Alberto Fernández apura los últimos meses de un mandato que una buena parte de los argentinos también quiere dejar atrás con prontitud. A la sombra de la señora Kirchner, hundido por una inflación con una tasa interanual de 114%, Fernández parece, sin embargo, sentirse cómodo en cumbres con sus pares de la región, donde ejerce como segunda voz de Lula da Silva.
Al mandatario de Brasil lo recibió en la reunión de la Celac en Buenos Aires, en enero pasado; luego asistió puntual a la «encerrona» de Brasilia de finales de mayo en la que Lula lanzó su «narrativa» sobre Venezuela y ahora se volvieron a ver en la 62 Cumbre de Jefes de Estado del Mercosur. Uno mueve los hilos del Foro de Sao Paulo, el otro del Grupo de Puebla, los brazos del anquilosado progresismo latinoamericano.
El 4 de julio de hace cinco años, en plena campaña para la presidencia de Argentina, el candidato Fernández fue a ver a su pana Lula en la cárcel de Curitiba. «Vengo a visitar a un hombre que está injustamente preso», dijo. Una declaración que agrió su relación con Jair Bolsonaro, presidente entonces de Brasil, un socio crucial de ese Mercosur que no avanza como bloque comercial y tampoco deja avanzar a sus miembros en acuerdos bilaterales con otras naciones, como reclama Uruguay.
Fernández, que siempre hace gala de su sapiencia, explicó tras su encuentro con el prisionero Lula que en Brasil se había violado el Estado de Derecho. «Soy abogado, doy clases en la Universidad de Buenos Aires, he escrito libros sobre el tema. No me importa el pensamiento de quien está preso arbitrariamente, y en el caso de Lula además pienso bastante parecido a él». La justicia brasileña, aún con Bolsonaro en el mando, dejó libre a Lula, no porque estuviera exento de responsabilidad en los casos de corrupción que se juzgaban, sino porque el condenado aún no había agotado todos sus recursos.
Ahora el abogado Fernández al que no le importa el «pensamiento de quien está preso arbitrariamente» dice que en relación con el caso que se le menciona —un periodista de Infobae le preguntó sobre la inhabilitación de María Corina Machado, pero él ni siquiera la nombra— solo tiene versiones periodísticas y carece de detalles puntuales. Como candidato a la presidencia sabía con suficiencia que en Brasil fallaba la justicia; como presidente, con una embajada ante el régimen de Maduro, no sabe qué ocurre.
La pregunta del periodista que lo interpela durante la rueda de prensa que Fernández dio a la finalización de la 62 reunión del Mercosur es extremadamente sencilla para un profesor universitario de Derecho, con varios libros sobre el tema: «¿La inhabilitación de María Corina Machado se trata de una violación de los derechos humanos o es solo de un asunto interno de Venezuela?». Y responde: «Yo no voy a abrir juicio en ese sentido…». A lo que siguió una perorata sobre el afianzamiento del “proceso democrático” en Venezuela, las dudas sobre la imparcialidad periodística —¿serán los periodistas los que inventaron que MCM está inhabilitada?— y lo bien que marchaba el proceso en Venezuela “hasta que surgió este problema”.
El proceso en Venezuela marcha “tan bien” que el máximo ente comicial fue descabezado en pleno mandato, hay tres candidatos de la oposición inhabilitados y se carece de fecha electoral. Fernández sabe que su período expira el 10 de diciembre, que no va a la reelección y que el nombre del próximo mandatario se elige el 22 de octubre, el mismo día que la oposición venezolana espera escoger su candidatura unitaria si Maduro no hace “surgir otro problema”.
Editorial de El Nacional