Carta de amor a Hugo Chávez

Posted on: agosto 10th, 2020 by Maria Andrea No Comments

 

 

No sabes cuánto te recordamos: corrupción, colapso económico y represión.

 

 

CIUDAD DE MÉXICO — No sabes cuánto te recordamos, bebé. No te puedes imaginar las veces que decimos tu nombre en voz alta. ¡Cómo pensamos en ti, papito mi rey! ¡Cómo se detiene nuestra respiración cada vez nos encontramos con tu legado! ¡Y eso ocurre con tanta frecuencia! Casi a cada rato, casi en cada instante. Te lo juro, buñuelito nuestro, en este país es imposible olvidarte. Estás en todo lo que vemos, en todo lo que hacemos, en todo lo que tenemos y en todo lo que nos falta. Cambiaste nuestras vidas para siempre. Cada uno de nuestros días, corazón, es una apasionada epístola para ti.

 

 

No sé si el tono de estas líneas se ajuste a lo que espera el jurado del certamen. Me refiero al concurso literario que, en estos días, ha empezado a promover el Instituto de Altos Estudios del Pensamiento del Comandante Supremo Hugo Rafael Chávez Frías. El tema es “Cartas de amor a Hugo” y, aunque se establece que es una competencia, no se dice nada sobre el premio. Quizás es para no ensuciar la esencia pura y romántica del galardón. Según un reciente estudio socioeconómico, el 96 por ciento de los venezolanos vive en situación de pobreza. El 79 por ciento en situación de pobreza extrema. Si tuvieran la oportunidad, en vez de cartas, tal vez solo escribirían un largo alarido.

 

 

No es de extrañar que, con la posibilidad de un nuevo proceso electoral en el horizonte y ante su escasa popularidad, el chavismo empiece a aceitar y a caldear nuevamente su industria del culto a la personalidad. El concurso es un detalle, pero también puede ser un indicador. Muy probablemente, a partir de ahora y hasta diciembre, cuando están previstas las elecciones parlamentarias para elegir a la Asamblea Nacional, Chávez comience a aparecer otra vez con más frecuencia en la retórica oficial. Nicolás Maduro y su banda necesitan restituir ese vínculo originario. Si hay elecciones, Chávez debe resucitar.

 

 

Quien invita a participar en esta jornada de alborozadas misivas al difunto líder es una institución adscrita al Ministerio del Poder Popular del Despacho de la Presidencia y Seguimiento de la Gestión de Gobierno. Las diversas fotos de promoción presentan a un Chávez casi en campaña: abrazando a una viejita, cargando a un bebé, corriendo tras unos niños… Y que el tema del concurso sea el amor solo confirma la carencia del gobierno de Maduro, la fragilidad de su liderazgo.

 

 

Tras la muerte de Chávez, con la caída de los precios del petróleo pero también con la caída del carisma, el chavismo se fue despojando de la política y terminó ejerciendo el poder a través de la violencia, de la represión y de la censura. Con el fallecimiento de su protagonista en la mitad, la autoproclamada “Revolución bolivariana” traza un recorrido que va del populismo a la dictadura. Porque el populismo es, primero que nada, una experiencia sentimental. El chavismo de hoy no tiene nada que proponer en ese sentido. Desde hace años, se mantiene por la fuerza. La única emoción que puede ofrecer la representa un muerto.

 

 

Pero el propio mito de Chávez también se ha desgastado. Es imposible no encontrar en toda la situación actual una relación causal con todo lo que hizo mientras estuvo vivo. La narrativa que sostiene que las sanciones de Estados Unidos son las responsables de la crisis socioeconómica que vive Venezuela es tentadora, tiene la potencia del melodrama: un David mulato y pobre enfrenta a un Goliat, blanco y ricachón. Sin embargo, se deshace con la simple información. La primera sanción del gobierno de Trump que afecta a Venezuela se firmó en marzo de 2018. Ya en ese momento, y desde hacía varios años, la economía del país había colapsado.

 

 

Pero sí hay quienes pueden escribirle una sentida y sincera carta de amor a Hugo Chávez. Su exenfermera Claudia Díaz, por ejemplo. Una militar que empezó como parte del equipo médico que atendía al entonces presidente, quien poco después la nombró tesorera de la nación. Díaz está siendo investigada por varios delitos, ha sido sancionada en Estados Unidos por participar supuestamente en un fraude cambiario por 2400 millones de dólares. Esta semana, además, ha salido a la luz pública una información que señala que es dueña de 250 lingotes de oro, valorados en 9,5 millones de dólares. Ella sí podría escribir una muy emocionada misiva: en el lugar de los acentos podría poner suspiros.

 

 

Pero no se trata, por supuesto, de un caso único, aislado, particular. Podrían nombrarse muchos otros más. Como el del teniente Alejandro Andrade, quien admitió haber recibido 1000 millones de dólares en sobornos. O como el de Rafael Ramírez, exministro de Energía y expresidente de la estatal petrolera, quien junto con otros funcionarios y el empresario Alejandro Betancourt, han sido señalados e investigados por haber montado un esquema de corrupción que le robó 4500 millones de dólares al país. Por no mencionar al propio Maduro y a varios de su entorno, denunciados por sus relaciones con redes de corrupción que han hecho crecer sus fortunas y sus privilegios. Son ellos realmente quienes están llamados a participar en el concurso de cartas. Son ellos quienes sí pueden redactar unas líneas enamoradas, llenas de agradecimiento y de ternura hacia el Comandante Supremo.

 

 

Los demás no pueden. La gran mayoría de la población está obligada a tratar de sobrevivir en el país que lidera por sexto año consecutivo el ranking de la miseria mundial de Bloomberg. Mientras sus compinches saqueaban a Venezuela, Chávez usaba la cursilería como herramienta política. “Amor con amor se paga”, solía decir. No sabes cómo y cuánto lo recordamos, papito mi rey.

 

 

Alberto Barrera Tyszka

Teoría y práctica del odio

Posted on: julio 31st, 2020 by Periodista dista No Comments

 

Hace unos días en Caracas fue detenido el politólogo venezolano Nicmer Evans, director del portal de noticias Punto de Corte. Funcionaros de la Dirección General de Contrainteligencia Militar y del cuerpo de investigaciones criminalísticas allanaron su vivienda y —al no encontrarlo— retuvieron a su familia y, después de unas horas, decidieron llevarse a su abogado “en calidad de testigo”. Es una práctica común de los cuerpos represivos del Estado venezolano. Como medida de presión ya antes se han llevado a padre, hijos menores de edad, e incluso mascotas de los ciudadanos que están buscando. Esa misma noche, Evans fue finalmente capturado. Luego pasaron 48 horas sin que nadie pudiera verlo o hablar con él. Es otro de los procedimientos policiales frecuentes en Venezuela: la detención trabucada en secuestro y desaparición.

 

 

Nicmer Evans acompañó al chavismo hasta el año 2013. Hace casi un año, contó cómo había sido su proceso y por qué se había separado de la autoproclamada “Revolución bolivariana”. La orden de aprehensión firmada por un juez lo acusa de “promoción o incitación al odio”. Tampoco es una novedad. No se trata de un caso especial, aislado. Es parte de un sistema que ha instrumentalizado el odio para poder ejercerlo con absoluta impunidad en contra de cualquier disidencia o crítica.

 

 

En la presentación ante el tribunal para ratificar la privativa de libertad, según reseña el propio portal Punto de Corte, el juez José Mascimino Márquez dijo que a Evans se le imputa el delito de promoción del odio por “unos señalamientos a Globovisión y a Maduro en unos tuits que sugieren una ‘narcodictadura’”. Aunque parezca absurdo, incluso ridículo, este argumento funciona para mantener preso a Evans.

 

 

Su caso se suma a la lista de venezolanos que —a cuenta de la supuesta promoción del odio— terminan en la cárcel. Ahí entran desde un trabajador del metro que se quejó en Facebook de que con su sueldo no podía comprar el detergente para lavar su uniforme; hasta unos bomberos que filmaron y subieron a las redes un video parodiando a Maduro, pasando por un periodista que osó publicar información sobre la situación hospitalaria, en tiempos de pandemia. En lo que va de este año ha habido al menos 21 detenciones vinculadas con las llamadas “instigaciones al odio”.

 

 

En agosto de 2017, Maduro le solicitó a la Asamblea Nacional Constituyente (ANC), una institución fraguada y elegida fraudulentamente para competir con el parlamento que controlaba la oposición, que redactara una nueva ley para regular y castigar los mensajes de odio social que, según él, eran los responsables de las protestas que sacudían al país. En noviembre, la encomienda ya estaba terminada. La actual vicepresidenta, Delcy Rodríguez, entonces presidenta de la ANC, siempre comedida, ofreció al mundo ese nuevo instrumento legal, asegurando que “queremos exportar paz, amor, tolerancia”. Tres años después, los informes sobre la situación de los derechos humanos en el país señalan que el Estado en Venezuela detiene ilegalmente, secuestra, tortura de diferentes maneras y es responsable de miles de ejecuciones extrajudiciales.

 

 

Se trata de un proceso perverso: la revolución fatalmente ha privatizado el odio. Ahora se adjudica incluso de poder de legislarlo y utilizarlo en contra de cualquiera que considere su adversario. La desfiguración del sistema de justicia ha dado paso a una estructura irregular, donde diferentes factores de poder pueden actuar de manera conjunta o separada, según sus intereses, incluso según sus propios caprichos. Cualquier cosa puede ser considerada una instigación al odio.

 

 

Un instrumento legal que, en teoría, pudiera ser un mecanismo ideal para regular la intolerancia, en la práctica se convierte en lo contrario: en una forma eficaz para ejercer la violencia del Estado en contra de los ciudadanos. El espejismo de la revolución necesita permanentemente ser traducido.

 

 

Un claro ejemplo de este espejismo está en un ensayo que publicó esta semana William Ospina. Todo el análisis que propone el escritor colombiano sobre Venezuela se sostiene, en el fondo, en un acto de fe: él cree que Chávez originalmente era bueno pero que las fuerzas que se le oponían —las élites nacionales y el imperialismo— lo empujaron a hacer cosas malas. Este esquematismo devocional pretende explicar la historia, simplificándola. También en su momento, cierta derecha apeló al ataque comunista para justificar la represión en las dictaduras de Videla o de Pinochet. La realidad siempre es más compleja.

 

 

Unos días antes de la detención de Nicmer Evans, Michelle Bachelet, la alta comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, presentó una actualización de su informe sobre la situación en Venezuela. Alertó sobre el aumento de casos torturas: “Fuertes palizas con tablas, asfixia con bolsas de plástico y productos químicos (…), descargas eléctricas en los párpados (…) y en los genitales”.

 

 

Estos son los subtítulos que hay que leer cada vez que el chavismo hable en contra del odio y a favor del amor y de la tolerancia.

 

 

Alberto Barrera Tyszka

Fraude preventivo en Venezuela: los cara é tabla

Posted on: julio 12th, 2020 by Periodista dista No Comments

Hugo Chávez solía enumerar la cantidad de procesos electorales realizados como una prueba irrefutable de que Venezuela era el país “más democrático del mundo”. Nicolás Maduro prefiere no correr ningún tipo de riesgo. Para los comicios en los que se elegirá a la nueva Asamblea Nacional, que por ley deben efectuarse en diciembre de este año, ya ha diseñado un mecanismo perfecto: un fraude preventivo que le permite ganar las elecciones aun antes de realizarlas.

 

 

¿Qué pueden hacer la oposición nacional y los países que la apoyan ante este escenario?

 

 

En rigor, las elecciones parlamentarias de 2020 solo son otro trámite en la larga lucha del chavismo por conseguir una legitimidad internacional que destrabe las sanciones que han impuesto al régimen algunas naciones y que le permita mejorar su funcionamiento en el mundo. El gobierno necesita desmontar y poner bajo su control a esta última institución democrática que existe en Venezuela. Pero la democracia es peligrosa y Maduro y su gobierno no están dispuestos a volver a vivir una derrota sorpresiva como la de 2015, cuando la oposición ganó la mayoría del parlamento.

 

 

Lo que quieren o desean los venezolanos, las aspiraciones o preferencias del pueblo, están ahora relegadas a un segundo plano. En los últimos años, el régimen ha endurecido sus mecanismos de control sobre la población a través de la violencia, de la economía y de los medios de comunicación. Al gobierno no le interesa ni le importa lo que piensen u opinen los ciudadanos con respecto al país y al futuro.

 

 

Hay una expresión en Venezuela que describe con gran nitidez a la persona que miente impúdicamente: “cara de tabla”. El uso coloquial, por supuesto, elimina de la letra d en la preposición y deja fluir el conjunto como una sola pedrada caribeña: “cara é tabla”. Es un término que retrata a la perfección a quien intenta engañar a otros de la manera más absurda o grosera pero sin pestañear, sin que una mueca o un gesto lo delate. Cuando Nicolás Maduro invita a todos los venezolanos a votar, cuando asegura que “hay amplias garantías” y dice que las próximas elecciones serán “una fiesta democrática”, Nicolás Maduro solo está actuando como un cara é tabla.

 

 

El primer paso para el diseño de este nuevo escenario electoral se centró en la elección de las autoridades del Consejo Nacional Electoral. Aunque constitucionalmente es una tarea que le corresponde a la Asamblea Nacional, el chavismo acudió a un ardid legal poco sustentable para que el Tribunal Supremo de Justicia (TSJ) bajo su control pudiera elegir a los nuevos rectores de la institución. Tanto los jueces como los nuevos rectores, así como quienes colaboraron activamente con esta maniobra, son fatalmente unos cara é tabla, dispuestos a ignorar impasiblemente que el árbitro lleva puesta la camiseta del equipo del gobierno.

 

 

Una vez garantizado el control del sistema electoral, el segundo paso fue la apropiación de los principales partidos de la oposición por parte del chavismo. Es la cúspide de un proceso que se inició con la llamada Operación Alacrán, un movimiento de compra de diputados de segunda línea de partidos opositores, quienes finalmente han reclamado ante el TSJ su derecho a ser las autoridades legítimas de dichos partidos. El TSJ por supuesto ha fallado a su favor. De esta manera, también, el gobierno ha ocupado los espacios naturales de la disidencia. Es una artimaña que, sobre todo, delata muy bien el miedo que le tiene “la Revolución” al voto popular.

 

 

Habría que sumar a este escenario el discurso pronunciado por el general Vladimir Padrino López, ministro de la Defensa, el 5 de julio, fecha en la que se cumplía el aniversario de la firma del acta de independencia en Venezuela. Nada de lo que ocurre en el país puede analizarse sin tomar en cuenta a los militares. Ellos son una fuerza protagónica, con iniciativa y peso político y económico en cualquier decisión. Padrino López, refiriéndose de manera ambigua y confusa a la oposición, fue sin embargo enfático al sentenciar: “Nunca podrán ejercer el poder político en Venezuela”. Es la confirmación de que, incluso en el imposible escenario de un triunfo electoral, la oposición se encontraría con un obstáculo enorme: el ejército le impediría ejercer la victoria.

 

 

Todo esto supone claramente que se ha cancelado cualquier posibilidad de diálogo y de negociación. El chavismo piensa que la mejor manera de salir de la crisis es profundizar la crisis. La apuesta por desgastar al adversario volvió a funcionar y ahora están en la fase del contraataque. Si la experiencia del parlamento opositor y del liderazgo de Juan Guaidó representó —en algún momento— el regreso de la alternancia política al país, hoy esa esperanza está liquidada. Es el clímax del cara é tablismo político. El talante democrático se mide, sobre todo, en las derrotas. El chavismo ya ha confirmado que no está dispuesto a permitir, ni siquiera, la hipótesis de una derrota.

 

 

Ángel Álvarez, politólogo venezolano residenciado en Canadá y una de las miradas más atentas y lúcidas sobre el proceso de nuestro país, ha analizado asertivamente el supuesto debate sobre la participación electoral: “En estos momentos es irrelevante que la oposición participe o se abstenga. Hagan lo que hagan, el resultado va a ser absolutamente el mismo. La oposición ha estado debatiéndose entre participar o abstenerse, por lo menos, desde el año 2005. Y cuando se abstiene, no pasa nada. Y cuando participa, tampoco pasa nada, entre otras cosas, porque la oposición carece del poder necesario para obligar al gobierno a hacer absolutamente nada”. Ahí respira el gran desafío y la gran pregunta: ¿acaso es posible obligar al chavismo a negociar y someterse a unas elecciones libres y transparentes? Hasta ahora, ni la oposición ni la presión internacional lo han conseguido. Ser cara é tabla ayuda. La falta de escrúpulos es una ventaja política.

 

 

Después del 6 de diciembre, con la garantía del fraude preventivo, habrá una nueva Asamblea Nacional en Venezuela. La estafa electoral no le dará legitimidad pero tampoco este hecho servirá para extender el plazo de mandato del parlamento anterior. Su período se vence en enero de 2021. Ninguno de los dos organismos será genuinamente legítimo y su vínculo institucional con los otros países será mucho más frágil. Los cara é tabla podrán seguir igual, pero la comunidad internacional necesitará redefinir sus estrategias y el liderazgo de la oposición estará obligado a reinventarse.

 

 

Alberto Barrera Tyszka

 

 

Su libro más reciente es la novela Mujeres que matan.

 

 

Publicado originalmente en el New York Times en español

 

 

Una aventura en Macuto

Posted on: mayo 10th, 2020 by Laura Espinoza No Comments

 

“Es un atentado en contra de la institucionalidad que legitima a la oposición”

 

 

Se le atribuye a Francisco de Miranda, en el momento de ser detenido, una peculiar expresión de sorpresa e indignación: “¡Bochinche, bochinche, esta gente no sabe hacer sino bochinche!”.  Si el generalísimo hubiera estado en la costa de Macuto, en estos principios de mayo del 2020, quizás —con más pesadumbre que asombro— hubiera exclamado: “Chapuzas, chapuzas, esta gente no sabe hacer sino chapuzas!”. Toda la trama ocurrida en el país en estos días ofrece un retrato absurdo, delirante, pero también muy doloroso, profundamente triste. Nadie queda bien y, a medida que se van sabiendo más cosas, cualquiera podría pensar que tal vez era mejor la confusión que la verdad.

 

 

No hay por dónde, no hay cómo, salvar este deplorable espectáculo. Parece un homenaje al cine de Juan Orol, un relato de gánsters erráticos y de soldados chambones. Pero en realidad es una bofetada a la ciudadanía que confía en la institucionalidad, que cree en la política, y un golpe bajo a la comunidad internacional que ha venido acompañando la posibilidad de una transición en Venezuela. Tampoco el oficialismo, por supuesto, puede escapar. Tratar de construir una épica con lo ocurrido es también ridículo y desolador. Por más que se empeñen, no hay campaña mediática que pueda convertir un disparate peorro en una gigantesca invasión.

 

 

Como siempre, hay tantas versiones, tantas declaraciones, tantas explicaciones y tantas especulaciones que resulta casi imposible saber y entender qué pasó. La Operación Gedeón podría ser narrada como un esbozo de un ataque militar, como un intento de maniobra privada que pensaba atrapar a Nicolas Maduro como si fuera el Chapo Guzmán, como un engorroso plan de espías tropicales, como un programa de concursos de la televisión, con un desnalgue extraño en un playita de Chuao. Desde la existencia de un contrato, firmado o no firmado, válido o inválido, hasta el video de Juan Guaidó pujando una cara de yonofui, pasando por los interrogatorios pseudo filosóficos a los gringos detenidos, todo es tan genuinamente choreto que da grima. Se siente un fríito hasta en la cédula de identidad.

 

 

Pero, obviamente, ya es indiscutible que este injerto de mercenarios con ex militares supuestamente rebeldes existió y, aunque parezca increíble, es o fue parte de un plan, de un proyecto. Cuesta trabajo pensar que alguien con cierta información, con algún conocimiento del país, pretenda realmente tomar por asalto a una “narco dictadura”, asesorada por la inteligencia cubana, utilizando simplemente unas lanchas y unas decenas de hombres. Ahí hay, por lo bajito, una sobredosis de Rambo.

 

 

Uno puede pensar que Luke Denman y Airan Berry son un par de gringos algo fanáticos y devotos de la teoría de las conspiraciones, ambiciosos y muy ignorantes, tanto como para creer que Venezuela es un capítulo de Jack Ryan, por ejemplo. Pero ¿y todos los demás? No estoy pensando ni siquiera en aquellos que se embarcaron personalmente en el viaje, sino en los líderes de oposición, en los asesores y comisionados que supieron en algún momento de toda esta maniobra. Basta ver a JJ Rendón en la entrevista de CNN para entender el verdadero patetismo de la situación. En su conversación con el complaciente periodista, el asesor de estrategia política de Juan Guaidó se mostró displicente, incluso un poco fastidiado de tener que dar tantas explicaciones. Trató de manejar todo con desconcertante naturalidad y casi dijo que se trataba de un trámite sencillo y normalito, que habían llegado a Jordan Goudrou después de realizar un riguroso casting de mercenarios, que esas cosas pasan, que él donó generosamente 50 mil dólares y no se anda quejando, que ya dejen de joder, que tampoco es para tanto, que el dichoso contrato no tenía 1 página sino 42, que hay que leer las letras chiquitas antes de ponerse a criticar.

 

 

Pero del lado del oficialismo se encuentra también una perfecta correspondencia, igual de absurda y de patética. Ya está más que probado que Maduro no tiene capacidad para entrar en honduras, no sabe lidiar con la gravedad. Trata de mostrarse circunspecto. Habla frunciendo el ceño, mirando a cámara y aspirando las vocales, dice que lo querían matar, acusa a Donald Trump… pero de inmediato se le sale el chistecito, saluda a su mujer, comenta que está linda Cilita, se sonríe como si estuviera a punto de pedir otra empanada. Así desactiva la ceremonia. Él solito sabotea su performance. Actúa como si todo lo que está diciendo realmente no fuera tan dramático, tan cierto.

 

 

Es sorprendente cómo, ni siquiera en situaciones como éstas, el oficialismo logra ganar aunque sea unos gramos de credibilidad. Narrativamente se han asfixiado con sus propias palabras. Sus voceros no son capaces de reinventarse, solo se hunden en las reiteraciones que ya no dicen nada, que nadie cree. Cuando Maduro denuncia que Wilexis Acevedo y su banda fueron contratados por la DEA, o que la ONG Provea está financiada por la CIA, lo único que logra es desnudar nuevamente su propia fragilidad. Delata que carece de argumentos. Muestra que no piensa sino que reacciona, que solo puede repetir las inútiles fórmulas de siempre.

 

 

En el balance de lo ocurrido esta semana tampoco ganan los radicales compulsivos, los adictos a las batallas de Twitter, los eternos ciber iluminados, los que desde hace mucho piden, exigen y reclaman precisamente una incursión armada. Ellos también se han quedado en silencio, con su duelo. Quizás secretamente estén felices ahora que cualquier posible negociación está todavía más lejos. Sin embargo, en realidad no hay nada que celebrar. Aquí los únicos que pueden salir fortalecidos son, de nuevo, las fuerzas que administran y gerencian la violencia en el país: los militares, la policía, el crimen organizado.

 

 

La Operación Gedeón se inscribe en la línea de las acciones que ha promovido en los últimos tiempos Leopoldo López. Y es de nuevo un fracaso. Otra gran chapuza. Es un atentado en contra de la institucionalidad que legitima a la oposición y que la vincula con la comunidad internacional. Dinamita la confianza ciudadana y distribuye aun más desesperanza. Es un aventura que nos lleva a la peor de las playas posibles, al lugar donde los civiles ya no tenemos ningún poder. El grado cero de la política.

 

 

Alberto Barrera Tyszka

Volver a la calle, recuperar la voz

Posted on: mayo 7th, 2020 by Laura Espinoza No Comments

Durante la pandemia del coronavirus ha habido una sobreabundancia de información desde los gobiernos y los expertos que ha reducido la voz ciudadana a las redes sociales. Es urgente recuperar nuestros espacios de debate.

Un hombre camina por una calle vacía durante la cuarentena en Barcelona

Un hombre camina por una calle vacía durante la cuarentena en BarcelonaCredit…Emilio Morenatti/Associated Press
Por Alberto Barrera Tyszka

 

 

El planeta se convirtió en una peculiar sala de espera donde todos estamos separados pero interconectados, escuchando y compartiendo supuestos datos científicos, análisis, opiniones, testimonios, rumores y especulaciones de todo tipo. Ante la crisis, funcionó la lógica del naufragio: no se sale de una emergencia con asambleas populares sino con órdenes. Le cedimos el poder a las autoridades y nos encerramos, nos quedamos en casa mirando las pantallas. Pasamos a ser fundamentalmente receptores solitarios de distintos contenidos, mientras la calle se quedaba sin voz, perdiendo su posibilidad de construir un debate, de ser y hacer política.

 

Cada día se nos ofrecen una cantidad inmensa de informaciones: reales, falsas, fidedignas, manipuladas, coherentes, contradictorias, abstractas o muy concretas, científicas o esotéricas. Desde la supuesta presencia de ovnis hasta la invitación de Donald Trump a inyectarse cloro pasando por diferentes noticias, declaraciones sorprendentes, testimonios dramáticos, informes y contrainformes de expertos o incluso de algunos gobiernos, sobre el éxito o el fracaso, la promesa o la imposibilidad de hallar una posible vacuna contra el coronavirus. Somos un silencio enfrentado a un exceso de palabras.

 

Los incipientes planes de regreso a la normalidad abren también la posibilidad de retomar nuestro lenguaje común, de reactivar los espacios públicos y comenzar a evaluar de otra manera todo lo que nos ha pasado.

 

Hasta ahora, este exceso de información se ha convertido en una nueva forma de opacidad. A medida que más se ve, que más se escucha y que más se lee, se corre también el riesgo de acumular cada vez más dudas y más inseguridades frente a la realidad. La sobreabundancia y la diversidad de los contenidos producen ofuscación, impiden la transparencia. Cuanto más ruido hay, menos se escucha lo que suena.

 

No en balde la verbosidad parece haberse convertido en una estrategia narrativa de muchos gobiernos. Las causas pueden ser variables: desde la ignorancia, la negligencia o la simple torpeza, hasta una calculada maniobra de protección y de control; pero la consecuencia siempre es la misma: una marea de palabras, girando alrededor del virus y aturdiendo a la ciudadanía. Muchas veces, más que informar, distraen. Hablan para postergar la verdad. Para disfrazarla, para evitarla. Hablan, quizás, para que nadie pregunte demasiado.

 

El palabrerío permanente, sin embargo, no es una exclusividad de las autoridades. El mundo de pronto tiene un superávit de expertos en las más diversas materias: médicos, inmunólogos y virólogos de variada índole. Pero también físicos especializados en curvas epidémicas. Analistas versados en emergencias públicas, terapeutas dedicados al estudio de las conductas en cautiverios, numerólogos entregados al seguimiento de la aparición de extraterrestres, peritos ocupados en la investigación de múltiples conspiraciones, semiólogos de cuentos chinos. Todos dispuestos a hablar, a ofrecer un diagnóstico, a dar un dictamen, a compartir su opinión. “Estar al día”: aquello que hasta hace poco era un valor, una virtud, hoy más bien puede ser una forma de locura.

 

En este sentido, las redes sociales son ambivalentes: ayudan y confunden. Son un espacio importante para nuestra necesidad de comunicarnos, de estar con los otros, pero también son una plataforma para las noticias falsas, para el narcisismo o para la simple tontería. Su oferta es infinita. En menos de un minuto puedes hacer un zapping y ver a un hombre que llora la muerte de su madre, a una joven que muestra las primeras lentejas que ha cocinado en su vida, a un supuesto experto demostrando que el coronavirus es una ficción rusa, a un perro mordiendo una cobija, a un grupo de médicos aplaudiendo a un generoso taxista que trae gratuitamente a los enfermos a un hospital, a una señora desafinando en un balcón, a un ingeniero queriendo ser actor, a un actor queriendo ser cocinero y a un cocinero queriendo ser psicoanalista. Internet, sin duda, establece una gran diferencia en esta pandemia. Nos ha ayudado a acompañarnos y a comunicarnos, pero también ha contribuido a crear esta sensación de exceso de información que aturde y confunde.

 

Es necesario revisar lo ocurrido durante estos meses, exigir transparencia en todos los sentidos, conocer en realidad qué ha pasado, cómo se actuó, dónde estamos y hacia dónde vamos. La vuelta a la vida social representa el regreso a la palabra compartida, a la práctica del lenguaje en común, a la insustituible experiencia de encontrarse, de hablar y debatir. Se trata, sin duda, de una experiencia de fuerza, de poder. Volver a la calle implica, necesariamente, recuperar la voz como colectivo, como ciudadanía.

 

 

Alberto Barrera Tyszka es escritor.

 

Su libro más reciente es la novela Mujeres que matan.

Venezuela y la tela de una araña

Posted on: abril 8th, 2020 by Laura Espinoza No Comments

 

En medio de la pandemia que sacude al mundo, también hay tiempo, dinero y energías para los juegos de guerra. Estados Unidos ha desplegado esta semana una enorme operación militar cerca de las costas de Venezuela. “No permitiremos que los narcotraficantes se aprovechen de la crisis del coronavirus”, dice Trump. Nicolás Maduro, por su parte, denuncia la maniobra y desafía al gobierno estadounidense con la “furia bolivariana”. ¿Hasta dónde están dispuestos a llegar los dos? En el contexto de precariedad alimenticia y sanitaria de Venezuela, solo se puede participar en un juego de este tipo con una condición: que te importen un carajo las víctimas.

 

 

Desde 2014 se viene alertando sobre la crisis de salud pública en el país. El deplorable estado de las instalaciones, sumado a la crisis eléctrica que produce apagones en distintas zonas, la inflación, la escasez de insumos y la falta de agua, ofrecen un panorama de alto riesgo. Antes de la pandemia, enfermarse ya era muy peligroso en Venezuela. A esto, además, hay que añadir las aterradoras estadísticas sobre alimentación y economía: casi el 60 por ciento de los hogares no tienen dinero para comprar comida. El 21 por ciento de los venezolanos se encuentran subalimentados y más del 30 por ciento de la población padece inseguridad alimentaria. Venezuela es hoy una frágil tela de araña sobre la cual presionan y se mueven las distintas fuerzas geopolíticas en pugna, tratando de obtener una victoria, aun a riesgo de aumentar más la tragedia.

 

 

Esta nueva etapa de la crisis entre los dos países se ha precipitado en estos días de forma algo abrupta y, por momentos, confusa. El 26 de marzo, el gobierno de Estados Unidos acusó formalmente de narcotráfico a algunos de los miembros más prominentes del chavismo, ofreciendo además una recompensa de 15 millones de dólares por cualquier información que conduzca a la captura y detención de Nicolás Maduro. Cinco días después, sin embargo, el mismo gobierno de Trump propuso una negociación para la solución del conflicto: presentó un nuevo un plan de transición, que supone la salida de Maduro y del chavismo de sus espacios de poder pero que ofrecía, a cambio, la eliminación de las sanciones que pesan sobre ellos y sobre el país.

 

 

Como era previsible, la reacción del régimen de Maduro fue un rechazo inmediato, tanto a las acusaciones de narcotráfico como al nuevo plan de acuerdos propuesto por Estados Unidos. Así que el Comando Sur estadounidense dirigió sus barcos y su armamento hacia las costas del Caribe. Más allá de las estrategias electorales de Trump y más allá del demostrado cinismo político del chavismo, ¿acaso es posible justificar todos estos movimientos de cara a la emergencia que vive ahora el planeta?

 

 

El chavismo denuncia que todo solo es una maniobra de distracción, que Trump pretende crear una cortina de humo, desviar la atención que hay sobre la “crisis humanitaria” que atraviesa Estados Unidos. Mientras, a lo interno, endurece la represión: en el lapso de unos días detuvo a cinco allegados a Juan Guaidó y amenazó a los opositores de ir contra ellos en caso de una invasión. Maduro y su equipo están acostumbrados a resistir. El fantasma de una intervención o los intentos de quebrar el control chavista de los militares ya han fracasado anteriormente. La asesoría cubana y la falta de escrúpulos son grandes ventajas a la hora de enfrentar la presión internacional.

 

 

El liderazgo opositor, por su parte, cada vez más debilitado y diezmado, acorralado por los ataques del chavismo y de su propia división, parece haberse resignado a trabajar bajo la tutela y la iniciativa estadounidense. Guaidó ha reiterado su acuerdo con todos los recientes movimientos de Donald Trump. Todo esto despierta y refuerza otra vez la narrativa chavista y devuelve el conflicto a las estrategias y los códigos de la Guerra Fría. De nuevo: un juego de ajedrez en el Caribe. Solo que ahora el tablero es muy frágil, está infectado, débil. Quién sabe cuánto aguante

 

 

Venezuela, sin duda, está mucho menos preparada que el resto de los países del continente para enfrentar la epidemia COVID-19. Hasta ahora, una de las medidas más eficaces del chavismo contra la epidemia ha sido la censura. Mientras Jorge Rodríguez, ministro de Comunicación, se viste de médico para dar los partes oficiales de los supuestos éxitos sanitarios del gobierno, los cuerpos de seguridad reprimen y detienen a reporteros y defensores de derechos humanos. Por dar a conocer información sobre la situación de la epidemia en el país, el periodista Darvinson Rojas pasó 12 días secuestrado por las Fuerzas de Acciones Especiales (FAES).

 

 

Esta actitud no es nueva. Forma parte de un método. Basta recordar que el chavismo negó por mucho tiempo la existencia de una crisis socioeconómica en Venezuela. Varios voceros llegaron a afirmar que no había problemas, que no había pobreza ni escasez en el país, que todo era un invento mediático, una ficción conspirativa. El chavismo solo aceptó que había una crisis humanitaria en Venezuela cuando pudo culpar de ella a Estados Unidos. No es desechable la hipótesis de que, ahora, se comporte de la misma manera. Podría aprovechar la coyuntura para, entonces, reconocer la terrible tragedia que puede azotar al país. Ya tiene a un culpable más visible frente a las costas.

 

 

Cuando yo era niño, para enfrentar el aburrimiento, mi padre nos enseñó un divertimento verbal y musical: un elefante se balanceaba / sobre la tela de una araña. / Como veía que resistía / fue a buscar a un camarada. Y seguía entonces: dos elefantes se balanceaban / sobre la tela de una araña… y así podían gastarse las horas, hasta el infinito, sumando paquidermos. Pero los juegos de guerra no ofrecen las mismas garantías que los juegos verbales.

 

 

¿Hasta donde están dispuestos a llegar Trump y Maduro? ¿Y qué puede o debe hacer, entonces, la comunidad internacional, dedicada legítimamente a atender también sus propias emergencias de salud? Es necesario, desde todos los sectores, dentro y fuera del país, hacer esfuerzos para que los actores políticos, con todas las condiciones del caso, hagan un pacto frente a la emergencia. Lo que puede suceder en las próximas semanas en el país es catastrófico. La vida de la población debe ser lo primero. Venezuela no puede seguir siendo la tela de una araña.

 

 

Alberto Barrera Tyszka 

www.nytimes.com

Luchar contra el cinismo

Posted on: enero 18th, 2020 by Laura Espinoza No Comments

 

Un video en las redes, la segunda semana de enero, muestra a Pedro Carreño, dirigente histórico del chavismo, señalando un retrato de Qasem Soleimani y pronunciando la vieja consigna de la izquierda de los sesenta: “Tu muerte será vengada, camarada”. Lo más interesante de la secuencia, sin embargo, viene justo después, en el momento en que el militar retirado y antiguo compañero de Hugo Chávez se levanta de la silla y gira su cuerpo para salir de la escena. Justo en ese instante se puede apreciar brevemente el inicio de una mueca socarrona, el comienzo de una sonrisa que define a la perfección una actitud, un modo. Es la culminación de un gesto que deshace de golpe la supuesta honestidad fúnebre y guerrera del acto, que desinfla la solemnidad y deja al aire la naturaleza del espectáculo. El video fue retirado.

 

 

Diosdado Cabello, el hombre más poderoso del régimen después de Nicolás Maduro, y el ministro de la Defensa, Vladimir Padrino López, también hicieron el mismo performance: se presentaron en la embajada iraní a rendir honores al general difunto y a solidarizarse en la batalla contra el imperio norteamericano. Sus actuaciones se ajustaron más al libreto pero, tal vez por eso mismo, fueron menos convincentes. La sorna de Pedro Carreño es mucho más honesta. Tiene algo de burla, de ese desdén que el chavismo siempre ha mostrado por las formas, por la legalidad, por la política. Carreño no disfraza lo que sabe: no hay que tomarse demasiado en serio ese espectáculo. En realidad, todo ese acto forma parte, más bien, de un espectáculo mayor.

 

 

La dictadura de Nicolás Maduro ha comenzado el año tratando de liquidar lo queda de institucionalidad en Venezuela. Y lo ha hecho a su modo, con su más experimentada arma: el cinismo. El 5 de enero, en una maniobra tan insólita como burda, los militares tomaron la Asamblea Nacional (AN), el parlamento elegido democráticamente de Venezuela, e impidieron el ingreso de los diputados opositores, para —de forma improvisada e inconstitucional— elegir una nueva directiva conformada por diputados cercanos al régimen, algunos acusados de corrupción y expulsados anteriormente de los partidos opositores. De esta manera, el régimen chavista ha intentado imponer a Luis Parra, un político acusado de recibir sobornos y de estar ligado a la red de corrupción que presuntamente manejan Nicolás Maduro y el empresario colombiano Alex Saab, como un sustituto de Juan Guaidó como presidente de la AN.

 

 

Muy rápidamente, todo el oficialismo salió a defender a Parra y a tratar de legitimar el golpe de Estado en el parlamento. Primero trataron de presentarlo como una diatriba entre grupos opositores y, luego, para cerrar el ciclo de cinismo, el canciller Jorge Arreaza acusó a Estados Unidos de pretender intervenir en la Asamblea Nacional venezolana.

 

 

El chavismo lleva años tratando de crear su propia oposición. Pero jamás, en sus intentos, había llegado a este nivel de descaro. La jugada ha sido tan evidente y vulgar que incluso países aliados como Argentina o México no han validado el asalto ilegal al parlamento. Sin embargo, el régimen oficial en Venezuela no se da por aludido, insiste en defender el golpe, en sostener su espectáculo. En el fondo, ponen en práctica uno de los legados principales de Hugo Chávez: el cinismo. Ese es su modo. La mentira como praxis política. La certeza de que el delito puede convertirse en algo legítimo, legal. La conciencia de que se puede ejercer la impunidad y el engaño sin ningún pudor.

 

 

El nombramiento de Luis Parra es la sonrisita de Carreño. Es el modo. Es el cinismo de quienes mantienen secuestrados por tres semanas al diputado Gilber Caro y al periodista Víctor Ugas pero, sin ninguna vergüenza, denuncian las violaciones a los derechos humanos en otros países. El mismo cinismo de quienes se llenan la boca hablando de paz y de amor mientras, al mismo tiempo, mantienen un plan de exterminio extrajudicial en los barrios populares de Caracas. El cinismo crudo de quienes disfrutan de la riqueza dolarizada, mientras las grandes mayorías están cada vez más hundidas en la pobreza… La ceremonia de solidaridad con Irán es otra cínica provocación para enfriar los problemas internos y situar el conflicto en el ámbito internacional. Esa sonrisita. Es la manera de mostrar que nada les importa. La forma de liquidar a la disidencia y de mirar hacia otro lado, preguntando con sorna: “¿Y qué? ¿Acaso me vas a mandar drones? ¿A qué no te atreves?”.

 

 

Podría pensarse que este 2020 ha empezado con otro de esos ejercicios donde la inteligencia cubana y el chavismo usan a Venezuela como si fuera su videojuego. Pero en realidad se trata de un episodio importante en la escalada del totalitarismo.

 

 

La Asamblea Nacional es la única institución, legítimamente elegida por el pueblo, que existe en el país. No controlarla le ha impedido al régimen de Maduro cerrar parte de las negociaciones internacionales que tiene con Rusia. No es casual que Rusia sea el único país que haya reconocido a Luis Parra como presidente de la AN. Todo es parte del mismo entramado. El chavismo pasó el año pasado apostando al desgaste de la oposición y ahora, apenas inició 2020, contraatacó, aprovechando además que la mayoría de la población —sometida a tratar de sobrevivir en medio de la crisis— se encuentra despolitizada.

 

 

La dirigencia de la oposición democrática está obligada a redefinirse, a desligarse de los tránsfugas y de los oportunistas, estableciendo una unidad que pelee por la defensa institucional y el establecimiento de las nuevas condiciones electorales. La acción internacional debe ir en la misma dirección: aumentar las presiones, exigir elecciones justas y libres. Es necesario rechazar de forma contundente esta cínica farsa que pretende acabar con la política en Venezuela.

 

 

Alberto Barrera Tyszka

 

 

El saboteo suicida de la oposición venezolana

Posted on: diciembre 10th, 2019 by Laura Espinoza No Comments

A principios de 2019, Juan Guaidó saltó de las sombras y se convirtió en una alternativa real para el regreso a la democracia en Venezuela. Fue una noticia trepidante que logró concentrar a su alrededor un nutrido y sólido respaldo internacional. Casi doce meses después, su liderazgo está cada vez más fragmentado, un escándalo de corrupción salpica a casi toda la dirigencia opositora, y el propio país —en medio de un contexto regional convulsionado— se ha ido apagando, incluso como noticia. ¿Cuál es la esperanza para Venezuela ahora? ¿Qué puede hacer la oposición después de un año con muchas promesas y pocos resultados?

 

En 2019, Venezuela tuvo, como nunca antes, un escenario tan favorable para un cambio político. El fracaso del modelo oficial y la aterradora crisis económica; el apoyo internacional —con sanciones concretas a altos funcionarios del régimen—; el surgimiento de un liderazgo nuevo, distinto, con otra imagen y otra retórica; un sustento legal propicio, anclado al fraude electoral que permitió que Nicolás Maduro prolongara su estancia en el poder en mayo del año pasado… El chavismo, por su parte, se dispuso a resistir implementando dos de sus políticas más eficaces: la violencia y la indolencia. La represión feroz y la total falta de sensibilidad ante la tragedia que vive la gran mayoría de la población. Nuevamente apostó al desgaste y confió en los recurrentes errores de sus adversarios.

 

 

Ya se sabe: es muy difícil ser de oposición en Venezuela. Implica tener a todo el Estado y las instituciones como enemigos. Los partidos políticos ni tienen ni pueden tener ningún tipo de financiamiento, la gran mayoría de sus dirigentes están en el exilio, en la cárcel, o viven perseguidos. El control hegemónico de los medios oficiales se dirige a invisibilizar o descalificar cualquier vocería o actividad que no muestre su fiel apoyo a “la revolución”. Pero, aparte de todo esto, además, no es fácil ser oposición en Venezuela porque sus propios representantes viven en una permanente guerra interna. No hay un liderazgo que pueda sobrevivir a ese circo de conspiraciones múltiples. La ambición personal y el oportunismo parecen ser ya una condición genética de buena parte de la dirigencia de la oposición en Venezuela. Hay egos tan duros que no se ablandan ni siquiera con la catástrofe que vive el país. Se trata, sin duda, de un saboteo suicida.

 

 

El tema de la corrupción debe también analizarse dentro de este contexto. Hace una semana, una investigación independiente del portal periodístico Armando.info reveló que al menos una decena de diputados de diferentes partidos de oposición estaban realizando acciones en favor de personas o empresas ligadas al gobierno de Maduro y sancionadas o investigadas internacionalmente por manejos irregulares y lavado de dinero.

 

No es la primera vez, ni será la última, que un funcionario público resulta implicado en un caso de corrupción o tráfico de influencias. Menos en Venezuela. Si algo define al chavismo es la corrupción. Ese es su modo de vida. Basta recordar un espantoso caso de la Productora y Distribuidora Venezolana de Alimentos (Pdval), cuando aparecieron cien mil toneladas de alimentos podridos y toda la dirigencia chavista, en bloque, impidió que se investigara y castigara a los responsables. Visto desde este presente de hambre y precariedad, resulta todavía más criminal. En el fondo, el chavismo goza de un récord incómodo: la revolución bolivariana, sin lugar a dudas, es la revolución más corrupta de la historia.

 

 

Que unos diputados de partidos de oposición sean unos charlatanes profesionales que, por debajo de su retórica contra el régimen de Maduro, hayan hecho tratos y sean sospechosos de haber recibido dinero para limpiar los ilícitos oficiales, es tan indignante y criminal como que unos banqueros ganen enormes fortunas ayudando y enseñando a los jerarcas del chavismo a lavar todo lo que han robado del tesoro público o que algunos empresarios, hijos de la burguesía caraqueña, se hayan vuelto multimillonarios estafando al país. Todo forma parte de una misma realidad, de un país sin ley y sin instituciones. Hablar de un Estado fallido es hablar de una sociedad que solo funciona a través de la corrupción.

 

 

Nada puede defender a estos diputados opositores de la sanción que merecen y del escarnio público. Su caso, lamentablemente, también alimentará las diatribas intestinas entre los diferentes sectores políticos y seguirá sumando puntos en la abultada desesperanza nacional. Es un combustible más en la explosiva dinámica de escaramuza interna en la que vive la dirigencia de la oposición. El futuro de la democracia no puede quedar suspendido entre los iluminados que han hecho del radicalismo su zona de confort, los extremistas que nunca hacen política y, por eso mismo, siempre tienen la razón; o los oportunistas que entienden la negociación como una transacción y la política como una operación comercial.

 

El general Alberto Müller Rojas, jefe del comando electoral de Hugo Chávez en los comicios de 1998, señaló en una oportunidad que su trabajo había sido “fácil”. El triunfo —decía— se produjo “más por la gran cantidad de errores políticos que cometieron sus adversarios que por la calidad de nuestra campaña electoral, que fue relativamente desordenada”. Casi veinte años después, lo único que parece haber cambiado es el chavismo. Ya no improvisan. Dos décadas como gobierno han mejorado su falta de escrúpulos y su manejo perverso del poder. La oposición, sin embargo, sigue encontrándose con una piedra eterna, sigue tropezándose consigo misma.

 

 

Según las proyecciones de la ONU, para finales de este año la migración venezolana alcanzará la cifra de cinco millones de personas. De esta manera también migra la esperanza. Y la oposición también tiene una responsabilidad en todo esto. Su dirigencia no puede seguir repitiendo los mismos errores. Los chavistas seguirán jugando sus mismas cartas. Se mantienen en el poder gracias a la violencia mientras pretenden inventar una oposición “oficial”, a su medida. Pero internacionalmente están heridos, necesitan eliminar las sanciones económicas que los mantienen cercados. Esto parece ser lo único que podría empujarlos hacia una transición, obligarlos a aceptar unas elecciones libres y transparentes. Pero del otro lado, es imprescindible que haya una oposición unida y articulada, honesta y con altura política. El 2019 pasó y se está yendo como otra gran oportunidad perdida para los venezolanos. Lo que está en disputa no es ya el triunfo de un bloque sobre otro sino la existencia de todos. Por ahora, Venezuela solo es un país en vía de extinción.

 

 

Alberto Barrera Tyszka es escritor venezolano radicado en México. Su libro más reciente es la novela Mujeres que matan.

 

Publicado originalmente en The New York Times en español el 8 de diciembre de 2019

Latinoamérica: derecha, izquierda y melodrama

Posted on: noviembre 7th, 2019 by Laura Espinoza No Comments

Ante las recientes protestas que han sacudido a Chile, surgió con rapidez una corriente de pronunciamiento público a favor de las libertades y en contra de la represión. Varios escritores e intelectuales sumaron sus voces, en las redes sociales y a través de remitidos, para exigir que los militares no ocuparan las calles. Fue un mensaje de alerta dirigido directamente al gobierno de Sebastián Piñera, la activación de una vigilancia internacional en contra de cualquier intento de ejercicio de fuerza por parte del poder.

 

 

Este tipo de respuesta inmediata es excelente y necesaria, pero, también, destapa de manera involuntaria algunas preguntas: ¿por qué, ante otros acontecimientos similares en nuestro continente, no hubo la misma instantánea reacción? ¿Es acaso distinta la violencia que puede ejercer el gobierno de Chile a la violencia que han ejercido, en estos mismos años, los gobiernos de Venezuela o de Nicaragua? Es llamativo que entre nosotros siga funcionando la idea de la izquierda y de la derecha como doctrinas absolutas, como argumentos tajantes capaces de condenar o de legitimar indistintamente un mismo hecho.

 

 

En una Latinoamérica cada vez más diversa y complicada, hay también una polarización creciente, empeñada en que el antagonismo entre la izquierda y la derecha sea una ecuación mágico-religiosa. Creo que este funcionamiento se debe a que, precisamente, han ido perdiendo su condición de ideologías. Su contenido esencial es la emoción. Se desarrollan como identidades afectivas, sin posibilidad de discernimiento. Existen para luchar contra el mal. Y así terminan desfigurándose. Pierden incluso su capacidad narrativa. Solo son melodramas.

 

 

Sostiene Rafael Rojas que la Guerra Fría sigue siendo una “reserva simbólica inagotable” en la América Latina del siglo XXI. Pero —como también señala asertivamente el académico cubano— estos “imaginarios” adquieren formas cada vez más simples. La polarización ha ido reduciendo cualquier debate a la mínima dimensión de un espectáculo. El absurdo de Jair Bolsonaro, quien decide no felicitar al presidente electo de Argentina, Alberto Fernández, y desconoce así a la democracia legítima de un país, es tan patético como el cinismo de Nicolás Maduro, quien después de haber ordenado y dirigido una represión salvaje en contra del pueblo venezolano, denuncia la violación de los derechos humanos de los ciudadanos manifiestan en Chile. Ninguno de los dos encarna o expresa modelos políticos en pugna sino, por el contrario, ambos representan la perversión y la mediocridad de un proceso histórico que se ha quedado sin política.

 

 

A medida que las democracias de la región se vuelven cada vez más precarias, y que sus posibles escenarios de solución parecen cada vez más lejanos, el debate parece también ser cada vez más esquemático y emocional. La fórmula es simple y opera con la misma ciega eficacia en ambos bandos. Basta con invocar la pobreza y acusar al imperialismo estadounidense. Basta con invocar la libertad y acusar al castrocomunismo. A partir de la aceptación de estos presupuestos, no se requiere discernir más. Lo único que hace falta es fervor.

 

 

De pronto, comenzamos a ser una versión trágica del Superagente 86, aquella serie icónica creada por Mel Brooks que se burlaba de los estereotipos de la Guerra Fría. Pensar que el Grupo de Puebla —un grupo de líderes latinoamericanos de izquierda— es una eficiente mafia dedicada a la conspiración internacional y que el expresidente colombiano Álvaro Uribe es un paladín de las libertades puede ser cómodo, pero, sin duda, reduce la crisis actual a los estereotipos maniqueos de la Guerra Fría. No da cuenta de toda la enorme complejidad de nuestras realidades.

 

 

Y por supuesto que en esta enorme complejidad están también todos estos elementos. Está el imperialismo estadounidense y está también la eterna práctica expansionista y parasitaria de la Revolución cubana. Pero no son los únicos ejes que ordenan lo que sucede en el continente. No son los dogmas irrebatibles con los que solamente se puede analizar y entender lo que está ocurriendo. Menos aún en su versión más pobre, en el melodrama que exige creer que a la historia solo la mueven los villanos desgraciados o los héroes bondadosos. Esta simplificación general de la forma de mirar y de pensar lo real es otro síntoma más de nuestra fragilidad: ciudadanías sin discernimiento. Convidadas a ver y a vivir el poder como un asunto sentimental.

 

 

No deja de ser paradójico que todo esto, encima, siga teniendo la pretensión de ser un enfrentamiento ideológico. La propuesta de que estamos, nuevamente, en medio de la lucha entre dos modelos antagónicos solo es un ejercicio de distracción, una maniobra teatral para la supervivencia de algunas élites. El caso de Odebrecht —la constructora brasileña que pagó sobornos a decenas de gobiernos por todo el continente— debería ser suficiente para deshacer ese espejismo. Dice Martín Caparrós que “la corrupción es una ideología”. Es más que una actividad aislada y eventual. Responde a un plan articulado, a una noción de la política y de la riqueza. Supone una propia concepción del mundo y de la relación con los demás. En el fondo, detrás de la polarización, detrás de la efusión de revoluciones y contrarrevoluciones, Odebrecht es realmente el último gran proyecto ideológico de Latinoamérica. Un programa continental que convirtió la mordida en una definición más determinante que el socialismo o el neoliberarismo.

 

 

Lo que está en crisis es la política, tal y como la entendemos. Está en crisis la idea, los mecanismos y los procedimientos de la representación pública. Parece necesario reinventar los espacios y los flujos del poder; las formas de decidir, implementar y controlar al Estado y a las instituciones. En un tiempo signado por el fracaso de las élites, por las ansias de cambio, las protestas en Chile surgen como un imponderable, no tienen dirección política visible, no pueden ser capitalizadas por alguna fuerza u organización de forma inmediata.

 

 

La realidad vuelve a mostrar como siempre su complejidad y se hace imprescindible, también, empezar a debatir en otros términos. La solidaridad o la condena no puede depender automáticamente del espectáculo de la polarización. La ideología ya no puede ser un elemento determinante de las vindicaciones ciudadanas y de la defensa de los derechos humanos, sea Chile o Venezuela. El melodrama no conduce a nada. Solo es la fase superior del populismo.

 

 

Alberto Barrera Tyszka 

nytimes.com

El efecto Bachelet

Posted on: julio 14th, 2019 by Laura Espinoza No Comments

 

De todas las reacciones que el madurismo —nacional e internacional— lanzó en contra del informe de Michelle Bachelet, la más desconcertante fue la del gurú. Dos días después de que la alta comisionada para los Derechos Humanos de las Naciones Unidas presentara un demoledor reporte sobre la crítica situación de los derechos humanos en Venezuela, Nicolás Maduro apareció con Sri Sri Ravi Shankar en el Palacio de Miraflores, anunciando gozoso: “Estuvimos hablando sobre la necesidad de una nueva humanidad. […] Me habló de la necesidad de construir la unión nacional”. ¿Lo dice en serio o se está burlando? ¿En realidad piensa que algo así puede contrarrestar la investigación de la ONU? ¿En qué cree Nicolás Maduro?

 

 

Una de las consecuencias más contundentes del informe de Bachelet tiene que ver con el problema de la verdad en Venezuela. Con lo que —más a allá de la fe o de las especulaciones— ocurre en temas como la salud, la alimentación o la violencia en el país. El documento destaca cómo el gobierno ha impuesto una hegemonía comunicacional para aniquilar el periodismo independiente y esconder la realidad. Con información precisa, deja sin sustento a la narrativa oficial. Frente a la investigación de la ONU, la retórica chavista queda al desnudo. Se reduce a un balbuceo infantil, predecible. La mayoría de las reacciones oficiales se han centrado en señalar que se trata un informe “manipulado”, “falso”, “sesgado”, “cargado de mentiras”, “descontextualizado” sin aportar ningún dato concreto que pueda refutar lo que señala la investigación. Siguen un método viejo y conocido: no cuestionan lo que se dice, solo lo descalifican. Es más fácil decir que Bachelet es una marioneta del imperio que enfrentar la responsabilidad del Estado en más de 6?800 ejecuciones extrajudiciales.

 

 

Dos argumentos se repiten de manera insistente en casi todas las críticas. El primero es de carácter metodológico. Se trata de desautorizar el informe denunciando que, en gran parte, está basado en entrevistas realizadas fuera de Venezuela. Esto es cierto. Pero no desacredita ni deslegitima la investigación. Responde a una realidad específica y a las formas con que los organismos internacionales indagan y monitorean la realidad de los llamados “países cerrados”. Hasta marzo de 2019 el Estado venezolano no permitió la entrada de representantes de la ONU al país. No puede ahora, ese mismo Estado, denunciar la poca presencia de esa organización en su territorio. Este argumento, por otro lado, también ignora la enorme diáspora de venezolanos en el exterior. Hay un país real —más de 4 millones de personas— expulsado del mapa, con todo el derecho a dar testimonio de sus propios procesos.

 

El segundo argumento fundamental no ataca tampoco las denuncias concretas del informe. Se centra en tratar de establecer responsabilidades. El chavismo niega que todo lo que ocurre sea real pero, al mismo tiempo, denuncia que todo lo que ocurre es culpa la “guerra económica” en contra de “la revolución”. Es otra forma de mudar el debate, de esquivar la verdadera confrontación. La élite que domina Venezuela necesita desesperadamente que la palabra “bloqueo” aparezca en cualquier análisis. De eso depende su relato. Pero, por desgracia para ellos, la historia económica, las cifras y las estadísticas, ya no pueden sostener esa ficción. Como bien lo señala el informe, las sanciones de Estados Unidos agravan la ya terrible situación social venezolana, pero no son la causa fundamental de la crisis. Los responsables de la tragedia no son los enemigos externos. Están adentro y siguen gobernando al país.

 

 

En el año 2009, cuando era presidenta de Chile, Michelle Bachelet visitó a Fidel Castro y criticó el bloqueo estadounidense a Cuba. La polémica, en ese entonces, fue grande. Esa anécdota, y su propia historia personal, también influyó para que el sector más radical de la oposición venezolana la acusara —antes del informe— de ser cómplice del oficialismo, una camuflada agente de Maduro. Ahora, desde el otro bando, se ponen a la par y repiten la misma simpleza: la acusan de ser cómplice de los gringos, una camuflada agente de la CIA. No es un detalle menor del efecto Bachelet: ha evidenciado el absurdo de la narrativa chavista.

 

 

Dice Nicolás Maduro que los aportes de Sri Sri Ravi Shankar “vienen a fortalecer el proceso de diálogo y paz” en Venezuela. No importa mucho si él cree o no en eso. Importa que cada vez más gente, dentro y fuera del país, entienda que ese encuentro religioso solo es un disparate, una ceremonia que se desinfla hasta el ridículo. El informe Bachelet es un paso fundamental por restituir la noción de verdad con respecto a lo que sucede en Venezuela. Más de 6?800 ejecuciones extrajudiciales destruyen cualquier espejismo discursivo. Deja claro que la violencia, más que una amenaza extranjera, ahora es una cruda acción interna. El chavismo debe asumir que su relato ya no es verosímil, que su versión de lo real es insostenible. Debe entender que la comunidad internacional no va a cesar su vigilancia ni su presión. Debe aceptar que la negociación no es una forma de distracción. Que el diálogo no se da de manera aislada, en una comisión o en una isla. Que se trata más bien de un proceso permanente que toca todos los ámbitos, que exige cambios concretos. Que la fantasía de la revolución se agotó.

 

Alberto Barrera Tyszka
 

 New York Times en español