Razones para la ruptura

Posted on: junio 29th, 2020 by Laura Espinoza No Comments

 

 

¿Cómo se debe sentir un país enajenado, confinado a ser espacio para el saqueo y la brutal corrupción? ¿Cómo se debe sentir una sociedad anulada, devastada por sus dirigentes, asediada por la ruina, que anticipa por todos los confines un colapso que ya llegó, pero que nos negamos a reconocer? ¿Cómo se va a sentir un país que todos los días comprueba que las promesas no se honran, que los compromisos no se cumplen, que cualquier curso estratégico es subastado al mejor postor?

 

 

Hay muchas razones para rechazar lo que está ocurriendo. Pero eso no es suficiente. Hay que buscar las causas y reconocer que tenemos cierta capacidad de dominio para intentar el cambio, sí y solo sí a nosotros nos parece que hay un problema social que debe resolverse. No es poca cosa, porque sin esa predisposición a intentar el cambio, podría ocurrir una adaptación a una situación incómoda que favorezca a las estructuras de dominación y se ceben en la integridad del ciudadano. Dicho de forma más precisa: Sólo tendremos un problema para resolver si antes declaramos que una determinada situación tiene que ser superada. ¿Qué es lo que hay que superar?

 

 

La pregunta no es de fácil respuesta porque nos coloca en la necesidad de discriminar los síntomas de sus causas (otra vez esa palabra, ese llamado de atención a ser radicales). ¿Qué es lo que debemos resolver para que la situación cambie, no solamente de apariencia, sino en su esencia? Porque la realidad indica que la gente frente a los problemas tiene un dossier de respuestas adaptativas. Uno vanamente puede creer que la sociedad es un rompehielos dispuesto para quebrar cualquiera que sea la resistencia, pero no siempre es así. Frente a una dificultad cada uno lo encara poniendo en juego su capacidad de análisis, su fortaleza para mantener el curso de acción que permite la solución, y todo el coraje que necesita para resistir los embates. Como esa mezcla nunca es perfecta, algunos se la juegan todo para para resolverlo, pero como no somos infalibles, a veces lo exacerban, otras tantas se rinden frente al trance, o tratan de olvidarlo, mientras que otros, ya sabemos, deciden doblarse para no partirse.

 

 

La diversidad de afrontamientos personales frente a una misma situación obliga a los líderes a intentar una narrativa social que homogeneice la diversidad de interpretaciones y encaramientos con el fin de lograr la fuerza suficiente para encarar y resolver la dificultad. Para los que quieren una versión preliminar de lo que significa “fuerza”, aquí la tienen: Es la capacidad que se despliega para que muchos tengan la disposición de asumir como propia una versión unívoca de una situación social que s propuesta por el líder. Que todos la vean de la misma forma. Que todos la llamen de la misma manera. Pero sigamos. Es también la capacidad que algunas veces tienen los dirigentes para alterar la percepción y evaluación que sobre la realidad tiene la gente.

 

 

Pero encarnar una opción de fuerza tienen como requisitos la diferenciación y el contraste. ¿Qué significa asumir un proceso de diferenciación? Significa tener la capacidad para demostrar que hay diferencias, que se encarnan y se asumen sistemas de valores, intenciones, capacidades y metas que son distintas a la de los otros cuando se plantean resolver un problema o allanar una situación. Eres distinto cuando te perciben diferente, hasta el punto de que, cuando te comparan con los otros, tienen que asumir que hay discrepancias insalvables, oposiciones cruciales, puntos de vista estratégicos irreconciliables, y, por lo tanto, es imposible no tener la necesidad de optar por uno u otro. No hay puntos medios.

 

 

Por eso la ruptura es necesaria, porque en este momento de la política, los más peligrosos son los indefinidos. Aquellos que creen que pueden surfear sobre las olas sin caerse, incluso, manteniendo la estética del hombre erguido y musculoso, pero que a la hora de la verdad,no pasan de ser versiones alucinantes de la mentira y la mediocridad. En este momento “o eres chica, o limonada”, y asumes el riesgo. Porque los agazapados, los que creen que pueden pescar en río revuelto, los imprecisos, creen que son lo que no son, y creen ver lo que no ven. Tal y como lo sentencia el ángel apocalíptico a la iglesia de Laodicea: “Conozco tus obras, que no eres ni frío ni caliente. Ojalá fueras frío o caliente, pero como eres tibio, ni frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca. Dices que eres rico, que tienes abundancia, que no te falta nada; y no te das cuenta de que eres desgraciado, miserable y pobre, ciego y desnudo”. (Ap. 3,15-16) ¡El ángel lo dijo todo!

 

 

Para hacer ruptura nos encontramos con una primera gran dificultad: la cultura rentística-familística-clientelar-particularista que define a los venezolanos. Con la costra nostra nadie quiere romper. Nadie quiere sacrificar un esquema de relaciones en el que obtiene reconocimiento y prebendas, y fuera del cual nada funciona con las reglas de la afiliación, que son las únicas que saben usar los venezolanos. En Venezuela “tú eres las relaciones que tienes”, y por lo tanto, la pregunta que siempre debe tener respuesta es dónde los conocidos que reparten poder, influencia y beneficios.

 

 

En Venezuela se ha practicado un estatismo socialista de compinches, donde todo el mundo se reconoce familísticamente, y la regla que no se puede romper es precisamente la que impone que nadie puede ir contra nadie hasta el punto de dejarlo fuera, porque así no se trata a la familia. Efectivamente hay peleas y contradicciones dentro del grupo, pero eso sí, que la sangre no llegue al río, “que no hayga peos”, porque de eso no se trata. En Venezuela la meritocracia que funciona es la del adulador, la del jalabolas, la del compinche, la del que mantiene la armonía del grupo, la del alcahueta y la del relativista moral. Porque ya ustedes saben, hay que doblarse para no partirse, y los malos y los corruptos son los otros, porque nuestra propia maldad y corrupción tiene que ocultarse bajo el velo de nuestra propia condescendencia. Vivimos bajo el argumento de los dos raseros.

 

 

El problema está es que desde el relativismo y la alcahuetería no se construyen repúblicas, ni se abunda en la modernidad, y tampoco se puede garantizar libertad y derechos. El familismo es saqueo con malas justificaciones. Es populismo depredador y sectario. Es la cultura de la injusticia y los déficits de criterio para valorar al ciudadano. Es la vivencia de la mordaza y la reducción a la servidumbre del bufón, que tiene que vivir en las márgenes de la lisonja y la zalamería. Y por supuesto, la demagógica apelación a la lástima, porque “pobrecito, él, que ha dejado el pellejo, merece nuestra consideración”, aunque sea mediocre, no haya hecho nada, sea un traidor, un corrupto o un indeseable.  En Venezuela el poder y el dinero son los grandes baremos de la más repugnante incondicionalidad, en relación de los cuales, está prohibido indagar, preguntar, razonar, considerar o valorar. Es un todo o nada tribal y fisiológico que deja al ciudadano desprevenido en la peor sumisión, y coloca a los liderazgos en la tentación de no romper, sino tratar de surfear las violentas olas del dejar hacer.

 

 

Porque si fuera más fácil no tendríamos la política que hoy nos pesa tanto sobre nuestras espaldas. Esa política es la representación más conspicua de lo que somos como sociedad, y de esa asfixia de inconformidad, tristeza y desolación que algunos ciudadanos tenemos. ¿Cómo es posible que dependamos del G4 y sus satélites? ¿Cómo es posible que tengamos tan mala calidad de dirigentes en una asamblea nacional que por eso mismo incumplió, se corrompió, e intentando ser gobierno interino, a través de su presidente, nos ha dado tantas razones para la vergüenza? ¿Cómo es posible que una semana tras otra debamos llevarnos las manos a la cabeza porque cuando no están negociando a espaldas del país están ocupados en sus propios asuntos, que nunca son los del país?

 

 

¿Cómo es posible que no exijamos responsabilidad sobre el tiempo derrochado, sobre los recursos recibidos, sobre una gestión tan permisiva? ¿Cómo es posible que nadie se pregunte cómo viven, de qué viven ellos y sus círculos de familiares y amigos? ¿Cómo es posible que aceptemos como buena la mentira, la tergiversación, el eufemismo y el vacío de sinceridad de este liderazgo? ¿Por qué no marcamos distancia de la futilidad, la improvisación y la falta de reflexión?

 

 

¿Cómo es posible que todavía hoy sean ellos los que nos dirigen sin que haya ocurrido rebelión, ruptura, corte radical y expulsión del juego? ¿Por qué seguimos creyendo en milagros súbitos, en “datos confidenciales” que se riegan por cadenas de whatsapp, en las mascaradas discursivas? ¿Por qué seguimos suplicando que haya unidad, como si la unidad exculpara de culpas o absolviera los déficit de carácter y compromiso de los defraudadores de nuestra confianza? ¿Cómo es posible que no vomitemos a los que firman hoy una cosa y mañana otra, a los que se bambolean en la ponchera de sus propios intereses, que antier se abrazaban, ayer endosaban y hoy dicen que se oponen?

 

 

¿Saben cual es el común denominador de todas las respuestas a esas preguntas? Que todos ellos cuentan con nuestra desmemoria, nuestra pertinaz indulgencia, nuestro arraigo caudillista, nuestra predisposición servil, y ese aturdimiento social que quiere forzar una relación carismática donde no hay esa energía extrema que pueda posibilitarlo. Ellos nos suponen erotizados, atolondrados y miserables. Ellos pretenden nuestra solidaridad automática, esa que nos hace comportar como familia mafiosa y no como republica liberal. Pero ¿somos eso que suponen y pretenden?

 

 

Romper es apostar a tres situaciones incómodas pero necesarias: A la soledad que se provoca cuando nos quedamos sin referentes; a la necesidad de comenzar de cero en la lucha por la liberación del país; y a la necesidad de replantearnos la cualidad que deberían tener los nuevos liderazgos, sin caer en la trama perversa de sustituir un caudillo por otro. Y todas estas decisiones suponen el dolor de la separación, del marcar distancia, de la reconstrucción del sistema de valores, y de la exigencia de responsabilidad y justicia.

 

 

O rompemos o estamos condenados. Porque estos políticos no son nuestros liberadores. Son nuestros carceleros. Se lucran de nuestra desdicha. Han convertido nuestro desierto en su empresa. Les interesa nuestra desmoralización para que no caigamos en cuenta de sus verdaderas intenciones. Sus programas son la continuación del saqueo estatista. Su discurso es la connivencia institucionalizada en un “gobierno de unidad y emergencia nacional”. Su práctica es la complicidad en competencia corrupta. Su mérito es el tiempo perdido y entregado como ofrenda al ecosistema de relaciones perversas a la cual pertenecen. Y nuestro aporte es, ya lo dijimos, la conmiseración con la que los tratamos. Pero romper ya va siendo cuestión de vida o muerte.

 

 

En este caso no vale hacer el intento de Abraham para salvar a las insalvables Sodoma y Gomorra. ¿Se puede salvar un sistema de relaciones perversas porque suponemos que hay un justo en medio de ellos? ¿Es que acaso “ese justo” no ha tenido tiempo para reflexionar, para apartarse, para denunciar la trama perversa, para pedir justicia y luchar por la libertad? ¿Es que acaso la omisión interesada, la permisividad agazapada, el colegiar la perversidad, no provoca responsabilidad? ¿Van a decir que no sabían nada? ¿Cuánto más debemos esperar por su conversión? ¿Cuánto más vamos a sostener una institucionalidad parlamentaria que se ha vuelto progresiva e irrevocablemente espuria? ¿Cuándo vamos a dar una lección de madurez y arrojo político que haga la diferencia? ¿Cuándo vamos a dejar de sentir la pajita para apreciar la viga que pesa sobre nuestro ojo y nos niega la visión de la realidad? ¿Cuándo vamos a dejar de castigar a los que tienen una mirada radical y crítica sobre nuestro proceso político?

 

 

No se avanza más porque hay un sistema de intereses creados en salvar el particularismo venezolano. Los caza rentas son variopintos, la renta que se percibe también. Algunos no quieren perder posición, otros no quieren enfrentarse al escrutinio de su grupo de amigos, otros no quieren perder su privilegiada capacidad de saqueo, otros no quieren perder la oportunidad de llegar al poder. Los intereses creados se encarnan en creencias y prácticas asociadas a la lealtad perruna y a la exclusión de los que piensan diferente.

 

 

No hay institución venezolana que no esté al menos rasguñada por la tentación mafiosa que pretende el unanimismo impracticable y una sumisión primitiva a la palabra y designios del grupo que toma las decisiones. Un particularista nunca hará justicia porque no cree en criterios de valoración universal. Un particularista nunca creará instituciones porque la abundancia institucional les resta poder y los pone en evidencia. Un particularista nunca será el heraldo de la libertad sino el reemplazo de la tribu con la que compite en la caza de la renta nacional, porque no tiene ética sino amigos, gente en la que puede confiar, y los otros, a los que desplazan.

 

 

Debo finalizar con lo que en 1969 escribió José Luis López Aranguren sobre la crisis moral, que a veces se confunde con una crisis política: “Es una crisis consistente en desmoralización. Desmoralización de los vencidos, originada en la impotencia, o en la conciencia -justa o errónea- de la impotencia. Desmoralización de los “vencedores” cuyo proyecto se limita, desde hace mucho tiempo, a la conservación a todo trance del poder. Y desmoralización de los ciudadanos, al margen de la política que, como masa neutra, apoya de modo pasivo a los detentadores del poder, porque solo están pensando en su propia condición de sobrevivientes”. Es una crisis moral que debemos atajar intentando la ruptura para la que tenemos muchas razones.

 

 

Víctor Maldonado C

@vjmc

El trabajo en socialismo es la servidumbre

Posted on: mayo 1st, 2020 by Laura Espinoza No Comments

Es inútil ir contra las efemérides. En la Venezuela del 2020 todavía el día del trabajador es feriado, y todos aprovechan la oportunidad para hacer loas al obrero y alabar el genio del trabajador. No deja de ser extraño que sea feriado el cuadragésimo octavo día de un encierro que amenaza con prolongarse más allá de la capacidad de resistencia de la mayoría de los ciudadanos. Un feriado sumergido en un detente de la vida que dice celebrar lo que casi ya no existe.

 

 

Los socialismos son especializados en el destruccionismo. Son el ejercicio contumaz de esa prepotencia que transforma a los políticos en planificadores centrales, o sea, en los que pretenden doblegar la compleja realidad, constituida por millones de interacciones entre millones de personas, para reducirla a una matriz de insumo-producto que quiere ser el alfa y omega de todas las cosas. Pero no solo quieren determinar la realidad a sus cálculos sobre la felicidad y la justicia. También quieren ser los propietarios de todos y también de sus propiedades. Los socialistas, prevalidos de la fuerza ejercida con rasgos psicopáticos, te proponen una oferta que no puedes rechazar: cambiar tus grados de libertad por servidumbre “benevolente”, administrada por un estado todopoderoso que, sin embargo, solo te plantea como alternativa la muerte si es que se te ocurre intentar la disidencia. ¿Cómo alguien puede pensar que ocurra el trabajo como hecho social en un ambiente determinado por el exterminio de la libertad?

 

 

El sistema de mercado es, al igual que el Estado, un método para coordinar y controlar el comportamiento de la gente, mediante interacciones favorables cuyo mediador universal es el dinero. Ud. solicita un servicio, lo paga y a cambio, lo recibe. El estado socialista se lo devora para quedar como la opción totalitaria. Por eso en los socialismos el dinero deja de tener valor y los mecanismos de intercambio son penalizados.

 

 

Un sistema de mercado existe cuando los mercados proliferan y se interrelacionan unos con otros de una manera muy peculiar. Este orden peculiar, cuando se logra, tiene el objetivo de organizar y coordinar buena parte de las actividades de una sociedad, mediante las interacciones mutuas de los compradores y vendedores. La señal de lo valioso no es un decreto, ni una ideología. Es el precio que se transa. Obviamente, detrás de millones de transacciones ocurre el milagro del capital, resultado del trabajo continuo y sistemático y de la inversión productiva. Detrás de los bienes y servicios que se ofrecen en el sistema de mercado está el mercado laboral, donde se ofrecen y se demandan talentos que se transan por un precio que se llama salario. Sin sistema de mercado no hay posibilidad de imaginarnos un mercado de trabajo, solo desempleo, informalidad, grandes grupos de ciudadanos que son perdedores netos y un sistema de servidumbre que se ceba en la necesidad de sobrevivir que tienen los seres humanos.

 

 

La planificación central con toda esa parafernalia de proclamas, decretos y propaganda, que son la negación forzada de una lógica masiva que quiere ser la intérprete irrevocable de todas las expectativas sociales. Como no puede, le toca aplicar la simplificación autoritaria: salario mínimo, bolsas CLAP, cadenas nacionales de radio y televisión, censura generalizada y morral tricolor. Los ciudadanos quedan reducidos a categorías operacionalizables y a condiciones mínimas de supervivencia.

 

 

Un sistema de órdenes centralizado no es capaz de superar la eficacia de las interacciones mutuas, en forma de transacciones. Un ejemplo notable es la comparación imposible entre la telefonía estatal (que no existe) y la competencia privada (que tampoco existe al estar regulada y controladas sus tarifas). Porque solo mediante este sistema global de transacciones, propia del sistema de mercado, se puede lograr una asignación eficiente de las tareas, habida cuenta de que es una sociedad entera la que debe coordinarse, y es necesario obtener el fruto de muchas – casi infinitas – tareas diferentes.

 

 

Sin un sistema de mercado complejo, no hay trabajo. Porque el trabajo es la forma del hacer posible la satisfacción de la oferta y de la demanda. Si esa lógica resulta obstaculizada hasta casi exterminarla, desaparecen las empresas y con ella desaparecen los empleos, los bienes y los servicios, se produce escasez e inflación, y al final nos conseguimos con que “solo tenemos patria”. O sea, ese socialismo tóxico que le importa poco inmolarnos a todos para ellos preservarse en el poder y seguir saqueando nuestro presente y nuestro futuro.

 

 

Entonces ¿Qué es lo que estamos celebrando hoy? ¿En serio somos capaces de hacer loas al trabajo que no existe, al sistema de mercado aplastado por el destruccionismo socialista, a la falta de un mercado robusto que demande talento para resolver problemas? ¿En serio hay algo que celebrar? ¿En serio tenemos que acompañar la solicitud de reivindicaciones imposibles de pedir a un régimen que supuestamente desconocemos por usurpador?  Un país sin economía, sin sistema de mercado, sin mercado laboral, no debería hacer de este día nada diferente a un silencio luctuoso.

 

 

Por eso mi llamado a que conquistemos el primer bastión de la liberación, que no es otro que el sentido de realidad. Si no sabemos qué vivimos, cuáles son sus causas y sus terribles consecuencias, nunca podremos descifrar el laberinto en el que parecemos irremisiblemente perdidos. El rechazar una efeméride irrelevante podría ser el primer paso.

 

 

Caracas, 1 de mayo de 2020

Victor Maldonado C 

victor.maldonadoc@hushmail.com

@vjmc

 

En casa dividida lo seguro es la ruina

Posted on: abril 19th, 2020 by Laura Espinoza No Comments

 

 

Fernando VII, el rey borbón de principios del siglo XIX nunca la tuvo fácil. Tal vez cosas de la época, de su propia personalidad y la de su padre Carlos IV. No hubo entre ellos una sucesión natural, esa que ocurre al morir el rey y le sucede su hijo, sino que ocurrieron conjuras, abdicaciones, rendiciones, perdones exigidos y obligados por las circunstancias, y de paso la circunstancia más turbulenta de ese siglo en toda Europa: la presencia invasora de las fuerzas de Napoleón Bonaparte, quien toma España, aprovechando la debilidad de una dinastía víctima de contradicciones endogámicas y de la debilidad de carácter de quienes querían reinar, pero no gobernar.

 

 

No debe haber sido fácil para los súbditos españoles de aquel entonces ver como en una ciudad francesa, Bayona, ocurrieron en un solo día (el 7 de mayo de 1808) las abdicaciones seriales de Carlos IV y su hijo Fernando VII a favor del emperador de los franceses, que gobernó por intermedio de su hermano hasta marzo de 1814. Obviamente los hechos políticos no ocurren de súbito. Antecedentes, procesos, cálculos estratégicos, delaciones, traiciones y la mirada aterrada ante el prestigio del más importante general de la época, probablemente se confabularon para provocar este interregno que interrumpió la placidez del dominio imperial sobre las américas que había durado más de trescientos años. En política, los espacios de debilidad son tomados por la fuerza por quienes exhiben mayor capacidad de dominio.

 

 

Los vacíos de poder se llenan.

 

 

Los españoles nunca reconocieron al usurpador. Pepe Botella, así apodado, se vio rápidamente competido en términos de legitimación y legitimidad por una sucesión de cuerpos colectivos que se decían representantes de los derechos del rey Fernando VII, cautivo en Francia. Las más representativas fueron el Consejo de Regencia y las Cortes de Cádiz, que se instalan entre enero y septiembre de 1810, siempre con el asedio de las contradicciones internas y la persecución del ejército invasor.

 

 

Para la época Caracas era una ciudad de unas cuarenta mil almas. Las noticias no llegaban tan rápido, pero poco a poco fue siendo evidente que algo estaba pasando en la metrópoli. Los mantuanos tenían años inquietos. La conspiración fallida de 1808 ya dejó entrever la confusa posición en la que se mantenían. Todos, por supuesto, juraban a viva voz, lealtad a su rey, de quienes querían ser los protectores de sus derechos dinásticos, pero todos tenían otras pretensiones. Francisco de Miranda se había convertido en un gran instigador, cuyas cartas caían en saco roto porque todavía en aquella época pesaban mucho las diferencias entre los grupos sociales, y los mantuanos no iban a endosar sus proyectos a alguien que no fuera uno de ellos. Había mucho ruido y a la vez mucha sordina, pero de alguna manera se intuía que los franceses seguían avanzando hasta cercar cualquier iniciativa que le significara competencia.

 

 

La mentira nunca es secreta.

 

 

Vicente de Emparan y Orbe, a la sazón gobernador y capitán general de la provincia de Venezuela trataba de morigerar la situación. Sabía de la inquietud conspirativa de los principales de la ciudad. El 2 de abril fue delatada la conspiración de la Casa de la Misericordia, pero el gobernador, por lo visto muy seguro de si mismo, mandó a confinar en sus haciendas a los involucrados, entre los que estaban los hermanos Bolívar. “No pasa nada en España. Aunque no he recibido noticia alguna en los últimos dos meses, no tenemos por qué asumir lo peor”. Y así lo mandó a reproducir en la Gaceta de Caracas del 13 de abril. Pero al día siguiente llegó a Puerto Cabello un buque español con noticias contrarias. Sevilla fue tomada por los franceses, la Junta Suprema de España fue disuelta y se ha creado un nuevo Consejo de Regencia.

 

 

También llegaron a Caracas tres heraldos de ese consejo de regencia con copia de una alocución que ese cuerpo había dirigido a los españoles de américa en ocasión de la convocatoria de las Cortes de Cádiz: “Desde este momento os veis elevados a la dignidad de hombres libres… vuestros destinos están en vuestras manos”. Emparan seguía jugando al secretismo. Dijo que había recibido información muy importante de España, pero no soltó prenda. Sin embargo, fue inútil. A partir del 18 de abril todo fueron reuniones para planificar la constitución de una Junta en Caracas. Al día siguiente era jueves santo, día idóneo porque el Capitán General tenía que ir junto con el Cabildo Municipal a la Catedral. No había arzobispo en la ciudad desde la muerte de Francisco de Ibarra. Así es el destino, porque esa circunstancia permitía un mayor protagonismo a los cuadro intermedios, como el canónigo de la catedral caraqueña José Cortés de Madariaga. Otro sacerdote ganado para la causa era Francisco José Rivas, hermano de un agitador de calle llamado José Félix.

 

 

Camarón que se duerme…

 

 

Emparan nunca se lo creyó. Más bien parecía tranquilo. Y mira que le llegaban evidencias sobre la actitud revolucionaria de los mantuanos en coalición con los pardos. Pocos españoles seguían siendo leales a la instituciones tradicionales de la corona, mientras que la mayoría estaban maniobrando la situación para asumir el poder, y quien sabe, lograr la independencia. Para ello, lo primero era implantar otra referencia para la cual sobraban los gobernadores y capitanes generales. El 19 de abril todo estaba cocinado. La revolución había tomado un curso irreversible con el que obviamente no podía tener nada que ver quien había sido designado por el rey para gobernar en su nombre. No valieron argumentos. Emparan se retira al ver inútil mayores esfuerzos, pero en el camino aprecia a una ciudad amotinada, y lo que resultó peor, unas fuerzas militares en franca rebelión. Solo le quedaba su auctóritas y la apelación a la ciudad. ¿Quieren que siga mandando? El canónigo sirvió de guionista para un no rotundo que, sin embargo, tuvo su momento de vacilación. Todos sabían que estaban deponiendo al rey aun cuando decían que iban a proteger sus derechos.

 

 

En el acta que se redactó el mismo día consta la impronta revolucionaria: el gobernador y capitán general, el intendente del Ejército y Real Hacienda, el subinspector de artillería y el auditor de Guerra, así como la Real Audiencia, quedaban privados de mando que ejercían, a la vez que se suprimían todas esas instituciones. Como siempre, el pueblo inconsciente de sus propios haceres, ante la lectura pública del documento, gritaron “Viva nuestro Rey Fernando VII, nuevo Gobierno, Muy Ilustre Ayuntamiento y Diputados del pueblo que representan”.  Ese era el grito, sin embargo, poco a poco los revolucionarios comenzaron a cantar otras estrofas invitando a que todo el continente siguiera el ejemplo que Caracas dio. Obviamente este solo era la parte inicial de un principio que a la larga resultó borrascoso.

 

 

Epílogo o moraleja.

 

 

Hace doscientos diez años ocurrieron cosas importantes. Luego de trescientos años de dominación la metrópoli lucía exhausta, carente de hombres de estado y víctima de las propias contradicciones de una dinastía que sufría los efectos de su propia degradación. La virtud de aquellos venezolanos fue ver la oportunidad y tomarla a pesar de todos los riesgos que ello significaba, y que al final los arrasó también a ellos.

 

 

Coincido con Mariano Picón Salas cuando señala que “hubo en ese momento del siglo XIX un potente núcleo de suramericanos que contra todo designio pusieron cerebro y corazón animoso para que empezásemos a ser dueños de nuestro propio destino nacional. Pero esa lucha no se cerró en Ayacucho; es proeza que revive contra peligros y armas distintas en cada generación”.

 

 

Doscientos diez años después los venezolanos vivimos un momento muy oscuro. Nuestros héroes han sido convertidos en fetiches del mal, invocaciones satánicas que se nos imponen para reducirnos a esta servidumbre tan brutal. Nuestros himnos son ahora un canto contrario a lo que alguna vez significaron. Nuestros panteones han sido profanados y nuestra historia tergiversada. Por eso vale la pena hacer homenaje a ese momento y a esa sensación de atrevimiento, ruptura, desafío y coraje que esa generación de venezolanos nos dejó como legado.

 

 

Nuestro país no comenzó con Chávez, ni la historia contada por el socialismo del siglo XXI tiene que ver con lo que ocurrió en realidad. Por eso, el 19 de abril deber servirnos a todos para abrir de nuevo un libro y con la curiosidad del caso volvernos a reencontrar con lo que realmente ocurrió, cuando la palabra libertad comenzó a balbucearse con totas las imperfecciones del primer aprendizaje hasta llegar a ser lo que es hoy, de nuevo una aspiración que inspira porque nos sabemos ajenos a ella, y porque tenemos claro que su reivindicación será el objetivo de nuestras próximas batallas.

 

 

@vjmc

 

Nuestro camino es la cruz

Posted on: abril 10th, 2020 by Laura Espinoza No Comments

 

 

La oración en el silencio de la noche

 

 

Todo silencio, todo vacío. La ciudad está desolada. O al menos eso parece desde la imaginación insomne. Cualquiera diría que las ciudades están tristes cuando carecen de esa algarabía que siempre se oye al fondo. En nuestro caso este silencio denota la tristeza que es la acumulación de la desesperanza que todos cargamos encima y que, sin embargo, no nos quita capacidad de lucha y de mantener el esfuerzo de soñar un país mejor. En este afán hemos envejecido todos, incluso los más jóvenes que han debido asumir una madurez que todavía les falta para encarar desde su arrojo esta maldición que significa vivir al día, sin saber a dónde nos lleva este mar grotesco y arbitrario en el que se nos ha convertido el país. Somos la paradoja de saber cómo estamos y a pesar de eso, no resignarnos. El mal totalitario parece regir entre la persecución a la libertad, la dispersión de los ciudadanos, el exterminio de cualquier recurso que rinda tributo a la vida y la exhibición morbosa, por parte de ellos, de una forma de vida donde todo es tentación y excesos.

 

 

El demonio es exterminio, tentación y cínica indiferencia. Tienta con el dinero fácil mientras concede a cambio el infeliz atributo de la indolencia que mata la conciencia. Ellos padecen otro silencio más demoníaco, nada escuchan, ni el reclamo por justicia, ni los gritos que imploran ayuda, ni la tragedia del hambre, la desesperación o la muerte. El silencio de ellos es la única contraprestación que reciben por estar al servicio de la destrucción. Ese dinero robado, el saqueo de los recursos del país, la delación interesada, la tortura, el manoseo de la justicia, el placer extremo, el descontrol de los instintos, todos esos excesos son de ellos, tanto como el hambre del niño que esta noche no puede comer, de la viejita que se deshace entre la soledad y la incomprensión de lo que está ocurriendo, y de todos aquellos que sienten miedo. Ese dinero transformado en placer y en dolor, en goce y en restricción, en desvarío y en tristeza, en algarabía narcisista y en la quietud del hambre, sed y soledad, todas estas contradicciones y dicotomías son los extremos de un mismo camino y la ruta de un mismo caminante, que es perverso y depredador. La ciudad silenciosa vela y pide que Dios aparte de su boca ese cáliz lleno amargura. La ciudad está también triste hasta la muerte, se sabe rodeada de lobos hambrientos. ¿Quisimos pasar por esto? ¿Hicimos caso omiso de las señales que nos indicaban que esto era lo que venía? ¿Abrimos el redil a los falsos pastores? Todo estaba escrito. La noche, su silenciosa tristeza, evoca un insoportable vacío de Dios. Los falsos pastores nos lo han arrebatado.

 

 

Condenados a muerte

 

 

Un país sin derechos tampoco puede respetar la dignidad de la vida. ¿En qué momento fuimos condenados a esta muerte por sorteo? ¿Cuál fue la decisión originaria, el momento raíz que desató todo el caos que ahora vivimos con angustia? ¿En qué sitio se perdió la compasión por el daño abstracto, ese que no nos toca aun, ese mal que afecta al otro lejano de nosotros y que, sin embargo, también es venezolano? ¿Cuándo nos dejó de importar la suerte de los que se fueron cruzando los dedos, esperando que nada pudiera ser peor que un país sin ley, sin economía, sin moneda, sin trabajo, sin alimentos, sin luz, sin agua, sin seguridad, sin telecomunicaciones, sin señales de cambio? ¿Cuándo a los que se fueron les dejó de importar el trajinar de los que se quedaban atrás, con la mirada perdida en un horizonte irreplicable, replanteándose la vida, ahora mas precaria, con más soledad y con menos oportunidades? ¿Cuándo dejó de importarnos el niño que se vio abandonado por la fuerza de las circunstancias, porque sus padres se fueron con la promesa de mandar para una comida que ahora falta en la mesa, y que se suma a la escasez de abrazos, la carencia de afectos, y a la nostalgia creciente porque la promesa no fue el desamparo sino el estar juntos para afrontar una vida que no es promesa sino sentencia? La pandemia es solamente la última línea de una condena certera en un país desvencijado, descoyuntado, con ciudadanos transformados en rehenes y siervos descartables. Reos somos de muerte, aun siendo culpables, porque el mal tan afianzado ya no es capaz de discriminar. El niño mira desde su rincón y llora la falta de sueños a la que ha sido condenado.

 

 

La cruz a cuestas

 

 

Desde la noche que transcurre insomne ratifico el pacto con mi propio silencio. Mantener, en la medida de lo posible, una ficción de normalidad cuando todo es ambiguo, turbulento e inexplicable. No es una noche agónica. Esa es precisamente la tragedia. Nada transcurre. Todo está detenido mientras avanza esa nebulosa falta de certezas para la cual no hay preguntas, mucho menos respuestas. El peso es infinito y a la vez liviano. Se debe cargar, pero no se puede soportar sobre los hombros. Todo consiste en eso, en seguir adelante sabiendo que la cuesta es interminable y que, si acaso tiene fin, ella concluye en el mismo Gólgota de incomprensiones. En eso consiste el peso, en la imposibilidad de cálculo, en la negra noche que lo cubre todo, incluso la capacidad para imaginar el futuro. Y, sin embargo, no tengo una convicción más firme que seguir avanzando con serenidad en la ruta que me toca, como si nada estuviera ocurriendo, como si la cruz no fuera tal.

 

 

La noche acompaña todas las cavilaciones que vienen en tropel cuando ni siquiera estamos preparados para las preguntas cuyas respuestas sabemos y no sabemos. ¿Esto pasará? ¡Todo pasa! ¿Sobreviviremos a esta época y lucharemos porque la otra que venga aplaste el mal que hoy nos somete? ¡El mal es esquivo e impreciso! ¿Y mientras tanto, qué pasará con mi vida, mis afectos, mis proyectos, mi futuro? La única respuesta es esta cruz que pesa y no pesa, que cargo y no cargo, que tiene ruta y que no tiene sendero, y que siempre culmina en el Gólgota. Preocúpate por la cruz de hoy, por la que sientes esta noche, por la que acompaña tus silencios. Reza y pide a Dios que te de fuerzas para seguir adelante. Y pídele que te deje dormir,  que los sueños sean benignos y te dejen imaginar la libertad que entre tanta oscuridad todos hemos perdido.

 

 

Todos tenemos una primera caída.

 

 

Cargo mi cruz, pero me siento agobiado. ¿Y si huyo de todo esto y me salvo yo? ¿Y si me entrego definitivamente al mal que vive tan bien? Allí están ellos, los que tienen el látigo en la mano y no son nunca la espalda que maltratan. Cerca está el que reparte y se queda con la mejor parte. El que tiene acceso a gasolina, divisas, alimentos, carro, mujeres lindas y paseos a Los Roques. En la esquina, al comenzar la dura cuesta, sonríen porque se sienten más allá de cualquier alcance. Ellos son la revolución impune, la que gana con nuestra perdición. La que todavía se ríe, canta y goza. Ellos si tienen futuro. Yo solamente tengo este madero que me pesa tanto y me hace tropezar. Ellos son ese traspiés que ahora yo quiero con demencia febril. ¿Y si lanzo lejos esta cruz tan pesada y me abrazo a sus pies, juro lealtad y agarro la vara con la que me amenazan para ser yo el que golpee a los demás? Me pesa la tentación más que la cruz misma, y caigo. Desearlo es solamente el principio. ¿Y por qué no? ¿Por qué ser yo el perdedor si puedo hacer que sean los demás los perdidos? Mi hijo me saca de mis delirios. Me dice ¡Vamos, yo te acompaño! Me levanto y sigo adelante, con la cruz a cuestas, comprometido con la ruta, agradeciendo el susurro de Dios que me salva del desvío.

 

El cuarto mandamiento.

 

 

Ser viejo no significa que seas descartable. Este camino está empedrado con falsos dilemas. En el camino de mi propio calvario me consigo con algo extraño. Mi madre es la que llora por mí. Debería ser lo contrario, pero ¿quién decide la vida y la muerte de los demás? ¿Quién es capaz de condenar a la muerte al otro? ¿Quién toma la determinación de que son ellos, padres y abuelos, los que no tienen otro derecho que su propia suerte al momento de sobrevivir a la enfermedad? ¿El que tiene esa potestad lo haría con su madre, su tío, su abuelo, su padre, su hermano mayor?  ¿Quién te confirió juez y señor hasta hacerte repugnante al “no matarás”?

 

 

Esta cultura del descarte de los que sirven menos ha construido una ciudad donde en cada esquina huele al acre abandono llevado hasta sus últimas consecuencias. Honrar es ahora una liturgia de las distancias. La vida se ha convertido en esa pantalla que luce tantas veces como un escudo que nos protege de la realidad. Hoy condenamos a muerte a los débiles, a los que no se pueden defender, y con eso relativizamos derechos que para nosotros son inalienables e imprescriptibles, pero que para los demás son condicionales porque los hacemos depender de nuestra propia conveniencia. Mientras tanto, mi cruz se ve confortada porque allí está ella, velando mi paso, honrando esa vieja promesa del amor incondicional que con tanta facilidad apartamos ahora. Yo sigo de largo.  Señor, danos una buena vida y muerte apacible. Que no sea yo el que descarte ni mucho menos el descartado. Que al momento de la despedida final pueda estar acompañado y que no sea el abandono el único compañero.

 

 

¡Ayúdame!

 

 

Me pesa tanto que no voy a poder llegar. Esta noche de oscuridad absoluta me siento más débil y frágil que nunca. Solos no podemos. No hay forma de seguir erguido, con este peso, recorriendo un camino tan tortuoso. ¡Ayúdame por favor y hazme justicia! ¡Ayúdame y déjame coger un respiro! ¡Regálame al menos un minuto de descanso! Otórgame un halo de esperanza, ven y lucha conmigo. Rescátame para que mi carga sea más llevadera. No quiero que entiendas mal. No quiero que lleves mi cruz. No quiero cargarte con ella. Solo quiero que el peso se alivie, quiero que tú hagas el camino, y me alejes de la cima del monte donde el mal quiere verme crucificado. Al final llegaré allá, encontraré mi camino y cumpliré la voluntad de Dios. Lo haré con dignidad y en su momento. Pero ahora apiádate de mí, préstame tus manos, confíame tus hombros, dame tu fuerza, y tal vez juntos seamos capaces de replantear nuestro destino. Ayúdame porque solo no puedo.

 

 

La oscuridad ya no me deja ver.

 

 

Ten compasión y déjame ver. Ven y limpia mi rostro de tanta penumbra. Quiero poder saber en qué consiste esta trama que el mal ha hilvanado con tanta paciencia. El engaño original, los pactos fraudulentos, las promesas incumplidas, la perversidad del que te ha mentido, el uso de la fuerza para aplastarte, el miedo para inmovilizarte, el hambre para que no tengamos fuerza, la separación para que perdamos de vista las razones por las cuales seguir luchando, la muerte exhibida en toda su atrocidad para saquearnos el pudor. El olvido y la indiferencia como una epidemia que nos permite el abandono sin arrepentimientos. Lávame el rostro y déjame ver con claridad lo que es malo, lo que es bueno, lo que se puede perdonar, lo que no podemos olvidar y los hechos que debemos administrar con justicia. Lávame el rostro y déjame ver cual es el camino y cual es la perdición.

 

 

No llores por mí. Compadécete de tu propia suerte.

 

 

Ya es tarde para resolver lo que está a punto de consumarse. Me verás caer mil veces más. Verás cómo se juegan la suerte para disputarse lo que yo valoro, mi libertad y un ambiente de justicia y memoria que no pierda de vista la iniquidad. Verás cuando los malos se disfracen de apropiados para seguir gobernando. Tendrás que soportar la sorna y la bajeza. Te quitarán lo tuyo cuando ya no tengan nada más que arrebatarme. Y serás testigo silente, ¿e indiferente?, de mi muerte, de muchas muertes, de las que son abandono, apatía, las que se provocan cuando insistes en voltear la mirada, cuando aplaudes las falsas victorias, cuando te abandonas a la comodidad de tu propia cobardía y cedes, concedes y te dispones a convivir con el mal que te aplasta. No llores por mí porque es cuestión de tiempo que seas tú el que se transforme en víctima. No llores por mí, porque estoy a pasos de ser un todo consumado, una cabeza caída en sus hombros, muerta, irreversiblemente muerta. Llora por ti, por tu absurda ceguera.

 

 

Volvemos al mismo silencio de la noche.

 

 

La ciudad continúa oscura y taciturna. Pero todos nos sabemos insomnes y víctimas de las mismas preguntas que no queremos hacernos, y de esas respuestas que no queremos darnos. La ciudad confunde. Silencio no es sosiego. Es grito de desolación, porque la muerte no claudica, el hambre no espera, la enfermedad no cesa, la desesperación no se atenúa. ¿Dónde esta el Dios compasivo que en esta noche parece tan distante? ¿Por qué nos sentimos tan abandonados, tan yermos? Son preguntas que evaden, son falsas interrogantes que nos quiere colocar en un umbral de comodidad que no merecemos. No es Dios el que está fallando. Somos nosotros los que estamos lejos y por lo tanto no alcanzamos a ver.

 

 

La vida se aprecia en perspectiva o no se ve bien. Llegar hasta aquí es una demostración de fortaleza indómita. Llegar sin haber caído en la tentación del extravío o de la entrega al mal, es la demostración de que Dios ha permitido que nos mantengamos invictos. Dios susurra en nuestras mentes y corazones, mientras habla con el ejemplo de los que nos rodean. Se expresa en el coraje del que no se inclina ante el mal a pesar de los costos. Te hace ver que está allí, en el padre que no abandona a sus hijos a pesar del hambre. Y de los hijos que no dejan morir a sus padres en soledad y desprecio. En los médicos que arriesgan su vida para salvar a otros. En los que comparten su pan, aunque sea escaso. Y en los políticos que no ceden, ni transan, ni se callan. La noche no puede ocultar una ciudad que nos da lecciones.

 

 

Dios está allí, en el camino de nuestras dudas que milagrosamente se transforman en certezas. Está en nuestras caídas y en nuestras ganas de levantarnos. En nuestra mirada compasiva tanto como en nuestra santa indignación cuando pedimos que el cielo nos conceda justicia. Se refleja en la verdad, y en el testimonio que se da a favor de la verdad. Dios está en nuestro coraje cotidiano, cuando no nos reducimos al silencio, cuando el insomnio no nos impide deliberar y rezar.  Dios está en los exhortos de Juan Pablo II, que nos precedió en la experiencia del comunismo, y que nos pide que no caigamos víctimas del miedo porque “el miedo es el primer aliado de los enemigos de la causa. Obligar a callar mediante el miedo, eso es lo primero en la estrategia de los impíos. El terror que se utiliza en toda dictadura está calculado sobre el mismo miedo que tuvieron los Apóstoles. Cristo no se dejó aterrorizar por los hombres. Saliendo al encuentro de la turba, dijo con valentía: Soy yo”. Dios está en la pregunta que resuena como un trueno en la noche oscura que nos impugna ¿Y tú? ¿Y yo?

 

 

¿Dónde está Dios? En nuestro compromiso con la verdad, en nuestras ganas de proclamarla, aunque sea una verdad dura, complicada, problemática, tajante, peligrosa. Proclamar la verdad sin oportunismos, sin edulcorarla, sin la falsa apariencia de la diplomacia.  Juan Pablo II, que como nosotros hoy, vivió alguna vez la maraña totalitaria, el mal exterminador en todo su apogeo, nos impugna y nos empuja a “dar testimonio de la verdad, aun al precio de ser perseguido, a costa incluso de la sangre, como hizo Cristo mismo…” Esa es nuestra cruz esencial y la presencia de Dios en medio de nosotros, si algo hay que hacer, si en la noche oscura te preguntas ¿cuál es la propuesta? ¿qué puedo hacer yo? La respuesta es sencilla: Proclama la verdad, no le hagas concesiones al miedo, esgrime la verdad y lucha porque sea la verdad la que se imponga, porque solo un estrecho compromiso con la verdad nos hará libres.

 

 

¡Que la presencia de Dios nos de la fuerza para seguir adelante!

 

Jueves Santo, 09 de Abril del 2020

 

 

Víctor Maldonado C

@vjmc

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La fuerza demoledora de la realidad

Posted on: marzo 22nd, 2020 by Laura Espinoza No Comments

 

 

¿Qué es la realidad? La realidad es la verdad, el espacio de la experiencia donde todo se pone a prueba, los planes, las promesas, la fidelidad y la esencia de las personas. En este plano de la experiencia vital lo que es, es. Y llegado el momento, la realidad pasa factura. Como lo advierte la fábula de la cigarra y la hormiga, si no te preparas apropiadamente para los ciclos cambiantes de la vida, más temprano que tarde caerás en las redes de tu propia desgracia. Porque las desgracias de las gentes son, en buena parte, labradas a cincel por las malas decisiones, las propias, y las que permitimos a los demás. Esa también es la enseñanza de los sueños de Faraón que se nos narra en el capítulo 41 del Génesis. Las siete vacas flacas que devoran a las gordas, o las siete espigas secas y maltratadas que acaban con las espigas hermosas y granadas, indican que a los períodos de abundancia siguen los de escasez, y que cualquier gobierno sensato administra los buenos tiempos para encarar los peores, que siempre van a venir, siempre. Por eso, la irreflexividad de la cigarra es inaceptable y no sujeta a la compasión de la laboriosa hormiga.

 

 

Es precisamente lo que expresa el hexagrama 41 del I Ching: SUN / La merma. La reflexión asociada a este hexagrama anuncia que “El aumento y la merma llegan cada cual a su tiempo”. No asumirlo es de estúpidos. No es cuestión de deseos sino de la forma como las civilizaciones han abierto surcos para que el progreso sea estable y la sobrevivencia no sea un dilema crucial que se presenta cada cierto tiempo. “Es cuestión entonces de adaptarse al momento, sin pretender encubrir la pobreza mediante una huera apariencia. En los momentos de merma, la sencillez es precisamente lo indicado, lo que confiere fuerza interior gracias a la cual podrá uno volver a emprender algo”. Solo así se logrará transitar el ciclo infinito de las mutaciones, porque si de algo podemos estar seguros es que la vida está llena de experiencias indeseables. Solo los más fuertes, los que se preparan mejor, los que tienen el carácter apropiado tendrán la posibilidad de afrontarlas con éxito.

 

 

Por eso el capitalismo es infinitamente superior al saqueo socialista. Porque el trabajo incesante y pertinaz, continuo y sistemático, es el que permite la acumulación que al final hace la diferencia entre la posibilidad de sobrevivir o darnos cuenta de lo irrecuperable que resulta el tiempo perdido. La esencia del buen gobierno es precisamente la previsión. Insisto, los buenos tiempos son oportunidades valiosas que debemos aprovechar “para cuando llegue el invierno”.

 

 

Pero los socialismos “viven la vida loca” del saqueo y la mentira. Un experimento social tras otro, violando todas y cada una de las reglas de la realidad hasta terminar siendo los gestores del exterminio de ciudadanos sometidos a la más brutal servidumbre. Es el desgraciado caso que ahora vivimos los venezolanos, con un país devastado, arruinado, sin reservas, sin capacidad productiva, “somalizado” territorialmente y exprimido hasta los tuétanos por quienes no tienen ningún compromiso con eso que se llama gobierno. Podríamos hacer el inventario de sinsentidos que a lo largo de dos décadas ha propuesto el chavismo. Todas ellas con la única excusa de favorecer la insurgencia del “hombre nuevo” cuya máxima felicidad consiste en consumir lo que antes no ha producido. Una experiencia de repartición que tiene un error de origen insalvable: si no produces primero, no tienes como repartir nada, solo el vacío, solamente la nada.

 

Ludwig von Mises comienza el prefacio de su libro Gobierno Omnipotente planteando un dilema siempre presente entre las ideologías políticas. Dice que al tratar los problemas de la sociedad y de la economía no hay otro punto más relevante que el siguiente: si las medidas propuestas son adecuadas realmente para producir el efecto que buscan sus autores, o si darán como resultado un estado de cosas que es aun más indeseable que el anterior que se tenía intención de cambiar. ¿Ustedes qué opinan? ¿Estamos mejor que antes? Porque esta etapa terrible comenzó con la crítica feroz a la cuarta república, a su corrupción supuesta, el cerco a “la moribunda constitución”, el abatimiento a todas sus instituciones, el asedio al mercado, la defenestración de los derechos de propiedad, la persecución de la libre empresa, la sustitución del mérito profesional por la lealtad perruna revolucionaria, el desguace de la empresa petrolera, la repartición indebida y criminal de los recursos del país entre los amigotes de la revolución, y el creer que la propia burbuja donde sobrevive la nomenklatura revolucionaria era suficiente barrera para mantenerse protegidos de la indignación de la gente y del rechazo del mundo civilizado. Vuelvo a preguntar: ¿Estamos mejor que cualquier antes imaginable?

 

 

Mientras escribo este artículo me consigo con un tuit de Alberto Ray (@seguritips) que lo resume todo: “La economía criminal no cree en el ahorro. Todo lo que gana lo gasta. Es un modelo oportunista y una vez que agota una fuente de recursos se muda a otra más rentable. El problema es que con el virus se cierran las opciones y quienes se alimentan del delito comienzan a desesperar”. Ese es el código moral de los depredadores. Es la norma del socialismo del siglo XXI, que solo se sostiene mientras las condiciones no mutan catastróficamente. Es el caso de la pandemia que nos agobia en este fatídico 2020. Ahora se muestran total e indefectiblemente desnudos de posibilidades. Ni siquiera tienen excusas para un desempeño tan precario, tan infortunado.

 

 

Porque el régimen que se ufanaba de la soberanía agroalimentaria no tiene reservas de alimentos. El que decía que ahora el petróleo es del pueblo se encuentra sin reservas de gasolina. El que dijo que iba a hacer realidad la revolución de la salud no tiene un solo hospital bien equipado para hacer frente a la emergencia. El que proclamó una y mil veces que tenía resuelta la emergencia eléctrica ahora no puede controlar los apagones seriales que afectan a todo el país. El que proclamó que tenía satélites para dar el gran salto en telecomunicaciones exhibe un desempeño desastroso en internet, telefonía y banda ancha. Tampoco hay como abastecer de agua a las ciudades, ni se le garantiza a los venezolanos seguridad, justicia, debido proceso y algún tipo de libertad. Y toda esta debacle está siendo escrutada desde “una cuarentena social” que no le hace concesiones a la verdad. El socialismo es un inmenso fraude. Un desastre apoteósico. Es la ruina perfecta. El saqueo llevado hasta sus últimas consecuencias.

 

Porque la realidad es demoledora. Todo el monumento de mentiras y propaganda se hunde ominosamente cuando usted busca gasolina y no la consigue. Cuando busca efectivo y no lo encuentra. Cuando sufre de apagones y racionamiento inhumano del agua. Cuando está enfermo y se siente totalmente desvalido. Cuando sufre censura, represión y arbitrariedad. Cuando aprecia que el país está inerme, dejado a su suerte, víctima indefensa de cualquier enfermedad, sin poder obtener atención, medicinas o curación. Sin empleos ni oportunidades de sobrevivir, sin poder pensar en un largo plazo que vaya más allá del próximo mes. Con esta forma de contactar con la realidad tan demoledora nadie va a creer en los efectos taumatúrgicos de una ideología inservible para la prosperidad y la buena vida.

 

 

El socialismo del siglo XXI es la demostración perfecta de que, sin emprendimiento privado, sin libre mercado, sin respeto a los derechos de propiedad, sin fomento de la innovación, sin un gobierno limitado a hacer lo suyo en términos de abundancia institucional, seguridad, justicia e infraestructura, todos padecemos y experimentamos la ruina social. Porque sus recetas no funcionan y porque las excusas se agotan y pierden potencial explicativo.

 

 

El caso venezolano no puede explicar cómo se arruinó un país que venía acumulando sesenta años de infraestructura, desarrollo de talento y capacidad para explotar racionalmente sus recursos. Pero llegó la madre de todas las demagogias, el genoma de todos los populismos, la mezcla perfecta de socialismo y militarismo, el epítome del buen salvaje devenido en mejor revolucionario. El país se entregó a la alucinación perfecta, dejamos su conducción en las manos menos indicadas, la mezcla apropiada de maldad, indiferencia y estupidez que lo que no arruinó lo regaló. Y lo que no regaló lo dejó perder. Las mal llamadas empresas del estado (porque son empresas del partido) son una demostración. Y aquí la realidad también es demoledora: O sabes gerenciar o quiebras aparatosamente. No vale que seas el leal perfecto. No cuenta que muevas la cola cuando oyes el discurso del líder. O tienes talento o no lo tienes. Y si no lo tienes acabas con lo que te han encomendado.

 

La realidad también es demoledora con ese afán socialista de distribuir sin comprender las leyes más elementales de la economía. Aquí “los leales” saquearon los activos y reservas de las empresas para demostrar compromiso revolucionario. Invirtieron irresponsablemente el proceso económico que solo al final del ciclo productivo tienes utilidades y debes tomar decisiones para distribuir. Estos “genios” primero se repartieron las utilidades y cuando era imposible dijeron que no podían producir. Dieron lo que no tenían, y entonces giraban contra un banco central que fue criminalmente entregando todas las reservas para mantener una orgía de corrupción y desenfreno de la que se lucraron todos los de aquí y también los países de ALBA, esos que ahora no nos mandan “ni una curita” en homenaje a la mentada “solidaridad de los pueblos”.

 

 

La realidad es que ahora nadie habla de las reservas porque ya no existen. Estos odiaron tanto que terminaron acabando con el país moderno y decente que recibieron. Pero hagamos homenaje a la memoria. ¿Recuerdan los desvaríos de la industria petrolera “roja rojita”? ¿Recuerdan los desplantes del monopolio siderúrgico? ¿Y la hegemonía telecomunicacional? ¿Recuerdan esa chequera que se blandía como una extensión genital de la supuesta vitalidad revolucionaria? ¿Recuerdan los “exprópiese” que generaban esa histeria colectiva y los aplausos de los trabajadores supuestamente “dignificados” por la benevolencia de “papá estado”? ¿Recuerdan la euforia reguladora, el congelamiento de las tarifas, la gasolina “regalada”, el cierre de las estaciones de radio, la “extraña” complacencia de las televisoras, y esos “raros propietarios”, ricos súbitos, que ayer eran mediocres de medio pelo y hoy tenían en el bolsillo para comprarlo todo, absolutamente todo? ¿Y las prepago, bendecidas y afortunadas?… ¿De donde salieron todos esos reales para patrocinar tanta osadía alucinógena? ¡Pero llegó la realidad y mandó a parar!

 

 

Para los hebreos lo verdadero es lo que es fiel. Lo que cumple o cumplirá su promesa. No es solamente la realidad, sino aquella que ni engaña ni traiciona. La que no defrauda. Y para determinar la fuerza de la verdad solo hay que esperar. Porque a toda cigarra le llega su invierno. A todo Faraón imprevisivo se lo devoran las vacas flacas. El que no obra con sencillez y humildad se lo lleva la merma que siempre, siempre llega. Y llega sin avisar, sin tiempo para las excusas. Llega como el relámpago, y se lo lleva todo.

 

 

Ahora, desde la cuarentena y la pandemia, cuando vivimos en un país desprovisto, malogrado por tantos años de socialismo, ojalá esta fábula encuentre en nosotros oídos prestos a la moraleja. No importa lo que prometa. No importa quien lo diga. No importa el punto intermedio ni la apoteosis de la demagogia. El final siempre es el mismo: Socialismo es saqueo, ruina y desolación. Porque la realidad es demoledora.

 

Víctor Maldonado C

@vjmc

El diablo está en los detalles

Posted on: febrero 17th, 2020 by Laura Espinoza No Comments

En el mundo de las organizaciones no hay cambio más radical que el que llaman “transformacional”. Supone ruptura y una nueva forma de asumir la realidad. Implica quiebres con los que se ha venido haciendo hasta entonces para asumir que lo viejo ya no sirve y que no queda otro camino que salir del espacio de confort para intentar algo absolutamente novedoso. Obviamente eso ocurre cuando la necesidad hace impostergable el intentar el máximo esfuerzo para sobrevivir, como cuando sobreviene una innovación tecnológica que deja a la anterior en la más absoluta obsolescencia. En esos casos no hay nada que hacer. O te montas en ese tren, o quedas para que otros te usen de ejemplo sobre la incapacidad para responder a los desafíos de la realidad.

 

Los pioneros son siempre personas muy incomprendidas, incluso odiadas. Schumpeter decía que en todos ellos había esa locura que caracteriza a los creativos. Todos ellos pasan por una época de soledad y rechazo para luego ser admirados, no por sus propuestas sino por sus resultados. Primero tratados como locos y luego reconocidos como exitosos. Abren nuevos surcos, imponen nuevos paradigmas, cambian las formas de relacionarse con el mundo y crean esas “divisorias” que diferencian lo anterior de lo nuevo. No hablan de adaptación, no quieren saber nada de resignación. Ellos escapan donde otros quedan prisioneros. No gravitan alrededor de nada. Crean nuevos espacios de atracción donde los demás, incluso sus más apasionados críticos, terminan por rendirle tributos.

 

 

Eso también pasa en la política. Y debería pasar en nuestra forma de ver las soluciones a la crisis venezolana. ¿Cómo salimos de esto? Los conservadores (que en este caso son los que no quieren salir de su espacio de confort) van a afirmar que la solución es la conformación de una gran alianza unitaria que sea el polo vencedor en unas elecciones, no importan las condiciones. Que para constituir esa alianza no se pueden hacer baremos propositivos o morales, porque lo importante es lograr una masa crítica que sea capaz de demostrarle al régimen usurpador que es una minoría ínfima y por lo tanto debe irse cuanto antes.

 

 

Pero el diablo está en los detalles. Porque la salida conservadora, que supone que lo malo puede tener buen néctar, asume que es posible congregar a lo dañado para que se reconstituya, y que el país va a conseguir la solución a su crisis por un proceso similar a la generación espontánea. O sea, que la corrupción la van a acabar los corruptos, que el estatismo va a ser derogado por los socialistas, que el clientelismo va a ser superado por los demagogos y que el populismo va a ser dejado atrás por los caudillos. Y por supuesto, que los marcos morales son metafísicos y en nada tienen que ver con la política real, esa que se practica todos los días, donde por lo visto se puede lidiar y ganarle la partida a la traición, la deslealtad, la adulancia, el saqueo del erario o la connivencia con los represores y violadores de los derechos humanos. Nada de moralinas, argumentan los conservadores, porque “todos somos arrieros y en el camino andamos”, una mano lava la otra, favor por favor, y nada malo tiene recibir una ayuda de quien saqueó. De esta forma vemos que lo que verdaderamente pesa en un cambio que parece imposible es que nadie quiere ser pionero, todos andan cuidando sus relaciones, y todos aspiran a una conversión masiva por la que va a ser innecesario pasar facturas, porque “todos somos venezolanos”. El error de la salida conservadora es que no quiere salir de nada, sino que aspira a ser y a quedarse con todo.

 

Como los detalles no importan, a lo máximo que podemos aspirar es al cambio de elenco, pero de ninguna manera de guion y de resultados. De allí el hastío que buena parte de los ciudadanos tienen con una oferta política que no tiene nada nuevo que ofrecer. Y que no quiere ofrecer nada diferente.

 

 

Los pioneros, a diferencia de los conservadores, proponen una ruptura radical y transformacional. Y para ello acuden al depositario de la soberanía. No se están imaginando un arreglo de cúpulas, porque están echadas a perder. Proponen un nuevo pacto, nuevos protagonismos, nuevas estrategias y resultados diferentes. ¿Qué significa eso? Romper con la corrupción, desafiar el compadrazgo y el clientelismo, asumir con coraje la ruptura con los que han defraudado al país, evitar la lástima “perdona vidas” con los cómplices del desguace nacional, y entender que los venezolanos merecen el advenimiento de una nueva época, donde los odres viejos no sirven para albergar los vinos nuevos.

 

 

Los conservadores advierten que así no se hace política. Que los que así piensan pertenecen a otros espacios, pero en ningún caso a la política. Esa afirmación nos obliga a hacernos una pregunta crucial: ¿Qué es la política? Definámosla por su contrario: No es el espacio para condenar al ciudadano a la servidumbre. Tampoco es el ámbito para garantizar la impunidad de una dirigencia llena de mediocres. De ninguna manera debería servir para lavarle la cara a la corrupción. La política es, entre otras cosas, el espacio para hacer realidad los valores en los que se creen en el marco de un orden social que sirva a la felicidad del individuo. El llamado de los pioneros sería intentar un país donde la probidad y la idoneidad construyan espacios crecientes de libertad y prosperidad. ¿O es que los valores sirven para guardarlos en el bolsillo a la hora de tener que tomar decisiones? ¿O nos tenemos que resignar a la perversidad de decir una cosa y hacer otra? ¿Tenemos que vivir subyugados por las apariencias y apaleados por una realidad en constante disonancia? ¿Debemos resignarnos a que la mentira es el signo de la política? Y peor aún ¿Estamos condenados a vivir una forma de hacer política que es perversa?

 

 

Los conservadores se aferran a la nostalgia de un país que nunca fue pero que ellos fabularon. Un país donde las relaciones importaban. Donde la amistad era a prueba de balas. Donde el haber estado juntos obliga para siempre a una lealtad a prueba de sensatez. Un país de conversos constantes, de caídos que se redimen y de situaciones que se superan. El país de la perenne connivencia, donde todos caben, el tirano con sus víctimas, el represor con sus reprimidos, el corrupto con sus saqueados, el torturador con sus torturados. Una unidad perfecta solo porque nadie pregunta, nadie se atreve a impugnarla, nadie atina a salir de la ofuscación para ir al abrazo de la verdad. Y la verdad está en los detalles. ¿Eso es posible? ¿Es posible el perdón al tirano?

 

 

Y aquí vuelve el diablo con sus detalles. En un país dañado hasta los tuétanos. Torturado y saqueado por una dirigencia que ha sido incapaz de cualquier atisbo de prudencia. Un país que ha caído víctima del cinismo ejercido por sus élites, donde al parecer, todo vale, lo bueno, lo malo, lo peor, lo inimaginable, porque la política es así, y no puede ser de otra manera. Y entonces cualquiera que pregunte si no vale pena separar la paja del trigo, si no tiene sentido tomar la hoz y segar el campo para intentar una nueva cosecha, es tildado de ingenuo y despachado a los espacios previstos para la reflexión sin consecuencias. ¿Porque las relaciones y el acervo de memorias compartidas son más importantes? Cuando se plantea la ruptura y el imperativo de una moral pública todos se escandalizan ¿y la respuesta es que así no se hace política? ¿Acaso el sentido común es tan conservador que pretende seguir con la inmolación de los venezolanos porque no hay opción? ¿Porque la única opción es la política como pesca de arrastre, donde todo lo que se agarra es bueno?

 

 

La ruptura que necesitamos es con las élites del país, dañadas hasta los tuétanos. ¿O estamos condenados a dar por buenos los respaldos de los malos? La ruptura que necesitamos es con la connivencia que exige una repartición clientelar para llegar al poder. ¿O estamos condenados a sufrir una vez tras otra la nefasta experiencia de los frentes amplios y las mesas de la unidad? La alianza es con los ciudadanos, con la gente que hasta hoy ha sido excluida y que ha sufrido en carne propia esta hecatombe donde todos hemos sido víctimas. Necesitamos un pacto con la verdad. ¿O es que necesitamos el vínculo de la mentira, de la oferta fraudulenta, del descaro propositivo, para ganar adeptos? ¿La verdad no es más fuerte? ¿Necesitamos acaso intentar alianzas con el que tarde o temprano traiciona o practica la deslealtad? ¿La integridad no es más fructuosa?

 

 

Pero hay algo más. El pionero necesita del respeto, e incluso del temor que provocan aquellos que son capaces de mantener su posición. Por la vía del respeto llegan incluso a ser queridos, tanto como desafiados por los que se quedan atrás. Y aquí en Venezuela hay muchos que tienen que ser dejados atrás para abrirle una oportunidad al futuro. La élite pestilente que se ha lucrado con la muerte y la desolación de los venezolanos, que ha parasitado sus instituciones, que las han silenciado para sus propias conveniencias, que han perseguido y devastado derechos, que se han creído dueños de la verdad oficial para contrariar y aniquilar a los que han pensado diferente, que han preferido la censura porque hace homenaje a su resentimiento revanchista, esa dirigencia no puede ser exonerada. Por eso los pioneros son temidos.

 

 

La innovación está centrada en darle una oportunidad a la libertad. Superar el caudillismo y sus montoneras para instaurar el estado de derecho. Superar la complicidad del amiguismo y el compadrazgo, para abrirle paso a la justicia. Superar la amoralidad facilista para que podamos tener una cultura centrada en valores. Superar el diletantismo para volver a restaurar el mérito. Superar la corrupción para vivir un país de probidad y honestidad. Superar el crimen para vivir seguros. Superar el guaraléo político para experimentar la firmeza. Superar la mediocridad para tener excelencia. Superar el tiempo que se pierde, para tener eficacia. Superar la perversidad para vivir la verdad. Y solo la verdad nos hará libres.

 

Víctor Maldonado C

@vjmc

 

Eso que llaman coraje

Posted on: enero 31st, 2020 by Laura Espinoza No Comments

Vivimos épocas de falsa cosecha porque antes no se ha sembrado.

 

Vivimos tiempos en donde hasta tus mejores amigos te recomiendan docilidad y apaciguamiento. Otros insisten en que no es tanto lo qué se dice sino el cómo se dice, porque al final las formas importan, y por eso mismo alegan que no tiene sentido que el costo sea tanta gente ofendida por una argumentación que insiste en ir a contracorriente, llevando la contraria al humor y a la interpretación convencional, que suele ir de comparsa y en procesión en el mismo sentido errático de sus dirigentes. Lo mismo da que estemos hablando del combate al totalitarismo o si nos estamos refiriendo a las diversas expresiones del flanco democrático. Todos coinciden en el mismo exhorto: la verdad no es tan importante como la necesidad de mantener las ligazones entre nosotros. La recomendación más popular insiste en que es preferible el compadrazgo fundado en la mentira que la soledad que provoca algunas veces mantener el foco en la realidad.

 

 

Por esa razón en Venezuela se la hacen olas a una unidad sin deliberación y sin condiciones. Una congregación donde todos deben sumar, aunque sean sus contradicciones y desvaríos. Una forma de avanzar retrocediendo donde lo importante es la falsa liturgia del estar juntos, a pesar de que en el transcurrir se rompa cualquier fundamento de la confianza y el compromiso. Una unidad planteada sin proyecto común, que por esa misma razón es un homenaje a la fuerza y al fraude. Una unidad que aspira a recomponerse luego de la traición y el desprecio, pero que obviamente nunca lo logra. Una ficción alucinante a la que lamentablemente los venezolanos le rinden pleitesía. Son, por lo tanto, épocas donde se le hacen demasiadas reverencias a la flaqueza de espíritu y muy mala propaganda al coraje.

 

 

El coraje y el asumir riesgos insensatos no son la misma cosa.

 

Por otra parte, hay una predisposición a confundir el coraje con la temeridad. No son la misma cosa.  El temerario afronta el peligro sin buen juicio. Arriesga todo, lo suyo y lo ajeno, en embestidas irreflexivas que a veces salen mal. El que es excesivamente imprudente termina tarde o temprano atropellado por su propia insensatez. Nada más peligroso que los que asumen la vida como una partida de dados donde en cada lanzamiento se lo juegan todo. Sin embargo, en el imaginario nacional, hay una especial predisposición a estimular en los otros esa conducta, con el pecado adicional de querer sacar provecho político del que se arriesgó y murió o fue cogido preso, para después terminar negociando la renovación de una capitulación que ya lleva veinte años. Lo verdaderamente repugnante es estimular la conducta temeraria en los otros, esperando que ese cálculo convenga a las propias maquinaciones.

 

 

Tampoco es equivalente a la simulación de la lucha.

 

 

Otros afirman que en el camino han “dejado el pellejo”. Eso ni es coraje ni es temeridad. Es simulación de la lucha. Los que lo dicen por lo general gozan de buena salud e inmejorable posición. Pero ellos insisten en hacer valer como bueno el esfuerzo sin resultados, y la ineficacia que aun así exige reconocimiento social, sin importarles en qué medida terminan pervirtiendo el sistema de méritos cuando se insiste en que es más importante la lástima que los efectos esperados de una política. Teniendo presente el creciente número de políticos que reclaman “el haber dejado el pellejo en la lucha”, nuestra época parece, en muchos sentidos, una telenovela donde la protagonista es la lástima, porque el fracasado pide el homenaje debido a su sufrimiento, esperando además que todos acaten su reciente sabiduría política y social “que solo produce el pasar por condiciones extremas”. No está demás decir que es una conocida falacia el hacer pasar una cosa por la otra.

 

¿Y entonces, qué es el coraje?

 

 

El coraje es otra cosa. Juan Pablo II decía que el coraje caracteriza a todos los que tienen el valor de decir “no” o “sí” cuando ello resulta costoso. Es una característica propia de los hombres que dan testimonio singular de dignidad humana y humanidad profunda. Justamente por el hecho de que son ignorados, o incluso perseguidos por su compromiso con la verdad y los valores trascendentales como la vida, la libertad, la propiedad, la verdad y la justicia. El coraje es hacer lo correcto, vivir una moral de interrogaciones que se resiste al endoso automático, y tener claro por qué y por quienes vale la pena asumir el riesgo.

 

 

El hombre que tiene coraje cívico sabe que la vida correcta tiene sus peligros. Sabe que debe afrontarlos. Sabe que muchas veces, por defender una causa justa, va a tener que experimentar dificultades y soportar la adversidad. Sabe que tiene que encarar el miedo cotidiano. Y que debe superar la tentación que está allí susurrando que nada vale la pena, que mejor es inclinar la cerviz y dejar pasar, o peor aún, que solo tiene sentido “jugar a ganador” así sea por los mendrugos que recibe de la mesa de sus amos. El que tiene coraje no se da por vencido tan fácilmente, no abandona el esfuerzo sin intentar al menos enfrentar el desafío cuando está en juego lo valioso de la vida. Pero no lo hace irreflexivamente. El coraje es el talante de aquellos que son capaces de diseñar una estrategia y mantenerse en su curso con disciplina.

 

En el Evangelio según Mateo, capítulo 10, Jesús enseña a sus discípulos la magnitud del compromiso de predicar en su nombre: “Mirad, yo os envío como corderos en medio de lobos. Sed cautos como serpientes y cándidos como palomas”, mantengan la sencillez, prediquen con la verdad, no pierdan la fe ni la confianza en Dios, reúnanse con gente honorable, sean firmes en la adversidad, no teman a la contradicción ni al conflicto, asuman su responsabilidad y sean generosos tanto en el dar como en el recibir. Váyanse de donde no los quieran, y resistan hasta el final. ¿No es ese el coraje que hemos estado buscando como signo de la política buena y sustanciosa?

 

 

La ruta del coraje la emprenden los que tienen coraje.

 

 

Si tuviéramos que hacer un inventario sobre las condiciones del coraje, el primero de ellos sería un indeclinable compromiso con la verdad. Tarea nada fácil porque estamos presionados constantemente para apartar la mirada y dirigirla hacia la mentira por la vía de la ofuscación, el debilitamiento de la voluntad, el relativismo y el escepticismo. Es más fácil vivir aferrados a una mentira condescendiente que asumir la verdad con todos sus requisitos.  Recordemos a Max Weber. Es racional quien hace buenos cálculos entre medios y fines, teniendo como condición que hay un estado de derecho que nos permite predecir la conducta de los otros. Deja de ser racional quien se deja llevar por las emociones o por la tradición, y es más difícil todo cuando se vive bajo el signo de la arbitrariedad totalitaria y la impunidad narco-criminal. Pero nada nos obliga a la evasión. Y mucho menos al silencio cómplice. Este ecosistema se nutre de nuestra complacencia y de la tibieza con la que asumimos la lucha. Nuestro silencio y el constante beneficio de la duda son sus nutrientes, y lo que le ha permitido mantenerse tantos años. La verdad exige el compromiso de proclamarla con claridad y vigor.

 

 

Juan Pablo II en su Encíclica “El esplendor de la verdad” nos recuerda el deber ineludible de diferenciar lo que es bueno de lo que es malo, y la búsqueda de la verdad “como acto de la inteligencia de la persona, que debe aplicar el conocimiento universal del bien en una determinada situación y expresar así un juicio sobre la conducta recta que hay que elegir aquí y ahora”. Esta recta razón es la que nos posibilita y exige la disolución de cualquier forma de connivencia con el mal, cualquier arreglo con los que lo provocan, cualquier posibilidad de dejarlo sobrevivir en las estructuras sociales que han medrado hasta aniquilarlas. La ruta del coraje exige ruptura radical con el patrocinio del mal.

 

 

Por eso me gustaría decir que la ruta del coraje exige un ineludible sentido de la realidad, ese esfuerzo siempre inacabado de comprender y reconciliarnos con lo que está ocurriendo, sin que necesariamente esto signifique que sea posible la componenda, el perdón o el sometimiento a lo que nos daña y nos reduce al ser animal desprovisto de humanidad. Arendt nos acompaña en este difícil proceso cuando nos propone que entender esto que nos está pasando es reconocer que vivimos en un mundo donde estas cosas que nos ocurren son posibles. Son posibles la crueldad, la traición, la deslealtad, el saqueo, el crimen, el asesinato, la violación de derechos, el desvarío y el alejamiento radical de lo humano. También son realizables sus contrarios, y en eso precisamente consiste el llamado a comprender para luchar por un mundo mejor, en el que la verdad, discernida apropiadamente, puede ser un instrumento de liberación.

 

 

El sentido de realidad da paso a otra condición de la ruta del coraje: No se pueden usar medios inútiles, así como tampoco se pueden proponer fines retóricos. La verdad y su concomitante sentido de la realidad, nos exige que evitemos las cláusulas condicionales.

 

 

1- No es verdad que un ecosistema narco-criminal y terrorista pueda ser derrotado de una forma tan simple como sacar del cargo ejecutivo a uno de ellos. Por lo tanto, proponer esas elecciones donde el retador exige “que ambos se despojen del cargo para ir parejos a unas elecciones” es inútil por incompleto e inconsistente con un diagnóstico apropiado de la situación.

 

 

2- No es verdad que un ecosistema narco-criminal y terrorista tenga incentivos para dejar el poder mediante procesos de diálogos o negociaciones pactadas. No sólo por su condición de sistema difuso, ambiguo y líquido, sino porque sus condiciones para la cohesión interna exigen el uso impune de la fuerza pura y dura, y que ninguno de ellos caiga en desgracia o sea entregado.

 

 

3- No es verdad que un ecosistema narco-criminal y terrorista acceda a ceder el poder mediante su sometimiento a elecciones libres, porque es incapaz de garantizarlo y porque el régimen de ventajas, extorsiones, chantajes e impunidad forman parte de la esencia del ecosistema.

 

 

4- No es verdad que un ecosistema narco-criminal y terrorista se pueda despojar de su propia naturaleza arbitraria, ventajista y mafiosa para abrir espacios al reconocimiento y respeto por otras opciones.

 

 

5- No es verdad que un ecosistema narco-criminal y terrorista se pueda afrontar eficazmente mediante una rebelión popular que sume testimonialmente más presos y mártires políticos. Porque no hay condiciones de marco institucional que velen por derechos y garantías ciudadanas.

 

 

6- No es verdad que un ecosistema narco-criminal y terrorista practique la decencia pública y la honestidad en el manejo de los recursos. Todo lo contrario, se enriquece porque practica la corrupción, el saqueo y el cohecho para afianzar su poder y para debilitar moralmente a los que se les oponen. El ecosistema tiene en sus garras a una oposición corrompida, sin principios, incapaz de discernir y diferenciar lo bueno de lo malo, y que se ha visto reducida a ser el contorno del régimen que dicen combatir.

 

 

7- No es verdad que un ecosistema narco-criminal y terrorista sea derrotado por la vía de una unidad entre corruptos, amorales y honestos. Por eso la unidad ha sido el fetiche explotado e implorado por todos los bandos para simular la lucha e imponer vía trampa y fraude un cómodo modus vivendi entre unos y otros que ahora tiene componentes y escenarios internacionales.

 

 

8- No es verdad que solos podemos derrotar este ecosistema que se nos ha impuesto por la vía de la fuerza. La oposición honesta, no corrompida y que apuesta al coraje necesita toda la ayuda internacional posible.

 

 

Entonces la ruta del coraje exige que, reconociendo la realidad tal y como es, se pida ayuda internacional y se nos reconozca como víctimas cuyas estadísticas de éxodo, enfermedad, violencia política y muerte hablan por nosotros. Esta ruta exige denunciar la impostura de medios que no son tales, de cursos estratégicos que simulan la lucha, tanto como la profesionalización de la política como farsa y espectáculo que pide a cambio recursos sobre los que no rinden cuentas, ni permiten observaciones sobre eficacia y efectividad. El coraje exige de nosotros denuncia y propuesta, sin caer en la tentación de la promesa vana. Es una ruta que se esfuerza por tener resultados, usando el tiempo apropiadamente, teniendo presente todas las consecuencias que el mal inflige a la gente, y que insiste en lo que es obvio: que un régimen de hecho solo sale por la fuerza.

 

 

Por eso la ruta del coraje necesita de líderes con coraje: Para atenerse a la verdad, analizar los hechos con sentido de realidad, denunciar el mal y comprometerse con el bien, y solamente usar medios eficaces para intentar lograr los resultados que se buscan. Finalmente alinear y organizar el esfuerzo para lograr la fuerza que necesitamos: Alineación internacional, con un solo diagnóstico, un único significado y una sola modalidad de lucha; Alineación institucional, con un solo discurso de denuncia y necesidad de cambio, sin que sean colonizadas por partidos y programas de partidos; Alineación ciudadana, para que sean partícipes cotidianos de la ruta del coraje. Y todos asociados a la misma fuerza moral, capaces de discriminar lo bueno de lo malo, la paja del trigo, la verdad de la mentira, y lo eficaz de lo inútil.

 

 

Quisiera terminan citando a José Antonio Marina: “La valentía (el coraje) es la virtud del despegue, porque nos permite pasar del orbe de la naturaleza, sometido al régimen de la fuerza, al orbe de la dignidad, que está por hacer, y que debe regirse por el régimen de la dignidad. Es también la virtud de la fidelidad al proyecto (de la libertad), porque nos permite perseverar en él a pesar de los pesares, al permitirnos esa transfiguración que transforma nuestra fiereza en valor y el egoísmo en razón compartida”. Dicho de otra forma, debemos convertirnos en adalides de nuestra propia liberación sin ceder, sin dudar, sin caer en el conformismo, sin corrompernos ni prostituirnos. Esa es la ruta del coraje.

 

Victor Maldonado

@vjmc

Pequeño manual para perder capital político,

Posted on: noviembre 11th, 2019 by Laura Espinoza No Comments

La política puede ser ruinosa. La es para quienes no entienden cómo funciona la legitimidad y cuales son los deberes del liderazgo. Max Weber decía que la legitimidad era “la creencia en la validez” de un orden social por parte de la mayoría de las personas que participaban de ese orden social de dominación. A partir de allí la trama de la política se simplifica. El líder debe hacer todo lo posible para que crean en él, en lo que dice, y en los cursos estratégicos que se propone. Si es así, el acatamiento es fluido y las contradicciones escasas. Lo contrario ocurre cuando la gente siente que el líder es un farsante, que sus propuestas son un fiasco y que sus estrategias son contraintuitivas. Cuando eso ocurre poco hay que hacer, el líder está condenado a su disolución y otra expresión de legitimidad vendrá a sustituirla.

 

La política ha cambiado. Ahora fluye con la inmediatez de las nuevas tecnologías de información y de comunicación. Las redes sociales son las nuevas ágoras. En el marco de esa inmediatez es imposible para los políticos dejar de percibir, en tiempo real, el estado de ánimo de los ciudadanos. En épocas turbulentas, donde nada parece ser lo que es, se hace mucho más difícil la procrastinación de las metas y el mantenimiento de un discurso que no luzca consistente con los resultados que quiere la gente, que se siente empoderada y con derecho a reclamar a sus dirigentes todo lo mal que lo hacen.

 

 

Algo ha cambiado la política desde los tiempos en que Maquiavelo reflexionó sobre las tareas de los príncipes. La inmediatez en las respuestas no permite el reacomodo fácil de la situación política. El miedo, el coraje, la inconsistencia y todas las emociones se trasmiten sin que haya posibilidad de filtrar nada. Por eso hay que revisar los textos clásicos y reacomodar algunas recomendaciones del fundador de la ciencia política. Él señalaba que hay dos situaciones de poder que podían diferenciarse. La primera se da en el caso de los que son parte de una línea de sucesión estable. A estos les bastaba respetar la tradición y adaptarse a los acontecimientos. La segunda circunstancia es un poco más complicada. Ocurre cuando el gobernante es el resultado de una legitimidad insurgente. La dificultad estriba en el esfuerzo de sustituir un régimen por otro diferente, porque hay que estabilizar el producto del cambio turbulento. Pero no nos llamemos a engaños. Ya nadie esta a resguardo. Los liderazgos están expuestos a amenazas inéditas que allanan su capacidad para responder y acotar las impugnaciones a la legitimidad.

 

 

Como hemos visto en los últimos días, la cosa ya no resulta tan fácil para ninguno. El presidente de Chile, Sebastián Piñera, ahora mismo es víctima de una emboscada de la izquierda, apalancada por una revolución de las expectativas insatisfechas (porque la gente siempre puede aspirar a más); En Bolivia el presidente Evo Morales tuvo que renunciar al no poder conjugar apropiadamente la mentira, la trampa descarada y el apoyo incondicional que necesitaba para mantener el poder. No lo logró, y su salida patética sirve como epitafio. Se descuidó y creyó su propia leyenda. Aparentemente se sentía demasiado cómodo jugando a ser el Inca del Socialismo del siglo XXI. En Argentina el presidente Mauricio Macri creyó haber sepultado al kirchnerismo, pero ya sabemos que no lo logró, y cuidado con ese Lula liberado y realengo, eje contumaz del Foro de Sao Paulo, capaz de acabar con la tranquilidad y parsimonia del gobierno de Bolsonaro.

 

La política actual es tan bárbara como en los tiempos del escritor florentino. Y como advirtió con esa lucidez amarga que asusta a los moralistas, en política si tú no lo haces, te lo hacen, porque no hay amigos sino intereses, y porque sí hay enemigos, y ninguno es despreciable a la hora de desplegar capacidad para tomar decisiones y que ellas sean acatadas sin chistar. En eso consiste el poder, en la capacidad que ostente un líder para movilizar recursos en interés de los propios objetivos. El tiempo en el que transcurre el ejercicio del poder es un recurso limitado y azaroso. Y en ese plano cartesiano (poder y tiempo) se bregan los proyectos que se tienen como propósitos vitales.

 

 

La diferencia está entonces entre los que pueden y los que no pueden. Y entre los que quieren (determinados y corajudos) y los que no quieren (ambiguos y pusilánimes).  Si no tienen esa capacidad y no pueden usarla con relativa autonomía, entonces no van a poder generar resultados y no hay nada más peligroso para el poder que su inutilidad. El poder es un recurso que solamente tiene sentido para ser eficaz, en eso precisamente consiste su virtud, porque la fortuna es azarosa y cambiante.

 

 

La política provoca resultados que se revisan constantemente y que son inestables. Hoy estás en la cumbre y mañana en el abismo. Hoy creen en ti y mañana eres un desecho que todo el mundo repugna. Hoy estás en el fondo y de repente vuelves a la cumbre. Nada termina sino con la muerte, y eso es ley universal que abarca la política pero que explica la vida de los seres humanos. Por eso mismo, darse por vencido antes de tiempo es el mayor error que puede cometerse, porque siempre hay oportunidad para la revancha. El desafío entonces es no caer, poder cruzar la cuerda floja y encarar los giros de la fortuna, dejando un legado que los demás reconozcan como fructuoso. Pero eso requiere hacer lo debido y no caer en la tentación de la prepotencia.

 

¿Cuáles son los doce vicios que deben esquivar los políticos para no perder capital político? Hagamos el catálogo de lo que no se debe hacer.

 

 

1- Improvise, no estudie lo suficiente y rodéese de mediocres que tengan menos experiencia, menos capacidad y menos capacidad de reflexión que usted. No salga del barrio mental. Busque como asesores a los viejos amigos, y vaya descontando los días con la irresponsabilidad propia del incrementalismo desarticulado, “así como vaya viniendo, vamos viendo”. Evite de cualquier forma el tener un Consejo de Gobierno que sea representativo. Amárrese a sus secuaces. Manténgase dentro de la esfera de los jefes de facto de los partidos que lo respaldan.

 

 

2- Mienta sistemáticamente, no tome en cuenta las necesidades y las urgencias de la gente, practique la corrupción y el familismo amoral (sus amigos se privilegian de designaciones y cargos) y actúe injustamente, confiado a los privilegios y presto a las adulancias del grupo que lo circunda. Asuma que la integridad no paga en política, y que usted siempre puede salirse con la suya. Nunca se esfuerce por ser confiable.

 

 

3- Desprecie la opinión pública. Rechace los resultados de las encuestas cuando son confiables y le indican que está perdiendo respaldo. Asuma que las redes sociales no son el país. Practique la violencia y la persecución en redes sociales tanto como en la calle, creyendo que si acalla la disconformidad va a tener más respaldo. Organice un “ejercito” de cuentas falsas para tratar de cercar a la opinión independiente y practique el secretismo y la opacidad para todo lo importante. Haga todo lo necesario para que todo el mundo termine creyendo que usted tiene varias agendas y que por lo tanto le es difícil ser confiable.

 

 

4- Pierda tiempo. No tenga agenda ni planifique estratégicamente. No sea consciente del sentido de urgencia de los ciudadanos que quieren resolver sus problemas y recuperar su libertad. Demuestre de todas las maneras posibles que su liderazgo no tiene un norte claro, o lo que es peor, que sus propósitos son incompatibles con sus compromisos públicos. Crea que siempre puede recuperar mañana lo que pierde hoy en términos de poder y oportunidades. Sea permisivo con los suyos. Tolere todo para mantener la amistad. No importa el tamaño del escándalo y el daño que provoquen, cúbralos de impunidad y persiga a los que se indignan o actúan correctamente.

 

 

5- No comunique sino las excusas. Practique la ambivalencia y el uso falaz de las palabras. Exagere en la retórica de las falsas argumentaciones. Échele la culpa a los demás. Trate de hacerse la víctima. Diga que mientras tanto “deja el pellejo en la cancha” aunque nadie vea por ningún lado los resultados prometidos. Haga de la perversidad su mejor carta de presentación. Dramatice siempre que pueda. Invente falsos positivos. Hágase la víctima en público, pero en privado “malandree” a los que no le prestan su apoyo.

 

 

6- Atienda siempre las invitaciones a negociar de parte de sus competidores. No importa las condiciones, si le parece fácil o difícil, con agenda o sin ella. Acepte la mediación de cualquiera, no se pregunte cuál puede ser el interés que puedan tener. No reflexione sobre el tiempo que pueda perder, y mucho menos cómo la opinión pública puede recibirlo. Mienta, oculte, tergiverse. No establezca ninguna relación entre fuerza y capacidad negociadora. Y no olvide seleccionar mal a sus negociadores, privilegiando el compadrazgo y sin tomar en cuenta a quiénes se deben. Sea todo lo pendejo que pueda ser, dadas las circunstancias. Otorgue a las negociaciones una condición teosófica, sostenga que negociar siempre es bueno, y que en las mesas de diálogo puede ocurrir el milagro.

 

 

7- Descuide su propia imagen y desprecie las virtudes del mando. No intente dilucidar y reconocer las diferentes circunstancias o escenarios que afectan la política, ni trate de actuar sobre ellas. Hágase el loco y continúe sin prestarle atención a la gente. Trate de ocultar lo que piensa, y hacer todo lo contrario a lo que dice. Genere división entre los suyos y sea impredecible y arbitrario de manera que la gente no sepa a qué atenerse. Desprecie la labor de los otros, sea indiferente con el dolor y angustia de los demás, ignore el deber de la empatía, sustitúyala por el aislamiento psicológico para que ninguna de sus acciones o gestos trasmitan nada a los ciudadanos. Sea distante y escurridizo. Aléjese de las situaciones que requieran coraje y determinación. Alardee de lo que no es, pero no se exponga. No crea que usted debe modelar a los demás, sea indisciplinado e imprudente, total, está entre amigos.

 

 

8- Repudie cualquier estrategia. Valore la ocurrencia y la repentización. Desprecie la organización, el control y las jerarquías. Practique el comunismo igualitarista y utópico. Déjese llevar por la última idea que le presenten. Por supuesto, no tenga estrategas ni grupo de pensamiento estratégico. Vacile constantemente, pierda tiempo adicional en consultas sin fin, y al final haga lo que le de la gana, que para eso usted es el jefe.

 

 

9- Comparta indebidamente el poder. Practique el gobierno bicéfalo con el jefe de facto, aunque este último no deba ni pueda ejercer el mando porque no fue electo para ningún cargo específico. Permita además que se sepa que son otros los que gobiernan por usted. Ante cada irresolución diga nuevamente que el grupo de partidos que lo apoyan son los verdaderos responsables del curso estratégico asumido, aunque sea mentira. Si lo quiere hacer peor mantenga compitiendo varios focos de análisis de escenarios y planes estratégicos y decídase por el más favorable aunque sea totalmente falso. No decida nada contrario al caos imperante y muestre muestra poco ánimo y falta de valor para emprender acciones, enfrentarse a peligros o dificultades o soportar desgracias. Privilegie los pactos, las negociaciones y la conchupancia entre los factores que los respaldan.

 

 

10- Búsquese un enemigo ficticio que justifique sus propios fracasos. Si es posible, contrate una banda de ciberactivistas para que asolen las redes sociales calificando a todos los que se oponen a su inoperancia como “guerrilleros del teclado” y calificativos similares. Construya su propia fanaticada de “lovers”. Contrate en paralelo a politólogos millennials para que apabullen a los ciudadanos con la neolengua propia de los más procaces totalitarismos que, por supuesto está lejos de entender, mientras que usted se pasea por el país retando al régimen en tanto que los suyos negocian en su nombre con el mismo usurpador. No se olvide de usar insistentemente a los valedores de sus tácticas. Si lo suyo es el diálogo, contrate una cofradía de veneradores de las negociaciones que la pongan como única posibilidad para superar la crisis.

 

 

11- Fortalezca la estrategia de su adversario. Si el régimen usurpador quiere diálogo, no falle a la cita. Si el contrario quiere aliviar las sanciones internacionales, no deje de gestionar su apaciguamiento. Si debe pagar deuda ilegal contraída por su adversario, hágalo puntualmente. Si al otro le conviene dar la imagen de normalización política, invítelos a volver al parlamento, aunque esa reunión sea ilegal e inconveniente. Si su contrincante habla de paz, vaya presto a darle un abrazo. Si su antagonista quiere liberar por goteo a los presos políticos a cambio del reconocimiento de procesos e instituciones espurias, aplauda la decisión. Colabore con la agenda del régimen. Facilite sus iniciativas. Y por supuesto, combata ferozmente a todos aquellos que los señalen como colaboracionistas.

 

 

12- Proponga un plan de país que no contraste. Que sea igual al socialismo imperante. Mándeles a los ciudadanos el siguiente mensaje: Nada va a cambiar en nuestras manos. El mismo modelo, con los mismos resultados. Mientras tanto designe flamantes proto-ministros que puedan girar por el país con la prepotencia típica del funcionario arrogante y socialista. No ofrezca libertad ni derechos. Ofrezca nuevas manos con los mismos procedimientos. Privilegie el reflote de las empresas públicas por encima de la reconstrucción social del país. Y, sobre todo, no convoque a los mejores. Siga en la línea de favorecer a los suyos, aunque no tengan ni carácter ni experiencia. Y por supuesto, no le lleve la contraria a su jefe de facto, que sabe de todo y más que todos.

 

 

Si hace todas estas cosas, perderá todo su capital político en pocos meses. Y al final no lo querrá cerca ni su mujer. No pierda de vista la acelerada soledad de Evo Morales, que a estas alturas “ya no es pueblo”.

 

 

Manuel García Pelayo, quien fue entre otras cosas el fundador y primer director del Instituto de Estudios Políticos de la UCV, propuso las cinco cualidades fundamentales de un político contemporáneo:

 

 

1. Saber lo que se quiere hacer o conciencia de la finalidad. Estamos hablando de fines claros.

 

 

2. Saber qué se puede lograr o conciencia de la posibilidad. Estamos hablando de conocer los medios disponibles.

 

 

3. Saber qué hay que hacer o conocimiento de la instrumentalidad. Estamos hablando de competencias, experticia y uso apropiado de los datos.

 

 

4. Saber cuándo hay que hacerlo o sentido de la oportunidad. Estamos hablando de capacidad estratégica, del uso virtuoso del tiempo y de los recursos.

 

 

5. Saber cómo hay que hacerlo o sentido de la razonabilidad. Estamos hablando de capacidad de liderazgo y de lo que Sun Tzu llamaba las cualidades del general sabio.

 

 

Por eso mismo, si quiere perder capital político, practique todo lo contrario. Ríase de la política, improvise, no valore los fines ni tenga en cuenta los medios. Rechace las encuestas creíbles y compre “espejito que le digan que usted es el más bonito”. Tenga estrategas, pero no les haga caso. Confíe en sus mejores amigos y obedezca a sus financistas. No pregunte el origen de los fondos que maneja ni rinda cuentas sobre esos recursos. Trate como enemigo a todos los que lo acusen de ligero o corrupto. Mienta siempre, aunque a veces se le note. Pierda tiempo. Créase el héroe de la reconciliación de lo irreconciliable. Y exponga su liderazgo a la inconsistencia permanentemente. Sea fútil, superficial e improvisado, y usted verá convertida su opción en desecho políticamente radioactivo. Y pasará a la historia como lo que efectivamente fue: un pendejo.

 

 

Víctor Maldonado C.

@vjmc

La política entre la virtud y la malicia

Posted on: octubre 20th, 2019 by Laura Espinoza No Comments

 

 

 

No hay liderazgo bueno sin ideas claras. Por eso no se puede convalidar el nihilismo con el que actualmente se quiere abordar la política venezolana. No es cierto que cualquier posición tenga el mismo valor y tampoco lo es que cualquier decisión que se tome provoque resultados equivalentes. La nueva generación de dirigentes está demasiado acostumbrada a que le compren como buenas los juegos de palabras, las reinterpretaciones de los conceptos y la ambigüedad declarativa que luego les permite tener salidas supuestamente honorables. Entre otras cosas, ese “ingenio ilustrado” que exhiben, al carecer de fortaleza moral, los hace parte de una incapacidad estructural de la actual oposición venezolana para identificar salidas y provocar rupturas.

 

 

El cese de la usurpación es un constructo político que los venezolanos tenemos absolutamente claro en su significado. Porque lo teníamos muy claro apoyamos masivamente a la Asamblea Nacional cuando invocó el 233 constitucional, declaró la vacancia por usurpación, y designó un presidente interino, al que se le encomendó por medio de un estatuto (el marco legal de su presidencia) que concentrara sus esfuerzos para que cesara la usurpación, presidiera un gobierno de transición, y en el menor corto plazo posible convocara y realizara elecciones libres. Que nadie se llame a engaños. Se acordó un sólido y unívoco compromiso moral entre los ciudadanos y la Asamblea Nacional para que esa estrategia se llevara adelante.

 

 

¿Qué entendimos por cese de la usurpación? Un curso estratégico que implica hacer todo el esfuerzo posible para derrocar y sustituir un sistema ideológico y político que es totalitario, radical-comunista, militarista, corrupto y absolutamente ajeno al derecho y a la justicia. No es por tanto reducible ni “encarnable” en una persona o un grupo de ellas, dejando indemne la institucionalidad que le da soporte y le otorga significado. El desafío encomendado fue sustituir al comunismo por un régimen de libertades, respeto por los derechos y garantías y con una orientación determinante hacia el sistema de mercado. Nadie dijo que el cese de la usurpación era equivalente a sacar a Nicolás Maduro. El que así lo exprese ahora está traicionando con alevosía el espíritu y propósito de la invocación del 233 constitucional. Y además está demostrando pobreza de espíritu, incapacidad estratégica y un inmenso desprecio por la razón ciudadana.

 

 

Por eso mismo, el que haya una oposición que quiera violentar el concepto para que en lugar de una sustitución radical se practique una fatal connivencia donde nada va a cambiar en su esencia, es la ratificación de que hay un déficit muy grave en la constitución del liderazgo venezolano, que es capaz de replantear las metas y subordinarlas a sus intereses, a su comodidad y peor aún, a una versión lujuriosa y concupiscente de la política, centrada en el disfrute, la acumulación de poder, la captación de recursos sin preocuparse por su origen, la constitución de grupos de interés ajenos a las expectativas ciudadanas, una impropia cercanía a los gestores del dinero sucio, y lo que resulta de todo esto como conclusión necesaria: la insana pretensión de esa coalición de malos intereses de postergar los cambios, alejar la competencia política y pagar el menos costo posible por dejar las cosas como están, pero con un barniz diferente, para que no se note que se está trabajando muy duro para que nada cambie en la esencia, aunque en la apariencia se intente al menos presentar lo contrario.

 

 

El cese de la usurpación es una meta de esencia y no de apariencia. O se rompe con el actual ecosistema criminal y comunista, o devorará a los que simulan ser sus adversarios. Porque hay diferencias entre una cosa y otra es que, esa coalición de malos intereses, centrada en mantener las cosas como están, se molesta tanto cuando se le impugna argumentalmente, se le increpa la traición narrativa y se le deslegitima y deja sin respaldo. Por eso mismo, cuando el presidente Juan Guaidó insiste en ese terceto de errores, a saber, despojarse del cargo, facilitar un consejo de transición con obvia mayoría del régimen usurpador, y prestar su nombre (sin autorización o legitimación alguna) para unas votaciones sin cumplir los requisitos para poder ser llamadas elecciones libres, no queda otro remedio que “tirarlo a pérdida” y comenzar a imaginar qué vamos a hacer cuando esta etapa termine de colapsar.

 

 

Un líder político eficaz es a la vez virtuoso y malicioso. Vale la pena explicar lo que quiero decir. Comencemos por lo más fácil. Cuando invoco la malicia me refiero a esa mirada desconfiada y suspicaz que impide el que te tomen por pendejo. Es decir, lo que le faltó a la rana de la fábula. ¿A quien se le ocurre montar un alacrán en el lomo y confiar en que no te va a hacer daño? ¿A quien se le ocurre sentarse a negociar con un ecosistema criminal, experto en salirse con la suya, mentiroso, cruel, represivo, saqueador y deseoso de ganar tiempo, estabilizar su posición internacional y salir de la trampa de las sanciones? ¿A quien se le ocurre renunciar a la constitución de una amenaza creíble que sirva como respaldo al conflicto planteado? ¿A quien se le ocurre tratar de estar simultáneamente en dos estrategias que son mutuamente contraproducentes? Les voy a abreviar el interrogatorio:  Eso solo se le ocurre a un líder que cree en la falsa virtud de la candidez, que no tiene malicia y por lo tanto está fatalmente condenado a ser aguijoneado una y mil veces por el alacrán totalitario. Ese tipo de liderazgo pasa por decente, dice que deja el pellejo y pone el pecho, pero en realidad es un tipo de dirigencia pendeja y por ende condenada al fracaso. Porque se creen Mandela y se resisten a Sun Tzu, porque carecen de suficiente entereza para comprender el momento que se vive, y porque les falta virtud.

 

 

Manuel García Pelayo recordaba alguna vez que desde los antiguos se exige a los líderes la suprema virtud política de la prudencia, “esa sabiduría de triple mirada que, considerando cómo han sido las cosas pasadas y previniendo las futuras, sabe lo que hay que hacer u omitir en el presente”. Todo lo contrario a ese fatal incrementalismo desarticulado que intenta foguearse entre la improvisación y la necedad juvenil. Aplaudir el “así como va viniendo vamos viendo” es una loa a la flojera intelectual, al déficit de pensamiento analítico, a la aridez estratégica y al conformismo que no quiere tomar la iniciativa y que le perturba el riesgo. Del político se espera reflexión y buen talante. José Luis López Aranguren insistía en la forja del carácter, en los buenos hábitos que te hacen fuerte y resistente a las tentaciones de los pecados capitales. Un mal político gusta de aduladores, se rodea de seres insignificantes que solo aportan aquiescencia y hambre de poder. Y por supuesto, sin compromiso con ideas, pero si con clichés como “soy de izquierda” y todas las derivaciones que de esa declaración puedan hacerse.

 

 

Un líder virtuoso tiene ideas claras y principios sólidos. Nosotros lamentablemente compramos liderazgos inconsistentes y afectos a la mentira y la simulación. ¿Cuántas veces se negó el proceso de negociación tutelado por Noruega? ¿Cuántas veces se ha tergiversado el contenido pactado al cese de la usurpación? ¿Cuántas veces se ha negado el debate, la rendición de cuentas, y la exigencia de una unívoca decisión de luchar hasta el final? ¿Cuántas veces se ha advertido sobre la fatalidad del dinero sucio y su agenda perniciosa? ¿Cuántas veces han vestido los falsos hábitos de la resignación debajo del que se esconden trácalas y acuerdos inconfesables? ¿Cuántas veces nos han puesto a depender de aspiraciones personales o de partido?

 

 

 

La virtud política obliga a la definición de conceptos. Desde las ideas se forjan realidades luminosas. Sin ideas claras, cualquier cosa tiene el mismo sentido y valor. Si nos referimos a liberación es porque sabemos urgente y necesario el sacar a los ciudadanos de la condición de servidumbre y la victimización masiva que estamos sufriendo. Nada menos que eso significa esa palabra. Si nos referimos a libertad estamos haciendo ver que los ciudadanos quieren vivir sin miedo, sin estar sometidos a la lucha diaria por sobrevivir, que no quieren ver cómo se destruye la familia porque se tiene que separar para intentar tener alguna probabilidad. Y que necesitan replantearse sus proyectos, con alegría y sentido de patria. Concebida así, la libertad es una idea poderosa, muy diferente a la fatalidad resignada de un liderazgo que ni quiere, ni sabe, ni puede encontrar la ruta del coraje. ¿Pero cómo puede romper con lo actual alguien que pretender hacerlo mejor con las mismas condiciones? ¿Cómo hacemos con los que no quieren ruptura sino enmienda, porque son igualmente socialistas, estatistas, intervencionistas e incapaces de confiar en el poder de creación de riqueza de la gente? ¿Cómo hacemos con los líderes que improvisan al ritmo de las mentiras que proponen?

 

 

Claro que un líder liberador necesita demostrar fortaleza para mantener la constancia en la ruta acordada; prudencia para discernir con “malicia” lo bueno y lo malo, los que están a favor del bien y los que son tentación para la perdición; justicia para determinar qué es lo importante y diferenciarlo de lo accesorio; y templanza para no caer víctima de los vicios, los atractivos del poder auto-referenciado y las perniciosas agendas del dinero sucio.

 

 

 

El peor vicio de nuestro liderazgo es el fingimiento del plano de imposibilidades con las que intentan persuadir al país de que sus logros son los máximos posibles de obtener, cuando en realidad son menos que los mínimos exigibles. Nosotros hemos encarado un liderazgo que ha planteado las siguientes falacias:

 

 

1.       No puede haber injerencia internacional porque nadie está interesado en una salida de fuerza para Venezuela. (La falacia de la falsa predicción política). Como si no existieran la persuasión, el mercadeo, el lobby y la diplomacia, la negociación, la teoría de los juegos y la estrategia del conflicto. Detrás de eso hay decisiones tomadas que, al parecer, son inconfesables. Adelanto una: Ellos dicen “que como no hay posibilidad de injerencia internacional, deben ir a negociar a Barbados y con la tutela de los noruegos”. Facilitan una ruta desprestigiando a la alternativa.

 

 

2.       No puede haber cese de la usurpación, pero podemos despojarnos “ambos” del poder para ir a unas elecciones dirigidas por un consejo de estado donde cuatro (4) miembros son del régimen usurpador. (La falacia de la rana cándida y el alacrán confiable). Detrás de esto hay un ángel caído en el pecado de la soberbia. El presidente Guaidó confundió el respaldo popular a la invocación del 233 constitucional con un respaldo incondicional a su persona, incluso si se lanza como candidato. Alguien le hizo ver que era demasiado fácil ganar. Le presentaron encuestas falseadas, le entregaron dinero para la campaña, organizaron un comando, y están prestos para lanzarse al ruedo. Depende, por cierto, de que el régimen acceda a ese acuerdo, y no solamente convoque unas elecciones parlamentarias.

 

 

3.       La ley es menos importante que la coyuntura política. (La falacia del “vivo pendejo”). Por eso violan el estatuto y dejan sin resguardo a la asamblea nacional. De la misma forma quieren negociar unas votaciones sin que importe que quede viva la asamblea constituyente. No les importa recibir eufóricos a los diputados del bloque de la patria, aun violando el 191 constitucional, y sin que por eso estos reconozcan la legitimidad de la asamblea y la validez de su junta directiva. Y sin exigir algo a cambio, por ejemplo, darle el mismo tratamiento de impunidad a los diputados que están presos o en el exilio.

 

 

4.       Los tiempos de dios son perfectos. Por eso “aguanta papá, aguanta”. (La falacia de la falsa paciencia). Los ciudadanos, con razón, los ven cómodos y sin apuro. Los aprecian sin ese sentido de urgencia que los hace impresentables y en fatal contraste con una población exánime, devastada por el tiempo presente, y que con mucha razón exige la demostración de que se está haciendo lo indecible para salir de esto. Y no es tiempo que se toma para reflexionar. Es tiempo que se pierde esperando a que pase algo, a que cuajen las negociaciones, como si el milagro fuese el resultado de la política activa. ¡Me temo que no es así! No hay milagros, hay decisiones acertadas y buenas estrategias, o malos resultados precisamente por falta de virtud y malicia. El milagro, en todo caso, sería que se atrevieran a hacer lo correcto.

 

 

5.       El esfuerzo es más loable que los resultados. (La falacia de la falsa valentía como excusa al fracaso aunque “ha dejado el pellejo y dado el pecho”). Es muy fácil argumentar sobre el esfuerzo superlativo como excusa cuando no hay resultados apreciables. Eso se llama manipulación emocional deliberada, exacerbación sentimental y, por supuesto, perversidad, una versión muy despreciable del mal que quiere escamotear toda responsabilidad por los fracasos y quiere además reconocimiento y admiración.

 

 

No podemos especular con sesgo hacia el buen desempeño. No debemos celebrar supuestos esfuerzos sin resultados plausibles. Pedro Emilio Coll lo determina muy bien en su cuento “El diente roto”. Lo que vemos puede ser mal interpretado, sobre todo si somos proclives a la ligereza cuando valoramos a los demás.  Recordemos el asombro y la complacencia de toda la sociedad con quien “con la punta de la lengua, tentaba sin cesar el diente roto; el cuerpo inmóvil, vaga la mirada sin pensar”. La gente creyó que era pensamiento y reflexión profundas, y no era así, solo un hombre infeliz y reducido a un mal hábito. Porque eso puede ser realidad, los ciudadanos debemos ser impenitentes y obstinados en la exigencia de rendición de cuentas, explicaciones y definiciones políticas. A los “diente roto” les conviene nuestra aquiescencia, nuestro aplauso incondicional, nuestra docilidad y nuestro silencio

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¿Por qué son importantes las ideas y los valores en el ejercicio de la política? Porque el arte de la política se trata de posicionamiento de las convicciones y movimientos estratégicos para lograr los cambios deseados. Sin ideas es poco probable mantener la ruta del coraje. Y sin coraje es imposible lograr los cambios que la gente exige y desea con desesperación vital. No es para cualquier lado a donde queremos ir. Es hacia la libertad y la prosperidad. Todo aquello que lo retarde es malo, reprobable y descartable. Todo aquello que lo anticipe es bueno y aprovechable.

 

Víctor Maldonado C.

@vjmc

 

 

 

 

Nuestra esperanza es la gente

Posted on: octubre 1st, 2019 by Laura Espinoza No Comments

 

 

No puede ser casualidad que, muchos presos políticos cuando son liberados adoptan discursos cargados de perdón, disposición al diálogo y negación de la lucha. Cada vez que eso ocurre uno advierte que detrás de tanta disposición a pactar hay un guion perverso y los efectos nefastos de maltratos indebidos e injustificables. En todo caso hay abundante literatura sobre los impactos que el encierro produce en la psique de los afectados, sin mencionar el uso de diferentes formas de tortura que persiguen quebrar a sus víctimas. Epicteto lo dijo con la sobriedad propia de los estoicos: “La cárcel es forzar a alguien en contra de su voluntad”, e investigaciones recientes muestran cómo se logra cierta docilidad que hay que sanar mediante el apoyo terapéutico apropiado.

 

 

Los regímenes totalitarios tienen muchos objetivos asociados a la represión y la persecución política. El más generalizado y difuso es la propagación del miedo y la presentación del régimen como invencible y capaz de cualquier cosa. De eso se trata el atributo del uso de la fuerza sin contemplaciones. Los efectos que persiguen en el caso de los encierros políticos son siempre el cambio de unas convicciones por otras, o si es el caso, el reforzar una que ya venía incubándose, desechando mediante el maltrato, la amenaza y el descoyuntamiento de la personalidad cualquier otra disposición. Por eso precisamente se habla de quiebre, y de la necesidad de que haya un acompañamiento psicológico para superar el trauma y pasado el tiempo volver a una condición más normal.

 

 

Lo que no tiene sentido para un país urgido de claridad y buenas decisiones es que sea dirigido por víctimas que todavía no se han dado el tiempo para recuperarse de los efectos psíquicos del encierro. Lo digo con toda la consideración posible por los que han pasado por esa terrible circunstancia, pero también pensando en los mejores intereses del país que mira atónito cómo su suerte está en manos de quienes no se han permitido el derecho de ordenar sus ideas y sentimientos. Un líder responsable lo haría. Se permitiría un tiempo para reponerse, y luego, si es el caso, continuaría su lucha política.

 

 

Porque experimentar una situación tan atroz hace que se pierda algo de lucidez y fortaleza. En días recientes fue liberado el diputado y vicepresidente de la Asamblea Nacional, Edgar Zambrano, luego de varios meses de reclusión indebida. Al salir reforzó un discurso asociado a la colaboración abierta con el régimen, la insistencia en diálogos y negociaciones, y a la definición política de lo que él entiende como tolerancia. En un tuit del 28 de septiembre del 2019 dijo: “La tolerancia nos hace más ciudadanos. Leer nos conduce a la cultura general. Aprender a escuchar nos lleva hacia lo racional. Decir lo que otro quiere oír por cobardía, es renunciar a todo principio de honestidad con la moral y la ética”. El mismo día escribió otro: “Esperemos que lleguen los salvadores de la patria por cualquier vía, con tal de no hacer nada por nuestros propios medios. Al parecer es más fácil construir la oferta engañosa de carácter continuada”.  Al día siguiente continuó con este: “El riesgo calculado, en política termina siendo una oferta engañosa, una falacia. Hablarle con la verdad al país en los actuales episodios, es responsabilidad ética y política”. Minutos después lanzó otro mensaje: “Lo que se dice en secreto, por temor a redes, forma parte del grave problema de forma y fondo estratégico opositor. Cuando se pierda el miedo, a laboratorios direccionados, hacerle daño a oposición, dejaremos de esperar que otros vengan a resolver el nudo del conflicto nacional”. Y el ciclo lo cerró con este mensaje: “Posibilismo, inmediatismo, y facilísimo, no dejan nada favorable a crisis Venezolana. La historia cuenta de países que aún están sentados esperando solución providencial a sus problemas. Si alejamos la política, cancelamos soluciones de una sociedad que las requiere con urgencia”.

 

 

La línea argumental del dirigente político es esta: Ser tolerantes es seguir negociando con el régimen en un ciclo de diálogos que nos permitan resolver nuestros problemas sin injerencia alguna. Eso hay que decirlo públicamente, porque es la única posibilidad realista, y si por eso hay que asumir el costo de opinión pública y pérdida de respaldo, se deberá a que hablar con la verdad parte de la responsabilidad ética y política de los líderes. Cualquier otra cosa es una oferta engañosa.

 

 

Al respecto me gustaría presentar una contrargumentación al planteamiento del diputado adeco.

 

 

La tolerancia no es coquetear con el mal. Tampoco es un ejercicio constante de capitulación frente a un régimen tan perverso que es capaz de perseguir a los disidentes y violentar derechos de los ciudadanos. El que así lo crea está renunciando a una larga tradición de reflexión ética y política que ha llegado a la conclusión de que no es debido tolerar al intolerante. Alain Touraine propone incluso que “contra un poder absoluto se debe oponer una libertad absoluta que va más allá de la tolerancia”. Lo que plantea el diputado adeco no es tolerancia sino condescendencia con aquel que tiene posibilidad de violentar y maltratar. El aceptar como buenas las reglas del que practica y ejerce la fuerza pura y dura no nos hace más ciudadanos sino más siervos y absolutamente refuerza nuestra condición de víctimas, forzadas además a comprar como bueno el eufemismo de que solo así se es buen ciudadano. La definición del diputado Zambrano me recuerda el tétrico mensaje que lucía a la puerta de los campos de concentración nazis:  Arbeit macht frei, una frase alemana cuya traducción al español es “el trabajo libera”.

 

La realidad del país muestra el talante del régimen. Más allá de cualquier lectura (quien sabe a cuales autores fue expuesto en sus meses de encierro) no es preciso argumentar demasiado para llegar a la conclusión del enemigo que afrontamos. Claro está que al respecto se puede argüir que el socialismo del siglo XXI no es el mal ni ejerce el poder con criterios totalitarios. De hecho, esa es la premisa que los ha llevado a conversar y a aparearse durante más de veinte años con un régimen que nadie pasa por democrático ni por respetuoso de la dignidad de las personas. Por eso mismo mejor que debatir puntos de vista es atenernos a los resultados que muestran un país victimizado, violentado, saqueado, arruinado y despojado de sus derechos. Porque el mal se mide precisamente por las consecuencias que provoca en la vida de la gente. Y resulta poco más que ofensivo el que venga alguien enarbolando una falsa parusía para refrendar la agenda del socialismo del siglo XXI. Pero el diputado sigue en su críptico mensaje: “Aprender a escuchar nos lleva hacia lo racional”. Bueno sería que escuchara el clamor de un país que ya no tiene paciencia o que se expusiera al debate con quienes creemos que por la vía de las negociaciones nada se va a lograr. Pero por lo visto, lee y escucha los planteamientos del régimen castigador y funesto. Lee y escucha a los que le susurran en sus oídos que puede pasar a la historia si logra lubricar la senda del acuerdo. Lo mismo pensarían en su momento Pierre Laval o Philippe Pétain. No es que no suene bien presentarse como el que escucha, lee y dialoga, solo que en este caso estamos hablando de falta de lucidez al querer “razonar con un tigre cuando se tiene la cabeza en su boca”. Pero sigue la elucubración falsamente filosófica del diputado adeco afirmando que “decir lo que otro quiere oír por cobardía, es renunciar a todo principio de honestidad con la moral y la ética”. ¿Se referirá a sus pares del régimen? ¿O acaso está diciendo que hay una dirigencia cobarde que teme decirle al país que la negociación ya está sellada y que solo queda el anuncio formal luego de toda esa coreografía parlamentaria y uno que otro escarceo político para intentar mostrar que son dos partes y no una sola?

 

 

En política se habla de disposiciones, capacidades y creación de posibilidades. Hay una falacia intrínseca en el discurso del diputado adeco. Por lo visto él tiene a disposición como único curso de acción el diálogo y la negociación con el régimen. Tal vez por trauma psicológico no resuelto. Pero no confundamos esa indisposición con honestidad ética. Que el diputado no crea o no pueda que haya otras formas de resolver el conflicto no significa que no existan y que no se puedan intentar. No es cierto que estamos condenados a darnos por vencidos y que debemos asumir como buena “la posibilidad Zambrano” y que sea él quien la sepa y la deba administrar. No nos confundamos. El diputado adeco tiene agenda, y lo menos ético posible es precisamente hacerlo pasar por una fatalidad. Es lo que he llamado esa repugnante política de los hechos cumplidos porque “eso es lo que hay”. Detrás hay arreglos que por otra parte son un secreto a voces. Se sabe que el presidente Guaidó tiene comando, asesor electoral y campaña montada. Se sabe que los partidos del G4 apuestan a seguir siendo los hegemones, aunque no tengan respaldo popular. Se sabe que por eso están tan urgidos de una parodia electoral a la que solo se prestarían ellos, los extremadamente “tolerantes”, que son capaces de hacer mercado igual, a pesar de condiciones adversas, o como dicen ellos mismos “con unas mínimas condiciones”. En ese sentido el diputado adeco “salió con encarguito”. Lo que pasa es que ni tiene la disposición ni cuenta con la capacidad para intentar, por ejemplo, la ruta del coraje.

 

 

Las víctimas piden ayuda y los líderes esclarecidos son capaces de articular alianzas. El discurso político del colaboracionismo está lleno de trampas argumentales y falacias. Una de ellas, muy común entre ellos es la reducción al absurdo de un falso dilema entre negociar o esperar a que vengan los marines. El interés del régimen, al que se pliegan sus colaboradores, es presentar un escenario alternativo terrible que es guerra y muerte. Y a ese falso dilema se pliega el diputado adeco cuando lanza esta frase: “Esperemos que lleguen los salvadores de la patria por cualquier vía, con tal de no hacer nada por nuestros propios medios. Al parecer es más fácil construir la oferta engañosa de carácter continuada”.  Olvida el diputado adeco que en su ausencia se aprobó la reincorporación al TIAR, y mediante el afanoso trabajo del embajador Tarre Briceño se llegó incluso a la reunión de los países integrantes para resolver un conjunto creciente de medidas de presión. Pero estamos claros que el diputado adeco prefiere ser él mismo protagonista de una nueva etapa de las viejas marramucias dialógicas. Por eso sale corriendo a hablar con Timoteo con el fin de rescatar la iniciativa noruega. ¿En serio cree que sus carceleros van a irse del poder por las buenas? ¿En serio cree que la solución del país reside en seguir perdiendo el tiempo, o en un esquema donde se renueva todo para que nada cambie? Al diputado adeco le falta humildad republicana y grandeza en su liderazgo. Por eso nos entrega.
 

 

No hay política posible si está presente el uso de la fuerza pura y dura. Yo creo que entre las lecturas que no hizo el diputado adeco están las reflexiones sobre filosofía política de Hannah Arendt. Ella decía que los confines de la política eran los de la antipolítica. Y que la antipolítica se hacía presente cuando una de las partes era capaz de aniquilar a la otra. Es el uso de la fuerza y la ausencia de derechos y garantías lo que define la absoluta futilidad de creer que puede ser resuelta políticamente esta situación de fuerza, con capacidad para devastar, y con disposición a hacerlo. El diputado adeco, tan cándido, tan irreflexivo, tan alejado de la realidad, tan confundido, no cae en cuenta que sus palabras carecen de contenido útil porque están vaciadas de realidad. Cuando cierra sus tuits con esta ampulosa frase: “La historia cuenta de países que aún están sentados esperando solución providencial a sus problemas. Si alejamos la política, cancelamos soluciones de una sociedad que las requiere con urgencia”, nos está vendiendo la aburrida cantaleta de que hay decenas de experiencias que salieron de su desgracia por la vía de la negociación, sin decir que otras tantas no salieron por esa vía. Pero va más allá, porque si lo que quiso decir es que política es equivalente a diálogo y negociaciones, está simplemente equivocado y deja por fuera tantas razones que no vale la pena hacer todo el inventario. Pero vayamos a la más elemental, proveída por Thomas Hobbes en el siglo XVII: El principio de eficacia es el único que legitima a Leviathan. Su única finalidad es garantizar los derechos a la vida y a la propiedad. Si no cumple con esos cometidos, bien vale la pena cesarlo. Podrá decir el diputado adeco que esa no es la situación en el país, porque aquí la gente vive y posee, con lo que volveríamos al inicio del presente artículo: luego de un trauma tan brutal como la persecución y encarcelamiento político bien le vendría un reposo reconstituyente, mientras los demás seguimos luchando por el cese de la usurpación.

 

 

Lo malo es que no estamos refiriéndonos solamente a cuatro reflexiones infelices de un diputado adeco sino a una tendencia del grupo de cuatro partidos que dan gobernabilidad a la presidencia de Juan Guaidó. Por lo visto vuelven a la mesa, y con ello a las imposibilidades de resolución. De allí no va a salir sino tiempo perdido y el final de esta etapa. Por eso, cuando se aprecia el desplome de la entereza de la dirigencia política que ha dirigido este experimento (me refiero a Voluntad Popular, AD, UNT y PJ) aparece como contraste refulgente la entereza, la dignidad, la fortaleza y la voluntad de luchar de los ciudadanos venezolanos. Nosotros, los ciudadanos, sobreviviremos a esta debacle de equívocos y malas apuestas. Y entre nosotros definiremos quién merece ser contada en esta historia y quienes deben pasar definitivamente al olvido.

 

 

Víctor Maldonado

@vjmc

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

無敵