Editorial de El Nacional: Doce días de miedo

Editorial de El Nacional: Doce días de miedo

Los ataques a las instalaciones nucleares en Irán por las fuerzas armadas israelíes y de Estados Unidos, con las respectivas respuestas desde Teherán, han generado una tensión sin precedentes en décadas. Doce días al borde de un cataclismo mundial. Al final, ha aparecido el alto el fuego y una paz tan precaria como la que existía antes de la andanada de bombazos.

Vale la pena preguntarse en qué mundo navegamos en esta era global. Más incierto e inestable, eso es seguro. Con liderazgos incomprensibles, por decir lo menos, que exhiben el lenguaje de la fuerza. Hay que golpear primero y duro, y se hará la paz.

El uso de la fuerza en las relaciones internacionales está prohibido, como lo recoge la Carta de las Naciones Unidas en su artículo 2-4. Las excepciones hasta ahora aceptadas por la comunidad internacional y autorizadas por el derecho internacional son aquellas que cuentan con la autorización del Consejo de Seguridad, según el Capítulo VII de la Carta; y la legítima defensa, en determinadas condiciones, como lo prevé el artículo 51 del texto citado. Lo que ocurrió en Irán, esa «guerra de los 12 días» que Donald Trump ya integra en un plan de marketing, no entra dentro de las excepciones señaladas.

¿Es aceptable el uso de la fuerza de manera unilateral? La OTAN lo hizo en 1999 contra la Yugoslavia de Milosevic para proteger a la población kosovar; Estados Unidos siguió el ejemplo unos años más tarde en busca de armas de destrucción masiva en Irak, que no encontraron o no existían.

Todas las situaciones son distintas, también la que nos ocupa y asusta. El régimen de los ayatolás ha venido retando al mundo desde hace varias décadas, no solo con la violación masiva, sistemática y generalizada de los derechos humanos de los iraníes, sometidos a esa dictadura teocrática marcada por su fanatismo, sino por la amenaza que representa para la región y para el mundo su afán de producir armas nucleares.

Irán contraría sus obligaciones internacionales, particularmente el Tratado de No Proliferación (TNP), del cual es parte desde 1970. Teherán intenta, además, expandir su influencia fortaleciendo relaciones fuera de la región, especialmente en América Latina, en donde ha conseguido un socio político e ideológico en Venezuela. Una seria preocupación para la comunidad regional y también para el mundo por las implicaciones que ese vínculo tiene con actividades delictivas transnacionales y con grupos terroristas.

El programa nuclear de Irán no es, sin embargo, una invención de los ayatolás. En 1957, el gobierno de Dwight D. Eisenhower firmó un acuerdo nuclear con Mohamed Reza Pahlevi, el Sha de Irán, y hasta ayudó a construir un reactor. El proyecto alcanzó un mayor desarrollo a partir de 1974, pero el Sha cayó después de 37 años de largo mandato en 1979. Los ayatolás consideraron entonces aquel programa un despilfarro y solo lo retomaron después de la guerra contra Irak.

Roham Alvandi, director de la Iniciativa sobre Historia de Irán en la London School of Economics, considera que «a largo plazo cualquier dirigente iraní llegará a la conclusión de que Irán debe tener una fuerza nuclear disuasiva».

La dura realidad política es que este fue un episodio más en la zona más conflictiva del mundo, en la que las normas internacionales y la protección de las poblaciones parecen secundarias frente a intereses nacionales, religiosos y hasta personales.

 

Editorial de El Nacional

Comparte esta noticia: