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No hay peor ciego que el que no quiere ver

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No hay peor ciego que el que no quiere ver

Partamos de una realidad. El mapa político de este país cambió el 14 de abril. Ese importantísimo día para nuestra historia contemporánea debió significar un tono distinto para entendernos como actores políticos, como amantes del arte de la política.

 

Nuestra generación se propuso reivindicar el oficio de la política. A ello hemos dedicado los últimos 15 años de nuestra vida. En plena década de los 90, cuando la mayoría del país acusaba como causante de sus problemas a los políticos, cuando la antipolítica dio paso a una serie de eventos desafortunados cuyas consecuencias hemos pagado los últimos 14 años, un grupo de jóvenes conocidos decidimos que el mejor camino para cambiar las cosas en el país era trabajando dentro de la política, aprendiendo y conviviendo con quienes construyeron la Venezuela del siglo XX, con sus aciertos y desaciertos.

 

Y con esa idea emprendimos este proyecto que hoy ha logrado reunir en torno a la Unidad Venezuela, la tarjeta más votada en las pasadas elecciones del 14 de abril, una alternativa para el país, una opción y un programa para el progreso del país. Estamos seguros de que más temprano que tarde esta oportunidad de no sólo gobernar al país, sino de recuperarlo y reconciliarnos como sociedad, se materializará.

 

Hablamos de reconciliación y diálogo porque creemos en un proyecto en el que incluso quienes piensan distinto a nosotros tienen un espacio, deben tenerlo. Esa idea del gobernante que llega como un tornado a convertir polvo lo que se ha hecho para empezar una revolución nos condujo a lo que vivimos, a lo que padecemos y nos ahoga día a día. La ausencia de diálogo, de comunicación, de un juego de cooperación, nos hace mucho daño como sociedad y nos trae consecuencias para el vital desarrollo del país.

 

Al equipo político del partido del gobierno vaya este mensaje: para fortalecer su liderazgo interno, debilitado tal y como está, no es necesario aplastar a la mitad del país.

 

Más allá del resultado del 14 de abril, de la proclamación de un candidato y su efectivo ejercicio del poder existen dudas razonables, sustentadas y comprobadas respecto a la transparencia del proceso y, por ende, de la exactitud de sus resultados.

 

Es nuestro derecho exigir que las dudas sean aclaradas, es nuestro derecho evitar que las elecciones en nuestro país sigan siendo un nicho de abusos. No basta cargar con la cruz de: «eso siempre ha sido así en el continente», como algunos observadores internacionales se han encargado de decir. Vinimos a hacer las cosas distintas y nuestras generaciones futuras así nos lo reclamarán.

 

armando.briquet@gmail.com

Armando Briquet

Fuente: EU

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