El autoritarismo venezolano se ha fortalecido por la falta de manejo hábil de la política. Cuando no hay política, se impone el azar y la aventura. No hay otra salida para derrotar al régimen de Maduro que el juego político inteligente, coherente y unitario. La política es insustituible, como instrumento para los acuerdos, los equilibrios y la estabilidad. Un ejemplo de ello es el Pacto de Puntofijo. Y esta experiencia debe servir hoy como referencia para la oposición.
Durante varios años un grupo de arrogantes solía maldecir a la política y a sus actores. “Los políticos son unos corruptos”, “los políticos son la causa de los fracasos”, proclamaban voz en cuello con frecuencia desde la postura desafiante de los ignorantes. Creían, equivocadamente, que los intelectuales, académicos, empresarios y emprendedores debían ignorar la política. Pero ahora, es Maduro y su nomenklatura quienes repudian la política. Se burlan del diálogo y no respetan los acuerdos, salvo aquellos que materializan con el gobierno de Biden; y solo mientras obtengan ventajas de ellos, como ocurrió con el intercambio de presos. Lo que hace el régimen no es política, sino manipulación, chantaje y burla.
La postura de Maduro se basa en el pensamiento de Carl Schmitt de ver los asuntos políticos desde la perspectiva amigo-enemigo. Los opositores no son contrincantes, sino enemigos que hay que exterminar. Y eso explica que un gobierno con más del 80% de rechazo se ocupe de perseguir a mansalva a quien piense distinto. Se anatemiza a quienes participaron en la elección primaria del 22 de octubre de 2023 o se abstuvieron en la “consulta” del 3 de diciembre el pasado año. Los que acompañan al gobierno son “patriotas”; quienes lo adversan, “traidores a la patria”. Un lenguaje schmittiano desde cualquier ángulo. Esta es la contribución del madurismo trasnochado a la barbarie de la lucha política.
La respuesta a este cuadro por parte del liderazgo opositor y de la sociedad civil es la política. No es ni la aventura ni la improvisación ni la discriminación lo que debe imponerse ahora. Es el juego de la democracia basado en el ejercicio práctico del pluralismo sin exclusiones.
Es muy importante tener claro que Venezuela es un país donde la democracia es viable y ha sido posible, como vocación y como realidad, aunque con interrupciones y accidentes. Desde 1811 la vocación por la libertad y por la igualdad ha sido constante. Es un principio continuo, duradero, vertebral de nuestro país que fue –hasta la llegada de Hugo Chávez al poder– una nota distintiva frente a otras naciones del continente americano que difícilmente pudieron establecer la libertad porque su vocación igualitaria era traumática o insuficiente.
El reto del liderazgo opositor del momento, especialmente de María Corina Machado, es convocar con una oferta unitaria que incluya a todos y mire hacia el horizonte. Es el juego político de los acuerdos, de las alianzas y de las inclusiones. Todo apoyado en una propuesta de país que sea producto de una amplia consulta de los distintos sectores.
Hay que pensar en una transición con vocación de victoria. Las experiencias de Eleazar López Contreras, en primer lugar, y el Pacto de Puntofijo, en segundo lugar, deben ser referencias para la reflexión.
Nicolás Maduro es el epítome del fracaso y de la carencia de credibilidad. Su derrota electoral es cuestión de tiempo. Los venezolanos le vamos a demostrar al mundo que Venezuela no contempla la presidencia vitalicia como en Cuba o Nicaragua.
La derrota de Maduro será producto de un plan político unitario que no repita los errores del pasado.
Editorial de El Nacional