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De nuevo un diplomático

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De nuevo un diplomático

 

Los años transcurridos desde la llegada del chavismo han sido, para la mayoría de los venezolanos, un período de vergüenza que no valdría la pena recordar de no ser por algunos episodios. El último, el proceso para designar un único candidato presidencial para enfrentar a Nicolás Maduro el 28-J, es uno de ellos. Son muchas las incertidumbres y muchos los cabos sueltos aún por atar, pero el camino está claro porque la unidad brilló este otro 19 de abril. La unidad del pueblo venezolano es en sí misma la candidatura y se traduce en millones de candidatos, dentro y fuera de Venezuela.

 

Curiosamente, pareciera haber un patrón en esto de recurrir a un diplomático para salvar nudos transicionales en el curso de nuestra historia. En distintas circunstancias, y con resultados disímiles así ocurrió en 1945, cuando se pidió a Diógenes Escalante, a la sazón embajador en Estados Unidos, que ocupara la presidencia (pendiente tan sólo su aprobación por un Congreso que era tan afecto al gobierno como la Asamblea de ahora) e iniciara una transición.

 

En 1950, tras el asesinato de Delgado Chalbaud, presidente de la Junta Militar, Pérez Jiménez y Llovera Páez llamaron a Caracas a Germán Suárez Flamerich, embajador de Venezuela en Perú. Lo necesitaban para que prestara su rostro civil a una dictadura en apuros.

 

Cuando en 1958, Wolfgang Larrazábal renunció a la presidencia de la Junta de Gobierno, el llamado a sucederle fue el doctor Edgard Sanabria. Cierto que no era diplomático, pero tenía las maneras y el estilo de los alfiles de la política internacional, y, además, lo sería, durante los gobiernos de Rómulo Betancourt, Raúl Leoni y Rafael Caldera.

 

El único de ellos que ha sido diplomático de carrera es el embajador Edmundo González Urrutia. Egresó de la Escuela de Estudios Internacionales de la UCV y presentó concurso, en el que fue el primero, para optar al cargo de Tercer Secretario. Alcanzó el rango de embajador y se desempeñó con brillo en el exterior y en Cancillería, y tiene una hoja de servicios sin máculas. Realizó un trabajo efectivo y discreto en las estructuras de la oposición y se le consideró uno de los artífices del tramado organizativo de la victoriosa alianza para las parlamentarias de 2015.

 

La historia de su nombramiento tiene reminiscencias de muchos episodios similares en la historia de Occidente. Florantonia Singer, en El País, asegura que “costó varias horas” convencerlo de que aceptara la candidatura. Contraste enorme con otros políticos que por años han tratado, sin conseguirlo, llegar a ese momento cumbre en la carrera de cualquiera y que no habrían vacilado ni un segundo para aceptar. El reto que Edmundo González Urrutia tiene por delante es inmenso; alcanzar la meta del 28 de julio y concretar el triunfo de los demócratas, pero no cabe duda de que cuenta con las herramientas necesarias para lograrlo.

 

Ojalá el chavismo entienda, antes de tomar una decisión fatal para Venezuela, que su problema mayor no es quién será el candidato opositor a enfrentar (de hecho, para la hora de entrega de esta nota, EGU no había siquiera aparecido en los medios y millones de venezolanos nunca lo han visto. Sin embargo, en encuestas flashes, ya más del 50% de los votantes lo apoyan). El problema es el propio Nicolás Maduro, su autoritarismo y su estrepitoso fracaso en la gestión de gobierno. Es por eso que Venezuela unida lo quiere fuera de Miraflores.

 

 Francisco Suniaga

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