Mensaje de libertad

Posted on: octubre 29th, 2014 by Lina Romero No Comments

No son estos tiempos propicios para la libertad. En casi todo el mundo está en repliegue, asediada por los fanatismos de la identidad (racial, religiosa, nacional, ideológica). Pero, ante esos y otros adversarios, el repliegue debe ser temporal: para tomar fuerzas, para adquirir perspectiva histórica, para imaginar soluciones prácticas a las nuevas formas de opresión y a los problemas ancestrales de marginación y pobreza que minan los fundamentos mismos de la sociedad abierta. Y algo más debe hacer el pensamiento liberal: ejercer la autocrítica. Pero debemos porfiar en la libertad porque –como el aire– solo se vuelve tangible, se palpa, cuando falta.

 

En esta entrega del “Premio de la Libertad” que FAES ha tenido la generosidad de otorgarme, quisiera ofrecer una reflexión en torno al preocupante estado de la libertad en tres países que me competen: México (mi país y puerto de libertad que abrigó a mi familia); España, nación que inventó el sustantivo liberal y que desde 1978 ha sido vanguardia democrática del orbe hispano, tierra que por razones de gratitud y admiración considero mía; y finalmente Venezuela, cuya historia y política he estudiado con pasión democrática.

 

Dos fuerzas terribles y convergentes amenazan la libertad en México: la corrupción y el crimen. Ambas hunden sus raíces en la historia y no es este el lugar para explorarlas. Pero es un hecho doloroso que la democracia –que descentralizó el poder, que liberó las energías políticas y cívicas del mexicano– haya tenido el efecto centrífugo de alentar también los poderes oscuros que ahora imponen su ley sangrienta en vastas zonas, ya intransitables, del país. Hay fuerzas del bien que se les oponen, y son mayoritarias: las decenas de millones de mujeres y hombres que trabajan honestamente, y que esperan mejorías tangibles de las reformas que se han aprobado en los ámbitos de la energía, la educación, las finanzas y las telecomunicaciones. De este infierno –la alianza del crimen organizado y la corrupción política– no hay salida fácil: hay que vertebrar, casi desde el origen, un Estado de Derecho que no solo respete y haga respetar las leyes y libertades, sino lo más preciado: la vida misma. No sé cuánto tiempo nos llevará la tarea. Tal vez una generación. Pero es una batalla que se va a ganar.

 

El respeto a la vida y el Estado de Derecho me lleva a proponer una modesta reflexión sobre España. Después de una terrible guerra civil, después de décadas de una férrea dictadura, España hizo un pacto consigo misma, un pacto de civilidad que provocó la admiración del mundo y –nunca lo olviden– fue el catalizador del cambio democrático en América Latina. La civilidad a la que me refiero no es algo abstracto: se manifiesta, precisamente, en el respeto a la vida individual que en España se advierte en hechos aparentemente nimios como la indignación ante cualquier crimen pasional que llega a las primeras páginas de los diarios. Esa consideración por la vida (que, trágica y vergonzosamente, no existe en México) es el cimiento imprescindible de una sociedad abierta y moderna. Contra todo pronóstico, España se volvió esa sociedad moderna y abierta. En esta severa crisis, España no puede cerrar los ojos al milagro de civilidad democrática que ella misma construyó y que le permitió dar un salto histórico en todos los órdenes.

 

Al hacer el encomio de la civilidad en España, al recordar aquel pacto, no cierro los ojos, en absoluto, a los escándalos de corrupción. Tampoco ignoro el despilfarro de riqueza, las malas administraciones, los sacrificios inmensos, los millones de desempleados, y el desaliento que todo ello provoca. Pero es mi deber de amigo advertir los riesgos del populismo que veo crecer en España, sobre todo entre la gente joven. Ya vimos en la Argentina peronista esa película. Y la seguimos viendo, en tiempo real, en Venezuela, uno de los países petroleros más ricos del mundo, empobrecido por el chavismo. A ese horror –hecho de humo y mentira– lleva el populismo. Destruye por generaciones la noción misma de civilidad, instaura el culto a la personalidad, empobrece las naciones, envilece la vida pública y parte en dos mitades irreconciliables a la sociedad. La sensatez, en España, debe privar sobre la desesperación. Es la batalla definitiva por la libertad.

 

Pienso mucho en los jóvenes de Venezuela, pienso en su soledad. Ellos no necesitan lecturas liberales. Ellos conocen de manera inmediata el significado de la libertad porque prácticamente la han perdido pero, ¿quién los escucha? Escuchémoslos nosotros. Por eso desde este foro envío un saludo solidario a esos valerosos estudiantes y uno mi voz a la de quienes en foros diversos, incluido el de las Naciones Unidas, han exigido la libertad inmediata de Leopoldo López, preso político del régimen chavista que ha convertido al país petrolero más rico del mundo en lo que siempre buscó: una nueva, precaria y pesarosa Cuba.

 

Enrique Krauze

El paréntesis del fútbol

Posted on: junio 14th, 2014 by lina No Comments

La Copa del Mundo abre cada cuatro años un tiempo de fantasía en el que el tiempo se detiene y las penas se olvidan. En este mundo violento y discorde, esta breve pausa es bienvenida

 

Cada cuatro años el mundo abre un tiempo a la fantasía. Es la Copa del Mundo. El fútbol no ha sido siempre un ritual inocuo. Puede precipitar una guerra en toda forma, como la de Honduras y El Salvador en 1969. Puede provocar brotes repugnantes de chovinismo y racismo (como ocurre, con frecuencia preocupante, en los estadios europeos). Puede servir como cortina de humo, como ocurrió en Argentina, en 1978, cuando los generales, aprovechando la euforia del triunfo, acrecentaron su política genocida. Puede alentar espejismos ridículos sobre el destino de una nación encomendado a 11 muchachos persiguiendo un balón (“Por qué no le dan una pelota a cada uno, y se acaban los problemas”, dijo más o menos Borges). Pero en este mundo violento y discorde, el paréntesis es bienvenido.

 

En México, el extraordinario auge del fútbol —importado en 1902 por los mineros ingleses— data de los años cincuenta y sesenta. Durante la primera mitad del siglo XX, rivalizaba sanamente con el béisbol, importado por las empresas estadounidenses (dedicadas al petróleo, las minas y ferrocarriles) asentadas a lo largo de la frontera norte, el golfo de México y la costa noroeste del océano Pacífico. Esta preponderancia del béisbol tuvo otro origen adicional —menos agradable— e idéntico al de Cuba, Santo Domingo, Nicaragua, Panamá y otros países de Centroamérica: la presencia de los marines desde 1914. Así se ilustra, al menos parcialmente, la ambigua relación de estos países con Estados Unidos. Aman apasionadamente al béisbol, odian apasionadamente al invasor.

 

En los países sudamericanos no hubo nunca marines ni tampoco béisbol. Por ser el enclave principal y el socio comercial de Inglaterra en la región, Argentina —y su vecino Uruguay— importaron el fútbol muy temprano y lo practicaron con inmenso éxito, imprimiéndole un toque de picardía y sorpresa y flexibilidad —el dribling— que recordaba un poco al tango y no tenía ya nada del austero, veloz y rudo fútbol inglés. Los nombres de muchos equipos argentinos denotan su origen británico: Boca Juniors, Racing, River Plate (Río de la Plata). Uruguay organizó la Copa del Mundo en 1930 y en 1950; famosamente, derrotó a Brasil 2 a 1 en lo que se conoció como “la tragedia de Maracaná”. La derrota desató una ola de suicidios, porque en Brasil el fútbol llevaba décadas de haberse integrado a la cultura popular, al lado de la samba y el Carnaval.

 

El balompié es un juego; no resuelve nada. Pero nos recuerda el lado lúdico de la vida

 

Según el sociólogo brasileño Gilberto Freyre (Futebol mulato, Diario de Pernambuco, 17 de junio de 1938), el estilo brasileño de jugar fútbol es reflejo del genio peculiar de Brasil para la mezcla de grupos étnicos y culturas. Lejos de la rigidez y la racionalidad de los europeos, el brasileño privilegia la astucia, la espontaneidad, la invención. Por eso, tras el desastre de 1950, Pelé “redimió” al fútbol brasileño en 1958, con su magia y ritmo incomparables. Y abrió la puerta para la conquista de varios mundiales.

 

Los países andinos (Perú, Ecuador, Bolivia) despertaron tarde al fútbol, pero lo juegan con solvencia. Igual que en Chile o Paraguay, el temple de las antiguas culturas indígenas les imprime un sello de vigor y estoicismo. Colombia es un caso parecido al brasileño —baila cumbia frente a la pelota—, pero en tono menor. Venezuela es fundamentalmente beisbolera, aunque a últimas fechas ha desarrollado una buena selección. Pero ahí donde reina el béisbol (Centroamérica y el Caribe) es difícil desplazarlo: no olvidemos que antes de soñar con ser líder del Tercer Mundo, Hugo Chávez soñaba con ser pitcher en las Grandes Ligas.

 

Ahora en México, todos los espectáculos (el béisbol, el box, las corridas de toros, las peleas de gallos) palidecen frente al fútbol. ¿Por qué es tan popular? Una razón puede estar —como tantas cosas en este país— en la historia. El fútbol apela quizá a una reminiscencia prehispánica: el “juego de pelota” que aquellos pueblos practicaban en cuadrángulos abiertos, utilizando su cuerpo —y no sus manos— para insertar un durísimo balón de hule en un pequeño aro de piedra labrado en los muros. Las muchedumbres, como ahora, coreaban el juego, pero la gesta no terminaba de manera pacífica sino con el sacrificio físico… ¡del equipo vencedor! Aquel juego legendario era la metáfora de una batalla cósmica. Han pasado muchos siglos. Por fortuna ya no corre la sangre en esos espacios. Pero el fútbol sigue teniendo en México una gran importancia. Si la selección gana, todo parece ventura; si pierde, sobreviene un abatimiento colectivo.

 

Allí donde reina el beisbol (Centroamérica y el Caribe) es difícil desplazarlo

 

En los países latinoamericanos el fútbol es una bendición social. Aun en los rincones más pobres y alejados, hay terrenos baldíos donde, domingo a domingo, 22 protagonistas, orgullosos de sus colores, retozan alegremente tras una pelota levantando a su paso efímeras esculturas de polvo. Allí, como en las fiestas populares, el tiempo se detiene y las penas se olvidan, sobre todo en el instante sacramental en que ocurre el milagro esperado: el milagro del gol. En México, particularmente en competencias internacionales, esa consumación ocurre poco. Ojalá que este paréntesis traiga alguna alegría, sobre todo a los niños mexicanos, vestidos con su camiseta verde.

 

Y si no la trae, siempre podemos consolarnos vicariamente (como en 2010) con el deseable triunfo de España. Es muy apasionada la relación de México con España (en el fútbol y en todo lo demás). Comenzó con el arraigo, en 1937, de la famosa selección vasca, cuyas estrellas (Regueiro, Lángara) se volvieron ídolos populares. Avecindados ya en México, se incorporaron a los antiguos equipos españoles que contendían en México: el España (fundado en 1912) y el Asturias (1918). La rivalidad entre mexicanos y españoles constituyó la trama de películas inolvidables y en 1939 provocó la quema de un estadio.

 

En 1950 desaparecieron los equipos españoles, pero nos quedó (como en tantas cosas) la nostalgia de la Madre Patria. En los cincuenta, recuerdo muy bien a un comentarista español casi ciego (Cristino Lorenzo) relatando por radio (como si los hubiera visto) los juegos de la liga española desde su peña en el Café Tupinamba, en el centro histórico de México. Luego Hugo Sánchez triunfó en el Real Madrid. Y finalmente irrumpió por televisión la liga española, que los aficionados mexicanos (divididos entre madridistas y culés) siguen con interés y admiración.

 

Pienso en la excelencia del fútbol español y la contrasto con la depresión que aún percibo en España. No se me oculta, en absoluto, la enorme dimensión de los problemas: el paro agobiante (sobre todo entre los jóvenes), el estancamiento económico, la deuda, las tensiones nacionalistas, la crisis de legitimidad institucional, y tanto más. Pero, como en toda depresión, aun en las más justificadas, quienes la padecen tienden a soslayar lo mucho que sí tienen, lo mucho que sí han logrado.

 

Y los activos de España son reales. Solo enumero unos cuantos: la superación de la violencia fratricida, la resolución del caso de ETA, las cuatro décadas ininterrumpidas de orden democrático y jurídico, las libertades civiles, la infraestructura de toda índole que (mal que bien) existe, el desempeño de sus empresas globales y tantos bienes heredados de la historia, la inmensa literatura, las artes magníficas, el talante del pueblo, las costumbres y tradiciones, la naturaleza. Y está también el fútbol, que en España se practica con inigualable profesionalismo y destreza.

 

El fútbol es solo un juego. En sí mismo no llega a nada, no resuelve nada. Pero por algo lo practicaron y amaron Albert Camus, Vladímir Nabokov y Dimitri Shostakóvich: nos recuerda la dimensión lúdica de la vida, nos permite, en un breve paréntesis, volver a la Edad de Oro. El buen espíritu deportivo dicta “que gane el mejor”. Ojalá que el mejor sea un equipo de nuestro orbe cultural.

 

Enrique Krauze

 

Un amanecer distinto para Venezuela

Posted on: marzo 9th, 2013 by lina No Comments

“Si un hombre fuese necesario para sostener el Estado, este Estado no debería existir, y al fin no existiría”.

 

Simón Bolívar, 20 de enero de 1830

 

Tenía una concepción binaria del mundo. Veía el mundo dividido entre amigos y enemigos, entre chavistas y “pitiyanquis”, entre patriotas y traidores. En libros y ensayos reconocí su vocación social.

 

Creo que la democracia latinoamericana no podrá consolidarse sin Gobiernos que, junto al ejercicio de las libertades y el avance de la legalidad, busquen formas efectivas y pertinentes de apoyar a los pobres y marginados, a los que no han tenido voz y apenas voto.

 

Pero una cosa es la vocación social y otra es la forma en que se practica esa vocación. Obsedido por una anacrónica admiración del modelo cubano (y por la ciega veneración de su caudillo eterno, a quien muchas veces llamó “padre”), Hugo Chávez desquició las instituciones públicas venezolanas, desvirtuó y corrompió a la compañía estatal PDVSA y protagonizó lo que quizá sea el mayor despilfarro de riqueza pública en toda la historia latinoamericana.

 

Pero siendo tan graves sus errores económicos, palidecen frente a las llagas políticas y morales que infligió a su país.

 

Chávez no solo concentró el poder: Chávez confundió —o, mejor dicho, fundió— su biografía personal con la historia venezolana. Ninguna democracia prospera ahí donde un hombre supuestamente “necesario”, imprescindible, único y providencial, reclama para sí la propiedad privada de los recursos públicos, de las instituciones públicas, del discurso público, de la verdad pública.

 

pueblo que tolera o aplaude esa delegación absoluta de poder en una persona, abdica de su libertad y se condena a sí mismo a la adolescencia cívica, porque esa delegación supone la renuncia a la responsabilidad sobre el destino propio.

 

El daño mayor es la discordia dentro de la familia venezolana. Nada me entristeció más en mis visitas a Caracas (nada, ni siquiera la escalada del crimen o el visible deterioro de la ciudad) que el odio inducido desde el micrófono del poder contra el amplio sector de la población que disentía de ese poder.

 

El odio de los discursos, de las pancartas, de los puños cerrados; el odio de los arrogantes voceros del régimen en programas de radio y televisión. El odio de las redes sociales plagadas de insultos, calumnias, mentiras, teorías conspiratorias, descalificaciones, prejuicios.

 

El odio del fanatismo ideológico y del rencor social. El odio cerrado a la razón e impermeable a la tolerancia. Esa es la llaga histórica que deja el chavismo. ¿Cuánto tardará en sanar? ¿Sanará alguna vez? Es un verdadero milagro que Venezuela no haya desembocado en la violencia partidista y política.

 

Nada me entristeció más que el odio inducido desde el micrófono contra los antichavistas

 

Desde hace unas semanas, al agudizarse la enfermedad de Chávez, anticipé su inmediata y tumultuosa santificación. Así ocurrió con Evita Perón en Argentina, pero dada la tradición caudillista de Venezuela, la sacralización de su figura será más honda y permanente. Hugo Chávez ha logrado la inmortalidad que soñó siempre.

 

En el alma de muchos de sus compatriotas (y de no pocos simpatizantes en América Latina) compartirá las glorias del Libertador. Hasta el comandante Fidel Castro podría sentirse desplazado, víctima de un suave pero implacable parricidio.

 

¿Qué ocurrirá ahora, tras su muerte? Toda conjetura es riesgosa y todo puede pasar, hasta la división interna entre el ala ideológica y militar del chavismo o el triunfo de la oposición.

Con todo, es probable que el sentimiento de pesar, aunado a la gratitud que un amplio sector de la población siente por Chávez, faciliten el triunfo de un candidato oficial en unas eventuales elecciones.

 

A ello contribuirán también los órganos electorales, fiscales, judiciales y —en parte— los legislativos, que seguirán en manos del chavismo. Su retrato, su silla vacía, su imagen retransmitida interminablemente, acompañarán por un tiempo al nuevo presidente.

 

Pero todos los duelos tienen un fin. Y en ese momento todos los venezolanos, chavistas y no chavistas, deberán enfrentar la gravísima realidad económica.

 

Los indicadores de alarma son del dominio público. El déficit fiscal es del 20% del PIB, unos 70.000 millones de dólares. El tipo de cambio oficial de poco más de 6 bolívares por dólar, se triplica en el mercado negro.

 

La inflación, por varios años, ha sido la más alta de la región. El desabasto (originado por el desmantelamiento de la planta productiva, el éxodo de la clase media profesional y la crónica falta de inversión) se ha convertido casi en una tradición venezolana.

 

Hay una aguda carestía de divisas. ¿Cómo explicar que un país que en la era de Chávez ha percibido más de 800.000 millones de dólares por ingresos petroleros presente cuentas tan alarmantes?

 

Buena parte de la explicación está en el petróleo. En 1998 Venezuela producía 3,3 millones de barriles diarios y exportaba (y cobraba) 2,7 millones de barriles diarios. Ahora la producción se ha desplomado a 2,4 millones de barriles diarios, de los que solo cobra 900.000 (los que vende a Estados Unidos, el odiado imperio).

 

El resto que no se cobra se divide así: 800.000 van al consumo interno, prácticamente gratuito (y que provoca un jugoso negocio de exportación ilegal); 300.000 se destinan a pagar créditos y productos adquiridos en China; 100.000 se restan por importación de gasolina; y 300.000 van a países del Caribe que pagan (si es que pagan) con descuentos y plazos amplísimos; o simbólicamente, como Cuba, que paga sus 100.000 barriles con el envío de personal médico, educativo, y policial (y se beneficia del petróleo venezolano al extremo de reexportarlo).

 

El nuevo líder ya no será el que lo explicaba todo, lo justificaba todo, lo amortiguaba

todo

Un presidente chavista deberá enfrentar esta realidad y encarar al público.

 

Pero ese mandatario ya no será Chávez, el hipnótico Chávez, Chávez el taumaturgo, el líder que lo explicaba todo, lo justificaba todo, lo amortiguaba todo. La gente reaccionará a esas situaciones con indignación: culpará a los chavistas de no estar a la altura de su legado, dirá “Chávez no lo habría permitido”, “Chávez lo habría resuelto”.

 

Llegado ese punto, el propio régimen chavista podría persuadirse de la necesidad de un diálogo conciliatorio que ahora parece utópico. Y ahí podría abrirse una oportunidad tangible para la oposición.

 

Después de largos años de inconsistencias, omisiones y errores, la oposición venezolana ha estado unida, eligió a un líder inteligente y valeroso (Henrique Capriles) y tuvo un buen desempeño en las elecciones: recabó casi siete millones de votos.

 

Durante la agonía de Chávez, sin dejar de alzar la voz de protesta, la oposición mostró una notable prudencia que debe refrendar en estos días de duelo y crispación. Si la oposición —que ha esperado tanto— conserva la cohesión y la presencia de ánimo, podría avanzar en las siguientes elecciones (legislativas, regionales, presidenciales) y recuperar las posiciones que ha perdido.

 

En ese despertar, una fuerza latente deberá despertar también: los estudiantes. Tuvieron un papel clave en el referéndum de 2007 (que impidió la conversión abierta de Venezuela al modelo cubano) y quizá lo tengan una vez más ahora.

 

Si bien nadie puede descartar los escenarios de violencia, no los preveo. Por el contrario: creo que con el fallecimiento del gran caudillo mesiánico (“redentor”, lo llamó abiertamente el propio Maduro) Venezuela deberá encontrar, tarde o temprano, cauces de concordia: si en los tres lustros de Chávez la violencia verbal no se desbordó en violencia física, es razonable esperar que no estalle ahora.

 

Y el cambio podría ser contagioso: Cuba, la Meca del redentorismo histórico, el único estado totalitario de América, podría reformarse también como Rusia y China lo hicieron en su momento.

 

Toda la región podrá oscilar entonces entre extremos políticos no radicales: regímenes de izquierda socialdemócrata, y Gobiernos de economía más abierta y liberal. Y para que el tránsito sea menos accidentado, Estados Unidos haría bien en dar señales inéditas de sensatez, levantando por fin el embargo a Cuba y cerrando definitivamente las cárceles de Guantánamo.

 

El siglo XIX latinoamericano fue el del caudillismo militarista. El siglo XX sufrió el redentorismo iluminado. Ambos siglos padecieron a los hombres “necesarios”. Tal vez en el siglo XXI despunte un amanecer distinto, un amanecer plenamente democrático.

 

Enrique Krauze es escritor mexicano, director de la revista Letras Libres.