Fernando Rodríguez: Silencios

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Fernando Rodríguez: Silencios

 

El país habló, sobre todo votó, por el llamado de María Corina a las primarias y a las presidenciales. Son hechos, acciones, por cierto, con precios altos aún vigentes, en algún momento más de dos mil presos por cumplir con sus deberes electorales. Sin demasiados discursos salvo las arengas de la señora Machado y unos cuantos, muy pocos, opositores.

En el gobierno disertan, ¿cuántos?, seis o siete integrantes de la cúpula del así llamado proceso, el Psuv desapareció con todo y líderes que otrora parloteaban a su gusto; por ejemplo Escarrá, el jurista para cualquier fechoría; y hasta el verbo atroz de la Fosforito o de Mario Silva, modelos del puñal o el revolver verbal, aplaudidos desde arriba.

Los medios opositores, de todo tipo, han sido silenciados sin piedad. Ahora dependen del VPN, para los que se han enterado, raro espécimen que hace que yo pueda leer los portales venezolanos desde Atlanta o Buenos Aires. En la radio, la TV y afines, simplemente la oposición no habla y alguna vez, muy pocas, lo hace es a media lengua, tanto que se entiende poco. Prácticamente no hay distinción entre canales o estaciones públicas y privadas, regidas por el mismo látigo. Allí sí hay ruido, el gobierno dispone del mundo audiovisual para su difusión sin límites, siempre con el más tóxico lenguaje, muy mal gusto y, por lo visto con muy poca efectividad. Tanta bulla reciente para la derrota del 28 de julio.

Queda el enredo de las redes. Allí la cosa es más compleja, más novedosa. Les da a los opositores una opción cierta, y por supuesto también al gobierno y a profesionales, nacionales y extranjeros, altamente tecnificados para apropiarse de millares de cerebros. Además, al loco del pueblo que, según Umberto Eco, antes le hablaba a diez vecinos y ahora puede llegar a un gentío. Al menos le da un chancecito a la oposición y abre las más peligrosas cloacas informativas. No olvidar que vivimos, dicen, en la era de la mentira. Y la Inteligencia artificial, gringa o China, sobre todo, puede hacer cualquier simulacro y hasta milagros, mayores que los de José Gregorio y Guaicaipuro juntos.

Por último, en la calle se grita muy poco, por los sapos y las cárceles por gritar aunque sea viva la patria.

A estos silencios hay que sumarle los silencios de la llamada sociedad civil, a eso íbamos. Yo pondría aparte a la iglesia que, bastante paradójicamente, en más de una oportunidad ha dicho como se dicen las cosas. Pero de resto hay uno que otro que dice algo en una columna, muchos de ellos desde la guarimba del exterior.

Y uno suponía que desde Zolá al presente los intelectuales solían cantar a la libertad, como Paul Eluard. Aquí ni se sienten, enconchados en sus arcadias espirituales, seguramente celosos de su soledad creativa y cuidadosos de que no les malogren un viajecito para Madrid y hasta Miami tan prosaico. Otro tema son los estudiantes, otrora combativos y ahora tratando de que no les caigan encima sus universidades y liceos de los que no suelen salir en cambote desde hace mucho. Y los gremios o los sindicatos y las academias y todo eso que no dan mucho que hacer. ¿Joaquín Marta Sosa la Academia de la Lengua existe?, ¿y las Escuelas humanísticas o de ciencias sociales, colegas? No me digan que hay excepciones, lo sé, pero que excepcionales.

La cosa no es fácil, pero, de repente, podríamos ponernos a tocar trompetas al unísono y a exigir lo que ya se sabe: un país al menos decente, al menos. Como Uruguay o Chile o Costa Rica…

 

Fernando Rodríguez
 fernandor60@hotmail.com

 

 

 

 

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