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La sembradora del asfalto

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La sembradora del asfalto

 

Dicen que el hombre es el único animal capaz de tropezar dos veces con la misma piedra; ¿solo dos?, podríamos preguntar ante el empeño oficialista –adjetivo que molesta a Cabello quien prefiere “patriota”, también nosotros, porque creemos, como el doctor Johnson, que “el patriotismo es el último refugio de los canallas”– en multiplicar, sin ánimo de enmienda, sus resbalones y equívocos.

 

 

Chávez sabía que lo de “garantizar la soberanía alimentaria” era promesa que jamás honraría, una quimera sin más valor que el rosario de consignas engañosas con las que llenaba los sacos de esperanzas que cargaban sobre sus hombros quienes le votaron creyendo que la luna era pan de horno.

 

 

El barinés paría disparates que, de concretarse, hubiesen hecho, de las nuestras, ciudades distópicas parecidas a las imaginadas por escritores de ciencia ficción, con gallineros verticales y huertos hidropónicos en terrazas y jardines, conucos en la jungla de cemento, pues.

 

 

Se trataba de ideas irrisorias que, sin embargo, han iluminado a Maduro para crear el ministerio de agricultura urbana, hazmerreír de las redes sociales, a cuya cabeza colocó a Emma Ortega.

 

 

Poco duró la dicha en casa de la ministra, que no es un hogar humilde –se rumorea que posee unas hectáreas buenas para la agricultura, pero que la expansión de Maracay ha convertido en apetecibles terrenos para la edificación urbana–, pues fue aventada del gabinete por unas declaraciones que hicieron estallar en carcajadas a tuiteros y feisbuqueros, en las que aconsejaba sembrar en casa para prevenir la hambrazón que nos espera de continuar Maduro transitando el camino de los extravíos y que ha hecho de legumbres y verduras artículos de lujo que se negocian como si fuesen manjares exóticos.

 

 

Sugirió la prematura ex ministra (dos semanas en el cargo) “buscar cualquier espacio, un balconcito, solo es necesario un porrón, si no se tiene uno hay bastantes botellas vacías, si no se puede utilizar un tobo, una latica vieja”.

 

 

Cuando leímos semejante consejo, vislumbramos a un parroquiano que, al arribar a su hogar con unas copas de más y tropezar con improvisadas macetas y germinadores de escuelita, evocaba a Yordano –“El suelo está cubierto de botellas, de ilusiones que rodaron en la noche”–, mientras maldecía a los parientes que siguieron los consejos de la que recibió matica de café por querer puyar testículos gringos.

 

 

¿Y qué pasará ahora con el humilde habitante del rancho que utilizó todos los recipientes disponibles para sus cultivos y que, cuando caiga el primer aguacero, no tendrá dónde atajar las goteras y recoger un poquito de agua para lavarse las manos?

 

 

En Twitter alguien propuso la creación de un ministerio de urbanismo agrícola, especular reflejo del despacho gestionado ahora por Lorena Freites, una cartera ideal para contratistas boliburgueses que ejecutan obras virtuales, como los huertos de la sembradora del asfalto que se marcha con pena propia y ajena para dar paso a una psicólogo social con la misión de sembrar gamelote para tener de qué hablar.

 

Editorial de El Nacional

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