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Del Estado latinoamericano o el momento de la anomia

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Del Estado latinoamericano o el momento de la anomia

 

 

 

“Que tú trabajes y yo no lo haga, no te da más derecho a tener un coche o una casa a ti que a mí. Ambos somos chilenos”. Pancarta izada en el centro de Santiago de Chile

 

 

Un amigo profesor de la UCV, Eladio Hernández, adelanta una exploración sobre lo que denomina, un “Continente fallido”; recorriendo desde el río Grande y hasta la Patagonia su investigación, llena ya de interesantes constataciones y de una pesada conclusión. Se anticipó el académico a la explosión traumática que conocen varias de las naciones que integran ese hemisferio.

 

 

Trataré por mi lado de auscultar al cuerpo político, vale decir, a los ciudadanos y al mismo tiempo al Estado como “personificación jurídica de la nación soberana”, como lo definió Esmein. Acotaríamos que es también el Estado un teatro político, un marco dentro del cual obra un gobierno, un conductor, un piloto que acciona en representación del colectivo.

Un factor preocupante aparece como un común denominador en la fenomenología latinoamericana; la anomia grosera soliviantada por la insomne indiferencia de la sociedad que confunde el respeto de los derechos del individuo, con el sistemático desconocimiento de la normación ética y moral que cohesiona en torno al imperio del precepto legal y de la legitimidad.

 

La ley deja de pautar las conductas para devenir, solo otro valladar a saltar u obviar sin complejos y ante la inconsciencia cómplice, de quienes están llamados a sostener el orden y el Estado constitucional. Los controles están desacreditados y la obediencia es subestimada. El principio, pues, de que la ley protege por sí misma más a los débiles frente a los fuertes que desarrolló Lacordaire, se cuestiona en la pretensión de asistir la igualdad sin la equidad o la libertad por la ausencia de orden. La confusión opera y el desapego, el distanciamiento por las formas sociales y la substancia gregaria se posiciona en todas partes.

 

 

Paralelamente; e insisto en eso, los relativismos minan la moral y la vacían de su valor estratégico, que no es otro que la manutención de los equilibrios y la responsabilización no solo de nuestros propios actos sino de aquellos que no por corresponder a los otros, pueden sernos ajenos.

 

 

La alteridad que la filosofía cristiana trajo, para caracterizar un modelo de coexistencia en la justicia y en paradójica situación con el liberalismo, para dialécticamente legitimar al Estado social y al Estado de bienestar, está discutida o simplemente soslayada por la concesión ciega y farisea al individualismo. Nos estamos quedando sin valores espirituales y falseamos las cosas al oponer los derechos de cada uno en la subsecuente negación de los parámetros y referencias morales de las mayorías sociales. La humanidad como concepto retrocede ante el peso de la excepcionalidad social protegida por la demagogia de derechos humanos que sirven a las minorías en detrimento de todos los demás.

 

 

México ya no es un Estado o acaso, es más una asociación de expresiones orgánicas de poder y sin aspiraciones de servicio y bien común. Es un escenario de presiones, una entidad que alberga pero no controla. Un archipiélago de grupos intermedios que no por ello sociedad civil. No es para intermediar frente al Estado que se expresan sino para mostrarse como factores sociales beligerantes. Corrompidos hasta la médula y contaminándolo todo sobreviven asesinando la verdad o la dignidad. Apenó ver al presidente AMLO ordenando liberar al hijo de un conocido narcotraficante para evitar la disputa y el derramamiento de sangre.

 

Lo de Nicaragua, Venezuela y Bolivia es otra cosa. El Estado es ahora una persona inmoral sin pudicia alguna, un instrumento de sostén de una oligarquía ideologizada que ha promovido con la falacia y la retórica como discurso, la desconstitucionalización como política y la transgresión que vulnera la soberanía popular hasta conculcarla. Victimando la institucionalidad, se mantiene en la cima, en ejercicio del cinismo y la alienación de las fuerzas armadas. La traición no es del gobierno sino mucho peor; es del Estado mismo también anomizado, hipertrofiado no para servir mejor sino para servirse y expoliarlo. La metástasis se desnuda por la incompetencia de sus ejecutorias. En Venezuela puede seriamente hablarse de la revolución de todos los fracasos.

 

 

Argentina es otro capítulo indigno, vergonzoso, lastimoso. Para rechazar un gobierno que no supo manejar o no pudo imponer un verdadero modelo sustitutivo, eligieron a la camarilla más deshonesta y reconocidamente ineficiente. El peronismo es un anacronismo que inexplicablemente vive parasitario y ruin en la piel electoral del proletariado argentino.

 

 

Ecuador, con números esperanzadores en materia de inflación, puso a prueba su Estado y en el forcejeo confirmó que sigue lleno de desigualdades, con una porción de indígenas que reivindican entre su autonomía étnica regional y su ciudadanía ecuatoriana a la primera antes que a la segunda. Ellos han visto a un caudillo jugar contra el Estado y vivir políticamente para contarlo. Esa novela sigue, me temo.

 

 

Colombia tiene serios problemas pero los metaboliza mejor que los vecinos porque, a diferencia del vecino Perú, tiene instituciones sólidas o mejores recursos humanos en su entorno político. Perú tiene una de las clases políticas más contaminadas de la subregión andina pero vive un tiempo económico que tiene varios años, productivo y provechoso. Amparándose en la circunstancia sigue cuidando su establecimiento actual.

 

Brasil es una esperanza permanente que regresa un poco a la barbarie, al discurso ligero, a la retórica del momento y se muestra inconsistente. Ese hermoso pueblo, inteligente más que otros vecinos, pareció emerger como potencia mundial hace ya dos décadas pero volvió a las andanzas y al Estado inmoral. Está en un hoyo inserto con fuerzas centrífugas y centrípetas que lo paralizan y pudiera haber escogido un liderazgo sin cualidad de estadista y cómo le hace falta un hombre del futuro para sacarlos de ese pantano de corrupción y anomia.

 

 

He dejado a Chile para el final, porque tiene su consideración, mucho que enseñar y lamentar al mismo tiempo. En efecto; Chile tiene números envidiables en lo económico y social, creíamos que era un ejemplo, pensábamos que se podría comparar incluso con países del primer mundo; pero al hacerlo descubrimos que el mal que como una endemia se propaga por todo el mundo conjuga la anomia del momento con la vacilación de la potencia pública y la carencia del ideal comunitario, que se desinfla ante la propuesta del individualismo que segrega, margina, excluye, pretendiéndose así libérrimo.

 

 

Las imágenes chilenas con su violencia y brutalidad, afán de destrucción, degradación y bochorno, con su persistencia anómala, revelaron una malévola y en apariencia invisible tendencia a la disolución y al caos. El retiro del aumento de solo 3% del pasaje del metro, seguido de mejoras para algunos sectores sociales como los pensionados, no calmó al basilisco sino que lo soliviantó y vino a mi memoria aquella frase de Nicolás Maquiavelo: “La modestia no aplaca a un enemigo jamás.”

 

 

El Estado chileno que parecía seguro de sí y dominador, fuerte de sus buenos resultados tales como la reducción de la pobreza y la mejoría de su educación, luce ahora frágil, precario, sin ideas, vulnerable. Ojalá supere sus convulsiones.

 

La política, entonces, se ha complicado mucho en este tiempo histórico y así el populismo y los nuevos autoritarismos; pero son el hombre y la política los que se distancian, como el hombre y la religión, el hombre y su organización social, y el hombre ante los otros hombres. Hay que detenerse allí y ponderarlo para acercarnos a un diagnóstico serio y a la etiología que explique las patologías del Estado de hoy, especialmente del Estado y la sociedad latinoamericana.

 

 

Es importante a la postre, para asegurar una democracia, una república, un Estado sustentable, tener en cuenta que los derechos humanos van de la mano con la responsabilidad ciudadana y más todavía con la responsabilidad humana también. Ese equilibrio es esencial para resistir al desgaste de los valores sociales que parecen comprometidos en todo el planeta y en América toda de arriba abajo.

 

 

No bastan las declaraciones de derechos ni tampoco su ponderación teórica, es menester asumirlos en su dimensión dentro de la ontología humana, con sus complejidades. Paralelamente, conviene advertir el alcance de las normas sin instituciones que las lleven a cabo y de allí la necesidad de continuar comprendiendo para seguir mejorando y reformando.

 

 

A veces hay que decir no y, entender que el derecho muta sin dejar de ser uno entre varios instrumentos de la justicia. El hombre mismo que a veces se extravía de su humanidad, haciéndolo, solo evidencia una búsqueda constante para ser distinto pero no siempre para ser mejor.

 

 

El hombre es, aún en sus rutinas, una probable sorpresa. Ojalá entienda que en lo que hace e hizo está su grandeza y no en sus cavilaciones sórdidas ni en sus arrebatos violentos que derivan en la destrucción y el hundimiento.

 

Todo tiene un límite, un punto de abstención y el más trascendente de todos repito, es la capacidad para contenerse que se aprende y desarrolla viviendo con responsabilidad. Ya decía Aristóteles: “Nada en demasía”. O aquella otra: “Somos lo que hacemos”.

 

 

 Nelson Chitty La Roche 

@nchittylaroche

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