Luis Ugalde S.J. :Judíos y cristianos en Roma y Jerusalén

Luis Ugalde S.J. :Judíos y cristianos en Roma y Jerusalén

El 27 de enero se conmemora el Día Internacional de las Víctimas del Holocausto. El papa Francisco con ese motivo recordó el “flagelo del antisemitismo”. “El horror del exterminio de millones de judíos y otras personas de diferentes credos durante esos años que nunca debe ser olvidado”, recalcó el Papa. En Venezuela el Espacio Anna Frank, organizó como todos los años un concurrido acto para mantener viva la memoria del Holocausto y para que nunca más pueda ocurrir semejante barbaridad.

En este año se cumplen 80 años de la liberación de Auschwitz donde la dignidad y la vida de millones judíos mayoritariamente y también decenas de miles de gitanos, de polacos, de religiosos católicos y de otras identidades fueron racistamente perseguidos. Coincide esta fecha con los 60 años (1965) de la Declaración del Concilio Vaticano II sobre la relación entre católicos y judíos. Quiero presentar un par de informaciones que nos ayudan a la mutua comprensión y aprecio.

El Concilio Vaticano II fue una Asamblea mundial de obispos, centrados en el autoexamen y renovación de la propia Iglesia. Me parece tan importante su revisión de la relación entre pueblo judío y cristianismo y sus efectos, que de haberse producido medio siglo antes hubieran sido distintos la historia contemporánea y la espantosa tragedia y crimen del Holocausto.

En la Declaración del Concilio sobre las Relaciones de la Iglesia con las Religiones no Cristianas ocupa un lugar especial el pueblo judío. Cito sus tres párrafos más importantes:

-“Al investigar el misterio de la Iglesia, este sagrado concilio recuerda el vínculo con que el pueblo del Nuevo Testamento está especialmente unido con la raza de Abraham”. (n. 4).

-Más adelante reconoce que la muerte de Jesús “no puede ser imputada, ni indistintamente a todos los judíos que entonces vivieron ni a los judíos de hoy…” (Ib. 4).

– Recalca que “la Iglesia reprueba cualquier persecución contra los hombres, consciente del patrimonio común con los judíos e impulsada no por razones políticas, sino por la religiosa caridad evangélica, deplora los odios, y persecuciones y manifestaciones de antisemitismo de cualquier tiempo y persona contra los judíos” (Ib. 4).

A este respecto conviene recordar que en las primeras décadas de la naciente Iglesia en Jerusalén sólo los judíos podían ser aceptados como cristianos. Como consta en Hechos de los Apóstoles, los discípulos  la muerte de Jesús no culpaban al pueblo judío de su muerte y defendían que solo los judíos podían ser cristianos y que estos debían seguir guardando prohibiciones religiosas judías. En Antioquía el primer papa Pedro seguía cumpliendo fielmente la ley judía y se resistía a comer comidas prohibidas por ella “De ningún modo Señor; nunca he probado un alimento profano o impuro”, dice (Hechos Apóstoles 10,14). Y también se negaba a bautizar al romano “capitán Cornelio, aunque reconocía que era “hombre honrado que venera a Dios, y apreciado por todo el pueblo judío” (H.10, 22). Sólo fuertemente movido por el Espíritu accedió a bautizarlo. Este bautizo de un pagano fue un gran escándalo para los demás cristianos que “enseñaban a los hermanos que si no se circuncidaban según el rito de Moisés, no podían salvarse” (Hechos 15,1).

Pedro tuvo que subir a Jerusalén a justificarse y responder a las acusaciones. Y “los judíos convertidos discutían con él diciendo que había entrado en casa de incircuncisos y había comido con ellos” (H.11, 3). A causa de este gran conflicto cristianos de Jerusalén, Antioquía, Siria… reunieron el primer concilio católico de Jerusalén, Pedro les informó que bautizó a un gentil movido por el Espíritu a pesar de su resistencia y que cayó en la cuenta de “que Dios no hace diferencia entre personas sino que acepta a quien lo respeta y practica la justicia, de cualquier nación que sea” (Hechos10,34-35).

En ese concilio llegaron al  que también los paganos incircuncisos podían ser admitidos al bautismo, pero los más radicales, siguieron exigiendo que como cristianos,tenían que seguir cumpliendo un conjunto de normas judío-religiosas, como no comer algunas comidas prohibidas.

Volviendo al Concilio Vaticano II, luego de muchas discusiones la Declaración fue aprobada por 2.221 obispos. Sólo unas decenas votaron en contra.

Esta Declaración del Concilio la promulgó el papa Pablo VI y el gran artífice y promotor del acuerdo fue el jesuita alemán cardenal Agustín Bea.

La verdad no solamente nos hace libres, nos hace hermanos a judíos y cristianos.

 

Luis Ugalde S.J.

La nueva carta apostólica del Papa Francisco “invita a una profunda  revisión de vida personal y eclesial” - ADN Celam

 

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