País paralelo
julio 20, 2020 3:55 am

 

Si le preguntamos a cualquier venezolano sobre si el país está unido o dividido, estoy seguro de que la segunda será la respuesta unánime. A mi modo de ver, el país no solo está dividido sino que hay un país paralelo.

 

 

Un país paralelo en lo económico. En donde está, por una parte, la economía real, la que está compuesta de miles de emprendedores, empresarios y gente que ha apostado al país. Esta es la economía que, en palabras del propio exministro Giordani, “el gobierno ha buscado destruir”, para encima de esos escombros construir lo que ellos llaman el “sistema socialista”: que no es otra cosa que un sistema en donde todo depende del Estado; algo que yo he preferido llamar el “Estado arepera”, es decir, una economía paralela en la que todo el proceso económico depende de manera directa del Estado venezolano, tales como empresas públicas, que van desde redes de abastos, areperas o ferreterías, hasta cementeras, ensambladoras de carros o bancos. Ese aparato económico del “Estado arepera” tenía todas las ventajas y el apoyo del gobierno nacional, que lo subsidiaba, lo protegía e incluso lo ponía a competir (desigualmente) con actores de la otra economía, la economía privada. Lo peor de todo es que el “Estado arepera” regula y desregula a su antojo, utilizó instituciones como Cadivi, el Banco Central o la misma Pdvsa para acabar la economía privada y potenciar el sistema areperístico, en donde todo era pagado con petrodólares, todo era vendido a pérdidas, la corrupción por doquier, absoluta ineficiencia, sin rendición de cuentas, en fin, se creó una economía paralela que ha socavado la economía real y que en sí misma era imposible de sustentar. Hablo pasado porque todo esto se acabó por la vía de los hechos. El “socialismo del siglo XXI” fracasó y dejó al país en ruinas.

 

 

En los últimos tiempos eso ha cambiado y se ha creado lo que he llamado el nuevo “Estado bodegón” en el que se deja al sector privado importar las cosas bajo su propio riesgo, con el beneficio de poder vender acá las cosas dolarizadas y sin control de precios. De manera tal que somos más que nunca una economía de puertos que dependemos de lo que otros producen.

 

 

Un país paralelo en lo social, en donde hay ciudadanos de primera y ciudadanos excluidos. Los ciudadanos de primera son aquellos que están inscritos en un partido político determinado. Ellos pueden ser beneficiados en las misiones y los planes sociales del Estado. Si sucede algún milagro, de repente hasta se les adjudica una vivienda. Pueden acceder y ascender a puestos en la administración pública o en cualquier empresa o institución del Estado. Gozan de estabilidad laboral, sea cual sea su rendimiento. Pueden cometer algunos excesos porque saben que el aparato de “justicia” no va a ir en contra de ellos por el hecho de ponerse la franela de un color.

 

 

Por otro lado, estamos otro tipo de ciudadanos: los neoexcluidos, los librepensadores, los que tenemos ideas propias, los que no queremos ser de ese partido político. Los que queremos vivir con el fruto de nuestro trabajo independiente, sin depender del Estado. Nosotros somos ciudadanos de tercera o cuarta categoría. Somos los nunca reconocidos, los insultados, los culpables de todos los males (junto al imperio). Andamos por la vida desprovistos de instituciones a dónde acudir si somos víctimas de algún abuso. Somos los que esperamos ser incluidos en listas para los planes sociales, no tenemos caja CLAP, ni gasolina subsidiada. Un sector que está al margen, por fuera de cualquier política del Estado, por el hecho de pensar distinto.

 

 

Un país paralelo en lo moral. En el que la decencia y la dignidad de las personas depende de su corriente política. Acá se ha creado la nueva teoría de la relatividad, que consiste en si estás con el gobierno o eres de oposición. De eso depende todo. Con esa vara serás juzgado. Para un sector, la ética, la moral, la dignidad, solo depende de la lealtad al proceso político. No importa si se es corrupto, si mata, cualquier delito es permitido con tal de que sea leal a la “revolución”.

 

 

Por el contrario, la falta de ética, la inmoralidad están automáticamente del lado de quienes adversamos a los que gobiernan. Usted puede ser honesto, decente, buen ciudadano, solidario, caritativo, tener valores y principios, pero si no está con el gobierno puede ser juzgado y condenado como el peor de los delincuentes. Se ha querido crear una nueva moral, una nueva ética que no está basada en la virtud, sino que está basada en la complacencia, en la complicidad y en la conveniencia, algo que ellos confunden con la lealtad.

 

 

Un país paralelo en lo político. Quizás esta es el área en donde menos tengo que explicar, ya que todos conocemos el panorama en el que la destrucción de nuestras instituciones ha ocasionado el caos político más grande de nuestra historia republicana. Un país en donde no existe el imperio de la ley, sino que lo que sigue es la voluntad de un individuo o una parcialidad política no puede ser justo, ni democrático, ni puede generar bienestar, ni desarrollo.

 

 

Un país paralelo nunca tomará la senda del progreso. Debemos unificar al país para que pueda ser viable. Solo con el reconocimiento mutuo, el trabajo en conjunto y la formulación de objetivos comunes a toda Venezuela podremos subirnos a esa ancha autopista de la estabilidad, la paz y la prosperidad

 

 Elías Sayegh