El argentino carga con el Barça y consuela a los azulgrana con su 29º título de Copa frente a un encomiable Alavés despedido con honores por su gente
La Copa fue para el mejor: Leo Messi. Demasiado para un Alavés muy meritorio, capaz de debatir con el Barça, no con el reinado del argentino en el 29º título para los azulgrana. Asunto no mayor para un equipo para el que una sola Copa no puede ser un do de pecho, pero estababa obligado. Para el grupo vitoriano el broche lo puso su gente al grito unánime de campeones. Hay perdedores para la historia. Es el caso de este Alavés de sello glorioso.
Mientras no medió Messi en el juego no fue un partido demasiado vistoso. Entre cada capítulo de Leo, mucho resbalón, mucha pifia, alguna gresca, paliques de unos con otros, tajo de los sanitarios con Mascherano y Marcos Llorente… El fútbol en sí quedó a pies del astro argentino: goleador, asistente y epicentro absoluto de este Barça que ha perdido encanto colectivo y se ha subido a hombros del diez. Ausente Suárez, la pandilla de La Pulga se redujo a Neymar, muy agitador.
Se plantó el Alavés con tres centrales y un pelotón de centuriones, todos con colmillo en cada asalto, todos muy cerca de Pacheco, su guardián de portería. Con la forticada, Mauricio Pellegrino asumió su condición inferior al tiempo que quiso explotar su mejor veta, el hueso defensivo que ha mostrado el conjunto vasco durante el curso. Persiana abajo y a la espera de un verso suelto. Lo primero, negar al adversario; luego, ya se verá. Cuando Messi invadió el rancho el encomiable equipo vitoriano saltó por los aires.
Quedan migas de aquel Barça que disfrutaba con una nana permanente a la pelota. Hoy le gusta correr a campo abierto, lo que no le permitió el Alavés, bien cuadrado en la retaguardia, con Marcos Llorente, estupendo al quite y de buen peritaje con el balón, y Manu García como dique por delante. Pero no hay barreras para Messi. A partir de un pique con el capitán blanquiazul —con el que tertulió de lo lindo todo el primer acto—, el argentino cogió marcha. Primero con dos diagonales de autor para Jordi Alba y Alcácer. Más tarde tiró de su infinito repertorio y su inmensa chistera.
Un choque de cabezas entre Llorente y Mascherano puso un paréntesis al juego. El alavesista acabó con un apósito y el azulgrana rumbo a la enfermería en una camilla. André Gomes tomó su sitio en el lateral derecho, un puesto maldito en este Barça mal cosido desde el inicio de la temporada. Para su suerte, esta vez no fue el peor André Gomes. Como volante le cuesta hilar rápido con los pies y con la mente. Por el carril, con espacios más largos, su potencia le da otro gancho.
A la espera del momento Messi, el Alavés, el que más agazapado estaba, tuvo su instante. Una errata de Piqué precedió a otra aún más gruesa de Cillessen. Se hizo un nudo con un disparo de Ibai y la pelota hizo carambola en un poste y casi en el otro. Casi de inmediato, Messi al rescate. Tras una pared con Neymar, La Pulga dio un pase a la red con esa zurda clínica que le encumbra. En los últimos 67 años nadie había marcado en cuatro finales coperas. A nadie le extrañará en los próximos 67 que fuera este genio que lleva 26 goles en 25 finales.
Si el tanto de Leo fue con bota de seda, el de Theo tres minutos después fue dinamitero. El madridismo se hizo idea de lo que ha fichado. Un futbolista con turbo y una izquierda demoledora. La ejecución de una falta en el vértice izquierdo del área barcelonista resultó atronadora para Cillessen, en vuelo inútil hacia la escuadra de su derecha. Un golazo para mantener en vilo en sueño blanquiazul. A un paso del descanso tenía el duelo anhelado, igualado y solo un tiempo por delante. Pero ante gente como Neymar y Messi, más allá de las bienaventuranzas corales, los minutos se hacen eternos. Casi en el último suspiro del primer acto se quebró el partido. Neymar se afilió con Messi, que derivó hacia André Gomes, cuyo servicio embocó el brasileño a un dedo de la raya de gol y al límite del fuera de juego. El Alavés todavía no había tenido tiempo para deprimirse cuando Alcácer le sacó la cadena por tercera vez. Por supuesto, previa maniobra messiánica. Con Messi en mayúscula, el Barça cerró el primer trecho con la Copa muy a la vista.
No hubo bandera blanca de los blanquiazules, aupados por una hinchada incondicional e irreductible. Tras el intermedio, ya sin otro remedio posible, el equipo se descamisó cuanto pudo. un acto de fe extraordinario frente a una aventura colosal. Curiosamente, pese a los mayores riesgos del rival y, por tanto, más aire para ir a la contra, el Barça ya no encontró la red de Pacheco. Tampoco tuvo el gobierno absoluto, pero le alcanzó para tramitar el encuentro hasta subir al trono. Messi ya se había encargado de poner la Copa a sus pies en una jornada que el Alavés no olvidará jamás. Sí, también hay derrotas inolvidables. Como hay victorias que no consuelan del todo, como la de este Barça destinado a cotas mayores.
El Paìs