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El Patrón del Mal

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El Patrón del Mal

Hay momentos en las historias de los países en el que «el mal y el bien» se tornan confusos

 

Las vacaciones forzosas permiten muchas cosas, entre ellas «pegarse» hasta las 3 de la mañana viendo una serie en video un capítulo tras otro mientras te dices a ti misma: «tengo que dormir», pero está tan buena, tan emocionante la historia que no puedes dejarla. Me imagino que debe ser como la droga. Todo el mundo sabe que es nociva, dañina, que acaba por aniquilarte, pero los adictos (por serlo) no pueden dejarla. Y es que, precisamente, de «droga» se trata la serie que me tiene con más ojeras que las de costumbre.

 

«El Patrón del Mal». La vida de Pablo Escobar. La ambición marca al hombre y ésta puede llevarlo por dos caminos. El difícil, el largo, el del trabajo y el esfuerzo, y el otro: el fácil pero moral y éticamente cuestionable. Lo llamativo del personaje es su doble moral: hombre de familia, adorado por sus hijos y su esposa. Idolatrado por sus hombres de confianza y casi santificado por la gente del pueblo a la que sin duda ayudó, pero realmente era un tipo muy malo, malísimo, que no le importó sembrar de sangre a su país a punta de balas y bombazos. Las autoridades lo vinculan al asesinato de más de 10.000 personas y su principal sicario y brazo derecho, John Jairo Velásquez Vásquez, alias Popeye, lo vincula a más de 5.500.

 

Lo insólito es cómo un personaje así se mezcla con la política y llega a ser representante a la Cámara suplente para el Congreso de la República de Colombia por el departamento de Antioquia en 1982. No fueron pocos los políticos que se rindieron ante sus «regalos» y otros ante sus «amenazas». La red de complicidad fue tan grande que la justicia, la policía, las fuerzas armadas y, por supuesto, algunos políticos eran «controlados» con tan sólo una llamada.

 

En el fondo, Escobar tenía como máxima ambición llegar a ser el Presidente de Colombia hasta que «se topó con la buena prensa». El periodismo ético y valiente le frenó en empuje. Su «pantalla» de hombre decente comenzó a derrumbarse en 1983, cuando el periódico El Espectador publicó una serie de notas que revelaban lo que realmente se ocultaba detrás de Pablo Escobar: el narcotráfico.

 

El Congreso, que en un principio mostró una actitud vacilante, suprimió su inmunidad parlamentaria, y se abrió el camino para que las autoridades empezaran a perseguirlo, pero todo fue gracias a la prensa. A los dueños de un periódico como El Espectador que en pro de la verdad, de la ética y del futuro de su país «se la jugó» retando al poder total de Escobar. Este diario centenario mantuvo una actitud muy firme en contra del narcotráfico. Su director, don Guillermo Cano, fue asesinado y su sede fue atacada con un carro bomba.

 

A quienes ejercemos el periodismo esta serie, «El Patrón del Mal», nos toca muy profundo. Hay momentos en las historias de los países en el que «el mal y el bien» se tornan confusos. Las autoridades, los políticos, la justicia y a veces hasta la propia sociedad pueden hacerse la vista gorda convirtiéndose en cómplices por miedo, ignorancia o por preservar los intereses. Los periodistas no podemos caer en ese juego. Es un pecado. No hay excusa. Para eso estamos.

 

mariaisabelparraga@gmail.com

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