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Sin boleros

Mi amigo el asaltante sabe que más peligroso que el atraco es el momento de repartir el botín, no cuán pequeño sea; que la pistola, el apagafuegos, debe estar a la mano y que hay que ubicarse lo más cerca posible de las vías de escape. Es mucho lo que hay que perder. Ocurre en las grandes corporaciones, en las pequeñas empresas familiares y en las asociaciones delictivas: las ganancias y su distribución son el principal motivo de riñas y separaciones.

 

Habiéndose preservado y repotenciado el carácter de campamento minero del país con el socialismo del siglo XXI y demás fantasías, a pesar de los sacrificios, endeudamientos a los que se sometió a la población en la era democrática para encaminarlo en la industrialización y en el autoabastecimiento, es natural y obvio que los vicios, trifulcas y escándalos que se repiten en los aledaños a la minas se generalicen y sean cada vez más frecuentes. Si a la situación de descampado agregamos la desaparición de la institucionalidad, no sólo del gendarme innecesario, sino también del juez de paz o del ancestral consejo de ancianos, obviamente que se impone la ley de la selva, el abuso de los más fuertes sobre los débiles e indefensos.

 

Después de los funerales, los obituarios, los novenarios y los pucheros –reales y simulados–, en el campamento se han impuesto los sobresaltos continuos, el griterío amenazador y el monólogo tipo aguacero, que se escucha y nada más, aunque puede causar desgracias. Pareciera que todo el aparataje del circo se hubiese desplomado; que, ido el mago, los trucos que antes funcionaban tan bien, no tienen gracia alguna cuando son ejecutados por los sustitutos del prestidigitador desaparecido. Lo único que se mantiene igual es el alto costo de las entradas, lo caro que le sale al país, a la nación toda, sin nada que funcione, ni siquiera la ilusión.

 

Al descampado y sin el mago de la palabra, recrudecen las fallas eléctricas, son más mortales las inundaciones, peores los derrumbes y quedan más a la vista las arbitrariedades. Ya no guardan las formas. El lenguaje es cada vez más escatológico, no sólo en los informes orales a los procónsules que envía La Habana, sino también en los mensajitos que las que hacen las veces de ministras cuelgan en las redes sociales, capaces de ruborizar al más cuarteado portero de burdel.

 

Es un deslave mortal. El tinglado se vino abajo; lo que queda está lleno de goteras y no admite remiendos ni parchos. Es un campamento en liquidación, y cada quien hace su oferta sin soltar el arma, sin perder de vista la puerta de salida y el botín. Saben a cuántos pasos está en caso de que apaguen o se vaya la luz y haya que correr como ratas que abandonan el barco o el degredo que han construido. Vendo altoparlante y tienda de campaña.

 

Fuente: EN

Por Ramón Hernández

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