La fuerza de la voz

Posted on: diciembre 15th, 2020 by Laura Espinoza No Comments

 

 

«Amargo y siempre necesario», repito cada mañana de lunes a viernes mientras revuelvo un café que en ocasiones está concentrado, muchas aguado y otras es simplemente agua caliente pasada por una borra colada varias veces. Poco importa, el sorbito es solo un pretexto, pero el combustible son las noticias sobre la realidad cubana. Se llama el «cafecito informativo» y cumple dos años.

 

 

En diciembre de 2018 el servicio de acceso a internet daba sus primeros pasos en los móviles cubanos. Aunque tardó varios meses que la conexión se estabilizara en el barrio habanero donde vivo, las transmisiones en directo vía Facebook o Periscope no lograban ser sostenibles económicamente, dado el elevado costo de cada kilobyte enviado y tampoco se podían disfrutar fluidamente debido a los continuos cortes.

 

 

Y entonces volví a la voz, la primigenia. Solo el sonido que salía de mi boca sería el protagonista, lo otro podía recrearse: un lugar, una taza recién servida de café, una conversación cercana entre alguien que vive en esta isla y otro que está lejos o a la vuelta de la esquina. Así nació el podcast Ventana 14, que por estos días sopla las velitas de su segundo aniversario. Difundido por varias plataformas, el programa me ha abierto a una audiencia diferente a la que tengo desde mi blog Generación Y o cuando publico en el diario 14ymedio.

 

 

Aunque en dos años no han faltado los amigos y oyentes que me pidan que abra un canal en video por YouTube o Facebook para comentar estas noticias, he preferido mantenerme solo en sonido por razones claras en un país con tan poca conectividad a la web: quiero llegar a la gente que vive en la Cuba profunda, sea directamente a través del audio -con alrededor de un peso de tres megabytes- que mando de lunes a viernes o en los reenvíos que hacen por Bluetooth o wifi tantos usuarios.

 

 

Mi meta es estar pegada a la oreja del agricultor en un campo de Alquízar, del cuentapropista que intenta mantener abierto su negocio pese a tantos obstáculos en Sancti Spíritus, del ama de casa que en la barriada habanera de Cayo Hueso se debate entre comerse el pan del racionamiento o guardarlo hasta el próximo día para que su hijo lo lleve como merienda a la escuela. Ellos son mi principal audiencia.

 

 

Claro que también lo son el cubano que maneja en el apretado tráfico de Miami, la amiga que hace años emigró a Berlín y el crítico que sopesa cada una de las palabras que digo en busca de un desliz. Todos me hacen despertarme cada día y poner a colar la cafetera. ¿Hasta cuándo podré hacerlo? ¿Quién sabe? Ahora mismo se suman los problemas para difundir el podcast en el servicio de Telegram con varios obstáculos surgidos en WhatsApp, de los que aún no logro descifrar origen ni razones.

 

 

Pero, amén de los obstáculos, cada mañana tomo la cucharita para hacer la cortinilla musical del programa. Me doy un trago largo de café amargo sin una gota de azúcar y me lanzo al más duro y cuestionado ejercicio que un ser humano pueda hacer: decir su opinión sobre una sociedad, un modelo político, una situación económica. No hay manera de salir indemne, pero la voz, solo la voz, puede operar milagros.

 

 

Yoani Sánchez

Yoani Sáncez: La prensa oficial cubana no ha anunciado aún la caída del Muro de Berlín

Posted on: noviembre 10th, 2020 by Laura Espinoza No Comments

 

 

Tengo un amigo que solo se enteró de la caída del Muro de Berlín en una reunión del núcleo del Partido Comunista en el instituto estatal donde trabajaba entonces. La prensa oficial apenas había sacado en sus páginas interiores una breve nota en la que informaba de la “apertura de la frontera de la RDA”, pero sin dar detalles de lo ocurrido ni de sus profundas implicaciones políticas. El derrumbe de la barrera solo se le hizo saber a algunos elegidos en las semanas posteriores a aquel 9 de noviembre de 1989, pero incluso para ellos la noticia vino envuelta con todo tipo de tergiversaciones y maquillajes.

 

 

Hoy, 31 años después, del Muro de Berlín queda una cicatriz que puede verse aún en el asfalto de esa ciudad, algunos trozos en pie a manera de recordatorio y una extensa profusión de testimonios, análisis e investigaciones de aquellos días que redefinieron el rostro de Europa y del resto del mundo. Pero, la testaruda prensa oficial cubana sigue escamoteando aquel hecho y evitando aludir a la efeméride. No sorprende que Granma haya dedicado por estos días espacio al aniversario de la Revolución de Octubre pero haya olvidado convenientemente el fin de la “hermana República Democrática Alemana”.

 

 

El castrismo siempre ha creído que a través de la palabra puede cambiar la realidad, ceñirla a sus consignas o a sus silencios. “Si no se menciona es que no existe”, parece ser una de las máximas editoriales más arraigadas en los medios controlados por el Partido Comunista. Como si al silenciar un hecho o barrer un acontecimiento bajo la alfombra estuvieran logrando borrar también a sus protagonistas, sus anécdotas y sus repercusiones. Bajo esa misma premisa los periódicos nacionales no han hablado hasta el día de hoy sobre los crímenes de Stalin, no han publicado reportes de las masacres de Pol Pot ni han aludido a los sucesos de la Plaza de Tiananmen.

 

 

Así, año tras año, muchos cubanos revisamos los periódicos nacionales en busca de alguna alusión a la caída del Muro de Berlín como una forma de probar cuán intacto sigue el veto informativo sobre aquel acontecimiento y cuán poco ha logrado avanzar en estas tres décadas el periodismo oficial. Y cada noviembre, desde aquel lejano 1989, volvemos a comprobar que la cortina de acero de la censura sigue en pie en esta Isla.

 

 

La mascarilla, nuevo campo de batalla político

Posted on: octubre 31st, 2020 by Laura Espinoza No Comments

 

Ese trozo de tela que desde hace meses estamos obligados a llevar sobre la cara amenaza con convertirse en un nuevo campo de batalla político. La mascarilla ya ha entrado en el radar de los censores, que empiezan a querer dictar reglas sobre el diseño, dibujo o mensaje que transmiten.

 

 

La nueva prenda, que todo apunta nos acompañará por mucho tiempo, ha experimentado en los últimos meses un proceso de individualización y ajuste entre quienes quieren llevar sobre la boca y la nariz algo más que un pedazo de tejido. En busca de la diferencia y de sacarle partido estético, aparecen cada día diferentes modelos, amén de que cumplan o no con los estándares sanitarios.

 

 

Nasobucos con enseñas, lentejuelas, escudos familiares, bocas hilarantes y colmillos que meten miedo… todo eso y más se ve en las calles. Pero a medida que los centros estatales han reiniciado sus jornadas laborales y las escuelas de varias provincias reabierto sus aulas, las mascarillas se han topado con las mismas restricciones oficiales que limitan otras partes de la indumentaria.

 

 

Varios amigos y conocidos me han contado que en sus empresas ya empiezan a escucharse a los mandos advertir de que no se permitirán nasobucos con banderas extranjeras, especialmente la de Estados Unidos, o con mensajes escritos de ningún tipo, ni tampoco con imágenes políticas, críticas contra el régimen cubano o de contenido erótico.

 

 

En una sociedad donde las tijeras de la censura han intentado podar desde el largo del pelo de los estudiantes varones hasta la manera en que se ajustan los pantalones o blusas, las mascarillas son la nueva pieza que debe ser domesticada. «No vamos a permitir que vengas con un cartel ofensivo en la cara», le dijo un administrador a un joven trabajador del Fondo de Bienes Culturales que escribió sobre la suya la palabra «cambio».

 

 

«Esas barras rojas y esas estrellitas no se pueden traer a esta aula», recriminó la maestra holguinera que imparte clases a la hija de una amiga. Ella cuestionó de dónde iba a sacar otro nasobuco, pues el que llevaba era el único que había podido conseguir por su cuenta. La profesora movía la cabeza de un lado a otro como respuesta, y la mujer insistió: «¿Quién ha dicho que esto es parte del uniforme? ¿Van a repartir alguno de verde olivo?»

 

 

El pulso recién comienza. No descartemos que dentro de pocas semanas salga una lista clara de cuáles diseños o motivos pueden llevar las mascarillas y cuáles otros están rotundamente proscritos. País de prohibiciones.

 

 

Yoani Sánchez

Conmigo no cuenten

Posted on: octubre 15th, 2020 by Laura Espinoza No Comments

Hoy, 12 de octubre, es una jornada que tiene varias denominaciones: Día de la Raza, Día de la Hispanidad o Día del Respeto a la Diversidad Cultural. Cada denominación me parece hermosa y loable. Esa jornada de 1492, en que Cristóbal Colón llegó a esta parte del mundo, definió la civilización humana tal y como la conocemos, cambió la manera en que representamos visualmente el planeta y moldeó la cultura de millones de personas.

 

 

Actualmente, hay movimientos y tendencias que cuestionan, critican o ensalzan ese momento. Todos deben tener voz en el coro polifónico en que nos hemos convertido. Pero, esta pequeña persona que soy se graduó hace veinte años de Filología hispánica, una profesión que no podría tener si al intrépido de Colón no se le hubiera ocurrido creer que se podía llegar a Las Indias enfilando la proa de sus naves hacia esta parte de la “Mar Océana”.

 

 

No solo no hubiera podido licenciarme en esta lengua, sino que mi propia existencia se hubiera visto comprometida porque mis ancestros cruzaron el Atlántico -mucho después que la Niña, la Pinta y la Santa María- pero de un lugar bastante cercano al que zarpó el “más loco de los navegantes, el más cuerdo de los fundadores”. Para colmo, comparto mi vida con un descendiente de taíno y mi hijo se parece al cacique Guamá, con cabello más corto y camiseta moderna.

 

 

En mi casa, cada día, se da el encuentro de múltiples culturas. Nadie se sobresalta ni sorprende. Nadie quiere negar ni exterminar a nadie. Unas manos pálidas comparten con otras cobrizas. A él “se le monta” a veces el behique y yo mientras duermo recorro el camino de Santiago; él prefiere el agua fría de los ríos donde sus antepasados se bañaban y yo -a cada rato- siento una brisa salada como la que debió tocar el rostro de Rodrigo de Triana; él sueña con cuevas y yo con la sorpresa de una selva húmeda que estalla por primera vez en olores y colores frente a mi cara.

 

 

Que nadie cuente conmigo para montarme en la máquina del tiempo e impedirle a Colón llegar a este hemisferio. Sé y reconozco el dolor que se derivó de aquel momento, las muertes, la sumisión y el sufrimiento; pero también me constan las luces, la poesía nacida del encontronazo, el amor entre cuerpos tan diferentes, los hijos nacidos de la mezcla, la fuerza telúrica generada. No, no voy a ir hacia el 12 de octubre de 1492 para evitar a Colón desembarcar, porque sería matar a mis amigos actuales, cercenar por anticipado la vida de mi prole, eliminar de un tajazo mi árbol genealógico y perderme esta lengua que es mi vida. Conmigo no cuenten.

 

 

Yoani Sánchez

 

Biología y rumores, el desgastante ciclo de la ‘no-muerte’

Posted on: octubre 10th, 2020 by Laura Espinoza No Comments

 

 

Desde que tengo uso de razón he conocido cíclicos rumores sobre la salud de algún personaje del poder en Cuba. Siempre comienzan con un amigo o vecino que asegura tener un pariente bien conectado, alguien que forma parte del entramado más cercano a un jerarca del Partido, militar o ministro cuya salud se ha tornado frágil, muy frágil. Después, en la medida que pasan los días, llegan los supuestos testimonios de quienes afirman saber que ya el “magno deceso” se ha producido y los más osados hasta aseveran haber visto su figura rígida dentro del ataúd.

 

 

La situación escala cuando esos cuchicheos llegan ante los micrófonos, se difunden en medios de prensa y se expanden por las redes sociales. No falta en ningún caso algún que otro espacio informativo que da lo rumorado por hecho y, para no perder la primicia, titula con la absoluta seguridad de que se prepara el funeral.

 

 

Este ciclo del runrún sobre la muerte de una figura pública alcanzó su paroxismo en esta Isla durante el largo tiempo en que Fidel Castro decidió a su antojo el rumbo de la nave nacional. El país estaba tan determinado por los designios de un hombre que el acto de que éste respirara podía definir desde las relaciones internacionales hasta el derrotero económico, pasando por la cartelera televisiva y el contenido de los libros de texto en las escuelas. Este excesivo protagonismo fomentó mil y una especulaciones sobre su salud, y era raro el año que no se desataran decenas de murmullos sobre una posible intervención quirúrgica, el deterioro de una de sus capacidades físicas e incluso de su repentino fallecimiento.

 

 

Al final, después de días o semanas de que la “bola” fuera tomando tamaño, él reaparecía enfundado en su uniforme, dando un discurso de horas bajo la lluvia o atravesando el país en una caravana de jeeps militares para visitar algunos de sus delirantes proyectos productivos. El rumor se aplacaba, la frustración se expandía y la sensación de que la biología nos estaba haciendo la “broma de la eternidad” generaba desesperación, molestia y ganas de escapar de tanto inmovilismo. Cada rumor solo trajo decepción y, cuando llegó, la noticia de su muerte tuvimos que esperar a escucharla por los medios oficiales, de la boca de su propio hermano y en el momento en que decidieron por “allá arriba”, sin que, en esa ocasión, susurro alguno nos alertara.

 

 

Ahora, volvemos a caer en la trampa de vincular nuestro destino y nuestros planes al hecho de que a un hombre le siga latiendo el corazón. Durante los últimos días no han faltado voces que han hablado de la supuesta agonía de Raúl Castro y su inminente fin. Mi teléfono sonó varias veces durante la semana y al otro lado siempre estuvo la voz de algún amigo que indagaba, que quería saber si era cierto. A todos les respondí con el escepticismo de quien ha escuchado muchas veces la misma historia y les advertí de una posible reaparición repentina del presunto enfermo en la prensa oficial. “Creo que ellos mismos desde el poder echan a rodar estos chismes para después volver cómo Ave Fénix”, remarqué.

 

 

Y no me equivocaba.

 

 

Sin duda, un día el rumor será cierto, porque la rotunda lógica de la vida apunta a que no hay de otra: todos vamos a morir, incluso aquellos que se han presentado ante nosotros como inmortales y superiores. Pero me niego a aceptar que la vida futura de una nación y los planes de sus millones de ciudadanos dependan de que por las venas de un individuo siga circulando la sangre. Apostar por la biología antes que por la rebeldía o el civismo me parece un facilismo y un supremo acto de conformismo social. La cuestión no es si alguien camina, está en cama o en un féretro; el tema es qué vamos a hacer como cubanos para insuflar vida a un país que se nos está muriendo entre las manos.

Yoani Sánchez

14ymedio

 

Por una canasta básica de tecnología y libertad

Posted on: octubre 3rd, 2020 by Laura Espinoza No Comments

 

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Las paredes están en el puro ladrillo y por los huecos del techo se cuela la luz del sol, pero la joven sentada cerca de la ventana tiene en sus manos un teléfono inteligente de última generación, con el que sigue minuto a minuto las redes sociales. La escena puede ser en cualquier ciudad o pueblo de América Latina, donde el acceso a las nuevas tecnologías está marcando ahora mismo unos contrastes sociales que en los próximos años se harán aún mayores.

 

 

En agosto pasado, la secretaria ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), Alicia Bárcena, dio a conocer un informe sobre los efectos del covid-19 en la región. En un llamado urgente, la mexicana convocó a los Gobiernos a universalizar el acceso a las tecnologías digitales para enfrentar los profundos daños provocados por la pandemia a la economía del continente. Habló entonces de garantizar una canasta básica de tecnologías de la información y las comunicaciones.

 

 

Según Bárcena, ese módulo indispensable debe estar integrado por un computador portátil, un teléfono inteligente, una tableta y un plan de conexión para los hogares que todavía no tienen acceso a la web. Sería algo así como «un kit de supervivencia tecnológica» que permitiría a los ciudadanos mantenerse informados, optar por la educación a distancia, trabajar desde sus casas, reorientarse laboralmente, acceder al comercio electrónico y ejercer buena parte de sus deberes y derechos cívicos a través de un teclado, un clic o una videoconferencia.

 

 

Pero la CEPAL solo tocó en esa convocatoria una de las tantas aristas de la conectividad. No basta con tener un dispositivo moderno y un acceso a la gran telaraña mundial si la persona que los usa está constreñida por la censura, vigilada por la policía digital y amenazada con terminar en los tribunales o en prisión por criticar en las redes sociales a funcionarios y políticos. La canasta básica con infraestructura es poco o nada si no viene acompañada de un conjunto de derechos garantizados para ejercer la libertad de información y expresión.

 

 

Lamentablemente vivimos en una región donde ambas «cestas» están bastante incompletas. Los altos precios de la tecnología, la poca formación que se da en las escuelas para el uso de estos dispositivos en función de adquirir nuevos conocimientos y las dificultades para el acceso desde zonas remotas o poco favorecidas por la infraestructura, complican el escenario para que América Latina pueda dar la vuelta al confinamiento y la distancia social que ha impuesto el coronavirus y salga del atolladero económico también través de las pantallas y de los circuitos.

 

 

Pero la mayor dificultad surgirá ante todas esas legislaciones nacionales que buscan amordazar a los ciudadanos en la aldea virtual. Un módulo básico de tecnología puede incluir el último móvil del mercado pero si su usuario tiene que lidiar con sitios censurados, unas instituciones que agreden a la ciudadanía en las redes y un ejército de trolls muchas veces financiados y entrenados por los Gobiernos para acallar las críticas, en ese caso poco va a lograrse.

 

 

En un continente donde se mantienen en el poder algunos de los regímenes más depredadores -a nivel mundial- de la información y la prensa, un teléfono celular es un trampolín que podría lanzarnos a las agitadas y refrescantes olas del ciberespacio, pero también directamente y sin protección hacia la boca abierta de los censores.

 

 

Canasta básica de tecnología sí; pero que no vaya a faltarle el pan de la libertad.

 

 

Yoani Sánchez

El Estado gruñón y la culpa de los ciudadanos

Posted on: septiembre 11th, 2020 by Laura Espinoza No Comments

 

 

 

Enciendo la televisión. Ha sido un día difícil. Varios vecinos, empleados del Instituto Cubano de Radio y Televisión, están en cuarentena por el brote de coronavirus en esa institución, mientras que una muerte cercana nos dispara las preguntas. Pero en la pantalla no encuentro descanso. Los primeros minutos del noticiero suenan a regaño: los responsables somos los ciudadanos, nuestra indisciplina es la que ha descontrolado la situación y el dedo que busca un culpable se dirige hacia nosotros.

 

 

Los regímenes autoritarios se reconocen no solo por la represión y el excesivo control, sino también por la manera en que le hablan a la sociedad. Imbuidos de la pretensión de ser nuestros padres, los funcionarios cubanos no dejan pasar un momento para tratarnos como niños descarriados que hemos provocado con nuestra negligencia el actual repunte de covid-19 en varias zonas del país. Ha sido nuestra insensatez, según se infiere de su discurso, la causante de la actual situación. Hasta los muertos son amonestados a posteriori en los medios oficiales.

 

 

En esa oratoria del regaño no hay espacio para la autocrítica de los errores cometidos por las autoridades ni reconocimiento alguno de los escenarios propiciadores del covid-19, como las largas colas, el desabastecimiento y la crisis económica que ya respiraba sobre nuestra nuca mucho antes de que se detectara el primer caso positivo al virus en el país. En esa política de la reprimenda solo hay un infractor y es el individuo que no ha seguido las orientaciones. El adverso contexto en que se mueve se borra de un plumazo y algunas desacertadas decisiones tomadas desde arriba también quedan multiplicadas por cero.

 

 

Bajo esa lógica del padre castigador, los gobernantes no tienen responsabilidad alguna en el cierre tardío de las fronteras ni en los llamados a los turistas internacionales que hicieran de la Isla un destino seguro cuando ya innumerables naciones se habían cerrado a cal y canto. La tardanza en suspender las clases, la demora en disminuir los actos oficiales de abanderamiento o arenga ideológica y el paso en falso de decretar una apertura en una ciudad que evidentemente no estaba preparada para iniciarla, de eso tampoco tienen “ellos” culpa alguna.

 

 

Ahora hay que oírlos sumar a la dura realidad que vivimos esta avalancha de amonestaciones, jalones de oreja y zapatazos mediáticos. Un discurso público carente de empatía alguna con una población muy lastimada y que evoca más a mastines ladrándole a una presa herida que a lo que deben ser las declaraciones de servidores públicos que velan por nuestro bienestar. Con ese tipo de arenga culpabilizadora solo están añadiendo incertidumbre y malestar a lo que es ya una tensa cotidianidad, además de mostrar muy poca sensibilidad ante el dolor de los que han perdido a un ser querido.

 

 

Tras diez minutos de regaños apago el televisor. El virus del autoritarismo también es muy peligroso.

 

 

Yoani Sánchez:

El enemigo no está a 90 millas de Cuba sino en las colas

Posted on: agosto 4th, 2020 by Periodista dista No Comments

 

 

“Serán sancionados con 180 días de prisión los especuladores y acaparadores de productos”, se lee en el texto de una legislación que podría haber quedado aprobada esta semana, si no fuera porque su fecha de entrada en vigor es el lejano 1962. Desde entonces, y por casi seis décadas, los revendedores han sido presentados por el discurso oficial cubano como los causantes de un desabastecimiento del que, en realidad, son un efecto no deseado pero necesario.

 

 

En aquella ocasión, la Ley 1035 aprobada por el Consejo de Ministros determinaba que una persona no podía comprar más de 11,5 kilogramos (unas 25 libras) de productos agrícolas. Tampoco era legal transportar una cantidad por encima de ese límite por las calles y carreteras del país, a no ser en un vehículo estatal autorizado. La infracción no solo conllevaba una pena de cárcel de seis meses, sino también la confiscación del automóvil.

 

 

Mis padres no se habían siquiera conocido, mi nacimiento apenas era una millonésima parte de una posibilidad futura y en esta Isla ya las autoridades señalaban a los coleros y comerciantes informales como los culpables de que muchos productos básicos no pudieran llegar a los hogares con menos recursos. La acusación volví a escucharla en los años 80 cuando era niña, en una Cuba que a pesar del subsidio soviético seguía marcada por las periódicas ausencias de ciertas mercancías.

 

 

En los 90, en lugar de entonar el mea culpa por haber apostado a ese caballo perdedor que fue el campo socialista, las consignas oficiales volvieron a señalar el embargo estadounidense y a los acaparadores del patio como las razones para la profunda carestía que se nos vino encima. La responsabilidad siempre debía ser colocada en otra parte, lejos de la Plaza de la Revolución, del voluntarismo de Fidel Castro y de la ineficiencia intrínseca del modelo económico impuesto desde arriba.

 

 

Así, llegamos hasta esta nueva crisis en la que apenas ha cambiado el guion informativo que se difunde en los medios oficiales para explicar el descalabro en el que vivimos. Ahora, el “noticiero estelar” se llena de operativos policiales contra comerciantes que trapichean con piezas de autos, cebollas o leche en polvo. Las autoridades llaman a crear brigadas con brazaletes que vigilen las colas para impedir que un mismo individuo marque múltiples veces, venda su turno o cuele a sus amigos.

 

 

Toda esa gesticulación no pasa de ser pura fanfarria y una muy calculada campaña de distracción. Nadie tiene en sus manos todas las herramientas para acabar con tales prácticas como no sea el propio Estado cubano y, no como nos han hecho creer, a través de la penalización o la represión. Solo prosperan y se enriquecen los acaparadores allí donde hay desabastecimiento, fructifica el mercado negro de un producto en el lugar donde falta o está prohibido.

 

 

“Serán sancionados con 180 días de prisión los especuladores y acaparadores de productos”, se lee en la ley de 1962

 

En las manos del régimen está cortar las fuentes de las que se nutren coleros y revendedores pero no con una legislación más restrictiva, sino con flexibilizaciones, disminución del papel del Estado en la economía y el comercio, aperturas a las importaciones en manos privadas y una serie de medidas que no ataquen los molestos efectos de la crisis sino que ayuden a todo un país a salir de este largo desierto del déficit y del “no alcanza”.

 

 

Aunque les enseñe los dientes y los muestre en las pantallas como el nuevo adversario al que derrotar, lo cierto es que el castrismo necesita a los coleros y los acaparadores –entre otras razones– para poder hacer llegar productos allí donde la ineficiencia estatal no alcanza. Son, en definidas cuentas, herramientas de distribución que regulan el mercado, no bajo las reglas del igualitarismo y la justicia social, sino a partir de la demanda y del poder adquisitivo del cliente.

 

 

Quienes pueden pagar los servicios de un colero o de un revendedor viven mejor que aquellos que, con menos recursos o con solo sus salarios, tienen que estar largas horas en una fila. Es básicamente similar a la segregación o apartheid económico que profundizan las nuevas tiendas con alimentos en divisas. La diferencia es que en el primer caso, la oferta prohibitiva para muchos está en manos de un privado y en el segundo es el propio Gobierno el que la implementa y autoriza.

 

 

Esta nueva razia que estamos viviendo contra los comerciantes clandestinos no pasa entonces de ser otra pantomima, una representación teatral que se ha repetido decenas de veces en el último medio siglo. Lo único que cambia es la edad o la desmemoria del atemorizado público, que mira desde las butacas este burdo espectáculo.

 

 
Yoani Sánchez

 

En Cuba, el dólar vuelve e regir nuestras vidas

Posted on: julio 18th, 2020 by Periodista dista No Comments

 

 

La primera vez que entré a una tienda en divisas fue en el lejano 1994. Tuve que mostrar los tres dólares que me había regalado una amiga y logré pasar a la shopping en los bajos del hotel Sevilla, cercano al Capitolio de La Habana. El olor a limpio, el aire acondicionado y los anaqueles llenos de productos fueron un golpe duro para esta cubanita que hasta entonces solo conocía los comercios estatales y el mercado racionado. Desde entonces mucho ha llovido, pero también pareciera que la historia se mueve en círculos en esta Isla.

 

 

Esta semana, después de que la prensa independiente filtró que se alistaban tiendas para la venta de alimentos y productos de aseo en moneda extranjera, muchos negaron enfáticamente esa posibilidad bajo la premisa de que “algo así no puede ser”. Curiosamente, hasta que Miguel Díaz-Canel confirmó este jueves en la tarde que la red de comercios gestionados por Cimex iba a ofrecer comida en dólares, euros u otras monedas foráneas, algunos se aferraban a la convicción de que una medida tan segregacionista no podría implementarse en el país.

 

 

La memoria es un animal escurridizo. Exactamente eso fue lo que hizo Fidel Castro cuando en agosto de 1993 autorizó la tenencia de dólares y dio el pistoletazo de arrancada para la aparición de una vasta red de tiendas estatales donde solo se podía pagar en esa moneda. Llegaron tiempos en que los que no tenían los billetes estadounidenses miraban –salivando– a otros comprar galletas, pollo congelado, salchichas o refresco en una modalidad de comercios que poco después empezó a introducir también en sus operaciones el peso convertible (CUC).

 

 

Ya esto lo vivimos, pero muchos no se acuerdan o no quieren acordarse. La dualidad monetaria se nos hizo algo tan cotidiano que poco a poco en los últimos 20 años “normalizamos” que para adquirir mercancías de mejor calidad y variedad había que tener pesos convertibles. La única diferencia ahora, con respecto a los últimos años, es que la moneda que vuelve a regir los destinos del país y que garantiza cierta comodidad personal es aquella con el rostro de Lincoln y Franklin que ya determinó nuestra vida en los 90, pero esta vez a través de tarjetas magnéticas.

 

 

No hay novedad alguna: cada vez que en el último medio siglo la Plaza de la Revolución ha sentido que la crítica situación económica podía hacer tambalearse su poder, ha permitido que sobre la Isla corran ciertos vientos de mercado y que un grupo social encuentre acomodo en algunas dosis de consumo. Nada debe sorprendernos en esa estrategia que han repetido tantas veces, aunque no debe dejar de indignarnos el doble discurso de pregonar un modelo político y aplicar otro tan diferente.

 

 

Entre quienes dudaban hasta ayer de que las tiendas en divisas incluirían los alimentos, en medio de un desabastecimiento brutal de comida en los mercados en moneda nacional, la mayoría era de la generación de mi hijo. Jóvenes cubanos que nacieron después de abrirse las shoppings y permitirse la libre circulación del dólar y la posterior aparición del chavito. Para ellos, el comercio estatal se movía en dos monedas: el CUC y el CUP… pero olvidaban –o no podían recordar por cuestiones de edad– que debajo de la piel de esos papelitos de colores llamados pesos convertibles siempre estuvo el pelo erizado de un lobo llamado dólar, que está a punto de convertirse ahora en el dueño de las nuevas tiendas en divisas. Cualquier otra versión es un cuento para dormir a Caperucita.

 

 

           Yoani Sánchez

Este artículo fue publicado originalmente en 14ymedio (Cuba) el 18 de julio de 2020

Revisión histórica y “los intocables” cubanos

Posted on: junio 26th, 2020 by Laura Espinoza No Comments

 

 

Son tiempos de estatuas sacadas de las plazas, de nombres históricos cuestionados y de intensos debates sobre la manera en que miramos el pasado, pero –como con tantas otras tendencias– estas polémicas que se extienden por el mundo apenas llegan a Cuba. En un país con demasiadas figuras públicas “intocables”, pensar siquiera en un proceso de revisión de los sucesos y sujetos nacionales del último medio siglo suena a lejana utopía.

 

 

Vivimos en una nación donde el debate de los rostros oficiales y la crítica sobre decisiones gubernamentales se ha negado durante tanto tiempo, que estamos rodeados de temas congelados, sacralizados y alejados de cualquier discusión por parte de la sociedad civil. Por no poder cuestionar, ni siquiera los humoristas pueden publicar caricaturas sobre dirigentes partidistas, funcionarios o ministros. A diferencia de lo que ocurre en otros lares donde retiran bustos, aquí estamos rodeados de “estatuas vivientes” a las que no se puede tocar ni con el pétalo de una crítica.

 

 

Sin embargo, este prolongado y obligatorio silencio sobre tantas cuestiones trascendentes no evitará que esas discusiones se produzcan algún día, e incluso la demora en llevarlas a cabo puede estar sirviendo como acicate para la polémica. Una de las más intensas, sin duda, se cebará alrededor de la figura de Fidel Castro, quien estará en el centro de la diatriba en la Cuba futura. No hay manera de que se salve de la controversia y de las miradas encontradas sobre sus acciones. Todos los intentos de sacralizarlo oficialmente para evitar el escrutinio servirán de bien poco nada más que soplen vientos democráticos en esta Isla.

 

 

Quizás por intuir la picota pública que le esperaba, Castro prefirió evitar las estatuas, aunque dejó varios bajorrelieves con su rostro en numerosas plazas del país. Por lo tanto, el suyo no será el derrocamiento de una figura de bronce sino el juicio histórico contra un individuo y un sistema. No habrá imágenes de esculturas pintarrajeadas, pero muy probablemente se harán nuevas ediciones de libros de historia, los académicos despedazarán su testamento político y hasta los progresistas de entonces pondrán sana distancia entre sus postulados y los del Comandante. La discusión sobre la permanencia de su tumba, tan cerca de los restos de José Martí, también llegará y avivará las pasiones.

 

 

El mazazo más duro caerá cuando de manera fluida y natural, en las conversaciones y los recuerdos, se cuele la palabra “dictador” cuando se hable de Castro y de “dictadura” para nombrar su tiempo en el poder. Esos términos, acuñados por el uso popular, instalados en la memoria y ratificados por los estudiosos, serán como miles de martillos golpeando sobre la estatua de su legado.

 

Yoani Sánchez

 

 

Este artículo se publicó originalmente en 14ymedio (Cuba) el 22 de junio de 2020