« Anterior | Siguiente »

Los límites de la burla electoral

Posted on: junio 3rd, 2024 by Super Confirmado No Comments

El poder electoral venezolano –servil a la dictadura y de suyo en pánico– luego de recibir la noticia de que se le habrían suspendido las sanciones que pesaban sobre algunos de sus miembros e impuestas por Europa, ahora arremete y declara que no aceptará la misión de observación electoral de esta para el venidero 28 de julio.

Otra vez se carga el régimen de Nicolás Maduro a los Acuerdos de Barbados –que la dictadura nunca ha respetado, tanto que inhabilita a María Corina Machado– al igual que se burló el mismo Maduro de los Acuerdos de Mayo de 18 de febrero y 23 de mayo de 2003, construidos para revocarle el mandato a su causante, a Hugo Chávez Frías.

La verdad histórica es que la oposición democrática –cuando era verdadera oposición– derrotó electoralmente al chavismo, así no hubiese cobrado o dilapidado la fuerza electoral que más tarde se le confiase. Capítulo aparte es el de la derrota de Chávez y su reforma constitucional, logro de la generación de 2007 y de la Fuerza Armada, comandada por Raúl Isaías Baduel, que muere en las mazmorras.

Que a la propia OEA, la más indicada por ser la más experta y con experiencia en la región para la observación de elecciones, se le hubiesen cerrado las puertas contándose con el ucase opositor en Barbados, apenas hace reiterar lo que no ha dejado de ser la constante, a saber, la disposición a la burla de la voluntad popular por parte del régimen desde cuando secuestró a Venezuela a partir de 1999.

¡Y es que lo primero que cabe recordar es que el mito de las mayorías del chavismo es sólo eso, un mito, una mentira, una FakeNews! Fue construido por Chávez Frías desde su indiscutible victoria electoral en 1998. Se trató de un mito que no desafía siquiera el congreso de la república electo ese mismo año y encabezado, entre otros, por Henrique Capriles. Como tampoco le puso coto la añeja Corte Suprema, hasta que advirtió que sería descabezada y lo denuncia su presidenta ante el país y sus pares.

¿O se olvida que, a pesar del huracán de Chávez, suerte de Júpiter tonante sacado de su foso electoral por quienes luego serían sus primeras víctimas, el chavismo (MVR, MAS, PPT) sólo obtiene 70 diputados y 17 senadores frente a los 167 diputados y 33 senadores del llamado polo democrático (AD, Copei, Proyecto Venezuela, Convergencia) en esas elecciones de finales del siglo XX?

Aun así, la presidencia del Congreso se le entregó sumisamente al presidente entonces electo, hasta que este lo descabeza con la Constituyente, su primer experimento de burla, de engaño al país, de subversión de la voluntad electoral democrática.

¿O se olvida que la Constituyente que parteara el pecado original que ha sido la Constitución dictatorial hoy desmaterializada: la bicha, la bolivariana, fue electa con los votos válidos de un magro 40,70% del padrón electoral? El voto chavista, que alcanza 65% de ese 40%, al término se asigna a sí 121 escaños dejándole al polo democrático sólo 4 constituyentes. Fue su primera tropelía electoral.

Pues bien, la cuestión es que la burla siempre tiene límites o estos les llegan con el paso del tiempo y final del jolgorio. Dicen bien los entendidos en cuestiones de filosofía y los que saben pensar, que el parámetro de todo está en el concepto o en la regla, con la que no pocos –como el madurismo de actualidad– creen poder jugar y eludir, como si se pudiese eludir lo ineludible. Sin voluntad popular detrás, así se simulen los votos, ni hay nación, ni hay república, menos se da la experiencia de la democracia. Y, tal como nos ocurriese a los venezolanos desde hace 25 años, son las golondrinas que llegan desde afuera y siempre prestas a succionar de nuestro suelo sus riquezas, dicen y repiten ad nauseam que el chavismo es una arrolladora mayoría electoral.

Es verdad que la renovación y la resiliencia muchas veces exige que se desafíen parámetros y hasta se juegue con ellos con el cinismo de la burla alegre y despreocupada, para provocar, a la manera de Sócrates, correcciones y superaciones tras un ejercicio de verdadera sabiduría. Quien esto escribe –he de confesarlo– de tanto en tanto se pregunta sobre ¿cómo adecuar el principio democrático de la separación de poderes, que es tiempo institucional para las decisiones y garantía del derecho de quienes carecen de poder –ante una emergente revolución digital que provoca cambios en las realidades a cada segundo, de forma instantánea? Y allí vale, entonces, como lo dice Manfred Kerkhoff, burlar positivamente el cerco de la tradición al objeto de provocar un nuevo horizonte, lo que estaría por venir.

Pero la democracia, que es experiencia humana y de libertad, que implica autonomía para conocer, para saber, para decidir libremente, más allá del ejercicio de burla que uno haga de sus formas para intentar mejorarlas, por sí sola le pone límites tanto a la crítica seria como a la burla frívola y chata como traicionera.

No se puede realizar el teatro de la democracia –diálogo entre actos y públicos– vaciándola de su contenido sustantivo, que es la libertad y son todos los derechos para todas las personas. Y es que la propia libertad es el horizonte, y como lo indica la misma raíz griega del horizonte (horizo) este significa “yo delimito”, y esto es lo que la voluntad popular encarnada en María Corina Machado le dice al chavismo y al régimen: Es hasta el final, hasta que la voluntad popular sea respetada. Y ese es el límite infranqueable, incluso para la torpe imaginación de los alabarderos de la dictadura y su cohorte de alacranes.

 

 

 Asdrúbal Aguiar 

correoaustral@gmail.com

 

Una transición continua, y a la venezolana

Posted on: mayo 20th, 2024 by Super Confirmado No Comments

Que la idea de una transición tome cuerpo en el ánimo de los venezolanos es una excelente noticia. Coincide la presencia entre las gentes de una inédita simbología, María Corina Machado y su empeño para asegurar la victoria electoral de Edmundo González Urrutia.

Puede decirse que se trata de la misma transición esperada, pero en distinto contexto, sucesivamente frustrada y que con verdadero sentido histórico debió anclar como tarea genuina en Venezuela a raíz del «quiebre epocal» ocurrido, no sólo entre nosotros sino en el conjunto de Occidente, en 1989. Entonces emergió una dinámica deconstructiva totalizante y deshumanizadora, que la miopía política mal comprendió. La confirman las tres décadas que finalizan con la pandemia del COVID-19, y que ha tocado a la experiencia vital en sus distintas latitudes y vertientes, la política, la económica, la social y la religiosa, sobre todo la cultural como piso compartido y en crisis epistemológica.

Así, mientras unos creían poder resolver la cuestión de conjunto con unas pocas fórmulas inequívocas, constantes en los Consensos de Washington, otros, causahabientes de marxismo, se ocupaban de predicar el desencanto democrático para reafirmar el poder del Estado como repartidor de derechos, como si se explicasen estos dentro de su realidad declinante y no como expresión de la dignidad de cada persona.

El diagnóstico de las causas y circunstancias que anegaron la vida del país volviéndole un espacio de liquidez ética y culto al relativismo, de poco o nada servirá como insumo para la reconstrucción. Y la razón huelga, pues somos una nación pulverizada y una república desmaterializada e inexistente, sin respeto siquiera por las reglas elementales de la decencia y para una sana convivencia. Y de la nada o el vacío, nada surge.

El poder recrear y afirmar raíces sobre lo lugareño perdido y para que nos restablezcamos como nación o entidad común sobre un espacio común, acaso implicará tanto como mirarnos en el espejo de nuestro más lejano amanecer. Regresar al tiempo remoto del mestizaje progresivo que alcanzáramos sobre lo originario –que no es tal por ser nuestros aborígenes de estirpe asiática– tras las oleadas humanas que nos dieran talante, incluso inacabado como afirman los que mejor conocen las bases de nuestra sociología y nacionalidad, es un buen ejercicio.

A la otrora nación venezolana se le han desgajado unas 8.000.000 de almas que viven en diáspora y, las que hacia adentro restan hoy migran como víctimas, son lazos de pertenencia, son nómades desplegados por sobre una geografía cuyas fronteras las ocupan extraños: cubanos, iraníes, chinos, rusos, guerrilleros y exguerrilleros vecinos, piratas de toda laya practicantes de una criminalidad anómica y sin cabezas visibles. Es esta una primera escala por resolver, mientras vuelven como escala segunda los que se han sumado, por lo pronto, a la ola migratoria global; de donde pueden verse y hasta sentirse extrañas ambas vertientes, al resentir, desde la intimidad, el síndrome del abandono.

Nuestra nación no pasará de la dictadura a la democracia, pues la nación es un imaginario y su despotismo es expresión de lo más primitivo. Se la ha desmembrado y sufre de un severo daño antropológico, imposible de reducir a frías estadísticas. Y es esta sólo una pincelada, para alertar a quienes de buena voluntad trazan esquemas sobre nuestra transición, para que seamos libres y se le ponga final al marasmo de nuestro bienestar perdido. Las miradas han precavidas ante los modelos o recetas prét-a-porter, válidas para modistos y cocineros, tanto como cuidadosas ante las transiciones hacia democracia sabidas y acontecidas, pero implementados dentro de marcos de opresión institucionales y de identidades no disueltas.

Algunos dirán que si cae el PIB todo se revertirá en un esquema de libertades, lo que, probablemente, es válido en la Argentina de Milei. Tanto como podrá argumentarse que fue bajo el Estado interventor y de bienestar, entre 1959 y 1989, incluida la década de la deconstrucción hasta 1999, cuando Venezuela se moderniza. Si en 1955 las universidades eran 5 (3 oficiales y 2 privadas), en 1998, cuenta el país con más de 200 centros de educación superior, sin agregar los núcleos de las universidades; siendo éstas 33 a lo largo del país. Y la expectativa de vida, que en 1943 fue de 46,4 años, en 1955 pasó a 51,4 años y, en 1998, a 72,8 años; nivel que se estanca para 2020 y sitúa en 71,1 años. Y si los estadios deportivos eran 5 para 1945, y 52 para 1955, en 1998 sumaron 4.919 las instalaciones deportivas del país. Y si tuvimos en 1955 19.927 km. de carreteras que nos integraban humanamente, la red vial nacional, para 1998, alcanzó a 95.529 km. Pero eso es historia y la de ahora es la nada, donde sobreviven el dolor y la orfandad de patria.

Cada venezolano, lo vemos en quienes sobreviven y en quienes han emigrado, enhorabuena se ha demostrado resiliente, de natural ingenio y espíritu innovador, reconocido en todo rincón a donde llega; pero el esfuerzo colectivo que hace a un país y forja a una nación falta y está siendo demeritado por los autoritarismos electivos en boga. Estos prometen redenciones en lo económico, sin mayores miramientos a la democracia y al Estado de Derecho. Y se olvida que se trata de constructos esencialmente humanos y que exigen, a la vez, bajar el tono de los enconos acumulados – lo decía Felipe González.

Somos un amasijo de voluntades dispersas, esperanzadas, apegadas a nuestras arepas que se expanden por el planeta, con instituciones de WhatsApp, construidas al detal mediando empatías o para conjugar enconos, contabilizar odios, y bloquear a quienes vemos como distintos, siendo venezolanos. Sin nación, lo reitero por enésima vez, la república seguirá siendo el casino de los agiotistas de la política, y una ubre para las golondrinas de la globalización. Tendremos éxito, sí, pero con una transición constante, que conjure al césar democrático y el mito de El Dorado.

 

Asdrúbal Aguiar

correoaustral@gmail.com

 

La democracia

Posted on: mayo 13th, 2024 by Super Confirmado No Comments

 

En cuaderno, cuya edición preparo para los alumnos del Miami Dade College, reuniré ensayos y disertaciones varias sobre la cuestión democrática, insertos en revistas científicas o usados para mis charlas, en los que abordo la deconstrucción política, la proscripción del ejercicio del poder sin término, la dimensión social de la democracia y los fundamentos democráticos de la libertad de prensa, la transparencia y calidad de la democracia, su control interno e internacional, la lucha contra la corrupción y la gobernabilidad democrática. E incluiré un proyecto de declaración de principios.

Se trata de textos anteriores y posteriores a mi libro El derecho a la democracia (2008), presentado por dos ilustres juristas amigos, los profesores Allan R. Brewer Carías y Alberto Dalla Vía, escrito en Buenos Aires y en un ambiente de pregonado desencanto democrático en la región. Auscultaba dos perspectivas que debía resolver a fin de conjurar los riesgos de aporía, a saber: la que ofrece el Derecho internacional como régimen y para regimentar a las instituciones de la democracia a partir del siglo XX; otra, mi respuesta necesaria, desde la ética, frente la manipulación de narrativas en la circunstancia; entendiendo que la predicada crisis democrática no era tal sino un momento de «quiebre epocal» y cambios inevitables, pero acaso auspiciosos. Antes que compartir el fin de la democracia o aceptar su paso hacia otro tiempo posdemocrático, la he estimado como un período de decantación posible hacia una democracia como experiencia de vida, no más como forma o sacramento instrumental de un Estado moderno declinante y para la configuración de sus poderes. Ha sido mi creencia, quizás no la realidad.

Nutrido de doctrina y abundantes citas de la Corte Interamericana, con esa obra buscaba sostener la validez y vigencia vinculante de los elementos esenciales y los componentes fundamentales de la democracia –en tarea a la que se han negado los órganos políticos colegiados de la OEA– siguiéndole luego una relectura obligada. Tras mis diálogos con el fallecido expresidente peruano Valentín Paniagua, con quien compartía intereses intelectuales alrededor del movimiento constitucional gaditano de 1812, publiqué en México (2011) y en Caracas (2015) otro libro, La democracia del siglo XXI y el final de los Estados.

Mientras este me invitaba a testear tales categorías democráticas –las incluidas en la Carta Democrática Interamericana de 2001– a la luz del terremoto cultural sobrevenido en Occidente en 1989 y que aún no cesa, seguí empeñado en salvar las enseñanzas de la Corte, ante la adversidad dominante del clima político regional. Y al efecto di a conocer mi Digesto de la democracia en 2015.

La obra seminal e inagotable de Luigi Ferrajoli (sucesivamente reunida en sus Principia iuris, 2011), sin embargo, me acicateaba. Sin decirlo el eminente filósofo del Derecho y discípulo de Norberto Bobbio, al comentar sobre la insuficiencia del Estado para asumir por sí solo los monumentales desafíos planteados por las grandes revoluciones de la posmodernidad, me llevó a considerar y entender en sus alcances de amplio calado a algunas premisas pétreas e incontrovertibles, propias a lo antes dicho.

Las democracias, atadas a los Estados, de suyo y desde la más remota antigüedad fueron lugareñas e hijas del tiempo. Lo inesperado y lo que causa la ruptura epistemológica que hoy afecta a las bases de nuestra civilización, es que la realidad digital como la de la Inteligencia Artificial disuelven los espacios, a la vez que cultivan la instantaneidad desvalorizando el sentido vertebrador e intergeneracional de los tiempos. Tanto como reemplazan la condición humana racional con un constructo que únicamente atiende a los sentidos, reduce su autonomía y le condiciona toda elección.

Así que, para zafarme del ritual descriptivo de la democracia a la luz de las categorías normativas heredadas, elaboré mi libro siguiente, prologado por la expresidenta Laura Chinchilla: Calidad de la democracia y expansión de los derechos humanos (2018). En sus páginas oteo respuestas, especulo conclusiones, alrededor de las dos paradojas del siglo en curso: En la misma medida en que se incrementan las elecciones en Hispanoamérica se han deteriorado las fuerzas garantistas de la democracia y se la ha vaciado de contenido; y mientras crecen inflacionariamente los catálogos de derechos humanos, transformándoselos en exigencias al detal y en el marco de la deconstrucción social y geopolítica en boga, nunca antes como ahora, salvo durante las grandes guerras del siglo XX, se han vuelto tan sistemáticas y generalizadas sus graves violaciones.

Lo que es peor, se irrogan tales atentados a los derechos humanos contándose con la indiferencia de los gobiernos democráticos que sobreviven a duras penas y sin que les escandalicen las omisiones y denegaciones de Justicia de los órganos universales y regionales de tutela. Se reclama de las víctimas, por lo demás, aliviar la pena a sus victimarios mediante fórmulas de Justicia transicional y como precio-chantaje para que logren asegurarse, según se argumenta, algún oxígeno en sus menguadas libertades y para el cese de la represión: ¿mal menor o bien posible?

En suma, asomar en breves páginas y en ese libro de pedacerías que anuncio ciertas consideraciones ortodoxas o disquisiciones heterodoxas y más recientes sobre la democracia como derecho o como régimen jurídico, acaso representen un acto de ingenuidad sin destino, o redundante. Pero las traslado invocando a la razón, mientras el ecosistema del no-tiempo nos los permite. En Venezuela, sensiblemente, está todo por rehacerse, como en Cuba y en Nicaragua.

Que los chinos y los rusos, en la antesala de la guerra de agresión emprendida por “ambos” contra la nación ucraniana, hayan afirmado que la democracia ha de quedar reducida al plano de lo doméstico si aspiramos a tener paz en este lado del planeta, es motivo más que suficiente para que reavivemos, en una línea de mínimos, el método socrático; para que hagamos privar la intuición intelectual sobre el porvenir de la democracia. Luego se verá si le llega su ocasión al método platónico, analítico y de razonamiento científico.

 

 Asdrúbal Aguiar

Correoaustral@gmail.com

Las claves políticas del siglo XXI

Posted on: mayo 6th, 2024 by Super Confirmado No Comments

 

El fenómeno de la deconstrucción que invade en Occidente a los ámbitos de la experiencia humana, sea la cultural como la religiosa y la política, es la consecuencia de un «quiebre epocal» actuante. Antes que al cese de la bipolaridad y del socialismo real a partir de 1989 – cuando se abre la Puerta de Brandemburgo y comunican como extraños quienes antes fuesen hermanos – me refiero a las revoluciones digital y de la IA o inteligencia artificial, pasadas por alto al enjuiciarse los hechos de nuestro tiempo.

Estados Unidos creyó vencer en la justa y miope redujo su prédica al Consenso de Washington como dogma de fe. Le bastaba asegurar la disciplina fiscal, eliminar subsidios, aumentar el ingreso, liberar las tasas de interés y los cambios, acelerar los flujos de inversión extranjera, privatizar las empresas del Estado y promover la competencia desregulando y asegurando la propiedad privada para que todo funcionase, exitosamente, en el Hemisferio. No fue así. Lo prueban los 30 años transcurridos hasta 2019, cuando nos invade el COVID y arrasa con vidas y sistemas de salud a escala universal.

Observadas las cosas desde Venezuela se insiste con miopía igual que fuimos víctimas de un traspié y la conjura de fantasmas del pasado contra los tecnócratas de nuevo cuño. Es cierto que Cuba monta el andamiaje necesario – el Foro de São Paulo – para sostener a su casino de narcoprostitución política tras el derrumbe de la URSS; tanto como que algunos de sus seguidores, piezas de un museo antropológico, ahora intentan deslindarse en busca de nichos mejor sincronizados con las agendas globales. Lo veraz es que todos a uno se apalancan sobre verdades a medias, engañosas, y con espíritu narcisista usan del “dataismo” para sólo atizar las polaridades desde sus trincheras. Entre tanto la IA se los engulle y cosifica, les vuelve insumos para sus algoritmos y avanza en una gobernanza global en la que no cuentan sus agotadas perspectivas.

Los actores y las élites del siglo XX, incluidos los sobrevivientes y causahabientes de ese mal llamado neoliberalismo – acuñado por los sobrevivientes del comunismo como un mantra del que no pueden desligarse  – aún creen que llegará el momento de revertir el curso fatal de la historia que mal protagonizan; al paso borran de sus memorias, en el caso de Venezuela, los síntomas de la disolución social y deconstrucción ya presentes a raíz del Caracazo y luego, en 1992, cuando unos militares felones forjan una «logia bolivariana»: adanes a quienes les avergonzaba representar a la institución de las Fuerzas Armadas, como era lo propio del militarismo.

El dato de la realidad es que se han neutralizado recíprocamente, unos a otros, y se revelan incapaces de dar un golpe de timón que les saque del marasmo y al Occidente de sus tormentas. Entienden a la sociedad de la información desde sus andamiajes, para el control electoral y propalar Fake News. Ni Chávez ni Maduro abandonaron el poder formal de la utilería republicana en la que quedó transformado el Estado venezolano, una vez desmaterializado. Y quienes, desde las franquicias partidarias, dicen oponérseles tampoco desaparecen, mientras algunos se dejan ablandar por el agiotismo político.

Mal han entendido, unos y otros, el hondo calado de la ruptura epistemológica que aparejaran las grandes revoluciones tecnológicas y sus incidencias en la configuración de una nueva realidad humana, formada por ciudadanos huérfanos de Estado-nación y vueltos dígitos de un gobierno virtual que les penetra en sus sentidos e impide razonar para escoger libremente, en lo individual y en lo político. La cuestión de parcelar identidades al objeto de destruir los fundamentos culturales judeocristianos, tal como se lo enseña Antonio Gramsci a los herederos del marxismo, no pasa de ser un recurso táctico sin aliento. Ha alimentado, sí, al fenómeno de la deconstrucción.

La historia de los pueblos y del poder – he aquí lo central como vertebral – ancla, desde la antigüedad más remota, sobre dos referencias invariables, constantes e inseparables, el lugar y el tiempo. Conjugados han fijado el ritmo de nuestras vidas y sus velocidades, más allá de que Francisco observe que el tiempo importa más que el lugar. Éste aloja afectos y civilizaciones, mientras que aquél macera hábitos y costumbres intergeneracionales para el desarrollo de la personalidad por cada uno y se hacen leyes, patrones de comportamiento universales o bien particulares. En lo adelante, desde hace tres décadas, al lugar se le opone lo imaginario e inmaterial, inducido, y al tiempo se le opone el no-tiempo, la instantaneidad y su fugacidad. Todo fluye como en un mar de leva que destruye y deconstruye a su paso, sin dejar nada en pie al tratarse de un deconstructivismo sin columnas. Y es este el ecosistema en el que nos encontramos los venezolanos, sin Estado ni partidos, y la nación hecha hilachas.

Los náufragos del siglo XXI intentan salvarse a sí mismos y a través de las redes vierten sus angustias tanto como sus delirios, a la manera de irrealidades que chocan con la verdad objetiva; y atienden y responden de conjunto sólo al grito de quien les ofrece comprensión y acompañamiento genuinos, entrega desprendida. Acaso esperan que sus tragedias de huérfanos y desheredados derive en drama con alternativas. No se embarazan con las profundidades, pero buscan afectos sobre la superficie de las aguas encrespadas que les arrastran sin destino cierto.

Quienes vienen de los finales del siglo XX y son testigos del siglo XXI se dirán estoicos, realistas sin apriorismos morales para mejor entender al mundo de lo sensible, de suyo se creerán mejor preparados para trillar con lo novedoso en el metaverso; pero, tal como lo dirían los antiguos si nos mirasen desde sus espejos, las generaciones globales son adictas al placer como los epicúreos. Ven a los espacios vacíos y a sus átomos en movimiento indetenible, chocando al azar e innovando en el marco de libertades negativas, en búsqueda de liberarse de todo hado estoico.

 

Asdrúbal Aguiar

correoaustral@gmail.com  

 

Las claves de la posible transición en Venezuela 

Posted on: mayo 2nd, 2024 by Super Confirmado No Comments

Venezuela apenas construye, con no pocas dificultades y zancadillas, una ruta electoral que permita realizar el mantra de unas “elecciones libres”, para elegir, no sólo para votar. Y en cuanto a los actores políticos, de cara a ese desafío y como lo indica la experiencia, unos la aprovecharán para beneficio propio y el de sus franquicias políticas – que eso son, en la actualidad, los partidos históricos del pasado siglo y sus filiales del siglo XXI – para ganar cuotas de poder, mientras que otros interpretarán las expectativas legítimas de una nación hecha jirones como la venezolana.

Vivimos tiempos no-convencionales y mal pueden conjugarse con las categorías y andamiajes propias de la modernidad occidental; a pesar de la inevitable tentación de volver la mirada sobre las experiencias conocidas y sus «rito de paso».

Algunos escritores dedicados al estudio del mundo medieval, de cara al renacimiento hablaban del otoño en la edad media, como si el tiempo nuevo implicase la muerte del mundo que le precedió: Hugo Chávez decía en su momento que el pasado no terminaba de morir – se refería a la IV República – y el futuro aún no nacía; al cabo, se destruyó la memoria del país y quedan, tras casi tres décadas y algo más de desestabilización existencial, si situamos el primer hito en 1989, únicamente los escombros. La república está hecha añicos, el orden constitucional se desmaterializó – se va a la cárcel o se excluyen derechos sin juicio ni expedientes – y, lo que es más delicado, la nación, vuelvo al concepto raizal, ha sido pulverizada. Somos diáspora hacia afuera y hacia adentro. Hemos sufrido un severo daño antropológico los hijos del 19 de abril de 1810.

Si algunas técnicas de las experiencias de transición europeas o latinoamericanas, llegado el caso, podrían ser útiles – como las comisiones de verdad y reconciliación – no bastan para rehacer a la nación. Ella es el soporte primero y necesario de una plaza pública o res publica – la conocida son piezas de utilería teatral – que se muestre adecuada a los valores restantes, las expectativas de la mayoría de los venezolanos y para el ejercicio ciudadano. La transición nuestra, por ende, será inédita o no será.

El binomio que a la manera de milagro representan a la legitimidad social – María Corina Machado y Edmundo González Urrutia – y cuyo tránsito ha de cuidarse con severidad, no encuentra paralelo con las transiciones polìticas conocidas: 1935, 1945,1950, 1958, 1998, 2019.

Eleazar López Contreras, ministro de defensa de Juan Vicente Gómez, a la muerte de este es quien le abre juego al país civil con su consigna “calma y cordura”, rechazando a los comunistas; pero le sucede su ministro de defensa, Isaías Medina Angarita, quien acelera la relación con la nación – hasta entonces situada en los cuarteles – haciéndose acompañar de los comunistas: ya jugaba en la cancha Luis Miquilena, el hacedor Chávez Frías. La posibilidad de un candidato de consenso que permitiese el paso sobre el puente hacia nuestra modernidad democrática se frustró. El diplomático Diógenes Escalante enfermó y lo que vino fue la ruptura revolucionaria del 18 de octubre de 1945, que purga al pasado y a sus actores sin conmiseración, derivando en el golpe contra el primer presidente nacido del voto popular, Rómulo Gallegos.

El asesinato del presidente de facto que le sucede, el militar Carlos Delgado Chalbaud, plantea otra vez la prioridad de pavimentar el camino de reconducción ante esa tragedia inesperada. Y surge la transición de una Junta que conduce un hombre de la generación de 1928 – la de Rómulo Betancourt – y a la sazón diplomático, Germán Suárez Flamerich, pero como antesala de la dictadura militar modernizante que se cocinaba, la del general Marcos Pérez Jiménez.

La transición de 1958, facilitada por los militares, con Wolfgang Larrazabal a la cabeza y, sobre todo, facilitada por quien la finaliza, el catedrático y diplomático Edgar Sanabria, es la más ejemplarizante y la exitosa. Arma y armonizar a las partes en pugna – militares vs. civiles – tanto como cuida de que los partidos y sus dirigentes, a la vuelta del exilio, se reencontrasen con los venezolanos. El efecto demoledor que les supuso el 18 de octubre y, luego, el desconocimiento de la Constituyente de 1952 en la que vence Jóvito Villalba y a quien se le exila, fueron para los líderes del Pacto de Puntofijo el aprendizaje.

Acompañados por la Junta de Sanabria, Rafael Caldera, Betancourt y Villalba se ocupan de darnos un estatuto electoral y un programa mínimo común para la transición en génesis. Pero ese pasado, que rememora al mítico espíritu del 23 de enero, fue propio dentro de una república que, si bien tuvo repetidos gobiernos de facto, todos a uno era “constitucionales”, a nuestra manera.

La república no era fuegos artificiales y la nación, en proceso constante de ser y de tener un ser inacabado, avanzaba en su mestizaje cósmico – copio a Vasconcelos – alimentado por las migraciones de canarios, españoles de tierra firme, italianos, portugueses, y párese de contar.

Los regímenes comunistas de Europa oriental vivieron sus transiciones hacia la democracia, al igual que ocurriese con las dictaduras del Cono sur latinoamericano; éstas, aderezadas, sí, con el señalado rescate de la memoria nacional para reivindicar a las víctimas junto al dictado de leyes de amnistía o perdón para los victimarios. Se forjaron puentes entre el pasado y el porvenir.

Venezuela, hoy, permítase el giro escatológico, es un camposanto. Los sobrevivientes migran, vuelvo a repetirlo, hacia afuera y hacia adentro, carenciados, más que en lo económico, de afectos y esperando el final de los enconos. Es este, en suma, el eje mítico y real que junto al valor de la Justicia servirá para vertebrar cualquier esfuerzo de reconstrucción. La venezolanidad está en el corazón de los venezolanos, no más en sus minas o concursos de belleza. He aquí, entonces, una de las claves para el rito de paso, para la transición a imaginar y que ha de ser de propia cosecha.

Asdrúbal Aguiar

correoaustral@gmail.com

 

La derrota de Maduro y el «efecto Machado»

Posted on: abril 22nd, 2024 by Super Confirmado No Comments

 

Si aún se acepta en el siglo XXI que la democracia es soberanía del pueblo, que elige y no solo vota, puede afirmarse que María Corina Machado ha derrotado democráticamente al despotismo de Nicolás Maduro Moros. Cuenta hoy con suficiente legitimidad de origen, luego de su abrumadora victoria en las primarias y tal como palmariamente lo demuestran las encuestas no hipotecadas a éste y a la cohorte política de franquicias que le ha sido funcional para su estabilidad. La inhabilitación inconstitucional de Machado, sólo posible bajo el señalado despotismo que desmaterializó a la república como a su orden constitucional y ha pulverizado a la nación venezolana, es prueba cabal de esa derrota, por “walkover”.

 

El desbordante apoyo popular con el que cuenta Machado, tal como lo veo, es la causa del pánico de Maduro Moros, quien a la sazón se niega a medirse electoralmente con ella; pero todavía más desesperó al eje central de ese artificio de «franquicias partidarias» opositoras que no frisa siquiera el 7% del apoyo popular: “Nombremos a Manuel Rosales y luego vemos cómo atajar a la señora”, decía el anfitrión de estas, en reunión convocada, para mi tristeza, en el alma mater a la que me he entregado durante casi medio siglo. Y ese conciliábulo de marras, entre rostros que clonaban a los gamonales de nuestro siglo XIX y a sus pulperos endomingados, ante mi vista no hizo sino recrear el trágico desenlace venezolano de 1998. Pero Machado les quebró la ecuación. De allí la subsiguiente elección unitaria de Edmundo González Urrutia, para que llegue «hasta el final».

 

No se olvide que, desestructurado el país dado el «quiebre epocal» de 1989, cuando “las gentes dejan sus casas para irse a las calles sin querer regresar” (Ramón J. Velásquez dixit) y negándose esos mismos franquiciados a la reinstitucionalización por opuestos a la reforma constitucional y a las reformas económicas, optaron –lo recordaba el fallecido Jorge Olavarría– por validar nuestro regreso al pasado con su “gendarme necesario” a cuestas. Creyeron que asegurarían, así, sus privilegios a cambio de facilitarle a Hugo Chávez la ruta hacia la presidencia y el desmontaje de la Constitución civil de 1961, cuando este ocupaba el último lugar en las encuestas de enero de 1998.

 

Con el apoyo de Estados Unidos, al igual que ahora, dejaron en la estacada a Henrique Salas Römer, al que la opinión verificada situaba como opción victoriosa. Sacaron del foso, con dineros y medios, a un habilidoso traficante de ilusiones. ¡Y es que Salas no era complaciente con los cogollos de los partidos declinantes y tenía visión propia, y el pueblo le acompañaba! Era una amenaza para las logias políticas que se formaban en Venezuela a raíz de El Caracazo. Un militar que llegaba por los votos y no más con los tanques podía ser influenciable, les daría espacios para medrar y subsistir en zonas cómodas, y a la luz de la tradición, sería un modernizador. La miopía y la avaricia se los engulló.

 

La cuestión es que «el efecto Machado» y la designación de González Urrutia –hombre de consensos, de escuela diplomática y que cuenta con una sólida visión de Estado– ahora habrá de significar el cierre de ese ciclo o proceso que, otra vez y como experiencia (1830, 1935) retrasó el ingreso de la nación al siglo subsiguiente, el actual; siendo que debimos concluir el nuestro, el siglo XX, como excepción posible y con serena madurez, a partir de 1989, coincidiendo con el final de la república civil de partidos y el ingreso de Occidente a las tercera y cuarta revoluciones industriales: la digital y la de Inteligencia Artificial.

 

Al haberse modernizado Venezuela durante los treinta años precedentes a 1989, de los que ninguna memoria conservan las generaciones adánicas contemporáneas y en modo alguno defienden las franquicias partidarias en cuestión, menos los exdirigentes empresariales y bonistas que las usan y presionan en un país sin empresas como el nuestro, bien pudimos adelantar los tiempos rompiendo todos con la fatalidad del mito de Sísifo. No lo hicimos. Es lo pasado.

 

Lo cierto, también, es que sin que otra aporía ni el rubor les inhibiese, los franquiciados de finales de la IV República, falsificaciones de nuestros partidos históricos, como las élites que se beneficiaban de aquéllos –los mismos de ahora y sus causahabientes en la V República– optaron por tener como candidato a un compañero de Chávez en su hornada golpista, al comandante Francisco Arias Cárdenas. Nada les arredró el que llegaban a la política con el único cometido de borrarle al país sus recuerdos, como si nuestra modernidad hubiese sido el diluvio universal. Sólo les importaba revalidar las tarjetas de sus franquicias, de tanto en tanto. Tanto como luego aparecerá en la escena Manuel Rosales, en 2006, para servir sin serlo en propiedad como candidato presidencial “tapa”. Lo necesitaba Chávez y hubo lugar al reseñado entendimiento de este a través del mismo personaje –José Vicente Rangel– que le permitiese regresar luego a Venezuela, en 2015, tras su enjuiciamiento por enriquecimiento ilícito.

 

Los venezolanos, generosos, aceptando el símbolo de la Unidad y empeñados en ponerle fin al despotismo iletrado que nos ha maltratado con vesania y maldad absoluta, le dimos –como símbolo– su oportunidad, en 2015, sin endosar a quienes se ocultaban bajo sus banderas y que la destruyeron con el deslucido final del Interinato; pero, ahora, la Unidad, con rostro distinto y esperanzador, ha de hacerse por sí misma su otra oportunidad. Y se la ganará en buena lid si logra regresar al corazón de los venezolanos. Maria Corina se lo ganó y no lo puede transferir si no se lo acepta el propio pueblo. De no lograrlo la Unidad, sería sumada –es la lógica fatal de la historia, siempre caprichosa– al bloque de quienes serán recordados como responsables de la aniquilación de nuestra modernidad a partir de 1999.

 

 

Asdrúbal Aguiar

correoaustral@gmail.com

Maduro impone el apartheid político

Posted on: abril 12th, 2024 by Super Confirmado No Comments

La aprobación de una ley antifascista en Venezuela, que proscribe movimientos políticos y a los adversarios del déspota Nicolás Maduro sus derechos de ser elegidos, inhabilitándoles, sólo se puede entender, a primera vista, como una ley anti-Corinas.

A Maduro – lo dice bien Carlos Malamud, cuya opinión sobre nuestra democracia “inmadura”endoso–le han dejado sólo y desnudo.Apenas le resta seguir en el ejercicio arbitrario del poder que ha secuestrado para sostenerse. No está dispuesto a medirse en unas elecciones libres con los venezolanos.

Caben, aun así, algunas consideraciones sobre dicha ley, que empuja al país, aquí sí, hacia la deriva nicaragüense. Refiero, en primer término, lo que omiten los diputados miembros del Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) que la han aprobado. Nominalmente, se califican de marxistas e invocan 41 veces el legado de Carlos Marx desde las páginas de su Libro Rojo y al adoptar sus estatutos proclaman a su partido“socialista bolivariano”, en un menjurje difícil de desentrañar pues junta “los principios del socialismo científico, el cristianismo, y la teología de la liberación”. Y al hacer parte del Foro de Sao Paulo, cuyos integrantes afirman seguirla corriente socialista del siglo XXI, así se tamicen en el Grupo de Puebla como “progresistas”, al cabo son una caricatura totalitaria que ahora intenta condenar a su mellizo histórico, el fascismo.

Condenándolo y criminalizándolo, pero desfigurándolo en la ley como lo ha hecho consigo mismo en sus regulaciones internas, omite los ‘pesuvistas’ que su fuente matriz es el marxismo leninista-estalinista, que asesinó a más de un millón de personas por motivos políticos y a otros 8 millones los dejó morir de hambre. Esta vez, lo que en realidad se proponen sin mirarse en el espejo es declarar delitos al “conservadurismo moral” y al “neoliberalismo”, no al fascismo. Es lo mismo que hiciesen los nazis con los judíos. ¿Buscan llevar a sus cárceles a los curas o a los rabinos, o a quienes practiquen el capitalismo privado, les pregunto?

He aquí, entonces, una primera clarificación que, con vistas a ese dañado caleidoscopio de ideas movilizadoras de ánimos contenida en una ley que falsifica nociones e ideas como las señaladas, nos hace Piero Calamandrei. Él describe al auténtico fascismo en su obra sobre El régimen de la mentira a partir de una pregunta que le calza al régimen madurista: “¿Era revolución o no lo era? Era, sí y antes bien, un sistema donde la “mentira política” que es común a no pocos regímenes es, en este, en el fascista, “el instrumento normal y fisiológico del gobierno”, responde.

“¿Era la igualdad de todos ante la ley o, mejor, se introdujo una distinción entre los inscritos como fascistas que gozan de todos los derechos y los no inscritos, que soportan todos los deberes?”, repregunta el eximio maestro italiano de la posguerra: En el fascismo se desarrolla una “práctica política sistemáticamente contraria a las leyes”, donde aquello que está escrito en las mismas nada importa, sino lo que queda entre líneas y tiene un distinto significado, vuelve a contestar.

De modo que, el uso arbitrario de los conceptos sobre el marxismo o el fascismo, ambos socialistas y que realiza el mal llamado socialismo bolivariano al legislar en contra del fascismo o de sus “expresiones similares” – como para que nada quede fuera de su ojo y arbitrariedad despótica – en nada se compadece con la realidad histórica de Venezuela.

Sólo la ignorancia puede predicar la existencia entre los venezolanos de alguna “superioridad racial” entre sus gentes, menos la económica; pues a la par de ser la nuestra una sociedad integralmente mestizada, hecha de pobres que luchan por ascender, nuestros pocos ricos lo han sido de ocasión y no han durado más de una generación, y buena parte de ellos se hizo bajo la palmera de dictaduras y dicta blandas. La siguiente siempre los ha despojado de lo mal habido y hasta de lo trabajado. Es la constante.

El único de prosapia, colonial, de cuna, heredero de fortunas, es, entre nosotros, el apellido Bolívar, descendiente del primer empresario autorizado para comprar 3.000 esclavos en África y traerlos al país, Simón de Bolívar el viejo. El resto son los hijos de la panadera, como los Miranda, o quienes fueran simples dependientes de la Compañía Guipuzcoana antes de ser expulsada, trabajadores desclasados, pero al cabo hombres y mujeres de trabajo, nada más.

La única raza pura que se ha conformado a lo largo de las tres décadas precedentes son la élite de los «enchufados» y la corte del régimen despótico ala que aquella sirve con obsecuencia amoral y en línea diametralmente opuesta a la predominante decencia del pueblo venezolano, que es innovador y no le humilla trabajar a brazo partido. Lo saben nuestros emigrantes.

¿En qué quedamos, pues?

La condena y la criminalización que hoy se busca hacer, mediante una ley fascista que dice ser antifascista y en la que predominan sus entrelíneas, repito, es la de quienes, honrando los fundamentos de nuestra nacionalidad, adhieren a la cultura judeocristiana y son amantes de la libertad. Los venezolanos somos, en efecto, conservadores en lo moral y ahora se nos excluye por vía legislativa, mediante un apartheid, para enviarnos a las mazmorras.

El fascismo es patriotero, odia al disidente, es militarista, exige obedecer, elimina beneficios a quienes lo enfrentan, no respeta la dignidad humana, sus columnas son la corrupción y la mentira, controla fomentando el miedo, no rinde cuentas y ve a la religión y la cultura como enemigos a derrotar. Es la esencia de la ley antifascista, una vulgar aporía.

Creo, a pesar de ello, que lo rige en Venezuela es un despotismo iletrado, pues en los totalitarismos marxista y fascista existe el Estado. Entre nosotros desapareció la república y la nación como base se pulverizó, sustituyéndoselas por “el personalismo, la discrecionalidad, la hipocresía constitucional, la violencia, la corrupción, y el nepotismo”, diría Linz.

 

 Asdrúbal Aguiar

correoaustral@gmail.com

¿Habrá resurrección en Venezuela?

Posted on: abril 1st, 2024 by Super Confirmado No Comments

En la perspectiva de quien analice la cuestión venezolana desde el ángulo de su calendario electoral presidencial, que vencería el 28 de julio, día onomástico del fallecido Hugo Chávez Frías, o de quien, a la manera de Manuel Rosales, hombre con rostro de mármol, se inscribe como candidato en el último minuto para salvar “su” tarjeta sin haber participado en elecciones primarias, la corrección política les dirá que votar o no es un derecho político personal, así no se pueda elegir. Se repetirán, a sí, que se trata de un acto de libertad dentro de un orden que, incluso siendo deficiente como el venezolano, les facilita realizar comicios y con ello la experiencia de la democracia, así sea falsificada.

Creerán, además, que algo cambiará esta vez, cualitativamente, con relación a las elecciones presidenciales de 2018 – internacionalmente desconocidas y en las que se abstuvo la mayoría electoral para no hacerle comparsa a Nicolás Maduro. Podrán argumentar y de hecho lo hacen que, las de ahora, sin que sean cabalmente democráticas, cumplirán con el ritual de los Acuerdos de Barbados. Así, dejarán satisfechos a los observadores internacionales y facilitarán que se le levanten las sanciones económicas impuestas al mismo Maduro y sus colaboradores, pues la sufre Venezuela y podrán los venezolanos recuperar su bienestar.

No es casual que Eduardo Fernández, quien se inmola ante el país para defender a la democracia tras el golpe de Chávez Frías contra Carlos Andrés Pérez, esta vez y antes de viajar al extranjero proponga un “pacto de Estado” con los causahabientes de aquél. No le arredra que sean responsables de la comisión de crímenes de lesa humanidad, dado que lo importante, se comentará para sus adentros, es que los venezolanos podamos «vivir bien», a despecho de no tener una «vida buena», es decir, virtuosa.

Me pregunto y pregunto si ¿son válidas estas perspectivas? Trillamos con una dictadura que no es tal y que tampoco es una tiranía o autocracia absolutista, menos militarista por no ser institucional como si lo fueron las dictaduras militares del Cono Sur latinoamericano. Estamos en presencia de un «despotismo iletrado», genuino y zorruno. Y preciso el término para evitar los equívocos. El despotismo expresa la relación entre el patrón y sus esclavos cuyo ejercicio de dominio desafía códigos, leyes y costumbres, sean políticas o morales e incluso las relativas a la decencia humana.

Maduro no solo ha despedazado la república y su Fuerza Armada, haciendo de ambas una caricatura y a esta incapaz de revertirle su status quo. Ha desmaterializado al orden constitucional militar-cívico de 1999. Lo que es más grave, ha pulverizado a la nación que formamos los mortales nacidos en territorio venezolano, en diáspora y víctimas del castigo de ostracismo que se nos impuso para sobrevivir.

Al pueblo venezolano, que no a las élites políticas y empresariales funcionales al mencionado despotismo, se les ha irrogado un severo daño antropológico, en lo familiar, en lo individual y como sociedad. Son datos objetivos y de la experiencia, pero se omiten en los análisis de la cuestión venezolana.

Se insiste, aviesamente, en los paralelismos con las transiciones de países cuyos órdenes constitucionales de facto o segregacionistas se sostenían sin adulterárselos. Eran inhumanos, pues conjugaban a favor del Estado o el dictador. Pero el despotismo es, antes bien, el reino de la arbitrariedad y el asalto, todavía más en un contexto de deconstrucción ética y cultural, característico del actual y declinante Occidente; que, al paso, lo aderezan las revoluciones que deslocalizan y cultivan la instantaneidad, en el marco de una naciente religión pagana, el «dataísmo», que reduce a número y a consumo a su feligresía.

¿Puede ejercitarse la ciudadanía, pregunto entonces, salvo que se sufra de una severa distopía o trastorno cognitivo en el marco de una república imaginaria como la venezolana, donde hay ausencia de nación por deconstruida y migrante? Su contexto casi que recrea – permítaseme la metáfora – la escena de nuestros indígenas a la llegada de los adelantados españoles durante la conquista. Vagamos como nómades por selvas posmodernas sin una Torá a cuestas, sin ataduras ni amarras de afecto que nos aproximen, anegados por la tristeza en soledad, signados, sí, por los enconos y la desconfianza, con padres y hermanos separados en lo interno y sus integrantes en procesión, que mejor se miran en el infierno de Darién.

Existen premisas en esta historia que se ha engullido a dos generaciones y media (1989-2019) y cuyos hitos vertebrales deben ser revisitados para un verdadero juicio sobre las posibilidades de la reconstrucción de Venezuela; sobre todo para la cabal comprensión de lo que emerge como inédito con María Corina Machado, sin que se la descontextualice o se la vea como una pieza más de recambio político.

La trama construida por Fidel Castro a partir de 1989, en vísperas del derrumbe comunista, es esencial a fin de ponderar sin errores de perspectiva y también para desnudar las desviaciones profundas que ocurren sea en el “gobierno” de Maduro, sea en la oposición que le acompaña a lo largo de su tiempo y les emparenta en un marco de progresiva banalización del mal radical; léase, la reconocida tendencia a buscar comprender y racionalizar al punto de justificar, sin disculpar, lo ocurrido en el pasado revolucionario venezolano a partir de 1999, en infierno dantesco. Los documentos son aleccionadores.

Castro anunció que la desaparición soviética y del modelo marxista en modo alguno le significaría el abandono de su condición de déspota caribeño, de suyo asociado al crimen transnacional del narcotráfico. Es una máxima de la experiencia. En 1990, junto a Lula da Silva forma el Foro de Sao Paulo cuyos propósitos este los ratifica en México al año siguiente, predicando el abandono de las armas e ir hacia la conquista del poder a través de los votos; y la decisión de modificar los sistemas electorales para que sus miembros permanezcan en el ejercicio del poder una vez conquistado. Desde entonces, cuidando estos objetivos Fidel y Lula se ocupan de auspiciar – con asistencia de profesores españoles de Valencia, parteros del partido Podemos quienes hacen lecciones en La Habana – el desmantelamiento de las constituciones históricas, democráticas y liberales hispanoamericanas.

El Foro y su sucesor intelectual, el conocido Grupo de Puebla, bautizados como socialistas del siglo XXI se rebautizan de «progresistas» 30 años más tarde en una suerte de ficción ideológica que deja de lado al Capital de Marx. Asumen, tácticamente, el catecismo de Antonio Gramsci al objeto de blindar sus narrativas mediante la prostitución de los valores judeocristianos e intentar derrotar a Occidente en las arenas de la liquidez moral.

Se impone, de tal forma, una suerte de «neoconstitucionalismo» culturalmente disolvente, de forja de identidades al detal y deconstructivas de lo nacional, como de concentración totalitaria del poder. El modelo o esquema es validado por Naciones Unidas de manos de Dante Caputo en 2004, sosteniéndose por el PNUD el argumento del «desencanto democrático» y la promesa de avanzar hacia un «círculo virtuoso».

A aquellos profesores los contrata desde antes Julián Isaías Rodríguez Díaz, vicepresidente de la Constituyente venezolana de 1999, quienes prosiguen con su zaga retórica deconstructiva – ¿neomarxista? – en Bolivia (2006) y Ecuador (2007-2008).

El Foro, en igual orden concreta una alerta a los suyos que después renueva el Grupo de Puebla esgrimiendo la tesis del Lawfare o la judicialización de la política. Sostienen que al término se les perseguirá acusándoseles de colusión con el narcotráfico y el lavado de dineros. De allí que, al ras con lo indicado, se empeñen en salvar y lavarle los rostros a Rafael Correa, Cristina Kirchner, Evo Morales y al propio Lula, patriarca del Lava Jato, cuyos actos de corrupción sistemática y generalizada provocan la caída de varios gobiernos democráticos; a otros los contaminan, sujetándoles, y hasta causan el suicidio de un expresidente. La Venezuela de Chávez, como dato de interés e importante, inaugura su maridaje con el narcoterrorismo colombiano en agosto de 1999, otorgándole por escrito un «modus vivendi».

Lo veraz del LawFare es, sin embargo, todo lo contrario, y cabe no olvidarlo con vistas a lo actual. Con la Constitución a la mano y para hacerle decir lo que no dice – recreando regímenes de la mentira que «legalizan la ilegalidad» a discreción, lo primero que hacen los déspotas del Foro es avanzar hacia el control total y el forjamiento de una Justicia políticamente sirviente e instrumental; misma que le facilitará a Chávez hacer elegir a Maduro inconstitucionalmente, como su sucesor; la que le acepta como constitucional, siendo aviesamente inconstitucional, la reforma que ha lugar en 2009 para establecer la reelección perpetua como derecho y la que luego acaba con la Asamblea Nacional electa en 2015.

Desde el Tribunal Supremo de Justicia venezolano es desmontada la soberanía popular y son cercados los 112 representantes opositores que ocupan curules virtuales, mientras le autoriza al déspota de Maduro legislar por decreto desde 2016. Las causas se simulan, como la que en el presente ha inhabilitado sin expediente a María Corina Machado. Y el Lawfare se cruza con las FakeNews, en tiempos de gobernanza de redes y para hacer ver que todo ocurre con sujeción al Estado de Derecho, mera simulación.

Cabe señalar, en esta apresurada y apretada relectura, que el gobierno virtual parlamentario de Juan Guaidó, que contara con amplio reconocimiento internacional y le acuna Estados Unidos a partir de 2019 luego de desconocer la OEA la primera reelección de Maduro, dura hasta que aquél decide enterrarlo. La inhumación se la impone como tarea a los partidos de la titulada Unidad y desde antes les compromete en unas negociaciones protegidas por López Obrador, aceptándose la observación rusa. Las reaniman Petro-Macron-Lula-Fernández y son las mismas que desembocan en Barbados, antecedidas por los «acuerdos secretos» de Qatar.

La consideración constitucional, a todas estas, es puesta de lado. Eso lo aceptan los propios autores de la llamada Transición Democrática. Sostener el control de los activos y dineros de Venezuela para restárselos al despotismo y usarlo la Casa Blanca como carta propia de negociación, pero con finalidades distintas a la democratización del país, termina siendo el desiderátum para todos los participantes. Sus víctimas, los venezolanos, que marchan sin destino cierto, dentro y fuera del territorio nacional.

El objetivo de la libertad – no sólo para Venezuela – se posterga y se le subordina, como ahora, a intereses geopolíticos definidos por la Administración Biden y su Consejo de Seguridad Nacional, a saber, la estabilización regional de los autoritarismos – he allí el caso de Nayib Bukele, en El Salvador – y el mantenimiento con éstos de relaciones prácticas efectivas, alianzas petroleras y financieras o sobre drogas, y para contener el fenómeno de las migraciones. La guía o astrolabio que se impone es la Agenda ONU-2030, una clonación de los documentos del Foro de Sao Paulo que retoma el Grupo de Puebla, y en la que no cuentan como tareas la democracia o el Estado constitucional y de Derecho.

¿No es esto mismo, como salida arbitraria e impuesta, que no alcanza a conjurar el anhelo colectivo de libertad, la que patentaran como modelo, previamente, los europeos y los canadienses, conocido con el nombre de Acuerdos para el Diálogo Político y la Cooperación (ADPC)? Cuba y Nicaragua, y de modo similar El Salvador, son sus actuales beneficiarios.

*

A la luz de lo explicado y de este traumático recorrido de disolución que ya frisa 25 años en Venezuela, resulta en un craso y peligroso error el obviar que La Habana y el socialismo-progresista del siglo XXI, que asumieron el camino de la democracia para vaciarla de contenido y que participan del capitalismo salvaje no competitivo, apalancándose con «tecnologías de eliminación» (TdE) digital, forjaron, deliberadamente, el engaño de la república imaginaria y los espacios de recreación teatral electoral, como una suerte de mundo paralelo y útil para distraer y relajar las tensiones políticas, mientras han avanzado en la deconstrucción total de lo institucional y lo social; y ese mundo, justamente, ha sido territorio fértil para la cristalización y afirmación de los despotismos, pues al mismo se le redujo al voto y a la transacción sobre

Ha sido la forma encontrada para mantener ocupadas a las élites partidistas que, finalizando el siglo XX, se acostumbraron al manejo de sus partidos como agencias administradoras de cuotas de poder y munidos de tácticas postizas – no más las convicciones, menos las ideologías o la retórica moral; tanto que, como se prueba recién, las tarjetas de partido y sus afiliaciones se cambian e intercambian según el ritmo de lo circunstancial y se privilegian, lo ha hecho Rosales, por encima de lo que haya expresado la voluntad popular.

Y esta cuestión o comportamiento cabe entenderla en el caso de Venezuela a la luz del daño antropológico sufrido por sus habitantes y cuya experiencia podemos verla en el espejo de quienes predican – como “demócratas” a la vez que feligreses del modelo chino – la idea del «vivir bien», ajena a las enseñanzas de nuestros Padres Fundadores: Libres como debemos serlo, decía Vicente Salias sobre el patriotismo esperado de los venezolanos, adelantándose a los liberales gaditanos de 1812.

No es que quienes así se comportan hoy sufran del síndrome de Estocolmo bajo el despotismo reinante. Es que, a lo largo de las tres décadas transcurridas entre 1989 – fecha del trágico Caracazo y final de la república de «Puntofijo» y el 2019 – hasta cuando ocurre la pandemia del COVID, los sobrevenidos dueños de los partidos venezolanos terminaron alineados con la tesis progresista del relativismo; esa que renovaron la propia China y Rusia en la antesala de  la agresión a Ucrania.

Desde Beijing les exigieron a los países occidentales construir democracias al detal, si aspiraban a tener paz, y abandonar por vía de efectos los principios de la moral universal; esos que, por causa del Holocausto, aún integran el patrimonio intelectual de Naciones Unidas. “Sí, por un trágico oscurecimiento de la conciencia colectiva, el escepticismo y el relativismo ético llegaran a cancelarse los principios fundamentales de la ley moral natural, el mismo ordenamiento democrático quedaría radicalmente herido en sus fundamentos”, lo advirtió Joseph A. Ratzinger, el Papa Emérito fallecido, el 5 de octubre de 2007.  Es lo que ocurre. Ni más, ni menos.

Volvamos, para ir finalizando, al título de la posible resurrección de Venezuela que encabeza a estas consideraciones, pues creo y sostengo a pie juntillas que los venezolanos, sobrepasando a quienes los han explotado y esquilmado durante las recientes décadas, han inaugurado un proceso de reflexión íntima e individual y de movilización de voluntades en el que el ejercicio electoral es visto como mera etapa o circunstancia de lucha. No lo ven de agonal, pues conocen y saben del desenlace de las elecciones presidenciales de 2018, cuando se inicia el calvario del despotismo madurista y su aislamiento internacional.

Aquí debo subrayar que, el pueblo venezolano, lleno de angustias por las carencias de orden humanitario a las que sobrepone su dolor por el desarraigo y al constatar a la «venezolanidad en dispersión» – pasada la aventura “revolucionaria bolivariana” como gran engaño, habiéndose acostumbrado a vivir en libertad entre 1959 y 1999, siente, desde lo más hondo de su corazón, que ha vuelto a encontrar un rostro sin máscara, no un Mesías, que le interpreta auténticamente. Lo está internalizando. Y vuelvo a lo metafórico, pues lo imagino como al hijo que anda en busca de su madre y vuelve a ella para que le proteja ante el desamparo y el atropello, rogándole, luego de aproximársele a su regazo, le devuelta al útero para que se suceda otro parto, en una hora menos aciaga que la actual. No es huida, como cabe advertirlo. Es procura de lealtad en el acompañamiento.

Ese es significado estético del fenómeno inédito e intransferible de María Corina Machado, mujer y madre, tras el tiempo gastado en el que una consigna sin alma – la Unidad – secuestrara a la nación para sumarse a la inhumana tesis «cesarista» que mira al pueblo como impreparado para el bien de la libertad y urgido de tutela; y ello, ciertamente, le ha hecho cómoda al despotismo de Maduro su entronización.

Es esa la igual empatía que a la par revela Corina Yoris, como madre y abuela, quien mirando a los ojos del pueblo le anima para que luche por sí mismo bajo el ícono de la excelencia como bandera y propósito de vida; como desafío de cara al despotismo que le ha condenado, le ha irrespetado en su dignidad y degradado el valor de la educación y el trabajo como vías legítimas para la realización en bienestar.

Treinta años le duró a Venezuela concretar su democracia civil (1928-1959), derrotando al gendarme necesario. Otros treinta años se tomó su desarrollo y agotamiento, como democracia de partidos (1959-1989). La deconstrucción y el «quiebre epocal» corrientes, como sino o fatalidad que ha retardado por treinta años más nuestro ingreso de ciudadanos al siglo XXI y como en los siglos precedentes de nuestra historia institucional (1830 y 1935), hemos de tomarlo como signo de esperanza cierta (1989-2019).

Es el de las «Corinas», en suma, un hecho de hondo calado ético y antropológico, que traspasa a las mismas. Hará historia, probablemente. Sus activos mal pueden intercambiarse como si fuesen objetos, o votos que se reparten a conveniencia entre los oficiantes del narcisismo político venezolano y sobre las mesas del azar diplomático. Se ha iniciado otro ciclo en Venezuela, como lo creo y lo veo, que llena de terror a sus destructores y al globalismo.

Asdrúbal Aguiar

correoaustral@gmail.com

El jaque de las Corinas

Posted on: marzo 27th, 2024 by Super Confirmado No Comments

 

 

Algunos observadores extranjeros se muestran confundidos con la dinámica de los acontecimientos políticos de Venezuela, en lo particular con la reciente decisión de la candidata presidencial opositora María Corina Machado, quien, al impedírsele su registro electoral y volvérsele fatal el plazo fijado para ello por la dictadura, ha designado para que la represente y sustituya a otra Corina, a la académica y catedrática universitaria Corina Yoris Villasana. Admirada por sus generaciones de discípulos y colegas historiadores y filósofos, es desconocida por el despotismo iletrado imperante y sus cortesanos. Junto a su tocaya Machado ha descolocado a la élite política funcional y dejado sin sillas a los «segundos» aspirantes, promovidos por las franquicias partidarias sobrevivientes y malas causahabientes de la república civil puntofijista (1958-1998), que la cercaron aviesamente hasta el día anterior

 

 

Lo importante es el jaque que le ha dado esta doble Reina de las Corinas al déspota de Miraflores y a los mal llamados garantes de los acuerdos de Barbados: Joe Biden, Emmanuel Macron, y Gustavo Petro; que no han sido tales aquéllos, sino un fogonazo predispuesto para encandilar y encubrir los espurios negociados Rodríguez-González realizados en Qatar previamente.

 

 

Una de las contraprestaciones es pública y notoria: La Casa Blanca indultó al gran testaferro del régimen de Nicolás Maduro, Alex Saab. Y la renuncia posterior del consejero de Seguridad Nacional mencionado, Juan González, pudo tratarse, como lo creemos, de otra movida de peón sobre el tablero de ajedrez para disimular un intencionado acto de colusión diplomática y apaciguar el enojo del país que lidera Machado. Hacer creer que ella, Usa, sigue comprometida con el propósito de que Venezuela logre tener elecciones libres y democráticas.

 

 

Lo único veraz es que la inconstitucional inhabilitación de María Corina –sin expediente ni juicio penal, ni condena que acaso se le hubiese impuesto para impedirle el ejercicio de sus derechos políticos– prueba que la dictadura no está dispuesta a abandonar su poder. Y el desconocimiento por esta de las primarias que la escogieron como candidata de la oposición democrática, confirma que tampoco respetará la voluntad popular. Ambas premisas configuran, por ende, una conclusión que es absoluta si nos guiamos por la lógica aristotélica. “Sin la participación de María Corina Machado no serán democráticas las elecciones presidenciales venezolanas. De premisas absolutas no se puede deducir más que una conclusión absoluta”, precisa el estagirita.

 

 

La pregunta que sobreviene y es obligante, que ha de hacerse todo analista político serio si parte de otro dato objetivo adicional, así se lo matice por la academia como “autoritarismo electivo” o lo escamoteen algunos gobiernos extranjeros predicando que sólo es reconocible quien ejerce el poder efectivo tras el fracaso de la legitimidad democrática de Juan Guaidó: ¿Cómo se desaloja a un grupo de facinerosos que ha secuestrado a Venezuela y transformado al Estado en empresa del crimen transnacional organizado?

 

 

De modo que, es otro engaño contumaz el trazar paralelos como aún lo hacen los partidos franquicia venezolanos con las dictaduras militares del Cono Sur latinoamericano o la última dictadura venezolana y sus respectivos modelos de transición hacia la democracia, que mal calzan con la experiencia inédita de las narco-dictaduras del siglo XXI.

 

 

En un contexto de desmaterialización constitucional y pulverización de la república como de la misma nación que le ha servido de soporte –han migrado casi 8 millones de venezolanos– y ante la ausencia de una comunidad internacional negada a ejercer su responsabilidad de proteger: no lo hizo en Ruanda y ocurrió un genocidio; siendo otra vez “un error retroceder hacia un planteamiento pragmático, limitado a determinar un terreno común, minimalista en los contenidos y débil en su efectividad” como lo previene Papa Ratzinger, cabe entender que la vía electoral es un instrumento para resistir y superar obstáculos ante quien la desprecia, y nada más. Se trata de derrotarle ante cada movimiento conducente a hacer imperar el régimen de la mentira, que legaliza la ilegalidad para lavarse el rostro ante terceros y ocultarlo tras unas votaciones falsificadas y de utilería.

 

 

En ese orden, tras el primer movimiento que enfrentara Machado sobre el tablero, participando en unas elecciones primarias que la misma oposición partidaria aceptaba que las controlase la dictadura, logra frenarles en seco la mala jugada. Sucesivamente, al inhabilitársele para desestimular el creciente apoyo popular en su favor, les tumba ambos alfiles y se hace con el 90% de los votos. Del mismo modo, al cerrársele el camino para que se inscribiese, hace su jugada histórica e inteligente inscribiendo a Corina, su tocaya, otra mujer y madre como ella y por lo demás abuela. Le tuerce la mano a la misma dictadura y al paso le muestra el símbolo de excelencia y ponderación en el que se miran hoy los venezolanos.

 

 

Con generosidad inesperada por sus adversarios de ambos bandos, los pone en jaque ante un país ávido de cuidados, de rescate y de encontrar la protección afectuosa de una Venezuela que sea madre y que sea maestra. Enterrar al cesarismo trasformado en despotismo pretoriano e iletrado. que ha violentado y acosado a todos es el desiderátum.  Pero faltan otras jugadas hasta que haya el jaque mate, como el rechazo de la otra Corina por los cagatintas del dictador dentro del Poder Electoral o la eventual y milagrosa habilitación de Machado, que podría inscribirse hasta 10 días antes de la elección presidencial planteada.

 

 

Sea lo que fuese vayamos al fondo. Todo pueblo cuando se disuelve tras un severo daño antropológico imaginariamente regresa al seno materno –al de las Corinas– para que le acune y, si posible, vuelva a parirlo. El régimen comunista polaco, en igual orden, sólo pudo enfrentarlo y doblegarlo un movimiento social –Solidarnosc– sin propósitos clientelares inmediatos y bajo el espíritu de la No violencia. Sufrieron la ley marcial y la represión, y al final se impuso la negociación de unas elecciones libres. Contaban, casualmente, con una pareja de leales protectores, Lech Walesa y Karol Wojtyla, san Juan Pablo II.

 

Asdrúbal Aguiar

correoaustral@gmail  

Carta de un venezolano (I)

Posted on: marzo 11th, 2024 by Super Confirmado No Comments

 

Sé que algunos y muy estimados amigos, juristas o dirigentes políticos, de preguntárseles sobre si es acaso importante plantear un nuevo debate constituyente que le permita a Venezuela el renacer de sus instituciones y la recomposición de su sociedad, hoy pulverizada como nación, dirán que lo primero es salir de la dictadura de sesgos criminales y destructora de las voluntades democráticas imperante. O que, al cabo, si el problema prioritario fuese la Constitución, bastaría con tener en el futuro jueces idóneos, probos e independientes, que reexaminen las desviaciones interpretativas a las que ha sido sometida la hoy vigente por el Tribunal Supremo dictatorial.

 

 

En cuanto a lo primero, cabe preguntar sobre si será posible –con la sola salida de la dictadura y la eventual realización de unas elecciones por lo pronto simuladas, al pretenderse excluir de las mismas a María Corina Machado– reensamblar a un país en diáspora hacia adentro y que, a contrapelo de su historia ha tenido que emigrar por vez primera, dispersándose en el mundo. Son casi 8 millones de compatriotas quienes vagan sin un decálogo o Torá que les permita sostener la identidad, sin que les baste compartir una misma documentación, tener un talante propio, o la realidad de ser hijos de una geografía privilegiada: la mejor del mundo, como decimos.

 

 

De ser cierto lo segundo, si lo que pesa y determina la vigencia de unos valores constitucionales que asumimos compartidos es que bastará una exégesis adecuada del texto constitucional de 1999, la hipótesis es que volveríamos al mismo punto de partida en el que se situó Hugo Chávez a partir de 2000, al hacer depender la existencia de Venezuela como nación y como patria del acto de autoridad de unos jueces constitucionales a quienes se les designa a dedo y controla o se les estima como ilustrados.

 

 

Lo último pasaría por alto datos de la experiencia que no deben ser subestimados: uno, que la Constitución Bolivariana, más allá de haberse originado sobre una violación palmaria del texto de su precedente, la de 1961, que fue el fundamento de la república civil, fue la obra de una constituyente absolutamente dominada por la autocracia militarista entonces emergente. Su aprobación hubo lugar en un referéndum al que acudió el 44% del padrón electoral nacional. El otro es que, dicha Constitución, más allá de su desbordante nominalismo libertario –se dijo y repitió que era la mejor del mundo en materia de derechos humanos– quedó atada y frenada por una ingeniería constitucional reforzadora de un presidencialismo totalizante del poder y sujeto a una triple visión atentatoria contra la libertad: a) la subordinación de la persona humana y no solo de la nación al Estado, conjugándose siempre a favor de este y su soberanía; b) la fijación del dogma doctrinario bolivariano, esencialmente dictatorial, como principio de la exégesis constitucional; y c) el carácter transversal sobre el mismo orden constitucional de la idea de la seguridad nacional, bajo un binomio militar-cívico en el que se privilegia la actuación de la Fuerza Armada. Podría decirse que ella contiene una narrativa consistente con la desviación histórica que ha hipotecado el devenir de Venezuela, la del gendarme necesario.

 

 

La prórroga de esa cosmovisión por razones de conveniencia – se supone que del crimen que ha secuestrado al poder político y la de quienes con afán como “alacranes” se lucran del mismo – al cabo no hará sino repetir las esencias de ese citado gran pecado de nuestra génesis nacional, que cristaliza tras la emancipación y la independencia (1810 y 1811) y sobre las cenizas de la Primera República (1812), a saber: a) la creencia bolivariana de que el pueblo, débil, no está preparado para el bien supremo de la libertad (Cartagena,1812); b) sostener que la independencia se debe a los hombres de armas (Angostura, 1819), significando antes que libertad cambió la forma de gobierno y separación de España, mientras, en el interregno se validaba el modelo de presidencialismo monárquico vitalicio, urdido en la Bolivia de 1826; todo ello a costa de una destructora guerra fratricida que describe el propio Libertador y recrea vívidamente el presente de los venezolanos:

 

 

 

“Los campos regados por el sudor de trescientos años, han sido agostados por una fatal combinación de los meteoros y de los crímenes. ¿Dónde está Caracas? Se preguntará Ud. Caracas no existe; pero sus cenizas, sus monumentos, la tierra que la tuvo, han quedado resplandecientes de libertad, y están cubiertos de la gloria del martirio” (A Esteban Palacios, 10 de julio de 1825).

 

 

“Yo concibo que el proyecto de Constitución que presenté a Bolivia puede ser el signo de unión y de firmeza (en el gobierno de Colombia) para estos gobiernos… Tan firme y tan robusto con un Ejecutivo vitalicio y un vicepresidente hereditario, evitará las oscilaciones, los partidos y las aspiraciones que producen las frecuentes elecciones” (A Antonio Leocadio Guzmán y Diego Ibarra, el 3 de agosto y el 6 de agosto de 1826).

 

 

Regresar al ámbito constituyente tras la forja para ello de una «conciencia de nación» como estado del espíritu y para se restablezca a sí misma y racionalmente ella pueda discernir sobre sus auténticos valores superiores y fundantes para asegurar su gobernabilidad, asusta a quienes, erróneamente, sostienen que hemos abusado los venezolanos de esa vía, al punto de acopiar más de 26 constituciones, o a los que aspiran a conservar la actual para con ella desmontar, autoritariamente, lo realizado por la dictadura.

 

 

Lo veraz es que Venezuela sólo conoce de dos grandes procesos constituyentes, uno para separarnos de España y otro para separarnos de la Gran Colombia. Y las constituciones, con sus particularidades y exquisiteces –como la suiza de Antonio Guzmán Blanco– son reformas o enmiendas de circunstancia sobre su precedente, apenas para asegurarle el ejercicio del poder al emperador de turno. Ninguna, eso sí, rompió con la genética de lo nacional como sí ocurrió a partir de 1999. Tras el diluvio, pues, urge reconstruir en libertad.

 

 

 

Asdrúbal Aguiar

correoaustral@gmail.com

« Anterior | Siguiente »