Política y homosexualidad

Posted on: agosto 16th, 2013 by Super Confirmado No Comments

En fin: que si abrimos el ventilador, a Venezuela no la limpia ni un diluvio. Somos un pueblo demasiado importante y una Nación demasiado valiosa como para dejarnos arrastrar por el lodo de la carroña. Como al final tendremos que entendernos – o asesinarnos, lo que sólo un imbécil propiciaría – lo mejor es preservar los últimos espacios de decencia que aún nos asisten a quienes estamos enfrentados. El respeto entre adversarios jamás sobra. Siempre falta. Lo cortés no quita lo valiente.

 

Entre los aportes más revolucionarios y explosivos del Papa Francisco a pocos meses de haber asumido su cargo – valga recordarlo: el más importante y trascendente del planeta – estuvo su comprensión sabia, oportuna y generosa a la homosexualidad. Lo dijo de esa manera tan humilde, prudente y lúcida de los grandes hombres que se saben haciendo historia:”¿quién soy yo para condenar la homosexualidad”?

 

Pedro Carreño, un espaldero de Hugo Chávez expulsado de las filas del ejército por problemas de conducta e indisciplina – y hay que ver de qué nauseabundo talante serían esos problemas como para que una institución más bien laxa con sus miembros optara por apartarlo de sus filas – contraría a SS Francisco: él sí se siente alguien como para quitarse el chaleco antibalas, beberse un Alka Seltzer para reblandecer su rictus de avinagrado en vinagreta y emprenderlas contra el máximo líder de la oposición y victorioso candidato a la presidencia de la República con el mayoritario respaldo de la Nación – 7.500.000 ciudadanos – con la acusación de una supuesta homosexualidad.

 

Precisamente a él, a Henrique Capriles, que en una muestra de coraje, virilidad y verticalidad ciudadana asumiera la pesada responsabilidad de asumir la lucha contra la inmundicia reinante. ¡Y con tanto éxito, que corren los esbirros del extinto y correveidiles del ilegítimo a ver cómo hacen!

 

Pepe Mujica, quien no fue un recogelatas uniformado, un atorrante ignorante, estulto, ladrón y corrupto, sino un guerrillero sin más bienes de fortuna que su coraje y su virilidad, quien se enfrentó a las fuerzas armadas uruguayas cuando eran lo que unas fuerzas armadas deben ser si quieren ser algo, con una ideología en la mano y anhelos de justicia en su corazón, acababa de promover y legalizar el matrimonio entre homosexuales. Argentina y Chile, van por el mismo camino. Y si Dilma Roussef quiere respetar los derechos del homosexual que, travestido de lujuriosa bailarina carioca sedujese al patrón del diputado Carreño – ¿o ha olvidado que Hugo Rafael Chávez Frías apareció besando a un maricón brasileño de los de plumas y lentejuelas, como constara en una foto que le diera la vuelta al mundo? – tendrá que apurar la ley que permita el matrimonio entre ciudadanos de igual sexo.

 

Pero Carreño y esa pandilla de secuaces que secundan al hombre de los bellos ojitos – mariconada que no fue dicha por un líder opositor, sino por el mismísimo Hugo Rafael Chávez Frías refiriéndose al presidente de la asamblea – tienen más derechos, más razones y más motivos que el Papa Francisco, Pepe Mujica, Sebastián Piñera o Dilma Rousseff para vomitar sobre la honra de un ser humano por ejercer su pleno y absoluto derecho a hacer con su humanidad lo que le dicte su conciencia.

 

Todo lo dicho tiene que ver con la barbarie, el trogloditismo, la cultura antediluviana de que anoche hicieran gala los asamblearios del castro madurismo. Una caterva de soplones, malandros, manopleras y cabilleros que en mala hora han llegado a pringar de inmundicia un lugar que fuera sagrado en nuestra tradición, y que honraran figuras como Andrés Eloy Blanco, Rómulo Gallegos, Arturo Uslar Pietri, Mariano Picón Salas, Miguel Otero Silva, Jóvito Villalba, Gustavo Machado, Pompeyo Márquez, Rómulo Betancourt, Gonzalo Barrios, Rafael Caldera, Teodoro Petkoff, Héctor Pérez Marcano, Moisés Moleiro y lo más selecto e ilustre de nuestra clase intelectual y política.

 

Pero lo más grave no radica en todas esas razones, que de obvias espantan: radica en el hecho de que muy probablemente – y hay que decirlo con suma responsabilidad y cuidado para no sumir en un mismo charco a inocentes y pecadores – no ha existido gobierno en estos doscientos años de historia, que contara con mayor cantidad de homosexuales que el inaugurado el 4 de febrero de 1992 por un lote de comandantes. Si en un absurdo giro de irracionalidad la oposición decidiera destapar la olla podrida de la mariconería gobernante – y Dios quiera que ni lo intente – nos daríamos de bruces con Sodoma y Gomorra.

 

No es un asunto que me interese. Muy por el contrario. Admiro al emperador Adriano, que le escribiera a su amante Antínoo los más bellos ditirambos. Siento un profundo respeto por la homosexualidad de que hicieron gala grande entre los grandes, como Julio César o Alejandro Magno. De cuya virilidad y hombría nadie puede soltar un adarme de duda. Y si no fuera por la exquisita sensibilidad e inteligencia de grandes artistas, escritores, pintores, escultores, compositores e intérpretes reconocida y virilmente homosexuales, la cultura no existiría.

 

Lo que me repugna es la mariconería de burdel, aquella que tira la piedra y esconde la mano. Aquella de que hicieron gala los esbirros de Hitler y, al parecer el mismo Hitler. Y aún de aquellos que mejor ni nos imaginamos. Para fortuna de las Naciones, la política, así se escriba de noche, como reza un guaguancó de Celeste Mendoza, se realiza de día. Con el cerebro y el corazón. El resto puede seguir siendo patrimonio de la sociedad civil.

 

En fin: que si abrimos el ventilador, a Venezuela no la limpia ni un diluvio. Somos un pueblo demasiado importante y una Nación demasiado valiosa como para dejarnos arrastrar por el lodo de la carroña. Como al final tendremos que entendernos – o asesinarnos, lo que nadie quisiera – lo mejor es preservar los últimos espacios de decencia que aún nos asisten a quienes estamos enfrentados. El respeto jamás sobra. Siempre falta.

 

Por Antonio Sánchez García

La izquierda chilena, esa malagradecida

Posted on: julio 21st, 2013 by lina No Comments

Entre la gente más cercana a la Sra. Bachelet, que hoy se ha negado a recibir al líder de la oposición democrática venezolana, la hay del MIR, del PS y del PPD, que vivieron en Venezuela y se salvaron de la muerte, la miseria y el hambre gracias a la inmensa y desinteresada generosidad de los demócratas venezolanos.

 

No los nombro por delicadeza y discreción, pero podría hacerlo. Los hay incluso en éste, su recién designado comando, que solían allegarse mensualmente al presidente Carlos Andrés Pérez y a su canciller, Reinaldo Figueredo, para recibir su mesada en dólares y así mantener sus parapetos seudoacadémicos en países igualmente generosos de Centroamérica y el Caribe, en los que, manteniendo encendidos los cirios del más largo funeral de la historia latinoamericana –el de Salvador Allende– lograban la compasión y el desprendimiento de gente de inmaculada probidad que no trepidó en mantenerlos.

 

 

Ya conté en otro artículo –El pago de Chile– la miseria espiritual de quienes olvidaron muy pronto que fueron venezolanos como Diego Arria y Escobar Salom los que sacaron de las mazmorras a Luis Corvalán, Secretario General del Partido Comunista, y a Orlando Letelier, canciller y ministro de defensa, miembro del Partido Socialista en el que milita un mercader enriquecido con el negocio de la úrea que le cediera Hugo Chávez en exclusividad para Chile, el tristemente célebre senador Navarro. Que nuestros embajadores no cedieron un ápice en su voluntad solidaria –Asdrúbal Aguiar lo contará algún día– y que no tres o cuatro, sino miles y miles de chilenos rehicieron sus vidas con comodidades que jamás hubieran conocido en su patria de origen.

 

 

Es esa izquierda, representada por la doctora Michelle Bachelet –formada en la DDR de Walter Ulbrich, Honnecker y el peor estalinismo soviético en plena guerra fría, ese que se pega en los huesos y del que cuesta un universo liberarse– la que hoy le cierra las puertas al heredero de nuestros grandes políticos que lucen la condecoración del honor de la solidaridad y la dignidad nacionales.

 

 

Debiera saber –y lo sabe– que Aniceto Rodríguez, una de las dos figuras históricas más importantes del socialismo chileno, al que jamás le llegará a los tobillos, no sólo fue acogido como un venezolano más, sino respaldado por Acción Democrática y COPEI con el rango de un ministro, hasta hacer familia criolla y sembrar profundas raíces, para ser recompensado por Don Patricio Aylwin y su canciller, Enrique Silva Cimma, otro exiliado de años en nuestra Patria, con la primera embajada de la Concertación en Caracas.

 

Menciono el caso de Aniceto, por emblemático. Y porque ya fallecido, no constituye ninguna indiscreción narrar su caso. Como el de otros socialistas que hicieron fortuna empresarial gracias al respaldo crediticio del Estado venezolano o quienes, acogidos ya bajo la Concertación en organizaciones internacionales pudieron llevar un excelente pasar en algunas capitales europeas.

 

 

Los malagradecidos, al respaldo de tiempos de desolación y miseria prefieren echarle tierra y hacer como que jamás mendigaron respaldos de los que por grandeza y honor debieran estar agradecidos. La mezquindad espiritual se los impide. Ya los veremos de ministros, de embajadores o cancilleres.

 

Suena insólito que en este momento, la solidaridad se nos la ofrezca desde el bando de quienes adversaron a Salvador Allende. La izquierda, por lo visto, tiene cara de hereje. Que nos sirva de lección para nuestro propio futuro.

 

 

Antonio Sánchez Garcia

@sangarccs