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De la intolerancia y otros totalitarismos

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De la intolerancia y otros totalitarismos

 

“No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho de expresarlo”. François Marie Arouet, Voltaire.

 

 

¿Qué sería de los humanos sin la comunicación entre ellos? ¿Qué será de nosotros los venezolanos si nuestra decepción ante el diálogo alcanza incluso, a los que en lo estratégico se supone que estamos de acuerdo? ¿Hacia dónde vamos entonces?

 

 

 

Me decía un amigo abogado que prefería no hablar, no decir lo que piensa para no granjearse más antipatías. Lo interrogo al respecto y me cuenta que, en su entorno de clase media, la amargura compite con la anomia y sus vecinos y colegas solo llenan de denuestos y agravios a los que osan expresarse en sentido distinto del que parece sustentar la mayoría. “La gente no cree en nadie y en nada”, concluye mi condiscípulo alarmado.

 

 

 

Confieso que el tema electoral, votar o no hacerlo, es motivo de discordia y termina por sustituir a aquel otro que encandilaba los espíritus hasta hace unos meses, entre los que apoyaban al chavismo madurismo y los que lo criticaban.

 

 

 

La llamada oposición prácticamente redujo su cuestionamiento al fracasado chavismo madurismo y lo redireccionó, baterías emocionales recargadas, hacia los dirigentes de la Asamblea Nacional, otros conductores políticos y sociales, partidos políticos, sociedad civil y, en general, hacia todos aquellos atrevidos que les lucen erráticos, equivocados o responsables de no haber alcanzado los objetivos que perseguíamos, u osados plantean participar en una elección.

 

 

 

Siempre recuerdo y repito aquel aforismo que reza así: “Vencedor eres un rey, y vencido eres un bandido”. Creo habérselo escuchado en alguna ocasión al presidente Luis Herrera Campins. Lo traigo a colación, y no es la primera vez, por cierto, para presentar lo que aprecio es la derivación de la atarantada opinión pública que en colectivo transmutó en rencor y odio, visto el innegable fiasco que tuvo el accionar de calle con sus muertos y su desesperanza. El manejo posterior y sus mezquinas resultas en los comicios de gobernadores y alcaldes rebosaron la copa de hiel que apuramos entre la ira y el más completo desencanto. Las redes sociales destilan al bajo psiquismo eficientemente.

 

 

Lo que nos dejó la experiencia fue lo peor de la derrota. Evoco que en las manifestaciones y bajo el fuego enemigo de lacrimógenas y perdigones y a veces más que eso, descubríamos lo mejor de los conciudadanos de oposición, a quienes defendíamos y agradecíamos en su solidario desempeño. A ratos parecía una variedad de la fiesta de Serrat, y otras veces regresábamos fatigados, sudorosos, golpeados, pero juntos o veíamos a nuestros hijos compartiendo un pan o llevando a la casa al desconocido compañero que en la refriega se convirtió en confidente de cuitas.

 

 

 

Ahora; todos sospechamos de todos, por decir lo mejor, y sentenciamos al temerario que disiente de nosotros. No lo aceptamos ni para un café si dijo que votaría y; por supuesto, le suturamos rápidamente un cognomento o un comentario sobre su deshonestidad, su enajenación, su consabida torpeza. No nos percatamos de que victimamos al hacerlo a la nación que formamos y que merece que la respetemos y conservemos cerca de nosotros mismos porque somos, en ella, un todo indivisible.

 

 

 

Yo personalmente he reiterado que la unidad de esa oposición plural, variopinta, es nuestro capital, nuestro avío para el viaje de recuperar la soberanía perdida y en manos del lumpen político más abyecto de nuestra historia. He sido opositor al chavismo desde el 4 de febrero de 1992 y tengo pruebas de ello, testimonios, evidencia escrita, e insisto en que segregarnos, marginarnos, discriminarnos los opositores entre nosotros mismos es un yerro y una estupidez que atenta contra nuestra inteligencia y, aún más, contra nuestras posibilidades de éxito. Analizar y vacilar ante las incertidumbres no es tarea de ociosos, es buscar, profundizar, problematizar, en suma, es pensar.

 

 

 

He dicho que haré lo que la unidad decida y ello implica votar o no votar. He hecho un sincero esfuerzo para percibir las distintas posturas ante el asunto. A veces he sentido que no vale la pena votar, que me abstendré y con humildad admito que, sin otra política disponible, sin otro programa, sin otra propuesta, temo sea un gesto inútil, un fuego fatuo y nada más. Tal vez por eso me haga merecedor de infundios, calumnias, difamaciones. Y eso que he dicho que votaré.

 

 

 

Y, como yo, muchos –pienso– dudan, titubean ante el dilema. Es cuestión de comunicarse, de escucharse, de deliberar y decidir. La responsabilidad es de todos y no solo de los dirigentes supuestos. Ni el autismo ni el solipsismo nos servirán de mucho. Comuniquémonos, que es el don que Dios nos ofreció y con eso nos distinguió como la creatura reina de la creación, como nos enseñó en un célebre escrito, allá en 1492, Pico Della Mirandola y, dos milenios antes, el estagirita. La dignidad como concepto, obra en la capacidad que tengamos para hablarnos, acordarnos, entendernos, valorarnos, asumirnos.

 

 

 

Tolerémonos aun sabiendo que disentimos. No puede haber paz sin aceptación del otro. Avergüenza constatar que el mundo tienta el apocalipsis periódicamente, motivado por su afán de prevalecer unos y despojar, eliminar o subordinar a los demás. El suicidio de la humanidad está anunciado en la medida que persistamos en desconocernos y excluirnos de nuestra perspectiva de alteridad.

 

 

 

De los diversos daños que el chavismo, castrismo, madurismo, militarismo nos han infligido, observo como el más pernicioso el convencer a los más desfavorecidos económicamente de que gobiernan a través de ellos y para ellos, como una clase social distinta y preferible. Más aún, que no hay otro mecanismo de movilidad social que la corrupción que legitima incluso la vileza, en el complejo de inferioridad que los encima por la violencia y la negación sobre sus congéneres. Que la propiedad no es un derecho humano, sino un abuso del que la tiene.

 

 

 

No es el esfuerzo ni el trabajo lo que nos asiste en la procura existencial, sino la maniobra, el rebusque cínico, el bachaqueo, el poder del funcionario que no le sirve a nadie, sino que se sirve de los demás. Ese pueblo pobre y manipulado sufre tanto a la postre, confundido y utilizado como los demás, y a ese contingente deberemos ganarlo de nuevo para el esfuerzo nacional ciudadano, para con ellos también cambiar el mundo que los comprometió demagógicamente, cuando regresemos a la cordura, a la sindéresis, a la racionalidad y a la convivencia.

 

 

 

La sintomatología tan presente en el descompuesto cuerpo social venezolano actual la engendró Chávez con su discurso populista, su presunción, su resentimiento, su inclinación a la alienación, y así se edificó este Frankenstein sociopolítico, ideológico, inmoral, totalizante y pernicioso que es el aparataje oficial y sus pilotos Maduro y Cilia, Cabello, Valera, Jaua, Ramírez, Andrade, Tarek W Saab, El Aissami etc. Han lisiado el país y pretenden eternizarse para privarlo entonces de su porvenir.

 

 

 

Ante ese tsunami del mal que nos ha caído, debemos reunirnos y hacer fuerza como nación y como cuerpo político, como Estado civil y pujar hasta sacarlos del poder. Ello solo es posible unidos. Que cada cual exponga su criterio en el espacio público y cuente con el respeto ajeno y también obsequie tolerancia.

 

 

 

Y como escribió un intelectual español, amigo y alguna vez profesor de nuestra Universidad Central de Venezuela, Agapito Maestre, comprendamos que “lo común nace de lo diferente”.

 

 

Nelson Chitty La Roche

nchittylaroche@hotmail.com

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