Economía de élites Vs Economía popular

Economía de élites Vs Economía popular

La economía de élites es aquella que los entendidos en la materia, académicos y profesionales en ejercicio, manejan conceptual y numéricamente con información histórica y matemáticas estadísticas, aplicadas a las políticas públicas plasmadas en informes anuales compilados en las lujosas oficinas del Banco Central, Ministerios del área financiera y Bolsas de valores actuantes en los países que han aceptado operar bajo esos criterios gubernamentales modernos.

 

También se puede entender por economía de élites aquella diseñada para beneficiar a grupos sociales que terminan transformándose en empresarios emergentes que se benefician de leyes, subsidios y contratos estatales.

 

Mientras la economía popular es la que se resuelve en la calle, en cualquier ventorrillo, casa de abasto o panadería de barrio donde se le proporciona a la gente del pueblo, que no conoce ni domina los conceptos implícitos en aquellos agregados macroeconómicos, los artículos y bienes de consumo para su manutención y quehacer diario… así como en los sitios populosos donde se resuelve vía buhonería el intercambio de mercancías y otros accesorios necesarios para la vida cotidiana.

 

Siempre ha sido así…

Una ciudad sin un mercado popular, por ejemplo, puede darnos la sensación de que algo falta, porque si hay un espacio que se corresponde con la ley de la oferta y la demanda, es ese. Normalmente los vendedores son emprendedores que estudian al boleo una oportunidad de mercado, saben qué necesita la gente y cuánto estaría dispuesta a pagar, sin que necesariamente realicen análisis científicos de la situación. No hay estudios de mercado, todo obedece al pálpito de quién conoce a su gente, lo que comprueba que el mercado siempre ha estado ahí… aun cuando existan intervenciones patológicas por parte de quienes manejan la economía de élites, que generalmente desconocen las realidades subterráneas de cada sociedad o simplemente se aprovechan de ella.

 

En algunos países de América y especialmente en Venezuela, esa economía popular alcanza a la clase media, o alta, en los semáforos de la ciudad. En esos sitios se conjugan ambos conceptos… allí se consigue la realidad del que piensa en sus valores “elitistas” de mercado con quién humildemente se lo provee en sus propias manos. Allí los expendedores populares, o buhoneros ambulantes, revenden sus productos directamente en las ventanillas de los costosos automóviles importados de alta cilindrada, o de las camionetas ya impagables, de tracción superior.

 

Todo responde a intercambios voluntarios, no hay regulación de precios, ni controles de ningún tipo, simplemente se transa una oferta y nadie paga impuestos formales por ella… aunque estar en la informalidad tiene sus costos, sacrificios y estructuras. Porque quien vende tiene que pagarle un fee a algún líder de zona o hasta a los mismos cuerpos policiales que le permiten incorporarse a esa informalidad y utilizar ese sitio que llaman “punto”. Ellos pagan por ser pisatario de esa localidad, es decir, hay un orden detrás de la aparente anarquía, un discurso metódico tras el silencio, una política pública legislada por los propios transeúntes en cada calle de la ciudad.

 

Evolución reciente…

Revisando documentación de los años ´80 resulta que en Venezuela se encuentran los mismos indicadores propios de una economía intervenida-socialista con sus características primordiales, por ejemplo, desabastecimiento de productos básicos como aceite o azúcar, devaluación por decreto, especulación, abuso del consumidor, etc. En el país vivimos en un constante conjugar el pasado grisáceo con un presente no menos oscuro, pues actualmente tenemos el mismo modelo, pero profundizado y con sofisticados controles. Se mantiene una gran desconfianza al potencial creativo e innovador del ser humano, por consiguiente, no se cree en el mercado y en el empresariado no alineado al Estado… pero todos por igual siguen negociando los subsidios vengan de donde vengan, y si son en divisas pues mejor. Total, es el noble pueblo quien al fin y al cabo paga por eso.

 

Tal parece que el mundo evoluciona mientras Venezuela insiste en el error, dejar de producir en suelo propio, reemplazar en vez de sustituir importaciones, desvalorizar la moneda nacional una y otra vez sin planes conocidos, controlar los precios y maniatar el cambio de paridad con cualquier divisa, atacar de manera desmedida los derechos de propiedad, etc. Esos procesos siempre han sido dirigidos por una élite “economicista” y miembros de la alta estructura gubernamental que han afectado al venezolano común, que ya no puede acceder a bienes de calidad a bajos costos… todo ello para asegurar la sobrevivencia de un grupo empresarial enemigo de la economía de mercado, pero acostumbrado a hacer negocios con el gobierno y a beneficiarse groseramente de los sacrificios del trabajador común.

 

El mundo evoluciona mientras Venezuela insiste en el error, en afectar a los productores nacionales con competencia desleal, en adquirir productos con divisas al cambio oficial para venderlos subsidiados y fuera de toda norma de costos de producción, generalmente a mayor costo de lo que paga el consumidor final en los mercados del gobierno… pero que luego por igual pagamos todos con inflación y desabastecimiento de productos básicos. Y lo más novedoso que se nos propone, dada la entrada de Venezuela en Mercosur, es retomar la ya fracasada sustitución de importaciones de la mano con empresarios alineados al gobierno y que tendrá las mismas consecuencias del pasado. Se pretende desvalorizar nuevamente la moneda nacional para insistir en las líneas económicas del Plan Simon Bolívar 2013-2019 (segundo Plan Socialista de la Nación), con el que el rumbo de Venezuela luce incierto.

 

Por eso subsiste el mercado informal en nuestro medio, del que depende más de la mitad de la población activa, bien para aprovisionarse o para vivir de él… y las personas que dispongan de más tiempo o tengan mayores necesidades van entonces a las pulgas, a los mercados populares más concurridos donde es posible un abastecimiento más completo pues allí se comercializan exquisiteces y hasta miserias humanas de la misma manera metodológica, sin distingos conceptuales, sin segmentos de mercado conocidos, sin diferenciación de clases sociales, de color de piel o religión… allí no se miden agregados macroeconómicos de ninguna naturaleza. Los números que se generan en ese mercado seguramente no los refleja el Banco Central. El volumen monetario que circula no pasa por ningún tamiz del Seniat. El comprador no exige factura y el vendedor no declara impuestos, en realidad nunca lo han hecho porque el grueso de la mercancía que allí se expende ha cruzado de alguna manera la frontera mas cercana de la mano de mayoristas bien conectados, sin ningún tipo de control. Por eso los precios son a veces más bajos, por eso el mercado es tan popular, por eso los controles son innecesarios o simplemente no funcionan.

 

La formalidad en el país…

Establecer una empresa formal implica costos de transacción muy elevados en un país como Venezuela, que ocupa el lugar 174 de 177 países en el Índice de Libertad Económica de la Fundación Heritage1, lo cual significa que nuestra nación está clasificada en el grupo de economías reprimidas donde es más rentable ser parte de la economía subterránea, con pequeñas inversiones y mínimo esfuerzo intelectual, que enfrentarse a la burocracia institucional del Estado.

Aunque en el país no existen mediciones reales de esos movimientos mercantiles, su existencia puede inferirse de los grandes números del Banco Central de Venezuela (BCV)… y de sus inconsistencias, por ejemplo: Las exportaciones del país superaron los 98 millardos de US$ en 2012 (95% del sector petrolero), sin embargo, el BCV2 sólo encajó divisas por el orden de los 48 MM$ mientras la Corporación petrolera estatal, PDVSA3, dice haber vendido mas de 120 millardos, ¿Cómo se digiere esto?, ¿Dónde se contabilizarán las diferencias?.

 

Así mismo, el país importó productos, bienes y servicios por la altísima cifra de 59 MM$, no obstante no se consiguen en los mercados de abasto, ni públicos ni privados, los insumos básicos indispensables para el consumo diario de la población… Esa cifra de importaciones4 es inclusive superior al volumen de divisas recolectadas por el Banco Central, de manera tal que debe existir otra fuente que la satisfaga.

 

Y de los índices de pobreza ni se diga5… aunque las cifras indiquen algún progreso social eso no se aprecia en las calles. Si bien es cierto que el INE publica datos estadísticos sobre la reducción de la pobreza, son pocos confiables y estos son los mismos que manejan organizaciones internacionales. Lo dicho en esos informes no se refleja en calidad de vida del ciudadano común, puesto que la mayoría de los venezolanos subsisten gracias a la economía popular en todas las esferas de la vida cotidiana: comida, vestido, servicios (agua potable e internet), empleo y hasta entretenimiento, etc.

 

¿Y cómo entran todas estas realidades en las cifras del Banco Central? Pues no lo sabemos, porque allí se mide una masa monetaria que pasa de mano en mano sin mayor valor agregado pero que le proporciona a las clases sociales más necesitadas alguna fuente de ingresos para compensar las pensiones disminuidas, las misiones deficitarias, los programas de subsidios o las comidas baratas que se expenden en las casa de abasto gubernamentales, o los salarios mínimos, que ante la devaluación del 8F y las medidas compensatorias por venir, que se auguran astringentes, pues esos ingresos disminuidos ya no alcanzan para nada dado el agotamiento prematuro del Estado benefactor… y la tensión social derivada sigue allí, en las calles, donde el ciudadano común debe “pelear” literalmente en las colas de bodegas y supermercados para abastecerse de insumos básicos. Eso visto con ojos humanos es doloroso, pero en ambientes socialistas se interpreta como muestras de felicidad colectiva, ¿Quién lo entiende?.

 

Por cierto, esos productos que expenden los buhoneros, que no sea la comida rápida criolla: pastelitos, empanadas, tequeños o arepitas, son seleccionados con cuidadosos métodos de mercadotecnia y lo que distribuyen es lo más cotizado en el momento, anteceden a la moda estadística, increíble, y eso ocurre acompasadamente en todos los semáforos y cruces de vías de la ciudad, convertidos en pulgas atomizadas donde el vendedor de frutas comparte el espacio con el distribuidor de electrodomésticos ligeros o lencería, artículos de cocina o mercancía en general… o con alguien que pide limosnas en monedas o en especies y, por supuesto, con los payasitos del momento que entretienen al colectivo mientras la luz roja les permite mercadear.

 

Ese submundo comercial, esa economía que alguna mente elitista calificó de “informal” es la única que se mueve puntualmente de sol a sol, los 365 días del año, y siempre suministra sus productos al consumidor final. Esa economía que sobrevive sigilosamente y transa diariamente cientos de miles de toneladas de comida y mercancías clasificadas como lencería, artículos de línea blanca o gris, así como otras sustancias lícitas y algunas no tanto, que lamentablemente han exacerbado la violencia que parece asociada a condiciones sociales miserables, pero no, sólo que se han arropado con ese inframundo colocando a Venezuela como uno de los países más violentos del planeta6. Se dice que parte de esa mortandad proviene de secuestros, robos y asaltos a mano armada a las personas y a la propiedad privada, y otra al ajuste de cuentas o enfrentamientos entre bandas… sin que se conozcan cuales son ni que trafican, tal y como ocurre en otros países como México y Colombia. Pero la realidad resultante es que las víctimas de esa violencia superan acá las contabilizadas en Siria7, por ejemplo, donde se desarrolla una guerra civil no declarada y donde semanalmente ocurren bombardeos selectivos de la aviación militar sobre la población civil, que ya es mucho decir.

 

 

Epilogo…

Las tendencias económicas que se ven afectadas por los vaivenes del mercado petrolero, el mercado calificado como formal, están más o menos claras en Venezuela, es decir, a iguales niveles de producción, los incrementos de los precios del crudo se traducirían en mejores ingresos de divisas, no tan cuantiosos como lo esperado por los formidables subsidios internos y externos en materia de volúmenes suministrados y precios de venta a terceros (descuentos y plazos incluidos), circunstancias esas que se ha encargado de publicitar el mismísimo gobierno; mientras que los excedentes monetarios en divisas son consumidos de inmediato vía importaciones o lo que sea, puesto que se han constituido en el argumento utilizado por el Estado todopoderoso para compensar la ausencia de demanda agregada, no producida en el país.

 

No obstante, este argumento se agrava por la evidente falla productiva observada en la industria petrolera nacional, cuyo desmejoramiento operativo es inocultable a la luz de los accidentes industriales ocurridos en Venezuela, aunado a los deficientes niveles de producción reportados por algunos organismos internacionales afectos a la industria energética (OPEP, AIE), todo lo cual limita el incremento de la generación de divisas de esa industria, que ya suple el 95 % del total encajado por el Banco Central.

 

Con esas realidades a mano, las cifras presentadas en las cuentas del BCV y refrendadas por PDVSA, llaman la atención en cuanto a los ingresos de divisas se refieren. Sin ahondar en mayores análisis dadas las incongruencias numéricas antes mencionadas, los volúmenes de producción y/o de exportación de crudos y productos, a los precios promedios declarados por la misma Corporación nacional, no reflejan las cuentas de lo percibido por el Banco Central en relación al sector petrolero. En consecuencia, por ese problema detectado en la principal industria del país y primera generadora de divisas, es de inferir entonces que el resto de la información manejada por esos sitios también pudiese tener problemas e incoherencias… Extraña que las cifras de exportaciones, referentes a divisas, no reflejen los compromisos del ALBA, las cuotas de Petroamérica, los envíos a Cuba, los pagos a China, etc., etc., que sabido es se realizan a precios inferiores a los cotizados en el mercado petrolero.

 

Si la productividad interna y los ingresos de divisas fueran suficientes y el PIB tan robusto como parece ser, ¿A qué se debe entonces el desbalance de las cuentas nacionales? que a pesar del elevado endeudamiento de PDVSA y de la Nación hacen imperiosa la aplicación de paquetes de medidas dantescas en busca de ajustes macroeconómicos, y ¿Porqué a pesar de la altísima devaluación ensayada, aunada a la eliminación del Sitme, ya se habla de aumentos del IVA, de nuevos impuestos y débito bancario, y de un inescapable aumento del precio de los combustibles en el mercado interno?… todos ellos síntomas de una mala gestión económica que ha deteriorado la moneda nacional en mas del 60%, en una sola decisión.

 

Sin dudas que esas incoherencias de los indicadores nacionales representan distorsiones del mercado derivadas de los controles y/o manipulaciones de casi todos las variables económicas y financieras asociadas, tales como: precios de productos de consumo colectivo, moneda nacional y divisas, subsidios al producto y a la producción ineficientes, altas importaciones de bienes y servicios que cuando se materializan, se distribuyen al consumidor final también subsidiados, a fin de compensar la falta de productividad interna…

 

¡demolida dogmáticamente!, todo ello adicional al nuevo concepto endógeno abordado por el ministro Giordani como lo es la “regaladera”, dentro y fuera del país, que parece ser una circunstancia inconstitucional más que una variable económica y que hoy día simboliza el mal de todos los males nacionales.

 

Pues todas esas deformaciones son un claro indicio de que la política fiscal del gobierno, formulada tal vez al estilo Keynesiano -pero descuidando la producción interna-, no puede o no ha podido replantearse en momentos depresivos, cuando se afectan sensiblemente los niveles de producción y/o de precios del petróleo y de sus derivados, incrementando inexcusablemente el endeudamiento interno y sobre todo, el externo, para seguir manteniendo el mismo ritmo de egresos (vía gasto público) como si nada estuviera ocurriendo… pero la economía informal sigue presente, inconmovible, como ignorando ese mercado formal que no parece afectarla. ¿Quién mide ese efecto?.

 

La existencia de estas incoherencias en las cuentas nacionales plantean dos supuestos: El más fácil de imaginar, tal y como es casi un sentir popular, resulta que las cifras oficiales no son del todo ciertas puesto que las manipulan y moldean para ofrecer realidades ficticias del país, a todas luces inexistentes. En cambio, el segundo supuesto es más difícil de digerir y mucho más preocupante a la fecha, porque si resultasen ciertos todos los números publicados por el Banco Central de Venezuela, ¿Cuál sería entonces el verdadero diagnóstico de la economía nacional y cuál el posicionamiento de esa élite que nos dirige?.

 

Manejos como ese conducen a situaciones extremas las finanzas del país, cuya presión sobre la sociedad es ya indisimulable, tal y como aconteció a finales del periodo presidencial de Jaime Lusinchi y comienzos del segundo de Carlos Andrés Pérez, con todas sus secuelas socio políticas asociadas, aún no superadas por nuestra sociedad… y si a esto le añadimos la desesperanza de muchos por la inestable situación política actual, indefinible, preocupante, de parte y parte, podemos inferir entonces que el desenlace está a la vuelta de la esquina, a punto de repetirse en cualquier momento, pues el caldo de cultivo está servido y en plena etapa de ebullición en algunos estratos parasitarios tanto dentro como fuera del país.

 

Así las cosas, aunque las realidades populares toquen a nuestra ventanilla en algún semáforo de la ciudad, es fundamental que sigamos reflexionando sobre los números macroeconómicos “deformados” que reflejan el rumbo incierto de nuestra economía, indudablemente parasitaria, paquetazo incluido y con medidas de ajustes aún pendientes por aplicar que ningún gobernante temporal se atreverá a tomar… mientras nos distraemos con aquel muchacho empeñado en lanzar pelotas de colores o cuchillos de fuego al aire, ¡no nos queda otra!

 

Fuente: Hecho y Opiniones

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