Nuestras columnas de opinión, escritas durante los años 2020 al 2024, las he sumado a la segunda edición de mis Crónicas de Facundo (Bajo la usurpación de Nicolás Maduro). Su volumen primero (Crónicas de Facundo: Bajo el régimen de Hugo Chávez) recoge las enviadas a la prensa venezolana y extranjera a partir de 1999. Abarcan ambos volúmenes el tiempo de la llamada Revolución Bolivariana. Si se quiere, son sólo unos anales o es una memoria política sin pretensión historiográfica; eso sí, escrutada sin descuidar el contexto internacional que la sujeta o condiciona en sus circunstancias.
En cuanto al presente volumen, cierra con el año en el que ocurre de manera cabal y terminante la usurpación del poder en Venezuela mediante un palmario y abierto desconocimiento de la soberanía popular por parte de Nicolás Maduro Moros y su logia de militares. La elección, como legítimo presidente electo del diplomático opositor Edmundo González Urrutia ya es indiscutible y no perime constitucionalmente: –Maduro arrastra su ilegitimidad constitucional desde 2013 (véase nuestro libro, El golpe de enero en Venezuela: Documentos y testimonios para la historia). Concluye de tal modo el tiempo de la simulación democrática, del que se han beneficiado e intentan seguirse beneficiando las élites políticas y empresariales y otros actores venezolanos en yunta con «mediadores» europeos, siempre proclives a la normalización de los déspotas. No es un acaso su vecindad con el África.
2019, el año último de la edición precedente, fija, como hito, el cierre de ese tiempo intergeneracional y de «quiebre epocal» que arranca en 1989, coincidente con el de la simulación en su emergencia y que lo han alimentado la virtualidad e instantaneidad – el relativismo o la liquidez ética – dominantes y obra de las grandes revoluciones rupturistas del siglo XXI, la digital y la de la inteligencia artificial. La ha usufructuado, ad nauseam y para prorrogarse, la Galaxia Rosa (Foro de Sao Pãulo + Grupo de Puebla), haciendo posible la instalación de regímenes de la mentira y de legalización de la ilegalidad en los sitios hasta donde ha llegado.
Los años que siguen y a los que se refieren in fieri nuestros textos adicionados presentan una visión liminar dentro de una cuestión muy compleja en ese otro espacio igualmente intergeneracional que ahora emerge (2019-2049). Lo estimamos propicio – tal como lo muestran las tendencias del lustro –para la reconstrucción de los valores del lugar o de lo lugareño – de las raíces de la nación, pulverizadas en el caso venezolano– y del significado del tiempo para la recreación de lo institucional, perturbado tras la disolución de la república y la transformación en parcelas que se liquidan en pública almoneda.
Tras las elecciones del 28 de julio de 2024, a la satrapía imperante y a la «oposición a su medida», mal plagio o falsificación del sistema de partidos del siglo XX –vuelto franquicias– les ha llegado la hora de inhumarse. Todos a uno, habiendo postergado a la democracia como forma de vida cotidiana y estado del espíritu, olvidaron que los venezolanos se habían acostumbrado a vivir en libertad. Mas permanece la usurpación, es cierto y por ahora, pero como ánima sola. María Corina Machado y el presidente electo la tienen cercada en su desnudez. Sus socios y beneficiarios se le alejan. Los pocos que le restan dudan en mostrarse en público junto a la misma y sus detentadores, convictos por terrorismo y crímenes de lesa humanidad.
El arco 2020-2024, como génesis de ese otro espacio intergeneracional mencionado y durante el que habrán de reequilibrarse y estabilizarse las fuerzas de potencia e impotencia desatadas en 1989 – pensemos en El Caracazo y, en el extremo del mundo, en la Masacre de Tiananmén – ya muestra sus signos. Ocurre un reacomodo geopolítico en Occidente. Venezuela y los venezolanos hemos de entenderlo a cabalidad, para también situar nuestra propia realidad y su probada resiliencia – bajo la yunta González/Machado – sobre el sendero escabroso y exigente que nos devolverá la libertad. Los mitos, inherentes a nuestra tradición, amamantados por una historia de traficantes de ilusiones y de coroneles que se ascienden a generales tras una borrachera ha de quedar a la vera. También el narcisismo digital. Las elecciones, que oponen simpatías y antipatías, pasaron. Se trata, ahora, de cobrarlas.
La suma de los venezolanos, los de adentro y los que se mueven en diáspora, preñados de frustraciones y desencantos – decididos a ponerle término al envilecimiento al que hemos estado sometidos y para facilitar el reencuentro con nuestras familias fracturadas y diseminadas por el orbe –tras las elecciones primarias y el 28 de julio optamos por sobreponerle al andamiaje corrompido de la república y sus partidos la organización afectiva de nación. Me refiero a la instintiva y germinal, como idea integradora de la venezolanidad– tras el largo período de desarticulación social y de desinstitucionalización deliberadas que se nos impuso.
La habilidosa, sorpresiva y decidida organización social y popular –desestimada por los agentes oficiales– inspirada por María Corina, emergió como red celular (comanditos) revirtiendo a su favor la desarticulación social procurada por la revolución bolivariana. Ha derrotado moral y políticamente a la coalición delictiva en la que degeneró el gobierno de Venezuela.
Durante los años 2020 y 2021, en nuestras reflexiones de cada semana, dubitativos una vez ocurrida la pandemia universal del COVID-19 con sus millares de muertos a cuestas, apuntábamos a tientas hacia una realidad emergente y observable que vino a torcerle el brazo a las tres décadas de liquidez y de dictadura del relativismo precedentes. Regresaba por sus fueros, atizado por el dolor y el distanciamiento social impuesto, el principio ordenador de la dignidad de la persona humana, archivado, mientras que los Estados y las organizaciones multilaterales emergidos del Holocausto, en 1945, se mostraban como cascarones vacíos. Fueron incapaces de asegurarle el derecho a la vida a las naciones y a sus pueblos. Sólo encarnaron al Hades.
Hoy vive Occidente, entonces, su momento dilemático. Mientras en 2021 toma cuerpo el fenómeno del LawFare o de la judicialización de la política como último recurso dentro de la guerra híbrida todavía en curso y para la deconstrucción social y política, en las puertas que separan al Occidente de las leyes del Oriente de las luces sobrevino el acto de agresión de Rusia contra Ucrania. Se instaló el dios Marte y a partir de 2022 intenta moverse el señalado eje geopolítico, al punto que la misma Rusia y China – presente la primera en los diálogos de México entre la oposición partidaria venezolana y el régimen de Maduro – a la vez que se anunciaban dispuestas a asumir el control económico y financiero de la globalización desde el Pacífico esgrimían su tesis democrática: – Cada pueblo ha de decidir por sí mismo, democráticamente, si vive bajo una dictadura.
Estados Unidos, en ese interregno deja de apostar a la democratización en Venezuela. Opta por negociar con Maduro con vistas a la cuestión petrolera y ucraniana. Pero en las elecciones de medio término, los republicanos ponen contra la pared al gobierno de Joe Biden. Les ponen cortapisas a sus deliberadas políticas de deconstrucción social y cultural a lo largo del mundo. Logran una mayoría a la Cámara de Representantes. Incluso, así, se reafirma el peso de la dictadura venezolana tras sus entendimientos pragmáticos con la Casa Blanca; lo que no impide que en 2023 sean detenidos en Estados Unidos los testaferros del hijo de Maduro, Nicolás Maduro Guerra, señalado de tráfico ilegal de oro, coltán y otros minerales.
El efecto inmediato de la tolerancia norteamericana no se hizo esperar. Los partidos que controlaban a la Asamblea Nacional de 2015 prorrogada –el G4– desmontan la experiencia de la Transición hacia la Democracia. Y al apenas iniciarse el año 2023 reforman integralmente –derogándolo– el Estatuto constitucional respectivo. Desaparecen de su texto la figura del Encargado del Poder Ejecutivo, el reconocimiento de la legitimidad de los magistrados del TSJ en el exilio, y la misma Asamblea de 2015 se reduce a una suerte de Comisión, sólo para asegurarle a Estados Unidos y Gran Bretaña, con su firma, el manejo de los activos de Venezuela en el extranjero. La libertad como desiderátum encalla.
Sea lo que fuere, llegado el año 2024, sobre un camino empedrado –tanto como el nuestro– pero ejemplarizante, ocurre la inesperada reelección de Donald Trump. Regresa a la Casa Blanca sorteando todo género de judicializaciones. A la par, la dictadura, desde Caracas, usa el Ministerio Público e inicia desde el año precedente su persecución sistemática contra María Corina, quien tras recorrer a la Venezuela profunda se posiciona como su líder fundamental e indiscutible. El 26 de octubre de 2023 es proclamada candidata presidencial con casi 90% de los votos. Luego se la inhabilita, contrariándose los Acuerdos de Barbados sobre los derechos políticos y las garantías electorales firmados el 17 de octubre anterior, mediados por el gobierno de Noruega y acompañados por Rusia y la Administración Biden, entre otros Estados; pero no se detiene.
La Fiscalía declara que Machado se encuentra tras una conspiración nacional e internacional, que incluiría el tener sus equipos relaciones con la Exxon-Mobil. Por su parte, el Tribunal Supremo, el mismo que proclamara a Maduro Moros sin actas ni escrutinios, se moviliza, solicitándole a la Contraloría General de la República los documentos que soportarían la forjada inhabilitación política de Machado. Se afanan en detenerla en su ascenso. ¡Y es que está, además, desafiándolo para exponerlo en su venalidad, se dirige a los jueces del terror para advertirles que ella no estaba ni legal ni legítimamente inhabilitada, al no haber existido ni habérsele convocado para procedimiento alguno en su contra!
En su defecto, sobreponiéndose a los obstáculos y dueña de su estrategia, impone y avala la candidatura de González Urrutia, logrando derrotar a Maduro Moros con más de 40 puntos de diferencia. Ya presidente electo, reconocido este como tal por las democracias del hemisferio, avanza desde su exilio para la vuelta de todos a la patria y para gobernar de verdad, desde Venezuela, en yunta con Machado, que sigue en Venezuela y en clandestinidad, mientras la Administración Trump pone las fichas sobre el tablero. Llega a su final el pastoreo de nubes.
El desafío, a la vez que el riesgo necesario y lo que determinará el porvenir estará, no obstante, en saber contener – nos cuesta mucho a los venezolanos – la tensión hacia el voluntarismo. Siempre veleidoso y preñado de arrestos épicos, proclive a que en las transacciones morales quede envuelta la abdicación a su imperio, olvida lo predicado a finales del siglo XIX por Manuel Durán y Bas, decano de Derecho en la Universidad Literaria de Barcelona: – “La determinación del destino futuro del hombre, siempre importante por sí misma, lo es más aún con relación … al carácter del deber, que es la necesidad racional de dirigir nuestras acciones a la realización del bien”. Todo lo contrario del oportunismo.
Asdrúbal Aguiar
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