Músculo y movimiento

Posted on: abril 22nd, 2023 by Lina Romero No Comments

 

 

Para ganar una elección -y que ganarla sirva para cambiar el estado de las cosas- hay que moverse y hay que mover gente. Hacerlo en las primarias es clave para enfrentar la elección que se nos viene

 

 

Nadie tiene la bolita de cristal. Nadie sabe lo que va a pasar y mucho menos cuándo va a pasar, si acaso pasa lo que puede pasar. Uno no trabaja porque esté seguro de lo que va a pasar. Trabaja porque sabe que si no trabaja en ello, lo que quiere que pase pues no va a pasar.

 

 

Es ya irrelevante la discusión sobre si debe haber o no primarias. Los argumentos a favor y en contra hoy sobran… y estorban. Hay una comisión encargada de organizarlas, hay una fecha, hay ya varios que anuncian su participación como candidatos. Hay algo así como una normativa a la que los candidatos deben plegarse y comprometerse con firma en documento a cumplir. Eso es lo que hay.

 

 

Aquí y en cualquier parte del mundo, aunque las primarias sean de abierta participación de todos cuantos sean electores inscritos en el registro pertinente, en realidad las primarias son una competencia entre adeptos comprometidos y organizados. Es decir, triunfar o perder tiene todo que ver con la solidez y capacidad de la estructura.

 

 

Los partidos políticos en Venezuela tienen hoy en los hechos un número bajo de afiliados. Y es aún más bajo el número de afiliados activos. Pero la pauta en unas primarias la marcan quienes puedan movilizar más gente, y ello supone tener gente que movilice a esa gente. Eso, en lenguaje coloquial, ¿cómo se llama? Se llama «maquinaria».

 

A alguien le escuché decir o le leí (creo que fue al padre Ugalde) que para las primarias se necesitan unos 60 mil voluntarios. Pero eso no incluye a los equipos de promoción de cada candidato.

 

 

Un candidato X (o candidata, para no herir susceptibilidades a pesar de las normas gramaticales) puede puntear una encuesta. Pero si el día de esa elección primaria no tiene movilizadores y testigos cuidadores, esa prospección en encuestas se volverá sal y agua.

 

 

Se trata de músculo. De gente de carne y hueso. Si en Venezuela se pudiera votar por Internet, entonces tendría sentido creer que la elección se puede ganar con una avalancha de posts en Twitter, Instagram, Facebook, Tik Tok, etc. Pero votar supone un desplazamiento físico. El elector tiene que ir al centro de votación.

 

 

Yo camino todos los días al menos una hora. Hasta hoy nadie se ha acercado a mí para intentar seducirme como elector. Y ya estamos en abril. Sí me llegan toneladas de posts, algunos buenos e inteligentes, otros patéticamente de tal cursiambre que producen alergia.

 

 

Ciertamente yo soy un «elector convencido», que cree en la participación. El 22 de octubre iré a votar. Pero si a la enorme cantidad de electores que están en el exterior impedidos de votar (la cifra es espeluznante) sumamos la nada despreciable cifra de electores decepcionados/desilusionados/hartos/incrédulos que viven en Venezuela, el resultado puede ser que el candidato que resulte elegido en esas primarias represente a una minoría. Y con una minoría no se le va a ganar a la mayor minoría política en Venezuela, que es hasta nuevo aviso el rojismo.

 

 

Señores candidatos a las primarias: músculo. De eso se trata. De trabajo dinámico y no estático. «El trabajo dinámico permite la locomoción y el posicionamiento de los segmentos corporales en el espacio. El trabajo estático mantiene la postura o la posición del cuerpo…». Eso leo en la página de la Clínica Mayo.

 

 

Para ganar una elección -y que ganarla sirva para cambiar el estado de las cosas- hay que moverse y hay que mover gente. Hacerlo en las primarias es clave para enfrentar la elección que se nos viene.

 

 

Soledad Morillo Belloso

Soledadmorillobelloso@gmail.com
@solmorillob
 

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¿Cómo es eso de «como»?

Posted on: abril 15th, 2023 by Lina Romero No Comments

 

 

En Venezuela, no entendemos qué es eso de «perder el tiempo». Tampoco nos importa la precisión en la distancia. Aquí todo el mundo llega tarde o antes de tiempo, nunca a la hora. Y las distancias siempre tienen un «como» por delante

 

 

No es que la gente de los países con cuatro estaciones sea más inteligente que nosotros. Es que el clima les ayuda en la comunicación.

 

 

Cualquier conversación con mi hermana que vive en Carolina del Norte comienza y casi siempre termina con el clima. Podemos tener problemas muy gordos, escollos insalvables, dolores atroces, pero ella impepinablemente me dirá la temperatura, los índices pluviométricos y en ocasiones hasta la velocidad del viento en nudos. Ahora que llegó la primavera en el hemisferio norte, varios minutos de nuestra conversa por WhatsApp serán invertidos, sabiamente, en hablar sobre el polen y los estornudos.

 

 

Aquí en Margarita hay dos climas: llueve o hay sequía. Calor hay, siempre; nunca horroroso. En otras Islas del Caribe se achicharran. Aquí no. Hasta en eso esta isla es privilegiada. Entonces, nadie habla del clima. Así, hay que andarse con cuidado, pues si uno se encuentra con alguien, o llama o te llaman, la respuesta a la pregunta «¿cómo estás?», o ¿cómo vas?», o ¿qué hay?», o «¿quihubo?», o, más grave aún, «¿qué cuentas?», cualquiera de esas puede desatar en esa persona el irrefrenable deseo de narrarte todo lo que le está aconteciendo, de pe a pa. Todo comienza por un «Bue…». So riesgo de parecer desagradable, y si no puedo escapar de la situación, yo corto en seco con un «epa, era una pregunta de cortesía», o, si tengo menos confianza, un «ahorita estoy apurada; luego te llamo para que me cuentes». Una situación semejante en un país con cuatro estaciones se refugia en la temperatura. En Venezuela nadie sabe cuánto marca el termómetro. Los locutores de radio y televisión pierden el tiempo leyendo el pronóstico del INAMEH (sólo en Venezuela a alguien se le ocurre bautizar a un instituto con un nombre que transformado en siglas culmine con una h, que es silente). A la audiencia los vaticinios climatológicos no pueden importarle menos. Les saben a carato de parcha. En Caracas, la gente mira para Petare y sabe, sin que lo diga meteorólogo alguno, si va a llover. Y cada ciudad o pueblo tiene su Petare.

 

 

En Venezuela, no entendemos qué es eso de «perder el tiempo». Tampoco nos importa la precisión en la distancia. Aquí todo el mundo llega tarde o antes de tiempo, nunca a la hora. Y las distancias siempre tienen un «como» por delante. Un lugar está «como a dos cuadras», «como a dos kilómetros». Lo mismo ocurre con los tiempos. Cualquier horario está precedido por un «como». A mi marido lo cremaron. Y en la funeraria me dijeron: «Véngase como a las 11, que puede ser que para esa hora ya estén las cenizas». Los extranjeros no latinos que viven en Venezuela o están de paso no entienden nada; se horrorizan y sufren.

 

 

La imprecisión parece ser nuestra marca de fábrica. Está en nuestro ADN. Así las cosas, no puede sorprendernos que con todo este asuntillo procaz del saqueo a las arcas de la Nación (a saber, nuestros bolsillos, el suyo, el mío y el de todos los venezolanos) se escuche decir que «el desfalco fue de como XX mil millones de dólares». ¿Cómo es eso de «como»? Y entonces me viene a la mente Oscar D’León, quien suele incluir un «como» en sus canciones. Y también recuerdo que Oscar se afinca sobre las r en palabras claves. Y dice amorrr, colorrr, saborrr, temorrr y dolorrr. De este último en Venezuela tenemos en abundancia. Aunque no lo midamos con precisión.

 

 

Soledad Morillo Belloso
@solmorillob

 

La vida es una batalla

Posted on: abril 8th, 2023 by Lina Romero No Comments

 

 

Hay batallas que nos cambian la vida. Nos revelan de qué estamos hechos. El que se rinde antes de luchar, será derrotado. El que lucha, el que va a la batalla, aunque pierda, no

 

 

No todas las batallas se ganan. Pero no es para ganarlas que se lucha. Algunas se tienen que enfrentar aunque al final no haya modo de triunfar. Hay un error conceptual. Mucha gente confunde ganancia con victoria. Los términos parecen iguales, mas no lo son.

 

 

Solemos enfrentar los infortunios con dos tipos de actitudes, ambas equivocadas. O desarrollamos un continente ridículamente optimista que no tiene ninguna base en la realidad, o nos sumergimos en un pesimismo insulso que, también, nos hunde en una realidad amañada por nuestras propias emociones. En ambos casos buscamos que alguien, alguien que nos importa mucho, nos otorgue la razón. Buscamos aprobación. Con ninguna de esas actitudes puede enfrentarse una batalla. La victoria cuesta. El fracaso también. Pero el fracaso cuesta mucho más si no se ha luchado.

 

 

No me refiero meramente a la esfera personal. Lo anterior aplica a cualquier ámbito, sea en lo profesional, lo laboral, lo compartido, lo íntimo, lo público. Hay gente que mide su éxito por la cantidad de dinero que ha acumulado. Otros por la suma de personas que están bajo su ala o comando. Los influencers contabilizan su éxito en el número de followers. Las iglesias suelen hacer sus cuentas por la cifra de adeptos o feligreses que tienen. Algunos políticos se miden en la popularidad que les dicen las encuestas y en la cantidad de votos que pueden acumular en una elección o en en varias. Los estadistas se evalúan por la suma de cambios positivos que han logrado.

 

 

Una persona acude a la consulta de un médico porque siente -o presiente- que algo no anda bien con su salud. El facultativo hace exámenes de todo género y llega a un diagnóstico. Se lo comunica al paciente y este le pregunta qué hacer. El doctor le da opciones, caminos, posibilidades, si las hay. Le habla con la verdad como marca de idioma. Pero la decisión es del paciente, no del médico. Si ambos enfrentan el padecimiento, ambos se están embarcando en una batalla, con la esperanza de ganar. Pero si la enfermedad vence, no hay derrota ni del paciente ni del médico. Porque derrota habría habido si uno y otro hubieran decidido ‘‘dejar eso así‘‘ (frase infeliz). No entrar en batalla es una decisión, no un sino, un decreto de las moiras. El optimista dice ‘‘vamos a ganar», el pesimista dice ‘‘vamos a perder‘‘. El luchador dice ‘‘vamos a batallar».

 

 

En política, en los negocios, en los deportes -y un largo etcétera- aplica lo mismo. Hay personas que pasan por la vida sin que la vida pase por ella. No saben lo que es una batalla.Y hasta se sienten exitosos por ello. porque pasaron agachados, cuando en realidad no son sino militantes de la mediocridad. Son ese personaje del ‘‘10 es nota y lo demás es lujo‘‘.

 

 

La vida es brega. No es cómoda, ni fácil. Muchas veces no es dulce ni bonita. Pero rendirse antes de llegar a la esquina del campo no puede ni debe ser una opción. Uno vino a este mundo a hacer algo que haga de este planeta un lugar mejor. Vino a construir, no a destruir. Vino a hacer el bien, no solo para uno o los que uno aprecia. Si no lo hace, está de más, sobra. Porque quien no suma, resta.

 

 

 

Hay batallas que nos cambian la vida. Nos revelan de qué estamos hechos. El que se rinde antes de luchar, será derrotado. El que lucha, el que va a la batalla, aunque pierda, no.

 

 

 

Soledad Morillo Belloso

soledadmorillobelloso@gmail.com
@solmorillob

La democracia no es una fiesta

Posted on: febrero 19th, 2023 by Super Confirmado No Comments

 

 

La verdadera democracia no reverencia al poder, no rinde pleitesía. Al contrario, le exige a quienes llegan a posiciones de poder un decir y un hacer caracterizados por tres virtudes: la dignidad, el respeto y la sobriedad

 

 

Es claro que hay muchos aspirantes a la presidencia. Algo magnético tiene la silla de Miraflores, algo que es como el canto de las sirenas.

 

 

Si todos esos aspirantes tienen derecho legal y moral, ah, eso es otro asunto para nada fácil de dilucidar.

 

 

En Venezuela no existen los perfectos. De hecho, no existen en el planeta Quizás porque no existe la perfección. Lo que sí puede y debe haber en este pedacito de tierra que pomposamente llamamos país es mejoría, progreso, evolución, que son precisamente las tres cosas que Venezuela no ha tenido en todos estos años de experimento revolucionario.

 

 

Aquí todos, sin excepción, cojeamos, de alguna de nuestras (cuatro) patas. En el terreno político no es diferente. Y como en muchas otras profesiones, los políticos (y los antipolíticos) tienen varios pecados o defectos de fábrica: el egotismo, la ambición desmedida, la incapacidad para el compromiso, la miopía mental, el inmediatismo. Eso sin pasearnos por la codicia y la falsedad.

 

 

Políticos hay muchos en Venezuela. Hay de todo tipo, color y sabor. Buenos, mediocres, hablapaja, mentirosos, capacitados, incompetentes, sabiondos, cobardes, valientes, inteligentes, ignorantes. En fin, para todos los gustos. De lo que hay poco, muy poco, es estadistas.

 

 

Desde que tengo memoria, el discurso inaugural de los presidentes se ha basado en que reciben la presidencia de un país en severa crisis. Tanto decirlo se convirtió en realidad. Ahora sí Venezuela está destrozada, ahora sí está quebrada, ahora sí tenemos gravísimos problemas de toda índole, ahora sí llegó la hora del crujir.

 

 

Es obvio que una democracia a medias, o un disfraz de democracia, no son la solución. Es también obvio que modelos no democráticos no resuelven los problemas en un país que de joven y pobre Capitanía General pasó a república emancipada sin comprender a cabalidad qué significaba eso.

 

 

La democracia es muy exigente. Demanda hombres y mujeres que entiendan que el estado y el gobierno no son su coto de caza privada. Pero también la democracia exige una ciudadanía en ejercicio, no contemplativa. Por supuesto que hay palabras que ya suenan a tópicos. Estos años dejaron su reguero de pólvora, de burlas, de rejas, de aniquilación. La destrucción también llegó al lenguaje. Y si alguien cree que las formas no importan, yerra.

 

 

La verdadera democracia no reverencia al poder, no rinde pleitesía. Al contrario, le exige a quienes llegan a posiciones de poder un decir y un hacer caracterizados por tres virtudes: la dignidad, el respeto y la sobriedad. La democracia no fomenta ni premia la desigualdad de oportunidades. Los países democráticos que realmente funcionan son aquellos en los que hay apenas un puñado de ricos (que invierten), una enorme clase media (creativa, trabajadora, poderosa) y un porcentaje pequeño de pobres. Esa clase de países trabajan mucho, no viven de las rentas y en ellos los servicios funcionan. En esos países, la ciudadanía (que no es lo mismo que la sociedad) está atenta, muy atenta al comportamiento y actos de los personeros de estado y gobierno.

 

 

Tenemos una democracia fantoche. Muy inculta, muy chabacana, muy carente de principios y valores y, para peor, dirigida por gente que enterró el espejo, botó el largavistas y se baña todos los días en una piscina de protuberantes placeres que comparten en las redes, para restregarnos en la cara su «éxito».

 

 

Hay muchos aspirantes a la candidatura de oposición. Algunos ya han expresado su deseo de participar en las primarias; otros, supongo, están esperando que algún iluminado encuestólogo le dé la señal de partida. Bien. Es importante el proceso, pero también el propósito y el fin. Es un viaje con destino, no un pedestre, ejercicio de popularidad transitoria.

 

 

Eso lo debemos tener claro. Tiene que haber reglas y compromisos públicos. Y dejar de decir que esto es una «fiesta de la democracia». La democracia no es una fiesta.

 

 

Soledad Morillo Belloso

Soledadmorillobelloso@gmail.com
@solmorillob

Los lobos cazan en manada

Posted on: noviembre 13th, 2022 by Maria Andrea No Comments

 

Los liderazgos de oposición compiten entre sí por la candidatura presidencial. La gente -es decir, ese conjunto tan variopinto que es el electorado- está muy confundida

 

 

Hay pocos lobos solitarios. De hecho, los que lo son tienden a una corta vida. La subsistencia y la fortaleza está precisamente en que son animales que entienden el poder de la manada.

 

 

Los liderazgos de oposición compiten entre sí por la candidatura presidencial. La gente -es decir, ese conjunto tan variopinto que es el electorado- está muy confundida. Al lío de varios partidos con la misma nomenclatura (algo que deberia estar claramente prohibido, si el CNE y la sala electoral del TSJ hicieran su trabajo por el que muy bien se les paga), se suma el no menos enrevesado percance de los Tityus discrepans (léase, alacranes), de los trashumantrs que se han mudado de organización política y, también, para completar la enrediña, los lobos solitarios.

 

 

Juan y Pedro y María y Juana y un largo etcétera no entienden nada. Y cuando entienden, pues prefieren esperar que alguna vez se pongan de acuerdo los aspirantes, los partidos, las ong.

 

 

Como éramos muchos y parió la abuela, ahora, dentro de los partidos, hay pleito por la candidatura a las primarias. Y el lío es cualquier cosa menos elegante. El electorado ve con grima el lío y se pregunta, con justa razón, a dónde diantres fue a parar la razón.

 

 

En la manada de lobos hay uno que es reconocido como el líder. No es por cierto el más grande, el más hermoso, o el que aúlla más fuerte. Es el que tiene las dotes para dirigir las acciones, el que se preocupa y ocupa de la manada, el que la protege, el que sabe cómo hacer de la cacería un acto conjunto. Cuida de los cachorros, de los débiles y las madres, y se asegura que de aquello que cacen se alimenten todos.

 

 

Tampoco el oficialismo, o como lo quieran llamar, está trabajando con la inteligencia e intuición de los lobos. Entre ellos también hay pleitos inútiles. Tienen a su favor que están en el poder. Pero tampoco hay un líder de la manada. Hay a lo menos tres o cuatro dedicados a las zancadillas.

 

 

Un lobo alfa se convierte en el líder cuando ordena sus prioridades. Cuando entiende que lo que importa es la manada.

 

 

Soledadmorillobelloso@gmail.com
@solmorillob

 

 

Estamos rotos, pero vivos

Posted on: septiembre 17th, 2022 by Maria Andrea No Comments

 

 

Durante estos largos meses escuché a muchos decir «nadie me entiende». Pues yo sí lo entiendo y he vivido de manera muy próxima varias veces esta terrible experiencia de batallar contra el cáncer. Y de eso va «No te rindas»

 

 

Hace meses a mi marido le diagnosticaron cáncer. Muy severo. Y ahí comenzó un calvario. La vida, que luego de la pandemia habíamos conseguido reorganizar, se nos puso patas arriba. Me refiero a toda la vida, cada día, cada minuto, cada segundo, cada kilómetro, cada metro, cada centímetro.

 

 

Quizás porque escribir es mi oficio, decidí que poner en negro sobre blanco lo que ocurría día tras día era la única manera de cauterizar mi angustia. Así, una noche empecé a escribir. Como una suerte de bitácora de lo que pasaba y de lo que yo iba sintiendo. Escribía en mi teléfono celular. En noches y madrugadas lluviosas. En las salas de tratamiento. En pasillos en los que esperaba resultados de exámenes.

 

 

Mi marido tuvo varias crisis, varias hospitalizaciones y pasó por tratamientos extremadamente fuertes. Todo eso lo fui narrando. Escribí exactamente lo que yo sentía en cada escollo. Me prometí no alterar luego el texto, bajo el banal, baladí y tan fatuo argumento de «pulirlo para que el lector se enamore de él». Me juré ser honesta y sincera. Y me comprometí a no esconderme tras las palabras.

 

 

A mi marido todavía no lo han dado de alta. Pero las largas y penosas semanas de radioterapia y quimioterapia ya culminaron, al menos por ahora. Y ya con un poquito de tiempo libre logré organizar esas notas y convertirlas en un libro: «No te rindas». Es un relato crudo, desvestido de prurito, doloroso de escribir. Narra lo que nos pasó. Y conjugo en la primera persona del plural, porque el enfermo es mi marido, pero el cuidador también cae por el despeñadero. Yo caí tantas veces como él cayó.

 

 

No es un libro de autoayuda. Muy al contrario de lo que algunos predican, yo creo que el enfrentarse al cáncer como paciente, como cuidador de ese paciente y como profesional de la salud requiere mucha, muchísima ayuda profesional, personal y espiritual. El cáncer no es solo una enfermedad del cuerpo; contamina el alma. Y estoy segura que eso que llaman autoayuda es como suponer que la sed se puede quitar bebiendo unas cuantas gotas de agua.

 

 

Este libro no es para mí. Es para ayudar a pacientes y cuidadores. Y también a los que se fajan a curar. Durante estos largos meses escuché a muchos decir «nadie me entiende». Pues yo sí lo entiendo y he vivido de manera muy próxima varias veces esta terrible experiencia de batallar contra el cáncer. Y de eso va «No te rindas».

 

 

Mi marido y yo estamos finalmente saliendo de esta selva intrincada. Estamos rotos pero vivos.

 

 

 

Soledad Morillo Belloso

Soledadmorillobelloso@gmail.com
@solmorillob

La crisis tiene sus excepciones

Posted on: septiembre 24th, 2021 by Laura Espinoza No Comments

El sector de los educadores despertó la semana pasada con la novedad de un bono especial acreditado en las cuentas del personal. El monto fue de algo así como 1$

En 1989, El Diario de Caracas, periódico en el cual escribí como articulista algún tiempo, publicaba una frase: «La crisis tiene sus excepciones». Se refería a una boda a todo trapo en Caracas, en medio de lo que ya se aceptaba como una crisis socioeconómica de magnas proporciones. Había ocurrido la toma de posesión presidencial, también desproporcionada y totalmente fuera de lugar dado lo que avecinaba con un paquete de medidas que se entendía era inevitable para poder «estabilizar la situación». A los días de estos dos festejos se produjo ese asunto del 27 y 28 de febrero, que algunos tenemos muy fresco en la memoria, porque lo vivimos, nadie nos lo contó. La prensa nacional e internacional tituló con la frase «El día que bajaron los cerros».

 

 

 

2021. En Venezuela hay la peor crisis política, social y económica que cualquier venezolano vivo pueda recordar. Y además estamos padeciendo el efecto de una pandemia que no se ha podido controlar y que sigue cobrando vidas. Los estudios de organizaciones de la sociedad civil y universidades ponen de bulto la mayor gama de calamidades. Susana Raffalli dice una verdad que para algunos es punzo penetrante, dolorosa: millones de venezolanos están lentamente muriendo de hambre.

 

 

El sector de los educadores despertó la semana pasada con la novedad de un bono especial acreditado en las cuentas del personal. El monto fue de algo así como 1$.

 

 

 

Pero el domingo las redes amanecieron inundadas con las reseñas muy descriptivas de una boda. Automáticamente recordé 1989 y aquel matrimoniazo que reseñó la prensa como una bofetada en los rostros de los millones que sufrían.

 

 

 

Llueven argumentos. A cuál más banal. Excusas a granel de lo injustificable. El sifrinismo es elocuente y gusta de darse bomba. Lo era en 1989 y lo es hoy en 2021. Santos Discepolo versaba su famoso tango «Cambalache» con la frase «despliegue de maldá insolente».

 

 

No aprendemos. Ahora en 2021, está visto que sigue siendo vigente aquella frase de «la crisis tiene excepciones».

 

 

 

El segundo capítulo, supongo, será la reseña de la luna de miel, que no creo vaya a ser en una posada de una estrella.

 

 

En fin, «… Que el mundo fue y será una porquería, ya lo sé. En el quinientos seis, y en el dos mil, también…».

 

 

 

Panchito Mandefuá se asoma por la esquina, a ver si le dan sobras.

 

 

 

soledadmorillobelloso@gmail.com
@solmorillob

El barranco infinito

Posted on: julio 31st, 2021 by Laura Espinoza No Comments

Es bueno que los que están en el poder en el régimen y los que están en posiciones de liderazgo en la oposición (en los varios pedazos que hay) sepan y entiendan que están todavía a tiempo

Supongamos que de aquí a unos meses logramos salir de esta pandemia, tarde, pero lo logramos. Será entonces tiempo de enfrentarnos con la cruda realidad.

 

 

El nuevo presidente de Fedecámaras, paisano, se estrena. Pasados los momentos de recibir las palmadas en el hombro, y luego de quedarse a solas, imagino que le llegó el momento de angustia. Porque por mucho entusiasmo que sienta, sabe él que el panorama no es nada auspicioso, ni para el empresariado ni para el país.

 

 

Es rigurosamente cierto que el régimen puede hacer cosas para destrabar el juego. Para empezar, puede tomar decisiones menos ideológicas. Hablamos de derribar barreras que el mismo régimen creo y que hoy son su peor enemigo. Claro, muchos en su propio círculo de asesores le advierten que tenga cuidado con cambiar el discurso y la narrativa, pues al hacerlo puede empezar a parecerse a la oposición. Eso no es cierto.

 

 

Vietnam. Luego de una guerra horrorosa, el régimen impuso su ideología. Así fue durante años. Hasta que llegó el momento de entender que así no se lograba nada. Y si bien no renunciaron en ese régimen al diseño político, pues rediseñaron el modelo económico. Hoy Vietnam no es ni parecido a lo que era en tiempos de la posguerra. Y seguramente de aquí a unos años, habrá además una reforma política que permita algo que se parezca más a un sistema democrático que a ese absolutismo de un partido que todavía priva.

 

 

No sabemos qué es primero, si el huevo o la gallina. No voy a decir que Maduro es capaz de conducir el viraje que necesita dar Venezuela. De veras que me parece que le falta lo elemental: conocimientos, destrezas y liderazgo. Pero me pregunto cómo acortar el camino de la reforma que obviamente necesitamos. Si me fijo en los que hablan de esperar un revocatorio o las elecciones presidenciales en la fecha que «tocarían», bueno, entonces tengo que apuntar que de aquí a allá el deterioro del país va a ser mucho peor que el que padecemos. Bien. Entonces hay que, o acortar los lapsos, o, lograr que las reformas económicas que son urgentes se produzcan antes que los cambios políticos.

 

 

Maduro no quiere soltar el coroto. Puede ser que los acontecimientos le pinten un escenario muy complicado. No son dos conchas de ajo lo que puede ocurrir en la CPI. Y nadie me va a convencer que en Miraflores y Fuerte Tiuna no están angustiados. Lo están. Pero también saben que eso, un posible proceso en esa instancia judicial, tomará tiempo. No es la escena de una película, es una película larga y de muy compleja producción, con muchos actores.

 

 

Bien. ¿Qué hacemos? ¿Nos encerramos en nuestras casas y nos plantamos? Si hacemos eso, pues morimos. De mengua.

 

 

Las elecciones del 21N me dan grima. Son un pichaque. Y no hay un solo candidato que me mueva el piso. Para completar el tedio, el CNE anuncia que habría penalización con cárcel para aquellos ciudadanos que incumplan su «deber» de actuar como miembros de mesa, en caso de haber sido seleccionados para tal función. La torpeza de ese anuncio no hay cómo adjetivarla. Han sumado así una razón más al portafolio de razones para no votar. Porque a juro, nada. Ni votar ni ser miembro de mesa. Sin embargo, aún sin haber tomado una decisión en firme, es probable que yo el 21N vote. Y espero que de aquí a ese día algo inspire a las organizaciones y los candidatos para que digan algo mínimamente interesante y espero, también, que el CNE deje de hacer amenazas estúpidas y los rectores tengan un discurso menos cursi y relamido.

 

 

No sé si habrá negociación en México. Espero que sí. Y espero que esas conversaciones no se vuelvan un torneo de quién grita más o quién construye la declaración más escatológica. Es bueno que los que están en el poder en el régimen y los que están en posiciones de liderazgo en la oposición (en los varios pedazos que hay) sepan y entiendan que están todavía a tiempo. Qué si el país se termina de hundir, pues los arrastrará al hueco. Y ese hueco es un barranco infinito.

 

 

soledadmorillobelloso@gmail.com
@solmorillob

El lenguaje del débil

Posted on: julio 10th, 2021 by Laura Espinoza No Comments

Las relaciones internacionales son cruciales para cualquier país. Y más ahora que el mundo ya no es ni ancho ni ajeno. No hay que estar de acuerdo en todo, pero sí intentar llevar las diferencias en sana paz

Se dice, y se dice bien, que los países no tienen amigos, tienen intereses. Que la diplomacia es el arte de hacer coincidir esos intereses, generar alianzas, amainar los disgustos y las diferencias y evitar (o cuanto menos aliviar) los conflictos.

 

 

Durante algún tiempo, Venezuela tuvo fama y reputación de ser un país que sabía tejer lazos. Era vista como una nación más bien apaciguadora y que no caía en aspavientos irritantes. Nuestra Cancillería y nuestro cuerpo diplomático se comportaban con prudencia y, cuando tocaba hablar acaso un poco más fuerte, pues lo hacían con elegancia, delicadeza y sindéresis. A nuestros embajadores y cónsules los conocían en el mundo como una orquesta que sonaba bien. Incluso en momentos difíciles en los que no concordábamos con países de la región o más allá, el lenguaje siempre era de altura. Acaso por eso la sangre no llegaba al río.

 

 

Las relaciones internacionales son cruciales para cualquier país. Y más ahora que el mundo ya no es ni ancho ni ajeno. No hay que estar de acuerdo en todo, pero sí intentar llevar las diferencias en sana paz. No se trata tan solo de evitar guerras. Puede que no esté planteado llegar a eso, pero incluso las discordias cuestan progreso y negocios contantes y sonantes. A veces, esos desencuentros se traducen en posibilidades truncadas. La política de puentes rotos termina dando al traste con oportunidades. Y cuando un país pierde una oportunidad, pues otro sacará provecho y al país que la perdió no le resultará nada fácil recuperarla.

 

 

Venezuela hoy tiene relaciones defectuosas con casi todos los vecinos y con muchos países importantes de la región y más allá de los océanos. No están totalmente rotos los nexos pero con muchas naciones tenemos relaciones mal avenidas que tienen pinta de divorcio. No tienen esas naciones interés alguno en un pleito con Venezuela. Pero, como me explicó un embajador acreditado en Venezuela y cuyo nombre me reservo, todo lo que tiene este país lo hay en otras partes y muchas naciones no practican la política de insultos por micrófono y redes.

 

 

Estas relaciones interrumpidas con ciertos países de nuestra cercanía nos han hecho, por ejemplo, tener que recurrir a obtener vacunas de lugares tan distantes como China y Rusia, obtener gasolina del lejanísimo Irán. Hacen que perdamos buenas tajadas en exportaciones. Que la comunicación aérea, sea complicadísima. Y en esta circunstancia de pandemia, ha empeorado lo ya estaba bastante mal.

 

 

Los jerarcas del régimen gustan de la pelea insensata. Del lenguaje hosco y desagradable. Bajo el argumento de la soberanía, la autodeterminación y el más lerdo concepto de orgullo, la realidad es una: se han peleado con medio mundo y le han caído a mandarriazos a relaciones de muchos años. Es como el tío malgenioso e insoportable, que se ha peleado con toda la familia y que toma cualquier oportunidad para insultar a toda la parentela. Llega el momento en que o no lo invitan más, o simplemente le darán fecha, hora y lugar equivocada del ágape. Y que se pierda.

 

 

Alguien, no sé quién, ni quiero saberlo, convenció a los jerarcas miraflorinos que es bueno decir pestes de los países y las organizaciones y organismos internacionales. Eso ya ocurría en tiempos de Chávez pero los de ahora parecen haber conseguido una nueva edición del diccionario de injurias. Cada declaración dinamita caminos. «Y así, con ese lenguaje, pues no se puede», me apunta el embajador.

 

 

Hay un proceso de negociación. El mundo está atento. Pero sobre todo tienen los oídos bien abiertos los diplomáticos, que son los que tienen que «traducir» a sus respectivos gobiernos.

 

 

El insulto – y esto vale para todos – es el lenguaje del débil, de quien no tiene argumentos.

 

 

soledadmorillobelloso@gmail.com
@solmorillob 

 

 

 

Para decidir no votar siempre habrá tiempo

Posted on: junio 12th, 2021 by Laura Espinoza No Comments

 

 

Yo no tengo hoy la menor idea de si voy a votar el 21 de noviembre. Sé sí que voy a estar preparada para hacerlo. Y creo que todos debemos estar listos

Al cantante Raphael lo prepararon para un transplante de hígado. Estaba muy desesperanzado y cada día más deteriorado, pero igual lo preparaban para la posibilidad de que apareciera un donante. Una noche, inesperadamente, un muchacho sufrió un accidente, gravísimo, que le produjo muerte cerebral. Y entonces, esa noche, de la nada, surgió la posibilidad. Los padres del muchacho, a pesar del hondo y denso dolor, aprobaron la donación de sus órganos. Del hospital llamaron a Natalia (la esposa). A Raphael lo llevaron de urgencia y lo operaron esa misma noche. Si no hubiera pasado largos meses en preparación, no hubieran podido hacerle el trasplante. Cuatro meses después, recuperado, España lo aplaudió en el escenario.

 

 

El «under study» (así se llama al suplente) de un musical de Broadway ensayaba todos los días su parte. Cada noche se iba a la cama sin actuar. Sí, triste, con la ilusión hecha pedazos. Pero aun sin encontrar entusiasmo, todos los días ensayaba. Un día, el principal sufrió un accidente cruzando una calle. Algo menor, pero que le impedía actuar. Llamaron al «under study», quien porque se había preparado estaba listo. Al día siguiente la prensa alabó su actuación y destacó los aplausos del público. En la temporada siguiente, fue protagonista de otro musical.

 

 

Los miembros de las fuerzas élites entrenan todos los días y hacen ejercicios de simulación de operaciones especiales que pudieran tener que enfrentar. Su operatividad y su éxito depende de eso.

 

 

La rutina hace la perfección. Eso piensa el bailarín que cada día realiza ejercicios y ensayos extenuantes. Eso piensa el deportista que cuida su alimentación y ejercita diariamente su cuerpo y su mente.

 

 

La democracia es eso, rutinas. Rutinas cotidianas para estar siempre preparado. Si no estamos preparados para votar, cuando podamos, puede darse que lleguemos a la posibilidad de votar, pero no estemos preparados para hacerlo.

 

 

La tiene muy dura y compleja Roberto Picón porque dentro de ese «nido» hay alacranes, ratas, culebras y toda clase de bichos. Pero él no tiene que ceder, tiene que empecinarse. Empezó con retraso y con falencias comunicacionales, pero lleva días con notables mejoras. Picón es un buen tipo y un técnico extremadamente conocedor de la materia electoral. Es un profesional capaz y bien preparado que quiere hacerlo bien. Y eso es oro en polvo. Quizás (porque es un venezolano muy decente) se confundió al principio. Creyó que la maldad se vence con bondad. Y no es así. Se vence con inteligencia.

 

 

Yo no tengo hoy la menor idea de si voy a votar el 21 de noviembre. Sé sí que voy a estar preparada para hacerlo. Y creo que todos debemos estar listos. Todos los días reviso la página del CNE para certificar que sigo ahí en el Registro Electoral. Votar es mi derecho. Caray, ni siquiera estoy segura que estaré viva para esa fecha. Y por supuesto que estas elecciones me parecen insuficientes. Deploro las declaraciones de un rector que habló de «medianamente transparentes». Pero que él sea medianamente mediocre no me hace contagiarme de su mediocridad y mentalidad de conformismo. Soy inmune a esas enfermedades. A mí nadie me desvía de mi concepto de trabajar para la excelencia.

 

 

Le digo a los jóvenes y no tan jóvenes que no están inscritos en el RE que lo hagan.

 

 

Hay que preparar todo y prepararse para votar. Para decidir no votar siempre habrá tiempo.

 

 

 

Soledad Morillo Belloso

soledadmorillobelloso@gmail.com
@solmorillob