Los residentes del kibutz Be’eri no son diferentes a los caricaturistas de Charlie Hebdo ni a Salman Rushdie
Leo la carta del presidente y del rector de la Universidad Hebrea de Jerusalén dirigida al presidente y los decanos de la Universidad de Harvard. Fue enviada a raíz de pronunciamientos públicos sobre los ataques terroristas de Hamas en Israel, declaraciones similares a las de otras instituciones y organizaciones académicas en Estados Unidos; Columbia, Pennsylvania y Stanford, por citar algunas.
Israel acababa de sufrir una serie de ataques terroristas. Incluyeron crímenes de diversos tipos: asesinatos, lanzamientos indiscriminados de misiles, secuestros de menores y de personas mayores, decapitaciones de bebés y violaciones de mujeres. Y, como hemos visto, no lo ocultaron ni lo disfrazaron. Sus videos siguen circulando por el planeta digital documentando los crímenes; una macabra confesión de parte.
Aun así, dos días después de los hechos 30 organizaciones estudiantiles de Harvard responsabilizaron al propio Estado de Israel por la masacre que acababa de sufrir. El pronunciamiento oficial de Harvard, a su vez, se abstuvo de condenar con firmeza dichas atrocidades, resaltando la necesidad de actuar “con el cuidado y la compasión que el mundo necesita”. Por ello la Universidad Hebrea le recrimina no haber alcanzado “los estándares mínimos de liderazgo moral, coraje y compromiso con la verdad”.
Otras voces se sumaron a esta suerte de admonición a Israel en relación a su represalia, una ofensiva militar con el objetivo de remover a Hamas del poder. Aún antes de saber con precisión el número de víctimas y la exacta magnitud de los crímenes, muchos se apresuraron a exigir al gobierno de Israel una respuesta “razonable, proporcional y moral”.
Convertida en fórmula repetida, “razonable, proporcional y moral” resulta imposible de determinar y por ende abstracto, un concepto fuera de la realidad. Un Estado fue atacado por otro—o por una cuasi-Estado, si se prefiere—resultando en 1.300 civiles asesinados por medio de acciones que califican como crímenes de lesa humanidad; para muchos juristas también genocidas.
La represalia militar en curso se inscribe en el derecho de Israel a defenderse, según prevé la Carta de las Naciones Unidas. Para evaluar la legalidad o ilegalidad de sus acciones bélicas está la Convención de Ginebra, debería ser suficiente. El gobierno de ese cuasi-Estado, a su vez, sabía que habría una respuesta, y para ello produjo la peor masacre contra judíos desde el Holocausto. La academia americana no reflexionó sobre este punto.
Es que se trata de una organización terrorista que no quiere paz, ni Estado Palestino, ni libertad, ni derechos para los palestinos. La realidad es que los palestinos viven hoy bajo ocupación, pero de Hamas que instaló su propia dictadura luego de la “Batalla de Gaza” en 2007 cuando sometió a Fatah. No lo hizo con “cuidado y compasión”. Israel había abandonado la franja en 2005. El relativismo moral predominante obvia los datos duros de la historia para construir un relato que exonera a Hamas e incrimina a Israel.
El panorama desolador en el Kibutz Be’eri (Sergey Ponomarev/The New York Times)
Banderas de Hamas desfilaron por Nueva York, Londres y Estocolmo, entre otras ciudades Occidentales, en “solidaridad” con el pueblo palestino. Y no les pasó nada, desde luego, están protegidos por sus derechos constitucionales. La ironía es que terminarían presos, o peor que eso, si decidieran disentir con Hamas marchando por las calles de Gaza con banderas americanas, británicas o israelíes.
Ello es evidencia del fracaso del multiculturalismo identitario de nuestra época. El multiculturalismo es posible, por supuesto, toda sociedad compleja es diversa en sus dimensiones étnicas, religiosas y lingüísticas. El secreto es el constitucionalismo, el gran homogeneizador de diferencias que construye una ciudadanía abarcadora y con ello un “ser nacional”.
Así se absorbió y se integró a las diferentes comunidades inmigratorias; ha sido así en la tradición histórica post-colonial del liberalismo inglés y el republicanismo francés, así como en el “melting pot americano”; de toda América, esto es.
En otras palabras, celebrar “la diferencia” puede ser un arma de doble filo si ello crea la utopía de ciudadanías parciales fundadas sobre subjetividades culturales que supuestamente otorgan legitimidad. Ello vulnera el orden normativo que estructura el Estado y que le da consistencia al tejido social.
Así funciona el multiculturalismo hoy, especialmente en relación a las comunidades musulmanas en Occidente. Un doble standard flagrante: en su amplia mayoría, dichas comunidades emigraron de sistemas opresivos en sociedades organizadas bajo el paradigma del Islam. Una vez en Occidente, gozan de los derechos y garantías que les otorga un Estado constitucional, pero al mismo tiempo restringen a otros el ejercicio de esos mismos derechos; sean esos otros infieles, gays, o blasfemos.
No se puede ser una cosa y lo contrario al mismo tiempo. Los residentes del Kibutz Be’eri no son diferentes a los caricaturistas de Charlie Hebdo ni a Salman Rushdie.
Ello subraya que el espacio de la neutralidad y la equidistancia es estrecho, y que tratar de ocuparlo nos lleva a esta penumbra moral. Termina, inevitablemente, en un relativismo que desde 1945 el “Nunca Más” había enterrado para siempre. O eso creímos.
Héctor Schamis
@hectorschamis
Un soldado israelí en el Kibutz Be’eri (Europa Press)