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Advertimos aquí en días pasados sobre las distancias observadas entre la jerarquía católica de Venezuela y la autoridad vaticana en relación con los asuntos venezolanos. No hablábamos de actitudes contradictorias, sino apenas de diferencias evidentes en el tratamiento de la crisis que padecemos.

 

 

 

La Conferencia Episcopal Venezolana se mostraba más decidida en sus planteamientos y también en sus denuncias frente al mal gobierno, afirmamos entonces, mientras la Santa Sede prefería posturas más comedidas y prudentes que no la pusieran a dar batallas que podían esperar. Una cosa miraban nuestros obispos, y otra, más digna de espera y de paciencia, se presentaba a los ojos de Roma, consideramos hace poco.

 

 

 

Una carta confidencial remitida al gobierno por el secretario de Estado del Vaticano, cardenal Pietro Parolín, introduce una variante de entidad. Las letras del superior de la diplomacia vaticana presionan al gobierno, pidiendo muestras concretas de rectificación que permitan el desarrollo creíble del diálogo en el cual se ha comprometido Francisco mediante el envío de un delegado especial.

 

 

 

La comunicación del importante funcionario, el más alto de la diplomacia en el palacio apostólico, demuestra que está cabalmente enterado de lo que se dice y de lo que no se hace en la mesa de diálogo, y que no está satisfecho. Bueno el mastranto pero no tanto, dice o quiere decir el secretario de Estado en su documento.

 

 

 

La reacción del vicepresidente del PSUV, capitán Diosdado Cabello, da cuenta de la importante mudanza sucedida en el Vaticano sobre nuestros asuntos. Atacó sin piedad al purpurado remitente y lo acusó de injerencista. No ahorró amenazas dignas de una pelea de gallos. Levantó el mazo contra el birrete del prelado. Seguramente tal enormidad dará mayor vigor a las observaciones que se producen en Roma, u obligará a que se miren los asuntos con la profundidad que merecen los padecimientos de los católicos venezolanos, quienes comparten la fe mayoritaria de la sociedad.

 

 

 

A la correspondencia del cardenal Parolin han seguido unas declaraciones puntuales del arzobispo de Caracas, cardenal Jorge Urosa Savino, sobre la necesidad de que el chavismo asuma el diálogo con la seriedad que amerita;  y vocablos del mismo tenor pronunciados por el presidente de la Conferencia Episcopal, arzobispo Diego Padrón.

 

 

 

Si a esto se agrega un documento fulminante de la misma Conferencia Episcopal Venezolana sobre la masacre de Barlovento, frente a la cual pide castigos ejemplares y la obligación de respetar los derechos humanos habitualmente pisoteados por las fuerzas de seguridad, estamos ante el fortalecimiento del bloque eclesiástico frente a  los desmanes del oficialismo.

 

 

 

Ya los jerarcas de Roma y Venezuela  no piensan distinto sobre las injusticias y las atrocidades  que suceden entre nosotros. Sus declaraciones cada vez se parecen más, casi como gotas de agua. Hasta hace poco parecían diversas, por lo menos desde el punto de vista formal, pero cada vez más forman un solo cuerpo digno de la mayor atención.

 

 

Editorial de El Nacional

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