándome a la visión crítica e irreductible de mi admirado y respetable amigo Carlos Alberto Montaner. Detrás de la jugada del acercamiento se ocultaba una maniobra de alto ajedrez estratégico, muy propio de Fidel, el maquiavélico, de verse súbitamente reducido en sus iracundias homéricas a un tortuoso, infatigable y realista conductor político, aparentemente mediocre y desangelado: Raúl Castro. El servicial, beodo y ambiguo portamaletas del hermano genial. He terminado por convencerme de que, como el personaje de Stevenson, los dos Castro son una y la misma persona: Mister Jeckill y Mister Hyde, Fidel y Raúl, las dos caras de una misma moneda. Las máscaras de la tiranía.

 

 

Los hechos, como en la novela de Edgar Allan Poe, están sobre la mesa. Las amenazas de que la DEA procediera contra el gobierno forajido y narcoterrorista de Nicolás Maduro, repitiera el Noriegazo, encarcelara a Nicolás Maduro, a Diosdado Cabello y a Tarek El Aissami, congelando las relaciones y encarcelando sucesivamente a todo el personal comprometido con el colosal saqueo al erario venezolano – miles de millones de dólares en un asalto inédito a los bienes de un Estado en la historia universal – , para así cortar el cordón umbilical de la satrapía y arrebatarle su última base de resistencia estratégica debe haber encendido todas las alarmas de la nomenclatura cubana. ¿Perder PDVSA y ese territorio geoestratégico vital para enfrentar, desde su cara norte, a la potencia imperialista, volviendo a la más pesadillesca de las situaciones? ¿Vivir, a estas alturas, otro período especial?

 

 

Recientemente, la hija de un intelectual norteamericano que odia a Norteamérica – caso sólo posible en una democracia ejemplar, pues además de odiar a su patria ésta lo provee de todos los medios de comunicación que odia mortalmente y le abre sus universidades para propagandear ese odio y sumar aliados al odio y proveer de argumentos a los enemigos, sin que nadie se irrite o lo importune  – y que siguiendo su senda se ha especializado en el caso cubano, resaltaba la proeza del gobierno cubano, pues la última vez que visitara Cuba se había encontrado con que en los platos de los oprimidos cubanos había muchísimo más comida que hace veinte años..

 

 

La Srta. Chomsky, pues de ella se trata, le dio diez vueltas al gato para explicárselo, pasando por alto un dato que le viene de perillas a la estrategia de Castro, el menor y a la obnubilación de Obama, el nuevo mejor amigo de Raúl: esa comida que ahora sobra en los platos cubanos es precisamente la misma que hora falta en los platos venezolanos. Y esos dólares que ahora sobran en Cuba son los mismos que ahora faltan en Venezuela, convertida en satrapía de la tiranía cubana y cordón umbilical por el que maman de los últimos barriles que le quedan a la exangüe vaca petrolera venezolana, y cuya sobrevivencia depende que así sea: cinco mil millones de dólares anuales y cien mil barriles de petróleo diarios. O los que más sean, pues la crisis estrecha los márgenes de “generosidad del internacionalismo proletario” venezolano.

 

 

Imagino las carreras en el despacho presidencial cubano ante la sola posibilidad de que el Departamento de Estado, el Pentágono y la DEA respetaran su propia trayectoria, se respetaran a sí  mismos, velaran por sus propios intereses vitales y procedieran con el Pollo Carvajal, detenido en Aruba por órdenes de Interpol a solicitud de un juzgado de Florida que lo encausa por tráfico de drogas de alto calado en función de ser considerado el Kingspin del Cartel de los Soles, del mismo modo como procedieran con el panameño Noriega, un niño de pecho comparado con los narcogenerales venezolanos. Fue un pulso de horas: desde la intervención directa de Cristina Kirchner llamando a la reina de Holanda, la argentina Máxima Zorreguieta – por cierto, amiga del cardenal Bergoglio, mejor conocido como Papa Francisco, otro argentino y otra pieza clave del ajedrez castrista – con suficiente poder matrimonial como para bajarle los humos al gobernador de la colonia holandesa en el Caribe. Hasta mover todas las piezas de UNASUR, los gobiernos del Foro y la amenaza de un enfrentamiento contra toda la región, antinorteamericana por convicción, ideología, estulticia y doctrina. ¿Obama, el Departamento de Estado, la secretaria de Justicia y la DEA metidos en ese lío?

 

 

No ha sido Cuba la que ha capitulado. No han sido la OEA de Insulza y el Foro de Lula y de Dilma, los que han capitulado. No han sido los gobiernos de Argentina, en manos de los mafiosos montoneros descendientes de Perón, el caudillo, ni el de Chile en manos de la UP setentosa, los que han capitulado. Ha sido la democracia de la región, acéfala, extraviada, ultrajada y humillada bajo el consentimiento del Departamento de Estado y del Vaticano, amigos de la dictadura oprobiosa que humilla a los venezolanos.

 

 

Estamos solos. Siempre lo estuvimos. Aquellos a quienes auxiliamos con desbordante generosidad cuando estuvieron solos, nos han vuelto la espalda. Antes que latinoamericanos, bolivarianos o como quiera llamárseles, son marxistas, seguidores de un señor nacido en Treveris, Alemania, y de un cubano tiránico y brutal llamado Fidel, hijo del gallego llamado Ángel Castro. Como diría Hamlet: the rest is silence.

 

Antonio Sánchez García

El chivo expiatorio

Posted on: junio 30th, 2015 by Laura Espinoza No Comments

 

Son los chivos expiatorios. Y lo serán hasta que desde el fondo de la amargura y la indignación nacional se alcen los auténticos herederos de la generación del 28, si es que existen,  y corten por lo sano. ¿Será posible? Dice el refranero: la esperanza es lo último que se pierde.

 

 

Cada cierto tiempo, cuando el aguante de los venezolanos comienza a agotarse y el deseo de seguir corriendo detrás de la zanahoria empieza a causar desespero, la genética electorera de una oposición que es la peor herencia de aquellos políticos que liquidaron Puntofijo y permitieron el descalabro –algunos de ellos, con piel de paquidermos, continúan dirigiendo los partidos que entonces se declararon en bancarrota y bajaron la santamaría con la cola entre las piernas– sale algún periodista –joven o viejo, hombre o mujer, rubia o morena– a repetir la cantinela que inventaran los herederos de don Rafael Caldera: culpables por la existencia de la dictadura no son Hugo Chávez ni los hermanos Castro, los militares felones y el golpismo de toda suerte y condición, el Foro de Sao Paulo y un pueblo tan ignorante, bárbaro y desalmado como el que siguiera a Boves y luego se pasara al otro bando bajo mejores promesas, sino un ente que cumple a la perfección el perfil del malvado de feria: los abstencionistas.

 

 

Hacen como aquellos jueces que en una causa por violación culpan a la violada, porque en el día y hora de los hechos vestía una provocadora minifalda. Y olvidan –porque el mejor auxilio de las dictaduras es la desmemoria de los dictados– los aberrantes hechos que condujeron al desastre del referéndum revocatorio, origen y causa de la indignación que fuera respondida con la medida más inmediata, más irracional pero de satisfacción y efectos instantáneos, como fue desquitarse contra la misma oposición que observó, presenció y legitimó el desaguisado negándose a votar en las elecciones de diciembre de 2005 por sus candidatos. Por cierto: un mecanismo de rechazo a los propios representantes que se ha hecho presente en todos los casos en que el fascismo se ha hecho del poder. Hitler arrasó en sus primeras elecciones luego de su asalto al poder en gran medida por el asco que comunistas y socialistas causaran ante sus seguidores, por causa de la obsecuencia, la complicidad y la estupidez con que (no) enfrentaran al caporal austríaco.

 

 

Viví desde mi puesto de miembro de la Comisión Política de la Coordinadora Democrática la sistemática e irreversible claudicación de la dirigencia política de la oposición ante los abusos con que Chávez convirtió una consulta que con un solo voto por encima de los que él obtuviera para ser electo lo obligaba a dejar el poder, en un referéndum absolutamente ajeno a la circunstancia, fue nariceando a nuestro “liderazgo” –el mismo de hoy, por cierto– para que aceptara correr la fecha de esa consulta hasta imponer un giro en la caprichosa e inconsciente voluntad popular, nacionalizó cientos de miles, si no millones de extranjeros, repartió cédulas a destajo, le entregó a los cubanos la ingeniería de las misiones, cohechó con millones y millones de dólares a la pobresía, abultó el REP hasta límites estratosféricos, automatizó el proceso para manejar los resultados a destajo, impidió luego toda verificación de actas y resultados desconociendo olímpicamente acuerdos firmados, esperó hasta el amanecer y en contra de todos los resultados con que contábamos en la Coordinado Democrática –encuestas a boca de urna de radioemisoras, medios, empresas–, un 60 a 40 a nuestro favor, terminó venciéndonos por esa misma diferencia. Comunicada al país en horas de la madrugada, cuando todo el mundo dormía convencido de que el espanto que le esperaba a Venezuela si se imponía el proyecto dictatorial y totalitario del régimen se imponía. Desde esa noche, esa y todas las elecciones habidas en el país han sido esencial, estructural, sistemáticamente fraudulentas. Por angas o por mangas. Con la condición de la ignorancia suprema –por estupidez o conveniencia– de quienes se muestran más que dispuestos a poner sus manos al fuego por su pulcritud. Entre ellos nuestros antiabstencionistas de marras.

 

 

Un conocido y tradicional líder de la izquierda marxista y renovada del país, que aún se niega a reconocer el talante dictatorial del régimen, me dio a los pocos días la clave para entender la apatía, la connivencia e incluso la abierta o subliminal complicidad de cierto liderazgo opositor con el régimen que había hecho posible la violación del electoralismo venezolano. Ante mi escándalo por los cientos de miles de nacionalizados a la carrera, sin haber cumplido con ninguno de los requisitos de ley, me espetó con su acrimonia de siempre: “¿Y tú qué tienes en contra de que colombianos, ecuatorianos, dominicanos, peruanos que viven en Venezuela reciban el derecho de votar? ¿Y qué si se les da un cédula? Te guste o no te guste, así sean pobres y precisamente por ello, son nuestros iguales”. La ley había dejado de tener todo significado, si es que para él y su gente algún día la tuvo.

 

 

Es la causa de esta guerra asimétrica –los asaltantes, la pistola al cinto, no reconocen otra ley que la de la selva, los asaltados duermen con la Constitución de almohada, en parte y desconociendo alguno de sus artículos su única arma de defensa– que brota súbitamente, cada tantos meses, para culpar al asesinado del asesinato, al asaltado por el asalto, al burlado por la burla. Y así, este CNE del odio, de la oscuridad, del abuso y la burla no fue puesto allí por el know how del G2 y los hermanitos Castro, por Jorge Rodríguez y los herederos de asaltantes, asesinos y guerrilleros de los setenta, por la pandilla de golpistas y narcotraficantes que controlan el poder, sino por unos desaprensivos ciudadanos que un día dijeron basta y se quedaron en sus casas.

 

 

Son los chivos expiatorios. Y lo serán hasta que desde el fondo de la amargura y la indignación nacional se alcen los auténticos herederos de la generación del 28, si es que existen, y corten por lo sano. ¿Será posible? Dice el refranero: la esperanza es lo último que se pierde.

 

 

Antonio Sánchez García

Ninguneando expresidentes

Posted on: abril 8th, 2015 by Laura Espinoza No Comments

 

A los Castro son pocos los crímenes de los no se los pueda inculpar: crueles, despóticos, tiránicos, desalmados, camorreros, atropelladores, genocidas, implacables, ambiciosos e inhumanos. Pero ni a Raúl, ni muchísimo menos a su hermano mayor, Fidel Castro se los puede tachar de estúpidos. De todas las artes del dominio político Fidel ha sido el más hábil, el más acucioso, el más prolífico de los caudillos que han sido en la historia de América Latina, si no de Occidente. No ha sobrevivido a todas las presidencias y a todos los papados existentes desde el 1° de enero de 1959 en el mundo entero por mengua intelectual o pobreza imaginativa.

 

¿Qué fue finalmente lo que lo llevó a escoger al menos capacitado, más inculto, analfabeta y rufián de sus agentes instalados en Venezuela para asumir la herencia de Hugo Chávez, el más avisado de sus discípulos? No he encontrado hasta el día de hoy otra respuesta que la siguiente: consciente de que la supervivencia de Venezuela tenía los días irremisiblemente contados y de que a su revolución ya le estaba llegando su hora, optó por el más fiel, más leal, más sumiso, más romo, abyecto, intrascendente y lacayuno de sus esbirros, aquel que le asegurara contra viento y marea el acceso a sus menguadas riquezas y le diera absoluta certeza, hasta el último segundo, de que no le haría una desconocida como la que él le ha estado preparando a la izquierda castrista latinoamericana y mundial: irse con Estados Unidos.

 

En estos dos años, según deja ver la encuesta de Alfredo Keller, pulverizó la popularidad difícilmente mantenida por Chávez en las buenas y en las malas por sobre 50%. Liquidó todo equilibrio de fuerzas, se echó encima a la mitad de la vieja clientela chavista y hasta melló el respaldo de los más duros de entre los duros del chavismo. Lo saben los Castro. ¿Les importa? ¿O es que también se justifica mi otra tesis, a saber: la de que Fidel Castro, desde el famoso portazo en las narices que recibiera de Rómulo Betancourt en Prados del Este, soberbio como Ulises y vengativo como Zeus, recién victorioso héroe de la Sierra Maestra, no tiene otro objetivo con nuestro país, luego de convertirlo en campo de desolación y tinieblas, que arrasarla hasta sus cimientos?

 

Yo no puedo creer que un abogado, así jamás haya llevado a cabo otro litigio que su propia defensa, pueda ser tan estúpido y suicida como para ofender a un expresidente de la República como Felipe González, fiel y consecuente amigo de la revolución cubana cuando ardía Troya y uno de los políticos más sobresalientes de la España posfranquista. ¿Cómo va a rebajarse al lenguaje de un proxeneta de prostíbulo de cuarta calificándolo de lobbista, valga decir: desconociéndole toda intención de alta política en un hombre jamás cuestionado? ¿Cómo se va a echar encima a expresidentes de la talla de Andrés Pastrana, Fernando Henrique Cardoso, Ricardo Lagos, Felipe Calderón, Alejandro Toledo, Luis Lacalle y así, prácticamente a todas las presidencias que en la Latinoamérica de nuestro inmediato pasado, progresista y  democrática, han sido?

 

No encuentro otra explicación. Los Castro quieren que Maduro se despeñe, termine pulverizado y se extinga en las nieblas de la hecatombe con toda su inmundicia, esbirriato y parentela. Cargar con sus restos sería demasiado lastre para el proyecto que animan: volver a hacer de Cuba un país vivible. Mientras, a chuparle hasta la última gota.

 

Antonio Sánchez García

Los paraguas de Buenos Aires

Posted on: febrero 20th, 2015 by Laura Espinoza No Comments

 

La respuesta de la sociedad civil, acompañada por aquellos medios todavía libres de la siniestra tutela del Estado, ha de haber conmovido a quienes se creen dueños de la opinión pública y piensan que amedrentando, acechando y asesinando podrán detener el curso de la historia. Los paraguas de Buenos Aires demostraron no estar dispuestos a permitir la infamia. Un día de gloria para el honor de un gran país, cansado de tanto abuso, tanta humillación y tanto escarnio.

 

 

Un año del encarcelamiento de Leopoldo López, un mes del asesinato del fiscal Alberto Nisman. Una sola fecha, emblemática de dos crímenes de Estado, que han encontrado el repudio universal. Uno en Caracas, en donde vuelve a jugarse el destino de la región. Otro en Buenos Aires, que vuelve a dos siglos de distancia, a alinearse con los anhelos libertarios que se esfuerzan por romper las cadenas desde los hombros de América. Para usar un símil tristemente célebre, debido a un argentino famoso que conmoviera al mundo hace 47 años: hoy la humanidad ha dicho basta y ha echado a andar.

 

 

Bastaba ver el talante de los manifestantes, templados y serenos, silenciosos y acongojados, sin la euforia tamborilera del peronismo –provocativo, rufianesco, amatonado como la figura femenina que hoy lo representa a cabalidad, doña Cristina la orillera– para comprender que un río de callada y contenida indignación ha sacudido hasta lo más profundo el alma de la sociedad civil argentina.

 

 

Sin banderías ni partidos, sin consignas precocidas ni desafíos irritantes, cientos de miles de bonaerenses desfilaron en orden sacramental y en profundo silencio bajo un temporal que no respetó sombreros ni paraguas. Pero que a pesar de su porte diluviano no amedrentó a un pueblo de gente mayor y decidida. Todos, jóvenes y viejos, hombres y mujeres, familias enteras desfilaron en un ritmo de una lentitud casi exasperante, paso a paso y deteniéndose a menudo para poder controlar el inmenso caudal asistente. Sin escabullir el torrencial aguacero.

 

 

Encabezados todos por la serena vanguardia de fiscales, presentes para exigir del Poder Ejecutivo un elemental respeto por un trabajo que demanda y requiere de una absoluta y total independencia. Algo impensable en una sociedad cuyo aparato de Estado ha sido secuestrado por el peronismo, carcomida por la criminalidad policial y gangrenada por los aparatos de seguridad y espionaje, las luchas de pandillas y las mafias, en el más puro estilo de la tradición fascista. “La historia del fascismo –escribió el pensador judío alemán Theodor Adorno en 1940, desde el destierro en California– es la historia de las luchas entre bandas, pandillas y grupos delictivos”.

 

 

En la cima de esos enfrentamientos pandillescos y voraces, montaron su imperio los Kichner, Néstor y Cristina. Aquel poder que de pronto se vio acechado por un fiscal corajudo, lúcido y tenaz, que decidió arrancarle la careta y mostrarlo en su sanguinaria y corrupta desnudez. Como que a cambio de algunos miles de millones de dólares ofrecidos por el integrismo musulmán hecho fuerte en Irán la heredera en el poder decidió encubrir el horrendo asesinado de 152 ciudadanos argentinos de origen judío. Un clásico cambalache discepolino que deja al desnudo la criminalidad que empapa a la política argentina degradada a estado autocrático.

 

 

La chapuza de una justicia acorralada y una fiscalía quebrantada por las amenazas rompió los sellos del secreto con un turbio precedente: sacar del juego a un fiscal que sabía demasiado y no parecía retroceder ante su decisión de enjuiciar a los responsables del siniestro encubrimiento: la propia presidenta de la República, su canciller –judío, para vergüenza de su estirpe– y un par de matones de los bajos fondos del Estado.

 

 

La respuesta de la sociedad civil, acompañada por aquellos medios todavía libres de la tutela del Estado, ha de haber conmovido a quienes se creen dueños de la opinión pública y piensan que amedrentando, acechando y asesinando podrán detener el curso de la historia. Los paraguas de Buenos Aires demostraron no estar dispuestos a permitir la infamia. Un día de gloria para el honor de un gran país, cansado de tanta humillación, tanto abuso y tanto escarnio.

 

 

Antonio Sánchez Gaecía

@sangarccs

No tiene perro que le ladre…

Posted on: enero 1st, 2015 by Laura Espinoza No Comments

Pobre de aquellos que no conocen las delicias de Animalia. Francisco, el papa bonachón, ha dicho que ellos, cuando cruzan al más allá, también se van al paraíso. Uno de los mejores consuelos imaginables. Morirse y quedarse solo, sin ellos, sería un infierno. Mientras tanto, como dijese Churchill, nuestro héroe imposible: “Mientras más conozco a los hombres, más quiero a mi perro”.

 

Poco importan las tribulaciones: llego a la casa y me salen a recibir ladrando, caracoleando, alzando sus patas, eufóricos y felices de verme de regreso mis dos perros: Canela, la bóxer, y Guapo, el pastor alemán. Dos recogiditos. Así sean de raza y bellísimos.

 

Se nos acababa de morir Wimpy, la west highland terrier, una mascota bella, dulce y juguetona, osada como una princesa valiente, menuda, nerviosa, emprendedora, fuerte y cariñosa, lo que dejó en la desolación a su ama, que la había criado en la cabecera de su cama. En pleno duelo –y no se crea que la muerte de nuestras mascotas no nos quiebra el corazón– me llamó alterada: “Hay un pastor en la reja y no quiere irse. ¿Qué hago?”. Sepa Dios cómo decidió subir la pequeña cuesta de 50 metros que da a nuestro portón de entrada y echarse a sus afueras, a la espera de ser recogido.

 

Lucía esplendoroso, como recién bañado. Peludo, fuerte, sus colmillos relucientes. Obviamente, no se había perdido. Yo, de haber sido su amo, no lo hubiera dejado desaparecer de mi vida como por accidente. Mostraba en su apostura un pedigrí de noblezas. “Ábrele si lo quieres, ya veremos qué pasa”, le contesté a mi esposa.

 

Cuando llegué a casa, ansioso por conocer al visitante, me sorprendió su perfecto estado, su inquebrantable decisión de quedarse a vivir con nosotros, su afabilidad, como enviado expresamente a un nuevo albergue. Sus dueños habían decidido dejarlo frente a nuestra casa y ver qué suerte le depararía el destino. “Se habrán ido del país”, me comentó mi esposa con pesadumbre. “Otros que nos abandonan abandonando a sus mascotas”. Nada extraño. Si no fuera porque también nosotros somos desterrados sin retorno, seríamos menos tolerantes con esa inmensa porción de nuestra familia que decidió seguir haciendo sus vidas en otras latitudes. Les sobra razón. No son ellos quienes traicionan a su patria. Es su patria que los ha traicionado a ellos. Una mala madre.

 

Así fue como el Guapo llegó para quedarse. Y se quedó. Lo que supimos un par de días después fue que era de una bravura salvaje, tan descomunal que hasta llegamos a pensar que sus dueños, sin saber qué hacer, lo habían echado al abandono. Ladra y muerde. ¡Y cómo muerde! Después de haber criado a más de una docena de pastores, todos dulces y mansos como corderos, este nos resultó un auténtico lobo feroz. Y aunque por accidentes he debido pagar con un brazo marcado de cicatrices, he llegado a amarlo al extremo de preferir conocer de la vida en estado salvaje que cometer un “canicidio”. Vivirá con nosotros hasta que el destino se lo llevé al más allá, donde deben pastar los animales, le dije a la amante de los animales de la familia. Seguramente bajo la protección de san Francisco.

 

A los pocos meses se nos apareció Canela, la bóxer. Bella como de estampa. Risueña y divertida, alegre y cariñosa, contoneándose como un acordeón, moviendo el rabito, cuerpo incluido, y mostrando una ferocidad de juguete. Bajó del vecindario a través de un cerrito en miniatura que da a nuestro jardín, como de contrabando. Se paró sobre un pequeño muro de piedra y esperó a ver la reacción de los moradores. Impávida como una esfinge. Y pronta a salir huyendo si no era bienvenida. “Otra abandonada a su suerte, me dijo mi mujer. ¿La adoptamos?”. “Si se deja –le respondí–, que eso está por verse”.

 

De pronto emergió el Guapo como una centella, llamado por la fuerza de la naturaleza. Ella estaba en celo. Se ennoviaron sin decir ladrido, se encerraron en la perrera –amplia y espaciosa, como se la merecen– y vivieron esos tórridos romances de los fulminados por el rayo del amor. Como nosotros. Pasaron juntos unos diez días y como padres responsables cortamos por lo sano: la adoptamos, pero luego de la correspondiente cirugía. Que a estas alturas, seguir criando, con dos nietos y toda una familia, en plena crisis de pueblo, como dijese Mario Briceño Iragorry, era pura irresponsabilidad. Otros compatriotas que huyeron dejando tras suyo una abandonada prenda de amor. Sálvese quien pueda. Ladys first…

 

Por toda esta historia de perros, cuyo amor descubrí gracias a mi esposa, que los idolatra, tenemos perros que nos ladren. Y una gatita, también recogida, que es la dulzura de la cocina: Gaby, que así la bautizaron mis nietos cuando se apareció en nuestro patio, flaca, amenazada y desvalida. Hoy blanca, lustrosa, gorda, peluda y rozagante se monta sobre un bello muro de piedra que separa nuestra cocina de la sala, a observar a su amita mientras cocina sus maravillosos platos riojanos. Se le acerca, se le restriega en las piernas y cuando puede me pasea sus bigotes por las mejillas, ronroneando como un motor en miniatura. Gatúbela, la primera de nuestras gatas, salvaje y huraña como una gata montés, después de 18 años se nos murió de vieja, preparándonos un pasito más hacia la muerte. Que es un cortejo que llevamos tras nuestro desde que nacemos.

 

Pobre de aquellos que no conocen las delicias de Animalia. Francisco, el papa bonachón, ha dicho que ellos, cuando cruzan al más allá, también se van al paraíso. Uno de los mejores consuelos imaginables. Morirse y quedarse solo, sin ellos, sería un infierno. Mientras tanto, como dijese Churchill, nuestro héroe lejano: “Mientras más conozco a los hombres, más quiero a mi perro”.

 

Antonio Sánchez García

@sangarccs