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El hombre que leía a Saramago en las calles de Cartagena

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El hombre que leía a Saramago en las calles de Cartagena

Una tarde, mientras vendía bolsas de agua helada en un andén del centro de Cartagena, Martín Murillo fue abordado por un peatón curiosísimo.

 

Al visitante le intrigaba que Murillo, a diferencia de los otros vendedores ambulantes de la cuadra, estuviera más preocupado por leer que por atraer clientes.

 

– ¿Qué lees? – le preguntó.

 

– “El hombre duplicado”, de Saramago – respondió Murillo –. Me lo regaló un turista español.

 

Instantes después Murillo vio desde su esquina cómo el transeúnte curioso se perdía de vista. No imaginaba que ese hombre le cambiaría la vida.

 

El peatón pasaba de vez en cuando, y cada vez se arrimaba a saludar. El vendedor de agua seguía en su puesto de siempre, leyendo el mismo libro de Saramago. Se avergonzaba entonces ante la posibilidad de que el visitante lo considerara un lector perezoso.

 

Un día el transeúnte curioso se identificó: Jaime Abello Banfi, director de la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano. A continuación le pidió a Murillo que fuera a su oficinapara regalarle libros.

 

Murillo contó quién era: un hombre que no fue desplazado de su tierra – Chocó – por las balas sino por la miseria. Huérfano de padre desde la infancia, había estudiado apenas hasta quinto grado de primaria.

 

– Años durísimos – dice.

 

Murillo erró por Medellín y Barranquilla ganándose la vida en oficios menores, antes de establecerse en Cartagena como vendedor ambulante. Vivía para el día a día: su única ambición era acostarse vivo y amanecer vivo.

 

Una noche notó que sus libros ya no cabían en el mesón donde los tenía arrumados. En ese momento consideró su deber hacerlos circular entre quienes mostraran interés en ellos. Seguramente les servirían a algunas personas de escasas oportunidades para elevar su espíritu, tal y como le habían servido a él.

 

– Los libros no sacan a nadie de pobre – dice sonriente – pero por lo menos hacen que uno pase buenos ratos.

 

Murillo se ingenió el programa de promoción de lectura llamado “La carreta Literaria”. Los sábados y domingos mete cerca de doscientos libros en una carreta que él mismo acarrea, y se sienta en un parque a prestárselos a los interesados. Garantiza su supervivencia con el patrocinio que le conceden ciertas empresas.

 

Murillo se ha paseado con su carreta por las principales ferias editoriales de América Latina. Además se ha sentado a manteles con autores como Jon Lee Anderson. En 2007 recibió una invitación especial para asistir al Congreso de la Lengua en el cual fue homenajeado Gabriel García Márquez.

 

– Los escritores lo quieren mucho, ¿no?

 

– Sí. Yo promuevo el trabajo que hacen.

 

– Y además no les compite porque usted no escribe.

 

Murillo sonríe. Luego dice que aún es pobre, pero ya no se siente mal consigo mismo. Leer le abrió nuevos caminos. Él espera que suceda lo mismo con algunos de quienes se le acercan en los parques adonde lleva su carreta. Por eso dice entender la bella sentencia de Emily Dickinson: para viajar lejos, no hay mejor nave que un libro.

 

Fuente: El Piercoespín

Por Alberto Salcedo Ramos

 

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