Mexico y EEUU; ¿Vecinos distantes de nuevo?

Posted on: noviembre 10th, 2016 by Laura Espinoza No Comments

“Pobre México, tan lejos de Dios, tan cerca de los Estados Unidos”, la frase, atribuida al presidente Porfirio Díaz, pocas veces correspondió a la realidad… hasta el día de ayer. La fe en un dios amoroso y próximo siempre ha impregnado la vida cotidiana de los mexicanos. Y a pesar de los agravios infligidos por Estados Unidos en casi doscientos años de historia (la injusta guerra de 1847, la subsiguiente mutilación del territorio y la activa participación en el derrocamiento de nuestro primer gobierno democrático en 1913) los mexicanos no hemos resentido la cercanía con Estados Unidos, ni albergado violentas pasiones nacionalistas. Todo lo contrario: de pueblo a pueblo nuestra relación ha sido fructífera, estable, cordial.

 

 

 

Eso se acabó. Ahora, con el arribo de Donald Trump a la presidencia, todo mexicano tendrá razones para encomendarse más estrechamente a Dios (o a la Virgen de Guadalupe) y prepararse para una nueva guerra, no militar desde luego, pero sí comercial, económica, étnica, estratégica, diplomática.

 

 

 

Comercial, por la posibilidad de que Estados Unidos abandone el Tratado de Libre Comercio (que en 2014 llevó el comercio bilateral a los 534 billones de dólares) o imponga altos aranceles a nuestras exportaciones, frente a lo cual México buscará reaccionar de igual forma. Económica, por el secuestro que Trump ha anunciado que impondrá de las remesas (nuestra principal fuente de divisas) ante el cual México podrá invocar que se trata de una práctica discriminatoria que tendría que aplicarse también a chinos, filipinos, indios y demás inmigrantes. Étnica, por el previsible encono que desataría la política de deportación masiva de indocumentados, desgarrando familias, enfrentando vecinos, atizando las diferencias de identidad hasta en las escuelas. Estratégica, por la disrupción de la vida en la frontera que provocaría la construcción, así sea parcial, del muro.

 

 

 

Frente a un gobierno a tal grado hostil, México podría verse tentado a incumplir convenios que han funcionado razonablemente bien como los de cooperación en materia de seguridad, flujos migratorios de centroamericanos o tratados de provisión de aguas. Una tensión diplomática sin precedente en al menos 90 años acompañará al alud de demandas que individuos, grupos, empresas y asociaciones mexicanas —públicas y privadas— someterán ante las cortes de los dos países e instancias internacionales para defender sus intereses.

 

 

 

Para México y Estados Unidos, la llegada de Trump al poder es una tragedia. Más allá de los gobiernos, los mexicanos y los estadounidenses hemos sido muy buenos vecinos. Alguna vez escuché a Shimon Peres: “Qué daría Israel por un Tratado de Libre Comercio como el de ustedes”. No solo Israel. Millones de personas y vehículos atraviesan libre, ordenada y pacíficamente cada año la frontera en 57 cruces. Pocas fronteras en el mundo han sostenido una normalidad semejante por tantos años. Claro que hay problemas como el contrabando y el tráfico de armas, pero el tránsito legal y normal es mucho más importante. Ha sido una inadvertida bendición y, si se disloca, la extrañaremos mucho.

 

 

 

Entre las miles de mentiras que profirió Trump en su campaña, pocas más infames que esta, que agravió profundamente a muchos mexicanos: “Cuando México nos manda a su gente, no manda a los mejores… Nos traen drogas. Nos traen crimen. Son violadores. Aunque algunos, supongo, son buenas personas”. Las estadísticas del crimen lo desmienten. Y aunque la ola migratoria desde México ha cesado, en los años en que existió la verdad es que les mandamos a los mejores.

 

 

 

No me refiero solo a artistas, directores de cine, académicos, profesionistas, científicos, empresarios pequeños y grandes (que invierten en Estados Unidos y producen seis millones de empleos) sino a ese casi imperceptible hormigueo humano: el que te entrega la pizza, el que limpia las albercas, el que levanta las cosechas, el que corta la madera, la que extrae las vísceras de los pollos, la que recoge los platos en el restaurante, la que cuida a la anciana o a los niños, el que lava los pisos en los edificios de Trump. Gente de paz que busca una vía (así sea lenta y difícil) hacia una reforma migratoria que les permita alimentar a sus familias en un marco de legalidad-

 

 

 

En cuanto a las drogas y el crimen, son los estadounidenses quienes consumen las drogas y exportan las armas que han provocado, en una alta proporción, cien mil muertos en México. La administración de Trump, por supuesto, no tendrá el menor interés de modificar la legislación de venta de armas de alto poder.

 

 

 

Ante el ascenso de Trump, el mexicano promedio abriga temores fundados sobre el efecto brutal que ese gobierno puede provocar en la economía de México, segundo socio comercial de Estados Unidos y cuya endeble paz social puede sufrir un colapso. En las elecciones presidenciales de 2018 buscará entregar el poder a un líder carismático de cualquier signo que lo defienda del irascible vecino. Las viejas y olvidadas heridas históricas, asombrosamente, se abrirán con una intensidad imprevisible.

 

 

 

En lo personal, me siento triste y perplejo ante la llegada de un fascista a la presidencia de Estados Unidos. Espero que las instituciones republicanas resistan y lo resistan, y que el ejercicio de la libertad de expresión le impida hacer más daño del que ya ha hecho. Los griegos sabían que las democracias mortales. Ojalá la democracia de Estados Unidos, ejemplo del mundo por 240 años, sobreviva a Donald Trump.

 

 

 

Enrique Krauze es historiador, director de la revista Letras Libres y autor de Redentores. Ideas y poder en Latinoamérica y La presencia del pasado, entre otros libros.

 

 

 

El necesario escrutinio del poder

Posted on: agosto 25th, 2016 by Laura Espinoza No Comments

En una democracia, es fundamental el escrutinio biográfico de quienes ejercen el poder así como de quienes aspiran a ejercerlo.

 

 

 

Bajo ese criterio, he revisado someramente la tesis de Peña Nieto, con los señalamientos de plagio que se desprenden del reportaje de Carmen Aristegui. Se trata, en efecto, de un trabajo hecho con irresponsabilidad académica, en el que se entreveran líneas y páginas extraídas de autores diversos, debidamente citados, con otras páginas y líneas que carecen de la necesaria adjudicación, ya sea mediante un entrecomillado con una cita a pie de página, o una mención explícita en el cuerpo mismo del texto. La proporción de estas últimas es considerable e inadmisible.

 

 

 

En mi caso, el libro Plutarco Elías Calles: Reformar desde el origen aparece citado en la bibliografía pero no en el texto, que toma diez líneas de manera literal sin citar la procedencia.

 

 

La práctica de utilizar las ideas de otros sin citarlos ha sido muy extendida en México. EnLetras Libres la hemos denunciado repetidas veces. En el pasado, cuando no existía Google ni otros instrumentos de verificación, este vicio podía pasar oculto. Más aún, cuando los directores de tesis, los sinodales o las propias autoridades académicas tomaban estos textos como un mero trámite. Es de esperarse que ahora las cosas sean distintas.

 

 

 

El caso confirma un axioma que todos los políticos deben recordar: su biografía, aún la más remota, no pasará desapercibida. La verdad, tarde o temprano, se abre paso.

 

 

 

Enrique Krauze

Podemos, cómplice de Maduro

Posted on: junio 12th, 2016 by Laura Espinoza No Comments

 

Para “entender Podemos” no hay que verlo como lo que dice ser sino como lo que es. No es un núcleo de pensamiento crítico sino un núcleo de narcisismo universitario (típicamente latinoamericano) como el que ha estudiado desde hace cuarenta años el mexicano Gabriel Zaid. EnDe los libros al poder escribe: la universidad otorga credenciales de saber para escalar en la pirámide del poder. A veces ese asalto al poder ha sido pacífico, otras no. En América Latina, a partir de la construcción imaginaria de la universidad como nueva iglesia, varias generaciones de universitarios buscaron imponer a la realidad la maqueta ideal de la sociedad perfecta. La guerrilla latinoamericana (en Perú, Centroamérica) no fue campesina, ni obrera ni popular: la encabezaron profesores y estudiantes. Si la realidad no se ajustaba a sus teorías, peor para la realidad. Para nuestros países, el costo histórico de la guerrilla universitaria ha sido inmenso.

 

 

 

Podemos es la versión española de la caracterización de Zaid. La confirmación está en el texto “Entender Podemos”, publicado por Pablo Iglesias en la revista inglesa New Left Review (julio/agosto de 2015). Se trata de una vaporosa teoría de la historia universal que desemboca en… Podemos. Ante la “derrota de la izquierda en el siglo XX –informaba Iglesias– el pensamiento crítico quedó reducido al trabajo de universitarios”. Sólo en el claustro universitario podía surgir la “producción teórica” que hiciera posible una “izquierda realista”. Al sobrevenir la crisis financiera global, el “vaciamiento” de las soberanías estatales europeas y la indignación social por los casos de corrupción en las elites políticas, España tuvo la fortuna de contar con “el conocido grupo de docentes e investigadores de la Universidad Complutense de Madrid”, que integraría Podemos.

 

 

 

El objetivo de ese “núcleo” de “pensamiento crítico” era “agregar” las nuevas demandas derivadas de la crisis en torno a un “liderazgo mediático” capaz de “dicotomizar” el espacio público. ¿Cómo lograrlo? Volteando a “las experiencias acontecidas en América Latina”, ricas en “instrumentos teóricos para interpretar la realidad española”. De hecho –imaginaba Iglesias–, Europa toda se hallaba en un “proceso de latinoamericanización, entendido como la apertura de una estructura política”. Por un lado, había que absorber la obra del filósofo Ernesto Laclau (principal teórico del populismo en Latinoamérica). Por otro, había que “pensar políticamente en clave televisiva”, objetivo que se logró con los programas La Tuerka y Fort Apache, nuevos “partidos”que trasladaron la política del parlamento a la televisión. Esos programas –revelaba Iglesias– fueron la escuela que “nos formó para el asesoramiento en comunicación política que desarrollamos paralelamente en España y América Latina”. Pero para superar “ciertos estilos” (que Iglesias, enemigo del castellano pero amigo del oxímoron, llamaba “movimientistas paralizantes”) se requería algo más: “usar mi protagonismo mediático”. Era necesario “identificar al pueblo de la televisión con un nosotros nuevo”. Así fue como la “representación de las víctimas de la crisis” encarnó en su propia persona: “el fenómeno televisivo”, el “tertuliano-referente”, “el significante” “Pablo Iglesias/El profesor de la coleta”.

 

 

 

Para los huérfanos de “pensamiento crítico”, estas ideas seminales no son fácilmente comprensibles. Por eso, en beneficio de los legos, a mediados de 2014 el tertuliano/referente y significante concedió en Venezuela una entrevista para un programa de televisión donde se le ve escuchando a Hugo Chávez: “Aquí va Venezuela –y aquí va América Latina, aquí va Mercosur, aquí va Suramérica. Una revolución está en marcha aquí en este continente. La revolución avanza, la patria avanza –decía el comandante, en 2012–. Esto sólo es posible en socialismo, sólo es posible con un gobierno que coloque en primer lugar al hombre, al humano, a la mujer, a la niña, al niño”. Visiblemente conmovido, Iglesias reacciona en “clave televisiva”:

 

 

 

Pues reconozco que me habéis emocionado con ese video, me emociona escuchar al comandante. Se le echa mucho de menos, cuántas verdades nos ha dicho este hombre. Hay una cosa crucial en lo que está diciendo y que tiene consecuencias políticas muy precisas. Hablaba de la crisis en Europa, y eso quiere decir que lo que ha ocurrido en Venezuela, que lo que está ocurriendo en América Latina, que lo que va a seguir ocurriendo, es una referencia fundamental para los ciudadanos del sur de Europa. Lo que está ocurriendo aquí es una demostración de que sí hay alternativa, de que la única manera de gobernar no es gobernar para una minoría de privilegiados y contra las mayorías sociales. Ese es el ejemplo de América Latina y eso, ahora mismo y en estos momentos, mucho más que hace cinco años, mucho más que hace diez años, se convierte en … una alternativa para los ciudadanos europeos.

 

 

 

El mensaje era el mismo para lector de la New Left Review y el “pueblo de la televisión”: el futuro de España y de Europa era y debía ser (historia y norma, poder y deber, hermanados) la revolución bolivariana encabezada por su respectivo caudillo mediático.

 

 

 

Para refutar a Iglesias, alguien señaló lo mucho que Laclau debe a Carl Schmitt, teórico del nazismo, experto en la “dicotomización”, que veía la historia como el escenario de dos fuerzas: “amigo” y “enemigo”. (Traducción para España: por un lado “el pueblo”, representado por Podemos, representado por Iglesias; por otro el “no pueblo”, representado por todas las otras formaciones políticas.) Por otra parte, en aquel número de la New Left Review, los propios editores criticaban a Iglesias por “abordar escasamente la dinámica capitalista” y le reclamaban su obsesión por “las cuestiones discursivas” y no “con los hechos como tales”. Pero a estas alturas esos reparos intelectuales son lo de menos. Ahora la mejor refutación de la teoría de Podemos está en la espantosa realidad en la que viven “el hombre, el humano, la mujer, la niña, el niño” en la Venezuela creada por el chavismo, una devastación sin precedente en América Latina, comparable a la provocada en Zimbabue por Robert Mugabe.

 

 

 

El profesor Iglesias, por supuesto, no admitirá nunca esa realidad. Y se entiende: Podemos tiene intereses creados en creer lo que cree o dice creer. Esos 7 millones de euros no se cobraron en vano. Lo que no está claro es el sentido de esa operación de “asesoramiento en comunicación pública”. ¿Cobraron por un servicio prestado al chavismo o cobraron por el honor de ser asesorados por Hugo Chávez, el mayor experto mundial en “dicotomizar” a la sociedad, “pensar políticamente en clave televisiva” y construir un “liderazgo mediático”?

 

 

 

Sobre el peso relativo de la teoría y la práctica en su “doble rol” de “secretario general y politólogo”, Iglesias confiesa: “Sin el segundo el primero no habría sido posible”. Lo cual supone que la universidad prepara a las personas para la vida. ¿Es así? Zaid llegó a la conclusión de que la mitología universitaria es responsable de ese y otros equívocos, que impiden un progreso que sirva a la vida. Cualquier profesional responsable sabe que la experiencia práctica, con sus errores inevitables, es la verdadera maestra. No obstante, en una extraña vuelta al platonismo, hay quien piensa que la teoría prepara para la práctica y en cierta medida la supera. Y que para ser político nada mejor que ser politólogo.

 

 

 

Los líderes de Podemos han escalado el poder con credenciales del saber. Son capitalistas curriculares. Son guerrilleros de salón. Desde los peligrosos cañaverales de la Complutense, construyeron teorías contra el poder democrático financiados por el poder revolucionario. Del ciudadano español depende desenmascarar su inanidad teórica, su inexperiencia práctica, su vasta mentira, su mala fe.

 

 

Enrique Krauze

 

El narcisismo de Podemos

Posted on: abril 25th, 2016 by Laura Espinoza No Comments

Los líderes del partido emergente han escalado el poder con credenciales del saber. Están convencidos de que, desde el claustro universitario, pueden imponer su maqueta de sociedad perfecta. Son capitalistas curriculares y guerrilleros de salón

 

 

Para “entender Podemos” no hay que verlo como lo que dice ser, sino como lo que es. No es un núcleo de pensamiento crítico, sino un núcleo de narcisismo universitario (típicamente latinoamericano) como el que ha estudiado desde hace cuarenta años el mexicano Gabriel Zaid. En De los libros al poder escribe: la universidad otorga credenciales de saber para escalar en la pirámide del poder. A veces, ese asalto al poder ha sido pacífico, otras no. En América Latina, a partir de la construcción imaginaria de la universidad como nueva iglesia, varias generaciones de universitarios buscaron imponer a la realidad la maqueta ideal de la sociedad perfecta. La guerrilla latinoamericana (en Perú, Centroamérica) no fue campesina, ni obrera ni popular: la encabezaron profesores y estudiantes. Si la realidad no se ajustaba a sus teorías, peor para la realidad. Para nuestros países, el costo histórico de la guerrilla universitaria ha sido inmenso.

 

 

 

Podemos es la versión española de la caracterización de Zaid. La confirmación está en el texto Entender Podemos, publicado por Pablo Iglesias en la revista inglesa New Left Review (julio/agosto de 2015). Se trata de una vaporosa teoría de la historia universal que desemboca en… Podemos. Ante la “derrota de la izquierda en el siglo XX [informaba Iglesias], el pensamiento crítico quedó reducido al trabajo de universitarios”. Solo en el claustro universitario podía surgir la “producción teórica” que hiciera posible una “izquierda realista”. Al sobrevenir la crisis financiera global, el “vaciamiento” de las soberanías estatales europeas y la indignación social por los casos de corrupción en las elites políticas, España tuvo la fortuna de contar con “el conocido grupo de docentes e investigadores de la Universidad Complutense de Madrid”, que integraría Podemos.

 

 

 

El objetivo de ese “núcleo” de “pensamiento crítico” era “agregar” las nuevas demandas derivadas de la crisis en torno a un “liderazgo mediático” capaz de “dicotomizar” el espacio público. ¿Cómo lograrlo? Volteando a “las experiencias acontecidas en América Latina”, ricas en “instrumentos teóricos para interpretar la realidad española”. De hecho —imaginaba Iglesias—, Europa toda se hallaba en un “proceso de latinoamericanización, entendido como la apertura de una estructura política”. Por un lado, había que absorber la obra del filósofo Ernesto Laclau (principal teórico del populismo en Latinoamérica). Por otro, había que “pensar políticamente en clave televisiva”, objetivo que se logró con los programas La Tuerka y Fort Apache, nuevos “partidos” que trasladaron la política del Parlamento a la televisión. Esos programas —revelaba Iglesias— fueron la escuela que “nos formó para el asesoramiento en comunicación política que desarrollamos paralelamente en España y América Latina”. Pero, para superar “ciertos estilos” (que Iglesias, enemigo del castellano pero amigo del oxímoron, llamaba “movimientistas paralizantes”), se requería algo más: “Usar mi protagonismo mediático”. Era necesario “identificar al pueblo de la televisión con un nosotros nuevo”. Así fue como la “representación de las víctimas de la crisis” encarnó en su propia persona: “El fenómeno televisivo”, el “tertuliano-referente”, “el significante”, “Pablo Iglesias/el profesor de la coleta”.

 

 

 

Hay quien piensa que para ser político no hay nada mejor que ser politólogo

 

 
Para los huérfanos de “pensamiento crítico”, estas ideas seminales no son fácilmente comprensibles. Por eso, en beneficio de los legos, a mediados de 2014 el tertuliano/referente y significante concedió en Venezuela una entrevista para un programa de televisión donde se le ve escuchando a Hugo Chávez: “La revolución avanza, la patria avanza [decía el Comandante en 2012]. Esto solo es posible en socialismo, solo es posible con un Gobierno que coloque en primer lugar al hombre, al humano, a la mujer, a la niña, al niño”. Visiblemente conmovido, Iglesias reacciona en “clave televisiva”: “…Cuántas verdades nos ha dicho este hombre… Lo que está ocurriendo aquí es una demostración de que sí hay alternativa, de que la única manera de gobernar no es gobernar para una minoría de privilegiados y contra las mayorías sociales. Ese es el ejemplo de América Latina… una alternativa para los ciudadanos europeos”.

 

 

 

El mensaje era el mismo para el lector de la New Left Review y el “pueblo de la televisión”: el futuro de España y de Europa era y debía ser (historia y norma, poder y deber, hermanados) la Revolución Bolivariana encabezada por su respectivo caudillo mediático.

 

 

 

Para refutar a Iglesias, alguien señaló lo mucho que Laclau debe a Carl Schmitt, teórico del nazismo, experto en la “dicotomización”, que veía la historia como el escenario de dos fuerzas: “Amigo” y “enemigo”. (Traducción para España: por un lado “el pueblo”, representado por Podemos, representado por Iglesias; por otro el “no pueblo”, representado por todas las otras formaciones políticas). Pero a estas alturas esos reparos intelectuales son lo de menos. Ahora, la mejor refutación de la teoría de Podemos está en la espantosa realidad en la que viven “el hombre, el humano, la mujer, la niña, el niño” en la Venezuela creada por el chavismo, una devastación sin precedente en América Latina, comparable a la provocada en Zimbabue por Robert Mugabe.

 

 

 

La mejor refutación de sus  teorías está en la espantosa realidad que viven los venezolanos

 

 
El profesor Iglesias, por supuesto, no admitirá nunca esa realidad. Y se entiende: Podemos tiene intereses creados en creer lo que cree o dice creer. Esos siete millones de euros no se cobraron en vano. Lo que no está claro es el sentido de esa operación de “asesoramiento en comunicación pública”. ¿Cobraron por un servicio prestado al chavismo o cobraron por el honor de ser asesorados por Hugo Chávez, el mayor experto mundial en “dicotomizar” a la sociedad, “pensar políticamente en clave televisiva” y construir un “liderazgo mediático”?

 

 

 

Sobre el peso relativo de la teoría y la práctica en su doble rol de Secretario General yPolitólogo, Iglesias confiesa: “Sin el segundo, el primero no habría sido posible”. Lo cual supone que la universidad prepara a las personas para la vida. ¿Es así? Zaid llegó a la conclusión de que la mitología universitaria es responsable de ese y otros equívocos, que impiden un progreso que sirva a la vida. Cualquier profesionista responsable sabe que la experiencia práctica, con sus errores inevitables, es la verdadera maestra. No obstante, en una extraña vuelta al platonismo, hay quien piensa que la teoría prepara para la práctica y en cierta medida la supera. Y que para ser político nada mejor que ser politólogo.

 

 

 

Los líderes de Podemos han escalado el poder con credenciales del saber. Son capitalistas curriculares. Son guerrilleros de salón. Desde los peligrosos cañaverales de la Complutense, construyeron teorías contra el poder democrático financiados por el poder revolucionario. Del ciudadano español depende desenmascarar su inanidad teórica, su inexperiencia práctica, su vasta mentira, su mala fe.

El narcisismo de Podemos

 

Enrique Krauze es escritor y director de la revista Letras libres.

Decálogo del populismo iberoamericano

Posted on: marzo 14th, 2016 by Laura Espinoza No Comments

El populismo en Iberoamérica ha adoptado una desconcertante amalgama de posturas ideológicas. Izquierdas y derechas podrían reivindicar para sí la paternidad del populismo, todas al conjuro de la palabra mágica: «pueblo». Populista quintaesencial fue el general Juan Domingo Perón, quien había atestiguado directamente el ascenso del fascismo italiano y admiraba a Mussolini al grado de querer «erigirle un monumento en cada esquina». Populista posmoderno es el comandante Hugo Chávez, quien venera a Castro hasta buscar convertir a Venezuela en una colonia experimental del «nuevo socialismo». Los extremos se tocan, son cara y cruz de un mismo fenómeno político cuya caracterización, por tanto, no debe intentarse por la vía de su contenido ideológico, sino de su funcionamiento. Propongo 10 rasgos específicos.

 

 

1) El populismo exalta al líder carismático.

 

 

No hay populismo sin la figura del hombre providencial que resolverá, de una buena vez y para siempre, los problemas del pueblo. «La entrega al carisma del profeta, del caudillo en la guerra o del gran demagogo», recuerda Max Weber, «no ocurre porque lo mande la costumbre o la norma legal, sino porque los hombres creen en él. Y él mismo, si no es un mezquino advenedizo efímero y presuntuoso, ‘vive para su obra’. Pero es a su persona y a sus cualidades a las que se entrega el discipulado, el séquito, el partido».

 

 

2) El populista no sólo usa y abusa de la palabra: se apodera de ella.

 

 

La palabra es el vehículo específico de su carisma. El populista se siente el intérprete supremo de la verdad general y también la agencia de noticias del pueblo. Habla con el público de manera constante, atiza sus pasiones, «alumbra el camino», y hace todo ello sin limitaciones ni intermediarios. Weber apunta que el caudillaje político surge primero en los Estado-ciudad del Mediterráneo en la figura del «demagogo». Aristóteles (Política, V) sostiene que la demagogia es la causa principal de «las revoluciones en las democracias» y advierte una convergencia entre el poder militar y el poder de la retórica que parece una prefiguración de Perón y Chávez: «En los tiempos antiguos, cuando el demagogo era también general, la democracia se transformaba en tiranía; la mayoría de los antiguos tiranos fueron demagogos». Más tarde se desarrolló la habilidad retórica y llegó la hora de los demagogos puros: «Ahora quienes dirigen al pueblo son los que saben hablar». Hace veinticinco siglos esa distorsión de la verdad pública (tan lejana a la democracia como la sofística de la filosofía) se desplegaba en el Ágora real; en el siglo XX lo hace en el Ágora virtual de las ondas sonoras y visuales: de Mussolini (y de Goebbels) Perón aprendió la importancia política de la radio, que Evita y él utilizarían para hipnotizar a las masas. Chávez, por su parte, ha superado a su mentor Castro en utilizar hasta el paroxismo la oratoria televisiva.

 

 

3) El populismo fabrica la verdad.

 

 

Los populistas llevan hasta sus últimas consecuencias el proverbio latino «Vox populi, Vox dei». Pero como Dios no se manifiesta todos los días y el pueblo no tiene una sola voz, el gobierno «popular» interpreta la voz del pueblo, eleva esa versión al rango de verdad oficial, y sueña con decretar la verdad única. Como es natural, los populistas abominan de la libertad de expresión. Confunden la crítica con la enemistad militante, por eso buscan desprestigiarla, controlarla, acallarla. En la Argentina peronista, los diarios oficiales y nacionalistas -incluido un órgano nazi- contaban con generosas franquicias, pero la prensa libre estuvo a un paso de desaparecer. La situación venezolana, con la «ley mordaza» pendiendo como una espada sobre la libertad de expresión, apunta en el mismo sentido: terminará aplastándola.

 

 

4) El populista utiliza de modo discrecional los fondos públicos.

 

 

No tiene paciencia con las sutilezas de la economía y las finanzas. El erario es su patrimonio privado que puede utilizar para enriquecerse y/o para embarcarse en proyectos que considere importantes o gloriosos, sin tomar en cuenta los costos. El populista tiene un concepto mágico de la economía: para él, todo gasto es inversión. La ignorancia o incomprensión de los gobiernos populistas en materia económica se ha traducido en desastres descomunales de los que los países tardan decenios en recobrarse.

 

 

5) El populista reparte directamente la riqueza.

 

 

Lo cual no es criticable en sí mismo (sobre todo en países pobres hay argumentos sumamente serios para repartir en efectivo una parte del ingreso, al margen de las costosas burocracias estatales y previniendo efectos inflacionarios), pero el populista no reparte gratis: focaliza su ayuda, la cobra en obediencia.

 

 

«¡Ustedes tienen el deber de pedir!», exclamaba Evita a sus beneficiarios.

 

 

Se creó así una idea ficticia de la realidad económica y se entronizó una mentalidad becaria. Y al final, ¿quién pagaba la cuenta? No la propia Evita (que cobró sus servicios con creces y resguardó en Suiza sus cuentas multimillonarias), sino las reservas acumuladas en décadas, los propios obreros con sus donaciones «voluntarias» y, sobre todo, la posteridad endeudada, devorada por la inflación. En cuanto a Venezuela (cuyo caudillo parte y reparte los beneficios del petróleo), hasta las estadísticas oficiales admiten que la pobreza se ha incrementado, pero la improductividad del asistencialismo (tal como Chávez lo practica) sólo se sentirá en el futuro, cuando los precios se desplomen o el régimen lleve hasta sus últimas consecuencias su designio dictatorial.

 

 

6) El populista alienta el odio de clases.

 

 

«Las revoluciones en las democracias», explica Aristóteles, citando «multitud de casos», «son causadas sobre todo por la intemperancia de los demagogos». El contenido de esa «intemperancia» fue el odio contra los ricos: «Unas veces por su política de delaciones… y otras atacándolos como clase (los demagogos) concitan contra ellos al pueblo». Los populistas latinoamericanos corresponden a la definición clásica, con un matiz: hostigan a «los ricos» (a quienes acusan a menudo de ser «antinacionales»), pero atraen a los «empresarios patrióticos» que apoyan al régimen. El populista no busca por fuerza abolir el mercado: supedita a sus agentes y los manipula a su favor.

 

 

7) El populista moviliza permanentemente a los grupos sociales.

 

 

El populismo apela, organiza, enardece a las masas. La plaza pública es un teatro donde aparece «Su Majestad El Pueblo» para demostrar su fuerza y escuchar las invectivas contra «los malos» de dentro y fuera. «El pueblo», claro, no es la suma de voluntades individuales expresadas en un voto y representadas por un Parlamento; ni siquiera la encarnación de la «voluntad general» de Rousseau, sino una masa selectiva y vociferante que caracterizó otro clásico (Marx, no Carlos, sino Groucho): «El poder para los que gritan el poder para el pueblo».

 

 

8) El populismo fustiga por sistema al «enemigo exterior».

 

 

Inmune a la crítica y alérgico a la autocrítica, necesitado de señalar chivos expiatorios para los fracasos, el régimen populista (más nacionalista que patriota) requiere desviar la atención interna hacia el adversario de fuera. La Argentina peronista reavivó las viejas (y explicables) pasiones antiestadounidenses que hervían en Iberoamérica desde la guerra del 98, pero Castro convirtió esa pasión en la esencia de su régimen, un triste régimen definido por lo que odia, no por lo que ama, aspira o logra. Por su parte, Chávez ha llevado la retórica antiestadounidense a expresiones de bajeza que aun Castro consideraría (tal vez) de mal gusto. Al mismo tiempo hace representar en las calles de Caracas simulacros de defensa contra una invasión que sólo existe en su imaginación, pero que un sector importante de la población venezolana (adversa, en general, al modelo cubano) termina por creer.

 

 

9) El populismo desprecia el orden legal.

 

 

Hay en la cultura política iberoamericana un apego atávico a la «ley natural» y una desconfianza a las leyes hechas por el hombre. Por eso, una vez en el poder (como Chávez) el caudillo tiende a apoderarse del Congreso e inducir la «justicia directa» («popular, bolivariana»), remedo de Fuenteovejuna que, para los efectos prácticos, es la justicia que el propio líder decreta. Hoy por hoy, el Congreso y la Judicatura son un apéndice de Chávez, igual que en Argentina lo eran de Perón y Evita, quienes suprimieron la inmunidad parlamentaria y depuraron, a su conveniencia, al Poder Judicial.

 

 

10) El populismo mina, domina y, en último término, domestica o cancela las instituciones de la democracia liberal.

 

 

El populismo abomina de los límites a su poder, los considera aristocráticos, oligárquicos, contrarios a la «voluntad popular». En el límite de su carrera, Evita buscó la candidatura a la vicepresidencia de la República. Perón se negó a apoyarla. De haber sobrevivido, ¿es impensable imaginarla tramando el derrocamiento de su marido? No por casualidad, en sus aciagos tiempos de actriz radiofónica, había representado a Catalina la Grande. En cuanto a Chávez, ha declarado que su horizonte mínimo es el año 2020.

 

 

¿Por qué renace una y otra vez en Iberoamérica la mala yerba del populismo? Las razones son diversas y complejas, pero apunto dos. En primer lugar, porque sus raíces se hunden en una noción muy antigua de «soberanía popular» que los neoescolásticos del siglo XVI y XVII propagaron en los dominios españoles y que tuvo una influencia decisiva en las guerras de Independencia desde Buenos Aires hasta México. El populismo tiene, por añadidura, una naturaleza perversamente «moderada» o «provisional»: no termina por ser plenamente dictatorial ni totalitario; por eso alimenta sin cesar la engañosa ilusión de un futuro mejor, enmascara los desastres que provoca, posterga el examen objetivo de sus actos, doblega la crítica, adultera la verdad, adormece, corrompe y degrada el espíritu público.

 

 

Para calibrar los peligros que se ciernen sobre la región, los líderes iberoamericanos y sus contrapartes españolas, reunidos todos en Salamanca, harían muy bien en releer a Aristóteles, nuestro contemporáneo. Desde los griegos hasta el siglo XXI, pasando por el aterrador siglo XX, la lección es clara: el inevitable efecto de la demagogia es «subvertir a la democracia».

 

 

Enrique Krauze es escritor mexicano, director de la revista Letras Libres y autor, entre otros libros, de Travesía liberal.

 

Blog de Enrique Krause

Venezuela: el silencio cómplice

Posted on: febrero 10th, 2016 by Laura Espinoza No Comments

Si lo que está ocurriendo en el país sudamericano sucediera en cualquier otro país, la respuesta de la opinión pública mundial sería muy distinta. Cuando todo acabe, quienes han callado quedarán en evidencia

 

 

Si la gravísima crisis económica, social, política y moral que hoy vive Venezuela estuviese ocurriendo en cualquier otro país latinoamericano (que no fuera Cuba, que la vive desde hace décadas), ¿sería distinta la reacción continental? Respuesta inmediata: por supuesto que sería distinta. Habría manifestaciones en las calles, protestas ante las embajadas, cartas abiertas de intelectuales, ríos de tinta en los periódicos, seminarios académicos, declaraciones condenatorias en la OEA y un tsunami de repudio en las redes sociales. ¿Por qué no hay una respuesta vagamente similar en el caso venezolano?

 

 

Ante todo, por el cinismo pragmático de los Gobiernos de la región que, hasta hace poco, se limitaban a expresar su “honda preocupación”. En fechas recientes algunos Parlamentos y Gobiernos (entre ellos el mexicano) han dado muestras de solidaridad con la Venezuela mayoritaria que busca la libertad, pero son todavía actos aislados.

 

Tampoco contribuye la naturalidad con que Estados Unidos trata al régimen dictatorial cubano. El restablecimiento de relaciones ha sido un acto de sensatez y realismo que dará frutos a largo plazo, pero pudo haberse acompañado de un señalamiento más claro sobre el terrible estado de las libertades y los derechos humanos en Cuba y, de manera tangencial, en Venezuela. Al no haber ese deslinde, las timoratas democracias latinoamericanas se sienten aliviadas.

 

 

Pero hay un motivo adicional. La protesta en torno a Venezuela es débil porque contra ella opera un antiguo chantaje ideológico: denunciar lo que hace un régimen “de izquierda” es, supuestamente, un acto “de derecha”. Por eso la mayoría guarda silencio. Los demócratas latinoamericanos hemos vivido sujetos a ese chantaje desde la célebre declaración de Fidel Castro en 1969: “Con la Revolución todo, contra la Revolución nada”. Al menos tres generaciones de intelectuales han obedecido la consigna. Todo lo que era favorable a la Revolución y sus avatares (desde el guevarismo hasta el chavismo) pertenecía al territorio puro de “la izquierda”, corriente que representa al “pueblo”. Todo lo que se oponía a la Revolución (incluida la democracia, enemiga absoluta del militarismo) pertenecía al territorio turbio de “la derecha” que encarna al “no pueblo”.

 

 

Con el advenimiento de Hugo Chávez el maniqueísmo tomó nuevos bríos
El chantaje ha funcionado. Disentir de esa corriente, aún hegemónica en América Latina, cuesta. Hubo excepciones que confirman la regla. Todavía en los años setenta, un liberal puro, como el gran historiador mexicano Daniel Cosío Villegas, podía criticar a las dictaduras militares del cono sur, lo mismo que al régimen de Castro y aun al de Salvador Allende, sin ser considerado “de derecha”. Pero Cosío Villegas murió en 1976, justo cuando el militarismo genocida comenzó a entronizarse en varios países latinoamericanos para reprimir la nueva ola revolucionaria que estalló en la región. Entre esos dos extremos violentos —los gorilas y las guerrillas— las voces democráticas y liberales quedaron confinadas a los márgenes. En los años ochenta, con el triunfo del sandinismo y el ascenso de las insurgencias en Centroamérica, pasaron a formar parte de “la derecha”.

A pesar de todo, esas voces fueron ganando las conciencias. La crisis de los socialismos reales, la caída del muro de Berlín, la desaparición de la URSS y la conversión de China al capitalismo de Estado anunciaron la posibilidad de un cambio. La región pasó del militarismo a la democracia. En México, por ejemplo, intelectuales prominentes que defendieron por décadas al régimen de Fidel Castro se atrevieron poco a poco a criticarlo. Pero con el advenimiento de Hugo Chávez y su “Revolución Bolivariana” el maniqueísmo tomó nuevos bríos, ya no con el fundamento de una ideología marxista sino de un liderazgo populista: “con el líder todo, contra el líder nada”. Y el chantaje subsiste. Véase por ejemplo la reacción condenatoria de varios órganos periodísticos de la región tras el triunfo del derechista Macri en Argentina.

 

 

Mientras las corrientes populistas (ahora volcadas al culto de los redentores políticos) no ejerzan la autocrítica, no hay diálogo posible porque no creen en el diálogo. Su recurso al chantaje persistirá porque es su arma específica: no el debate civilizado, fundamentado y tolerante sino el terrorismo verbal, la santa inquisición en 140 caracteres. Es mejor confrontarlos con su mala fe. En España, me atrevo a pensar, la cuestión es de una seriedad mayúscula, porque atañe al proyecto histórico de Podemos.

 

 

Mientras las corrientes populistas no ejerzan la autocrítica, no hay diálogo posible
Para ello volvamos al caso venezolano. Los hechos son evidentes. Contra la voluntad mayoritaria de la población, expresada en las urnas el pasado 6 de diciembre, el Gobierno de Maduro ha buscado nulificar a la Asamblea Legislativa. Para ello ha manipulado al poder judicial (nombrado por él después de las elecciones) contra los representantes. El líder Leopoldo López y muchas otras figuras de la oposición sufren un encarcelamiento absolutamente arbitrario. (Amnistía Internacional ha admitido que López es un preso de conciencia). En Venezuela los medios están cercados: mientras la verdad oficial es omnipresente, casi no existe la televisión independiente, y la prensa y los comunicadores críticos sufren un acoso sistemático.

 

 

Ante ese cuadro, la pregunta a los populistas de las dos orillas del Atlántico es directa y sencilla: si un régimen —como ahora el venezolano— ahoga las libertades e impide a la representación mayoritaria acotar el poder de quien consideran un mal gobernante (y aún revocarlo legalmente, si la provisión —como es el caso— existe en la Constitución), ese régimen ¿puede considerarse una democracia? Si no puede considerarse como tal, denúncielo. Si puede considerarse como tal, demuéstrelo. Por supuesto que no denunciarán nada ni demostrarán nada. Su silencio cómplice (y su labor de silenciamiento) ante el tácito golpe de Estado en Venezuela comprueba su propio proyecto: usar a la democracia para acabar con la democracia.

 

 

Venezuela vive hundida en el desabasto, la inflación y la zozobra. El país atraviesa una crisis humanitaria sin precedentes. El Gobierno colapsará y, cuando eso pase, terminará por salir a la luz la podredumbre y la dilapidación del régimen chavista. Esa toma de conciencia por parte de quienes han creído en él será muy dolorosa. En ese momento, quienes han ejercido o inducido el silencio cómplice quedarán en evidencia. Pero será demasiado tarde para la autocrítica. Nadie creerá en su autoproclamada superioridad moral. Y nadie estará dispuesto a pagar, ni un minuto más, el chantaje.

Venezuela: el silencio cómplice

 

Enrique Krauze es escritor y director de la revista Letras libres.

Venezuela en el principio

Posted on: diciembre 5th, 2015 by Laura Espinoza No Comments

 

Si el gobierno (llamémosle así) de Nicolás Maduro no asesta un golpe de último minuto a los comicios, la oposición venezolana ganará este domingo una mayoría en el parlamento. De ocurrir, habrá dado un gran paso, un paso histórico, pero quizá no más. Para comprender su posición hay que parafrasear a Churchill: “Este no es el fin, no es tampoco el principio del fin. Es apenas el fin del principio”. Tras el triunfo, Venezuela no estaría siquiera en ese punto: estaría en el principio.

 

 

O antes. Maduro tiene muchas formas de desvirtuar el triunfo, devolviendo la situación al punto en que está ahora: antes del principio. Pero la contundencia del resultado (que todos los sondeos prevén) puede llevar las cosas al comienzo de una larga, ardua, pero también promisoria labor de reconstrucción desde los cimientos mismos.

 

 

Para comenzar, una reconstrucción de la más elemental justicia. El nuevo parlamento, representativo de la mayoría nacional, deberá lograr la liberación inmediata de los presos políticos, en particular de Leopoldo López y Antonio Ledesma. Enseguida, deberá presionar por la reestructuración del aparato de justicia, que ha sido un apéndice servil del chavismo. Será una tarea titánica cuyo principal objetivo será promover una mínima independencia del Poder Judicial, acotar la criminalidad y combatir la corrupción.

 

 

En estos años la corrupción en Venezuela ha alcanzado un nivel sin precedente en la historia de Latinoamérica (que ya es decir). A pesar de la censura oficial, tarde o temprano saldrán a plena luz las investigaciones sobre la corrupción en Pdvsa y las altas esferas del gobierno que llevan a cabo las agencias norteamericanas. Mostrarán los vínculos de la cúpula chavista con el narcotráfico y aclararán, al menos en parte, el destino de los petrodólares (¡centenares de miles de millones!) que se esfumaron de las arcas venezolanas en estos tres lustros de extraordinaria bonanza petrolera. La oposición debe estar preparada para propiciar la transición a un orden no vindicativo pero sí estrictamente legal, que llame a cuentas a quienes cometieron este desfalco histórico.

 

 

Enseguida, una reconstrucción de la oferta social. Ningún líder de la oposición ha mencionado jamás que su proyecto implique el desmantelamiento de las obras sociales que –al margen de su instrumentación, muchas veces errada- fueron el aspecto más legítimo del régimen chavista. Pero en Venezuela, la realidad ha evidenciado dolorosamente el error de fincar esa oferta social en el petróleo, de convertir a Pdvsa en una agencia gigantesca e ineficiente de atención social, y de confiar una parte sustancial de esa labor (por ejemplo en el aspecto médico) a las misiones establecidas en 2003 con personal cubano (en un intercambio que llegó a costar a Venezuela 5.000 millones anuales). En otras palabras, hay que reparar el edificio del estado (escuelas, hospitales, servicios de toda índole) para que cumpla sus obligaciones con rectitud y eficiencia.

 

 

Al mismo tiempo, debe propiciarse un giro de 180 grados en la política económica. Venezuela, quizá el país más rico del mundo en reservas petroleras, es ahora (todos lo sabemos) una nación al borde de una crisis humanitaria, arrasada por la caída económica, la inflación y el desabasto. La solución: cesar el hostigamiento a la iniciativa privada y propiciar un clima de confianza que atraiga poco a poco la inversión. La aparición de productos en los anaqueles y el control (o al menos la percepción de control) del proceso inflacionario, devolverán al venezolano el crédito en su país. Lo necesita: Venezuela es su único hogar.

 

 

La libertad de expresión es una zona de desastre. No hay televisión propiamente independiente, la radio vive acosada lo mismo que la prensa. Será tarea del parlamento reivindicar los derechos de RCTV (atropellados en 2007, avalados por una Corte internacional) y levantar la espada de Damocles que pende sobre varios periodistas y directores de diarios.

 

 

Se habla de una revocación del gobierno. Entiendo que será imposible sin una mayoría sustancial. De lograrse, el año de 2016 puede ser, en efecto, el principio del fin del chavismo. Y el Ejército deberá jugar un papel de garante imparcial de las instituciones, no de un factor político.

 

 

Quizá el proyecto de regeneración más trascendente sea de índole cívica y moral: restaurar la convivencia. El régimen chavista plantó el odio en el alma de los venezolanos. Creó la división artificial entre “el pueblo” y el “no pueblo”, cegó vidas, impuso el reino del puño cerrado, bloqueó  la posibilidad de un diálogo tolerante. Instauró la discordia. En el principio, el parlamento de oposición deberá buscar, con la razón y el corazón, la reconciliación a la familia venezolana.

 

Enrique Krauze

 

“El populismo adormece, corrompe, y degrada el espíritu público”

Posted on: octubre 22nd, 2015 by Laura Espinoza No Comments

El historiador mexicano Enrique Krauze reedita su libro ‘El poder y el delirio’ sobre el líder chavista con un prólogo para los españoles

 

 

Ocurre en la izquierda y ocurre en la derecha. El populismo o la fascinación por el líder carismático están al margen de las ideologías. Una advertencia que el historiador y ensayista, Enrique Krauze(México, 1947) quiere hacer llegar a aquellos países que son víctimas de este tipo de gobierno o pueden llegar a serlo. “El populismo alimenta la engañosa ilusión de un futuro mejor que posterga siempre, enmascara los desastres, reprime el examen objetivo de sus actos, doblega la crítica, adormece, corrompe, y degrada el espíritu público”, escribe el historiador en su libro El poder y el deliriopublicado en 2008 pero que ha sido reeditado hace unos días con un nuevo prólogo dirigido a los lectores españoles.

 
En su ensayo, Krauze repasa la vida de Hugo Chávez desde su infancia hasta la derrota que sufrió el 2 de diciembre de 2007 cuando los venezolanos votaron no a la relección indefinida del expresidente. Invita a una reflexión para que ningún país repita el destino del país sudamericano: “Hoy Venezuela –con una de las mayores reservas petroleras del mundo- está en camino de reeditar la historia de hace dos siglos: está en peligro de la destrucción”

 

 

Pregunta. ¿Por qué reeditar su libro con un prólogo dirigido a los españoles?

 

 

España ha contraído esa especie de virus político que es la fascinación por el líder carismático

 

 

Respuesta. Bueno no solo España , sino Europa y ahora también Estados Unidos ha contraído esa especie de virus político que es la fascinación por el líder carismático. Hace unos meses parecía que ese virus estaba atacando a España de manera muy fuerte con el surgimiento de Podemos, muy concentrado en la figura carismática de Pablo Iglesias, y por ese motivo sumado al drama económico, político, humanitario de Venezuela decidí que eran dos buenas razones para proponer la reedición corregida, aumentada, revisada y con este nuevo prólogo de mi libro.

 

 

P. ¿Ve una semejanza entre Pablo Iglesias y Hugo Chávez?

 

 

R. Yo nunca hago explícito ese paralelo. Simplemente digo que se trata de la fascinación con la figura carismática de un líder que propone la salvación, la redención o un cambio muy profundo en la sociedad atacando al no pueblo en nombre del pueblo. Se trata de un fenómeno muy riesgoso porque, simplemente en el siglo XX, todos aquellos regímenes concentrados en la figura de un solo hombre que dice encarnar al pueblo, han terminado, no solo en la ruina económica, sino en la desgracia política, moral y en la guerra de todos contra todos. Las sociedades deben de quedar advertidas e inmunizadas contra este virus.

 

P. Mencionó que también está ocurriendo en Estados Unidos.

 

 

R. Ante nuestros propios ojos. Ocurre en la izquierda y en la derecha. Nadie piensa que Trumptenga una molécula de la vocación de izquierda en las venas, como tampoco nadie pensaría a Chávez o Maduro como personajes de la derecha, sin embargo, se parecen mucho por el uso demagógico del micrófono, de la imagen, por prometer lo que es imposible y decir lo que la gente quiere oír. Por engañar.

 

 

P. ¿Cree que Podemos podría cumplir su decálogo del populismo?

 

 

R. Algunos personajes muy conspicuos de Podemos fueron asesores abiertos del chavismo. Yo creo que simpatizaron con él y luego se fueron deslindando, pero nunca de manera suficientemente crítica y mucho menos autocrítica, de modo que creo que cabe todavía preguntarles cuál es su opinión elaborada con respecto a la tragedia de Venezuela, al hambre, inflación, desabasto, a la opresión política, crisis social. Mi prólogo es una invitación a la reflexión. Por fortuna el público español ha tenido una maduración política, democrática y cívica, entienden que muchas cosas están muy mal, pero no están dispuestos, por ahora, a entregar todo el poder a una persona. Sería suicida, creo que ya no va a ocurrir.

 

 

P. Parece que Venezuela está peor ahora con Maduro que con Chávez, ¿es una cuestión de liderazgo o era una bomba de relojería que coincidió con la muerte de Chávez?

 

 

R. Está relacionado con el precio del petróleo, en 2008 cuando visité Venezuela el ministro de Hacienda de entonces me dijo que el barril del petróleo llegaría a 250 dólares y eso les permitiría construir la gran sociedad comunista que ni Cuba, China o Rusia habían podido. Ahora está a menos de 50 y puede seguir bajando. La raíz de los problemas de Venezuela tiene su origen al entregar toda la potestad a una sola persona. Chávez terminó sintiéndose Dios y un hombre que se siente Dios hace muchas tonterías. Destrozó la industria petrolera en Venezuela, puso a unos en contra de otros, sembró la discordia absoluta. El producto de eso es lo que estamos viviendo ahora. No podía haber escogido un sucesor más inmaduro que Nicolás Maduro.

 

 

Que los países vecinos se queden callados es algo criminal

 

 

P. ¿Por qué hay una indiferencia de los países vecinos? Chávez prácticamente regaló petróleo a algunos de ellos ¿es esta la razón de su silencio?

 

 

R. Parte es por los regalos petroleros, pero la otra parte es una profunda hipocresía que se ve a sí misma como realpolitik: “No podemos meternos en los asuntos internos de Venezuela” dicen ellos “porque eso solo agitaría el avispero”. No se dan cuenta de que con su indiferencia lo que están haciendo es cerrar los ojos ante la tragedia cotidiana de un pueblo. Ven cómo el país de recursos petroleros más importantes de América ha sido reducido a una situación de necesidad y pobreza como los peores años de Cuba y se cruzan de brazos. Que los países vecinos se queden callados es algo criminal. Creo que la historia se los va a cobrar.

 

 

P. ¿Cómo cree que vería Chávez el deshielo entre Cuba y EEUU?

 

 

R. Creo que lo hubiese apoyado. Chávez tenía una relación filial con Fidel Castro. Puso a Venezuela al servicio de Cuba, así que creo que se las habría arreglado para colocarse en el camino. En cambio, el deshielo le ha restado legitimidad a los desplantes antimperialistas de Maduro que se ha quedado con un ejercicio del poder absolutamente desnudo, sin discurso, pero aún tiene el micrófono. Maduro no es Chávez, el carisma no se transmite. Chávez no fue sanguinario, Maduro sí, no creo que Chávez hubiera encarcelado a Leopoldo López o a Ledezma. Era un hombre mucho más inteligente y maquiavélico en el buen sentido.

 

 

P. Usted describe a Rómulo Betancourt (expresidente venezolano) como «la figura democrática más importante del siglo XX» ¿Tenemos un personaje así en México? ¿Y en España?

 

 

Maduro no es Chávez, el carisma no se transmite. Chávez no fue sanguinario, Maduro sí

 

 

R. En México, no. En España, el colectivo que firmó los Pactos de la Moncloa durante la transición española. Creo que en España la democracia llegó para quedarse. Esto no ocurrió en Venezuela, donde aunque creció y se modernizó, no se institucionalizó de manera suficiente. Betancourt para mi es el demócrata, el estadista más importante del siglo XX en América Latina.

 

 

P. Simón Alberto Consalvi (historiador y escritor) afirma en su libro que «de Bolívar va a quedar muy poco después de Chávez». Ya murió ¿qué queda de Bolívar en el Gobierno de Maduro?

 

 

R. Bolívar como se dice ahora está on hold, la historia de venezolana no le ha puesto delete pero sí on hold. Maduro no tiene la capacidad ni la desfachatez de invocar a Bolívar, su Dios es Chávez. Bolívar está ahí, que lo dejen dormir y que lo vuelvan a estudiar en generaciones siguientes. El uso histórico y político que hizo Chávez de Bolívar fue escandaloso.

 

 

El Pais

 

Mares de infelicidad

Posted on: febrero 26th, 2015 by Laura Espinoza No Comments

La lógica de Hugo Chávez obedecía a una combinación de poder y delirio: quería ser el heredero histórico de Castro. Y quería demostrarle al mundo que el socialismo cubano, el original, el fidelista, sí podía funcionar

Nunca dejará de sorprender el daño que el poder absoluto, concentrado en una persona, puede causar en la vida de los pueblos. Pero aún más misteriosa es la incapacidad de muchos pueblos para ver de frente el fenómeno, comprenderlo y evitarlo. Es el triste caso de un sector del pueblo venezolano, ciego al desmantelamiento de su propio país perpetrado por Hugo Chávez y su Gobierno en beneficio del régimen dictatorial más longevo del mundo actual: el de los hermanos Castro.

 

 

En su trato con Venezuela, la lógica de Fidel siempre fue económica y geopolítica. El petróleo venezolano estuvo en su mira desde el triunfo de la Revolución. El 24 de enero de 1959, en un ríspido encuentro en Caracas, Rómulo Betancourt se negó a regalárselo. Como respuesta, a mediados de los sesenta Venezuela recibió las primeras incursiones guerrilleras de América Latina: planeadas, instrumentadas y vigiladas personalmente por Castro. Tras el fracaso de esas expediciones, Castro tardó en rehacer sus relaciones diplomáticas con Venezuela. Y de pronto —tras el derrumbe de la URSS— la providencia le otorgó un anacrónico y fervoroso admirador: Hugo Chávez.

 

 

Durante su estancia en Cuba, Chávez quedó seducido por Castro: “Las generaciones se han acostumbrado a que Fidel lo hace todo —dijo en una entrevista—. Sin Fidel no pareciera que hubiese rumbo. Es como el todo”. Chávez también querría ser “como el todo”. Y para demostrarlo, cuando llegó al poder hizo realidad el sueño de Fidel: le regaló el petróleo venezolano, y mucho más.

 

 

La lógica de Chávez obedecía a una combinación de poder y delirio: quería ser el heredero histórico de Castro. A cualquier coste. Y quería demostrarle al mundo (aun al propio Fidel) que el socialismo cubano, el original, el fidelista, sí podía funcionar. “Fidel es para mí un padre, un compañero, un maestro de la estrategia perfecta”, declaró Chávez. Pero necesitaba más, necesitaba que Castro lo ungiera como sucesor. Quizá iba en camino de serlo, pero se le atravesó la muerte.

 

 

En términos simbólicos, el pacto se selló en una conferencia en la Universidad de La Habana en 1999 cuando Hugo Chávez fustigó a quienes venían “a pedirle a Cuba el camino de la falsa democracia” y profetizó: “Venezuela va hacia el mismo mar hacia donde va el pueblo cubano, mar de felicidad, de verdadera justicia social, de paz”. Quince años después, puede afirmarse que la emulación ha sido exitosa: Venezuela se parece cada vez más a Cuba.

 

 

El Gobierno insiste en que se trata de una “guerra económica de la derecha”

 
Emular a Cuba políticamente fue una decisión imperdonable, que Chávez instrumentó cuidadosamente. Para apartar a Venezuela de la “falsa democracia” supeditó, de manera personal y patrimonial, a todos los poderes formales: legislativo, judicial, fiscal, electoral. Paralelamente, confiscó buena parte de la televisión, la radio y la prensa. El Gobierno de Maduro siguió la pauta con mayor crudeza: confiscó el resto de la televisión, bloqueó la venta de papel a los pocos diarios independientes que quedaban, reprimió manifestaciones de oposición, acosó y apresó a líderes y mató estudiantes. Hace unas semanas, habilitó al Ejército a disparar contra manifestantes. Y en estos días, en un acto abiertamente dictatorial, ha arrestado al valeroso alcalde de Caracas, Antonio Ledezma.

 

 

La emulación social de Cuba partió de un consejo de Fidel a su obediente pupilo: a partir de 2003 Chávez instituyó las misiones de atención médica, educativa, alimentación, vivienda, que por un tiempo, con personal cubano, aportaron una mejora social en la vida de muchos venezolanos. Para Cuba el acuerdo fue casi milagroso: anualmente Venezuela le ha aportado el doble que la URSS en tiempos de la Guerra Fría (arriba de 10.000 millones de dólares). Pero para Venezuela el costo político y económico ha sido inadmisible, absolutamente irracional.

 

 

El acuerdo ha constado de tres partes, todas beneficiosas para el régimen de Cuba. La primera es la exportación de servicios (40.000 personas, médicos sobre todo, también maestros, instructores deportivos y otras profesiones). Del monto anual recibido de 5.600 millones de dólares, el Estado se queda con más del 95% y canaliza el resto al personal “exportado”. El segundo componente (que en 2010 llegó a 2.700 millones de dólares) es la exportación subsidiada de petróleo: más de 100.000 barriles diarios a precios y condiciones preferenciales (gracias a las cuales Cuba refina parte del petróleo y hasta lo reexporta). El tercer elemento ha sido la inversión directa de Venezuela en 76 proyectos, alrededor de 1.300 millones de dólares.

 

 

El arreglo con Cuba ha sido solo un renglón de los muchos que constituyen el dispendio del régimen chavista, quizá el mayor de la historia petrolera del mundo. Pero en 2008, con el precio del barril a 145 dólares (y expectativas de alcanzar los 250), el apoyo a Cuba parecía una gota en el mar de la felicidad. En esos mismos años, en un acto de machismo revolucionario y mediático, Chávez aceleró su política de expropiaciones y estatizaciones. Curiosamente, nunca lo perturbó el hecho de que Raúl Castro comenzara a introducir reformas económicas inversas al modelo que Chávez imponía a su país. Y nunca vio que los caprichos de su política económica (y la corrupción asociada a ella) minarían directamente la justicia social que se proponía instituir.

 

 

El petróleo no llegó a 250 dólares el barril sino que bajó de 50. Ahora abastecerse de alimentos es la principal angustia del venezolano. La escasez de comida, medicinas y equipo médico es alarmante. Las colas en los supermercados son largas y tortuosas. El Ejército apresa a quien se atreve a sustraer un pollo. El Gobierno insiste en que se trata de una “guerra económica de la derecha”, por tanto mantiene firme su política de control cambiario que propicia el mercado negro, donde una nueva casta de vendedores ambulantes (con información privilegiada) compran productos regulados a precios insignificantes y los revenden a capricho.

 

 

Tras su gira continental en busca de apoyos, Nicolás Maduro declaró: “Dios proveerá”

 
Por su “verdadera democracia”, por la crisis económica de sus servicios sociales, por la estatización de su economía y su mercado negro, Venezuela se parece cada vez más a Cuba. Con una diferencia mayor: Nicolás Maduro no tiene una Venezuela alternativa a quien pedir un subsidio.

 

 

Hace unas semanas, tras su gira continental en busca de apoyos económicos, Maduro declaró: “Dios proveerá”. A lo cual “Dios” (por la pluma del genial humorista Laureano Márquez) en una carta pública dirigida a Mi pequeña y hermosa criatura, respondió diciéndole: “Yo ya proveí’: tierras fértiles, llanos ganaderos, selvas para cultivar cacao y café, ríos caudalosos y navegables, playas turísticas y mucho más:

 

 

En el subsuelo les puse las reservas petroleras más grandes del planeta. Tienen también, oro, aluminio, bauxita, diamantes. Como si lo anterior fuese poco, les acabo de enviar 15 años de la bonanza petrolera más grande que ha conocido la historia de la humanidad. Multiplica, bebé: dos millones y medio de barriles diarios x 100 dólares x 30 días x 12 meses x 15 años”.

 

 

Al propio “Dios” omnisciente le parecía incomprensible que los chavistas hubiesen convertido a Venezuela en una ruina. Por eso rubricó su carta de modo terminante: “Lo siento, hijo, tengo que decirte que tu petición a las finanzas celestiales también ha fracasado”.

 

 

“El mar de la felicidad”, aquella imagen lírica de Chávez, suena más cruel confrontada con el atropello a los derechos humanos, el encarcelamiento bárbaro de Leopoldo López, el arbitrario arresto de Ledezma, el acoso a María Corina Machado, la polarización ideológica y la pesadumbre general de la vida en Venezuela. Pero están a la vista las elecciones parlamentarias. Ojalá la mayoría del bravo pueblo venezolano vea de frente el daño que el poder personal absoluto de Hugo Chávez y su obediente séquito ha hecho a su país. Ojalá comprenda el costo exorbitante del acuerdo con Cuba. Ojalá vote con tal claridad que el cambio comience a ser irreversible.

 

 

Pero la protesta ante los atropellos no puede esperar. Mario Vargas Llosa ha señalado la dolorosa condición histórica de Venezuela: el país que liberó a buena parte de la América hispana sufre ahora el abandono de sus “países hermanos”. Tiene razón. Mientras Maduro ahoga la libertad, la OEA duerme la siesta. Si no despierta ahora, no despertará jamás.

 

 

Enrique Krauze es escritor y director de la revista Letras Libres.

¿El fin del antiamericanismo?

Posted on: enero 17th, 2015 by Laura Espinoza No Comments

Al restablecer las relaciones con Cuba, Estados Unidos ha recobrado la legitimidad para defender en todo el continente valores entre los que está la libertad de expresión, que debe regir en la isla y en Venezuela

 

 

Cuba ha sido el epicentro del antiamericanismo en Latinoamérica. Como ideología política nació en tiempos de la guerra hispano-americana de 1898, alcanzó su apogeo con el triunfo de la Revolución Cubana en 1959, y llegó a su probable fin en 2014. Aunque es imposible anticipar los resultados del restablecimiento de relaciones diplomáticas entre Estados Unidos y Cuba (los recientes arrestos de disidentes no auguran nada bueno), con ese solo acto Obama ha comenzado a desmontar una de las más antiguas y arraigadas pasiones ideológicas del continente. Al menos por eso, al margen de los grandes escollos que sin duda enfrentará el acuerdo, el anuncio del 17 de diciembre fue histórico.

 

En su origen, el antiamericanismo en la América Hispana fue de carácter religioso: el defensivo temor de los grupos conservadores y la Iglesia a la penetración de la fe y la cultura protestantes. A esa variable se agregó, en el caso de México, el agravio de la guerra de 1847. Sin embargo, los liberales que gobernaron el país en la segunda mitad del siglo XIX mantuvieron intacta su admiración hacia Estados Unidos. Sus ideas republicanas y democráticas eran más fuertes que sus sentimientos nacionalistas. Algo similar ocurrió con las élites progresistas y sus respectivas constituciones en el continente. En un famoso diario de viaje por Estados Unidos en 1851, el gran estadista, educador y escritor argentino Domingo Faustino Sarmiento vio en Estados Unidos la tierra del porvenir: el triunfo de la civilización sobre la barbarie.

 

La guerra de 1898 unió a los países hispanoamericanos contra Estados Unidos y los reconcilió con España, de quien todos —salvo Cuba— se habían independizado. A raíz de esa guerra, nuestros liberales padecieron un síndrome similar a los marxistas tras la caída del muro de Berlín y el derrumbe de la Unión Soviética: se sintieron huérfanos. Igual que varios autores estadounidenses (Mark Twain, William James) vieron en aquellos hechos una contradicción insalvable entre los valores democráticos que habían fundado a Estados Unidos y los designios explícitos de que “exista una sola bandera y un solo país entre el río Grande y el océano Ártico”. (Henry Cabot Lodge, 1895). En el caso particular de Cuba, muchos iberoamericanos se negaron a admitir una independencia convertida en protectorado. Fue entonces cuando los liberales de América Latina comenzaron a converger con los católicos y conservadores en la concepción de un nacionalismo iberoamericano de nuevo cuño: imaginar una sociedad y una cultura no sólo distintas sino militantemente opuestas a la americana.

 

Entre 1898 y 1959, con contadas excepciones, el balance político, diplomático, económico y militar de Estados Unidos en América Latina fue francamente desastroso. En 1913, el embajador estadounidense Henry Lane Wilson —olvidado en la historia americana pero muy recordado en los libros de texto mexicanos— planeó el golpe de Estado que derrocó al primer presidente demócrata de México: Francisco I. Madero. Ese episodio fue representativo de otros muchos: desembarco de marines, ocupaciones militares, aliento a golpes de Estado y, junto a todo ello, la machacante presencia de las grandes empresas americanas. En Estados Unidos, la supeditación de la diplomacia a los grandes negocios (petroleros, azucareros, mineros) era vista como algo normal, pero para estos países era una actitud de intolerable codicia.

 

Franklin D. Roosevelt corrigió un tanto el rumbo con su ‘política del buen vecino’
Como reacción, la región vivió un ascenso del nacionalismo tanto local como continental, que los presidentes americanos del periodo de entreguerras (Coolidge, Hoover) leyeron como una antesala al comunismo. Oportunamente, en 1927, Walter Lippman les advirtió su error: “Lo que los ignorantes llaman bolchevismo es nacionalismo, y es una fiebre mundial”. Y agregó: “Nada indignaría más a los latinoamericanos, y nada sería más peligroso para la seguridad estadounidense, que Latinoamérica creyera que Estados Unidos ha adoptado, a la manera de Metternich, una política destinada a consolidar intereses creados que atenten contra el progreso social de esos países, tal como ellos lo entienden”.

 

Con su política del buen vecino Franklin D. Roosevelt corrigió un tanto el rumbo (por ejemplo con México, tolerando sabiamente la nacionalización del petróleo), pero en Cuba aquella vinculación entre negocios y política fue continua, sustancial y visible: de hecho, varios ministros de Roosevelt tenían intereses azucareros. Con todo, la cooperación panamericana alcanzó su mejor momento en la Segunda Guerra Mundial.

 

Al inicio de la Guerra Fría, el nacionalismo iberoamericano se orientó hacia las diversas variedades del marxismo. Muchos atribuían la pobreza y desigualdad a la presencia americana, y pensaron que el socialismo era una alternativa. Para colmo, dictaduras militares como la de los Somoza contaban con la complicidad activa del Gobierno americano. Como resultado, Estados Unidos terminó por desacreditarse como fuente de valores democráticos. Los pocos defensores de esos principios quedaron aislados. Uno de esos liberales solitarios, el historiador Daniel Cosío Villegas, profetizó a su pesar en 1947: “América Latina hervirá de desasosiego y estará lista para todo. Llevados por un desaliento definitivo, por un odio encendido, estos países, al parecer sumisos hasta la abyección, serán capaces de cualquier cosa: de albergar y alentar a los adversarios de Estados Unidos, de convertirse ellos mismos en el más enconado de todos los enemigos posibles. Y entonces no habrá manera de someterlos, ni siquiera de amedrentarlos”.

 

La dinastía de los Castro ha mantenido a Cuba aislada y presa durante 56 años
La Revolución Cubana cumplió puntualmente esa impresionante profecía y abrió un ciclo de intenso antiamericanismo en todo el continente. La fugaz Alianza para el Progreso iniciada por el presidente Kennedy y los tardíos esfuerzos conciliadores de Jimmy Carter palidecieron frente al encono provocado por las duras Administraciones republicanas. La intervención directa del Departamento de Estado en el golpe a Salvador Allende dejó una herida profunda, que terminó por incitar a dos generaciones de jóvenes, en casi todo el continente, a irse a la sierra fusil en mano para emular al Che Guevara y a Fidel Castro. Los abusos de la Administración de Reagan en Centroamérica avivaron aún más los ánimos. En las aulas universitarias, periódicos, libros y revistas de América Latina, el odio ideológico contra elimperialismo yanqui se volvió canónico. Y para el régimen totalitario en Cuba, el antiamericanismo fue su mejor arma de supervivencia.

 

En 1989, Occidente se maravilló con la caída del muro de Berlín y la inminente desaparición de la URSS. Prestó poca atención a otro milagro: las unánimes transiciones democráticas de Latinoamérica (Chile, Nicaragua, Salvador y con el tiempo México) conquistadas internamente, sin apoyo ni inspiración de Estados Unidos. Ahora eran los marxistas los que se sentían huérfanos de ideología y ese vacío lo llenó —hasta cierto punto— el casi olvidado ideario democrático liberal o socialdemócrata.

 

Aunque no desaparecerá nunca del horizonte, a fin del siglo pasado el antiamericanismo comenzóa pasar de moda. Lo mantuvo artificialmente el histrionismo incendiario de Hugo Chávez contra “el imperio”. Pero era (y es) difícil disimular el carácter anacrónico del discurso chavista contra su principal cliente petrolero. Sólo quedaba el diferendo con Cuba. Era tiempo de resolverlo.

 

Pero al restablecer relaciones con Cuba, al renunciar claramente a su destino imperial en la zona, Estados Unidos ha recobrado también la legitimidad moral para refrendar los valores republicanos y democráticos que lo fundaron igual que a todos los países de América. El arraigo de esos valores fue el verdadero sueño de Martí, que abjuró siempre de la tiranía. Y entre esos valores, ninguno más prioritario que la libertad de expresión. Ningún pueblo es una isla entera por sí mismo. La dinastía de los Castro ha mantenido a Cuba aislada y presa por 56 años. En la próxima reunión de la Organización de Estados Americanos (donde asistirán Cuba y Estados Unidos) la libertad política en Cuba (y en Venezuela) debe ser el primer punto en la agenda.

 

Enrique Krauze es escritor y director de Letras Libres.