Salida negociada
agosto 2, 2017 4:58 pm

“Se puede engañar a todos poco tiempo, se puede engañar a algunos todo el tiempo, pero no se puede engañar a todos todo el tiempo”. John F. Kennedy (1917-1963), 35° presidente de los Estados Unidos de América.

 

 

Venezuela tiene el dudoso honor de aparecer esta semana en la portada de The Economist, un semanario inglés con 174 años de tradición y un prestigio mundial ganado por su seriedad periodística. El gran titular dice: “Venezuela en caos” y el artículo en su interior hace una reseña espeluznante de cómo ven al país desde el mundo civilizado.

 

 

Le dicen al régimen de Nicolás Maduro lo mismo por lo cual él penaliza a la oposición venezolana: “Venezuela proclama tener más petróleo que Arabia Saudita, pero sus ciudadanos tienen hambre. Un impresionante 93% no tiene acceso a la comida que necesita y tres cuartos han perdido peso el pasado año. El régimen que causa esta evitable tragedia dice profesar gran amor por los pobres. Sus funcionarios han malversado millones, haciendo de Venezuela el país más corrupto de América Latina, así como el más ineptamente gobernado. Según el texto, la democracia significa que los pueblos con mal gobierno deben tener derecho a expulsarlo. Tal vez por eso el presidente Nicolás Maduro está tan ansioso por sofocar lo poco que queda de democracia en Venezuela”.

 

 

Los lectores de The Economist leen en este número que está circulando: 1) que Nicolás Maduro usará su constituyente para “perpetuar su impopular régimen de socialismo de estado”, 2) que la constituyente completaría la destrucción del poder del parlamento controlado por la oposición, 3) que manipularía la integridad de una elección presidencial que si fuera libre y justa, seguramente Maduro perdería, 4) que instalará un comunismo estilo cubano, 5) y lo más temible: provocará más violencia en un país cuyas calles están ahogadas en gas lacrimógeno y llenas de policías disparando.

 

 

En casi cuatro meses de protestas más de un centenar de venezolanos fueron asesinados, miles han sido heridos o encarcelados. Los cuerpos represores del estado allanan, roban, maltratan, torturan, al margen de la ley. Eso ha enfurecido a los venezolanos. Y al mundo también.

 

 

El semanario, especializado en economía, describe en pocas palabras las razones de la debacle: “Los ingresos per cápita regresaron a los de 1950. La principal causa de esta calamidad es ideológica. Siguiendo la línea de su mentor, Hugo Chávez, Mr. Maduro gastó dineros públicos en forma espléndida, especialmente con sus partidarios. La caída de los precios petroleros y la inepta administración de los recursos hacen que no pueda pagar sus deudas. Entonces él imprime dinero inorgánico y culpa a los ‘especuladores’ de la inflación resultante, que se espera exceda el 1.000% este año. El mercado negro del dólar es ahora unas 900 veces más el precio de la rata oficial. Los controles de precio y la expropiación de empresas privadas han servido para cortar la producción de comida y medicinas. Con los hospitales carentes de insumos, la mortalidad materna ha saltado un 66% este año. El oficialismo se beneficia flagrantemente de su acceso a dólares preferenciales y por tanto al comercio de productos básicos. Venezuela se ha convertido en la ruta favorita del tráfico de drogas y armas”.

 

 

El semanario inglés no obvia la oportunidad de hablar de los desplazados venezolanos, y recomienda a “algunos izquierdistas” que creen que Venezuela es una experiencia en “justicia social”, que pregunten a los cientos de miles que han emigrado por una crisis que en la medida que se incrementa, también eleva el número de venezolanos que abandonan su país por culpa de un gobierno que sólo por eso ya es una amenaza para la estabilidad mundial.

 

 

Con la experiencia que tienen en el análisis de crisis económicas que afectan políticamente a un país, The Economist opina que la oposición necesita cohesionar una alternativa creíble, actuar bajo un liderazgo único, pero que con sólo incrementar las acciones de calle el gobierno no caerá. Maduro todavía cuenta con los militares con los cuales, según el artículo, “co-gobierna”. Además, aún controla el ingreso nacional para manipular a casi un 25% de la población que come de las arcas del estado. Cuenta con dos brazos armados inconstitucionalmente de poder: el TSJ y el CNE. Y algo más: la asesoría de funcionarios de seguridad cubanos, expertos en represión selectiva.

 

 

El reciente fraude de una elección de constituyentes, con el país como testigo de la soledad en las urnas; las amenazas contra la oposición que ya se han concretado en la reclusión en Ramo Verde de Leopoldo López y Antonio Ledezma y la oleada de allanamientos y detenciones de alcaldes y líderes políticos, así como las planeadas acciones de defenestrar a la Asamblea Nacional y a la Fiscal Luisa Ortega, encienden las alarmas mundiales. Los medios internacionales lo llaman ya dictador; los gobiernos democráticos han desconocido a la constituyente y cualquier decisión que tome; Estados Unidos impone sanciones personales a Nicolás Maduro (honor que solo tienen los dictadores Bashar Al Assad (Siria), Kim Jong Un (Corea del Norte) y Robert Mugabe (Zimbabwe); la Alianza Parlamentaria Latinoamericana lo denuncia en el Tribunal de La Haya por crímenes de lesa humanidad; el Parlamento Europeo estudia congelar activos y prohibir entrada a Europa de funcionarios del régimen; la ONU solicita la “inmediata liberación” de López y Ledezma; la Comisión Interamericana de Derechos Humanos solicita investigación y sanciones para la violencia desatada el día de las “cuestionadas elecciones” del 30J. Los cancilleres latinoamericanos se reunirán para tratar el caso Venezuela; la vecina Colombia no reconoce a la asamblea constituyente. En fin, Maduro tienen al 88% de Venezuela (según las encuestas, solo el 12% votó) y a buen número de países en contra, ya es oficialmente una dictadura, con la instauración de una constituyente espuria que desconoce la democracia y un régimen que ataca a muerte a sus opositores.

 

 

 

En estas circunstancias, el gobierno todavía quiere seguir enarbolando trapos rojos, como las elecciones regionales cuando el país clama por unas elecciones generales inmediatas. El gobierno está acorralado nacional e internacionalmente. En todos los escenarios posibles pierde ante la voluntad mayoritaria que no le permitirá seguir en el poder. Pero hay que darle una salida; de lo contrario, Venezuela se arriesga a una anarquía alimentada por radicales de uno y otro bando.

 

 

La única vía incruenta para resolver esta situación es una negociación donde todos cedan para poder ganar. A quienes no están de acuerdo con una negociación para evitar un conflicto aún peor, les recuerdo la experiencia de abril de 2002. ¿Hubiéramos llegado a este terrible 2017 si los militares congregados en Fuerte Tiuna hubieran permitido que Chávez se fuera exilado a Cuba, como lo solicitó? Quisieron castigarlo, que pagara a la justicia y no midieron el riesgo de mantenerlo aquí y hablando. Es de sabios aprender de las experiencias. Sobre todo, de los fracasos.

 

 

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