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Pena de muerte lenta

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Pena de muerte lenta

 

Los oídos sordos del gobierno no son cosa nueva. La lista de problemas a los que no les ha prestado atención no cabe en este espacio editorial. Lo que más salta a la vista es la violación de los derechos humanos, y principalmente uno de ellos: el derecho inalienable a la vida.

 

 

No solamente lo violan cada día cuando dejan que la delincuencia acabe con la gente decente en cada esquina de cada ciudad o población del país. También, silenciosamente y sin el menor remordimiento, le dan la espalda a un problema muy grave: la falta de medicamentos para todo tipo de enfermedades.

 

 

El estado de los centros de salud del país es deplorable, pero peor aún es que no se ocupen de proveer a las farmacéuticas de las divisas necesarias para que produzcan las medicinas para aliviar desde el más mínimo hasta el más grave padecimiento que pueda sufrir el venezolano. Esta situación ha llegado a situaciones muy graves.

 

 

En el país hay asociaciones sin fines de lucro que agrupan a personas con distintas patologías. Se supone que son para dar apoyo a enfermos y sus familiares, pero desde hace unos años (sobre todo en la gestión de Maduro) han tenido que alzar su voz más de una vez para pedir auxilio, para exigir que el gobierno se ocupe de traer los medicamentos de los que depende la vida de estos ciudadanos.

 

 

Como al gobierno le faltan dólares, no se le ocurre otra idea, desde su acostumbrada ineficiencia, que dejar de lado un tema tan primordial como la salud. Y cuando se deciden a gastar divisas para comprar los medicamentos, los traen de lugares que no ofrecen garantías, como Cuba. Se quejan, y con razón, los trasplantados, los que tienen VIH, los hemofílicos, los pacientes oncológicos, y así sigue la lista.

 

 

Esto no es más que una pena de muerte que se aplica lentamente. Estamos condenados a morir porque, aunque la ciencia ha puesto todo al servicio del ser humano para prolongar y mejorar la calidad de vida de los enfermos, este gobierno negligente se hace de la vista gorda ante un problema que realmente es de vida o muerte.

 

 

Y hay que entender que a ellos poco les importa, porque aunque sean hipertensos, alérgicos, o les duela una uña, a ellos no les va a faltar ni una mínima pastillita para calmar sus dolencias. El pueblo, ese sí, que padezca las seis plagas de Egipto, porque la séptima la levamos a cuesta desde hace 16 años.

 

 

Mientras tanto, así como tratan de maquillar los números de cadáveres que ingresan a todas las morgues del país, tratan de que la gente no sepa cuántos  pudieron haberse salvado de la muerte si tan solo hubieran tenido a tiempo y constantemente un tratamiento para su enfermedad. Es una cifra que no podremos saber a ciencia cierta, pero de la que nos enteramos parcialmente por la valentía de muchos médicos venezolanos, no cubanos, que quedan en el país peleando con los dientes por la salud de todos.

 

Editorial de El Nacional

 

 

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