¿Qué denigra más al peso cubano?

Posted on: julio 3rd, 2021 by Laura Espinoza No Comments

 

 

Antes de que fuera detenido y conducido al cuartel de la Seguridad del Estado en La Habana, el artista Hamlet Lavastida había sido acusado por voces oficialistas de promover la escritura de frases sobre los billetes de pesos cubanos que circulan en la Isla. Ahora, encerrado en Villa Marista, los investigadores buscan convertir esas incriminaciones en un delito que lo lleve tras las rejas. Pero, la inculpación cojea de varios puntos, algunos legales, otros éticos y muchos monetarios.

 

 

La moneda nacional, esos billetes que llevan la cara de varios héroes de la independencia, hace mucho tiempo que ha sido sistemáticamente mancillada por las propias autoridades que la emiten. El peso fue deshonrado cuando se le condenó hace más de un cuarto de siglo a ser un dinero de segunda, que no servía para comprar en las abastecidas tiendas, conocidas popularmente como shoppings, que se abrieron en plena crisis. Una moneda manchada por su poco valor y que condenaba a la miseria a quien la llevara en el bolsillo.

 

Nuestro dinero tampoco servía entonces para contratar una línea de telefonía móvil, pagar una noche en un hotel o comprar un boleto de viaje al extranjero

 

Recuerdo haber visto trabajadores de ropa ajada llegar hasta la caja contadora de un mercado y no poder pagar la mercancía que llevaban. “Esto es en dólares”, le decía casi con regusto la empleada. Nuestro dinero tampoco servía entonces para contratar una línea de telefonía móvil, pagar una noche en un hotel o comprar un boleto de viaje al extranjero. Humillaron tanto al peso cubano que sacar del bolsillo sus billetes sigue siendo todavía más motivo de vergüenza que de orgullo.

 

 

Basta leer las tres letras CUP para que sepamos que lo que recibiremos de vuelta será un servicio menoscabado, mucho maltrato al cliente y una mercancía de baja calidad. Al peso nuestro de cada día lo ha desdeñado el Banco Central de Cuba, que le creó un émulo, más colorido y poderoso, que por más de 25 años le hizo sombra a la que debió haber sido la principal moneda del país. Los chavitos fueron una mayor ofensa para la moneda nacional que cualquier frase, incluso una palabrota, que un indignado ciudadano estampe sobre su filigrana.

 

 

La idea de Lavastida de escribir 27N, junto al rostro de José Martí, no es la que deslustra o insulta al papel moneda. Han sido el pésimo manejo de la economía, el desprecio histórico oficial al peso cubano, la segregación entre quienes pueden acceder a las tiendas en moneda libremente convertible -donde los precios se expresan en USD- y los que solo tienen CUP, junto a los cartelitos de “pago exclusivamente con tarjetas Visa o Mastercard” -a las puertas de ciertas oficinas estatales- los que han embarrado de sangre y mierda cada billete que circula en esta Isla. Eso sí es un ultraje, un tremendo delito.

 

 

 

Yoani Sánchez

Este artículo se publicó originalmente en 14ymedio el 2 de julio de 2021

 

 

El paciente más vigilado del mundo

Posted on: mayo 29th, 2021 by Laura Espinoza No Comments

 

 

Es fácil detectarlos: llevan pelo corto y observan detenidamente a todo el que pasa cerca del hospital Calixto García en La Habana. Son los miembros de la Seguridad del Estado que patrullan el centro hospitalario donde está ingresado -desde el pasado 2 de mayo- el artista Luis Manuel Otero Alcántara, el paciente más vigilado del mundo. Desde que fue internado, solo se le ha visto a través de unos burdos videos, muy editados, que difunde la propia policía política.

 

 

Los amigos de Otero Alcántara insisten en hablar directamente con él pero no se les ha permitido visitarlo y el artista tampoco tiene acceso a un teléfono para comunicarse sin intermediarios. Los días se van acumulando y cada vez se hace más insostenible la versión oficial de que, tras más de una semana en huelga de hambre y sed como protesta por la represión, este habanero de 33 años había llegado al hospital en perfecto estado y con unos indicadores de salud envidiables.

 

 

¿Si está en buena forma física por qué lleva más de dos semanas retenido? ¿Qué está ocurriendo realmente en las largas jornadas que el artista pasa entre las cuatro paredes de una sala de ingreso? Todas las respuestas que vienen a la mente al formular tales preguntas son, cuando menos, inquietantes. La complicidad del aparato médico oficial con la represión tiene un largo historial en esta Isla. La publicación inconsulta de historias clínicas de disidentes en los medios oficiales y los encierros en manicomios de gente que protestaba de forma pacífica en la vía pública forman parte de ese preocupante contubernio.

 

 

Si a eso se le suma el estricto operativo que rodea al hospital Calixto García desde la llegada de Otero Alcántara a uno de sus pabellones y el arresto de varios activistas que han intentado acercarse, entonces las preocupaciones crecen aún más. Entre quienes podrían lograr acceder al lugar, rodeados de cierta protección, están las figuras más importantes de la Iglesia católica, los miembros del cuerpo diplomático extranjero y los corresponsales de medios foráneos cuyo trabajo es reportar lo que ocurre en la Isla. Pero todavía no lo han hecho.

 

 

Se desconoce hasta ahora si ha habido gestiones de alguno de ellos para acceder a la sala donde el artista pasa sus días, pero lo más probable es que la mayoría de estos obispos, embajadores y reporteros acreditados haya sopesado el costo que tendrá hacer un pedido de esa naturaleza a las autoridades cubanas. Por el momento, su parálisis apunta a que han medido el precio de interceder o de informar sobre la situación de Otero Alcántara y, después de evaluar los pros y los contras, han optado por mantener la distancia y no incomodar a la Plaza de la Revolución de La Habana.

 

 

Mientras los cómplices callan y los indecisos se mantienen en las sombras, la vida de un hombre que hasta hace poco era pura energía puede estar despeñándose por oscuros abismos. El irreverente artista que organizó una bienal de arte independiente, protestó por la remoción del busto de un líder comunista y llevó durante varios días la bandera cubana sobre su cuerpo ahora se ve callado y huesudo en las imágenes que filtra el oficialismo: un paciente de mirada apagada y cuerpo debilitado.

 

 

 

Yoani Sánchez
DW

 

 

¿Congreso o funeral? En Cuba, nunca se sabe

Posted on: abril 24th, 2021 by Laura Espinoza No Comments

 

 

En la lotería ilegal cubana el número ocho significa muerto, la misma cifra del congreso del Partido Comunista (PCC) que concluyó este lunes en La Habana. El cónclave ha tenido toda la solemnidad de un funeral político para una generación que se despide de sus altos cargos, pero ha dejado pocas señales optimistas para la vida nacional que atraviesa su peor crisis en este siglo.

 

 

La salida de Raúl Castro de la secretaría de la organización más poderosa del país no sorprende. El irremediable paso de la biología lo ha empujado a echarse a un lado, al menos públicamente. Sin embargo, aunque en la cúpula del Partido ya nadie lleva el apellido del clan familiar que ha regido en Cuba por 62 años, sería ingenuo pensar que la estirpe salida del pequeño pueblito de Birán no intentará seguir controlando el destino nacional.

 

 

Para mantener el timón de la nave sin estar visiblemente en la cabina principal, Raúl Castro trazó con tiempo un plan que ha ido cumpliendo con la metódica disciplina de su lema personal: “sin prisa pero sin pausa”. El nombramiento al frente del PCC de Miguel Díaz-Canel, un benjamín formado para mantener la continuidad del sistema a toda costa, ha sido un paso fundamental en esa plan de transferencia de responsabilidades pública

 

La irrupción en el Buró Político de  Luis Alberto Rodríguez López-Calleja, exyerno de Castro y jefe del consorcio militar que controla gran parte del negocio del turismo en la Isla, apunta a que las prioridades del saliente líder del Partido son evitar que un giro reformista desmorone el sistema y que su familia termine por perder la gestión de los más suculentos trozos del pastel económico nacional.

 

 

Esa es la hoja de ruta que ha definido el general para pasar sus últimos días a salvo de los tribunales y de los barrotes, pero no basta. El país que ha traspasado, al menos nominalmente, vive su momento de mayor malestar ciudadano con el modelo político y económico. Las prohibiciones absurdas, el centralismo y una pésima gestión productiva han contribuido a un descalabro material que la pandemia ha profundizado en el último año.

 

 

Las demostraciones públicas de inconformidad ya no son exclusivas de la oposición y es rara la semana en que en las redes sociales no se difunda alguna protesta callejera, un enfrentamiento entre la gente y la policía o una denuncia contra los excesos de la Seguridad del Estado. Toda la nación parece como una vasta extensión de pasto seco bajo el inclemente sol de la miseria y de la represión que puede prenderse con una pequeña chispa o desembocar en otra de las tantas crisis migratorias que cíclicamente hemos vivido los cubanos.

 

 

En este Octavo Congreso, los jerarcas salientes del Partido Comunista prefirieron enviar el mensaje de la persistencia en un camino en lugar de enarbolar el cambio y optaron por apegarse al guion de una entrega del testigo ideológico en detrimento de anunciar el plan de aperturas que una parte de la población estaba esperando. Las próximas semanas, en la medida en que se publiquen más detalles del evento, habrá unos pocos que se froten las manos, muchos que terminen por armar la balsa para emigrar y otros más que encenderán la vela por la nación que sigue expirando.

 

 

Este artículo fue  originalmente publicado en la Deutsche Welle para América Latina el 20 de abril de 2021

 

Yoani Sánchez

Sale Castro, queda el castrismo

Posted on: abril 18th, 2021 by Laura Espinoza No Comments

 

 

Unas horas antes del inicio del Octavo Congreso del Partido Comunista de Cuba había quien aseguraba que el cónclave sería cancelado y pospuesta la salida de Raúl Castro de su cargo. La hipótesis no era del todo descabellada pero desconocía dos aspectos muy importantes del hasta ayer secretario del PCC: su mediocre predecibilidad y los casi 90 años que le pesan sobre los hombros.

 

 

Sin sorpresas, como quien lleva a cabo un plan largamente redactado hasta en los más mínimos detalles, Castro no solo inauguró la cita partidista sino que confirmó que su nombre ya no encabezará formalmente una organización colocada por encima de cualquier institución o entidad de poder en esta Isla. Se había preparado mucho para ese momento y postergarlo era correr el riesgo de morirse en el puesto.

 

 

Tras el anuncio, los medios de prensa internacionales se han ido llenando de titulares sobre el adiós de un apellido que ha regido el país por 62 años, pero sin percatarse de que el castrismo es más que un hombre y su clan. Se trata de una manera de manejar la política, controlar los medios de prensa, gestionar desde el sector militar la economía, definir los planes de estudio, llevar las relaciones internacionales y estructurar la propaganda ideológica.

 

 

Ahora, cuando Raúl Castro se despide de su secretariado en el Partido y atraviesa el último tramo de su finita biología, queda sobre los hombros de los sucesores que designó la responsabilidad de llevar a cabo las urgentes reformas que necesita el país. Pero emprender la ruta de esos cambios implica desarmar en buena parte al castrismo, ese sistema marcado por el voluntarismo, la ineficiencia y la intolerancia.

 

 

Moldeado e impulsado por Fidel Castro y posteriormente maquillado por su hermano con las flexibilizaciones llevadas a cabo en la década pasada, el castrismo ha terminado por erigirse en una forma de comportarse. De ahí que poco importa si el apellido que le da nombre ya no estará en las actas o los documentos. Mientras los herederos del poder no desmonten tal legado, será como si ambos hermanos todavía estuvieran al mando de la nave nacional.

 

 

¿Está Miguel Díaz-Canel dispuesto a desarmar esa estricta red de controles y absurdos en que el castrismo ha atenazado a todo un país? ¿Quiere trascender como un continuista que hundió la Isla o como un reformista que priorizó el bienestar de la gente por sobre la oscura encomienda de prolongar un régimen disfuncional? Mientras Raúl Castro respire es poco probable que esas preguntas puedan ser respondidas y, para entonces, la situación es posible que sea más catastrófica aún.

 

 

Para poder decir adiós al castrismo hay que remover pilares fundamentales que hacen de este rancio populismo, disfrazado de nacionalismo soberanista, un mal profundamente enraizado en Cuba. Hay que desmontar su odio a la diferencia, esa profunda alergia a toda crítica o disidencia que ha sido uno de sus signos más característicos. Pero su final también pasa por eliminar el centralismo económico con el que han controlado desde el comercio azucarero hasta la importación de un vehículo.

 

 

Para poder decir adiós al castrismo , se necesita extirpar la confusión de que la independencia nacional solo es posible desde el modelo de gestión socialista y, de paso, desarmar la falacia de que en Cuba rige algo parecido a un sistema de justicia social e igualdad para todos. Enterrar el castrismo pasa por abrir el parlamento a la pluralidad, los estanquillos a la diversidad de prensa y las escuelas a otras versiones de la historia.

 

 

No basta el panegírico de despedida de Raúl Castro este viernes ante una, cada vez más menoscabada en número y ascendencia social, organización partidista. El verdadero fin de la era de los Castro pasa por extirpar ese constante odio al otro, a la prosperidad, a la riqueza y a la libertad que una familia logró colar en el ADN de todo un país.

 

 

 

Yoani Sánchez

Este artículo fue publicado en 14ymedio el 17 de abril de 2021

por Taboola
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La más oscura de todas las primaveras

Posted on: marzo 19th, 2021 by Laura Espinoza No Comments

Llegaron de madrugada y en muchos casos se llevaron hasta las fotos familiares. Era marzo de 2003 y la noticia se fue completando a retazos en la medida en que los registros policiales se prolongaron y los vecinos comenzaron a dar la voz sobre las patrullas, los uniformados y los arrestos. Aquellas jornadas se conocerían más tarde como la Primavera Negra, una ola represiva que dejó profundas heridas pero también moldeó el rostro actual de la disidencia en la Isla.

 

 

Eran tiempos en que el oficialismo cubano estaba envalentonado. Con un Fidel Castro todavía activo a la cabeza y una entrada constante de petrodólares desde Venezuela, el régimen cubano creía que podía tocar el cielo con las manos y controlar cada nube. Desde inicios de siglo había lanzado una tras otra ofensivas energéticas y sociales con el reclutamiento de miles de jóvenes que lo mismo despachaban gasolina en los servicentros, repartían refrigeradores o lanzaban golpes en un acto de repudio. Se habían frenado también las reformas económicas a las que obligó la crisis del Período Especial.

 

 

La guerra de Irak comenzaba y a Castro le pareció que las miradas internacionales iban a estar solo atentas al conflicto que nacía en Oriente Próximo. A fin de cuentas, se había salido con la suya en ocasiones anteriores en que la complicidad, el miedo a incomodar a La Habana o las simpatías ideológicas callaron más de una condena por arrestos de disidentes o excesos en las cárceles. La ofensiva represiva de aquel marzo era una forma de decir que los tiempos del control absoluto dentro del país estaban de vuelta aunque ya no se contara con el respaldo del temido oso soviético. El “máximo líder” quería mandar un mensaje contundente.

 

 

Pero la razia no salió como calculaba el autócrata. La repulsa internacional fue unánime. Hasta viejos aliados de la Plaza de la Revolución, como el escritor portugués José Saramago, dejaron claro que la paciencia y la connivencia habían llegado a su fin. “Hasta aquí he llegado. Desde ahora en adelante Cuba seguirá su camino, yo me quedo”, declaró el premio Nobel de Literatura a raíz de las detenciones de 75 opositores y periodistas independientes, una frase que nunca se publicó en los medios oficiales de la Isla, donde se seguía hablando de respaldo “irrestricto” en la ofensiva “contra el enemigo”.

 

 

Aquel año fue la fecha de uno de los más importantes pinchazos en el globo de las ilusiones de quienes seguían creyendo que en el Caribe se había instalado una revolución justa y hermosa. A los que les quedaba alguna duda de que aquellos barbudos bajados de la montaña terminaron construyendo una dictadura en la que disentir era sinónimo de traicionar, hallaron en aquella primavera una evidencia más poderosa que cualquier otro argumento. No hacía falta decir mucho, bastaba leer las actas judiciales contra los detenidos donde se describía como crímenes tener ciertos libros, contar con una máquina de escribir o haber recibido correspondencia del extranjero.

 

 

Pero aquellos arrestos y las posteriores condenas no solo influyeron de manera definitiva en cómo el mundo veía al sistema cubano, sino en el posterior movimiento disidente que se conformó en la Isla. La repulsa y la exigencia de liberación de los 75 se volvió una bandera que unió, como pocas causas anteriores, a la oposición cubana. El Movimiento Damas de Blanco jugó un papel definitorio en esa confluencia y los nuevos grupos que nacieron bajo el calor de la demanda llevaron un sello menos partidista y más centrado en los derechos humanos. La prensa independiente se multiplicó. El castrismo había sembrado el árbol donde se levantó la soga de su propio desprestigio internacional y de la inconformidad social que hoy lo tiene en jaque, rodeado por las críticas y despojado de toda grandeza.

 

 

Dieciocho años después, el régimen cubano ha tenido tiempo de reconocer que aquel golpe de intolerancia solo le trajo problemas. Creó decenas de héroes, aglutinó voluntades y dio pie a la aparición de un sector crítico mucho más amplio y plural que el existente antes de aquel marzo de 2003. Aunque la Ley Mordaza -bajo la que fue juzgado el grupo- sigue vigente, el brazo del poder está frágil, desacreditado y sin apenas aliados. Ahora necesitaría decenas o cientos de madrugadas como aquellas para encerrar a todas las voces que se le oponen.

 

 

Yoani Sánchez

 

Este artículo se publicó originalmente en 14ymedio el 18 de marzo de 2021

En otros tiempos…

Posted on: febrero 24th, 2021 by Laura Espinoza No Comments

 

¿Cuáles son las señales que predicen el fin de un sistema autoritario? ¿Qué síntomas muestra un régimen despótico cuando se acerca su ocaso? Esas dos preguntas me han obsesionado en los últimos días, en medio de sucesos sin precedentes que llevan ocurriendo hace semanas en esta Isla. ¿Son los claros estertores de una dictadura o solo el reacomodo de un modelo político que se resiste a morir?

 

 

Protestas frente a ministerios, funcionarios batiéndose con un discurso improvisado y a la defensiva, masiva solidaridad contra los estigmatizados por la propaganda oficial y un aumento de la crítica social, que ya no apunta solo a las ramas sino que va contra pilares del sistema como sus líderes, su manejo de la historia y su gestión de los recursos nacionales. ¿Así son las agonías? ¿Ha empezado ya el final?

 

En otros tiempos, la osadía de quienes ahora se quejan en las redes sociales o a las afueras de una institución hubiera sido respondida con mayor contundencia. El videoclip Patria y vida, que tanto encono ha provocado en el oficialismo cubano, habría desatado una furia de conciertos en plazas y parques de todo el país, a los que el Gobierno llevaría a sus más fieles artistas, en un interminable y costoso espectáculo de “reafirmación revolucionaria”.

 

 

A inicios de este siglo, la llamada Batalla de Ideas fue justamente eso, una estrategia para encauzar por el canal de la obediencia a una sociedad que se había ido “aflojando” ideológicamente durante los duros años del Período Especial. Aquellos constantes actos masivos y la creación de los trabajadores sociales, unos guardias rojos que respondían directamente al poder, fueron algunas de las estrategias usadas para apretar la tuerca política.

 

 

En el pasado, por cada joven que este enero se plantó frente al Ministerio de Cultura, la Plaza de la Revolución habría movilizado otros cien para –a grito de lemas y enarbolando pancartas– “aplastaran” en número a los atrevidos que demandan mayores libertades creativas y el fin de la censura. Los matutinos en las escuelas con ataques viscerales a estos “enemigos” y las reuniones de militantes para arrancar compromisos de apoyo al sistema se hubieran multiplicado hasta el paroxismo.

 

 

Pero ya no son aquellos tiempos. La pandemia ha atado de manos a las autoridades que saben que cualquier convocatoria a reunirse físicamente no solo es un peligro de contagio, sino que será muy mal vista y criticada por la población, como ocurrió con la tángana del Parque Trillo, que intentó responder a los acontecimientos del 27 de noviembre y solo generó más indignación por la irresponsabilidad de congregar cientos de jóvenes a pesar de los peligros del covid-19.

 

 

Un sistema que necesita la movilización constante y el reclutamiento permanente de los individuos para que sientan que son soldados que responden a órdenes y no ciudadanos que reclaman derechos se debilita cuando no puede citar, congregar, reunir frente al líder a sus tropas.

 

 

El virus no es la única razón para la “tibia” respuesta oficial que se ha vivido en las calles. Falta dinero. La ofensiva ideológica de principios de este milenio se apuntaló con los recursos venezolanos. Aquella algarabía solo fue posible porque Hugo Chávez puso a disposición de Fidel Castro el petróleo necesario para financiar sus excesos y delirios políticos. Ahora, Venezuela está hundida económicamente y las arcas estatales cubanas solo contienen deudas y telarañas.

 

 

Sin un peso para derrochar en alardes ideológicos, contra las cuerdas por el repunte de la pandemia y agobiados por el creciente malestar popular, al régimen solo le ha quedado el uso de los medios nacionales y de las redes sociales para intentar contrarrestar tanta rebeldía. De ahí las campañas constantes de difamación que se transmiten en el horario estelar de la televisión y llenan los periódicos. Donde antes estaba el desfile y la marcha, ahora solo quedan unos “minutos de odio” en la pantalla.

 

 

Pero eso es poco, muy poco para lo que el poder cubano hubiera hecho en otros tiempos. ¿Esa incapacidad para mostrar músculo ideológico en la realidad será un indicio del final? ¿Antes de fenecer, las dictaduras se van apagando, perdiendo las calles y las plazas?

 

 

Yoani Sánchez

 

Prohibir por prohibir

Posted on: febrero 13th, 2021 by Laura Espinoza No Comments

La casa es chata y fea, con una estructura improvisada por la prisa. Para construirla, sus habitantes no pudieron contratar a un arquitecto privado y en el futuro tampoco lo harán. El listado de ocupaciones por cuenta propia prohibidas en Cuba no solo incluye a estos profesionales, sino también a periodistas, productores de cine, abogados, gestores de pompas fúnebres, investigadores científicos y fabricantes de vehículos.

 

 

La relación de actividades particulares vetadas en la Isla se ha publicado finalmente este miércoles y su contenido logró superar los pronósticos más pesimistas. No solo prohíbe expresamente labores que hasta ahora se hacían en el terreno de la alegalidad, como la gestión de galerías particulares o la contabilidad, sino que marca de manera estricta los límites que el Estado no quiere que traspase la iniciativa privada. Es, en resumen, una relación de los miedos de un sistema político que busca seguir controlando los espacios principales de la vida de sus ciudadanos.

 

 

Esta lista es la prueba de la retrógrada mentalidad que rige en quienes toman decisiones en esta Isla. Siguen pensando que pueden impedir que un músico construya en el baño de su casa un pequeño estudio de grabación para producir sus discos y los de otros colegas; creen que lograrán evitar que alguien tome unas ruedas y unas carcasa para construir vehículos o asesore jurídicamente a un demandado. Fantasean con que alcanzarán a cortarle las alas al que maqueta un libro de poemas o al que tuerce tabaco para vender por su cuenta.

 

 

La lista con estas 124 ocupaciones vetadas trasluce también la arrogancia de la que están imbuidos quienes la escribieron, una prepotencia tal que cuesta conectar esa imagen con la de un régimen quebrado económicamente, con abultadas deudas internacionales, una crisis crónica de desabastecimiento, sin la capacidad de crear riquezas ni de satisfacer la demanda de productos básicos. Está redactada como si se pudieran permitir descartar una gran cantidad de caminos para generar empleo, prosperidad y desarrollo, cuando han llevado el país a la mendicidad y al borde de la crisis humanitaria.

 

 

Este no es un listado hecho desde una mirada económica, ni siquiera jurídica: está confeccionado desde los deseos de control. Quizás en el acápite donde se muestra con más crudeza la inspiración ideológica sea en el titulado “actividades artísticas, de entretenimiento y recreativas”. El primer condenado de la enumeración es el periodismo, ese aguijón que desde hace años ha puesto en jaque el monopolio estatal sobre la difusión de noticias, destapando innumerables sucesos que el oficialismo hubiera querido barrer bajo la alfombra y dejando en evidencia la servidumbre de la prensa controlada por el Partido Comunista.

 

 

¿Qué puede esperarse de semejante listado? ¿Papel mojado o aplicación a rajatabla? ¿Cacería de brujas contra muchos fenómenos económicos que habían ido extendiéndose bajo la sombra de la alegalidad? ¿Manotazo represivo que sepulte todos esos espacios de gestión privada ahora proscritos? Difícil prever qué pasará. Por el momento, ya está claro que han logrado unir en la indignación al productor cinematográfico, al reportero independiente, al ingeniero y al frustrado arquitecto que ve las ciudades llenas de chapuzas con techo y endebles paredes. Acaban de confirmar a más de un centenar de gremios como enemigos.

 

 

 

Yoani Sánchez

 14ymedio 

Cuando no hay clases tampoco hay adoctrinamiento

Posted on: febrero 2nd, 2021 by Laura Espinoza No Comments

Se despiertan pasadas las diez de la mañana, el resto del día transcurre entre colas para comprar comida, frente a la pantalla del móvil o de alguna consola de videojuegos. Tienen más de 17 años y menos de 25, pero este 1 de febrero no pudieron reiniciar la enseñanza universitaria porque el repunte de covid-19 en La Habana lo ha impedido. Al librarse de los estudios presenciales, también se salvan de las sesiones de adoctrinamiento ideológico.

 

 

Karla, Mateo y Jeancarlo estudian primero, tercer y quinto año de especialidades técnicas y de humanidades en centros de altos estudios de la capital cubana. Han pasado largos meses desde que dejaron de asistir a clases, y eso se nota no solo en la calidad de la grafía y el despertador, que ya no suena temprano, sino también en la desconexión con el mecanismo de adoctrinamiento ideológico que hasta hace poco marcaba el paso de su vida estudiantil.

 

 

“No veo nada de la cartelera de la televisión”, confiesa Jeancarlo. “Si no tengo que ir a la escuela tampoco voy a torturarme con el noticiero”, argumenta Karla, mientras que para Mateo queda claro que aunque hay nostalgia por los colegas de grado, “es un alivio no tener que escuchar cada día la misma cantaleta política”. Todos han quedado al margen de ese adiestramiento oficial que hasta hace poco era parte inseparable de sus vidas de estudiante.

 

 

Con la protesta del 27 de noviembre frente al Ministerio de Cultura y su más reciente edición, a dos meses de aquella fecha inicial, se ha evidenciado que el control político de las universidades es un elemento vital para el oficialismo cubano. Se “echan en falta” los matutinos encendidos de consignas, el uso de los estudiantes como tropa de choque en los mítines de repudio, los actos públicos de supuesta reivindicación revolucionaria y las campañas de satanización contra los críticos desplegadas en las aulas.

 

 

En lugar de todo eso, la pandemia ha obligado a centrar las campañas de fusilamiento de la reputación contra los artistas, activistas y periodistas independientes en los medios digitales oficiales, la televisión nacional y las cuentas progubernamentales en las redes sociales. El problema es que fuera de los obligatorios mecanismos de pensamiento que se imponen en la Universidad y recluidos los alumnos en sus casas, estos no ven los canales oficiales.

 

 

“Por nada del mundo gasto mi tiempo en eso. Si algo hay que sacarle de bueno a la cuarentena es no tener que estar simulando tanto”, reconoce Karla. Con sus amigas, se comunican por WhatsApp, hablan de moda, de parejas nuevas que a pesar de la distancia se han formalizado en el grupo de amigos, de la música que suena y del futuro. “Una profesora nos manda algunos contenidos por Telegram para que no perdamos del todo la práctica de estudiar, pero a quién se le ocurre leer un comunicado político por ahí”, bromea.

 

 

Un régimen que ha necesitado para su mantenimiento el control ideológico del individuo desde edades muy tempranas, no sabe muy bien cómo actuar cuando la gente está distante, casi inaccesible. Los pobres intentos de retomar ese “entusiasmo revolucionario” fueron las llamadas tánganas realizadas en varios parques del país tras la protesta de los artistas en La Habana, pero el rechazo popular por el riesgo epidemiológico que estas congregaciones generaban debió de hacer desistir hasta al más ferviente defensor de la algarabía partidista, porque no han vuelto a convocarse.

 

 

Frente a la pantalla de un videojuego, en el hilo de un servicio de mensajería o sobre la sábana de una cama después de haber trasnochado mirando series y películas, poco podrá aprenderse de historia, gramática o ciencia, pero a esos lúdicos parajes tampoco llegan los excesos ideológicos. Debido a la suspensión de clases, estos serán los jóvenes que tendrán en los próximos años más dificultades para hacer operaciones matemáticas, identificar un estilo artístico o precisar la fecha de una batalla medieval, pero también se mostrarán más impermeables a la ideología. Llevan demasiado tiempo fuera de ese constante aguacero del adoctrinamiento político y se han acostumbrado a usar paraguas.

 

 
Yoani Sánchez

 

La peligrosa estrategia del aprieta y afloja

Posted on: enero 10th, 2021 by Laura Espinoza No Comments

 

Da media vuelta y se va con las manos vacías. La anciana se ha acercado a la empleada de una panadería estatal en una populosa calle de El Cerro para preguntarle, casi en un susurro, si le puede vender el pan a mitad de precio, pero la dependiente es inflexible. “Nos tienen vigilados, mi vieja”, le dice y detrás de su hombro un cartel señala que el producto racionado se vende a un peso desde el 1 de enero, veinte veces el valor que tenía hasta el año pasado.

 

 

Siete horas después, la misma trabajadora recoge buena parte de los panes que se han quedado sin vender porque muchos de los vecinos de la barriada no pueden o no quieren pagar el nuevo precio por un producto de pésima calidad y reducido tamaño. Una mujer aprovecha para comentarle a otra que “si la cosa sigue así van a tener que echar para atrás también esta medida y rebajar un poco”, como las autoridades hicieron con la tarifa eléctrica y las bolas de helado de Coppelia.

 

 

Hace unos años era impensable que una medida tomada por el Gobierno fuera ajustada o aminorada poco después de anunciarse. En los años en que un señor de barba y voluntarismo extremo dominaba la escena pública de este país, los decretos se aplicaban a rajatabla y las decisiones tomadas en su despacho se ponían en marcha con una obstinación que llevó al país a varios precipicios con sus correspondientes traumáticas caídas.

 

 

Ahora, quizás por oportunismo o como una manera de parecer que escuchan más a la población de lo que realmente hacen, a los dirigentes cubanos les ha dado por anunciar segundas partes o revisiones en decisiones previamente mostradas como muy estudiadas e impostergables. Los más escépticos señalan en esta actitud el mismo cinismo del verdugo que reconforta a la víctima asegurándole que solo le asestará un corte con su afilada hacha en el cuello, en lugar de dos o tres.

 

 

Así que en los últimos días hemos visto como el kilovatio pasó del nuevo precio de 0,40 pesos a costar 0,33 para los más bajos consumidores, y que la bola de helado en Coppelia se disparó a siete pesos para luego reajustarse a cinco. Tales vaivenes no han pasado inadvertidos para nadie. En cada cola y en cada esquina, los hay que se declaran conocedores de esas artimañas oficiales, sabedores de antemano de que la tarifa informada era solo un ardid y se enorgullecen de haberle advertido a sus conocidos de que todo era una maniobra para que la gente terminara alegrándose de una rebaja que en realidad era una subida.

 

 

Puede ser. Descifrar a un Poder que ha basado parte de su gestión en la falta de transparencia y el secretismo es como intentar preguntarle a las estrellas cuál será el precio que terminará costando una libra de boniato al final de este año.

 

 

Si todo fue un ardid para testear hasta dónde podía aguantar la población este paquetazo neoliberal, ese truco está creando un efecto secundario muy peligroso para el régimen. Como un músculo en desuso que empieza un día a ejercitarse y a probar nuevos retos de fuerza, los cubanos han leído también estos reajustes como pasos atrás que ha tenido que dar el oficialismo tras la avalancha de quejas de la ciudadanía. O sea, muchos han interpretado que el temor a perder el poder ha hecho que los hombres al mando del timón de la nave nacional ajusten unos milímetros el rumbo para complacer a sus fatigados y escuálidos marineros.

 

 

“Vamos a quejarnos en las redes, vamos a dejar de comprar el pan a ese precio para que tú veas como la semana que viene en la Mesa Redonda anuncian que le bajan el precio”, le decía la vecina de la barriada de El Cerro a su amiga cuando esta preguntaba por qué quedaba tanto pan a esa hora en el local estatal de la esquina de su casa. “Niño que no llora, no mama”, le recordó la otra.

 

 

Cuando empieza a calentarse el músculo de la protesta, las exigencias crecen y, finalmente, no hay quién lo pare.

 

 

Yoani Sánchez

 

 14ymedio 

2021 en Cuba, adiós a la máscara revolucionaria

Posted on: enero 2nd, 2021 by Laura Espinoza No Comments

 

Cuba atraviesa un momento muy difícil. Lo problemático de este diciembre no radica solo en la crisis económica que se expresa en una caída del 11% del producto interno bruto y tampoco se debe en su totalidad al confinamiento y el dolor que está dejando la pandemia. Este 2020 se despide en tonos oscuros para la Isla especialmente por la incertidumbre, la incapacidad de sus 11 millones de habitantes de hacer planes para el futuro a corto y mediano plazo.

 

 

Ante esta descripción, algunos responderán que ha habido peores momentos en nuestra historia reciente. Sin embargo, en el llamado Período Especial de los años 90, cuando tras el corte del subsidio soviético llegaron los largos apagones, el recorte del transporte y el déficit de alimentos, existían unas reservas de cambio que daban esperanzas a los reformistas y nutrían los sueños de los ciudadanos. En medio del colapso, se vivía una sensación de que algunas decisiones políticas tomadas bien arriba podían destrabar las fuerzas productivas y traer un alivio material a la gente. Incluso, había quienes fantaseaban con una revuelta popular que enterrara definitivamente al modelo autoritario.

 

 

Aunque la única insurrección que ocurrió fue la de miles de cubanos desesperados que intentaron escapar de la Isla durante la jornada conocida como el Maleconazo, los que apostaron por las ansiadas flexibilizaciones económicas no se equivocaron. Cuando la situación tocó fondo, algunas de esas transformaciones fueron un trago amargo que el oficialismo tuvo que aceptar: la dolarización del comercio, el permiso a existir de los mercados agrícolas fuera del racionamiento, la autorización para el ejercicio del trabajo privado y la apertura a la inversión extranjera. Por primera vez en mucho tiempo, las cebollas volvieron a las tarimas, los taxis particulares llenaron las calles y en los restaurantes por cuenta propia, conocidos como paladares, se recuperaron algunas recetas perdidas de la cocina nacional.

 

 

Ahora, a diferencia de aquel momento, la capacidad del castrismo de transformarse sin quebrarse del todo son muy limitadas, casi nulas. El sistema arriba a sus 62 años de existencia fosilizado en su núcleo político, carente de magnetismo ideológico para captar nuevos seguidores y habiendo desperdiciado su caudal de reformas en modificaciones a medio hacer, transformaciones tibias y pasos que una vez hacia adelante tuvieron también su vuelta atrás. En el tiempo que separa ambas crisis, la ocasionada por el derrumbe del campo socialista de Europa del Este y la actual, muchos perdieron la paciencia para invertir, prosperar y trazar sus sueños en Cuba. Un cuarto de siglo perdido para el verdadero cambio.

 

 

Hoy, contra las cuerdas, las autoridades han planteado un paquete de medidas para intentar reflotar el país a partir de 2021, pero hasta ahora las decisiones anunciadas se orientan más a la pérdida de subsidios y el recorte de presupuestos que al despliegue de fórmulas que fomenten el emprendimiento, hagan perder peso a la estatización y saquen a la política partidista de la toma central de decisiones. Porque hacer algo así pondría en grave peligro la continuidad del castrismo, aunque no hacerlo también es anticipar la fecha para su funeral.

 

 

Reaccionario e inmovilista, temeroso de las novedades y desconfiado de todo lo que no haya salido de los laboratorios del Partido Comunista, al modelo cubano actual solo le ha quedado reprimir para permanecer Para el año 2021 dejará finalmente a un lado cualquier máscara revolucionaria o de justicia social para mostrarse tal y como es: una dictadura del siglo XX a la que la geopolítica, el azar y el miedo le han permitido llegar hasta aquí. Sin resultados, solo le quedará mostrar los dientes y eso complica aún más cualquier pronóstico.

 

 

Yoani Sánchez