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Notas sobre riesgo, covid-19 y responsabilidad

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Notas sobre riesgo, covid-19 y responsabilidad

“…nos enfrentamos a un dilema: o seguimos, como hasta ahora, el riguroso Código de Núremberg y la Declaración de Helsinki para regular experimentos en humanos o, por el contrario, relajamos parcialmente tales parámetros, en razón de la emergencia sanitaria actual y en aras de una respuesta rápida, con la esperanza de frenar el avance del coronavirus de marras, apostando a ciegas a la inexistencia de daños colaterales en su aplicación. Ojalá la prudencia impere”. Gioconda Cunto de San Blas.

 

 

El fin de la guerra fría, si alguna vez hubo fin, produjo una sensación in crescendo constante de seguridad para las sociedades, que se acompañó de un crecimiento económico y mejoramiento de las condiciones de vida, que no de superación de sus problemas, de ingentes contingentes poblacionales.

 

 

Países como China y la India, entre otros, dieron un salto gigantesco en la construcción de estructuras y políticas económicas y sociales que los movieron de un extremo a otro y, tal vez definitivamente, en el mundo que teníamos. El entorno tecnológico proporcionó las herramientas para ese macro cambio que lejos de detenerse se sostiene avasallante aunado al aprovechamiento de ventajas comparativas extraordinarias al disponer de un gran mercado y de mano de obra baratísima.

 

 

En simultáneo, la ciencia y el conjunto de técnicas abrieron una ventana por la que se modeló vertiginosamente un cosmos articulado desde la informática que a diario nos sorprende y fascina, incidiendo de manera determinante en el homo sapiens y en el homo faber al mismo tiempo. Harari ha escrito y mostrado la significación de la circunstancia mencionada en el porvenir del homo verus.

 

 

El conocimiento, al igual y por cierto de manera concurrente con la axiología y la deontología, fue arrastrado por la borrasca tecnológica que se digitaliza y simplifica sus complejidades para borrar incluso las líneas y aún, las nociones de espacio y tiempo y así trasportarnos adonde estamos abruptamente y a ratos, aparatosamente. Paul Virilio denunció un hito en curso, que hace que la comunicación alcance la instantaneidad del evento y turbe completamente la relación de los intercambios.

 

 

La acción del hombre tiene consecuencias que podemos prever o no. Algunas de esas conductas pueden ser gravosas y otras eventualmente. El fruto de esa dinámica es común a numerosas actividades públicas o privadas y releva del afán del homo verus por inventar, modificar, reformar, apurar, alterar infinidad de elementos o insumos, productos, conceptos. En paralelo, la naturaleza tiene su propia creación y por supuesto, allí transitan factores y agentes poco  o nada conocidos. La era ha tejido una relación en el que la naturaleza ya no obra simplemente de su lado sino que el hombre tienta su poder.

 

 

Algunos ejemplos ayudarían a visualizar de qué se trata. La caída de un satélite de los que giran alrededor de la Tierra que se dañó y atraído por la gravedad se estrelló sobre un liceo. Todo eso tiene un resultado que sanciona la percepción de riesgos y de responsabilidades. Son eventos que se pueden si no anticipar, tener como posibles y más. Son riesgos en una multitud de situaciones del mismo corte que se producen en la actual dinámica societaria plena de diversidades y complejidades de todo tipo. ¿Puede decirse lo mismo del accidente de Chernóbil? En la perspectiva del concepto de riesgo regularmente admitido en el contemporáneo, sin dudas, sí.

 

 

Alguna doctrina devela la ubicuidad del riesgo y al hacerlo consagra aquello que Ulrich Beck describió hace décadas en su texto sobre la sociedad y el riesgo, como fenómeno sociológico caracterizador de una época. Un estudio sobre la obra del alemán nos ayuda bastante y una cita lo expone claramente: “Beck da inicio a su obra analizando la transformación estructural sufrida por el conflicto en las sociedades industrializadas y afirma que en ellas actualmente, los conflictos sociales ya no se relacionan con el tema de la distribución de la riqueza, sino con la distribución de los riesgos. Si bien no puede decirse que estas naciones han logrado erradicar completamente la pobreza, es cierto que esta ha sido mitigada y ya no se encuentra en el centro de las preocupaciones de la población. Sin embargo, el desarrollo científico y tecnológico, condición de posibilidad de la atenuación de la pobreza, se convierte en la fuente de nuevos problemas. De tal suerte que los riesgos relacionados con la pobreza van dejando su lugar central a los riesgos derivados del desarrollo, a saber: los riesgos de carácter ecológico” (Galindo, Jorge, Acta sociológica núm. 67, mayo-agosto de 2015, pp. 141-16).

 

 

En efecto; Beck advierte con gran sentido de la oportunidad que una ola y otras detrás, de cambios científicos y tecnológicos sobre la naturaleza acontecían ya, pretendiendo domeñarla, ya aprovechándola, pero en una dimensión distinta a su natural desempeño y así, vio lejos y desde el arribo del libro señala la doctrina citada, devino en un texto obligado, un clásico y valga el lugar común, una obra maestra.

 

 

Trasluce no obstante que el riesgo actual, porque siempre lo hubo, al menos potencialmente, como expresiones de la naturaleza o la vida en sociedad, es ecológico y relacionado con la conclusión a la que llega Beck, que nos sitúa en una suerte de segunda modernidad, que es más bien, la concreción consciente de la primera, con el rol  de la ciencia preponderante.

 

 

El asunto se hace mucho más complejo cuando ese trabajo de Beck citado es objeto de variadas críticas y sujetado a exámenes, especialmente comprendidos en las perspectivas de la teoría social y allí Luhmann, con notable brillo, pondera otros elementos que no niegan ese fenómeno que denominamos riesgo y entendido, en términos sencillos y sin otra pretensión como la contingencia que en el futuro puede presentarse inherente al tiempo histórico social y a la dinámica de las comunicaciones y decisiones que se producen, irradiando desde esa idea que la sociedad se hace de sus seguridades.

 

 

Otro alemán de origen y judío mira el asunto desde otra esquina. Es un testigo de cómo el hombre usa y abusa de la naturaleza y acomete sin mayor discernimiento la aventura de la ciencia y la investigación y el desarrollo de los productos de su arrogante pero limitado conocimiento. Seguidor de Kant, propone desde una aproximación ética, una consigna que reza así: “«Obra de tal modo que los efectos de tu acción sean compatibles con la permanencia de una vida humana auténtica en la Tierra».

 

 

Autor de un genuino e imprescindible clásico, El principio de responsabilidad, pero también de otros influyentes trabajos sobre bioética o gnosticismo, propone una concientización del homo verus sobre los peligros de sus acciones e infiere en la autolimitación un acto de impajaritable responsabilidad.

 

 

Ese concepto de responsabilidad es un asociado a la conducta humana, por cuanto la susodicha suele tener repercusión para los demás congéneres.

 

 

Es menester acotar que la responsabilidad y la demanda de certeza y seguridad se convierten en un rasgo predominante en la sociedad reinante que, por cierto, muta y se individualiza y se asume como libérrima en el mismo ejercicio, permitiéndose un teatro de riesgos que acentúan el valor de las decisiones y las resultas de las mismas.

 

 

El covid-19 es un peligroso francotirador que percuta a distancia, pero que parece estar en todas partes y no economizar a nadie. Es un virus que algunos piensan se creó en un laboratorio, pero que, muy probablemente, sea más bien otro episodio de la evolución natural. La ciencia ha podido establecer la participación de los virus en la fragua de la vida y en la naturaleza es otro código que se ha parcialmente descifrado, entre muchísimos más que Darwin intuyó.

 

 

No obstante, el homo verus sabe ya que no siempre encontrará o desarrollará lo que busca sino algunas derivaciones o secuelas que siguen a su impulso creador. Beck nos ilustra así: “Es la época del industrialismo en la que los hombres han de enfrentarse al desafío que plantea la capacidad de la industria para destruir todo tipo de vida sobre la tierra y su dependencia de ciertas decisiones. Esto es lo que distingue a la civilización del riesgo en la que vivimos… de todas las civilizaciones anteriores” (Beck U. La sociedad del riesgo. Hacia una nueva modernidad. Barcelona: Editorial Paidós; 1986.)

 

 

Como vemos, Beck, Luhmann y Jonás descubren y anticipan que nunca antes la humanidad estuvo tan a la merced de sí misma y además, tan necesitada de tomar consciencia de ello. La comunicación  y la asunción del deber moral ante sí y ante los otros seres humanos, ante la humanidad que nos comprende a todos, en un ejercicio de alteridad y responsabilidad nos expone a un riesgo compartido y a una responsabilidad social y yo agregaría, una responsabilidad existencial que nos imputa por hacer a ratos pero, también por dejar de hacer.

 

 

Una campanada frente al individualismo exacerbado que es propio de este tiempo. Un llamado al regreso al nosotros, al común, al homo politikon que se desdibuja en la competencia con el homo elektronikón y el desplazamiento en alguna medida del homo sapiens por el homo digitalis.

 

 

El progreso, entendido como ese salto cualitativo de la ciencia y la tecnología, adquiere dimensiones cuánticas y realiza hallazgos que correlativamente desnudan muchísimas incertidumbres, porque dejamos de advertir elementos o simplemente no le llegamos a consecuencias inherentes a esa dinámica que acaudalada y a veces violenta, en el sentido aristotélico del término, se manifiesta.

 

 

Transitamos entonces entre el riesgo, como una situación futura que podemos anticipar o intuir, gravosa, dañosa, la licuación no en sentido químico sino en el sociológico de Bauman, de los constructos de comunicación con los que venía trabajando la sociedad y la red de valores que la nutrían estratégicamente.

El covid-19 nos arrostra severo, una constatación básica y es que afecta, alcanza, irradia a todos en mayor o menor medida y, para superarlo, también reclama el concurso de todos en dos dimensiones al menos; de un lado, la acción pública que no es del Estado simplemente sino de los agentes y actores sociales comunicados y concertados y del otro, el individuo que anota que esta experiencia de distancia física no es distancia social sino todo lo contrario.

 

 

La comunicación y la organización internacional están en jaque. Señalados y presionados por los hechos y circunstancias. Son reos de una manera de adelantar un sistema económico sino inmoral, amoral guiado por el beneficio económico entre fantasías financieras y colisiones de intereses que debe ser revisado con urgencia no porque haya fracaso ante el socialismo al que asumieron ambos como su némesis, sino porque racional y espiritualmente es, de suyo constitutivo en amenaza silente, inconsciente, displicente.

 

 

El covid-19 nos debe conmover, despertar, sacudir y no solo me refiero a cada uno en su individualidad sino en su rol orgánico y funcional como sociedad y como persona moral y pública. Viene a mi memoria una frase de Sartre cuando se refirió a la bomba de Hiroshima: “Hacía falta que la humanidad fuera puesta en posesión de su muerte. Hasta aquí, ella no sabía ni de dónde venía ni hacia donde iba”.

 

 

Entretanto, constato con inmenso respeto el trabajo de los médicos, enfermeras, de los sacerdotes y monjas, de la policía que se la juegan diariamente. Siento vergüenza por el silencio chino o por el cálculo de la OMS. En fin, todos somos responsables de todos como cristianos al menos.

 

nchittylaroche@hotmail.com

@nchittylaroche

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