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Las maldiciones de la era del sexo fácil y a ciegas: mayor cantidad, mucha peor calidad

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Las maldiciones de la era del sexo fácil y a ciegas: mayor cantidad, mucha peor calidad

Cena de amigos. Sale a relucir el tema Tinder, la aplicación que permite conocer personas de otro sexo con un fin romántico, cuando no directamente sexual. Las chicas explican, con algo de vergüenza al principio, más abiertamente cuando descubren que no son las únicas en utilizarlo, el éxito que han tenido en la misma. Un joven, al fondo, levanta la mano y, con voz temblorosa, admite que a él no le funciona. A lo mejor lo tiene mal configurado, le consuelan sus amigos. Pero todo el mundo sabe lo que está pasando realmente, aunque no lo diga. Debido a que el primer criterio de elección son las fotografías de los usuarios, y que el pobre hombre no es muy agraciado, no sorprende su falta de éxito. Ellas mandan.

 

Estas aplicaciones, a las que hay que añadir la aún más picarona Mixxxer, destinada únicamente a los encuentros sexuales, han dado una nueva vuelta de tuerca a las relaciones personales. Ya no nos encontramos en el terreno de páginas como Meetic aunque parezcan la evolución natural de estas, donde poco a poco se conocía a la otra persona y, en caso de que se viese la posibilidad de éxito, se seguía adelante. Tinder y aledaños son mucho más rápidas, favorecidas por el criterio de cercanía física (¿quién necesita una relación a distancia?), y mucho más efectivas. Nada de perder el tiempo o traicionar ilusiones amorosas, sobre todo si eres joven y tienes las hormonas revolucionadas. Muchas de ellas, como Grindr, son aplicaciones usadas al principio sólo en el mundo gay, donde es más difícil, demográficamente, conocer a diversos candidatos.

 

Como pone de manifiesto una encuesta publicada esta misma semana en Inglaterra, un tercio de los jóvenes de entre 18 y 25 años reconoce haber tenido sexo con alguien conocido a través de una aplicación de este tipo. De media, cada uno de estos jóvenes había tenido tres relaciones. Teniendo en cuenta que, según los datos del censo de 2011, en el país inglés hay unos 3. 600.000 de jóvenes comprendidos en dichas edades, digamos que al menos ese mismo número de relaciones sexuales entre jóvenes ingleses han sido debidas a las relaciones virtuales. Los más promiscuos databan en 80 el número de relaciones sexuales obtenidas a través del programa. Gracias, smartphones.

 

El lado oscuro de la promiscuidad

 

Todos felices, ¿no? Ya casi vivimos en esa distopía –perdón, utopía– de amor libre donde el placer sexual no estará condicionado a trivialidades como el establecimiento de una familia, el interés material o el amor. Sin embargo, la encuesta pone de manifiesto un problema que pocos habrían imaginado (aunque lo hayan vivido en sus propias carnes): las relaciones sexuales de estos encuentros no son precisamente satisfactorias, en comparación con aquellas mantenidas con la pareja estable. En concreto, estas salían peor paradas en cuanto a “duración, excitación, confort y satisfacción general”.

 

Esto se traduce en que casi la mitad de las mujeres participantes en el estudio (un 47%) reconocía fingir sus orgasmos en dichas citas. Pero no es algo que ocurra únicamente con las mujeres, sino que los hombres, a pesar de su habitual fanfarronería, también manifiestan cierto desencanto hacia estos encuentros sexuales, siempre y cuando sean capaces de conseguir el tan buscado match. No hay más que entrar en hilos como este del popular foro Reddit para adentrarse en las catacumbas de Tinder. Las respuestas son variadas, claro está. Hay quien se monta una increíble película de sexo desenfrenado que tiene más de ficción que de realidad; otro se lo tomaba con gracia (“conocí a una chica y cuatro años después me he montado en un avión para irme de vacaciones con ella, soy un aficionado”); otro admite haberse encontrado a su ex; otro detalla situaciones que mezclan la escatología con las amenazas de muerte.

 

Pero, por lo general, abundan los testimonios negativos. Una chica explicaba que «la calidad de los hombres es baja», y que piden demasiado a cambio de muy poco. En otro hilo, un desesperado usuario explica cómo la que parecía que iba a ser su conquista le dio plantón, lo que ha afectado de forma terrible a su autoconfianza. Incluso uno de los usuarios abrió un foro con el nombre de «¿podemos compartir experiencias positivas de Tinder?», en el que ponía de manifiesto que la mayor parte de historias eran negativas.

 

Hasta una joven se quejaba con pelos y señales de su experiencia negativa. “Se trataba de uno de esos borrachos que no pueden correrse y en lugar de admitir su derrota simplemente seguía dándole”, reconoce. “No es agradable, hombres. Al final estaba tan harta que me di la vuelta y me dormí”. No obstante, reconocía que le daría otra oportunidad la semana siguiente, eso sí, con menos alcohol. Quizá ese sea el mal de este tipo de relaciones. Como ocurría en la película 50 primeras citas, protagonizada por Adam Sandler y Drew Barrymore, toda nueva cita es la primera en una sucesión de encuentros que devuelven a sus protagonistas a la casilla de salida una y otra vez. Como bien sintetiza uno de los usuarios de Reddit, la conclusión puede ser “tuve sexo, no me morí, no me importaría volver a probarlo”. Como el que va a un restaurante.

 

Cuando todo es novedad

 

El ser humano contemporáneo tiende a proporcionar un gran valor a la novedad, no digamos ya a la sexual. Consideramos el cambio continuo de parejas como algo que mejora la calidad de nuestras relaciones: es algo así como probar de todo un poco antes de que sea demasiado tarde y el bufet se cierre. Pero también puede argumentarse que, si nos gusta volver a nuestro restaurante preferido porque la comida nos gusta más que en el de al lado, por qué no vamos a hacer lo mismo con el sexo. Cierto es que la fase de idealización con que arrancan muchas relaciones amorosas favorecen la excitación en las primeras fases de la relación, pero también, que cuando una relación sucede a la otra, esto también convierte en pura rutina mecánica, sólo que con diferentes caras.

 

Probablemente, la insatisfacción manifestada por los participantes en la encuesta sea tanto física como emocional. Nos encontramos ante un caso que trasciende la categoría del amante con el que se producen encuentros relativamente frecuentes aunque desprovistos de conexión emocional, para aterrizar con aquello a lo que la periodista y presentadora Helen Croydon denominó “citas múltiples”, en las que siempre hay multitud de frentes abiertos. Ello, a pesar de la pesada carga psicológica (y emocional, por mucho que pensemos que podemos mantenernos al margen) que supone mantener varias relaciones.

 

Como recordaba recientemente Arielle Scarcella en su serie de vídeos sobre relaciones del mismo sexo, no hay nada mejor en la práctica sexual que la comprensión de las necesidades y gustos de la otra pareja, y eso sólo se consigue a través del tiempo y la experiencia. Existe la extendida idea de que repetir sólo conduce al aburrimiento pero, como recuerda la psicóloga Amy Muise en una investigación publicada en 2012, es el deseo de contentar a la pareja y probar cosas nuevas lo que mantiene la vitalidad sexual a lo largo del tiempo y consigue que esta llegue a su punto álgido.

 

Por último, y aunque suene conservador, el sexo con amor es dos veces sexo. O al menos eso se deduce de una reciente investigación realizada por Beth Montemurro de la Universidad Estatal de Pensilvania, y en la cual se aseguraba que el amor y el compromiso convierten las relaciones sexuales en algo más satisfactorio, puesto que añaden nuevos factores a la ecuación, como la intimidad o la empatía. Pero quizá el nadir del mal rollo de Tinder es el sentimiento de culpa. Si, como sugirió una investigación realizada por David Buss de la Universidad de Texas, las mujeres sienten remordimientos después de una relación sexual casual –y los hombres, indiferencia–, quizá estas herramientas tan sugerentes a corto plazo puedan crear estragos a largo, sobre todo si nos vemos empujados a utilizarlas, puesto que todo el mundo está ya en ellas.

 

Fuente: El confidencial 

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