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De la utopía a las decapitaciones

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De la utopía a las decapitaciones


 
 
 Leímos hace unos días esta interesante noticia: Tras varios años de investigaciones se han descubierto, ocultos en la denominada Capilla Expiatoria durante más de dos siglos, los huesos de más de 500 franceses guillotinados en la antigua Plaza de la Revolución, la actual Plaza de la Concordia en París. Se trata de restos de víctimas del llamado Terror revolucionario, una de las más sangrientas etapas de la Revolución francesa, que dejó a su paso miles de decapitados en la guillotina entre 1793 y 1794. Semejante hallazgo, en cierto sentido, parece especialmente oportuno, dadas las circunstancias que ahora experimentamos

 

 

De los grotescos y espeluznantes episodios del Terror revolucionario en Francia, queremos destacar dos aspectos, abundantemente documentados por los historiadores del período. Por una parte, los cabecillas de la carnicería eran personajes movidos por lo que podríamos calificar como el furor de la virtud, es decir, la creencia vehemente y fanática en la necesidad, impuesta por una razón superior e incontestable, de liquidar a quienes eran identificados como enemigos del bien y representantes del mal. Por otra parte, los exaltados que se creían poseedores de verdades infalibles, desataban su dogmatismo e intransigencia en función de una utopía, que se concretaba en la visión de una república de ciudadanos virtuosos, dedicados con pasión y limpieza de alma a alcanzar el bien de todos, mediante la entrega y el sacrificio desinteresados de cada uno.

 

 

La Revolución francesa inició el ciclo de las revoluciones modernas, que de modo sistemático han seguido la ruta que conduce desde la utopía a las decapitaciones, aunque la guillotina haya sido sustituida por otros métodos igualmente letales, pero quizás más prácticos, masivos y eficientes. En todos estos casos, desde los eventos en Francia durante los tiempos del terror y hasta Lenin, Mao Tse-tung, Fidel Castro y tantos otros, la excusa siempre ha sido la proclamada en su momento por Robespierre: “Castigar a los opresores de la humanidad es clemencia, perdonarlos es barbarie”.

 

 

Existen importantes semejanzas entre los crímenes de la virtud de esas revoluciones y la situación de “guerra cultural”, según algunos la conceptúan, ahora en desarrollo en Estados Unidos y un creciente número de sociedades europeas. Desde luego, todavía el impulso mesiánico, el furor de la virtud, solo ha alcanzado a decapitar estatuas, pero nadie puede estar seguro de que la evolución característica de este tipo de dinámica sociopolítica vaya a detenerse allí. En todo caso, desde nuestra perspectiva y por los momentos, lo que interesa señalar es el fervor utópico que hermana lo que hoy vemos con desarrollos históricos análogos. En tal sentido, es de rigor recordar la crucial observación de Henry Kissinger, según la cual “la historia enseña por analogía, no por identidad”. Hablamos acá de procesos análogos, cuyas similitudes sirven para ayudarnos a desentrañar su naturaleza intrínseca, así como para alertarnos acerca del camino que podrían eventualmente tomar.

 

 

¿Estamos por ventura pronosticando venideras decapitaciones en Times Square, en el centro de Nueva York, o a los pies del Capitolio en la ciudad de Washington, o quizás, para repetir con exactitud la historia, en la parisina Plaza de la Concordia? No es necesario llegar a tales extremos para focalizar el punto clave que subyace nuestro argumento. Estamos presenciando una nueva puesta en escena del irracionalismo político y el fanatismo ideológico, que no obstante se cubren de un manto de virtud, se blindan con presuntas verdades indiscutibles y colocadas más allá de toda posible refutación, y utilizan por ahora como arma un poderoso chantaje ideológico, respaldado por medios de comunicación rendidos ante los nuevos dogmas.

 

 

Una nueva versión del furor de la virtud se apodera de los espíritus en nuestros días, en especial entre las generaciones jóvenes, que por desgracia combinan la ignorancia de una época de resúmenes y prefabricadas respuestas electrónicas con el miedo, la incertidumbre e inseguridad de sus mayores, invadidos por el escepticismo cognitivo y el relativismo moral. Es obvio, nos parece, que todo esto va a acabar mal, muy mal, al menos para las estatuas.

 

Editorial de El Nacional

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