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Mis sentimientos son agridulces en estos días. Ganamos Iribarren, Palavecino y Jiménez, tres grandes alegrías, y setenta y pico más en toda la extensión de Venezuela. También conservamos la Alcaldía Metropolitana de Caracas, cuyo titular ha sabido resistir con hidalguía un acoso ruin que no cesa, ni siquiera después de haber sido reelecto.

 

Preservamos los símbolos de esta lucha democrática, salvo Ciudad Bolívar y San Carlos, y conquistamos unos nuevos y valiosos, como Valencia, Barínas, Puerto Ayacucho, Maturin y otros más.

 

El único estado sin un alcalde unitario es Delta Amacuro, sobre cuyas tierras y aguas se ceban los abusos administrativos y electorales. El número de concejales de la Unidad que deberán defender al pueblo y el progreso de sus municipios ha crecido enormemente. Lo logrado no es poca cosa, pero es menos de lo que esperábamos y, para hablar sinceramente, menos de lo que merecíamos.

 

Porque trabajamos mucho y en condiciones muy desiguales ante un poder arrogante, superavitario en plata y deficitario en escrúpulos. Eso no quiere decir que hayamos librado la «batalla perfecta”. Bien lejos con esa arrogancia necia.

 

Tenemos mucho que corregir. La campaña electoral que acaba de concluir ha sido la más ventajista y abusiva de nuestra historia. El catálogo de atropellos contra quienes construimos una alternativa unitaria de cambio pacífico, democrático, constitucional y electoral muestra de todo. Del peculado de uso hasta la detención injustificada e ilegal, de la agresión física a la agresión moral. Poder, dinero y malas artes dirigidas a borrarnos

 

Por eso, vale tanto cada voto, depositado con esperanza irreductible por valientes ciudadanos. Por eso vale tanto cada alcalde y cada concejal, y, en consecuencia, es tan grande la responsabilidad que hemos asumido. Por eso, el mérito que tiene el trabajo de cada hombre y cada mujer que participó en estos logros. Desde el ciudadano que votó cuando de todas partes le gritaban que no lo hiciera, que no valía la pena.

 

También el testigo de mesa que cuidó ese voto. Y la inmensa legión unitaria de activistas, dirigentes, candidatos ganadores y perdedores, liderazgos nacionales, regionales y locales. Y de Henrique Capriles, justicia es reconocérselo, porque ha sabido ser el rostro de coraje y tenacidad de esta formidable fuerza ciudadana que es la Unidad. De aquí en adelante hay mucho que hacer. Mucho que trabajar.

 

Mucho que corregir para superar y mejorar. La responsabilidad asumida para gobernar bien a millones de venezolanos en sus municipios, y para ofrecer a todos un camino alternativo para cambiar el país en paz y democracia. Y la Unidad, cuyo instrumento es la Mesa de la Unidad Democrática, preservarla y fortalecerla. A nada le teme más el gobierno que a nuestra Unidad.

 

 

Nada le hace tanta falta a Venezuela como la Unidad. No hay camino fuera de la Unidad, y la jornada del domingo 8 acaba de demostrarlo una vez más. Preservar y fortalecer la Unidad es nuestro deber. Para que estemos más unidos y mejor preparados, y seamos cada día más abiertos.

 

Superar nuestras fallas, cubrir nuestras carencias, vencer nuestros defectos, para poder ponernos como equipo por encima de nuestras limitaciones personales. Y ser más. Y ser mejores. El tiempo que viene no será fácil para los venezolanos. Que salgamos con bien de sus azares dependerá de còmo sepamos cumplir nuestra responsabilidad.

 

 Ramón Guillermo Aveledo

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