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A un mes del intento de Putin de ocupar a Ucrania

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A un mes del intento de Putin de ocupar a Ucrania

 

 

Me cuento entre los millones que creyeron que bastaría una semana, -o a lo sumo dos,- para que el ejército ruso ocupara a Ucrania y luego de un “tratado” que la reanexara al primer imperio “oficializado” en el “Siglo XXI”, partiera en dos la historia que nos prometía un mundo globalizado, pacífico y avanzando hacia la inteligencia artificial y la interconexión inalámbrica y digital.

 

 

El dictador Putin y la pandilla de políticos y militares que lo secundan decidieron, por el contrario, retrotraernos al Siglo XX, o quizá al XIX, a los tiempos en que, como en rapiña de buitres carroñeros, potencias, semipotencias o casi potencias inundaban de sangre la tierra para repartírsela entre príncipes, reyes y emperadores.

 

Pero sin pensarlo ni esperarlo llegamos a las dos últimas guerras mundiales, la Primera y Segunda, en las cuales la carnicería y la sangre derramada llegaron a tales volúmenes y niveles que los sobrevivientes, por primera vez en la historia, concluyeron en un planeta de paz, unión y fraternidad de la que derivara una suerte de gobierno mundial, la ONU (Organización de Naciones Unidas)  que funcionara como un foro donde se conocieran, discutieran y resolvieran los conflictos antes de empezar.

 

 

Y así ha sucedido algunas veces, menos cuando los involucrados en los choques forman parte del llamado Consejo de Seguridad de la ONU, que es la cúpula de los países ganadores de la II Guerra Mundial (EEUU, Rusia, Francia e Inglaterra y China que fue agregada posteriormente) y hacerse guerras o hacérsela a otros, sin que el resto de los países integrantes de la organización (unos 190) pueda evitarlo.

 

Esa es la situación de Ucrania. Invadido desde hace un mes por un país que es miembro del Consejo de Seguridad de la ONU, igualmente sin posibilidad de recibir una ayuda militar efectiva por parte de Unión Europea, ni de la OTAN (multilaterales de las cuales no hace parte) y, por tanto, obligada a hacer frente sola y con la única fuerza de su Ejército y sus 40 millones de habitantes, a una potencia bárbara, aislada desde hace décadas al ordenamiento jurídico internacional, que envía a terroristas a envenenar opositores en otros países, que ya hizo guerras de tierra arrasada contra Georgia y Chechenia, que es convicta de destruir con un bombardeo a la ciudad siria de Alepo, y ahora pretende imponer su báculo imperial y expansionista anexando y destruyendo a Ucrania.

 

 

Y todo mientras un comercio abundante y fluido con países clave de la UE, como Alemania, al cual suministra el 80 por ciento de su consumo de petróleo y gas, sin contar que maderas, oro, artículos de ornamentos y de útiles para vivienda y fábricas ruedan a lo largo y ancho de miembros de ONU y la UE que deben aceptar de brazos cruzados la pretensión de reducir a polvo la resistencia de uno de los países de la Europa y Asia modernos.

 

Criminalidad que ya dura un mes y sin que se vean señales de que los ejércitos de Putin puedan regresar a casa a preparar nuevas agresiones contra naciones soberanas que no le merecen confianza ni simpatía y se vea animado a recrear aquel imperio que pretendieron hacer Lenin y Stalin con los resultados de todos conocidos.

 

 

Porque a diferencia de lo que esperamos muchos, el pueblo ucraniano sin el apoyo militar de los EEUU, de la Unión Europea, ni la OTAN, ha enfrentado a Putin y sus ejércitos y no una guerra relámpago, ni de una, dos o tres semanas, sino de cuatro tiene a los invasores realmente comprometidos con el miedo que de resultar una guerra larga, termine defenestrando al gobierno del dictador eslavo y su pandilla de militares y civiles y no al del presidente Volodomir Zilensky y su pueblo.

 

 

Milagros se le han visto hacer a los ucranianos en estas semanas en ciudades como Mariúpol, Odessa, Zaporiyia, Jarkov y Kiev, sujetas al hostigando de bombardeos y ataques terrestres noches y días, pero sin que hasta ahora pueda decirse que alguna de ellas haya sido tomada por los invasores rusos.

 

 

Han provocado la muerte, eso sí, de casi 3 mil de sus defensores y la búsqueda de refugio de 3 millones de ucranianos hacia los países vecinos (Polonia, Moldavia, Rumanía y la República Checa) sin contar los invaluables daños a la infraestructura física, pero la Ucrania, la heroica Ucrania sigue ahí, de pie y sin síntomas de que en ningún momento dejará el campo de batalla.

 

 

Del otro lado, un ejército ruso que pierde velocidad y eficacia en sus ataques, con bajas que se acercan a los 2000 soldados, la pérdida de equipos aéreos, terrestres y marítimos que ya producen atascos en algunos espacios del frente, en tanto el abastecimiento en alimentos, combustible y falta de repuestos es cada día más dramático.

 

 

En definitiva que, frente a la perspectiva de una guerra a mediano o largo plazo, Rusia puede verse en pocas semanas paralizada por las sanciones de la UE, Estados Unidos y otros países de América, Asia y África en una grave crisis de desabastecimiento alimentario, sin acceso a los mercados financieros internacionales, con millones de rusos huyendo del país, fábricas y fincas abandonadas y más y más gente protestando y exigiendo el fin de la guerra y del gobierno del dictador Putin.

 

Una auténtica victoria para el pueblo ucraniano que, no obstante, tendrá que enfrentar y resolver su crónica crisis interna postsoviética, que ya se alarga por dos décadas y que alcanza problemas políticos, sociales, económicos y de gobernabilidad.

 

 

Entre otros, la normalidad en sus relaciones con tres millones de rusos que habitan la región del Donbás, que aspiran a ser reconocidos como una república independiente y con facultades para tomar el destino con relación a su Madre Patria, Rusia, que decidan sus habitantes.

 

 

En lo que toca a Europa, a EEUU y al conjunto del Mundo Occidental, el choque entre Ucrania y el país que pretende rediseñarle su destino, Rusia, es evidente que introduce cambios en la Agenda del “Nuevo Orden Mundial” que ya desde la ONU y el Foro de Davos, se daba como el nuevo formato o reseteo que debía tomar el planeta, transformando conceptos tradicionales como la relación de la pareja humana, la naturaleza de la familia, la ideología de género y una actitud más abierta o permisiva con relación al aborto.

 

 

En definitiva, un avance o retroceso que el tiempo dirá su racionalidad, porque en lo que toca a la naturaleza humana, es difícil que se le tome como un “conejillo de India” de laboratorio.

 

 

Manuel Malaver

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