Nicolás Maduro y su máquina de matar

Posted on: junio 8th, 2019 by Laura Espinoza No Comments

Hace dos días se supo que el diputado Gilber Caro se encuentra en una prisión. Llevaba 35 días desaparecido. Un grupo de hombres no identificados llegaron al local de comida donde se encontraba y se lo llevaron detenido en la madrugada del viernes 26 de abril. Desde entonces, y a pesar de muchas denuncias y de grandes esfuerzos de sus familiares y abogados, no se sabía nada sobre él.

 

 

Parece una escena de las dictaduras militares que azotaron el sur del continente a mediados del siglo XX. Pero no. Por desgracia, es una situación bastante frecuente en la Venezuela actual. No en balde, Amnistía Internacional (AI) acaba de publicar un informe sobre los crímenes de lesa humanidad en Venezuela. Es la primera vez en la historia de América Latina que esta organización realiza un señalamiento de este tipo antes de que alguna corte haya dado un dictamen. Nicolás Maduro y su gobierno han transformado al Estado en un fábrica de abusos, torturas y muertes.

 

 

Hace unos días, en una entrevista televisiva, el fiscal general nombrado por el chavismo reconoció que Gilber Caro “está siendo investigado”. De esta manera, evidenció que el diputado había sido secuestrado y permanecía, de forma arbitraria y clandestina, retenido por algún organismo de seguridad policial o militar. Algo similar ocurre con Édgar Zambrano, a quien el gobierno acusa de haber participado en la fallida rebelión del 30 de abril. El parlamentario fue detenido el pasado 8 de mayo y, hasta la fecha, nadie sabe dónde está, en qué lugar ni en qué condiciones se encuentra. Ningún organismo ni ninguna institución se sienten en la obligación de informar o de ofrecer alguna explicación. La violación a los derechos humanos ya es parte de la normalidad oficial en Venezuela. El gobierno asume que su violencia es consustancial a su ejercicio del poder.

 

 

Los casos de persecución a la dirigencia política son cada vez más frecuentes y abarcan un amplio espectro de posibilidades, donde se puede incluir la extraña muerte del concejal Fernando Albán, cuyo cuerpo cayó desde el décimo piso de una cárcel del Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (Sebin). En general, en estos momentos, gran parte de la dirigencia opositora del país está inhabilitada o encarcelada, asilada en alguna embajada, tratando de escapar o exiliada en un país extranjero. Quienes, adentro y afuera, pretenden legitimar las acciones del gobierno y acusan de golpismo y terrorismo a estos líderes tan solo repiten el ejemplo señalado: en el fondo, se trata del mismo argumento que usaron Pinochet, Videla o Stroessner para reprimir y aniquilar ferozmente a quienes los adversaban.

 

 

Lo alarmante y aterrador es constatar que no se trata de casos aislados o de una práctica que se circunscribe únicamente al ámbito del liderazgo político. A medida que el gobierno de Nicolás Maduro se ha ido haciendo más frágil, se ha vuelto más paranoico, ha extendido sus sospechas, multiplicando sus arbitrariedades. No solo se acosa, se detiene o se encarcela a militares, a estudiantes, a líderes comunitarios, a periodistas, a dirigentes sindicales, a médicos que han aceptado donaciones o que han denunciado irregularidades en el servicio de salud pública… Hay también otros casos. Como forma de chantaje o extorsión, se procede contra familiares de personas buscadas por los aparatos de inteligencia chavista para obligarlas a entregarse. Desde hace un año está detenido un ciudadano que publicó la ruta aérea de un viaje que realizaría Nicolás Maduro dentro del país. También pasó por la cárcel, y por un largo proceso judicial, un joven que se burló en una red social del hijo de Maduro. Dos jóvenes se encuentran detenidos en celdas de la policía política por haber tenido un confuso altercado con el hijo del presidente del Tribunal Supremo de Justicia. Estamos ante una élite que solo se rige por la ley del más fuerte y que ya se ha acostumbrado a decidir fácilmente sobre la vida y la muerte de los otros.

 

 

Es imprescindible destacar en este contexto la actuación de las Fuerzas de Acciones Especiales (FAES), adscritas a la policía nacional, que desde el año 2016 se han visto comprometidas en múltiples acciones violentas, muchas de ellas en los barrios populares, con terribles saldos de personas heridas y asesinadas. Es un comando que ha sido catalogado como “grupo de exterminio” por algunas organizaciones de la sociedad civil y que, de manera permanente, aparece nombrado en los numerosos testimonios recogidos en el informe de Amnistía Internacional.

 

 

La conclusión de la investigación no deja lugar a dudas: “Las ejecuciones extrajudiciales selectivas, las muertes por uso excesivo de la fuerza, las detenciones arbitrarias y masivas, los posibles actos de encubrimiento, así como la falta de investigación de estos en enero de 2019, no fueron hechos azarosos. Por el contrario, formaron parte de un ataque conformado por múltiples actos de violencia, que estuvo previamente planeado y dirigido contra una población distinguible: aquellas personas opositoras o percibidas como tal por el gobierno”.

 

 

Amnistía Internacional establece que se trata de un patrón similar al que se puso en práctica contra de las protestas ciudadanas en 2014 y en 2017. La autoproclamada Revolución bolivariana se ha convertido en una máquina de matar. Frente a esto, AI propone la creación de una comisión internacional que investigue, con absoluta imparcialidad y transparencia, la situación de los derechos humanos en el país. Cualquier esfuerzo de cualquier nación extranjera destinado a lograr un acuerdo político y pacífico, no puede dejar de lado esta realidad. No puede haber diálogo o negociación mientras haya presos políticos, mientras se mantenga la persecución y la violencia en el país. Antes de iniciar una negociación, el gobierno de Maduro debe detener esta cotidiana y sostenida matanza en Venezuela.

 

 

Alberto Barrera Tyszka

Fuente: The New York Times.es

Los venezolanos estamos condenados a negociar  

Posted on: mayo 8th, 2019 by Laura Espinoza No Comments

Los venezolanos creemos que la improvisación es un método. Tal vez eso pueda explicar lo inexplicable: la fallida rebelión contra un Estado fallido que se produjo el pasado 30 de abril. A medida que pasan las horas, cada vez parece más difícil conocer realmente qué ocurrió. La ausencia de información y la falta de credibilidad en los diferentes actores implicados dejan al ciudadano común sin posibilidades de acercarse a la verdad. Más que datos ciertos, solo abundan las especulaciones. Como si, más que analizar la realidad, solo fuera posible imaginarla.

 

 

Quizás nunca se llegue a saber ciertamente ni qué pasó ni qué podría haber pasado esta semana con las fuerzas armadas en Venezuela. Esta opacidad, sin duda, es otro síntoma del enorme deterioro institucional del país. Pero lo ocurrido también demuestra, nuevamente, que ese vacío institucional no puede llenarse con violencia. Es otro recordatorio de que la democracia no se legitima con fusiles sino con votos.

 

 

Cuando apenas amanecía el martes 30 de abril en Caracas, apareció Juan Guaidó en las redes sociales anunciando “el cese definitivo del gobierno usurpador” y la activación de los militares para consolidar la llamada Operación Libertad. El líder de la oposición estaba rodeado de soldados y, tras él, en primera fila, destacaba Leopoldo López, un preso político emblemático del gobierno chavista que se encontraba bajo arresto domiciliario. El hecho de que López estuviera también ahí, libre, sobre un puente, en medio de soldados, parecía ser una parte fundamental de la noticia.

 

 

En algunas oportunidades de su mensaje, Guaidó habló en pasado. Como si, de alguna manera, ya lo importante hubiera ocurrido. Las imágenes que se transmitieron después le sumaron más confusión al momento. En rigor, no se encontraban dentro de una base militar. Tampoco había ningún alto oficial dando la cara y haciéndose responsable de la rebelión ni hubo información sobre algún alzamiento militar en otras regiones del país.

 

 

La transmisión desde el puente se fue convirtiendo rápidamente en un espectáculo cada vez más pobre: imágenes de Leopoldo López sonriendo y abrazando a algún amigo, como si celebrara algo que nadie podía entender. Juan Guaidó se difuminó y el escenario épico del amanecer empezó a transformarse en un espacio incomprensible, lleno de movimientos erráticos y sin voceros dispuestos a declarar. La llamada Operación Libertad no parecía ni siquiera una operación.

 

 

 

Sin embargo, la ausencia de los altos funcionarios del oficialismo hizo posible que se pensara que algo estaba ocurriendo. Nicolás Maduro desapareció completamente. Las hipótesis de las conspiraciones se sostienen en el silencio. Ese martes 30 de abril nadie dijo nada definitivo. Hubo alguna declaración de algún ministro, denunciando un intento desestabilizador de la oposición, pero nada más. Los discursos articulados empezaron a llegar los días posteriores, cuando la marea bajó y el panorama comenzó a aclararse. Pero durante el día crucial la mayoría de los actores quedaron en silencio. En suspenso. A la espera.

 

 

 

Ni siquiera los otros líderes de la oposición se manifestaron abiertamente. Tampoco lo hizo de forma decidida y en bloque la comunidad internacional. Ni todos los funcionarios del gobierno ni todos los altos jerarcas militares. Es posible pensar que, en el fondo, todos estaban contenidos, atentos, calculando. En una situación límite, se sintieron obligados a esperar de qué lado, finalmente, se inclinaba la balanza. Nadie deseaba arriesgarse sin saber el resultado. Todos querían tener alguna certeza de que están apostando al ganador.

 

 

A esta ausencia de las élites, hay que sumar también la censura oficial que controla medios de comunicación y bloquea redes y plataformas. Frente a esto, el chisme termina siendo la única fuente de información. Los ciudadanos, finalmente, estamos obligados a aceptar que solo tenemos el rumor como forma de conocer e interpretar la realidad. Que si Leopoldo López y Juan Guaidó actuaron en solitario, traicionando al resto de la oposición. Que si había un plan acordado con altos mandos militares para forzar la salida institucional de Maduro, pero que los rusos intervinieron antes y lo impidieron. Que si había una conspiración en marcha pero, al final, todo se abortó por culpa del afán protagónico de Leopoldo López. Que si había un acuerdo entre el Departamento de Estado estadounidense y varios dirigentes cercanos a Maduro. Que si los cubanos evitaron que los militares traicionaran a la revolución. Que si sí. Que si no. Que si Rusia, que si los chinos, que si Donald Trump. Que todo puede ser mentira, que todo puede ser verdad. Que nunca hubo nada y que casi hubo un golpe. Que la intervención viene y se va cada día. Que la Operación Libertad continúa pero de otra forma. Que estamos igual pero no tan igual que ayer. Seguiremos informando.

 

 

Como si se tratara de un desquite infantil, dos días después, también al amanecer, Nicolás Maduro apareció en una transmisión obligatoria para todos los canales, rodeado de los jefe militares que le juraban lealtad. Esa era su respuesta al llamado rebelde de Guaidó. Pero también tenía algo de espectáculo patético e incomprensible. Parecía un mensaje para el interior de la propia institución castrense.

 

 

Probablemente, en un balance temprano de lo ocurrido esta semana, nadie quede bien. Ni la dirigencia de la oposición ni la del oficialismo. Tampoco los líderes internacionales. Parecen todos una élite errática que se echa la culpa, unos a otros, sin demasiados argumentos ni lucidez. Sobran las palabras grandes. Los discursos se desinflan. La apelación a la libertad, a la patria, a la soberanía… parece fatua. Todo son solo errores de cálculo. La improvisación no sirve para gobernar. El chavismo lo ha demostrado. Tras veinte años en el poder solo han logrado un récord de corrupción y la destrucción total del país. Pero del otro lado pasa lo mismo: tampoco la improvisación sirve para derrocar dictaduras.

 

 

Venezuela está cada día más débil. Incluso como noticia. Lo ocurrido esta semana también lo demuestra. Hay un agotamiento generalizado que cada vez se contagia más, la fragilidad de todos los poderes es cada vez mayor. Es obvio que Maduro no puede confiar en quienes lo rodean. Es evidente que la unidad de la oposición está fracturada. Ninguno de los dos bandos tiene la capacidad de derrotar y someter al otro. Ni el chavismo puede gobernar ni la oposición puede quebrar internamente a la fuerza armada. Ni los cubanos van a salir voluntariamente del país ni Trump va a invadir militarmente a Venezuela. Se acabó el tiempo de las consignas radicales. Los venezolanos estamos condenados a negociar. El problema es cómo hacerlo, con quiénes, bajo qué condiciones.

 

 

 

Ante una crisis económica que se desborda y adquiere una dimensión cada vez más aterradora, las decisiones políticas son también cada vez más costosas y determinantes. No es el momento de improvisar, sino de diseñar y de acordar un salida institucional. Esta semana ha vuelto a quedar claro que la violencia, de ninguno de los lados, representa un verdadero desenlace. Mientras no haya elecciones limpias y confiables, tampoco habrá futuro para Venezuela.

 

 

 

Alberto Barrera Tyszka

nytimes.com/es

La verdad del chavismo está naufragando en Venezuela

Posted on: marzo 10th, 2019 by Laura Espinoza No Comments

Desde hace mucho, se han acostumbrado a enfrentar los problemas y a resolver los conflictos en el terreno del relato.  No importa lo que ocurra, luego siempre se puede armar un cuento. Disparan primero y ficcionalizan después. El departamento de control de daños del oficialismo es lo único que trabaja las 24 horas al día.  Pero sus creativos cada vez están peor. Ya no encuentran argumentos originales. Hace rato que están dedicados a los refritos.

 

 

 

¿Hasta cuándo creen que puede funcionar la historia de la inocente Revolución como una virgen, pura y casta, que queda amnésica, ciega, pobre, y nuevamente amnésica, mientras trata de defenderse de los ataques infames y despiadados de esos villanos ñaca ñaca que son el Imperialismo y la Oposición?  El oficialismo aún no ha entendido que las narrativas tampoco son eternas.

 

 

Esta semana, nuevamente, Jorge Rodríguez ha tenido que salir a dar la cara y a poner su lengua para tratar de producir un relato, medianamente verosímil, que pueda explicar el espantoso apagón que asfixia al país.  Aunque en algunos momentos, pareció estar un poco alterado, Rodríguez se aferró al libreto y trató incluso de brindar alguna de sus sonrisas sarcásticas que tanto éxito le han dado en el pasado. Sin embargo, no convenció. Algo falla en el espectáculo. Ya no es lo mismo. La verdad bolivariana está naufragando.

 

 

 

¿Hasta cuándo creen que puede funcionar la historia de la inocente Revolución como una virgen, pura y casta, que queda amnésica, ciega, pobre, mientras trata de defenderse de los ataques infames y despiadados de esos villanos ñaca ñaca?

 

 

Hasta la propia estructura discursiva es antigua, no sorprende. Rodríguez comenzó, como siempre, halagando al auditorio, felicitando al pueblo, felicitando a los militares, felicitando a los empleados de Corpoelec…Luego empezó el exceso de adjetivos y acusó a los enemigos habituales, aseguró que ya tenían pruebas y confesiones, después dio por descontado que ya todo estaba probado y confesado, repitió otra vez los insultos del caso y, no faltaba más, confirmó que muy pronto presentará todo esto ante los organismos internacionales. Se despidió hablando de independencia, de soberanía y de paz. Es un esquema retórico que los venezolanos conocemos de memoria. Creo que quizás hasta podríamos adivinar el segundo exacto en que el Ministro va a decir la palabra “psicópata”.  Ahora, en este país, lo único predecible son las declaraciones oficiales.

 

 

 

Rodríguez aparece ante nosotros como un detective furibundo que ya ha resuelto el caso: “Atacaron el Sistema Automatizado de Control (ARDA) en Guri, sistema que controla las máquinas de generación de energía eléctrica”.  Lo dice con la vehemencia de quien invoca una fórmula mágica. Como si para todo el mundo fuera clarísimo y natural ver a la represa de Guri convertida de pronto en un videojuego. Nada de lo demás existe. Ni las advertencias reiteradas de los especialistas, de los empleados, de los sindicatos del sector sobre el mal estado y la falta de mantenimiento de las instalaciones. Ni las denuncias sobre corrupción, ni las investigaciones presentadas por las AN, ni las propias promesas realizadas por el gobierno desde hace año. No. La realidad de pronto se concentra únicamente en un ataque digital, electromagnético, galáctico e interactivo, que representa “la agresión más brutal” que ha recibido el pueblo venezolano “en 200 años”.

 

 

 

Si el gobierno hubiera cumplido con su deber, si hubiera atendido la crisis, si no hubiera sido negligente y corrupto, nada de esto estaría pasando
Las pruebas que demuestran todo eso son los tuits de los supuestamente implicados. Eso es lo que, sagazmente, el detective llama “confesiones”.  Gracias a una minuciosa lectura, y a un lúcido análisis literario, Rodríguez ha podido resolver el misterio en tan poco tiempo. La profunda investigación que ha hecho para diagnosticar a Juan Guaidó como una “mente psicopática” es, sin duda, una joya del análisis semiológico y de la crítica literaria. Rodríguez convierte una metáfora en una evidencia criminal. Está demasiado desesperado por forzar palabras, por cumplir de cualquier forma con un relato pre establecido.

 

 

 

En el 2014 y en el 2016, la periodista Fabiola Zerpa publicó serios y excelentes trabajos de investigación periodística sobre la situación del sector eléctrico y sobre las probables y terribles consecuencias que podría traerle al país.  También César Bátiz realizó un excepcional y arriesgado trabajo sobre la empresa Derwick y sus nefastas relaciones con la energía eléctrica en Venezuela. Si el gobierno hubiera cumplido con su deber, si hubiera atendido la crisis, si no hubiera sido negligente y corrupto, nada de esto estaría pasando. Ahora la oscuridad, por desgracia, solo está haciendo más visible nuestra tragedia.

 

 

Alberto Barrera Tyszka

La tentación caníbal

Posted on: febrero 17th, 2019 by Laura Espinoza No Comments

 

 

Esto de ver a Nicolás Maduro acorralado y desarmado por el precio de un kilo de queso estambién una noticia. De pronto, ante los ojos de todos, quedó totalmente al descubierto. Él, que tanto invoca la “Venezuela de verdad”, no tiene ni la más remota idea de cuánto cuesta traer un trozo de queso a la casa. Cuando trató de reaccionar, fue peor, se desnudó todavía más: se mostró berrinchudo, autoritario, queriendo decidir qué información puede o no puede interesarle a la audiencia de la BBC. Igual le pasó a Delcy Rodríguez. Pero sin necesidad de preguntas ni de periodistas. Ella solita se lanzó al vacío afirmando que la ayuda humanitaria es una caravana de “armas biológicas”.  Y lo mismo podría decirse de Freddy Bernal con su numerito sobre la carne entre los dientes…No saben qué decir, están desconcertados, se mueven a destiempo y sin puntería. La sala situacional está espichada. La democracia los tiene locos.

 

 

Nunca antes, en estas dos décadas, la élite del oficialismo había aparecido ante el país tan errática y dispersa, con una retórica tan desarticulada, haciendo tan evidentes sus mentiras.  Todo esto, que sin duda es extraordinario, puede sin embargo crear un espejismo de victoria. Maduro y su gobierno jamás estuvieron tan mal, pero no están derrotados.  No se puede subestimar su capacidad de locura. Por eso mismo, ahora más que nunca, tanto la dirigencia como los distintos sectores de la oposición deben insistir y reforzar la unidad. Dentro de nuestro imaginario, el caos también se ha mudado de bando. Ahora reina en en el Palacio de Miraflores.

 

 

Desde sus orígenes, el oficialismo ha tenido una relación particular con el tiempo. Se formó en la espera. Se demoró veinte años, dentro de la institución militar, armando una conspiración. Es una escuela del disimulo, del engaño, y sabe planificar a largo plazo. La primera medida de Hugo Chávez, al ganar las elecciones, fue un acto simbólico: canceló la alternancia política. Impuso un nuevo sentido del tiempo público. Decretó que lo suyo era para siempre. Maduro y su casta todavía pretenen seguir viviendo en esa noción. Y la han alimentado definiendo que cualquier que pretenda cambiar este esquema de eternidad es alguien violento y de derecha. En palabras de la alcaldesa Erika Farías: “a Venezuela la gobernamos nosotros o no la gobierna nadie”.

 

 

Frente a esto, la impaciencia natural y genuina es uno de los grandes riesgos de la oposición. Aun ahora, cuando las fragilidades del oficialismo son tan obvias, vuelven a aparecer señales preocupantes que antentan contra la imprescindible unidad de todos los factores. Se trata del regreso de la tentación caníbal.  Es un ansia miope que, con sorprendente voracidad, se avalanza sobre miembros de la misma especie, tratando de devorarlos y produciendo desorden y desazón en la comunidad.  Es una tentación que, por momentos, parece coquetear con cierto modelo de pureza. Hay quienes se creen ideológicamente castos, límpidamente liberales. Se piensan a sí mismos como guardianes de una identidad pulcra y, desde ese virtuosismo, salen en cruzadas a perseguir y a cazar impíos. No toleran ni las negociaciones ni los conciertos. Creen que no ha llegado el momento de la democracia sino el momento de la expiación.

 

 

Devorar al compañero

 

Otra variable de la tentación caníbal supone que el otro, más que un compañero de batalla, es sobre todo un posible competidor, un próximo rival. Al liquidarlo y devorarlo, se le saca del camino y, de alguna manera, también se adquiere su poder. Volverse fuerte destruyendo al semejante puede ser muy atractivo pero sin duda es, además, una técnica infalible para boicotear cualquier unidad. El país se encuentra en un momento crítico. Estamos en el borde, en la única orilla que nos queda. No se trata de retórica. Estas palabras también se pueden pronunciar con balas, con heridas, con niños desnutridos, con presos…  Es la hora de sumar. Quien no suma, sabotea.

 

 

El futuro es impuro. Necesariamente. Como lo es nuestro país. Toda la lucha inmensa, con el aporte de gente muy diferente desde muy distintos espacios, es por volver a democracia, no por volver al pasado. Hay que salirse del discurso oficialista que supone que esto solo es un movimiento restaurador. No es así. Por suerte para todos, lo que ocurre es mucho más complejo y menos inmaculado. Es necesario vencer la tentación caníbal y trabajar alrededor del liderazgo de Juan Guaidó, desde y para la unidad. Hasta nuevo aviso, en Venezuela, no hay candidatos presidenciales ni ministerios vacantes. No estamos aquí para repartir el futuro sino para lograr que el futuro exista.

 

 

 

Alberto Barrera Tyszka

New YorK Times

La democracia según López Obrador

Posted on: noviembre 23rd, 2018 by Laura Espinoza No Comments

 

 

 

CIUDAD DE MÉXICO — La polarización es un método eficaz para la consolidación de los caudillos modernos. Los medios de comunicación y las redes sociales se convierten en plataformas inflamables, en extraordinarios combustibles para alimentar a quienes veneran y a quienes odian al líder. Más allá de la pasión narcisista, un ejercicio de repolarización constante permite suprimir los debates y promover la idea de que solo hay un único núcleo, todopoderoso y omnipresente, en la sociedad. Pero, al igual que el carisma, el poder no reside solamente en una persona o en un espacio. El poder es un vínculo, una relación.

 

 

Aunque todavía no se ha juramentado, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) ya ha demostrado que no le gustan algunas reglas del juego, que el sistema que le permitió llegar a la presidencia no es suficientemente bueno. En el transcurso de estos meses, ha comenzado a asomarse lo que podría ser un nuevo Estado, con distintas maneras de participación, con otros procedimientos y con otras ceremonias. En el centro de todo está AMLO, como un eje que polariza cada vez más al país. Su idea de democracia es otra cosa. Es un asunto personal.

 

 

Todo populismo es un encantamiento. Por eso mismo, se trata de una experiencia tan tentadora como peligrosa. Supone que el hechizo del carisma puede sustituir a las formas. A medida que se acerca el 1 de diciembre, México parece hundirse más en una marea de este tipo. Es un proceso que puede detallarse con claridad en algunas de las recientes polémicas que tienen como centro al próximo presidente.

 

La sorpresa de las mujeres de La Paz

 

 

En el caso de la consulta popular sobre el nuevo aeropuerto, ante las críticas de diversos sectores de la sociedad, ante la denuncia de la ausencia de un organismo independiente que funcione como árbitro de la elección, ante el cuestionamiento de la manera sesgada en que se organizó la votación, la respuesta de AMLO fue AMLO mismo. Frente a cualquier debate o invitación al discernimiento, el poder propone un argumento emotivo: la fe, la lealtad. “Nosotros no somos corruptos, nunca hemos hecho un fraude, tenemos autoridad moral”, dice López Obrador. Como si la sola presencia fuera una garantía insuperable. En el fondo, es una versión melodramática de la política: el corazón vale más que las instituciones.

 

 

Lo mismo podría señalarse con respecto al caso de los “superdelegados”, su plan para designar a coordinadores en cada estado y supervisar los programas de desarrollo. Visto desde una óptica no partidaria, se trata de la conformación de una suerte de Estado paralelo: la creación de un cuerpo de funcionarios que mantienen relación directa con el jefe de Estado y se encargarán de actividades de desarrollo en el mismo territorio que los gobernadores que fueron elegidos democráticamente. Todos estos nuevos delegados son miembros del partido político de AMLO, Morena, o forman parte de su entorno cercano. Pero AMLO dice que no, que no está creando dualidades ni poderes alternos. Y para demostrarlo acude a la devoción, ofrece un razonamiento inapelable: la humildad. Los superdelegados, dijo, van a trabajar “sin protagonismos, con humildad. ¿Qué es el poder? El poder es humildad”.

 

 

Es la misma lógica mágica que empuja la certeza de que la simple llegada de AMLO al poder acabará con la corrupción en el país. O la devoción ciega, capaz de defender que un presidente, cualquier presidente, pueda tener mando directo sobre una nueva fuerza militar y policial de cincuenta mil elementos. Remplazar la institucionalidad por una personalidad conlleva riesgos enormes. La sensatez y el poder ciudadanos pierden terreno. Por eso las señales de alarma se encienden, las histerias se disparan. Cuando hace unos días, en Yucatán, AMLO dijo: “Yo ya no me pertenezco, estoy al servicio de la nación”, por un momento podía pensarse que solo seguía un guion, que estaba queriendo terminar en alto un espectáculo, promoviendo él mismo ahora una asociación con Hugo Chávez, deseando ser percibido como una amenaza. Es una línea demasiado obvia y directa. Es, en cualquier caso, una fascinación ya conocida. AMLO puede aspirar a ser un Mesías Tropical. Pero no lo puede lograr solo. Necesita derrotar a la sociedad.

 

 

Ya se sabe cómo es la democracia según AMLO. También entonces es necesario que se comience a saber claramente cómo es la democracia según los ciudadanos, según aquellos que no votaron por él o que, incluso habiendo votado por él, quieren y buscan un cambio, no un salvador.

 

 

Para eso, es necesario desactivar el esquema polarizante. Hay que evitar que solo los radicales tomen las calles y el lenguaje, pero también hay que dejar de jugar a la defensiva, como si solo fuera posible pactar y someterse. Hay que salir de la rentabilidad mediática y emocional que refuerza al líder como único foco de la acción y de la decisión política. En un contexto de partidos políticos derrotados y sin legitimidad, es aun más urgente promover y desarrollar nuevos movimientos y espacios de liderazgo y de trabajo, no dedicados al rechazo irracional del líder, sino articulados a las luchas concretas de la población. El mejor enemigo del populismo es la política. El ejercicio real y plural de la política. Es el momento de demostrarle a AMLO que no es cierto, que realmente él solo se pertenece a sí mismo. Que a partir del 1 de diciembre tiene un nuevo trabajo y que la nación estará ahí para exigirle que lo haga bien. Para controlarlo.

 

 

 

Alberto Barrera Tyszka es escritor y colaborador regular de The New York Times en Español. Su novela más reciente es “Patria o muerte”.

Maduro: Un invitado incómodo

Posted on: noviembre 6th, 2018 by Laura Espinoza No Comments

El tiempo entre el triunfo electoral de Andrés Manuel López Obrador y el día en que, por fin, tome protesta como presidente de México es demasiado largo. Lo que fue una avasallante victoria se ha ido diluyendo. La Cuarta Transformación comienza a parecer más bien una decimosexta modificación. Por eso, supongo, el nuevo presidente necesita mantener en alto la polarización. Le conviene permanecer siempre bajo los focos mediáticos y en el centro de la discusión pública. Necesita hacer sentir que algo pasa, que no se ha dormido, que el cambio está en movimiento.

 

 

 

Por eso apuró una consulta inconsistente sobre el nuevo aeropuerto. Más que un acto democrático, la encuesta era una provocación. Por eso, tal vez, también parece disfrutar de las indignadas reacciones ante la invitación aNicolás Maduro a su toma de posesión el 1 de diciembre. “Somos amigos de todos los pueblos y de todos los gobiernos del mundo”, dice sonriendo.

 

 

 

Pero esa respuesta es una fórmula retórica. Suena bien pero puede ser muy contradictoria, incluso incoherente. A veces, proclamarse amigo de un gobierno implica convertirse en enemigo de su pueblo. Nicolás Maduro no cuenta con ninguna legitimidad internacional. Su popularidad, dentro y fuera del país, es también ínfima. Sin duda, se trata de un invitado incómodo, de una presencia irritante. Su asistencia a la toma de posesión obliga a un rápido estreno de López Obrador en el complejo y frágil equilibrio diplomático que vive la región. El nuevo gobierno puede defender el principio de la “no injerencia”, pero ¿cómo reacciona ante las fehacientes pruebas de corrupción y de violación a los derechos humanos que acorralan a Nicolás Maduro?

 

 

 

No se trata de una opinión personal. Tampoco es una conspiración del capitalismo internacional. Hay informes, datos concretos, confesiones… Si alguien representa en Venezuela a “las mafias del poder” es Nicolás Maduro.

 

 

 

El discurso de Maduro aprovecha la gramática de la izquierda, invoca a los pobres y ataca al imperialismo, pero detrás de su lengua hay una caja registradora que nunca se detiene. Está siendo investigado por el desfalco y blanqueo de 1200 millones de dólares a la empresa estatal petrolera. Un miembro directivo de Odebrecht lo denunció al señalar que recibió 35 millones de dólares para su campaña electoral. Su propios excompañeros de gobierno, todavía chavistas, exigen que responda ante el país por 350 mil millones de dólares desaparecidos en el vaho de muchas empresas fantasmas. Su gobierno está implicado en una trama de corrupción en una red de distribución de alimentos comprados en el exterior para ser supuestamente vendidos a precios solidarios a los pobres de Venezuela. Se trata de una estafa gigantesca, que supone una cifra de 5000 millones de dólares y que ha desatado la persecución oficial de los periodistas que investigan los hechos.

 

 

 

Y esto podría ser solo una pequeña muestra de todo el gran sistema de corrupción que se mueve detrás de su gobierno. Para cualquier mexicano, invitar a Maduro podría ser algo parecido a convidar a Javier Duarte a la inauguración presidencial. El exgobernador de Veracruz, actualmente en prisión, es el emblema de la corrupción y del descaro político en México, una imagen de la perversión del PRI en el manejo de los dineros públicos y en el ejercicio de la violencia. Eso, ya tal vez mucho más, es Nicolás Maduro en el Caribe.

 

 

 

Otro de los elementos importantes que problematiza la alianza entre AMLO y el gobierno de Venezuela tiene que ver con el respeto a los derechos humanos. Insisto: no se trata de un asunto de criterios íntimos, de elucubraciones sesgadas. Casi desde el comienzo de su gobierno, Nicolás Maduro ha desatado una guerra feroz desde el Estado en contra de sus ciudadanos. En Venezuela hay actualmente 232 presos políticos y 7495 personas sometidas a procesos judiciales, ligados a motivos políticos. Esto sin contar la cantidad de programas y medios de comunicación censurados o suprimidos, periodistas a quienes se les retiene el pasaporte, ciudadanos cuyos derechos son vulnerados por participar en protestas en contra del gobierno.

 

 

 

En términos de uso de fuerza contra la población, las estadísticas de Nicolás Maduro son sangrientas. Un informe de la OEA reseña que solo en las protestas del año 2017 se cuentan 163 muertos. Naciones Unidas, por su parte, ha pedido una investigación especial sobre los operativos de seguridad diseñados por el gobierno, en los que, según denuncias, ha habido 505 ejecuciones extraoficiales. A todo esto, habría que sumar el supuesto suicidio de un concejal opositor, detenido de forma ilegal, en una prisión de la policía política; así como el reciente testimonio de un joven, desterrado a España tras cuatro años de prisión, sobre las diferentes modalidades de tortura que padeció. Es evidente que no se trata de un caso aislado sino de una política de Estado. Si, en 1968, Nicolás Maduro hubiera sido presidente de México, tal vez la masacre de Tlatelolco se hubiera perpetrado de la misma manera. O peor.

 

 

 

Dice López Obrador que “México ya cambió”. Tiene una enorme fe en sí mismo. Como lo sostuvo también en su campaña electoral, piensa que su sola presencia puede tener un efecto mágico en el sistema, en la vida pública, en la condición humana. Lamentablemente, la historia demuestra que todo es mucho más complejo. Si algo, por ejemplo, contradice toda su prédica, es la presencia de Nicolás Maduro en el inicio de su mandato.

 

 

 

Maduro encarna toda la corrupción, el abuso y la represión que AMLO pretende combatir. Incluso para sus seguidores puede resultar una incongruencia monumental. La dicotomía entre la izquierda y la derecha se ha vuelto un sinsentido. La primera posverdad que hay que enfrentar es la ideología. Maduro no representa ninguna revolución popular y latinoamericanista. Representa un gobierno ilegal, corrupto y autoritario.

 

 

 

Ha señalado el historiador Rafael Rojas que “para emprender cualquier gestión diplomática mediadora, en relación con Venezuela, el rechazo al autoritarismo y a la violación de derechos humanos es una premisa insoslayable”. Ese es un gran desafío que tendrá el nuevo gobierno de México por delante. Estará obligado a participar en una crisis internacional sin establecer complicidades, sin traicionar sus propias promesas.

 

 

 

En estos momentos, no se puede ser amigo del pueblo de Venezuela y amigo del gobierno de Nicolás Maduro al mismo tiempo. Si AMLO quiere ser coherente con todo lo que ofreció en su campaña, si desea ser leal a sus votantes, no puede entonces establecer una alianza ciega con “la mafia del poder” que oprime al pueblo venezolano.

 

 

Alberto Barrera Tyszka

NYT

Los teodoristas

Posted on: noviembre 2nd, 2018 by Laura Espinoza No Comments

El teodorismo es una manera de admirar a un hombre auténtico, independiente y corajudo

 

El intelectual y opositor venezolano Teodoro Petkoff. LESLIE MAZOCH AP

 

 

Es de tarde y el sol está rebotando sobre el balcón del pequeño apartamento. Teodoro acaba de abrirnos la puerta, está muy sonreído. Ya no recuerdo por qué Ibsen Martínez y yo estamos ahí, a cuenta de qué hemos ido a verlo. Pero con cierto apremio nos hace pasar, nos dice que nos sentemos y nos muestra unas hojas de papel que tiene en sus manos. Es una tarea de escuela que ha escrito su nieta en París. Está orgullosísimo. Quiere leérnosla. Se sienta también él en un sillón, levanta sus lentes y nos pregunta si puede leerla en francés. Los dos decimos que mejor nos la traduzca. Teo desliza su mirada hacia las hojas, sonríe y masculla con una mezcla de sorna y de ternura:

 

 

Ahí donde algunos solo vivían o veían una prisión, Teodoro Petkoff también encontraba una oportunidad para aprender idiomas. Eso lo definía. Nunca estaba en calma. Siempre quería más. Siempre conseguía una nueva pregunta.

 

 

 

Teodoro solo podía entender la existencia desde la pasión, desde el movimiento. Fue un hombre llevado por la inquietud. Jamás huyó de las preguntas. Por el contrario, cada vez que pudo, fue a buscarlas, a desafiarlas. Se dejó interrogar por la realidad y, con honestidad y valentía, siempre fue irreductiblemente leal a esa búsqueda. Y siempre, además, estuvo dispuesto a asumir el gran riesgo de cambiar.

 

 

 

Fue miembro del Partido Comunista pero luego también denunció el totalitarismo soviético. Terminó vetado por la URSS y sin visa de los Estados Unidos. Fue un hombre de acción y de ideas. Protagonizó fugas espectaculares de cárceles militares y escribió libros memorables. Fue guerrillero en la década de los sesenta pero también, después, supo y pudo ser un demócrata radical, candidato a la presidencia, ministro, líder político. Fundó un partido al que renunció para no apoyar a Hugo Chávez. Se reinventó en el periodismo y, desde ese espacio, se convirtió en uno de los más grandes críticos del proyecto autoritario autoproclamado como la «revolución bolivariana». Su estilo directo, su manera de desnudar al poder, la naturalidad con la que planteaba el debate abierto y el cuestionamiento, su sencillez ante las ceremonias de cualquier élite…Terminaron convirtiéndolo en una referencia de integridad para varias generaciones y de lucidez intolerable para el gobierno. Teodoro Petkoff tenía la épica y la autoridad moral que al chavismo siempre le faltó. Nunca se lo perdonaron. Por eso lo persiguieron y lo acosaron hasta el último momento.

 

 

 

En medio de la anti política y del culto religioso a Chávez, Teodoro logró ser un líder enorme, sin partido y sin iglesia. Sin proponérselo, convocó a su alrededor entusiasmos personales profundos. Ser o no ser teodorista, no implicaba necesariamente estar de acuerdo con todo lo que Teodoro decía o proponía. Más que comprometer algunas líneas concretas de acción o de pensamiento, más que suscribir una línea ideológica particular, representaba apoyar una manera de estar en la vida pública del país; una forma de apostar por el debate abierto, por la transparencia, por decir y defender lo que se piensa, con honestidad, sin concesiones; una manera de seguir buscando siempre otras preguntas, de convertir la incomodidad en una práctica política.

 

 

 

El teodorismo es, también y sobre todo, una forma de afecto, una manera de admirar a un hombre entrañable, de una generosidad maravillosa y de una inteligencia desconcertante; un hombre auténtico, independiente y corajudo. Con quien tanto quisimos y a quien tanto extrañaremos.

 

 

 

EL PAÍS
ALBERTO BARRERA TYSZKA

Los náufragos de la revolución

Posted on: agosto 28th, 2018 by Laura Espinoza No Comments

 

 

Las imágenes se multiplican con aterradora velocidad. Cada día hay un reportaje nuevo, con distintos y difíciles testimonios. La tragedia ha dejado de ser solo venezolana. A cada momento, con cada paso, sus límites se extienden. ¿Cuántos kilómetros hay que caminar para llegar desde Venezuela a Colombia, a Ecuador o a Perú? ¿Cuánta desesperación hay que tener para emprender un viaje de ese tipo?

 

 

 

Según la Agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR), el actual éxodo venezolano es uno de los movimientos masivos de población más grandes en la historia de América Latina. ¿A dónde fue el famoso Plan de La Patria, ideado por Hugo Chávez, que anunciaba que en 2019 Venezuela debía ser una gran potencia económica? Lo que antes parecía un sueño pintoresco del país más rico de la región ahora parece una epidemia amenazante.

 

 

 

Durante muchos años, la llamada Revolución bolivariana hizo diplomacia con la billetera. Repartió dinero y negocios sucios por la región. Ahora los hijos de Bolívar no exportan dólares sino miseria. Ambos fenómenos, la corrupción y el éxodo masivo, están relacionados y no se pueden analizar de manera aislada. Son flujos distintos pero forman parte de un mismo viaje.

 

 

 

Las recientes decisiones de los gobiernos de Ecuador y Perú, intentando regularizar el tránsito de venezolanos por sus fronteras, así como los brotes de xenofobia que ocurrieron en Pacaraima en Brasil, encienden focos de preocupación pero también confirman que la región comienza a vivir las consecuencias de una crisis para la que no estaba preparada.

 

 

 

Se trata de un avasallante flujo migratorio que introduce nuevas variables de todo tipo, desde económicas hasta sanitarias y culturales, y produce cambios fundamentales en la ya frágil y compleja realidad latinoamericana. Basta un dato como ejemplo: el porcentaje de venezolanos que asisten a los centros médicos del estado fronterizo de Roraima, en Brasil, ha aumentado de 700 en 2014 a 50.000 en 2017. En los primeros tres meses de este año, ya se había atendido a 45.000. El problema ha alcanzado tal dimensión que ya no se trata solo de un asunto de solidaridad sino de capacidad. Los países vecinos han apoyado de manera generosa a los inmigrantes, pero cada vez tendrán menos posibilidades de ayudar sin ponerse ellos mismos en riesgo, sin terminar, de algún modo, afectados por la crisis.

 

 

 

Contextos de este tipo son fértiles para el surgimiento de la intolerancia y de la xenofobia. Ya se sabe: no es fácil ser inmigrante, menos aun para los venezolanos, quienes en general no habíamos tenido nunca esa experiencia. Nuestra idiosincrasia, más bien, acostumbró a nuestros vecinos a vernos como un país lleno de riquezas y oportunidades, dispuesto siempre a recibir a extranjeros. Estamos aprendiendo, de manera vertiginosa y abrupta, a ser otros. Y con frecuencia nos equivocamos. Todavía no hemos digerido bien que venimos de una fantasía que se ha hecho pedazos. Hay que ponderar también que no es fácil recibir un desembarco multitudinario de extranjeros de forma repentina. Se calcula que en la primera semana de agosto entraron diariamente a Ecuador más de 4000 venezolanos. Es una suma inmanejable. Una nueva emergencia para cualquier gobierno de la región.

 

 

 

Pero los náufragos de la Revolución bolivariana no están a la deriva por decisión propia. Fueron expulsados. Arrojados al mapa continental por un gobierno inescrupuloso que prefiere trasladar la crisis a sus vecinos antes que asumir sus responsabilidades. Los inmigrantes son víctimas no solo de una política equivocada, sino también de una élite que se ha enriquecido a costa de empobrecer al país, una élite corrupta que blanquea el dinero de la nación en diferentes lugares del mundo.

 

 

 

El gobierno venezolano ha rechazado cualquier intento de apoyo o de presión de la comunidad internacional. Su arrogancia y su crueldad han sido criminales. Basta recordar que, apenas hace un año, la hoy vicepresidenta Delcy Rodríguezaseguraba que “en Venezuela no hay hambre, en Venezuela hay voluntad. Aquí no hay crisis humanitaria, aquí hay amor”. Y también, un año antes, en la asamblea de la Organización de los Estados Americanos (OEA), ella misma aseguró, “con total responsabilidad”, que en el país no había “crisis humanitaria”.

 

 

 

El chavismo ha pasado años negando tercamente la realidad. Incluso la ha frivolizado. En medio de estadísticas salvajes de desnutrición y muerte, Nicolás Maduro se atrevió a bromear: “La dieta de Maduro te pone duro sin necesidad de viagra” dijo, jocosamente, en un acto público en 2016. Vistas desde hoy, todas esas declaraciones resultan todavía más groseras y brutales. Nada ha cambiado. Maduro hoy se burla de quienes salen a trabajar en el exterior limpiando pocetas (inodoros). Es un discurso que se enuncia desde la riqueza, desde aquel que considera que servir a otros es humillante. Así como banalizó el hambre, así también ahora trivializa la migración.

 

 

 

 

La comunidad internacional tiene que establecer una relación más directa entre la migración y la corrupción. Así como los países necesitan regular la entrada de extranjeros y proponen requisitos y exigen papeles, de la misma manera deberían comportarse frente a los capitales. Las naciones le piden más documentos a los refugiados que a los dólares. Son más estrictos con las víctimas que con sus verdugos.

 

 

 

Aunque ya se han dado pasos, tal vez sea necesario realizar un organizada y definitiva búsqueda de todo el dinero saqueado a Venezuela durante estos años. Esta semana, ante un tribunal de Miami, el banquero Matthias Krull aceptó haber lavado 1.200 millones de dólares para compañías dirigidas por el Estado venezolano. Esa solo es la pequeña punta de un inmenso iceberg.

 

 

 

La ONU ha advertido esta semana que se trata de la mayor crisis del hemisferio y que corre el riesgo de salirse de control. Promover la solidaridad y la tolerancia y desactivar la xenofobia son tareas urgentes. Pero también es necesario seguir presionando al gobierno en Venezuela y actuar de maneras más decisivas en contra de la migración de capitales, en contra de quienes, en buena medida, desde la gestión pública y desde la empresa privada, son también culpables del naufragio.

 

 

Alberto Barrera Tyszka

Fuente: https://www.nytimes.com/

Blog de Alberto Barrera Tyszka

Nicolás Maduro contra los drones asesinos

Posted on: agosto 14th, 2018 by Laura Espinoza No Comments

 

Antes hablaba con pajaritos, ahora lo persiguen artefactos voladores con material explosivo. Los días del presidente de Venezuela han cambiado mucho. El chavismo ha consolidado una sociedad brutalmente opaca donde, incluso, la palabra magnicidio necesita comillas. Lo ocurrido el 4 de agosto, cuando uno de los drones supuestamente destinados a atacar a Nicolás Maduro explotó en el aire, ha terminado envuelto por una marea de confusión generalizada.

 

 

 

Desde hace mucho, los venezolanos nos quedamos sin verdad, sin la posibilidad de acceder y aceptar una verdad confiable, capaz de convertirse en un bien común. Mucho ya se ha dicho y escrito sobre lo que ocurrió o no ocurrió o quizás pudo ocurrir ese sábado de la semana pasada en Caracas. Hay versiones para todos los gustos y ansiedades. Hay denuncias de conspiraciones de todo tipo y en todos los bandos. Abundan los expertos instantáneos. El periodismo serio y riguroso se ve obligado a convivir con el periodismo que se dedica a frivolizar las tragedias. Las versiones se multiplican, desdibujando cada vez más lo sucedido.

 

 

 

Lo realmente importante ya no es el atentado, o el supuesto atentado, sino lo que pasó después: la operación simbólica que intenta aprovechar una incierta amenaza de muerte para fundar un nuevo mito.

 

 

 

Escribo incierta porque, en rigor, aun si fuera real, más que una amenaza fue ensayo, un amago bastante fallido, un error que estalló lejos y antes de tiempo. De hecho, la amenaza es tan lejana que no existe, ni siquiera, un plano visual que muestre en conjunto la explosión y la tarima donde se encontraban Maduro y los otros altos representantes de su gobierno. La imagen del dron incendiándose en el aire siempre aparece aislada, flotando en cualquier cielo. Estas dos situaciones solo se ponen en relación a través de una narrativa articulada desde el poder. El peligro aparece en el discurso posterior, no en los hechos.

 

 

 

Ni siquiera los rostros de los amenazados expresan el apremio, la proximidad de un riesgo, de un impacto letal. El video no miente: hay desconcierto, perplejidad, un desorden que, por momentos, tiene algo de picaresca; hay incluso una sonrisita asomándose en el rostro de la primera dama, mientras el ministro de Defensa, al ver el caos, tan solo da un brinquito hacia atrás. La alarma está en otro lado. El peligro se fabrica en la retórica oficial. Al narrar ese momento, Nicolás Maduro pretende levantar una épica mayúscula, intenta darle al suceso una dimensión colosal, titánica.

 

 

 

Ni Ronald Reagan, quien además había sido actor de Hollywood, trató de realizar un performance como este después de sufrir un atentado en 1981. Al entonces presidente de Estados Unidos le dispararon seis veces: hirieron a tres de sus hombres y a él le dejaron una bala en un pulmón. Pero ni siquiera con eso Reagan salió luego en la televisión a decir frases parecidas a las que ha pronunciado Maduro.

 

 

 

 

“Le vi la cara a la muerte. Vi a la muerte al frente mío y le dije: ‘No me ha llegado la hora’. ‘Vete de aquí, muerte’”, dice que dijo después de que, a 70 metros de distancia, vio que el dron se deshacía como una bomba de humo. Maduro intenta construir su propia heroicidad. Imita la secuencia del Chávez enfermo, en mitad de una misa, hablándole directamente a Dios.

 

 

 

Se presenta como un guerrero feroz sobre la tarima, atento y preocupado por sus compañeros, enfrentando valientemente un salvaje ataque terrorista. Distribuye sin pudor un exceso de adjetivos y repite demasiadas veces que se salvó de milagro. Luego recalca que querían matarnos a todos, que trataron de asesinar al país, que buscaban aniquilar la democracia. Es un procedimiento que trata de combatir el inmenso rechazo que tiene la población hacia la figura del mandatario. Es un intento por presentar a Maduro no como verdugo sino como víctima, como símbolo plural de un país abatido por la crisis.

 

 

 

 

Estamos ante una maniobra calculada y ejecutada con mucha precisión. Después del sábado 4 de agosto, hubo otro atentado, un golpe simbólico desarrollado con bastante eficacia. Nicolás Maduro apareció, en cadena nacional, sentado solo junto a una mesa moderna y amplia. Tras él, se alzaba un enorme retrato de Simón Bolívar. Pero la imagen de Hugo Chávez no estaba por ningún lado. Fue expulsada de la clásica iconografía que ha dominado todos estos años los espacios de poder en Venezuela. Por primera vez, el Comandante no estaba simbólicamente presente. Lo habían desaparecido. Lo bajaron del altar.

 

 

 

No solo fue un efecto visual. También fue sacado de la historia. Desde el comienzo de su alocución, Maduro dejó claro que él era el único centro del relato. Estableció que jamás los venezolanos habíamos dirimido nuestras diferencias políticas con intentos de magnicidios. Realizó un breve recuento de los pocos ataques a presidentes en la reciente vida del país y, sin embargo, curiosamente, se saltó a Hugo Chávez. Por supuesto que habló del golpe de 2002, pero fue en términos generales, sin demasiada precisión a propósito de magnicidios. Tampoco mencionó cuando, en 2009, Chávez denunció que habían intentado asesinarlo.

 

 

 

Se presentó en la tv, aseguró que tenía pruebas, que sabían quiénes eran los culpables. Pero nada de esto apareció en el discurso de Maduro. La figura del “Comandante Eterno” también sufrió un atentado esta semana.

 

 

 

Nicolás Maduro está tratando de construir su propio mito. No solo aprovecha el suceso para satanizar a toda la oposición, para establecer en Colombia al enemigo externo, para tratar de presentarse ante el mundo como el defensor de la democracia, de la diversidad política y de la paz, sino que además también pretende consagrarse, comenzar a desarrollar un culto a su alrededor. “Mi vida les pertenece a cada uno de ustedes, compatriotas”, dice. “Todo lo que me quede de esta vida nueva, la daré por este país”.

 

 

 

 

Ahora Maduro también quiere ser mesías. Quiere disfrazar con himnos las estadísticas. El país vive en un devastador proceso de hiperinflación y, pese a la trágica escasez de alimentos y medicinas, su gobierno se ha negado a aceptar ayuda internacional. Diariamente, alrededor de cinco mil personas tratan de huir de Venezuela mientras, de todas las formas posibles, el chavismo sigue persiguiendo a cualquier adversario político. Ha ocupado las instituciones y ha adulterado los procesos democráticos. Ha militarizado la vida pública, reprimido y criminalizado las protestas populares. Ha detenido y torturado a ciudadanos inocentes. Nicolás Maduro y su gobierno son responsables de varias masacres ejecutadas por fuerzas de seguridad, así como de los más de 500 homicidios cometidos en las llamadas Operaciones de Liberación del Pueblo (OLP).

 

 

 

 

La película de Nicolás Maduro en contra de los drones asesinos tiene también su contraparte. La película de Juan Requesens, por ejemplo, acusado de estar involucrado en el supuesto magnicidio, detenido y secuestrado de forma ilegal por los cuerpos de inteligencia. Las imágenes donde se ve al joven diputado, casi desnudo y en situación denigrante, retratan de manera cruda la otra versión del país, el relato no oficial de un pueblo que vive en situación de atentado permanente, dominado y sometido por la fuerza del Estado.

 

 

 

Los venezolanos, dentro y fuera del país, debemos seguir haciendo visible esa otra historia, la que muestra a Nicolás Maduro, no como el héroe que sobrevive a un ataque delirante, sino como el autócrata que, cada día, hunde más a su país en la miseria, en la violencia y en el silencio.

 

 

 

Alberto Barrera Tyszka

 

 

Fuente: https://www.nytimes.com/es/2018/08/12/opinion-barrera-nicolas-maduro-dro…

La devaluación de Simón Bolívar

Posted on: julio 30th, 2018 by Laura Espinoza No Comments

 

 

Esta semana se cumplieron 235 años del nacimiento de Simón Bolívar. En Venezuela, no faltaron los homenajes oficiales, las palabras hinchadas y sonoras. El general Vladimir Padrino, ministro de Defensa, afirmó que “Bolívar está vivo en nosotros, en nuestra ideas. […] Hemos rescatado a Bolívar para hacer una nueva sociedad”. El presidente Nicolás Maduro no se quedó atrás: “Estamos del lado correcto de la historia, porque somos la historia, porque Bolívar es la historia”. Un día después, él mismo anunció que su gobierno había decidido eliminarle cinco ceros a la moneda que por supuesto también lleva el nombre del padre de la patria, al bolívar de todos los días, con el que a duras penas los venezolanos intentan sobrevivir.

 

 

 

El uso político del libertador no es nada nuevo en Venezuela. Historiadores importantes, como Germán Carrera Damas, Luis Castro Leiva o Elías Pino Iturrieta, entre otros, han escrito libros imprescindibles, dedicados a desentrañar la profunda relación religiosa que se ha establecido entre el país y su prócer. Se trata de una devoción que casi tiene dos siglos, que empezó a funcionar como un mito cohesionador, como un mecanismo simbólico que podía aglutinar a un país devastado por la guerra, pero que ahora puede funcionar de manera inversa, como la representación de la tragedia, de la destrucción. El mito de Bolívar como Padre de la Patria, que le dio unidad a una nación fragmentada, terminó siendo utilizado por Chávez para dividir al país y llevarlo de regreso a las ruinas.

 

 

 

La historia política de Venezuela podría ser revisada y analizada también como la cronología del uso y abuso del mito fundacional de la república. El bolivarianismo se transformó en una religión civil, destinada a legitimar y consagrar a los sacerdotes de turno. No hay gobernante, o aspirante a serlo, que no intente establecer algún tipo de relación utilitaria con el mito. Pero es con la llegada de Chávez, sin duda, cuando la invención de Bolívar alcanza su dimensión más aterradora, hasta llegar a convertirse en terrible instrumento de dominación y sometimiento.

 

 

 

Desde que trató de tomar el poder con las armas, en el fallido golpe militar de 1992, Hugo Chávez asoció su voz y sus acciones al Padre de la Patria. El 2 de marzo, apenas un mes después del alzamiento, declaró que “el líder auténtico de esta rebelión es el general Simón Bolívar”. Chávez nunca ocultó su ansia de posteridad y grandeza, su ambición por aprovechar la liturgia bolivariana para incorporarse a ella y desarrollar su propia sacralización. Desde el comienzo de su vida pública se presentó ante el país como el militar que llegaba, desde el fondo de la historia, a cumplir las promesas que Bolívar había dejado abiertas. El Chávez de la historia, en el fondo, siempre estuvo al servicio del Chávez de la fe.

 

 

 

Con la autoproclamada revolución, el bolivarianismo se convirtió en exceso delirante. Dejó de ser un adjetivo y se convirtió en un adverbio. Como señala José Pascual Mora-García, con el chavismo Bolívar deja “de ser una metáfora para convertirse en una metonimia. Bolívar ya no es un sueño a alcanzar, está al alcance de la mano; todo fue bautizado con el epónimo bolivariano: se marcha bolivarianamente, se come caraotas bolivarianas, y hasta la Carta Magna, devenida en nuevo catecismo de la patria es bolivariana”. El culto al libertador deja de ser un elemento unificador y pasa a ser su contrario, un instrumento de la segregación. Lo bolivariano es un nuevo modo de pureza, una virtud que solo tienen aquellos que aceptan ciegamente el poder establecido. Lo diferente, lo diverso, lo independiente es por contraste la antihistoria, la antipatria. El chavismo inauguró un proceso que esconde un riesgo fundamental: la triviliazación del mito. La bolivarianización de la estupidez, de la mediocridad, de la delincuencia.

 

 

 

Todo se volvió bolivariano y ahora todo es un desastre. La calificación con la que el gobierno venezolano pretendía refundar la historia es hoy una vergüenza, la forma de nombrar un cataclismo. Ya no hay bonanza petrolera ni sueños de expansión. Ya el chavismo no grita la consigna “¡Alerta! ¡Alerta que camina / la espada de Bolívar por América Latina!”; ahora son los propios venezolanos, desesperados y hambrientos, quienes huyen del supuesto paraíso que supuestamente creó el supuesto sucesor de Simón Bolívar.

 

 

 

No hay manera ya de escapar de esa marca. Desde el 2007, el chavismo le ha quitado ocho ceros a la moneda. Es un maquillaje inútil para tratar de disfrazar el fracaso de un modelo, la bolivariana hiperinflación que ya sacude al país. Tan bolivariana como la corrupción que, según las denuncias, alcanza miles de millones de dólares. Tan bolivariana, también, como la destrucción de la empresa petrolera y de todo el sistema productivo del país. Tan bolivariana como la represión y la censura. Tan bolivariana, por desgracia, como la muerte de venezolanos a causa de la desnutrición o de la escasez de insumos clínicos.

 

 

 

En las primera páginas de su libro ¿Por qué no soy bolivariano?, el historiador Manuel Caballero propone una primera respuesta que casi parece un juego de palabras: “No soy bolivariano por la misma razón que no soy antibolivariano”. Porque no es necesario. Porque no hace falta. Caballero acude al sentido común para tratar de desactivar ese primer territorio, irracional y sensible, donde se alimenta la devoción ciega, la fe en los mesías que llevan uniforme y montan a caballo.

 

 

 

Hugo Chávez aprovechó el bolivarianismo para resucitar una de las peores tradiciones de la historia venezolana: el caudillismo militar. Llevó al país de regreso a lo peor del pasado. En todos los sentidos. Hoy los soldados ganan más que los educadores y que los médicos y las enfermeras. Los militares controlan la economía y la gestión pública. Tiene razón el ministro Vladimir Padrino cuando señala que han rescatado a Bolívar para crear una nueva sociedad. Una sociedad excluyente y autoritaria, donde ellos gozan de todos los privilegios y no le rinden cuentas a nadie.

 

 

 

La devaluación de Simón Bolívar también es una obra del chavismo. El mito se devalúa a la misma velocidad que se devalúa la moneda y la calidad de vida de los venezolanos. Esa es también una de las batallas del presente y del futuro. Repensar la historia. Recuperar la condición civil de la república. Pensar y ejercer de nuevo la política en términos ciudadanos. Volver a entender, a más de doscientos años del nacimiento de Bolívar, que no se necesita de un general o de una religión para ser un país.

 

 

 

Alberto Barrera Tyszka es escritor y colaborador regular de The New York Times en Español. Su novela más reciente es “Patria o muerte”.

 

 

 

Alberto Barrera Tyszka

The New York Times