La Mesa de Unidad Democrática, alias MUD, cumplió, hasta las elecciones del 8 de diciembre, un rol que no puede menospreciarse. Lograr la hazaña (es el término que cabe), de unificar a la oposición, adelantada por los partidos políticos que la integran, constituye su acierto más importante en estos tres lustros que llevamos bajo el régimen chavista.
Esa unidad es la que nos ha traído hasta donde estamos parados hoy: con una organización política que ha equiparado su fuerza con la de su adversario oficialista. El país está dividido prácticamente en dos mitades. Ninguna de las cuales puede imponer a la otra su visión del mundo, de la política y de las cosas en general. En este sentido, la división no es cosa de que haya que regocijarse, pero, sin duda que una división civilizada, desde luego y en dos mitades, es preferible a la hegemonía, así no sea brutal, de un solo sector político.
La sobrevivencia a trancas y barrancas de la democracia en este país debe mucho precisamente a la existencia de una oposición que se las ha arreglado para no sacar la confrontación y la diferencia de pareceres con el oficialismo del cauce democrático, que es el deseable y conveniente.
Ha peleado en ese terreno y lo ha hecho bien.
Pero ahora, al menos por este año, la MUD tiene planteado un reto un poco diferente. Hasta ahora, debido a la seguidilla de procesos electorales, la MUD se ha movido básicamente en este escenario, en un incesante proceso de avance y expansión, como ya señalamos anteriormente.
Ahora le toca, precisamente, para consolidarse y sentar las bases irreversibles para su avance y progreso ulteriores (y para entrar al 2015, nuevamente electoral, con fuerzas renovadas), emplear este año 2014, libre de elecciones, en abordar el escenario social. Este país está preñado de conflictividad, que se expresa diariamente, en todos los órdenes de la vida. La MUD, comprometida esencialmente con las batallas electorales, se vio, por así decir, impedida de ocuparse de los problemas y conflictos de la cotidianidad nacional. Lo cual, por cierto, dio al gobierno una apreciable ventaja, al no contar con una oposición activa en ese terreno.
Existe una visible conflictividad espontánea, debida a una situación social muy lastimada por sus propias circunstancias y, naturalmente, por la mediocridad del gobierno y su incapacidad para hacer frente con propiedad a los desafíos que derivan de aquella situación social. La buena noticia es que la gente no necesita de la espuela política para coger la calle. Lo hace por su cuenta y con un notable sentido de organización y de las proporciones, sin ceder a la tentación extremista.
La mala noticia es que las fuerzas políticas de la oposición no han sabido o no han podido, exigidas como han estado por lo electoral acompañar las luchas del pueblo. No sustituirlas ni «controlarlas» sino, sencillamente, tomar nota de ellas y saber estar a su lado en sus protestas y reclamos. El año que corre es bueno para la revisión, la autocrítica y la aproximación a la inconformidad que recorre el país.
Editorial del Tal Cual