En Venezuela, Nicolás Maduro anunció que asumirá un nuevo mandato como presidente; pero a la para, Edmundo González, ha dicho lo propio.
El 10 de enero de 2025, Venezuela se enfrenta a un momento trascendental de su historia reciente. La proclamación de Nicolás Maduro como presidente para un nuevo período de seis años es una posibilidad que genera tensión, incertidumbre y polarización en todos los rincones del país. Sin embargo, lo que urge en este escenario no es el uso de la fuerza ni la radicalización de las posturas, sino una apuesta decidida por la cordura y la búsqueda de un consenso que priorice el bienestar del pueblo venezolano.
Es vital que ambas partes, gobierno y oposición, comprendan que el diálogo no es una muestra de debilidad, sino una herramienta fundamental para evitar el colapso total de la nación. La comunidad internacional también tiene un papel que cumplir, promoviendo salidas pacíficas.
Maduro, respaldado por las Fuerzas Armadas y las instituciones oficiales, parece tener todo para asegurar su juramentación. Su opositor, Edmundo González, respaldado por sectores de la comunidad internacional, insiste en que fue el verdadero ganador de las elecciones de julio pasado. La tensión aumenta con cada declaración de ambos bandos. Mientras tanto, la sociedad civil venezolana sigue atrapada en medio de la incertidumbre.
En el caso de que Maduro se afiance en el poder, se corre el riesgo de perpetuar la represión y el control absoluto. Ya se vio cómo las protestas fueron sofocadas luego de los comicios de julio, con un saldo trágico de muertos y detenidos. Ahora, el 10 de enero podría ser otro día que consolide esta dinámica autoritaria o, por el contrario, un punto de inflexión hacia una negociación real y efectiva. ¿Está dispuesto el gobierno a reconocer el descontento social y abrirse al diálogo?
La oposición, por su parte, debe también asumir su cuota de responsabilidad. Hasta ahora, las estrategias de confrontación directa no han logrado quebrar la estructura del poder oficialista, y persiste el riesgo de alimentar falsas expectativas que deriven en frustración social. Es momento de que los líderes opositores entiendan que la movilización ciudadana y la presión internacional deben ir acompañadas de propuestas claras y viables. Solo así podrán mantener la esperanza de quienes creen en un cambio verdadero.
El contexto internacional añade un factor más de incertidumbre. Con un cambio de administración en Estados Unidos y la presencia de figuras como Marco Rubio y Christopher Landau en posiciones clave, la política hacia Venezuela podría tomar un rumbo más agresivo. Pero, como advierten analistas, cualquier acción que exacerbe la situación interna podría tener efectos devastadores.
El futuro de Venezuela no puede depender de estrategias de poder y contrapeso que solo alimentan el círculo vicioso de la polarización. Es vital que ambas partes, gobierno y oposición, comprendan que el diálogo no es una muestra de debilidad, sino una herramienta fundamental para evitar el colapso total de la nación. La comunidad internacional también tiene un papel que cumplir, promoviendo salidas pacíficas.
En un escenario tan complejo, la cordura debe ser el faro que guíe las decisiones del 10 de enero. Es el momento de que la clase política venezolana demuestre madurez y voluntad para construir un futuro que responda a las necesidades de su pueblo. Todo lo demás sería perpetuar un sufrimiento que ya ha durado demasiado.
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Editorial de El Comercio
