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333 contra 666

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333 contra 666

 

 

El 333 nos es ahora a los venezolanos, lamentablemente, familiar: declara la autodefensa de la Constitución y nuestro deber ciudadano de colaborar en el establecimiento de su efectiva vigencia.

 

 

 

Al 666 lo encontramos en el último libro de la Biblia, el Apocalipsis, que en el capítulo 13, versículo 18, dice: “¡Aquí está la sabiduría! Que el inteligente calcule la cifra de la Bestia; pues es la cifra de un hombre. Su cifra es 666”.

 

 

 

El Apocalipsis es un libro de un dramatismo-simbolismo muy especial. Se refiere a tribulaciones contemporáneas de la Iglesia y a las realidades últimas. Al poder del mal y a la victoria definitiva del bien, con la manifestación gloriosa de Dios, que da el triunfo eterno a los justos. El capítulo 13 habla de una Bestia que exige adoración a la imagen de otra que la ha antecedido “y hace que todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, se hagan una marca en la mano derecha o en la frente, y que nadie pueda comprar nada ni vender, sino el que lleve la marca con el nombre de la Bestia y con la cifra de su nombre” (versículos 16-17). Entre las identificaciones del 666 ha surgido la de Nerón.

 

 

Se suele citar este texto –muy complejo en interpretaciones– a la hora de enjuiciar totalitarismos y sistemas parecidos, que idolatran proyectos político-ideológicos, partidos y líderes. Pensemos en el nazismo con Hitler, el comunismo con Stalin, Castro y los Kim, que exigen obediencia absoluta e imponen restricciones (carnets y otras marcas) para acceder a bienes y servicios sociales así como al ejercicio de la ciudadanía.

 

 

Esos sistemas subhumanizan a gran parte de la población, excluyéndola del goce de derechos fundamentales y, más aún, busca animalizarla denominándola rata, gusano, escuálida. Calificativos como “revolucionario” se anteponen al de “humano”. De la devaluación y aniquilación verbales se pasa fácilmente a las físicas. El programa político-ideológico prima sobre la atención alimentaria sanitaria y el bienestar de la población. La subjetividad de las personas se diluye y lo que interesa entonces es la masa, el colectivo, así como la uniformidad y la disciplina; de allí la militarización de la gente y un clima de permanente y beligerante movilización. Se impone el “pensamiento único”, que conduce a la hegemonía comunicacional, educativa y artístico-literaria. Lo religioso es restringido al simple culto, cuando no es que abiertamente se lo prohíbe.

 

 

El Estado –no es algo abstracto, sino encarnado en personas e instituciones– se convierte en omnipotente. Priva una centralización total del poder. Y su “personalización” en el führer, presidente o secretario general del partido. Así, por ejemplo, el “socialismo” antes que socialización y participación lo que produce es concentración total del poder.

 

 

 

Estos y otros elementos describen lo que el régimen está imponiendo en Venezuela, buscó “legalizar” en 2007 con la reforma de la Constitución y pretende ahora estructurar completamente con la fraudulenta asamblea nacional constituyente: un Estado comunista, en el que la Bestia imponga su 666 de control absoluto.

 

 

Este julio de 2017 es trascendental, definitorio para el presente y el futuro del país. Nos plantea con urgencia a los venezolanos no solo rechazar la ANC, sino lograr un cambio de gobierno, que abra compuertas a la reconstrucción nacional y permita al soberano elegir libremente a sus mandatarios.

 

 

Y como la ANC se propone cortar cabezas (Asamblea Nacional, Fiscalía General y universidades autónomas; propietarios privados, educadores no oficiales y lo que queda de comunicadores, sindicalistas y agremiados libres, etc.) el régimen no puede aspirar a que los “decapitables” permanezcan callados, inertes, genuflexos. La Constitución y una moral elemental les exigen unión y acción.

 

 

La Fuerza Armada, que el soberano mantiene y equipa para su defensa, debe ser de los primeros en obedecer el 333 y el 350 de la Constitución. A esta se debe y no a una cúpula ilegítima, inconstitucional, corrupta y opresora.

 

 

El imperativo es claro: 333 contra 666. Con Dios, adelante.

 

 

Ovidio Pérez Morales

 

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