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Educadores mal pagados

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Educadores mal pagados

 

 

La transición entre los siglos XX y XXI devino en cambios tan fuertes, que muchos ni siquiera han terminado de comprenderse. Los cambios que se han operado en materia educacional, son uno de tantos cuyas consecuencias son de una dinámica profundamente sorprendente, como sucede en política, economía, etc.

 

 

Sin embargo, la incidencia de la educación, dada su relación con la sociedad y la política, en países dominados por modelos autoritarios no se ha ubicado a la altura de los cambios aplicados. Particularmente, cuando se compromete el proceso enseñanza-aprendizaje.

 

 

Y es que la incidencia de tal realidad, afecta o favorece tanto al maestro como al estudiante. Carmen García-Guadilla, en  La Educación como construcción social del conocimiento, CRESALC, 1986, refiere que «en Venezuela -y en América Latina en general- la mayoría de los esfuerzos que se hacen en crear conocimientos no están compensados con una producción final (…)». Esta situación, abre el camino en el país para advertir el problema que constituye la mal compensada remuneración que reciben maestros y profesores por su trabajo en aula y de asistencia, coordinación y dirección institucional. Esto da cuenta del problema que viene acrecentándose con reacciones en el gremio, que termina en protestas y discusiones bipartitas que no generan resultados contundentes. Especialmente cuando la dinámica económica supera en velocidad y tamaño las compensaciones que recibe el profesional docente. No sólo de escuelas y liceos, también de las universidades. Todo ello, a pesar de lo establecido por el artículo 91 (constitucional) cuando señala que todos los trabajadores tienen “derecho a un salario suficiente que les permita vivir con dignidad”.

 

 

Promesas insípidas e invisibles

 

Los compromisos que declaran las ofertas electorales pronunciadas en aras de mantener y consolidar la democracia, tocan obligadamente los temas que refieren a la educación. Especialmente, cuando se refieren a la «excelencia educativa», pues su concepción se centra en la importancia que se le da a la capitalización del educando como factor garante del desarrollo de la nación. Igualmente, de la industrialización, del conocimiento, de la calidad de vida sobre la cual recaen condiciones de razón pública. En todo ello se asienta el éxito posible que conseguido por una política educativa nacional.

 

 

No cabe duda aducir que el signo de una democracia está representado en el mejoramiento permanente del funcionamiento del sistema educativo. La política sabe exaltar oportunamente esta importancia. Sólo que siempre cae en la brecha que se establece entre el discurso y las realidades. Venezuela no ha escapado a este problema que maltrata a la educación en todos sus niveles. Sobre todo, cuando hacen maniqueas referencias a la «modernización de la educación«. Y esto, recoge compromisos vacíos cuando los gobiernos señalan superar los desequilibrios acumulados que tienden a generar disfuncionalidades a nivel de la remuneración del docente en toda su extensión laboral.

 

 

De manera que cualquier reclamo público que exija nivelación de sueldos y salarios de docentes en concordancia con la movilidad de la economía nacional, es legítimo, propio y pertinente.

 

 

En virtud de la dinámica de la economía y de las necesidades indicativas de los problemas causados por los refutados bajos ingresos, es inminente equilibrar las remuneraciones de los docentes de educación básica, diversificada y universitaria.

 

 

Desde la Comisión Presidencial para la Reforma del Estado, COPRE, en su Proyecto Educativo para la Modernización y la Democracia, se había señalado que no pueden seguir abriéndose las quebraduras entre los cuadros de educadores y las estrategias económicas que aluden al desarrollo nacional.

 

 

«La ausencia de un mensaje educativo coherente y canalizado (…)» sigue actuando como traba que favorece el rezago de una remuneración que merece el profesional de la docencia en Venezuela; de ese maestro o profesor responsable de la formación de hábitos y aptitudes de quienes estarán destinados a la recomposición del país, de la democracia. Paulo Freire supo hablar de la educación como práctica de la libertad. Pero de continuar sin reconocer el valor de la educación y de sus docentes, el problema de educar para una domesticación alienada, posiblemente se esté fraguando y se recompense el trabajo docente con remuneraciones que incitan la dependencia nacional.

 

 

Antonio José Monagas

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