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La sesión de actualización oral del informe del alto comisionado de los Derechos Humanos de Naciones Unidas, Volker Türk, sobre Venezuela, fue un balde de agua fría para el representante venezolano ante el Consejo de Derechos Humanos, Héctor Constant, quien hizo gala sin embargo de su cinismo, lo que se da muy bien en las altas esferas del régimen, hay que reconocerlo.

 

 

Constant felicitó a Türk por sus avances en español y, de inmediato, dijo que la resolución que autorizó la investigación sobre Venezuela era producto «del ruidoso caos del oprobio y la calumnia».

 

 

Sus palabras tuvieron escaso eco en la sesión del Consejo de Derechos Humanos porque la mayoría de quienes durante más de una hora hicieron uso de la palabra reiteraron tres peticiones fundamentales: liberación inmediata de todos los detenidos arbitrariamente, protección del espacio cívico de la sociedad venezolana amenazado por leyes para restringir la actuación de las organizaciones no gubernamentales y lesionar el derecho de asociación y la realización de elecciones libres y justas en 2024.

 

 

La representante de Australia preguntó lo que puede parecer una ingenuidad, pero que es el lubricante esencial de una sociedad democrática: «Señor alto comisionado, ¿cómo puede contribuir la comunidad internacional a que haya debate político en Venezuela?». A Constant —impecable en el vestir, como corresponde a un gobierno que cuida las apariencias— le debió apretar el nudo de su corbata azul. Tras una primera interrupción del debate, el venezolano pidió un lenguaje acorde con la legitimidad del gobierno que representa, luego hizo mutis. Porque ya no era un balde sino un chaparrón.

 

 

La Unión Europea, Paraguay (hablando a nombre de Canadá, Chile, Ecuador, Guatemala y su país), Estados Unidos, Portugal, Francia, Perú, Marruecos, Uruguay, Gran Bretaña e Irlanda del Norte, España, Suiza, Georgia, Australia, Luxemburgo, Ucrania (que recordó el vergonzante apoyo del régimen venezolano a la invasión rusa), además de una serie de organizaciones civiles (Civicus; International Service for Human Rights, por la que habló una mujer pemón, que advirtió del peligro de extinción de 51 pueblos indígenas; Human Rights Watch, Comité Internacional de Juristas) y el remate de Türk, todos ellos expresaron su preocupación sobre la situación de los derechos humanos en el país, hablaron de exilio, de torturas, de desapariciones forzadas, de muertes extrajudiciales, de criminalización de la protesta, de fallas eléctricas, carencia de agua. En fin, de la Venezuela del siglo XXI.

 

 

El mundo democrático sabe lo que ocurre en Venezuela. No hay forma de maquillar la realidad, aunque Constant la recubra de seda. Incluso el Brasil de Lula expresó «seguir de cerca» lo que pasa en los derechos humanos en nuestro país y Argentina alentó el levantamiento de «las medidas unilaterales» pero reconoció los retos planteados para la reforma judicial, la reparación de las víctimas, las condiciones de reclusión y la liberación de los detenidos arbitrariamente.

 

 

En el epílogo, Türk, cuidando cada palabra como debe ser para que su renovada Misión continué en el país, dijo que la situación venezolana es compleja, con miles de problemas que no se borran de un plumazo. “Es claro que las elecciones justas son un elemento fundamental de un entorno donde se protegen los derechos humanos. Mi oficina abogará por un espacio cívico fuerte e instituciones fuertes”. Habló en inglés. Constant lo entendió, seguro.

 

 

Editorial de El Nacional

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